LAS ESTRELLAS SON DE FUEGO
Poul Anderson
NOVA núm. 140
TÃtulo original: The Stars Are Also Fire
Traducción: Pedro Jorge Romero
1ª edición: marzo 2001
© 1994 by Trigonier Trust
© Ediciones B,S.A,2001
Bailén, 84-08009 Barcelona (España)
Publicado por acuerdo con el autor, c/o BAROR
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Presentación
Poul Anderson es uno de los nombres clásicos en la ciencia ficción de todos los tiempos. Tras una larga historia de éxitos, LA NAVE DE UN MILLÃN DE AÃOS (1989, NOVA, núm. 39) confirmó la valÃa de este autor que, junto a Harlan Ellison, es quien más premios Hugo ha obtenido en la historia del género. Siete Hugos y tres Nebulas son garantÃa suficiente del buen hacer de uno de los maestros tradicionales de la mejor ciencia ficción de todos los tiempos. En LA NAVE DE UN MILLÃN DE AÃOS y gracias a sus personajes inmortales, Anderson recorre toda la historia de la humanidad siguiendo el devenir de las civilizaciones y culturas humanas. Se trata de un repaso completo a nuestra historia y a un posible futuro entre las estrellas, un estudio detenido y complejo de eso que etiquetamos como «humanidad». A esa misma lÃnea histórica (una de las grandes aficiones personales de Anderson) pertenece la serie de aventuras de LA PATRULLA DEL TIEMPO (1991, NOVA, núm. 135).
Pero Anderson es también capaz de especular sobre el futuro de forma sorprendente y satisfactoria. Hace ya unos años publicamos COSECHA DE ESTRELLAS (1993, NOVA, núm. 74), la primera parte de una serie en torno a la colonización de las estrellas y las complejidades de la relación entre seres humanos e inteligencias artificiales. Hans Moravec, un conocido especialista del Robotics Institute de la acreditada Universidad Carnegie Mellon, una de las instituciones punteras en el complejo y prometedor campo de la inteligencia artificial, consideraba que en esa novela se logra «realizar algo casi imposible: reconciliar de forma interesante y original el clásico futuro andersoniano en torno a la excitante aventura humana en el espacio con la posibilidad, radicalmente distinta, de un futuro dominado por el poder exponencial de las mentes artificiales».
A ese mismo tipo de preocupaciones responde ahora LAS ESTRELLAS SON DE FUEGO (1994, NOVA, núm. 140), que para Rusell Letson, de la influyente revista Locus, serÃa un claro ejemplo de las pocas veces en que una continuación supera al original.
Las dos primeras partes de COSECHA DE ESTRELLAS mostraban el enfrentamiento del protagonista, Anson Guthrie, creador de la heinleniana empresa Fireball y defensor a ultranza del liberalismo más extremo, con su otro yo, convertido a la ideologÃa del avantismo que gobierna una Norteamérica del futuro. Los avantistas, seguidores de la ideologÃa totalitaria e intervencionista que sigue los dictados del profeta Xuan, consideran que la mente algorÃtmica artificial ha de ser la dominadora. En realidad, esas dos primeras partes de COSECHA DE ESTRELLAS son un largo prólogo al eje central de la especulación tradicional de Anderson: la exploración espacial. En la tercera parte, el autor se deja llevar por la imaginación más desbordante y creativa para unir exploración espacial, terraformación, mentes artificiales e incluso la hipótesis ecológica de Gaia en una visión de gran alcance poético y un atisbo de la definitiva victoria humana sobre la muerte, tanto la individual como la de la especie.
En LAS ESTRELLAS SON DE FUEGO el escenario cambia radicalmente. En el amanecer de la nueva era de la exploración y colonización del espacio, Dagny Beynac (descendiente del legendario Anson Guthrie) se convierte en la heroÃna de la nueva civilización lunariana de humanos modificados genéticamente que luchan por independizarse de la influencia de la Tierra.
Tres siglos después, la Tierra y el sistema solar en general parecen un lugar mucho mejor gracias a la evolución experimentada por el cibercosmos, una red de inteligencias artificiales que ha logrado gestionar los sistemas sociales y ecológicos deforma muy superior a la alcanzada nunca por la humanidad.
Pero el nuevo orden se muestra demasiado timorato y prudente. PodrÃa llegar a ser perfecto, pero tanto en la Tierra como en la Luna grupos aislados de seres humanos intentan sobrevivir a un sistema que ya no parece dejar espacio para las personas de carne y hueso.
En realidad, como ya ocurrÃa en COSECHA DE ESTRELLAS, el debate central reside en la necesidad humana de libertad y estabilidad, dos objetivos contrapuestos con sus correspondientes peligros: el caos y el estancamiento. Anderson sitúa a sus principales protagonistas en el bando de la libertad y ello le permite defender con pasión sus tesis ultraliberales, pero el debate ideológico de la novela se plantea con cierta honestidad. El oponente principal, Venator es también un personaje atractivo con sus razones: la defensa de la seguridad y el confort de un mundo que parece exigir la enorme inteligencia del cibercosmos para su simple mantenimiento.
El conjunto, como ya ocurrÃa con COSECHA DE ESTRELLAS, constituye una rica mezcla de temas de gran actualidad: realidad virtual, inteligencia artificial y biotecnologÃa unidos a la especulación sobre el futuro del ser humano entre las estrellas y sobre los problemas esenciales de eso tan indefinible que llamamos humanidad.
Y todo ello sin olvidar el «oficio» de escritor que un veterano como Anderson atesora y ha demostrado incontables veces. En el caso de la serie que ahora nos ocupa, un autor como Larry Niven ha dicho que se trata de obras «de extraordinaria fuerza por la intensidad con la que Anderson nos sumerge en el futuro». Uno de los muchos futuros posibles que, como ocurre en la mejor ciencia ficción, nos permite pensar sobre temas que interesan aunque no lleguen a convertirse en realidad.
Y para finalizar, el habitual comentario sobre la traducción. Esta vez, como ya hemos hecho en otros libros, hemos optado por un juego idiomático que conviene advertir. El inglés que se habla en el mundo de LAS ESTRELLAS SON DE FUEGO (como ya ocurrÃa en COSECHA DE ESTRELLAS) incorpora gran cantidad de palabras de origen español (gracias, consorte, etc.). No son frases «extranjeras» (que admitirÃan la consabida nota «en castellano en el original»), sino vocablos de origen español que están plenamente incorporados a la lengua, como ocurre ya en el inglés actual con otras expresiones hispanas. Esta vez hemos decidido, para mantener ese tono de un cierto bilingüismo, invertir los términos: la narración en inglés ha sido traducida al castellano y los términos en español se han vertido al inglés. Es una especie de experimento con el que pretendemos transmitir al lector, con la máxima fidelidad posible, la sensación de inserción de una lengua en otra. A pesar de lo que tal vez les gustarÃa a algunos lingüistas, el hecho es tan real como la vida misma.
Pedro Jorge Romero, el traductor de esta novela, me recuerda que Pele (sin acento) es la diosa de los volcanes de Hawai y, evidentemente, añado yo, no tiene nada que ver con el famoso futbolista... Amén.
Y nada más por ahora. Disfruten con esta ciencia ficción de corte clásico con tecnologÃa moderna y que trata, como no podÃa ser de otra manera, de temas eternos. No es poco.
MIQUEL BARCELÃ
Para Larry y Marilyn Niven
Dramatis personae
(Se omiten algunos personajes menores)
Aiant: Un esposo de Lilisaire.
Annie: Antigua esposa de lan Kenmuir.
Anson Beynac: Hijo mayor de Dagny y Edmond Beynac.
Carla Beynac: Sexta hija de Dagny y Edmond Beynac.
Dagny Beynac: Ingeniera, más tarde administradora, finalmente lÃder polÃtico durante la primera época de Selene; su emulación.
Edmond Beynac: Geólogo, esposo de Dagny Beynac.
Francis Beynac: Cuarto hijo de Dagny y Edmond Beynac.
Gabrielle Beynac: Segunda hija de Dagny y Edmond Beynac.
Helen Beynac: Quinta hija de Dagny y Edmond Beynac.
Sigurd Beynac: Tercer hijo de Dagny y Edmond Beynac.
Bo: Guardaespaldas de Bruno.
Bornay: Hijo de Lilisaire y Caraine.
Brandir: Nombre selenita de Anson Beynac.
Bruno: Alcalde de Overburg en Bramland.
Caraine: Un esposo de Lilisaire.
Mary Carfax: Alias de un sofotecto al servicio de Lilisaire.
Delgado: Un agente de la Autoridad de Paz.
Diddybootn: Mote por el que Guthrie llamaba a Dagny.
Dagny Ebbesen: Nieta y protegida de Anson Guthrie; después de su matrimonio, Dagny Beynac.
Erann: Nieto de Brandir.
Etana: Un piloto espacial selenita.
Fyrnen: Bioingeniero selenita, hijo deJinann.
Eythil: Guardaespaldas de Lilisaire.
Ferdinand: Sacerdote y lÃder entre los secanos.
FÃa: Nombre selenita de Helen Beynac.
James Fong: Agente de la Autoridad de Paz.
Miguel Fuentes: Ingeniero durante la primera época de Selene.
Lucrecia Gambetta: Segunda gobernadora general de Selene en nombre de la Federación Mundial.
Petras Gedminas: Ingeniero durante la primera época de Selene.
Anson Guthrie: Cofundador y jefe de Fireball Enterprises; su emulación.
Juliana Guthrie: Esposa de Anson Guthrie y cofundadora de Fireball Enterprises.
Zaid Hakim: Agente del Ministerio de Medio Ambiente de la Federación Mundial.
Einar Haugen: Cuarto gobernador de Selene en nombre de la Federación Mundial.
Stepan Huizinga: LÃder de los terrestres que vivÃan en la Luna durante la primera época.
Ilitu: Geólogo selenita.
Inalante: Alcalde de Tychopolis, hijo de Kaino.
Isaac: Un metamorfo de tipo quimo en Los Ãngeles.
Ivala: Una esposa de Brandir.
Eva Janniclei: Astronauta de Fireball Enterprises.
Daniel Janvier: Presidente de la Federación Mundial en el momento de la crisis selenita.
Jinann: Nombre selenita de Carla Beynac.
Charles Jomo: Mediador en Ãfrica del Este.
Ka'eo: Uno de la Keiki Moana.
Kaino: Nombre selenita de Sigurd Beynac.
Ale Kame: Miembro del Lahui Kuikawa, enlace con la Keiki Moana y otros metamorfos.
Ian Kenmuir: Piloto espacial de la Ventura nacido en la Tierra.
Lilisaire: Magnate selenita de la era republicana.
Matthias: Maestro de la orden (Rydberg) de la Hermandad Fireball.
Lucas Mthernbu: Nombre de nacimiento de Venator.
Dolores Nightborn: Un alias de Lilisaire.
Niolente: Magnate selenita de la era selenárquica, lÃder del movimiento contra la incorporación de Selene en la Federación Mundial.
Manyane Nkuhlu: Astronauta de Fireball Enterprises.
Irene Norton: Alias empleado por Aleka Kame.
Antonio Oliveira: Astronauta de Fireball Enterprises.
Joe Packer: Ingeniero durante la primera época de Selene.
Sam Packer: Consorte de la Hermandad Fireball.
Rinndali: Magnate selenita de la era selenárquica, colÃder del éxodo a Alfa Centauri.
Lars Rydberg: Astronauta de Firebal Enterprises, hijo de Dagny Ebbesen y William Thurshaw.
Ulla Rydberg: Esposa de Lars Rydberg.
Sandhu: Gurú de Prajnaloka.
Soraya: Metamorfo tipo titán en Los Ãngeles.
Mohandas Sundaram: Coronel de la Autoridad de Paz en Selene.
Alice Tam: Versión anglo de «Aleka Kame».
Ternerir: Nombre selenita de Francis Beynac.
La Teramente: El ápice del cibercosmos.
William Thurshaw: Amor de juventud de Dagny Ebbesen.
Tuori: Una esposa de Brandir.
Tanso: Mote que Dagny le dio a Guthrie.
Valanndray: Ingeniero selenita de la Ventura.
Venator: Un sinnoionte y oficial de inteligencia del cuerpo de la Autoridad de Paz.
Verdea: Nombre selenita de Gabrielle Beynac.
Yuri Volkov: Antiguo amante de Aleka Kame.
Jaime Wahl y Medina: Tercer gobernador general de Selene en nombre de la Federación Mundial.
Leandro Wahly Urribe: Hijo de Jaime Wahl.
Rita Urribe de Wahl: Esposa de Jaime Wahl.
Pilar Wahly Urribe: Hija de Jaime Wahl.
Zhao Haifeng: Primer gobernador general de Selene en nombre de la Federación Mundial.
¿Qué viste, Proserpina, Cuando descendiste a la oscuridad?
¿Por qué no nos hablas de esa región hueca
Donde las sombras silenciosas y perplejas
Se deslizan ensoñadoras bajo un cielo sin estrellas
Y tú eras su reina cautiva,
Ahora que te recibimos de nuevo en la Tierra
Durante todo el tiempo que desees?
Los valles florecen bajo tus pies,
El mundo está bañado en luz,
Pero la hierba de la primavera hunde sus raÃces hasta que llegan
A molestar a los huesos bajo tierra.
¿Es por eso que caminas muda entre nosotros?
¿Es éste el regalo de tu amor,
Salvarnos de saber lo que tú sabes,
Hasta que vuelvas a descender?
Salerianus Quaestiones, II, i, 1—16
Mucho después, llegó a Alfa Centauri la noticia de lo que habÃa sucedido en la Tierra y en los alrededores de Sol. Cómo llegó esa noticia, rompiendo el silencio que la habÃa cubierto, es otra historia. En aquel momento, pocos moradores de Deméter le prestaron atención, a pesar de lo inquietante que era. Estaban preparándose para abandonar el mundo que sus antepasados habÃan convertido en su hogar, porque en menos de cien años iba a perecer. Sin embargo, entre ellos habÃa un filósofo.
Su joven hijo lo encontró perdido en sus pensamientos y le preguntó por qué. Como no podÃa mentir a un niño, le explicó que el mensaje recibido desde la Estrella Materna le inquietaba.
—Pero no temas —añadió—. No nos afectará en mucho tiempo, si llega a hacerlo.
— ¿Qué es? —preguntó el chico.
—Lo siento, no puedo decÃrtelo —dijo el filósofo—. No porque siga siendo secreto, sino porque se remonta muy atrás en el tiempo. —Y porque, en el fondo, era muy sutil.
—¿No puedes contármelo de todas formas? —le exhortó el chico. Con un esfuerzo, el padre dejó a un lado su desasosiego. En realidad, a 4,3 años luz de distancia, no debÃan temer las repercusiones inmediatas de la noticia; o eso suponÃa. Sonrió.
—Primero debes saber algo de historia, y apenas has empezado a estudiarla.
—Todo eso se me hace un lÃo en la cabeza —se quejó el chico.
—SÃ, es una pesada carga para una cabeza tan pequeña —admitió el filósofo Tomó una decisión. Su hijo querÃa estar con él. Además, si aprovechaba esa oportunidad para explicarle ciertos factores clave, el chico podrÃa llegar a apreciar su importancia, y eso podrÃa, algún dÃa, ser crucial—. Bien, siéntate a mi lado, y hablaremos —le invitó—. Repasaremos el principio de eso que te preguntas. ¿Te gustarÃa?
»PodrÃamos empezar en cualquier momento y en cualquier lugar. Criaturas todavÃa no humanas dominando el fuego. Las primeras máquinas, los primeros cientÃficos, los primeros exploradores, o las naves espaciales, las aplicaciones genéticas, cibernéticas o nanotecnológicas. Pero empezaremos con Anson Guthrie.
El chico abrió mucho los ojos.
—Recuerda siempre que sólo fue un hombre —dijo el filósofo—. Nunca lo imagines como otra cosa. Eso no le gustarÃa nada. Entiende, él ama la libertad, y la libertad significa no tener ningún otro amo más que tu propia conciencia y sentido común.
»Hizo más que la mayorÃa de nosotros. Recuerda que fue su Fireball Enterprises la que abrió el espacio a todo el mundo. A muchos gobiernos no les gustaba que una empresa privada fuese tan poderosa, casi como una nación en sà misma. Pero él no interferÃa mucho en los gobiernos; él no querÃa ese tipo de poder. Le era suficiente que sus seguidores le fuesen leales y él fuese leal con ellos.
»Eso podrÃa haber cambiado después de su muerte. Por suerte, antes de morir se hizo emular. La estructura de su mente, recuerdos, estilo de pensamiento, se proyectaron sobre una red neuronal. Asà que su personalidad continuó, en cuerpos mecánicos, como jefe de Fireball
—Eh, pero eso no es asà —protestó el muchacho.
—Lo siento —se disculpó el padre—. A menudo no estoy seguro de qué parte de tu formación ya entiendes, a pesar de lo joven que eres. Tienes razón, la verdad es infinitamente más compleja. No pretendo conocerla toda. No creo que nadie conozca toda la verdad.
»Pero sigamos. Por supuesto, ya has aprendido cómo aparecieron los selenitas. Los genes humanos necesitaban cambiar si los seres humanos iban a vivir, vivir de verdad y tener hijos, en la Luna de la Tierra. De lo que quizá no sepas mucho es de los otros metamorfos, las otras formas de vida que también cambiaron, muchos nuevos tipos de plantas y animales, incluso personas. Puede que no hayas oÃdo nada de la Keiki Moana.
El muchacho frunció el ceño, intentado recordar.
—Ellos... ellos ayudaron en una ocasión a Anson Guthrie... ¿nadaron?
—SÃ. Focas inteligentes —dijo el padre. El muchacho ya habÃa tenido experiencia con grabaciones sensoriales de las especies comunes—. VivÃan con unos cuantos humanos, como amigos o más que amigos. —El filósofo hizo una pausa—. Pero me estoy adelantando. Esa comunidad no se fundó hasta después del éxodo.
_ ¿Qué es eso?
—Oh, ¿no conoces la palabra? Sin duda es bastante arcaica. En este caso, «éxodo» se refiere a cuando Guthrie trajo a nuestros antepasados a Deméter.
El muchacho asintió entusiasmado.
—Y los antepasados de los selenitas que viven en nuestros asteroides. Todos tuvieron que irse.
—No es estrictamente cierto. Probablemente hubiesen podido quedarse. Pero no hubiesen sido felices, por la forma en que todo estaba cambiado y con Fireball a punto de desaparecer.
— ¿Por las máquinas?
—No; eso tampoco es del todo correcto. No olvides que la gente ha tenido máquinas de un tipo u otro durante muchos siglos. Hicieron máquinas mejores y mejores, hasta que al final empezaron a construir robots, que podÃan programarse para hacer cosas sin que nadie los controlase. Y luego construyeron sofotectos: máquinas que pueden pensar y saber que piensan, como tú y yo.
La voz del muchacho adquirió un tinte de miedo.
—Pero los sofotectos se mejoraron aún más a sà mismos, ¿no?
Su padre le pasó un brazo por los hombros.
—No tengas miedo. No tienen deseos de hacernos daño. Además, están en Sol, muy lejos. SÃ, la Tierra ha llegado a depender del cibercosmos, todas esas maravillosas máquinas trabajando y... pensando... juntas. Eso hizo a la Tierra muy diferente de lo que tenemos aquÃ...
El filósofo se detuvo, consciente de la rapidez con que nacen temores en los niños y cómo crecen hasta convertirse en pesadillas. Ya de por sà habÃa suavizado sus palabras. Ãl no sabÃa lo que el cibercosmos auguraba para la humanidad. Nadie lo sabÃa, quizá ni el cibercosmos mismo. Mejor que calmase al pequeño corazón que tenÃa a su lado, tanto como le fuese posible.
—Pero sigue siendo la Tierra, la Tierra de la que te han hablado —continuó—. Todos los paÃses siguen perteneciendo a la Federación Mundial, y la Autoridad de Paz los mantiene en paz, y nadie tiene por que pasar hambre, o enfermar o tener miedo. —Se preguntó cuánto habrÃa suavizado aquella frase, porque realmente hablaba de un mundo tan lejano que ninguna nave habÃa transportado a nadie de allà desde que Guthrie empleó toda la fortuna de Fireball para trasladar a un puñado de colonos. Virtualmente, las comunicaciones habÃan cesado—. Y nosotros, a nuestro modo, somos también muy diferentes de lo que éramos antes en la Tierra —dijo para terminar.
La madre del muchacho entró en la habitación.
—Hora de dormir —le dijo—. Dale un beso de buenas noches a papá.
El filósofo se quedó allÃ, meditando. Un violento anochecer llenaba las ventanas de estilo antiguo, porque el segundo sol estaba en lo alto, en su remota órbita. Finalmente se levantó y fue hacia su mesa. Deseaba grabar cualquier idea que se le ocurriese mientras la noticia estaba fresca. Aún no eran ideas claras, pero esperaba que, con el tiempo, podrÃa escribir algo útil, una carta al hombre en que se convertirÃa su hijo. Comenzó a hablar lentamente, con largas pausas.
—Pocos de nosotros llegaremos a comprender por completo lo que ha sucedido... quizá ninguno, por lo extraño que fue y es. Está claro que no podemos prever cuán lejos llegarán las consecuencias, y con cuánta fuerza; si alcanzarán los lejanos cometas o se volverÃan hacia el interior para inquietar a las estrellas. Un hombre y una mujer buscados en el tiempo, desconcertados, perseguidos, solos. Dos vidas que se encuentran a través de la muerte y los siglos. No tiene sentido preguntar por su significado. No existe el destino. Pero en ocasiones existe el valor.
1
Lilisaire, guardiana de Mare Orientale y la Cordillera, en Zamole Vysolei, llama al capitán Jan Kenrnuir, dondequiera que esté. Ven, te necesito.
Desde Selene, el mensaje cabalgó los haces de transmisión a través de los repetidores, recorriendo millones de kilómetros, hasta llegar al centro de comunicaciones en Ceres. Luego empezó la caza.
En las profundidades del espacio, las naves rara vez mantenÃan contacto ininterrumpido con las estaciones de control de tráfico. El ordenador del gran asteroide sólo sabÃa que la nave de Kenmuir habÃa estado en activo entre las lunas de Júpiter durante los últimos diecisiete meses. Le envió una pregunta a su gemelo en Himalia, el décimo a partir del planeta. Lanzada desde otro repetidor, la respuesta tardó casi una hora en llegar. La nave habÃa abandonado la zona joviana once ciclodÃas antes en dirección a cierto cuerpo menor.
Dado el plan de vuelo que Kenmuir habÃa registrado, calcular la trayectoria de un rayo láser que pudiese interceptarlo era un trabajo de un microsegundo o menos. No exigÃa conciencia, simplemente potencia de cálculo. En la vasta red que era el cibercosmos, funciones robóticas como aquéllas se realizaban de forma aún más automática que la regulación controlada por el cerebro humano de la respiración y los latidos del corazón. Las mentes de las máquinas estaban en todas partes.
Pero aun asÃ, el cibercosmos siempre era Uno.
—Un mensaje para el capitán —dijo la nave al recibirlo.
Kenmuir y Valanndray jugaban al doble caos. Los fractales se agitaban en el vitanque que tenÃan enfrente, creando incontables colores y formas. Guiados más por la intuición que la razón, los dedos apretaban teclas. Las formas cambiaban, fluÃan, se acercaban a un atractor determinado, se alejaban cuando el oponente lanzaba una nueva función. Atrapados en el juego, los jugadores respiraban de forma agitada y superficialmente el aire, que habÃan pedido que fuese un poco frÃo y con cierto aroma a pino. Ignoraban la grabación audiovisual del tamaño de toda la cabina que tenÃan a la espalda: una vista de los Andes, rocas y cielo y nieve bajo un viento ululante.
La nave habló.
- ¿Detén el juego! -respondió Kenmuir. La lucha por una configuración estable se congeló.
Pasó un momento bajo la mirada de Valanndray antes de decidirse.
-Lo recibiré en la consola. No te ofendas. PodrÃa ser un asunto privado. -Se dio cuenta con retraso de que la disculpa hubiese sonado mejor en selenita.
Se sintió aliviado al oÃr la respuesta en anglo del pasajero.
-Lo entiendo. El secreto es precioso en la escasez, ¿no?
Que el tono fuese algo sardónico, no tenÃa importancia. Los dos hombres se habÃan estado llevando razonablemente bien, pero era inevitable que aumentase la tensión en una misión larga, y en más de una ocasión habÃan estado cerca de una pelea. Después de todo, no pertenecÃan a la misma especie.
O quizá eso era lo que les salvaba, pensó Kenmuir por un momento, como ya lo habÃa hecho muchas veces antes. Un par de machos terranos como él, durante semanas o meses sin ninguna otra compañÃa, o se hubiesen vuelto hermanos del alma o hubiesen estado a punto de liarse a puñetazos. Un par de selenitas como Valanndray... bueno, las alteraciones realizadas en genes antiguos no habÃan producido una raza de santos. Pero ninguno de los dos en aquel equipo consideraba que su compañero se estuviera volviendo enervantemente predecible.
Kenmuir dudaba de que sus encuentros ocasionales con sofotectos los hubiese tranquilizado. Una inteligencia inorgánica -una máquina con conciencia, si se preferÃa considerarlo en esos términos- era demasiado ajena a ambos.
Apartó la idea y recorrió el pasillo.
La nave murmuraba a su alrededor: los sonidos de la ventilación, el reciclado quÃmico, el automantenimiento de la estructura. No habÃa ningún ruido o temblor de aceleración; la cubierta estaba tan firme bajo sus pies, a un sexto de la gravedad terrestre, como si estuviesen en la Luna. El pasillo parpadeaba con una abstracción cromática, la elección de Valanndray. Cuando le tocaba a Kenmuir el turno de decorar, normalmente elegÃa una escena de su mundo natal, contemporánea, histórica o fantástica.
Cuando el camino descendÃa, usaba la escalera fija en lugar del transportador. Lo que fuese con tal de mantenerse en forma. La cabina de mando estaba cerca del centro del casco esférico. Su interior representaba el espacio, una representación mejorada de la realidad. La radiación solar estaba suavizada para no deslumbrar. Las imágenes de las estrellas eran más brillantes para destacar bajo la iluminación de la nave. Sin titilar, llenaban la oscuridad, blancas, ámbar, rojo fuego, azul metálico y, entre ellas, e helado cinturón galáctico. Júpiter brillaba como una lámpara, el sol era un disco diminuto rodeado de lenguas de fuego. Kenmuir se sentó frente a la consola de control principal.
-Muestra el mensaje -ordenó.
La voz sonó demasiado alta en el silencio que le rodeaba. Durante un instante, la amargura volvió a despertar. ¡Cabina de mando! ¡Consola de control! Ãl le decÃa a la nave a dónde y cómo ir; ella hacÃa el resto. Y la suya era una mente muy limitada. Un sofotecto de orden superior no hubiese necesitado nada de él. No se le ocurrÃa ninguna emergencia que ni siquiera aquella nave no pudiese resolver por sà sola, a menos que fuese algo que la destruyese por completo.
Su mirada recorrió las estrellas del hemisferio sur y se detuvo en Alfa Centauri. La nostalgia le inundó. Allà vivÃan los descendientes de aquellos que habÃan seguido a Anson Guthrie a un nuevo mundo, y un viaje tan formidable era poco probable que se repitiese alguna vez. Al menos desde donde él se hallaba. Quizá los descendientes de aquellos colonos encontrasen el camino a soles aún más lejanos. TendrÃan que hacerlo, si querÃan sobrevivir a su planeta condenado. Pero el final todavÃa tardarÃa muchas generaciones en llegar, y mientras tanto, mientras tanto...
-Cálmate, viejo tonto -murmuró Kenmuir.
La autocompasión era despreciable. TenÃa la oportunidad de viajar por el espacio, y los mundos que giraban alrededor de Sol deberÃan contener grandeza suficiente para cualquier hombre. Mejor era agradecérselo a Lilisaire.
La ironÃa le hizo esbozar una ligera sonrisa. La gratitud era irrelevante. Los selenitas tenÃan sus razones para tener a tantos seres humanos de ambas razas como fuese posible trabajando en sus operaciones espaciales. El terrano, tenÃa una función real, no tanto como transportador capaz de tolerar mayores aceleraciones que ellos, sino como consejero, mediador, compañero de los ingenieros que llevaba a sus trabajos. Un sofotecto con capacidades similares no lo harÃa necesariamente mejor, se dijo con furia; y si él dependÃa de los sistemas de soporte vital..., bueno, una máquina también tenÃa necesidades.
Las ideas habÃan pasado por su mente en una fracción de segundo. El mensaje le llamó la atención. Sus pocas palabras penetraron en él. Se quedó sentado estupefacto.
Lilisaire le querÃa de vuelta. Inmediatamente.
HabÃa esperado alguna comunicación sobre el trabajo que les esperaba. Leerlo a solas habÃa sido un impulso irracional, el súbito deseo de huir durante cinco o diez minutos. El tipo de sentimientos que empezaban a surgir durante un viaje de veinticuatro meses.
Pero Lilisaire querÃa que regresase inmediatamente.
-Tranquilo, muchacho, tranquilo -susurró. OlvÃdate del amor, la lujuria y todas las otras emociones ligadas a ella. Piensa. Ella no le llamaba por dulces razones personales. SuponÃa cuál podrÃa ser la crisis, pero no de qué ayuda podrÃa servir. El asunto debÃa de ser serio para que ella interrumpiese la empresa en la que él se encontraba inmerso. Por muy volubles que fuesen algunos de los magnates selenitas, todos se tomaban su Ventura muy en serio. Una alianza de empresarios era su única y última esperanza para mantener una presencia activa en el espacio profundo.
Sin darse cuenta, como un acompañamiento casi automático a sus pensamientos, proyectó una imagen de su lugar de destino. Estaban a unos seis millones de kilómetros. Al ritmo actual de frenado, la nave llegarÃa allà en un ciclodÃa más.
Aumentada y mejorada, la imagen del asteroide flotaba en el vitanque como un bloque más o menos oblongo, de un rojo sucio, repleto de cráteres delineados por las sombras de la cruda luz solar. Comparado con las lunas menores de Júpiter, donde Valanndray, con la asistencia de Kenmuir, habÃa dirigido máquinas en la labor de desarrollo, el asteroide era un pigmeo.
Sin embargo, un prospector robótico habÃa encontrado recursos que valÃa la pena extraer, nada de hielo ni productos orgánicos, sino minerales ferrosos y actÃnidos. Un grupo de trabajo esperaba indicaciones humanas; robots, por supuesto, nada de sofotectos: sin mente, ni conciencia, aunque versátiles y adaptables. Su experta vista identificó una zona de aterrizaje, un conjunto de refugios, destellos de pulida piel metálica.
Cerca se vislumbraba la forma esquelética del generador, lo suficientemente grande para que su campo electromagnético pudiese desviar las partÃculas de radiación no sólo lejos de una nave, sino lejos de toda la planta minera. Sin embargo, era pequeño, comparado con los que le habÃan permitido visitar GanÃmedes y volver con vida.
Una visita, y breve. Allà los colonos eran sofotectos, porque sólo las máquinas podÃan funcionar en tales condiciones, y sólo máquinas que pensasen que fuesen conscientes, que pudiesen lidiar con las sorpresas a menudo terribles de aquel lugar. Por ley, los grandes satélites interiores de Júpiter pertenecÃan al Servicio Espacial de la Federación Mundial. En la práctica, pertenecÃan al cibercosmos.
Kenmuir dejó a un lado el recuerdo y se puso en pie. Le palpitaba el corazón. Volver a estar con Lilisaire, pronto, ¡pronto! Bueno, si sus sentimientos eran los de un muchacho, podÃan mantener su palabra como un hombre. Volvió a la sala recreativa.
Valanndray todavÃa estaba allÃ, jugueteando con variaciones de mecánica orbital. Se volvió para mirar al piloto. Su rostro, de huesos finos y palidez marfileña, se elevaba diez centÃmetros por encima del de Kenmuir. En ese viaje habÃa dejado la extravagancia a un lado y habÃa cubierto su agilidad con un mono de trabajo; pero era de perlux azul profundo y puntos de luz fosforescente parpadeaban en la tela. La nieve grabada volaba a su espalda, viento grabado, bajo la voz musical.
- ¿Bien, capitán?
Kenmuir se detuvo. Alto para un terrestre, hacÃa tiempo que habÃa dejado de sentirse intimidado por la altura selenita.
-Una sorpresa. Me temo que no te gustará. -Recitó el mensaje. En su interior, era un canto.
Valanndray permaneció sin moverse.
-En verdad, un revés -dijo finalmente, con tono neutro-. ¿Qué te propones hacer?
-Dejarte con los suministros y el equipo, y dirigirme a Selene. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
-Entonces, un abandono.
-No, espera. Naturalmente, llamaremos y explicaremos la situación, si no lo saben ya en el cuartel general.
Los grandes ojos oblicuos se estrecharon.
-No. Los Federales lo captarÃan y se enterarÃan.
La irritación se hizo palpable. Kenmuir simplemente habÃa querido ser diplomático. Sus meses juntos le habÃan dejado con la impresión de que su asociado era de alguna forma, bajo la arrogancia, fácil de herir. Valanndray podÃa sentirse herido al ver que el otro hombre estuviese tan dispuesto a abandonarle.
Daba igual, Kenmuir se habÃa cansado de oÃr comentarios de frÃa hostilidad contra la Federación Mundial, y éste era ridÃculo. Vale, los selenitas no se habÃan alegrado cuando su mundo volvió a estar bajo el gobierno general de la humanidad. Muchos seguÃan resentidos, quizá la mayorÃa, hasta el presente. Pero -¡en el nombre de la razón!- ¿cuánto tiempo antes de nacer ellos habÃa ocurrido ese cambio? Y su deseo de «independencia» era completamente erróneo. Lo que las naciones estados habÃan producido durante su existencia, con tanta seguridad como el agua contaminada producÃa enfermedades, habÃa sido guerra.
-El mensaje llegó en abierto por necesidad, si debÃamos leerlo -dijo Kenmuir-. No tenemos equipo criptográfico a bordo, ¿no? Bien, ahora está en la base de datos. ¿A quién le importa? Si alguien lo encuentra, ¿lo enviará a la Autoridad de Paz? No creo que la dama Lilisaire esté planeando una rebelión.
Al reconocer su propio sarcasmo, se apresuró a adoptar un aire de afabilidad.
-SÃ, se lo notificaremos a la Ventura, aunque me atreverÃa a decir que ella ya lo habrá hecho. Deben enviar otra nave y otro compañero para ti. En una semana o dos, supongo.
Se alegró de no ver ninguna furia. En su lugar, Valanndray miró al astronauta como si estudiase a un extraño. VeÃa a un hombre vestido con ropas neutras, delgado hasta lo demacrado, con grandes manos huesudas, rostro enjuto y nariz sobresaliente, pelo paji*zo corto, lÃneas alrededor de la boca y patas de gallo bordeando unos ojos grises. La mirada hizo sentirse incómodo a Kenmuir. Era muy decidido a la hora de tratar con la naturaleza, el espacio, las máquinas, pero cuando se trataba de asuntos humanos, se volvÃa tÃmido de pronto.
-Los lores de la Ventura no se sentirán muy felices -dijo Valanndray.
Kenmuir formó una sonrisa.
-Eso es evidente. Planes trastocados, costes extras.
Cuando el beneficio ya era de por sà escaso, pensó. Las compañÃas asociadas y los colonos no competÃan realmente con el Servicio Espacial y los sofotectos. No podÃan. Lo que los mantenÃa en marcha era, básicamente, el subsidio donado por las antiguas familias aristocráticas selenitas y por selenitas menores que negociaban con ellos por orgullo selenita. Y aun asà las empresas morÃan, reduciéndose como el número de los mismos selenitas...
Intentó ser realista.
-Pero la dama Lilisaire es un poder entre ellos, quizá más de lo que tú o yo sabemos. -El pulso volvió a disparársele.
Valanndray extendió los dedos. Un terrano se hubiese encogido de hombros.
-Ella puede imponerse a ellos, sÃ. Vete, capitán.
-Yo... yo lo siento -dijo Kenmuir.
-No, no lo sientes -respondió Valanndray. PodrÃas protestar contra la orden. Pero no, te irás, y con mayor aceleración que una gravedad terrestre.
¿Por qué aquel disgusto tan sombrÃo? Ambos se habÃan amoldado a un compañerismo eficiente, lo que incluÃa soportar las peculiaridades del otro. Un recién llegado necesitarÃa tiempo para ajustarse. Pero el terrestre sentÃa que habÃa algo más.
¿Celos, de que Lilisaire quisiese a Kenmuir y no a él, a pesar de que Kenmuir fuese un empleado alienÃgena y Valanndray de su misma especie, un miembro de su mismo filo? Qué bien conocÃa el piloto esa altiva vanidad selenita; qué bien habÃa aprendido a bordearla.
¿O unos celos de otro tipo? Kenmuir no quiso pensar en ello. Sólo en una ocasión Valanndray habÃa parecido dejar caer una indirecta erótica. Kenmuir pronto cambió de tema y el asunto no volvió a mencionarse. Posiblemente fuese un malentendido. ¿Quién de su especie habÃa visto lo más profundo del corazón de un selenita? En cualquier caso, tenÃan una quivira para calmarse. Kenmuir no sabÃa qué pseudo-experiencias se inducÃa Valanndray a sà mismo en la caja de sueños, ni tampoco el terrestre hablaba de las suyas.
-Si te desagrada la idea, puedes volver conmigo -dijo-. Es tu derecho. -En la Luna, las obligaciones entre subordinados y jefes tenÃan su fuerza, pero era la fuerza de un rÃo, forma y potencia cambiando incesantemente.
Valanndray negó con la cabeza. Largos rizos de platino cayeron a los lados de orejas que no tenÃan circunvoluciones como las de Kenmuir.
-No. He hundido mi mente en el asteroide durante semanas; hipertexto, simulaciones, todo el conocimiento disponible sobre él. Nadie puede reemplazarme con facilidad. De renunciar, la Federación seria mucho más rica, mucho más poderosa que mi pueblo.
Kenmuir recordó conversaciones que habÃan mantenido, y los intercambios con otros, en Selene, Marte, los pequeños mundos del Cinturón, las lunas de Júpiter y Saturno. Pocos eran, esos selenitas astronautas y colonos, comparados con los terrestres. Pequeña era su fortuna, comparada con la que las máquinas controlaban en nombre de los terrestres. Pero si se agrupaban llevados por la furia y empleaban todos los recursos a su disposición, se podrÃa producir una catástrofe como ninguna otra en la historia.
No, un momento. Estaba fantaseando. No debÃa dar valor a las últimas palabras de Valanndray. No se estaba fraguando ninguna rebelión. La guerra era un horror del pasado, como la enfermedad.
-Es muy leal por tu parte -contestó Kenmuir.
-Mantengo mi especial visión del futuro -repuso Valanndray-. Cuando llegue el momento, quiero poder en el consejo. Aquà gano una parte de ese poder. -Tal admisión era totalmente selenita-. Lamento perder tu ayuda en la fase final del viaje; pero ve, capitán, ve.
-Uf, sea cual sea la razón por la que la dama me reclama, debe de ser buena. Por el bien de... de Selene...
Valanndray se rió. Kenmuir enrojeció. ¿El bien de Selene? DifÃcilmente un concepto selenita. Como mucho, el bien del filo. Aun asÃ, aquello podrÃa resultar beneficioso para toda la especie.
-Por mi parte -dijo Valanndray-, pensaré en esto. Podemos acabar el juego más tarde. Hasta el turno de noche, capitán. -Colocó la palma sobre el pecho izquierdo, un saludo de cortesÃa, y salió por la puerta.
Kenmuir se quedó un rato, solo. ¡Lilisaire, Lilisaire!
Pero ¿por qué querÃa a su lado a alguien de tan poca importancia como él?
¿Por el Hábitat? Remoto y preocupado como habÃa estado, sólo habÃa oÃdo menciones pasajeras de ese proyecto. ParecÃa que el gobierno de la Federación estaba decidido a llevarlo a cabo. Eso -un triunfo de ingenierÃa que harÃa posible la emigración en masa desde la Tierra- despertarÃa la furia de Selene, pero ¿qué podÃa hacer él?
¿Qué harÃa? No era ni un rebelde ni un ideólogo, tan sólo un hombre simple y pacÃfico que trabajaba en la Ventura de Selene por que disponÃa de algunas literas para terranos que preferÃan estar entre las estrellas en lugar de en cualquier otro sitio.
MandarÃa un rayo a Ceres y pedirÃa una actualización de las noticias del Sistema Solar, especialmente con referencia al Hábitat.
No. Lo recorrió un escalofrÃo. Esa petición, justo después de lo que habÃa pasado, podrÃa llamar la atención. O quizá no. Pero si el cibercosmos, examinando incansablemente sus bases de datos en busca de correlaciones importantes, descubrÃa esa...
¿Qué? Ãl no tenÃa intención de hacer nada ilegal.
Aun asÃ, serÃa mejor no pedir la actualización. EsperarÃa a llegar a Luna, quizá hasta que él y Lilisaire estuviesen solos.
Kenmuir se dio cuenta de que iba directo hacia su camarote.
Llegar a él fue casi como regresar al hogar. Aquel espacio era suyo, era él. La mayorÃa de las diversiones las buscaba en otras partes: balonmano en el gimnasio, escultura en el taller, lo que fuese. Aquà venÃa a ser él mismo. De la base de datos de la nave podÃa sacar cualquier libro, música o arte visual que desease. Pensaba y repasaba sus recuerdos, sin interrupciones, a solas por si quizá murmuraba un nombre o golpeaba con el puño la mano abierta. Colgados de los mamparos, habÃa algunos cuadros planos. Mostraban los grandes momentos de su infancia: el Gran Cañón fotografiado por él mismo; sus padres, ya muertos desde hacÃa años; Dagny Beynac, fallecida siglos atrás...
Sacó una botella de un armario y se sirvió un brandy corto. No era dado a beber a solas, o a dejarse llevar por alegrÃas o pensamientos inducidos por tóxicos. Racionaba con severidad tanto su tiempo en la quivira como las aventuras que allà soñaba. Lo habÃa aprendido por las malas. Ahora, pensó, querÃa relajarse.
Se sentó en la silla, se echó hacia atrás y puso los pies sobre la mesa. La posición era más relajante bajo la gravedad terrestre total. SÃ, en dirección a Selene, seguro que irÃa a esa aceleración o a una aún mayor. Las palabras de Lilisaire dejaban claro que tenÃa libertad para despilfarrar energÃa. Asà que no tendrÃa que centrifugarse para mantener el tono muscular. Por supuesto, seguirÃa con las artes marciales y los ejercicios relacionados. Y en el resto de las horas, podÃa leer, ver algunos de sus programas clásicos favoritos, y... y, en ese mismo instante, pedir el Segundo Concierto de Brandenburgo de Bach. Sus gustos tiraban hacia lo antiguo.
Mientras manaban las notas y el licor pasaba de la lengua al torrente sanguÃneo, sus ojos buscaron el retrato de Dagny Beynac y allà se quedaron. Su figura siempre le habÃa parecido heroica. No estaba seguro del porqué. Oh, sabÃa lo que ella habÃa hecho; habÃa leÃdo tres biografÃas y habÃa encontrado recuerdos por todos los puntos de Selene, pero otros también habÃan sido grandes. ¿Era su asociación con Anson Guthrie? ¿O era, en parte, que se pareciese un poco a su madre?
Por milésima vez, pensó en ella. El retrato habÃa sido hecho cuando ella se encontraba al principio de la mediana edad. Se la veÃa alta para una mujer terrestre, un metro ochenta, frente a un invernadero en el que las flores crecÃan de forma extravagante bajo la gravedad lunar. Un sari y un chal cubrÃan una figura robusta, erguida, de grandes pechos. SabÃa, por las grabaciones, que andaba con largos pasos. Sus rasgos eran un poco demasiado fuertes para una belleza convencional: ancha a la altura de los pómulos, con nariz ligeramente curva, boca amplia y barbilla redondeada. Ojos anchos de color azul marino fijos bajo un cabello espeso y rojo, con tonos de bronce y oro, flequillo sobre la frente y rizos hasta la mandÃbula. Después de media vida de sol, intemperie y radiación, seguÃa teniendo una piel clara. HabÃa oÃdo su voz. Era baja, algo gutural... «tenor de whisky» lo llamaba ella.
Si su espÃritu, como el de Guthrie, hubiese permanecido en el mundo hasta este dÃa, ¿qué no hubiesen logrado entre los dos? Pero ella habÃa ordenado su fin. Y ella era sabia. En su sabidurÃa lo hizo.
Era difÃcil creer que una vez ella también habÃa sido joven, que hubiese estado confusa e indefensa. Kenmuir notó que su imaginación viajaba al pasado, como si pudiese verla entonces. Era un refugio contra el presente y el futuro. A pesar de los hechos y la lógica, sintió que se le avecinaban más problemas de los que nadie podrÃa esperar.
2
La madre de la Luna
Siempre era una especie de acontecimiento, del que se informaba en la prensa local, cuando Anson y Juliana Guthrie visitaban Aherdeen, Washington. Los multimillonarios hechos a sà mismos no eran cosa de todos los dÃas, especialmente en un pequeño puerto, aún más especialmente después de que el negocio maderero, que habÃa sido el sostén de la cercana Hoquiam, hubiese desaparecido. No es que la pareja presumiese de su situación. Al contrario, se alojaban en un lugar normal y durante su estancia, generalmente breve porque el negocio los reclamaba, evitaban en lo posible las apariciones públicas. Los dignatarios y celebridades que buscaban su compañÃa eran desalentados de forma más o menos amable. En su lugar, los Guthrie se reunÃan con los Stambaugh y, más tarde, con los Ebbesen. Eso también causaba asombro. ¿Qué podrÃan tener ellos en común con gente que trabajaba duramente para vivir con humildad?
-Nos caemos bien, disfrutamos de la compañÃa, eso es todo -le dijo Guthrie en una ocasión a un periodista-. Mi mujer y yo tampoco nacimos ricos, ya sabe. Nuestro pasado no es tan diferente del de esa gente. Nos conocemos desde hace años, y los viejos amigos son los mejores, como los viejos zapatos, ¿eh?
Esos amigos decÃan básicamente lo mismo a los que preguntaban. La comunidad aprendió a aceptar la situación. Y al cambiar el clima polÃtico, la envidia que sentÃan se redujo.
La relación llegó a parecer aún más extraordinaria cuando los Guthrie apostaron todo lo que tenÃan por el lanzador láser Bowen y fundaron Fireball Enterprises. Su fracaso hubiese sido casi tan espectacular como fue su triunfo, aunque menos significativo. Pero después de siete años, su compañÃa dominaba las actividades espaciales cercanas a la Tierra y preparaba naves para cosechar la riqueza del Sistema Solar. Pero volvÃan a Aberdeen de vez en cuando y eran invitados a las mismas modestas casas.
Al final, incluso invitaron a la joven Dagny Ebbesen a ir con ellos de vacaciones por la costa. Siglos después, Tan Kenmuir podÃa hacer cábalas más perspicaces que sus vecinos de entonces sobre cuál era la verdadera razón y qué sucedÃa realmente.
Al principio, la muchacha sacaba fuerzas y consuelo sobre todo de la mujer. Pero al final, Juliana se llevó a su marido a un lado y le miró:
-Necesita hablar en privado contigo. Llévala a dar un paseo. Uno largo.
-Anson levantó sus pobladas cejas-. ¿Qué te hace pensar tal cosa?
-No lo pienso, lo siento -contestó Juliana-. Yo le caigo bien; a ti, te adora.
Ãl pensó en su propia hija -estaba en Quito, felizmente casada, pero recordaba ciertas confidencias desesperadas- y después de un momento asintió.
-Vale, no sé como tomármelo, pero vale.
-Eh -le dijo a Dagny-, pareces tan blanca como el Monte Rainier. Vamos a meterte algo de aire salado y algunos kilómetros.
Y la muchacha se encendió.
El lugar era antiguo, casitas de campo con paredes de piedra entre árboles. Al otro lado de la carretera que pasaba a su lado, el bosque perenne aparecÃa tenebroso bajo un cielo gris plateado y murmuraba al viento. Una escalera permitÃa bajar por el acantilado hasta una playa que se perdÃa en el horizonte a izquierda y derecha. Bajo las alturas y por encima de la clara arena, habÃa maderos caÃdos, enormes troncos blancos, fragmentos más pequeños de árboles y otros desechos, todos traÃdos por la marea. La espuma rompÃa blanca. Más allá, las olas se elevaban con tonos de hierro. Al chocar contra un arrecife, saltaban como fuentes. Algunas gaviotas se elevaban con el viento, que soplaba triste, trayendo olores de mar y espuma. En aquel otoño y con los malos tiempos que corrÃan, el grupo de Guthrie tenÃa el lugar para ellos solos.
La chica y él giraron hacia el norte. Durante un rato caminaron en silencio. Formaban una extraña pareja, y no sólo por la edad. Ãl era grande y ancho, con el rostro gastado, lleno de arrugas bajo el escaso pelo rojo. El cabello de ella, descubierto, se agitaba en mechas, lo único brillante a la vista. TodavÃa caminaba a pasos cortos y ligeros; su condición, sólo traicionada por poco más que unos pechos ligeramente hinchados. Cada vez que atravesaban un grupo de algas, ella hacÃa estallar algunas cámaras de aire con el tacón. Cuando vio una concha circular intacta, la recogió con un gritito de placer. Después de todo, sólo tenÃa dieciséis años.
-Toma. -Se la puso a Guthrie en la mano-. Para ti, Tanso.
-¿No la quieres como recuerdo? -le preguntó él, mientras la aceptaba.
Ella se puso roja. Bajó la mirada. Ãl apenas oyó.
-Por favor. Tú y... y TÃa... algo para recordarme.
-Bien, gracias, Diddyboom. -Dio a la mano de la chica un rápido apretón, la soltó y se metió el disco en un bolsillo de la chaqueta-. Muchas gracias. Y no es que vayamos a olvidarte.
Los motes volaron en el viento, como si el viento fuese el tiempo, nombres de cuando ella daba sus primeros pasos riéndose y no habÃa conseguido decir «TÃo Anson». Caminaron un poco más por la franja húmeda en la que el mar habÃa apretado, suavizado y oscurecido la arena. El agua silbaba al romper y llegaba cerca de sus pies.
- ¡Por favor, no me des las gracias! -gritó ella de pronto.
Ãl le dedicó una mirada azul pálido.
- ¿Por qué no?
Las lágrimas relucieron.
-Has hecho tanto por mÃ, y yo, yo nunca he hecho nada por ti. ¿Ni siquiera puedo darte una concha?
-Claro que puedes, cariño, y le daremos un buen hogar -contestó-. Si crees que nos debes algo a Juliana y a mÃ, pasa la deuda; ayuda algún dÃa a alguien que lo necesite. -Hizo una pausa-. Pero no nos debes nada, de verdad. Hemos disfrutado mucho de nuestro cargo honorario. De hecho, para nosotros, en todos los aspectos prácticos, eres parte de la familia.
-¿Por qué? -dijo ella medio desafiante, medio suplicante-. ¿Qué razón podrÃas tener para algo asÃ?
-Bien -respondió él con cuidado-. Ya sabes que soy un viejo conocido de tus padres. A tu madre, desde que era una niña, y cuando tu padre iba a casarse con ella, me alegré de la buena pieza que tu madre habÃa cazado. Juliana estuvo de acuerdo. -Se aventuró a sonreÃr-. Esperaba que ella lo llamase su pibe de siempre, hasta que me recordó que los australianos ya no hablan asà a menos que estén intentando embaucar a un turista.
-Pero nosotros, nosotros no somos nadie.
-TonterÃas. Tu gente no acepta limosnas, ni las necesita. Si ayudé un poco, fue un asunto de negocios.
Ella ya sabÃa que no era asÃ. El padre de Helen Stambaugh habÃa sido dueño de un barco pesquero hasta que la pequeña industria desapareció. Guthrie puso el capital, como socio en la sombra, para que volviese a empezar con un barco de recreo, que pasaba por el estrecho de Juan de Fuca y hacÃa un recorrido por las islas. Durante un tiempo prosperó de forma modesta. Sigurd Ebbesen, un inmigrante noruego, se convirtió en su oficial, luego en yerno y, finalmente, con más ayuda financiera por parte de Guthrie, en socio al frente de un segundo barco. Pero la empresa se hundió cuando lo hizo la economÃa de Norteamérica. El viejo pudo conseguir un austero retiro. Sigurd sólo sobrevivió porque Guthrie convenció a varios de sus socios y empleados de que aquélla era una forma agradable de pasar el tiempo de ocio. Sin embargo, Dagny, la mayor de dos hijos, debÃa hacer de cocinera durante las vacaciones. Ascendió a grumete, luego a ayudante de maquinista, sin paga; sus ojos se volvÃan hacia las estrellas todas las noches despejadas.
-No -protestó ella-. Realmente no eran negocios. Tú, sim... simplemente eras bueno.
Su tartamudeo pasó. Tragó aire, se llevó los puños a los ojos y caminó más deprisa.
Guthrie la siguió a su paso. Le permitió cien metros de silencio, exceptuando el viento, la espuma y los sonidos del mar, antes de ponerle una mano sobre el hombro y hablarle.
-Los amigos son los amigos -dijo-. No mido el valor de nadie por su cuenta corriente. Ya que estamos, yo mismo he sido pobre, varias veces.
Ella se detuvo.
- ¡Lo siento! No pretendÃa...
-Claro. -Una sonrisa le arrugó el rostro-. Te conozco lo suficientemente bien. -Suspiró--. Me gustarÃa conocerte mejor. Si hubiese podido ver a tus padres algo más que de vez en cuando...
Ella reunió la calma suficiente, aunque tenÃa los puños apretados a los lados, para mirarle a los ojos.
- ¿Entonces quizá hubieses podido evitar que me metiese en este lÃo? ¿Es eso lo que piensas, Tanso? Probablemente tienes razón.
Ãl volvió a sonreÃr, de lado.
-No te metiste en él tú sola, niña. Contaste con ayuda entusiasta.
A ella el color le aparecÃa y desaparecÃa de las mejillas.
-No le odies. Por favor, no. Ãl nunca hubiese…, si yo no...
Guthrie asintió.
-SÃ. Lo entiendo. Además, cuando me enteré, investigué un poco la situación. Amor, lujuria y bastante rebeldÃa, ¿no? Por lo que dicen, Bill Thurshaw es un buen chico. Inteligente, también. Supongo que contrataré a alguien para prestarle atención, y si parece prometedor... Pero eso para más tarde. Ahora mismo, sois demasiado jóvenes, los dos, para casaros. SerÃa un imán para todo tipo de desgracias, hasta que os separéis; y tu hijo serÃa el que más sufrirÃa.
-Entonces ¿qué debo hacer? -preguntó ella, cada vez más segura.
-Eso es lo que hemos venido a decidir -le recordó él.
-Papá y madre...
-Están a la deriva con el timón roto, los pobres. SÃ, te apoyarán en lo que decidas, sin que importe lo que digan los vecinos cotillas y lo que haga el gobierno chapucero, pero ¿cuál es el plan menos malo? También tienes que pensar en tu hermano. La escuela por sà sola ya podrÃa ser una prueba de resistencia, teniendo en cuenta la piedad mojigata que se ha instalado en este paÃs.
Ella se quedó irrelevantemente sorprendida, por un momento.
- A la Renovación no le importa Dios -exclamó.
-DebÃa haber dicho beaterÃa -gruñó él-. Puritanos. Masoquistas decidiendo que el resto debemos ser como ellos. Oh, claro, hoy en dÃa las palabras son «medio ambiente» y «justicia social», pero es la misma terrible basura a la que Churchill llamó la igualdad de la miseria. Y Bismarck, ya antes, dijo que Dios cuidaba de los tontos, de los borrachos y de Estados Unidos de América; pero cuando la Unión Norteamericana eligió la candidatura de la Renovación, sospecho que la paciencia de Dios se habÃa acabado.
La necesidad compartida produjo un acuerdo silencioso mientras caminaban. La arena se aplastaba ligeramente bajo sus zapatos; la marea subÃa borrando sus huellas.
-No importa -dijo Guthrie-.. A mi boca le gusta irse por las ramas. Vamos a ver si podemos quedarnos cerca del meollo. Estás embarazada. Eso ya es malo de por sÃ, en el clima nacional de hoy en dÃa, pero tampoco quieres hacer lo responsable desde el punto de vista ecológico y pedir que acaben con ello.
-Una vida -susurró ella-. No lo pidió. Y confÃa en mÃ. ¿Es una locura?
-No. «Acabar» significa que envenenarán esa vida para que salga de ti. Y si esperas, significa que aplastarán el cráneo y cortarán los miembros que molesten para sacártelo. SÃ. Hay ocasiones en que puede parecer necesario, y ya hay demasiada gente. Pero cuando al otro lado del planeta millones de personas mueren de hambre, enfermedades y actos gubernamentales, creo que podemos permitirnos algunas vidas nuevas.
-Pero yo... -Ella levantó las manos y se miró las palmas vacÃas-. ¿Qué puedo hacer? -Cerró los dedos-. Lo que tú digas, Tanso.
-Tienes orgullo, sà -observó él-. Tengo la corazonada de que todo este asunto, incluyendo tu esperanza de que puedas salvar al bebé, es en parte tu forma de buscar aire fresco en medio de toda esta coba asfixiante que te rodea. Bien, hemos repasado el asunto una y otra vez durante los últimos dÃas. Juliana y yo nunca hemos querido presionarte, de una forma u otra. Sólo queremos ayudar. Pero primero tenÃamos que ayudarte a avanzar hasta que supimos lo que querÃas hacer, ¿no?
-Siempre he podido hablar contigo... mejor que con cualquiera.
-Mm, quizá porque no nos has visto mucho.
-No, eres tú. -Y añadió-: Y TÃa. Vale. ¿Qué debo hacer?
-Ten el bebé. Eso está bastante decidido. Juliana cree que si no lo haces, siempre te atormentará. No es que fuese a arruinar tu vida, pero nunca serÃas del todo feliz. Además de la muerte, sabrÃas que te rendiste, lo que no forma parte de tu naturaleza. ConfÃa en la visión de Juliana. Si no la hubiese tenido para guiar mis relaciones con la gente, hoy estarÃa completamente arruinado y peinando la playa.
-Tú también me comprendes. Me has hecho ver.
-Nada. Me limité a señalar que en vista de cómo se reproducen los idiotas y los colectivistas, el ADN de gente como tú y Bill no deberÃa tirarse por el retrete. -Su tono, deliberadamente seco, se hizo más amable-. Eso no era base para una decisión. Tú eras lo que contaba, Dagny, y Juliana fue la que te calmó. Vale. Ahora me toca a mÃ. Hemos dejado claro el qué y el porqué, tenemos que dejar claro el cómo.
Ella perdió el paso. Se recuperó, tragó y miró a la distancia frente a ella.
-Crees que no deberÃa quedarme con el niño, ¿verdad? -dijo con calma.
-No. No estás lista para atarte. Supongo que nunca lo estarás, a menos que sea en el sitio justo, un lugar en el que puedas usar tus talentos. Te dolerá tener que dar al niño en cuanto nazca, pero eso pasará. Por supuesto, buscaremos los mejores padres adoptivos; y tengo el dinero para llevar a cabo una buena búsqueda. No en este paÃs, bajo este maldito régimen, sino en el extranjero, quizá Europa. No te preocupes, ya encontraré la forma de saltarme cualquier ley. Sabrás que hiciste lo correcto, y podrás dejar atrás todo este asunto.
Una vez más, brevemente, ella le tomó de la mano.
-Nunca podré... no del todo.., pero... gracias.
-Mientras tanto y después, ¿qué hay de ti? -siguió diciendo a su modo metódico-. PodrÃa hacer lo que debà haber hecho antes y sacarte de aquà de forma permanente.
Ella se puso rÃgida. La voz era muy baja.
-No. Te lo dije la primera vez que lo propusiste. Papá me necesita.
-Y es demasiado orgulloso para dejar que le contrate la ayuda que tú le das gratis. Lo sé. Por eso es por lo que no insistà demasiado en la idea de ponerte en una escuela en la que enseñen hechos y cómo pensar, en lugar de la doctrina de la Renovación. Pero las cartas están sobre la mesa, cariño. Si te quedas en casa y tienes el bebé, dudo de que la comunidad sea habitable para tu familia. Y la historia estará por siempre en tu fichero, disponible con sólo pulsar una tecla para cualquier fisgón. Pero si te vas, de forma más o menos inmediata, el pequeño escándalo no llegará a más. Sólo serás una oveja negra que abandonó el rebaño, y pronto te olvidarán. Y en lo que respecta al negocio de tu padre, tu hermano tiene ya casi catorce años. Es muy capaz de ocupar tu puesto, y estar deseando hacerlo si le he juzgado bien.
-Yo... supongo que sÃ.
Anduvieron en silencio durante medio kilómetro, solos entre el mar y la madera de playa.
_ ¿Qué? -soltó ella de pronto.
Ãl lanzó una risita.
-¿No es evidente?
Ella volvió la cabeza para mirarle. La esperanza subÃa como la marea.
Guthrie se encogió de hombros.
-Bien, no iba a decÃrtelo directamente sin que hubieses tomado una decisión. Pero sabes que Fireball se ocupa más y más de la educación de los hijos de su gente, y estamos montando una academia para entrenamiento profesional. Por mi parte, siempre he sabido que te gusta el espacio. Para empezar, ¿te gustarÃa venir a Quito con nosotros y ver cómo va la cosa?
Ella se detuvo.
-Ecuador. -Se quedó boquiabierta... para ella era Camelot, CÃbola, Xanadú, el paÃs fabuloso que Fireball habÃa convertido en su hogar porque su gobierno todavÃa simpatizaba con las empresas, la puerta del universo.
Ella se arrojó en los brazos de él y lloró sobre su hombro. Ãl le acarició el pelo rojo y la espalda temblorosa, e hizo ruiditos de oso.
Finalmente, pudieron sentarse al abrigo de un tronco, uno al lado del otro. El viento silbaba a su lado, empujando un racimo de nubes bajo el cielo encapotado, pero las aguas susurraban calla-calla. El frÃo les hacÃa temblar un poco, ahora que se habÃan parado.
- ¿Por qué eres tan bueno con nosotros, Tanso? -dijo ella con calma agotada-. Claro, te gustan papá y mamá, como te gustan los padres de mamá, pero nos has hablado de amigos por todo el mundo. ¿Qué hemos hecho para merecer tanta amabilidad?
-SuponÃa que tendrÃa que decÃrtelo -dijo lentamente-. Tiene que ser un secreto. Prométeme que nunca se lo dirás a nadie sin mi permiso, ni a tus padres, ni a BilI cuando le digas adiós, lo que no va a ser fácil aunque lo vuestro haya acabado, ni a nadie, nunca.
-Lo prometo, por el doctor Dolittle -contestó ella, tan seria como la niña que habÃa aprendido el juramento de él.
Anson asintió.
-Vale. Sé que tu madre te comentó que no habÃa nacido en el seno de los Stambaugh, que fue adoptada. Lo que nunca ha sabido es que yo soy su padre.
Los ojos de Dagny se abrieron, abrió los labios, pero permaneció en silencio.
-Asà que puedo comprender tu problema -siguió diciendo Guthrie-. Por supuesto, las cosas eran diferentes para mÃ. Sucedió cuando Carla y yo Ãbamos al instituto en Pon Angeles. Carla Rezek... No importa. Fue algo salvaje, hermoso y sin esperanza.
-Y te hizo daño, ¿no? -murmuró Dagny.
El perdió momentáneamente la sonrisa.
-Sobre todo me alegro por cienos recuerdos. Carla se acabó casando y se mudó; le perdà el rastro y ella no ha intentado comunicarse conmigo, siendo una buena persona como es. Sus padres eran menos tolerantes que los tuyos; la apartaron por completo y absolutamente de mÃ, pero por razones religiosas no aprobaban el abono. Cuando nació el bebé, lo dieron en adopción. Ni a Carla ni a mà nos dijeron a quién. En aquella época, ese tipo de incidentes eran muy comunes, nada importante. Además, yo fui pronto a la universidad, y al extranjero.
-Hasta que finalmente...
-SÃ. VolvÃ, no para quedarme sino para visitar los viejos lugares, adinerado y... con preguntas.
La chica se sonrojó.
-¿TÃa?
-Oh, Juliana lo sabÃa, y de hecho me animó a intentar descubrir la verdad. PodrÃa tener responsabilidades, me dijo. Un detective siguió algunas pistas muy fáciles y localizó a los Stambaugh en Aberdeen. No fue difÃcil llegar a conocerles. Nunca pretendà inmiscuirme, entiende, sino ser un amigo, asà que no dije nada y te pido que hagas lo mismo. Entre otras cosas, para ti el secreto será una carga, porque no podré demostrar favoritismos hacia ti si eliges una carrera en Fireball. El espacio no perdona. Sin embargo, hoy..., bien, era obvio que debÃas saberlo. Aunque sólo fuese para que recompusieses tu corazón.
Dagny parpadeó.
-Tanso...
Guthrie volvió a años pasados.
-Helen crecÃa convertida en una damita encantadora. Poco después, se casó. Parece que somos impetuosos en ese sentido. Tú... yo, con cincuenta años, ¡tú estás a punto de convenirme en bisabuelo!
-Y... y tú me convertirás en...
-Nada, cariño. Sólo te ofrezco la oportunidad para que te con viertas en lo que desees y puedas.
Siguieron hablando, hasta que el frÃo les obligó a volver a caminar. El sol se ponÃa. No era más que un punto brillante tras las nubes, pero algunos rayos las traspasaban para encender las aguas.
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Ãl, que en ocasiones se referÃa a sà mismo como Venator, también era conocido, por aquellos que tenÃan necesidad de saberlo, como un oficial del servicio secreto de la Autoridad de Paz de la Federación Mundial. En verdad -porque las verdades definitivas sobre un ser humano se hallan en su espÃritu- era un cazador.
En el último turno matutino de cierto dÃa, en la Luna, acabó sus asuntos con un tal Aiant y abandonó la residencia selenita. Después del crepúsculo, el canto de los pájaros, las flores blancas y los altos techos de la sala en la que habÃan hablado, el pasillo exterior le cegaba. Pero también era un lugar de curvas sutiles, por las que los colores fluÃan y se entremezclaban: ocre, malva, rosa, ámbar, gris. A intervalos habÃa macetas en las que los áloes, bajo aquella gravedad, elevaban sus tallos en grupos erizados por encima de su cabeza, para florecer, como fuegos artificiales, seis metros más arriba. La brisa traÃa un olor a hierba recién cortada, con un matiz de algo más intenso, puramente quÃmico. Apenas podÃa oÃr la música, que sonaba en una escala desconocida en la Tierra, pero su sangre respondió a un tamborileo subsónico.
Pocos iban a pie. Como aquélla era una área rica, algunos llevaban túnicas suntuosas y medias o amplias togas, mientras que el resto eran criados de una u otra casa, con libreas no mucho menos finas. Uno de ellos llevaba de una correa a un gato siamés... metamórfico, los genes alterados durante generaciones para que tuviese el tamaño de un tigre. Todos se movÃan con la misma gracia y el mismo distanciamiento que el animal. Una pareja que hablaba en su melodiosa lengua lo hacÃa casi en silencio.
Sin duda estaban algo sorprendidos por el cazador. Los terranos rara vez iban allÃ, y era evidente que él no era uno de los que vivÃa en su mundo sino en la Tierra. Bajo la antigua SelenarquÃa, a los de su tipo se les habÃa prohibido entrar en aquel vecindario excepto con un permiso especial. Sin embargo, nadie dijo o hizo nada, aunque los gran des ojos se entrecerraban un poco.
PodrÃa haberles devuelto las miradas, y no siempre hacia arriba. Bastantes selenitas no eran mucho más altos que un terrano de gran altura, como era él. Se contuvo. Un cazador no llamaba la atención in necesariamente durante la caza. Que mirasen, que se encogiesen de hombros por dentro y que le olvidasen.
Lo que veÃan era un hombre ágil y esbelto, de treinta y tantos años, con una piel marrón claro, profundos ojos marrones y el pelo negro cubriendo como una tupida gorra una cabeza larga y alta. Los rasgos eran marcados, la nariz ancha y arqueada, los labios más delgados de lo normal en su etnotipo. VestÃa un sencillo mono gris y botas ligeras, y en la cadera llevaba un estuche que podrÃa contener un ordenador de mano, un teléfono de largo alcance o incluso un equipo médico, pero que en realidad contenÃa algo mucho más potente. Caminaba sin prisa, con eficacia, experto en baja gravedad.
Sus pies pronto le llevaron del distrito de viejos y palaciegos apartamentos, a través de otro más humilde poblado principalmente por su especie, hasta el núcleo comercial de la ciudad. GalerÃas comerciales de tres pisos sostenidas por pilares como plumas rodeaban la Perspectiva Tsiolkovsky, el suelo era de duramusgo, las imágenes navegaban por el muy alto techo. Allà habÃa más gente. La mayorÃa de los selenitas llevaban ropas normales, aunque el estilo -grandes cuellos altos, capas cerradas, faldas, soles pectorales, insignias de filo o familia, colores, iridiscencias, relucientes reflejos y detalles todavÃa más caprichosos- hubiese sido florido sà no fuese tan natural en ellos como la brillantez en una serpiente coral. Tres hombres venÃan juntos; su paso y postura, las faldas escocesas negras, las pecheras llenas de filigranas y, en comparación, sus modales más bruscos y voces elevadas indicaban que venÃan de Marte. Los asteritas eran escasos y más difÃciles de identificar.
Los terranos eran quizás uno de cada tres. Algunos se declaraban ciudadanos lunares por medio de alguna versión de la vestimenta selenita, normalmente la librea de una casa señorial. Otros se atenÃan a la moda terrestre, pero se podÃa ver por su porte y por sutiles detalles que eran también ciudadanos, o al menos residentes desde hacÃa mucho tiempo. Entre ellos, cada tipo usaba su lengua ancestral, a menos que el selenita fuese lo único que tuviesen en común.
Sobre un tercio de los terranos habÃan llegado de la Tierra en di versas misiones. Los turistas resaltaban, tanto por su escasez como por su torpeza y su forma de observarlo todo atentamente. ¿Por qué molestarse en venir por placer cuando la experiencia se podÃa tener con menos gasto y más facilidad en una quivira? Tu cerebro registrarÃa y recordarÃa las mismas sensaciones.
Aquellas personas estaban demasiado dispersas para ser una multitud.
La mitad de las tiendas, restaurantes, bares, baños públicos, sala de diversión y empresas culturales de las galerÃas estaban cerradas y vacÃas. El ruido de fondo era un susurro a través del cual podÃa llegar con fuerza una ráfa*ga de música de sorprendente vibración o un hálito de perfume para estimular la nariz. Al acercarse el cazador, una conversación resonó con claridad.
-...cansado de ser de segunda clase, toda una vida siendo de segunda clase. Hasta aquà puedo ir, hasta esto puedo lograr, y de pronto choco contra la barrera invisible y todo sucede de tal forma que ya no puedo avanzar más.
La lengua, neoalemán, estaba entre las que la red habÃa implantado en el cazador. Redujo la marcha. Aunque la queja era familiar, quizá podrÃa descubrir algo útil.
HabÃa dos personas sentadas ante una mesa al nivel de la calle, fuera de un café por lo demás vacÃo, atendido por un robot. El que hablaba era claramente un morador terrestre de la Luna, aunque llevaba una toga Renacimiento Han como una especie de desafÃo desesperado. Estaba tan musculado como si viviese en la Tierra; quizá quemaba la rabia con ejercicio extra. TenÃa la piel tensa sobre los nudillos de la mano con la que sostenÃa el vaso. Su acompañante, en un unitraje, era claramente una europea de visita. Ella tomó un sorbo.
-No exactamente toda tu vida.
-No, claro que no. Pero mi familia ha vivido aquà durante doscientos años. -El hombre tragó un sorbo. Las palabras se apresuraban a salir-. Mis padres volvieron a la Tierra sólo para tenernos, a mis hermanos y a mÃ. -Era evidente que habÃa sido una concepción múltiple, induciendo tres o cuatro zigotos, para evitar tener que repetir varias veces la costosa temporada en la Tierra. Probablemente, pensó el cazador, la gestación habrÃa sido uterina, para ahorrar el coste de la exogénesis-. Tan pronto como estuvimos lo suficientemente desarrollados, regresamos todos. Estuvieron fuera de aquà nueve meses más tres años. ¿TenÃan que perder su miserable trabajo por esa razón? ¿TenÃan que convertirnos en extraños, en inferiores? La ley dice que no. Pero ¿para qué sirve la ley? ¿Qué es esta maldita República sino la vieja SelenarquÃa con un disfraz tan evidente que es casi un insulto?
-Cálmate, cálmate por favor. Una vez que esté listo el Hábitat, las cosas serán muy diferentes.
- serán? ¿Pueden serlo? Los selenarcas...
-Dentro de una década, los magnates estarán superados, serán obsoletos, irrelevantes, te lo prometo. Mientras tanto, las oportunidades...
El cazador pasó de largo. Después de todo no habÃa oÃdo nada nuevo. La mujer estaba implicada en alguno de los consorcios que buscaba posibilidades para la Luna del futuro. Quizá ella querÃa que el hombre le sirviese de algo, quizá él no era más que un interlocutor ocasional. No importaba.
Lo que importaba era que el futuro corrÃa el peligro de ser abortado.
A pesar de los centros de servicio en Hydra Square, la fuente en medio de la plaza salpicaba en soledad por entre sus sarmientos y fractales plateados. La puerta de la comisarÃa se replegó para dejar entrar a un agente de uniforme y dejar salir a un par de civiles; por lo demás, el pez bajo el pavimento transparente nadaba sólo bajo los pies del cazador. Pero no era ninguna paradoja, aunque Tychopolis fuese la mayor de las ciudades selenitas. Aquà también, los robots autónomos y los sofotectos se ocupaban cada vez más de tareas tales como los cuidados médicos, el mantenimiento y el rescate, mientras se reducÃa la población que requerÃa esas atenciones. Esperaba que el área volviese a atestarse una vez se hubiesen establecido los colonos de la Tierra (durase lo que durase todo aquello, unos siglos, unos milenios, un parpadeo en el tiempo para la Teramente pero tiempo suficiente para los humanos). A menos que sus esperanzas muriesen bajo las garras de los selenarcas.
No, pensó, ya habÃa desechado esas ideas. No habÃa encontrado pruebas de ninguna conspiración a gran escala. Al parecer tenÃa un adversario más capaz, que tramaba una amenaza más difÃcil de combatir.
No habÃa conocido el miedo. Un organismo nacido para ser valiente habÃa aprendido el autodominio en Santa Helena y se habÃa unido al cibercosmos. Pero cuando consideraba lo que podrÃa suceder, mil años después o un millón, la desolación le rozaba.
Renació su decisión. Expulsó la irracionalidad. Examinado racionalmente, las probabilidades a favor de su causa eran altas. ActuarÃa, y el futuro que habÃa imaginado era el que él abonarÃa.
Además, pensó con una breve sonrisa, esperaba disfrutar de su búsqueda.
De la plaza fue hasta el Pasaje Oberth. Operaciones industriales, computacionales, biotecnológicas, moleculares y cuánticas se ejecutaban en atareado silencio tras sus paredes. Algo no estaba perfecta mente aislado, y un pulso electromagnético resonó en la red de su cráneo. Los recuerdos le asaltaron inesperadamente: el amanecer sobre una sabana azotada por el viento; el rostro distorsionado como en los sueños de un preceptor en el JardÃn Cerebral. Saltó fuera de la influencia y recuperó el control.
La alteración le habÃa despertado los sentidos. Observó lo que le rodeaba con redoblada intensidad, aunque habÃa poco que ver. No habÃa nadie más en el pasaje. Los únicos emblemas de propiedad estaban en las puertas de instalaciones ahora abandonadas. Una parte académica de su mente meditó sobre cómo los señores de la Luna despreciaban los pequeños negocios y comercios viables en una economÃa poscapitalista, y vivÃan principalmente de sus propiedades heredadas. Era cierto que algunas de esas posesiones se extendÃan por buena parte del Sistema Solar y estaban lejos de ser insignificantes en la propia Tierra. Además, algunos individuos mantenÃan en activo empresas que consideraban dignas de sà mismos. Las compañÃas asociadas en la Ventura estaban aún abriendo nuevos caminos en Marte; en las pequeñas lunas de Júpiter y Saturno, en los cometas, los asteroides...
El cazador apretó los labios. Siguió caminando con los largos pasos de baja gravedad.
El Callejón Elipse surgÃa en curva de Oberth. Cincuenta metros después llegó a su alojamiento. La fachada era tan indistinta y vacÃa como el pasaje. Puso la palma derecha sobre la placa de la cerradura.
La cerradura se parecÃa a cualquier otra, pero no se limitaba a examinar las lÃneas de la mano. Todos los dispositivos de seguridad están dar podÃan burlarse de varias formas, por alguien con la voluntad y los medios. Si allà se realizase un intento asà la cerradura avisarÃa al cuartel general. Mientras tanto, arrancó tres o cuatro células de la mano, operación que él no sintió, y las envió al lector de ADN. Eso le identificó, y la puerta se replegó. La identificación llevó algo más de lo habitual, pero tan poco que un observador no lo hubiese notado. Cien milisegundos, o quinientos, ¿cuál era la diferencia? Velocidades como aquéllas exigÃan gran capacidad, pero ésta estaba presente, oculta. El cazador penetró en su guarida.
La puerta se cerró tras él. El lugar parecÃa desolado. Realmente no era un hogar. Dos cubÃculos interiores contenÃan una cama, un sanitario, una unidad de nutrición y cualquier cosa que fuese estrictamente necesaria, pero en el cubÃculo principal sólo habÃa pantallas, paneles, receptores y otras discretas manifestaciones externas de la gran máquina pensante. El techo relucÃa blanco, y e1 aire circulaba sin olor.
Cuando el lugar se habÃa reconvertido en apartamento -habÃa oÃdo que antes habÃa sido una taberna-el servicio secreto de la Autoridad de Paz lo habÃa adquirido bajo el nombre de una persona sintética y lo habÃa remodelado, poco a poco. ParecÃa una precaución razonable, ya que la República de Selene permitÃa a la Autoridad una única oficina y un destacamento en Pon Bowen. Era aconsejable tener un puesto de escucha y un centro de comunicaciones seguros en algún otro lugar, y más en una nación tan engañosa y desperdigada como ésa. El cuerpo al que pertenecÃa el cazador habÃa instalado más tarde sus equipos especiales, y él, en aquel momento, empleaba el nombre falso.
Se puso directamente a trabajar. Le guiaba algo más que el afán de persecución. Durante demasiados ciclodÃas sólo habÃa estado en sinnoiosis durante perÃodos breves e intermitentes. Esta sesión serÃa más larga y más profunda, lo suficiente para mantenerle hasta que regresase a la Tierra y pudiese una vez más entrar en una comunión total.
O una Unidad.., no, no se atrevÃa a soñar con ello. Ahora no.
Abrió la maleta que tenÃa a un lado, sacó un interconector, lo des dobló y se lo colocó en la cabeza. Se ajustaba como una cofia hecha de una redecilla negra muy tupida con brillantes nódulos pequeños en algunas intersecciones. Su interior era ligeramente menos complejo que el de una célula viva, y en algunos aspectos la superaba: moléculas y cristales gigantes jamás encontrados en la naturaleza, interacciones a nivel cuántico. Era mejor estar relajado fÃsicamente, por pocas que fuesen las exigencias de la gravedad lunar. Se reclinó en un sofá frente a un panel de aspecto engañosamente simple.
-¿Todo en orden? -preguntó.
-Todo en orden -contestó el sofotecto que habÃa estado vigilando el habitáculo y las lÃneas de comunicación-. Proceda cuando lo desee.
El cazador conectó el interconector. El cable y el contacto eran estructuras de complejidad comparable. Ãl lo deseó. La sinnoiosis comenzó.
La red que las nanomáquinas habÃan tejido en el interior de su cabeza, cuando era un cadete en el JardÃn, se activó. Recorrió la continua y siempre cambiante actividad electromagnética de su cerebro, transformando las lecturas en una corriente de datos de múltiples terabaudios, y la pasó al interconector, que la tradujo a lenguaje máquina y la envió aún más lejos. Cuando el sistema respondió, el interconector se convirtió en un generador de pulsos y campos cambiantes a través de los cuales la red estimulaba directamente el cerebro.
El proceso parecÃa tan simple como el aspecto externo de los instrumentos. Pero de hecho era un logro que estaba más allá de la capacidad de creación o de total comprensión de una inteligencia simple mente humana. Conectaba dos niveles de existencia completamente diferentes: el orgánico y el inorgánico, quÃmica y electrofotónica, vida y posvida.
No era telepatÃa, era comunicación por medio de un lenguaje a través de un intérprete. Pero para dominar esa lengua el cazador habÃa pagado con su niñez y juventud. Y no era una lengua que penetrase por los oÃdos o los ojos, los sensores o el teclado. Era una comunicación directa entre el sistema nervioso y los circuitos.
Para él, esa totalidad era una trascendencia de un orden superior a cualquiera que hubiese conocido en una unión sexual, un peligro mortal o un desafÃo intelectual. HabÃa preguntado a los sofotectos cómo lo experimentaban ellos, pero no habÃan podido explicárselo. Por otra parte, para ellos, la unidad era tan normal como para él el alimentarse.
Aquél era un interfaz parcial y casi superficial. Manejaba información directa, material que podÃa haberse representado en textos, gráficos o habla. Los sofotectos implicados, el que se encontraba allà y el que es taba en el cuartel general de Pon Bowen, eran conscientes. Pensaban, pero eran muy especializados y dedicados, felices de estar inmóviles, esencialmente incorpóreos, con todas sus entradas y salidas moviéndose por las lÃneas de datos. El sistema en sà mismo era muy limitado, tanto en base de datos como en potencia. Incluso en la Luna existÃan redes mayo res; pero si entraba en ellas, podrÃa alertar a su presa.
Sin embargo, aquella sesión sinnoióntica era más que una petición y un informe apresurado. Con mucha mayor rapidez y con mayor precisión de lo que hubiese podido hacer fÃsicamente, informó sobre lo que habÃa descubierto y recibió lo que pidió. No necesitaba recorrer el hipertexto; las ideas y los hechos asociados le llegaron como un todo integrado. Historias completas se hicieron suyas. Cientos de planes de campaña diferentes se desarrollaron, simularon las consecuencias probables y dejaron tras ellos las panes que él consideró que valÃa la pena integrar en la nueva sÃntesis. Sobre todo ello se cernÃa la sensación de cómo aquello recorrÃa el espacio-tiempo, el pasado y el futuro y el final del universo, y cómo demostrarÃa ser el destino.
Ese éxtasis frÃo y luminoso no tenÃa parangón entre los mortales, aunque la iluminación religiosa o una intuición matemática básica compartÃan ciertos aspectos de la experiencia. Ãl era una única mente que construÃa sus recuerdos y discutÃa consigo misma por medio de muchas lÃneas de pensamiento y niveles entremezclados. Ese polÃlogo no podrÃa repetirse en ninguna lengua humana. Incluso su contenido material se volvÃa incómodo de manejar cuando se expresaba lineal y torpemente.
Aiant, marido de Lilisaire, residente aquà en Tychopolis, se relaciona muy esporádicamente con ella y apenas la ve. Son primos segundos. Ella sucedió a su padre en los dominios ancestrales por derecho de optigenitura, pero Aiant lo impugnó, y hay razones para creer que él hizo asesinar al padre.
Aunque ella sólo tenÃa 23 años en aquel momento, Lilisaire se dedicó a la intriga y a cierta violencia furtiva ocasional en favor propio. Durante cinco años, ella fue más hábil que él, dejándole casi sin poder conciliar y cerca de la bancarrota. Luego se casó con él La alianza funcionó bien. El es el segundo, pero no está subyugado, y se beneficia sirviendo los intereses de ella, especialmente en la parte que a Lilisaire le corresponde en la Ventura espacial.
El y su esposa de la dudad (probablemente escogida para él por Lilisaire por sus conexiones familiares, al pertenecer a la fraternidad de Mare Crisium) me recibieron cortésmente, si no cordialmente, y cooperaron tanto como se podÃa esperar de ellos. Estaban ansiosos por con vencerme de que no habÃa ninguna conspiración para sabotear el Hábitat, como les hice creer que sospechábamos. Una investigación a gran escala por parte de la Autoridad de Paz incomodarÃa, en el mejor de los casos, a la Ventura y podrÃa revelar cuestiones que se guardan en secreto. Me proporcionaron todos los datos que solicité (sin saber que soy un sinnoionte, y que puedo obtener más información a partir de esos datos que toda una patrulla de detectives).
Conclusión: ignoran cualquier actividad contraria, y su organización no está implicada en nada parecido, aunque individuos y grupos pertenecientes a ella sà podrÃan estarlo.
Ya se habÃa establecido que Caraine de Hertzsprung, el marido más joven de Lilisaire, su hijo adulto Bornay y las otras dos esposas de Caraine tampoco están implicados. Aunque a menudo está más próximo fÃsicamente a Lilisaire que Aiant, Caraine tiene poca relación con sus múltiples proyectos. La alianza es útil a los dos, combinando el filo Beynacy el filo Nakamura en una unión genética y estratégicamente deseable entre las fraternidades Cordillera y Korolevan, y existe una afinidad personal. Sin embargo, aparte de su herencia, Caraine está implicado en polÃtica y es uno de los pocos selenitas, especialmente de descendencia selenárquica, que se ha molestado en desarrollar habilidades parlamentarias.
Por tanto, es valioso para la facción aristocrática, que maquina para mantenerse en el poder real mientras que la minorÃa terrana pierde deforma efectiva el voto. Probablemente Lilisaire considerarÃa un desperdicio el invertir las energÃas y el talento de Caraine en alguna otra cosa. Más aún, en los últimos meses, él ha estado, deforma muy evidente y por completo ocupado en el esfuerzo por movilizar una oposición al Hábitat lo suficientemente amplia como para obligar a cancelar el proyecto. Aunque su éxito sea improbable, hay pocas posibilidades de que simultáneamente se le requiriese en alguna actividad clandestina. Ni sus esposas ni sus hijos han abandonado el hogar ni se han comunicado con nadie fuera de la Luna.
Por tanto, Lilisaire podrÃa ser el único magnate lunar que nos prepara problemas. Eso no da pie a la complacencia. PodrÃa resultar tan formidable y ciertamente tan despiadada como sus famosos antepasados Rinndaliry Niolente.
Pruebas: faltan evidencias legales, y de todas formas el caso no serÃa punible bajo el actual gobierno lunar; pero el cuerpo de inteligencia de la Autoridad de Paz ha confirmado que, en sus dÃas de juventud, mató a dos hombres en sendos duelos. Uno se realizó en el páramo con armas de fuego, el otro en su castillo con estoques. Ha viajado mucho, incluso atreviéndose con la gravedad de la Tierra, donde ha heredado muchas propiedades. Ha ido a Marte, a los asteroides, a Júpiter y a Saturno. Está enamorada del espacio profundo y de las actividades que se llevan a cabo en él (un antepasado lejano era nieto del explorador Kaino y la poetisa Verdea). Pero es frÃamente realista sobre su parte en las opera- dones de la Ventura.
Mantiene contactos por todo el Sistema Solar. Algunos son con antiguos amantes, especialmente terrestres influyentes, quienes, aunque no son sus aliados, están dispuestos a ofrecerle información y ayuda. Su juventud inquieta y voluptuosa ha quedado atrás, pero su poder para fascinar y engañar, en todo caso, ha crecido con los años. No es un factor a despreciar. Al contrario, es un poder que el cibercosmos no está adecuadamente preparado para comprender o controlar.
Es muy inteligente, posee una extensa ciberred, y tiene a su disposición a distintos agentes. Sobre la mayorÃa de ellos sólo tenemos indicios; ni identidad ni situación ni función.
Recientemente, nuestro programa de vigilancia de sus comunica clones detectó un mensaje dirigido a un astronauta en los asteroides, ordenándole volver a su lado inmediatamente (al no saber exacta mente dónde se encontraba, no lo pudo enviar cifrado cuánticamente; ni tampoco es probable que él dispusiese de equipo para decodificarlo). Puede que no sepa que la estamos vigilando. Si lo sabe, sin duda tiene la intención de hacer pasar esta situación como un servido que él le puede prestar sin que sea asunto del gobierno.
Pero el asunto es, casi con toda seguridad, importante. Ese Jan Kenmuir es un terrestre al servicio de la Ventura. Su distinción es que ha sido su invitado en Zamok Vysokiy probablemente su amante. (No se le dio publicidad de ningún tipo. Aunque a los selenitas rara vez les agrada ser el centro de la atención pública, tampoco suelen molestarse en ocultar sus relaciones, ya que son indiferentes a los rumores o desdeñosos de ellos.) La falta de notoriedad de Kenmuir puede que sea importante para los propósitos de ella.
O él podrÃa tener algún conocimiento, o acceso al que ella desea. Las investigaciones de Lilisaire están dirigidas al espacio profundo. Al espacio muy profundo.
Propongo visitarla. Tengo preparada una excusa. Es probable que no sepa que nosotros estamos al corriente de sus sigilosas averiguaciones. La orden de vigilarla vino de los altos niveles del cibercosmos... quizá de la misma Teramente, cuando observó que se hacÃan esas preguntas y previó a dónde podrÃan llevar las respuestas.
Ella debe de saber que los agentes de la Autoridad de Paz han visitado a sus asociados. PodrÃa resultar extraño que nadie hablase con ella. No espero descubrir mucho, si es que descubro algo. Sin embargo... Soy un sinnoionte.
VE, ENTONCES, le dijo el sistema del que era parte.
La unidad se deshizo. El cazador se separó de la red.
Durante un momento yació inerte. Nada parecÃa real. Los hechos y las decisiones estaban en su interior, pero no podÃa recordarlos más que como fragmentos de sueños que se desvanecÃan. El mundo fÃsico parecÃa plano y grotesco; su cuerpo, un extraño.
La sensación de pérdida pasó, y volvió a ser humano. El hambre y la sed le obligaron a ponerse en pie.
-Ponme en contacto con la dama Lilisaire -le indicó al sofotecto, y fue a buscar nutrición.
Fue mÃnima. PodÃa saborear la buena comida y la bebida, si la cantidad era moderada, pero no cuando seguÃa un rastro.
Después se relajó en el vivÃfero. El programa que activó era una comedia situada en la Nueva Delhi de Nehru. No activó el conversor de habla; el hindi estaba entre las lenguas que conocÃa. La trama era superficial y no demasiado creÃble -aunque admitÃa para sà que su compenetración con las sociedades de baja tecnologÃa, tanto presentes como pasadas no era muy grande, pero las vistas, el sonido, los olores y el tacto estaban bien hechos-. Para tener una experiencia más real tendrÃa que meterse en una quivira.
El sonido de un timbre lo sacó del programa. ¿Tan pronto? Se habÃa resignado a esperar durante horas antes de que el sistema localizase a Lilisaire y la persuadiese a dar audiencia a un policÃa.
Corrió hacia el eidófono. Se encontró con la imagen de la mujer, tan vÃvida como el fuego. Vio, sobre un largo cuello, un rostro casi clásico excepto por los altos pómulos, las extrañas orejas con lágrimas de luz parpadeante en los lóbulos, el verde mar punteado de oro de los grandes ojos oblicuos, la nariz ancha, una larga boca en la que las son risas y las muecas de desprecio podrÃan seguirse unas a las otras como el sol y el viento tormentoso. Sobrecogedor, frente a la piel blanca destacaba el cabello, castaño con mechas pelirrojas, peinado hacia atrás desde la frente y colgando hasta la mitad de la espalda. SabÃa, por las grabaciones, que era tan alta como él, esbelta, de largas piernas, de pechos firmes y caderas redondeadas. Vio un espléndido cheongsam: una cinta de cabeza basada en la molécula de ADN, y apenas ningún rastro de sus cincuenta años. SabÃa que los programas médicos sólo justificaban una parte de su juventud. Con los cromosomas selenitas, Lilisaire podrÃa llegar a superar en un cuarto los 120 años predichos para él.
Si los dos sobrevivÃan.
-Saludos, mi dama -dijo en un fluido selenita-. Es muy amable al responderme.
Por alguna razón, ella respondió en anglo. Su voz ronroneaba:
-Tonta serÃa si me retrasase cuando llama la Autoridad de Paz.
Venator cambió a la misma lengua.
-Sabe muy bien, mi dama, que poco poder tengo en su paÃs a me nos que su gobierno me lo conceda. SabÃa que usted puede ser sabia, pero ciertamente amable lo es.
Ella sonrió.
-Una réplica perfecta. ¿Qué de mà desea, agente?
-Una entrevista, si le agrada. Creo que preferirÃa usted que fuese en una lÃnea segura o un encuentro privado.
Las arqueadas cejas pelirrojas se elevaron aún más.
-¿Qué podrÃa tan importante ser?
-Creo que ya tiene usted alguna intuición de lo que podrÃa ser, mi dama.
El voluble rostro mostró cordialidad.
-Quizá la tenga. Ya veremos, capitán... por desgracia no tengo nombre para usted. -El sofotecto, fingiendo ser un robot, habÃa declarado que ése era su rango.
-Mis disculpas, mi dama. Olvidé dar instrucciones al comunicador a ese respecto. -Era cierto, y se sentÃa molesto consigo mismo. HacÃa tiempo que su nombre habÃa dejado de tener sentido para él y empleaba cualquiera que encajase con sus propósitos. Su identidad actual era una función dentro del cibercosmos.
»Venator -dijo, acentuando la penúltima sÃlaba. Repasando las bases de datos, su pasatiempo favorito, habÃa adquirido como una urraca un tesoro de conocimientos. Le divertÃa resucitar esa palabra de una lengua muerta y casi olvidada.
Lilisaire no hizo más preguntas. Probablemente ya muchos terrestres no usaban apellidos, como siempre habÃa sido la costumbre entre los selenitas. Se la imaginó pensando con desdén: pero los terrestres tienen su número de registro. Sin embargo, la mujer siguió en torno cortés.
-Entonces, capitán Venator, ¿desea venir directamente a Zamok Vysoki? Haré que bien recibido se sienta.
-¿Ahora? dijo sorprendido-. PodrÃa tomar un suborbital y en poco tiempo estar ahÃ, pero...
-Si usted, o la Autoridad de Paz, tiene un suborbital disponible en Tychopolis, sus superiores consideran que éste es un asunto muy importante -repuso ella, todavÃa con calma felina-. SÃ, hágalo, y tómese tiempo para disfrutar de la hospitalidad. Le esperaré. -La pantalla se puso en blanco.
Venator permaneció sentado durante unos momentos, recuperando el equilibrio. ¿Cuánto sabÃa la mujer? ¿Cuáles eran sus intenciones... apresurarle, desviarle, o simplemente desconcertarle por diversión?
Si ella estaba atacando, él iba a responder.
Se desvistió con rapidez, se puso bajo el rociador y el secador y se vistió con un ajustado uniforme azul con una insignia de bronce. Después de vacilar, decidió dejar su interconector. No anticipaba que lo fuese a necesitar con urgencia, y no estaba seguro de qué detectores y sondas podrÃa tener Lilisaire en su fortaleza. Cuanto menos descubriese sobre él, mejor.
El sofotecto hizo los preparativos mientras él iba camino del puerto. Un fahrweg le llevó bajo la muralla, fuera de la cúpula. Instalaciones antiguas como aquélla seguÃan en servicio en regiones de me nos prosperidad y población, incluso en la Tierra. TenÃa pocos compañeros de viaje. El vehÃculo le dejó junto a un lanzador ya preparado y programado para su destino. Un tubo pasarela móvil le permitió entrar. Se aseguró a un asiento. Pulsó Adelante.
Contra aquella gravedad, la aceleración electromagnética era suave. En unos momentos caÃa libremente en un arco que lo llevarÃa muy por encima de la Luna y a un cuarto de la distancia de su circunferencia.
El silencio llenaba la cabina. La ingravidez le recordó, un poco, aquel océano de pensamiento en el que habÃa flotado recientemente. Miró por las ventanas. Debajo, las sombras delimitaban una magnÃfica desolación de cráteres y montañas desgastadas. MonorraÃles, torres de transmisiones, colectores solares y emisores de energÃa que relucÃan con brillo metálico estaban desperdigados por el paisaje lunar. Brillaban pocas estrellas en la cubierta negra sobre su cabeza; la luz las ahogaba. Al norte, el sol llegaba al final de la mañana lunar. La Tierra no estaba muy lejos, un diminuto creciente azul sobre un disco negro. Ambos se hundieron mientras él volaba.
Apagó las luces de la cabina y magnificó las estrellas. Su gran número apareció ante él, aumentando a cada segundo a medida que sus ojos se ajustaban. Siguió constelaciones, ErÃdano, Dorado -más allá las galaxias de Magallanes- Cruz del sur, Centauro... Alfa Centauri, donde Anson Guthrie presidÃa sobre las personalidades emuladas y los descendientes de aquellos humanos que habÃan abandonado el Sistema Solar con él... No, los selenitas de aquel grupo no vivÃan en el condenado planeta Deméter sino en los asteroides que orbitaban entre los dos soles...
¿HabÃa sido aquel éxodo el último y mayor logro del espÃritu fáustico? Una retirada después de la derrota no era una capitulación. ¿Algún dÃa, contra toda probabilidad, podrÃa volver a traer su estandarte a casa? ¿Qué aliados tendrÃa? En el Sistema Solar no habÃa muerto del todo. Iba de camino a reunirse con una manifestación viva de ese espÃritu.
Revolución... No, nada tan simple. La Rebelión Lyudov habÃa sido, en todo caso, antifáustica. «¡Reclamar el mundo para la humanidad, antes de que sea demasiado tarde!» Mantener las máquinas sin mente, recrear un orden orgánico, volver a situar a Dios en su trono.
Pero Niolente de Zamok Vysoki habÃa tenido mucho que ver con la provocación de esa convulsión; y Lilisaire abrigaba los mismos resentimientos, y conservaba los grandes sueños.
Un aviso sacó a Venator de su ensueño. El tiempo habÃa pasado más rápido de lo que creÃa. Los jets se activaron, desacelerando.
El vehÃculo y el sistema de control de tierra se encargaron de todo. Era libre para observar. Miró con ansia al frente y hacia abajo. Las imágenes de aquel lugar eran muy comunes, pero pocos terrestres llegaban allÃ. Venator nunca lo habÃa hecho, hasta ahora.
Al este, las montañas se extendÃan hasta un valle en el que serpenteaba una carretera, con la Tierra y el sol justo sobre el horizonte. Al oeste, el castillo se elevaba en toda su altura, oscuras paredes bruñidas a varios niveles, techos inclinados, torres escarpadas, ventanas y cúpulas brillando al reflejar la luz. Era parte del paisaje; el diseño rechazaba los meteoritos y la radiación, contenÃa el aire y el calor. Sin embargo, Venator pensó que un alma gótica lo habÃa levantado. TendrÃa que haber pendones flameando, trompetas sonando, arqueros en los parapetos, fantasmas por las noches recorriendo los pasillos.
Bien, en cierto sentido, por allà caminaban los fantasmas.
El volador alunizó en un pequeño campo tras el edificio. Un tubo pasarela se extendió saliendo de la pared desnuda y besó la esclusa de aire. El cazador entró.
Le esperaban dos guardias. Con los ajustados uniformes negros grabados en plata, las espadas cortas y aturdidores al cinto, le sacaban una cabeza. Los rostros apuestos eran idénticos e impasibles. Le saludaron, la palma derecha sobre el pecho izquierdo, hablando al unÃsono en perfecto anglo.
-Bienvenido, lord capitán. Le llevaremos a presencia de la Guardiana.
-Gracias. -El anglo de Venator era del hemisferio oriental, no del occidental.
Se situó entre ellos.
Fue un largo camino. Un ascensor les llevó hasta un salón en el que la imagen de una vasta planicie metálica era invadida por brumas en las que parpadeaban llamas y se entreveÃan monstruos, silbando o riendo. Pasaron a un invernadero abarrotado de enormes flores de baja gravedad, ultraterrenales en forma y color. Sus olores hacÃan que el aire fuese demasiado rico para ser respirado. Más allá habÃa otro pasillo, que subÃa en espiral, medio iluminado, saturado de música fúnebre. Retratos ancestrales pautaban las paredes; los ojos se movÃan siguiendo a los hombres. Al fondo, una sala abovedada mostraba reliquias que Venator hubiese deseado examinar con mayor atención. ¿Qué historia habrÃa tras ese cuchillo, ese trozo de roca meteórica, ese giroscopio roto, ese cráneo humano con un zafiro en la frente? La siguiente cámara debÃa de ser de uso diario, porque el arácnido mobiliario estaba situado sobre pieles que hacÃan de alfombra; pero el techo era una masa negra que contenÃa una inmensa representación de la galaxia, rotando visiblemente, millones de años pasando en cada segundo, la estrellas naciendo, ardiendo y apagándose mientras él miraba.
Llegaron hasta Lilisaire.
La sala que habÃa elegido era, comparativamente, de tamaño y mobiliario más modesto. Una pared representaba una imagen del lago Korolev, con las olas bajo un viento forzado, una bóveda simulando el cielo azul, un par de voladores deportivos en el aire, con las alas extendidas sobre los brazos. Sobre un estante, una muchacha desnuda de unos veinte centÃmetros, exquisitamente elaborada con un metal brillante como el mercurio, bailaba siguiendo la música grabada de una flauta de Pan. Una mesa contenÃa garrafas, copas, platos de exquisiteces. Lilisaire se encontraba cerca de ella.
Los guardias volvieron a saludar, se dieron la vuelta y salieron. Venator se adelantó.
-Nuevos saludos -dijo con una inclinación, en selenita, usando la forma de deferencia-. Sois ciertamente amable.
Ella sonrió.
-¿Cómo es eso, capitán? -Como antes, ella respondió en anglo. Ãl volvió al lenguaje terrestre. ¿Por qué dejar claro lo bien que conocÃa el de ella? Por cortesÃa, sÃ.
-La tensión... no diré entre nuestras especies, ni siquiera entre nuestras sociedades, mi dama, sino entre su clase y la mÃa. Y aun asà deja usted la intimidad al margen, porque entiendo muy bien lo mucho que la valoran, y me recibe en su hogar.
Ãl tono de ella siguió siendo amigable. -Hasta los enemigos negocian.
-No soy exactamente un enviado, mi dama. Y para mÃ, no es usted mi enemiga. Tampoco son la Tierra ni la Federación Mundial sus enemigos.
La voz se endureció.
-Hable por usted, no por ellos. -¿Quién le desea mal?
-Lo deseen o no, están listos para provocarlo.
-¿Se refiere al Hábitat, mi dama? -preguntó; una redundancia socialmente necesaria.
Ella evadió la ruta directa.
-La Tierra le ha hecho muchas más cosas a Selene. -Pero fue la Tierra la que dio vida a Selene.
Ella rió. El sonido fue breve y bajo, pero de alguna forma astuta lo emitió con todo su cuerpo.
-Tiene usted una forma encantadora de fingir ingenuidad, capitán. Déjeme, entonces, que nos definamos como habitantes de la Luna.
Ãl siguió su indicación, porque su propósito real era explorar la actitud de la mujer.
-¿Puedo hablar con libertad?
-¿No ha venido por esa razón?-murmuró ella. Ahora ella juega a la inocente, pensó él.
-Cuando dice «habitantes», sospecho que quiere decir selenitas, no terranos residentes, ni siquiera esos terranos que son ciudadanos. Y.. si me dice «selenita», ¿se refiere quizá a las familias selenárquicas, a la fraternidad Cordillera, o simplemente las baronÃas? -Intentaba, con cuidado, provocarla.
La mirada verde lo examinó. Las palabras fueron tranquilas pero firmes.
-Me refiero a la supervivencia de la sangre.
Eso no deberÃa haberle puesto a la defensiva, pero se oyó a sà mismo protestar.
-¿De qué forma está amenazada su vida, su propiedad o cualquier cosa que le pertenezca?
-Lo está mi linaje. Ustedes se proponen extinguir a los selenitas. El impacto fue ligero pero real.
-¡Mi dama!
Lilisaire extendió los dedos, el encogimiento de hombros selenita. -SÃ, claro que los queridos y tontos polÃticos que se creen que gobiernan a la humanidad no piensan tal cosa, en la medida en que piensan algo. Sólo ven ante ellos los egos hinchados de prestigio que serán suyos por abrir la Luna a los terranos.
-Las ganancias no serán para ellos-argumentó él-. Las gentes que vendrán serán valientes, con iniciativa. ¿Qué nueva obra se ha hecho aquà en el último siglo? Construirán como lo hicieron sus antepasados, ciudades, cavernas, vida... rehacer la Luna de nuevo.
Porque ésos eran los inquietos, los fáusticos latentes, pensó por enésima vez. Sus vidas en la Tierra eran vacÃas, no les quedaba nada por hacer que tuviese sentido, y su energÃa y furia se volvÃan problemáticas. Se preguntaba si la Teramente misma habÃa concebido ese medio, el Hábitat, para reunirlos donde pudiesen consumir sus energÃas en tareas contenidas y controladas... y con el tiempo llegar a domesticarse.
-Nos inundarán-dijo Lilisaire-, pronto nos superarán en votos, y siempre se reproducirán más rápido que nosotros.
-Nada impide que los selenitas compitan con ellos en ese aspecto -dijo Venator con sequedad.
Excepto, pensó, por la falta del impulso de reproducción de su propia especie, falta que habÃa llevado a la Tierra al borde de la catástrofe, que apenas habÃa sido controlada, y seguÃa siendo una fuente de descontento y malestar. El Hábitat darÃa a los que se beneficiasen de él cierta válvula de escape, durante algunas generaciones. Los selenitas no habÃan sido nunca muy fecundos. ¿Por qué? ¿Era algo cultural o tenÃa una base genética? ¿Quién lo sabÃa? En esos momentos, ¿quién lo sabÃa? Se puede hacer un mapa del genoma, pero el mapa no es el territorio, ni tampoco revela lo que sucede bajo la superficie. Ãl suponÃa que el efecto era indirecto. La gente arrogante, de mucha voluntad, no deseaba soportar la carga de muchos hijos.
Una vez más, Lilisaire rió.
-¡Al fin, una disputa agotada mil veces muestra un lado nuevo! -Continuó con ligereza-: ¿La dejamos que patalee? Sea bienvenido, capitán, como una presencia nueva en una vieja casa. ¿Le apetece tomar algo?
Se habÃa acostumbrado a los cambios de humor de los selenitas. -Gracias, mi dama.
Ella sirvió, un sonido claro sobre las flautas de Pan, le dio una copa de cristal tallado y levantó la suya. El vino resplandecÃa dorado. -Uwach, yei-brindó ella. Significaba más o menos «Arriba». -Serefe-respondió él. Chocaron los bordes.
-¿Qué lengua es ésa? -preguntó ella. -Turco. «En su honor.»-Bebió. Era glorioso.
-Entonces ha viajado mucho... y, creo, tanto en persona como en vivÃfero y quivira.
-Es mi deber-dijo sin darle importancia. -¿A qué variedad pertenece?
Momentáneamente se quedó asombrado, pero luego entendió lo que querÃa decir.
-Nacà en el extremo sur de Ãfrica, mi dama. -Una tierra dura y hermosa, por lo que he visto. -Era pequeño cuando la dejé.
Si tienes el potencial sinnoiótico, debes desarrollarlo desde la tierna infancia o desaparece. Su mente regresó a los sacrificios que habÃan hecho sus padres -su madre renunciando a su carrera, su padre, pastor de la Iglesia Cosmológica Cristiana, viéndole perder poco a poco a Dios-para estar con él en el jardÃn Cerebral de Santa Helena, dándole un poco de vida familiar mientras crecÃa para convertirse en algo extraño. Pero los padres siempre se habÃan entregado, junto con sus hijos, a algo mayor. La historia sabÃa de los aprendices de chamán, del profeta Samuel, de Dala¡ Lamas, de monjes menores de muchas confesiones, sÃ, muchachos convertidos en eunucos porque sólo asà podÃan avanzar en el servicio al emperador...
-Vuelvo de vez en cuando.
Era realmente hermosa, aquella reserva en la que caminaban los leones y la hierba se agitaba dorada bajo el viento.
No debÃa permitirle seguir con ese tema. Lilisaire parecÃa pensativa. ¿Cuánto sabÃa o cuánto suponÃa? Fue un alivio cuando dijo: -Quizá debiéramos tratar lo que le ha traÃdo aquÃ, para más tarde ponernos cómodos. Creo que me gustarÃa mostrarle mi morada. -Será fascinante -contestó él, y no era una mentira, aunque sabÃa que no verÃa nada que ella no quisiese que él viese.
-Usted y sus... ¿camaradas menores? -¿qué suponÃa ella de su verdadera posición, no la de un simple capitán entre detectives sino un pragmático de rango determinador?- han investigado a Caraine y Aiant, asà como a otros de la vieja sangre. -¡Lo habÃa descubierto con rapidez!-. Ahora me toca a mÃ, ¿no? -Su mirada podrÃa haber parecido cándida-. Bien, conciso y claro, no sé nada de ninguna trama para desbaratar el Hábitat. Cierto, no esperarÃa que yo lo admitiese. Por tanto, déjeme decirle que algo asà serÃa fútil, estúpido. La misma Niolente al final no pudo contener a la devoradora Federación.
A pesar de sus resistencias, intrigas, rebeliones y desafÃo final armado, no. Venator querÃa decir que el colapso de la SelenarquÃa soberana, el establecimiento de la República, su unión a la Federación Mundial y las leyes del Pacto no eran sólo el resultado de las presiones polÃticas y económicas. En el fondo, era una fuerza moral. Cuando Rinndalir se fue con Guthrie y Fireball empezó a desintegrarse, el corazón de muchos selenitas se paró. Niolente habÃa luchado muy sola.
Pero...
-No vamos a rascar viejas heridas, ¿verdad, mi dama? La sonrisa de Lilisaire podÃa ser injustamente seductora.
-Es usted un hombre inteligente, capitán. PodrÃa llegar a gustarme.
-Ciertamente no la acuso de nada ni sospecho que haya hecho algo ilegal -se apresuró a decir-. Simplemente, digamos, estoy confuso, y esperaba que pudiese iluminarme un poco.
-Pregunte. -Hizo un gesto-. ¿Nos sentamos?
Eso significaba mucho más en la baja gravedad de Selene que en la Tierra. Ãl se acomodó en el diván frente a la mesa. Ella se unió a él. Ãl era demasiado consciente de su cercanÃa. ¿Un perfume de feromonas? No, ciertamente nada tan crudo, y tan limitado en su poder.
-Coma -le incitó ella.
Ãl mordisqueó un canapé de huevos de codorniz y caviar. Ese refinamiento le avergonzaba.
Se aclaró la garganta.
-Mi servicio ha encontrado pistas de algunas actividades en el espacio profundo -dijo-. Probablemente con base en los asteroides, pero no estamos seguros.
MentÃa. No sabÃa nada de eso, a menos que se contase la amarga resistencia al gobierno de la Federación que habÃa muerto con Niolente, la antepasada de Lilisaire. El servicio habÃa estado siguiendo los pasos de esta mujer tanto como le era posible porque sabÃa que se oponÃa a la mayorÃa de los fines de la Federación, y era peligrosa. Descubrieron que habÃa estado rebuscando en todos los registros y bases de datos a su disposición, y algunas de sus indagaciones habÃan llegado hasta cerca del asunto Proserpina. Si ella lo descubrÃa, podrÃa ser mortal. Y ahora habÃa hecho volver a Ian Kenmuir del espacio.
-No es necesariamente ¡lÃcito -siguió diciendo Venator-, pero no está declarado, y es aparentemente secreto. Si va a tener alguna consecuencia, naturalmente el gobierno quiere tener información.
-Sà -dijo ella en voz baja-, para alimentar a los modelos informáticos, para coordinarlo también en sus sosas estructuras socioeconómicas.
Ãl oyó pero ignoró el veneno.
-Ya que tiene negocios ahà fuera, mi dama-todos los colonos de los asteroides eran selenitas, que podÃan tolerar la baja gravedad-, me preguntaba si sabrÃa algo.
La voz se hizo burlona:
-Si la actividad es secreta, ¿cómo voy a saber algo?
-No digo directamente. Alguien puede haber notado algo y habérselo mencionado, de forma accidental.
-No. Estoy demasiado alejada de esas regiones. He estado demasiado tiempo lejos. -Y añadió con más intensidad-: SÃ, demasiado tiempo lejos.
¿Porque debÃa permanecer allà para dirigir una guerra?
-Una tonta esperanza mÃa, sin duda-dijo él-. Y todo el asunto puede ser un error, una interpretación errónea por nuestra parte. -Sà era una farsa. No tenÃa esperanzas reales de sacarle algo. PerseguÃa in tangibles, personalidad, rasgos, amores, odios, fuerzas, debilidades, a ella como persona viva-. Le agradecerÃa mucho que buscase en sus recuerdos; haga una búsqueda en sus ficheros personales, lo que pueda encontrar que sea relevante.
-Ciertamente tengo recuerdos. Pero debe decirme más. Hasta ahora ha sido muy impreciso.
-Estoy de acuerdo. -TenÃa detalles especÃficos que ofrecerle, detalles inventados que podrÃan ser convincentes.
-Mejor que los repasemos tranquilamente. -Le tocó la muñeca con los dedos. Sonrió-. Adelante, apenas ha probado el vino, y es un orgullo de mi casa. Conozcámonos. Hábleme de su infancia africana...
DebÃa ser cuidadoso, cuidadoso. Pero con una mente como la de Lilisaire, no deberÃa ser muy difÃcil alejar la conversación de detalles triviales que pudiesen comprometerle.
Pasó el ciclodÃa. Bebieron, hablaron, pasearon, cenaron y siguieron a partir de ahÃ.
Para él, la actividad sexual habÃa sido un ejercicio deseable ocasionalmente por motivos de salud. Descubrió lo contrario.
A la mañana siguiente, ella le dijo adiós, frÃa como una fuente de montaña. Ãl apenas fue consciente del vuelo de vuelta a Tychopolis. No fue hasta después de estar en unidad y aclararse la cabeza que vio que ella no le habÃa dicho nada importante, y que él, en cambio, podrÃa haber dejado escapar un par de cosas.
Durante un rato, incluso habÃa considerado que podrÃa haber algo justo en el bando de Lilisaire. Pero no. A largo plazo, el de ella era el fuego que habÃa que apagar. En el futuro cercano... bien, los terranos habÃan dado vida a la Luna, empezando antes de que hubiese selenitas. TenÃan sus propias demandas, sus propios derechos, sobre ese mundo, ganados para ellos cientos de años antes por gentes como Dagny Beynac.
4
La madre de la Luna
El gran meteorito que habÃa abierto el Cráter Tycho habÃa sido más rico en hierro y nÃquel que la mayorÃa de los de su clase. Los fragmentos estaban esparcidos, enterrados a poca profundidad bajo la regolita. Los mayores, condritas fusionadas por el impacto, se convirtieron en depósitos minerales como habÃa pocos en la basáltica Luna sin atmósfera. Cuando la expansión de las operaciones exigió una base en la cara visible del hemisferio sur, habÃa muchas razones para establecerla en Tycho.
Dagny Ebbesen ayudaba a construirla cuando su jefe la envió a la veta de Rudolph.
-Le hemos prometido a los trabajadores mejores alojamientos -le explicó Petras Gedminas-. Será una construcción estándar, pero asà ganarán experiencia en la dirección de un trabajo. -Hizo una pausa-. No. Estamos muy lejos de la fase en la que una tarea es estándar. Espera lo inesperado.
El aviso era innecesario. Dagny lo habÃa aprendido bien a lo largo de dos años. Un ingeniero de habitáculos, no importa lo novato que fuese, debÃa saber un poco de todo.
Tres ciclodÃas después de llegar a la mina, como una décima parte de un dÃa lunar, aconteció el desastre.
Un vehÃculo de campo acababa de entrar. Llamando por adelantado, el conductor se habÃa identificado como Edmond Beynac, de regreso con su ayudante de una expedición. Deseaban algo de descanso y compañÃa antes de continuar. Dagny estaba ansiosa por conocer al geólogo. Sus informes habÃan sido muy importantes para la construcción, mostrando dónde podÃa confiarse en la roca, de qué forma y cuánto. Más aún, sus descubrimientos y análisis habÃan cambiado muchas ideas sobre todo el globo. Eso sin contar la aventura, ¡avanzando y contemplando por donde ningún humano habÃa caminado antes!
Eran las 21.30, a mitad del turno de tarde. Su equipo trabajaba constantemente, durmiendo por turnos, para acabar antes de que el sol se situase tan alto que el calor y la radiación les impidiese poder salir. Algún dÃa, pensó, la tecnologÃa eliminarÃa ese inconveniente (sÃ, y además harÃa algo con respecto al maldito polvo, pegajoso y que lo manchaba todo). Se sentÃa cansada hasta en los huesos. Pero sin embargo, a los veintidós años, bajo un sexto de la gravedad terrestre, podÃa ignorarlo. PodÃa perderse en lo que hacÃa y en lo que sentÃa.
Su proyecto no era todavÃa más que un montón de excavaciones, estructuras, sistemas de soporte vital y de energÃa medio instalados, hombres y máquinas intrincadamente ocupados. Las grandes pilas de suministros empequeñecÃan los refugios. A alguna distancia, el campamento original se agrupaba en bóvedas y colmenas no mucho mayores; la mayor parte del espacio vital estaba bajo tierra. Allà la centrifugadora permanecÃa ociosa. Los mineros estaban descansando, excepto por dos o tres que vigilaban el equipo que realizaba las tareas pesadas, cavando, rompiendo y cargando. Eso era dos kilómetros al este, casi en el horizonte. El sol, las sombras y el polvo levantado lo oscurecÃan; de vez en cuando parpadeaba un trozo de metal.
Los esbeltos pilones del funicular se veÃan claramente. En doble fila, muy separados, salÃan del pozo, pasaban a unos cien metros de ella y se desvanecÃan en el borde sur de su campo de visión. Los cables formaban delgadas rayas sobre el negro. Acababan de llenar una góndola con mineral y ahora se elevaba para colgar suspendida. El cable volvió a entrar en movimiento. La góndola comenzó su viaje por el cielo como una araña colgando de su hilo. Se dirigÃa a entregar su carga a los constructores de Tychopolis, que refinarÃan y usarÃan el metal. Ellos a cambio enviaban lo que los operarios necesitaban. Aquél era el medio más económico de transporte masivo, dado el limitado número de vehÃculos y lo accidentado del suelo del cráter.
Accidentado ciertamente: collados, salientes, cantos, agujeros, grietas, hendiduras, y una planicie oscura y confusa. Tras la mina, las murallas superiores de un segmento de la pared del cráter aparecÃan a la vista. El sol apenas las habÃa tocado y permanecÃan de un negro sin rasgos, la sombra como un pozo de alquitrán. En el resto, sombras menores rayaban la piedra. Las estrellas se ahogaban en el brillo. Manchados trajes espaciales blancos, distintivos e identificaciones de vivos colores, se volvÃan diminutos en medio de las tinieblas.
La Tierra, sin embargo, dominaba el cielo al norte. Menguada ligeramente más allá de la media fase, sus curvas delineadas como mármol azul y blanco, un manchón ocre que era la Tierra, una luz que permanecÃa durante un momento después de apartar la vista como un sueño puede permanecer al despertar. La Tierra era gloria más que suficiente. Debajo sólo habÃa quietud. Sin aire, el sonido muere sin nacer. En ocasiones, el receptor de Dagny emitÃa una voz, pero el trabajo se realizaba sobre todo en silencio, la habilidad corriendo contra el tiempo.
Lo único que oÃa era el aire correr en su reciclador y por su nariz, y también la sangre en los oÃdos.
-Encárgate tú -le dijo a Joe Packer, su segundo, y fue hacia el vehÃculo de campo.
Cabina y laboratorio estaban equipados para viajar cientos de kilómetros sin recargas y mantener la vida durante semanas. Sobre sus ocho enormes ruedas, ganaba en altura a la bóveda principal al lado de la cual habÃa aparcado. Mientras se aproximaba, una escalerilla cayó a tierra y se abrió una compuerta exterior. Los nuevos edificios permitirÃan el acceso directo, esclusa de aire a esclusa de aire, pero por el momento los visitantes tenÃan que atravesar la entrada.
Dagny se apresuró. Adaptada desde hacÃa tiempo, se movÃa dentro del traje espacial casi con tanta facilidad como con un mono, a zancadas de baja gravedad, alegremente ligera. Una figura vestida de forma similar apareció sobre la escalera.
-¡Hola! -gritó ella-. ¡Bienvenido! El suelo se agitó bajo sus pies.
La violencia subió por sus botas y cuerpo como un trueno.
Casi se cayó. El traspiés la hizo mirar hacia el sol. El casco se oscureció para salvarle los ojos y vio su disco empalidecido en medio de una ceguera repentina. Recuperó el equilibrio, le volvió la visión, miró hacia el norte.
Una nube se elevaba en lo alto del horizonte septentrional. Se elevaba y elevaba, turbulenta y cenicienta, volviéndose gris hacia los bordes, una mancha sobre la Tierra. Las chispas saltaban en sus largas parábolas, como si cayesen las estrellas.
¡El choque de un meteorito! Aquello era material expulsado, rocas lanzadas, metralla. Los soldados bajo el fuego se echaban al suelo... No. Cuando venÃa del cielo ofrecÃas un blanco menor si te quedabas de pie. Y no debÃas correr.
La banda de visión trasera le llamó la atención. Se dio la vuelta para mirar directamente. Cerca del pilón más próximo a ella, la góndola cargada se balanceaba en arcos cada vez más amplios. La columna se estremeció. Varios metros más allá, una roca chocó, provocó su pequeña nube de polvo y cavó su pequeño cráter. Otra chocó contra un canto, rebotó y pasó volando peligrosamente bajo sobre la regolita.
El polvo empezó a caer. Una renovada ceguera cayó con él. Dagny sintió impacto tras impacto en algún lugar duro. Se enderezó rápidamente y buscó en la bolsa el trapo de limpiar. Quizá era para alejar el pánico que la atenazaba: las articulaciones amplificadas en los trajes espaciales estaban bien, eliminaban lo malo de la presión interior, pero ¿cuándo iban a desarrollar los ingenieros amplificadores táctiles para los guantes que te permitiesen sentir lo que hacÃas?
La Luna acelera con lentitud los objetos que caen, pero tampoco tiene atmósfera para frenarlos. En un minuto, sesenta segundos mortales, el bombardeo local habÃa terminado y pudo limpiarse el visor.
El alivio le llegó de pronto, un jadeo, una flaqueza en las rodillas como si fuese a caerse. ParecÃa que nada peor que el polvo habÃa llegado al campamento minero. Bien, por supuesto que las probabilidades siempre habÃan estado a favor, o la operación hubiese sido imposible, aunque nadie esperaba que algo tan grande cayese en las proximidades... Su mirada se dirigió hacia delante y se detuvo. Contuvo un grito.
El pilón estaba deformado. El cable aguantaba, pero estaba tenso e inmóvil, y el motor de ese lado seguramente estaba muy dañado. La góndola estaba de lado, a tres metros de distancia. Sus frenéticos giros la habÃan abierto y el contenido estaba esparcido por todas partes. Trozos metálicos cubrÃan todo el lugar de trabajo de Dagny.
Alguien gritó, un sonido ronco e irregular de agonÃa. Se rompió el pesado silencio; de pronto la radio empezó a llenarse de ruidos. Dagny activó su transmisor a toda potencia.
-¡Un momento! -Hizo que su voz superase a todas las demás-. ¡Callaos! ¡Tenemos cosas que hacer!
Mientras tanto se volvió hacia la escena. Una débil voz en su interior se preguntó cómo se atrevÃa a tomar el mando, ella que nunca se habÃa enfrentado a nada similar. Las clases y las simulaciones de la academia le parecÃan irreales. Pero el liderazgo y el deber eran suyos. Enseguida estuvo demasiado ocupada para las dudas y los temores. -Nombre, por números.
Le contestaron uno tras otro. Janice Bye estaba muerta, su casco se habÃa roto, y ofrecÃa un rostro fantasmal bajo la larga luz del sol. Dos personas parecÃan sufrir una fuerte conmoción emocional; permanecÃan tiradas y temblaban. Y Joe, Joe Packer estaba de espaldas, con la pierna derecha enterrada bajo un montón de fragmentos pesados. Dagny se arrodilló a su lado. Después del primer aullido animal, el hombre se habÃa quedado en silencio, exceptuando la respiración entrecortada. TenÃa la piel más gris que marrón, cubierta de un sudor que brillaba como el rocÃo. Sobre ese fondo, los ojos eran de un blanco intenso alrededor del iris y la pupila dilatada. ¿Los teñÃa la Tierra ligeramente de azul? Dagny le agarró las dos manos con las suyas.
-¿Cómo estás, Joe? -La pregunta surgió firme. Ãl luchó por conseguir el mismo control.
-Como si me ahogase -murmuró-. No duele... mucho... ya no... pero estoy mareado y.. oh...
La pernera del traje espacial debÃa de estar rota, decidió, probablemente en la articulación de la rodilla. El aire se habrÃa escapado, más de lo que el tanque de reserva podÃa reponer, antes de que la pasta fluyese y se endureciese para cerrar un agujero de ese tamaño. Falta de oxÃgeno además del trauma; el corazón podÃa fallarle en cualquier momento. -Greenbaum, busca una botella de aire y un enganche dijo Dagny. TenÃa que decirle a cada uno qué hacer exactamente, o chocarÃan entre ellos-. Royce, Olson, atended a Etcheverry y Graf. -Los casos de conmoción-. Los demás, palancas, palas, quitadle esta mierda a Joe. ¡Con cuidado!
-Maldita sea, a un lado-oyó. Era un bajo retumbante, sorprendente como el de Anson Guthrie pero con acento. En la pantalla trasera vio a su interlocutor acercarse. DebÃan de ser los geólogos. Nadie del campamento principal o de la mina podÃa haber llegado tan rápido. No podÃa permitir que cualquiera se entrometiese.
-¿Qué quieren?-exigió Dagny.
-Sacre putain de 1'archevéque anglais! Se morirrá sin airré. Ãchese a un lado. -El recién llegado se agachó, la agarró por los antebrazos, la levantó y la dejó a un lado.
Dagny se tragó la furia. Edmond Beynac, tenÃa que ser él, sabrÃa mejor que ella cómo manejar ese tipo de emergencia. Y sÃ, su compañero traÃa un tanque con un enganche. Desde lo alto de la escalera probablemente habÃan visto lo sucedido, habÃan pensando en lo que serÃa necesario y lo habÃan recogido. Jesús, eso era pensar rápido.
Los dos hombres se agacharon a ambos lados de Packer y se pusieron manos a la obra con habilidad.
-Greenbaum, ya no importa, vuelve y ayuda -Dagny recordó decir.
De pronto Beynac se puso en pie. El equipo se reunÃa con todas las herramientas. Dos hombres empezaron a apartar las rocas.
-¡AsÃ, no, imbéciles! -rugió Beynac-. ¡Maldita sea! Los trozos podrÃan rodar sobre él. Comme ci. -Arrancó una barra de las manos más cercanas e hizo una demostración.
SÃ, pensó Dagny, las cosas eran diferentes en Selene, una gravedad menor implicaba menos fuerza de fricción y.. Oyó un murmullo de resentimiento.
-Obedecedle -ordenó-. Ahora es el jefe.
Era evidente que los hombres del pozo habÃan recibido órdenes de quedarse y lidiar con los daños, pero empezaban a llegar los primeros del campamento. Dagny fue a organizarlos. Luego volvió con Packer, que habÃa sido liberado y estaba en brazos de Beynac.
-Lo llevaré al vehÃculo y le darré primeros auxilios -le dijo el geólogo-. Quisá entonces los médecins... los médicos puedan salvarle la pierna. -Sin esperar confirmación, se alejó por el cráter lunar.
Fueron cuatro los reunidos en la oficina principal. PertenecÃa a Miguel Fuentes, jefe de operaciones en Rudolph. Dagny Ebbesen estaba allà como supervisora de coordinación y a Edmond Beynac se le habÃa invitado por su experiencia. El cuarto era Anson Guthrie. Hablaba desde la Tierra por medio de una imagen en el telemonitor que habÃa sobre la mesa.
Oficialmente, no tenÃa nada que hacer allÃ. La mina, como Tychopolis y casi todo lo demás en Selene, era una empresa de un consorcio internacional bajo supervisión de las Naciones Unidas. Pero Fireball era el contratista para todos los consorcios, y no sólo para los servicios de transporte espacial. Además, aquélla era una evaluación preliminar informal.
-La investigación del gobierno tardará meses y fastidiará más a los contribuyentes que el coste de las reparaciones -predijo-. Lo que podemos esperar hoy es llegar a las mismas conclusiones que ellos y planear con eso en mente.
-¿Qué planes hay que hacer? -preguntó Fuentes-. Un meteorito de semejante tamaño es ya de por sà un acontecimiento raro, y luego fue sólo casualidad que chocase tan cerca del personal. No podemos permitir que un accidente asà nos detenga, ¿no? ¿O son los polÃticos realmente tan estúpidos?
Hizo la señal de espera con tres dedos en dirección al holograma, y todos se mantuvieron en silencio mientras las ondas de radio recorrÃan el espacio y volvÃan. Dagny fue consciente de lo pequeña que era la habitación, lo llena de aparatos que estaba, la sensación de pequeñez aliviada sólo por un par de imágenes chillonas colgadas de las paredes... escenas de Florida, supuso, de una exuberancia patética en un lugar como aquél. El reciclador de aire tenÃa algún tipo de problema que daba al flujo que salÃa del ventilador un cierto aroma metálico. Deseaba estar fuera.
-Los polÃticos no son necesariamente más estúpidos que nosotros, incluyendo a los presidentes de la junta de accionistas-dijo Guthrie-. He estudiado los informes preliminares. La roca no era tan grande ni es taba tan cerca como para causar tanto daño. Es evidente que encontró un fallo de diseño; pero pensábamos que habÃamos diseñado para la peor eventualidad posible, ¿no? ¿Qué pasamos por alto? Si podemos descubrirlo rápidamente, y también cómo arreglarlo, sabremos qué contarle a la comisión. Luego podrán tomarse todo el tiempo que quieran, mientras nosotros hacemos lo que sea necesario. -Se acarició la barbilla-. Vosotros sois los que estáis ahÃ. ¿Alguna idea?
Dagny miró a Beynac al otro lado de la mesa. Descubrió que le gustaba hacerlo. TenÃa unos treinta años, suponÃa ella, y era un poco más alto que ella y fuerte, con una larga cabeza, cara cuadrada, nariz recta, mejillas prominentes, pelo marrón espeso, ojos verdes. No exactamente guapo, no. Pero cómo irradiaba masculinidad.
-Usted es el geólogo, doctor Beynac. -dijo con cuidado, porque su comportamiento anterior parecÃa indicar que era fácil hacerle enfadar-. ¿PodrÃan tener propiedades poco comunes las rocas locales?
-No. Yo mismo investigué la zona hace dos años. Cuando se encontró el depósito, un estudiante mÃo, un joven competente, hizo un estudio más preciso. Si hubiésemos advertido posibles problemas, habrÃamos hecho las recomendaciones oportunas. -Al no estar sometido a presión, hablaba inglés con acento sólo en las vocales y el ritmo.
-Por supuesto erijo ella-. Pero me refiero a ondas sÃsmicas. ¿Cómo se transmiten en esa zona?
-¿Hein? Los movimientos sÃsmicos lunares son insignificantes, sólo de interés cientÃfico.
-Lo sé. Pero me preguntaba cómo pudo llegar la onda del impacto.
-No con la suficiente intensidad para derribar nada -contestó él-. Lo vio.
Dagny se encabritó.
-SÃ. También vi lo que se rompió. Algunas fuerzas tuvieron que ser responsables. ¿De dónde vinieron? Del impacto. ¿Cómo llegaron allÃ? Por el suelo. -Impulsiva-: Eso deberÃa ser evidente para todos. Ãl no estalló. En su lugar, su mirada se hizo más atenta.
-¿Tiene una hipótesis?-murmuró.
-Una bonita palabra para una suposición loca -admitió Dagny-. Pero he estado pensando. ¿Qué tal suena esto?-Se dirigÃa también a Fuentes, y especialmente a Guthrie-. Una frecuencia de resonancia hace que ese pilón en particular vibre. Eso a su vez envÃa una onda por el cable y hace que la góndola se comporte como un péndulo. Si debajo habÃa una capa de rocas que resonase con el impacto, el impulso podrÃa repetirse y las oscilaciones serÃan cada vez mayores.
Beynac se enderezó de un golpe.
-¡Pardieu! -exclamó-. Creo que quizás... -Se echó hacia atrás, con los ojos medio cerrados-. Quizá. Déjenme pensar si eso es posible. Una componente transversal... -Se retiró a su cerebro.
-La probabilidad es ridÃcula-objetó Fuentes-. El sistema hubiese tenido que tener la carga y la configuración justa en el momento exacto.
Dagny asintió.
-Claro. Lo que propongo es un caso aún peor de lo que nadie ha imaginado. Es simplemente que no tengo una idea mejor. ¿La tiene usted? Tendrán que recoger datos, hacer pruebas de laboratorio y utilizar modelos informáticos para comprobarla. Pero quizá hoy Beynac pueda decirnos si vale la pena hacerlo.
Las palabras de Guthrie se superpusieron a las últimas de ella. -Maldición, ¡creo que lo has agarrado por el rabo! ¡Muy bien, chica! -Su sonrisa y el guiño añadÃan: Cómo desearÃa poder jactarme de ti, nieta mÃa-. Y si tienes razón, no tenemos de qué preocuparnos. PodrÃa sacar cientos de escaleras reales jugando al póquer antes de que esas condiciones se repitiesen.
Beynac se agitó, volvió a abrir los ojos y habló entre dientes. -No es cierto, señor. -No estando dispuesto a esperar por el retraso en la transmisión, siguió hablando-: Sà en ese accidente en particular. Debo hacer el análisis, pero creo hoy que la señorita ingeniero Ebbesen tiene razón en lo básico. Sin embargo, me interesan los meteoritos. El objeto era miembro del Enjambre Beta Táurida. La precesión orbital lo está convirtiendo, una vez más después de varios siglos, en una amenaza. Consideren lo que acaba de suceder como una advertencia. Todos los meses de junio, cierren las operaciones polares desde la salida hasta la puesta del sol.
Fuentes se puso rÃgido.
-¡Un minuto! ¿Sabe lo que significará eso? Beynac se encogió de hombros.
-¿Y? Yo soy un cientÃfico. Hago mis honradas recomendaciones. Los costes son su departamento.
Deferente, sin ser servil. Fuentes pidió una pausa para Guthrie.
El señor de Fireball mostró su sonrisa extrañamente encantadora. -Thank you -dijo-. Yo también me he estado preocupando por ese asunto durante una temporada. Hágame un favor y no convoque una conferencia de prensa inmediatamente, ¿vale? Recogeremos los datos, las cifras y los cálculos, y lo haremos público. Es muy importante. Los impactos mayores son una amenaza también para mamá Tierra. Los dinosaurios lo aprendieron por las malas; y si el objeto de Tunguska hubiese golpeado horas después, hubiese destruido la mayor parte de Bélgica.
Beynac miró la imagen con respeto renovado.
-PodrÃa ser que la especie humana sacase algo del impacto de Rudolph-siguió diciendo Guthrie-. PodrÃamos conseguir apoyo para una patrulla espacial que siguiese a los meteoroides, y que desviase o destruyese a los mayores. -Rió-. Fireball se presentará al concurso de ese contrato.
-Otra razón para que los humanos ocupen la Luna -dijo Beynac en voz baja, sorprendiendo a Dagny.
Recordó otras muchas razones.
EnergÃa. Colectores solares Criswell orbitando el globo para enviar a la Tierra energÃa eléctrica limpia y barata, casi ilimitada.
Ciencia. AstronomÃa en la cara oculta, una plataforma estable, un escudo del tamaño de un planeta contra las interferencias de radio y la contaminación luminosa. QuÃmica, biologÃa, fisiologÃa y agronomÃa bajo condiciones únicas e interesantes. ¿Quién podÃa predecir qué más? Industria. En ese momento, especializada y pequeña. Con el tiempo, gigantescas factorÃas de todo tipo, sin estar rodeadas de ninguna biosfera vulnerable, los productos enviados con facilidad al mundo materno en contenedores aerodinámicos que descenderÃan con suavidad hasta su destino. O que serÃan enviados al espacio profundo...
Astronáutica. Construyendo la flota y alojándola, al menos hasta que la humanidad hubiese echado raÃces en otra parte. Y el futuro. SÃ, la Luna era pobre en elementos pesados, no tenÃa aire, ni agua; pero riquezas asà aguardaban sin lÃmites en los asteroides y los cometas, junto con el dÃa en que ya no fuese necesario arrancarlos de la Tierra viva. Aventura, descubrimiento, hazañas que realizar y canciones que cantar.
-¡Lo haremos! -gritó.
Se le calentó la cara. Aquélla era una reunión de negocios. ¿Por qué no habÃa sentido la llegada de un estallido tan infantil y lo habÃa suprimido? Fuentes, ese hombre tan correcto, parecÃa algo avergonzado. La imagen de Guthrie todavÃa no habÃa podido demostrar ninguna reacción. Ella suponÃa que sonreirÃa indulgente y seguirÃa con la conversación. Beynac... Beynac la miraba. Y sonreÃa.
-Muy bien, mademoiselle-dijo.
5
La luz del sol penetraba desde arriba y se dividÃa en un millón de brillos danzarines. El mar era de azul zafiro, azul turquesa, azul cobalto, amatista, oleadas y remolinos sobre un amplio y suave mar de fondo. Susurraba y retumbaba, los sonidos tan delicados como el viento y tan profundos como el mismo mar. Al este, un banco de cúmulos se elevaba blanco sobre una delgada franja que era tierra. En todas las otras direcciones, hasta donde alcanzaba la vista, sólo se veÃan colores en movimiento, y sólo se apreciaban olores de sal y aire.
Entonces, el dÃa se tornó oscuro. Durante un momento, Aleka sólo fue consciente del eidófono que tenÃa frente a ella, las imágenes en su pantalla y la furia de sus altavoces. La conciencia completa regresó, pero el calor y el brillo que la bañaban se detenÃan en su piel.
Una pequeña pérdida, un pensamiento casual. Ya habÃa estado de un humor mucho peor, mientras se dirigÃa a su cita.
El tiempo era como un tiburón a su espalda. Se puso en pie de un salto y se inclinó por el lado de babor.
-Ka'eo-gritó-. ¡Hele mail ¡A bordo, áwiwi!
Su compañero salió del agua y saltó sobre la borda baja. El bote se inclinó. Volvió a su posición cuando el cuerpo se deslizó por la cubierta hacia el centro, delante de la cabina donde estaba ella.
-Káohi mai'oe -le advirtió: agárrate rápido. El nadador metió las aletas delanteras en un par de anillas sujetas a la estructura. Su lustrosidad oscura goteaba y relucÃa.
HabÃan estado avanzando a cuatro o cinco nudos, porque Aleka no tenÃa prisa por encontrarse con esa gente que la esperaba. Hizo que el barco saltase. En un minuto estaba planeando, arriba y abajo en sal tos de águila, hacia delante al galope de un unicornio. El motor ronroneaba tranquilo, siendo casi la mitad de eficaz que el impulsor de plasma
de una astronave, pero el aire rugÃa alrededor de la pantalla de hialón que tenÃa frente a ella.
A través de la pantalla, la mirada marrón lÃquida de Ka'eo se encontró con la de la mujer. Ãl ladró y gruñó lo suficientemente alto para que ella lo entendiese. El lenguaje era básicamente anglo, con muchas palabras tomadas prestadas del japonés y el hawaiano, y cierto número, que parecÃa mayor cada año, que eran puramente de la Keiki Moana. Pero ninguna boca humana hubiese podido dar forma a esos sonidos.
-[¿Qué nos apresura, hermana de juramento?]
Aleka tocó un disco en el panel del piloto y un rayo portador supersónico le dio la respuesta, clara a través del alboroto, en la versión que hablaba ella de la misma lengua.
-Una lucha entre los inspectores y algunos kauwa. Al menos dos muertos. -Miró la transmisión en la pantalla plana, diminutas imágenes, gritos que apenas podÃa oÃr entre el estruendo de su velocidad.
A sus ojos, el rostro de la foca no cambió, exceptuando los bigotes, que se pusieron erguidos en el hocico y los colmillos que relucieron brevemente. En ocasiones se habÃa preguntado qué leÃan los de su especie en las expresiones móviles de ella. Quizá eran demasiado extraños para que un juego de expresiones humanas significase algo. Sintió horror en su tono.
-[Es malo, malo como una orca. ¡Habla con ellos, hermana mÃa! ¡Haz que se detengan!]
Como una locura le vino a la mente otra pregunta, ¿de dónde provenÃa esa expresión? Los cetáceos asesinos no aterrorizaban aquellos mares. Sin duda, la Keiki Moana las habÃa visto en programas documentales y demás, pero ¿por qué su nombre habÃa entrado en el lenguaje y además como palabra para el mal? Durante siglos, su propia especie se habÃa compadecido y habÃa protegido a los que quedaban de esos pobres animales.
¿Era el cerebro superior de la gente del mar una cubierta tan nueva y delgada que todavÃa le dominaba el terror a las bestias que habÃan comido a sus antepasados? En ese caso, ¿qué otros instintos permanecÃan?
«Metamorfo» era una palabra muy fácil de decir. ¿Era una idea igualmente fácil de pensar? Unos organismos en los que el ADN habÃa sido modificado para producir algo nunca antes visto en la naturaleza: microbios que descomponÃan o aislaban los residuos tóxicos; árboles con savia que era combustible, animales exóticos; animales parlantes; selenitas. Pero cuando cambias el cuerpo de esa forma ¿qué cambios produces en la mente? ¿En el alma?
Quizá tan sólo fuera cierto Keiki que habÃa vagado hacia el lejano norte, sin que los humanos lo supiesen, y habÃa traÃdo relatos de las orcas. O quizá no. Qué poco sabÃa de esa gente, sus amigos y compañeros en el Lahui Kuikawa.
No importaba todavÃa, sobre todo si los asesinatos seguÃan produciéndose. Se obligó a estabilizarse, recitó el mantra del tulipán siete veces, sintió la dolorosa tensión dejar su espalda y el temblor abandonar sus manos.
-Mayor Delgado, please -dijo al teléfono, en anglo del continente. El rostro pálido de un hombre apareció en la pantalla-. Voy a toda velocidad. Pero ¿no puede controlar la situación?
El oficial a cargo del equipo de investigación de la Autoridad de Paz se mordió el labio.
-Lo intentamos -chirrió-. No escuchan. ¿Nos entienden? -Quizá no. Cada vez es más habitual que sus jóvenes no tengan contacto directo con nosotros. Pero ¿qué está sucediendo?
-En estos momentos estamos en un punto muerto. Mire. -Delgado movió un escáner por los alrededores y Aleka vio.
La nave de su equipo, un pequeño sumergible con una torreta de observación, estaba cerca del borde de una biozona. A estribor, la alfombra verde y ligeramente trenzada de la vegetación se extendÃa hasta perderse, formando olas y corrientes, bebiendo luz, uniendo los átomos para formar materiales deseados por sus diseñadores, en ese caso, eso sabÃa Aleka, bases vfricas anticarcinoma. En perspectiva, se paseaba un asistente, resplandeciente, ignorante de todo menos de su deber, una máquina versátil con un programa capaz de aprender algo y adaptarse mucho, pero aun asà un robot sin conciencia.
A babor, venas de sangre se doblaban brillando horripilantes. Golpes repetidos de espuma mostraban dónde un cuerpo se sumergÃa, cortando o golpeando el agua como si fuese el enemigo. Aquellas formas daban vueltas a la nave, una y otra vez, más de las que Aleka hubiese imaginado, dos o tres veintenas. El clamor de las gargantas le llegaba débil a través del teléfono, áspero y discordante. El equipo de Delgado se habÃa distribuido por la barandilla, diez hombres y mujeres con uniformes azules de campo. Cada par de manos sostenÃa un arma.
La imagen volvió al rostro del comandante.
-He pedido por el amplisonor paz una y otra vez -dijo desesperado-. No prestan atención. Para nosotros no son una amenaza real, por supuesto, pero ¿qué podemos hacer? ¿Sumergirnos? ¿Abandonar la zona?-Se puso tenso-. No podemos permitir que esos criminales piensen que han ganado.
-Aguante -dijo Aleka. Pidió su posición. Apareció en la consola del piloto-. Estaré ahà en unos diez minutos. -Tomó aliento-. ¿Qué ha ido mal exactamente? Please, empiece por el principio, sir.
En el mundo más allá de Hawai habÃa aprendido el valor de la cortesÃa, incluso de la deferencia cuidadosamente medida. Además, sus breves encuentros con Delgado le habÃan dejado con la idea de que era un hombre decente. Si su labor lo oponÃa a ella, no era culpa suya; y si podÃan unirse para evitar más muertes, ¡debÃan hacerlo!
Ãl asintió.
-Of course. En nuestro recorrido hemos encontrado múltiples pruebas de infracciones, especialmente ecológicas; pero podrá oÃr los detalles más tarde, cuando presentemos el informe. Sin embargo, no vimos nada tan descarado como aquÃ, donde nos hemos encontrado con esta banda de focas... uh, metamorfos... saqueando abiertamente los peces, peces necesarios para la salud de la diversidad. Probablemente ya sabe a cuáles me refiero.
Aleka lo sabÃa. No eran los pequeños rehiletes desarrollados para comer parásitos, eran los podadores que mantenÃan las plantas marinas bien podadas: la tentación gorda y perezosa encarnada.
Delgado parecÃa sentir alivio al hablar metódicamente.
-Les pedà que lo dejasen. No me hicieron caso. Hice que nos acercásemos sin resultado. Miss, nuestro deber es para con la ley y el bien general. Se acercaban más y más focas. Estaba claro que el pillaje lo realizaba un gran grupo. Envié abajo a un hombre con una aleta de buceo y un aturdidor. La idea era acertar a algunos de ellos, sólo algo doloroso, entienda que sin intención de hacer daño permanente, con la esperanza de que se dispersaran. En su lugar, dos de ellos subieron a la aleta, antes de que nuestro hombre pudiese verlos, y le atacaron. Miss, sabe que son animales grandes, con dientes afilados. Sus compañeros de pelotón dispararon desde cubierta y los mataron. Con toda justicia. Ãl regresó. Ahora las criaturas actúan como si pensasen que estamos diezmándolos. Por supuesto, al saber que estaba usted de camino, la llamé.
Suspiró.
-DesearÃa, ahora, que se hubiese unido a nosotros antes, sÃ, que nos hubiese acompañado desde el principio. Pero eso es en retrospectiva, ¿no?
-Su plan era razonable dadas las circunstancias, mayor -le concedió Aleka.
Interiormente, preparándose para el encuentro que le esperaba, repasó las circunstancias: quejas, sospechas, pérdidas demostradas, incidentes violentos, sin mencionar la demografÃa. La Autoridad de Paz iba a acabar investigándolo. En todo caso, la sorpresa estaba en saber cuánto esperarÃan. Delgado habÃa dejado caer indirectas, sobre las esperanzas de que los del Lahui podrÃan de alguna forma resolver el problema entre ellos, ayudando asà a que toda la gente del planeta creyese que las tribus, cantones y etnias de la Tierra funcionaban, porque eso ayudaba a que la gente se sintiese feliz y tranquila... SÃ, cuando al final no quedaba más remedio que montar una investigación oficial, tenÃa sentido que los primeros inspectores fuesen por sus propios medios, todo lo preparados que pudiesen estar por medio de bases de datos y vivÃferos. Consciente o inconscientemente, un guÃa local podrÃa confundirles.
Pero Aleka era, de hecho, un contacto humano, en el Lahui, entre la Keiki Moana y el mundo exterior. También tenÃa sentido que finalmente ella y un metamorfo se uniesen al equipo, para discutir sus experiencias, y para llevarle a cualquier otro sitio que creyesen debÃan visitar para observar los acontecimientos. Que estuviesen de camino al estallar la batalla habÃa sido una coincidencia.
No se trataba de una coincidencia muy improbable, pensó Aleka. No cuando comprendÃas cómo bullÃan los conflictos en aquellas aguas. Delgado frunció el ceño, como si hubiese decidido que se habÃa mostrado demasiado blando.
-Ãstas no son las primeras muertes -afirmó-. Ya han muerto humanos.
-No sólo humanos -contraatacó Aleka.
Casi podÃa oÃrle pensar, eligiendo las palabras. Después de todo, los metamorfos conscientes tenÃan todos los derechos bajo la ley, ya descendiesen de una especie o de otra. Los sofotectos los tenÃan, y no se podÃa decir que tuviesen antepasados... si «derechos» en el sentido tradicional podÃa aplicarse a inteligencias inorgánicas, pensó Aleka mientras esperaba.
-Las actividades destructivas han sido realizadas... casi por completo... por los... seres foca erijo Delgado-. Los humanos a los que mataron simplemente deseaban impedirlas. -HabÃan llegado allà casi por casualidad, y habÃan reaccionado con mayor Ãmpetu del que era prudente. Pero ¿cómo esperarÃa uno que respondiese el furor?
-Siete en total -contestó Aleka-. Y algunos heridos. La Keiki Moana perdió muchos más. -Los humanos, por lo general, tenÃan herramientas en sus barcos, cuchillos, tridentes, ganchos, anclas, que podÃan emplearse como armas letales. Como los mismos botes, si se embestÃa con fuerza.
El rostro de Delgado quedó petrificado.
-Esto va a terminar, miss. Y no dije que los humanos no tuviesen culpa.
Ella creÃa comprender lo que pretendÃa decir. Sintió un escalofrÃo. -Espere -repitió-. No provoque nada. Mi compañero y yo estaremos allà soon.
Ãl asintió y salió del campo del escáner, aunque dejó que el teléfono siguiese transmitiendo. Aleka miró al frente, más allá de la masa de Ka'eo. El sumergible se encontraba ya en el horizonte, como un punto lejano pero creciendo. Cambió al control manual y puso las manos a bailar sobre la consola. El bote enfiló curso y siguió adelante. -¿Seguiste la conversación, Ka'eo?-preguntó.
-[Creo que sÃ, hermana de juramento] -fue la respuesta. -¿Qué te parece? -Como hablaba con un Keiki lo que dijo fue literalmente: «¿Qué obtienen tus sentidos de estas aguas?»
-[Aguas revueltas entre arrecifes.] -Se quedó en silencio durante un momento. Rápidos como flechas en la cacerÃa, su pueblo a menudo era lento y cuidadoso al pensar, como si la habilidad le resultase tan nueva que todavÃa le tuviesen mucho respeto. Aleka se preguntaba si no serÃa exactamente asÃ. HabÃan pasado unos pocos siglos desde el experimento que habÃa dado nacimiento a su especie... ¿Se habÃan comportado de forma similar los humanos al pensar por primera vez?
-[Kauwa] -dijo, todo lo bien que podÃa pronunciar la palabra. La valoración era evidente, pero lo que dijo a continuación surgÃa de su experiencia-. [No están aquà en este preciso momento por casualidad. No, forman una banda, bajo un liderazgo que ha planeado la incursión. En caso contrario, ya se hubiesen dispersado. Deben de tener redes o bolsas bajo el agua, que llenan de peces para llevar a casa. Pero para ellos el hogar no debe ser una colonia fija o tendrÃamos noticias de ella. Deben desplazarse entre islotes, rocas, pequeñas calas y playas deshabitadas, siguiendo algún plan. Es el germen de una... una nación, hermana de juramento.]
Aleka hizo una mueca.
-Nómadas. Eso suponÃa. ¿No era inevitable tarde o temprano? ¿Por qué atacaron cuando se les pilló robando? ¿Por qué no huyeron?
-[El ataque debió de ser en furor por esos dos muertos. Está claro que el macho alfa ordenó a los otros que se contuviesen, pero también que se quedasen. Debe pretender mostrar fuerza, decisión.]
Su corazón dio un traspié. Volvió a ponerse en marcha mientras la voz ronca y resonante seguÃa hablando.
-[Pero quizá espera negociar o, al menos, hablar. Sabe que no ganará. Si tiene algo de inteligencia, sabrá que ninguna nación kauwa puede sobrevivir durante mucho tiempo si la gente de tierra se dedica a la caza. Ni tampoco vale la pena sobrevivir teniendo sólo las tonterÃas que puedan robar, sin escritura, imágenes, robots, máquinas y herramientas.]
Sin manos, pensó Aleka. Sintió la mordedura de la tristeza. ¿Con qué derecho aquellos cientÃficos habÃan hinchado esos cerebros, para crear criaturas que no eran ni buenos humanos ni buenas focas? La in vestigación sobre la naturaleza de la inteligencia no era excusa suficiente. Aquellas mentes cientÃficas deberÃan haber sido emuladas, para que ardiesen en un infierno virtual.
No. Se controló. Si fuese posible retroceder en el tiempo, ¿con qué derecho iba ella a anular la creación de seres que amaba tanto, compañeros de juramento del Lahui y fuente de su identidad? Ka'eo era lo que era, un buen Keiki Moana. Era preciso abrir un camino para que su especie alcanzase la satisfacción.
Sintió frÃo. El bote se acercaba a la nave de la Autoridad. Apagó el motor. El ruido desapareció, el casco reposó en el agua, abriendo las olas, arrojando sal a sus labios, mientras se deslizaba hacia los proscritos.
La habÃan visto llegar y se habÃan quedado en silencio, oscuridad nadando en el oleaje. La luz del sol se reflejaba en los pelajes mojados y los grandes ojos. Ka'eo soltó las aletas, giró y les gritó.
La imagen de Delgado apareció en la pantalla. Aleka le vio de pie sobre cubierta cerca de la torreta, en medio de la tripulación armada. -¿Qué hace?-exigió saber.
-Intenta realizar el contacto, mayor -contestó Aleka-. Con suerte, negociaremos.
-¿Qué? No, no puede. Se trata de criminales. Hemos mantenido contacto con la estación en la costa. Activó los biomonitores en la zona, y se ha realizado un informe de daños...
-Please. No vamos a firmar un tratado. Puede que encontremos una forma de acabar con este asunto sin derramar más sangre. Tendremos mejores oportunidades si no nos molestan. Si no se les molesta.
Delgado enrojeció, luego tragó, asintió y se hizo a un lado. Era un oficial capaz, comprendió Aleka. Simplemente le habÃan colocado en una situación que no comprendÃa. ¿La comprendÃa ella misma?
Una estela venÃa tras una forma larga. Llegó hasta el bote. Una cabeza llena de cicatrices se levantó para mirar sobre la borda. Después de un rato, Ka'eo saltó para unirse al jefe.
Lo que sucedió durante la siguiente hora no estuvo del todo claro para la mujer, y en ocasiones ni siquiera lo supo. Los miembros de la Keiki Moana se comunicaban entre sà usando algo más que el lenguaje. A menudo se sumergÃan, permaneciendo allà durante minutos; o atravesaban el grupo, tocando morros, acariciando aletas; o flotaban mudos e inmóviles. Dos pájaros fragata pasaron volando, con las alas y las colas como espadas desnudas. Las nubes al oeste parecÃan crecer mientras la oscuridad aumentaba bajo ellas; cayó una lluvia azul y gris, y Aleka oyó su susurro a través de los kilómetros.
Al final, también ella pudo hablar.
-[Asà fluirá esta marea] -dijo finalmente el macho alfa y volvió con sus seguidores. Hubo un estruendo breve. Como si fuesen uno, se sumergieron. Pasó un tiempo antes de que los viese salir, lejos, en dirección al norte. Varios de ellos toaban redes llenas de una cosecha reluciente.
-¿Qué es esto?-gritaba Delgado-. ¿Qué ha hecho?
Aleka suspiró. La hora la habÃa agotado, dejándola sin fuerzas. -Acordamos que podÃan irse...
-¿Libres?¿ Llevándose el botÃn? ¡No!
-Sir, perdieron a dos camaradas, tienen heridos y su esfuerzo ha valido para bien poco. Los peces que se llevan ya están muertos. Si les deja irse, dejarán las biozonas en paz durante tres meses según la luna, y tampoco atacarán los bancos de peces criados. Subsistirán como mejor puedan con lo que consigan atrapar en las zonas salvajes. Mientras tanto, su lÃder negociará con... representantes aceptables de su bando; buscando un acuerdo permanente. Si lo prefiere, puede perseguirlos e iniciar hostilidades de verdad, pero creo que ha salido usted bastante bien parado del asunto.
Delgado se mordió el labio.
-¿VendrÃa a bordo a aclararlo más, miss?-dijo finalmente. -Oh, sÃ, sÃ.
Al acercarse, el pulso de Aleka se aceleró. Se recitó el mantra de la espina y• volvió a sentir cómo fluÃa la fuerza desde su fuente interior. Un único salto la llevó hasta el exterior de la cabina del piloto; agarró la barandilla con una mano, puso los pies desnudos sobre la superficie metálica, caliente por el sol, del sumergible y se subió a cubierta. El bote se alejó, con Ka'eo vigilándolo.
Los policÃas miraron a la mujer, los hombres con placer. VeÃan a una joven de veintiocho años, de mediana altura, vestida con un pantalón corto y top. Nadar, correr, escalar y el ejercicio vigoroso habÃan modelado una figura espléndida. Muchas razas humanas se habÃan combinado bajo una piel morena, un ondulado pelo negriazul que le caÃa hasta por debajo de las orejas, cabeza redonda, rostro ancho, nariz pequeña, boca llena, ojos castaños. Disciplinados, los miembros del pelotón permanecieron en sus puestos mientras un hombre la acompañaba hasta Delgado.
Con rigidez, el comandante le dio la mano. La palma era dura. -Welcome-dijo-. Creo que no conoce al doctor Zaid Hakim. Se unió a nosotros como observador del Ministerio de Medio Ambiente. Doctor Hakim, miss Aleka, uh, ¿Kame?
Ella sonrió.
-Alice Tam, si prefiere hablar en anglo estricto -dijo-. Good evening, sir.
Hakim, vistiendo ropas civiles de faena, se inclinó.
-Cómo se encuentra -contestó. El uso era académico, el acento cortante-. Mis felicitaciones por una actuación extraordinaria. ¿Me equivoco al suponer que habla usted por su comunidad, señorita Tam?
-Sà -le dijo Aleka sorprendida-. Ninguna persona puede hacerlo. Soy, podrÃa decir, una intérprete. -Pero ¿por qué iba él a saber mucho sobre su gente? ¿Cuántos grupos diferentes habÃa en el mundo? ¿Medio millón? Y muchos de ellos eran variables como la espuma. El Lahui Kuikawa comprendÃa unos diez mil humanos en una pequeña isla de Hawai y quizá unos cincuenta mil de la Keiki Moana, quizá muchos más, rondando por el mayor de los océanos.
¿Les habÃa protegido la oscuridad? ¿Oscuridad que se estaba acabando?
-Bajemos para hablar -propuso Delgado. A la tripulación-: Descanso, pero manténganse alerta.
El camarote parecÃa frÃo y oscuro después del agua brillante del exterior; era pequeño, pero estaba adecuadamente equipado. Aparecieron tres sillas.
-Siéntese -le dijo Delgado-. ¿Desea tomar algo?
Un servotubo trajo café para él y Hakim y una cerveza para Aleka. CreÃa que se la habÃa ganado.
Se la estaba ganando aún. El rastro de sabor se desvaneció de su conciencia cuando Hakim habló.
-SÃ, fue espléndido, señorita, pero me temo que básicamente fútil. -Levantó una mano-. No, no, no vamos a perseguirlos. Sin embargo, la Federación no puede llegar a un acuerdo con una banda de forajidos.
Aleka reforzó su espÃritu. -No lo son, sir. -Entonces, ¿qué son?
-Nada que... la Federación pueda describir con una palabra o una ley. Son kauwa.
-Por favor, explÃquese.
-¿Por dónde empiezo? «Kauwa» en hawaiano actual normalmente quiere decir sirviente, pero también tiene un significado antiguo de proscrito, un exiliado, no necesariamente un enemigo público pero alguien que no encaja en la sociedad, quizá porque su nacimiento fue irregular, porque no se ajusta a las reglas, o simplemente ha permanecido demasiado tiempo alejado de su gente.
-Debo recordar la palabra -dijo Delgado-. El mundo tiene muchos asÃ.
Aquellos hombres no eran sus enemigos, pensó Aleka. No querÃan oprimir a nadie. Eso los volvÃa más peligrosos.
-Well -siguió diciendo-, al aumentar el número de la Keiki Moana, tuvieron naturalmente que alejarse más para sobrevivir... Esperen. Déjenme terminar, please. No podÃan ni debÃan seguir siendo pensionistas; aislados y alimentados. No son animales de compañÃa ni fieras de espectáculo, por amor de Pele, ¡tienen inteligencia! Tienen un destino que cumplir, una cultura propia que desarrollar, y no podrÃa ser la misma que la nuestra. ¿Esperan que los sofotectos piensen y actúen como ustedes? Entonces, ¿por qué deberÃan hacerlo los metamorfos? ¿Y qué podrÃamos aprender, qué podrÃamos obtener como inspiración, de una civilización orgánica no humana?
Casi habÃa dicho «viva», pero se corrigió. Mejor serÃa no manifestar ningún antagonismo hacia la inteligencia artificial, no, mejor llamarla inteligencia electrofotónica. Por lo demás, las palabras empezaban a fluir con suavidad. ¿En cuántas ocasiones las habÃa usado con gente del exterior, intentado explicar?
-Para eso, tienen que ser autosuficientes. Ya saben de los ranchos de peces, la domesticación de delfines, acuacultura, empresas recreativas, trabajos de salvamento y recuperación, exploraciones cientÃficas y todo lo demás, lo que fuese que pudiesen hacer junto con humanos, en el mar y los arrecifes. ExigÃa mucha mano de obra, pero era viable porque ahorraba el capital de la robotización. Las ganancias nos permitieron, en el Lahui, dar una vida a nuestros poetas, pensadores, cantantes, artistas, bailarines, inventores y soñadores. Nuestros espÃritus.
Pero la robotización llegó a ser barata. Y la población Keiki creció. Y la pobreza también. Cada vez en mayor número debÃan salir a cazar. Cada vez en menor número mantenÃan contacto directo con el Lahui, el núcleo de la sociedad. Ãse es el origen de la kauwa, sirs. La gente pobre, la gente en el margen. SÃ, algunos de ellos han regresado a una especie de salvajismo. Pero ¿quién podrÃa echárselo en cara? Aleka tomó aliento.
-Perdónenme si he repetido lo que sabe todo el mundo -terminó diciendo-. Ya sé que lo habÃa oÃdo antes, mayor Delgado. Pero en ocasiones es difÃcil saber qué se conoce bien en la Ortoesfera. Hakim levantó las cejas.
-Entonces, ¿considera que su... Lahui pertenece a la Heterosfera? -preguntó.
-Well, no tenemos mucha relación con el cibercosmos y la economÃa global. Supongo que sÃ, que para ustedes todo debe parecer kauwa. -Desafiante, Aleka bebió de la cerveza.
Si la rebelión Lyudov hubiese tenido éxito, o se hubiese llegado a algún punto medio, en el que se hubiesen establecido lÃmites a las máquinas. Pero no era más que un sueño. HabÃa sido una causa perdida desde el principio; y quizá con razón. No tenÃa sentido dar una visión romántica de una vida salvaje que habÃa desaparecido mucho antes de que ella naciera. Yuri Volkov habÃa dejado de hacerlo... y habÃan acabado separándose.
-Sus amigos metamórficos podrÃan tener comida suficiente y lo que pudiesen necesitar si lo pidiesen-dijo Hakim-. No tienen más que respetar la ley, dejar de dañar la propiedad y la ecologÃa.
-¿Renunciar a su libertad? -fue el desafÃo de Aleka-. Cazar está en sus genes.
-Los humanos se adaptan.
-Los humanos han tenido mucho más tiempo y muchas más oportunidades. El mundo es creación suya. Y tampoco estoy segura de lo bien o felizmente adaptados que están la mayorÃa de los humanos.
-Dadas las adecuadas restricciones en la población, se podrÃa permitir cierta depredación en la vida salvaje, integrada dentro del ecosistema general. Pero la cacerÃa de las focas está descontrolada y se está volviendo importante.
-El control de la natalidad tampoco está en sus genes. -De pronto, sintió lo desesperados que eran sus argumentos frente a aquella racionalidad tan implacable.
-En general, los humanos lo consiguen. -Hakim hizo una pausa-. Hay excepciones. Su pequeña sociedad, su, ah, Lahui Kuikawa, no ha reducido en mucho su tasa de natalidad. Me refiero a su participación, la de los miembros humanos. Ya están atestados en su isla, ¿no es as� Pronto tendrán que renunciar a su libertad, como dice usted.
-Necesitamos tiempo -pidió Aleka-. Claro que tenemos que estabilizar nuestro número. Los Keiki más cercanos a nosotros también lo saben. Trabajamos en ello, las dos especies, y llevaremos la idea a la kauwa. Tampoco son estúpidos. Pero una vida con tan pocos hijos, tan pocos bebés... ¡Dennos tiempo!
QuerÃa seguir hablando: no es una cuestión de elección personal o que todo el mundo renuncie a lo mismo. Es que siempre hemos sido un pueblo joven. AlegrÃa e impaciencia, amor súbito bajo la luna y casas llenas de crÃos, fiestas de cumpleaños, banderolas ondeando en la primavera, sÃ, y reverencia para con los ancianos, cuya sabidurÃa no han alcanzado muchos de nosotros, todas esas cosas y más siempre han sido nuestras vidas. No podemos transformarnos al instante.
Y además, la Keiki Moana son nuestros parientes de espÃritu. Muy probablemente hemos aprendido más de ellos que ellos de nosotros. Nuestros antepasados cuidaban de su colonia, después de que se hiciera demasiado extensa para el refugio de la isla grande y fuese trasladada a Niihau. (Fireball, el protector original, se habÃa desintegrado. Guthrie en persona se habÃa ido a Alfa Centauri. Alguien debÃa mediar entre esos seres y el mundo de hombres y máquinas. ¿Han olvidado la historia que nos dio forma?) Cuando empezaron a mantenerse por sà mismos, se unieron otros humanos, para ayudar y compartir. Selección: los nuevos miembros eran los que sentÃan la llamada del mar y el cielo abierto, de la villa y el barco, de la luz del fuego y las estrellas, apartándolos del mundo cibernético. Criaban a sus hijos de la misma forma. Los de la siguiente generación que no se sentÃan cómodos se iban. A los que les gustaba, se quedaban, y sus hijos a su vez pertenecÃan aún más al Lahui Kuikawa, la Gente Libre. Y eran hermanos de juramento de la Keiki Moana, viajaban con ellos, se reunÃan con ellos, se alegraban con ellos, lloraban con ellos, hasta que los fuertes instintos marinos despertaban ansias humanas que habÃan creÃdo enterradas para siempre.
No, querÃa decir, no nos hemos ocultado. No hemos intentado recrear una edad de piedra ideal que nunca existió. Yo soy prueba de ello. Pero hemos creado una vida que nos pertenece, que es nuestra y no la dejaremos morir con facilidad.
Allà no tenÃa sentido. Ya habÃa dicho lo suficiente. Hakim sonrió, algo arrepentido, pensó Aleka.
-La comprendo -le dijo-. Espero que después de más investigaciones pueda recomendar al gobierno que acepte su propuesta y vea si puede llegarse a algún acuerdo con la kauwa. Al menos, con esta banda en particular, y quizá única. Nos apoyaremos mucho en su Lahui civilizado, para que nos ayude en las negociaciones y luego para mantener el acuerdo.
La sonrisa desapareció. Agitó la cabeza.
-Pero para ser sincero, señorita, no espero que pase nada importante. En el mejor de los casos, los ladrones aceptarán recibir medicación, alimento o algo más. La historia sugiere que eso les hará perder la moral, animará al elemento criminal, y no reducirá la reproducción. Además, tendremos que tratar con su cultura, el Lahui. En muchos aspectos parece admirable. Pero ¿puede acomodarse, para ser sinceros, al mundo real?
Tiempo, deseaba gritar Aleka. Dennos tiempo, dennos espacio, tierra y agua donde no todo esté regulado o sea propiedad de alguien; déjennos en paz durante una generación o dos, hasta que nos hayamos transformado sin destruirnos.
Allà era inútil.
También era inútil seguir. Después de lo sucedido, el equipo no continuarÃa. InformarÃa y sin duda se le ordenarÃa regresar a la base, donde serÃa reasignado a nuevas funciones. Si se deseaba el consejo de Delgado o Hakim, estarÃan inmediatamente disponibles por telepresencia, en cualquier lugar de la Tierra.
Aleka tuvo la familiar sensación de estar tendida en una caja mientras se cerraba la tapa.
Sin embargo, permaneció a bordo durante dos o tres horas. Los hombres tenÃan preguntas que hacerle, sagaces pero corteses. Estaban más dispuestos a escuchar que a hablar. Inesperadamente se vio contándoles cosas de su hogar.
... la isla, una montaña que se alzaba sobre una zona coralina, huertos, prados, parques, antes encantadora en su soledad rodeada por el mar, pero ya con pocos lugares solitarios porque la villa habÃa crecido hasta ser...
... la ciudad. Antes, una casa comunal, rodeada por las casitas de los habitantes, que se empleaba para las ceremonias, celebraciones y asuntos en común. Hoy, una docena de conjuntos similares servÃan a muchas'ohana...
... familias extendidas, cuyos miembros se ocupaban de cuidarse los unos a los otros desde el nacimiento hasta la cremación. SÃ, claro que los niños sabÃan quiénes eran sus padres y recibÃan más amor y guÃa de ellos; pero los tÃos, tÃas, primos, abuelos, bisabuelos eran igualmente Ãntimos y siempre eran bien recibidos. SÃ, claro que la gente se peleaba, se enemistaba, mentÃa, estafaba, robaba, traicionaba, quizá más que entre individuos atómicos que forjaban y disolvÃan las relaciones con facilidad; pero su 'ohana encontraba la forma de arreglar las cosas. Además de los amigos, los ancianos honorarios y las costumbres tradicionales, tenÃan la influencia del luakini...
... el templo, donde asistÃan a los simples ritos y oÃan de nuevo las sencillas palabras del Dao Kai que Kelekolio Péla habÃa pronunciado tanto tiempo atrás, la Costumbre del Mar para un pueblo marino. También realizaban reuniones seglares, donde aquellos adultos que lo deseasen podÃan debatir y votar las cuestiones públicas, y donde se juzgaban los casos. Los criminales se entregaban a la policÃa en Oahu, pero el peor castigo era el exilio, la expulsión de la isla, del 'ohana, de la gente...
... y sus canciones, historias, bailes, juegos, festivales, situaciones solemnes, algunas creadas por la Keiki Moana, todas especiales a la sensibilidad Lahui. La comunidad no intentaba aislarse, pero tampoco hacÃa nada por animar las visitas y, excepto con fines educativos, los niños no veÃan los programas del multiceptor antes de su iniciación a los doce años. Después, podrÃan ir a cualquier otro sitio como parte de sus estudios, como habÃa sido el caso de Aleka. Pero si en la primera parte de sus vidas habÃan echado raÃces, al regresar querrÃan que perviviese su querido mundo. Cualquier descontento podÃa irse. Cada vez lo hacÃan en mayor número. No siempre lo hacÃan con alegrÃa...
... porque el Lahui, humano y no humano, habÃa crecido en número más allá de lo que su fracción asignada de océano y sus industrias podÃan mantener. El objetivo habÃa sido la independencia económica, las dos especies combinando sus distintas habilidades para vivir de las aguas. Teniendo robótica, biótica, energética, nanotecnologÃa, mentes educadas, cuerpos hábiles, la vida siguió durante generaciones bajo la atrayente apariencia de simplicidad. Los productos se vendÃan a cambio de bienes manufacturados del mundo exterior y algunos lujos modestos. Pero al crecer la población de la isla, la demanda global se redujo; el reciclado y la sÃntesis directa eran cada vez mejores. Cuando las operaciones mineras y de refinado fuera de la Tierra disminuÃan, ¿cómo podrÃan sobrevivir algunas actividades menores en el mar?
-Oh, sà -dijo Aleka-. Podemos vivir del crédito de la Federación. No nos moriremos de hambre, enfermaremos o nos quedaremos sin casa. Thanks por eso.
Hakim no captó la amargura en la voz. Siguió siendo afable. -No, cualquier agradecimiento hay que darlo por la productividad moderna. El crédito es simplemente una forma de compartir las ganancias. ¿En qué ha gastado su gente el suyo?
Aleka se encogió de hombros.
-En lo que quisiese cada uno. Lo normal es que fuese en algo para su 'ohana. La Keiki normalmente pide juguetes, a menos que ahorren para comprar equipo importante. Me refiero a aquellos que reciben el crédito. Son la minorÃa.
-¿A quién hay que echar la culpa si la mayorÃa no está registrada?
-No le echo la culpa a nadie. -Aleka suspiró-. Se lo explico. Cuando lo único que nos quede sea el cobro del crédito, será el fin de nuestro pueblo. La vida seguirá, sin duda, pero el sentido, el corazón, habrá desaparecido, y no me atrevo a prever lo que haremos como fantasmas andantes y nadadores.
-Tendrán que cambiar -declaró Delgado, con un tono menos brusco que las palabras-. Empezará con su kauwa. No queremos cazarles con robots y armas, y aprisionarles. Pero amenazan el equilibrio regional de la naturaleza y deben detenerse. Al igual que deben detener su reproducción sin control. Por inoculación obligatoria si lo demás falla. -No mencionó los precedentes históricos. Daba por supuesto que Aleka comprenderÃa que la oposición popular que ese tipo de medidas habÃan tenido que superar no se darÃa en este caso.
-Empezaremos viendo qué sale del acuerdo que ha forjado hoy, señorita Tam-añadió Hakim-. PodrÃa representar un progreso, especialmente si coopera su ciudad. Pero el Lahui tampoco puede seguir asÃ.
-Nos pide que nos transformemos más rápido de lo que nos es posible -protestó Aleka-. Se lo repito, no somos neonómadas sin tribu del Orto. Somos nuestras costumbres. Dennos tiempo para adaptarlas. ¡Dennos espacio suficiente, suficiente acceso a los recursos, para que al menos podamos producir para nosotros lo que queramos, en lugar de depender de ustedes y pagar el precio que nos pidan!
La mirada de Hakim se volvió seria. A él también debÃa de estar agotándosele la paciencia.
-La escucho, señorita Tam, y le repito que su petición es imposible. AfectarÃa a zonas, ranchos e industrias extractivas ya existentes, que de por sà son poco productivas. AfectarÃa a la ecologÃa en toda esta región del PacÃfico. SerÃa incompatible con los planes de ajuste y conversión a medida que desaparezcan esas industrias. Se trata de consideraciones de importancia planetaria, señorita. Junto a las cuales, la muerte de una pequeña cultura era una fluctuación cuántica.
-Esta discusión es una tonterÃa y no tiene sentido -dijo Delgado-. El doctor Hakim y yo no vamos a decidir nada. Informaremos y recomendaremos, junto con otro centenar de investigadores, incluyendo sofotectos y robots de vigilancia, pero la decisión vendrá de Hiroshima. Lleve su caso a las comunicaciones públicas, si lo desea. Haga que sus representantes intenten convencer a sus delegados en la Asamblea. Apele a la Alta Corte y al presidente.
-¿O a la Teramente? -se burló Aleka. El ápice, la inteligencia final del cibercosmos... En una era anterior, hubiese dicho «Dios.
Se rindió.
-No. Lo siento, sirs. Desde su punto de vista, tienen buenas intenciones, y hacen bien. Ya no tengo nada más que hacer aquÃ. Si me perdonan, me iré a casa.
Ellos se despidieron con amabilidad y la escoltaron hasta la cubierta, aquellos hombres civilizados cuya presencia no podÃa ya soportar. Empleó el informador de su muñeca para llamar al bote.
-Good bye -dijo, no «aloha», y saltó a la cabina del piloto. Ka'eo la acompañó mientras se alejaba.
La tormenta en la lejanÃa habÃa pasado con velocidad tropical. Frente a ella descendÃa el sol. El dorado se estremecÃa sobre olas que saltaban desde un azul profundo. La mecÃan. El aire estaba enfriándose; a popa quedaban olores vegetales y respiró una neblina salada subliminalmente fina. A una distancia sin lÃmites, la puesta de sol se reflejaba en las alas de un albatros. Durante un momento, se sintió libre.
Deseaba regresar a su hogar; su casa, los jazmines e hibiscos en el porche, las palmeras murmurando sobre su cabeza, gravilla, bambú y hermosas piedras alrededor de la casa comunal, las vigas del techo desafiando al pico Paniau en el cielo, caminos y jardines donde la gente paseaba con tranquilidad y hablaba en voz baja y alguien rasgaba unas cuerdas o soplaba una flauta... tiendas y barcos en el puerto, lugares de trabajo cerrando al final del dÃa y máquinas que nunca descansaban, el cenotafio dedicado a los desaparecidos en el mar, porque ser un Lahui implicaba tener algo de valor...
... pero primero querÃa pasar un tiempo a solas en el océano y sentir el silencio cercano de su hermano de juramento.
No habÃa prisa. TenÃa instrumentos para la noche. Además, pronto se elevarÃa una luna casi llena. Detuvo el motor y tocó un mando. Se extendieron el mástil, el botalón y la quilla, se desplegaron la vela mayor y el foque, el timón se adelantó. El viento la llevarÃa a Niihau. No se sentÃa especialmente hambrienta o sedienta; Delgado habÃa sido todo hospitalidad. Sin embargo, tomó un botella de agua y una tableta de comida del armario antes de ponerse al timón.
Siguiendo su propio curso, el sumergible se hundió bajo el horizonte oriental. Ka'eo apenas se movÃa en el agua, a varios metros a estribor. A menudo se hundÃa durante varios minutos, mientras ella evitaba preguntarse qué estarÃa comiendo. De vez en cuando aparecÃa una nave aérea en el cielo, no más que una chispa flotante. TenÃa libertad para buscar la paz.
No le fue fácil. Ni relajar los músculos ni recitar mantras le eran de mucha ayuda. Se decidió a comprender aquel dÃa como parte de algo mayor. No habÃa sucedido nada realmente nuevo. Era simplemente que los acontecimientos llegaban a la encrucijada, como ya sabÃa que sucederÃa. Durante toda la vida lo habÃa sabido, un conocimiento que hundÃa sus raÃces en una época anterior a su nacimiento y en el espacio en los confines más alejados del Sistema Solar. Pero lo habÃa visto, lo habÃa sentido, por sà misma.
Buscó en sus recuerdos, no tanto de allà como del extranjero, Rusia, Yuri, la pasión lyudovita contra el mundo cibernético que todavÃa tenÃa un lugar en lo más profundo de su ser, misiones al continente y la red oculta de metamorfos que habÃa encontrado, Selene y la frÃa furia selenita, las máquinas, máquinas por todas partes, y los sofotectos en su multiplicidad y en su unidad...
La historia se habÃa convertido en la nueva fase de la evolución. No tenÃa sentido oponerse, no más que protestar por el fin de Deméter en Alfa Centauri. En la Tierra, al menos, cuando perecieron los dinosaurios, los mamÃferos alcanzaron la gloria; y el linaje de los dino saurios vivÃa en las aves. ¿PodrÃa de la misma forma un pueblo condenado encontrar alguna forma de transfiguración evasora?
No encontró ninguna respuesta; pero pensar, la perspectiva, la compañÃa del viento, el mar y el timón entre las manos, le concedió cierta calma.
El sol se hundió, cayó la rápida noche, las estrellas resplandecieron. No todo era malo. Si hubiese vivido en los primeros años del Lahui nunca habrÃa visto un cielo como aquél. La tecnologÃa avanzaba; la población mundial se reducÃa, el efecto invernadero estaba controlado, habÃa menos nubes oscurecedoras y se habÃa reducido la contaminación lumÃnica. Claro está, quedaba un rastro. No contemplaba el esplendor que habÃan presenciado sus antepasados, los que habÃan llevado sus canoas de un extremo al otro del océano o aquellos que las naves yanquis habÃan llevado por el mismo mar de este a oeste. Pero claro, también habÃa estado en la Luna, en la cara oculta, donde no brillaba la Tierra, y habÃa mirado al espacio desnudo.
HabÃa estado en el interior de un diamante gigantesco, y por entre fragmentos de luz habÃa escuchado palabras que podrÃan resultar de esperanza.
Mientras seguÃa con sus recuerdos, Selene se alzó tras ella. La vela se llenó de luz pálida y su reflejo trazó un sendero tembloroso.
Dio un golpe de timón. La tela gimió, el agua gorjeó, el bote viró. -Aleka Kame erijo el teléfono.
Se sorprendió. ¿Quién podrÃa ser?
-Dolores Nightborn para Aleka Kame, para Alice Tam -dijo la voz. Era femenina y hablaba un anglo neutro, pero instantáneamente supo de dónde venÃa-. Acepte.
Sintió latidos en los oÃdos. Le temblaba el dedo que extendió para tocar el instrumento. El panel, al encenderse, era como una pequeña ventana.
-Recibo -oyó cómo decÃa su garganta.
Mientras hablaba, tuvo más de un segundo para imaginar la trayectoria de la llamada. Estaba respondiendo a un mensaje que debÃa haber sido redireccionado desde Oahu, dirigido a ella personalmente. Como habÃa dejado el número del teléfono del bote en la base de datos local en caso de que alguien quisiese hablar con ella, el sistema no precisó iniciar una búsqueda que podrÃa haberse extendido por todo el planeta. Pasó la llamada directamente al mar. Igualmente conocÃa la central desde la que la llamada llegaba a la Tierra, por lo que su respuesta subÃa por haz hasta un satélite de retransmisión, descendÃa hasta Selene, con toda seguridad pasaba por otra estación que la encriptaba, y llegaba hasta un lugar en el que esperaba la dama Lilisaire.
«Si tenemos ocasión de hablar confidencialmente, yo seré Dolores Nightborn. Si alguna vez te lo preguntan, esa identidad ha sido establecida como la de una residente terrana de Tychopolis, y puedes decir que la conociste durante tu visita y que compartÃas con ella el interés por la biologÃa marina. »
Los fotones atravesaron el espacio. La pantalla plana formó una imagen, la cabeza y los hombros de una mujer de mediana edad, caucásica, rolliza, perfectamente normal. Y Aleka sabÃa que era tan sintética como su voz, un fantasma electrónico.
-Saludos -dijo el rostro-. ¿Estás sola y tendrás tiempo libre en el futuro inmediato?
-SÃ. ¡Sà a ambas preguntas! -A Aleka le saltaba el corazón. BuscarÃa tiempo libre si era necesario, no importaba lo que cualquiera dijese. Retraso de transmisión. Se dio la vuelta y miró la luna. Frente al disco brillante no se manifestaba ningún punto de luz como lo hacÃa en las regiones oscuras. Si tomaba un instrumento óptico, podrÃa ver señales de presencia humana. No era necesario. SabÃa el tipo de vida que habÃa allÃ.
-Está bien. -La cara sonrió, la voz era susurrante-. Aleka Kame, quiero que... -Dejó de hablar. Luego, continuó con ansiedad-: Querida, ¿podrÃa pedirte un favor? Recuerdas que te hablé de una pariente llamada Mary Carfax en el Integrado de la BahÃa de San Francisco, ¿no? Vieja, frágil y que vive sola. Insiste en que está bien, pero la última vez que hablamos tenÃa un aspecto terrible y estoy preocupada. ¿PodrÃas pasar a visitarla y decirme qué opinas? Te estarÃa muy agradecida y la próxima vez que vinieses a la Luna podrÃa tener algo maravilloso que mostrarte.
Lilisaire habÃa recordado activar un programa que rehacÃa el dialecto asà como el sonido y la imagen. Era extrañamente confortante, en aquella inmensa quietud, descubrir que podÃa olvidar momentáneamente.
Pero ¿qué habÃa agitado su autocontrol?
«Si tuviese que enviarte un mensaje en secreto, te harÃa llegar un pretexto inocente para que visites a Mary Carfax, mi agente en la Tierra más cercano a tu residencia. Se trata de otra identidad falsa, un sofotecto. Allà recibirás instrucciones. »
¿Por qué tantos rodeos? ¿Quién podrÃa estar escuchando?
Algo maravilloso. ¿De qué habÃa hablado Lilisaire aquel dÃa en el interior de la pagoda de diamante de Zamok Vysoki?
-SÃ, estaré encantada -dijo Aleka. Se le habÃa secado la boca. ¿Cómo engañar a los posibles espÃas? Atrapó una idea fugaz-. He estado pensando en tomarme unas cortas vacaciones. -Que se las tomase durante esta crisis le acarrearÃa reproches, pero sus servicios exigÃan necesariamente mucha flexibilidad, y ella lógicamente podrÃa preguntar cuál serÃa la diferencia si se quedaba-. Dame un par de dÃas para dejar las cosas atadas.
Retraso de transmisión.
-Bien. Eres... ingeniosa. -Como juzgué que lo serÃas-. De hecho, serÃa más conveniente si la visitases dentro de una semana. Te lo agradezco tanto. ¿Cómo te ha ido?
Porque serÃa lo natural, y porque podrÃa ayudar en el castillo, Aleka relató su dÃa.
-SÃ, ciertamente habrÃa que hacer algo. Quizá pueda hacerse algo. Ya veremos. Goodbye por ahora, querida.
La pantalla se oscureció. Sólo el viento, el mar y la proa que dividÃa el agua seguÃan hablando. Aleka volvió a mirar al disco lunar. Era extraño que fuese allà donde encontrase esperanza, esperanza para la antigua e irracional vida. O quizá no fuese tan extraño. Allà también habÃa florecido desde los primeros años, despreocupada de las máquinas que la sostenÃan.
6
La madre de la Luna Port Bowen habÃa ganado en algunos servicios, entre ellos VEtoile de Diane. El menú del restaurante era limitado, pero eso se debÃa a que todas las verduras y frutas eran frescas, cultivadas en su propia unidad agrÃcola. Después, a medida que avanzaban las excavaciones y el acondicionamiento, pudo añadir pescado y aves. El propietario hablaba de la próxima inclusión de un vino que no estarÃa maltratado por el viaje desde la Tierra. Dagny, que apenas podÃa permitirse aquel sitio, se alegró al recibir la invitación de Edmond Beynac. ReconocÃa que no toda su ilusión se debÃa a la comida.
-No está mal erijo él a propósito de su pato asado-. Pero si por casualidad tenemos permiso en la Tierra al mismo tiempo, déjame que te presente un verdadero confit d'oie. Conozco una posada en Les Eyzies donde preparan el mejor de todo el universo. -Bebió de la copa y rió-. Ya deberÃan, demonios. Llevan siglos haciéndolo.
¿En la Tierra juntos? Dagny le indicó a su pulso que se controlase. -Todo por allà es antiguo, ¿no? -preguntó a falta de una respuesta brillante.
-No, no, somos gente viva, no una exposición de un museo o una atracción turÃstica. -Encogió los anchos hombros-. Pero sÃ, es una tierra antigua, y sobrevive algo más que castillos y excavaciones arqueológicas. Sin duda, la mayorÃa de mis ancestros se remontan al hombre de Cró-Magnon. -Sonrió-. O todavÃa más atrás, si los genetistas tienen razón en que también tenemos sangre de Neanderthal. No me importarÃa descender de un tipo que sobrevivió a los glaciares y a los osos cavernarios.
Ella recordó la ilustración de un libro, un cazador de esas regiones primigenias, y pensó que Edmond se le parecÃa. Quizá el lugar ayudaba a esa impresión; no aquella pequeña y cálida habitación llena de aroma a comida donde se oÃan conversaciones y la música (¿Debussy?) surgÃa de los altavoces, sino la vista desde las portillas y en la cúpula. Durante el dÃa comÃan bajo tierra; por la noche la sección superior se abrÃa para aquellos clientes a los que no les importaba un poco de radiación extra. Las velas sobre las mesas apenas empañaban el esplendor de la Tierra casi llena; incluso se apreciaban algunas de las estrellas más brillantes, sin parpadear e invernales. El suelo ya no estaba desnudo y lóbrego, se elevaba en un sueño de luces y sombras, como si cada una de las piedras estuviese viva y cada pequeño cráter fuese un pozo donde los espÃritus fuesen a concederte un deseo. Las obras de la humanidad que se encontraban a la vista se transformaban en algo mágico, como formas en las pinturas de un hombre que habÃa matado mamuts. Edmond estaba sentado frente a un paisaje inhóspito y frÃo donde perseguÃa presas mayores de las que habÃan recorrido la tundra.
-¿Estás interesado en la prehistoria? -se aventuró a decir Dagny-. Tienes todo un zoológico de cosas que te interesan.
Ãl mostró una sonrisa que apareció y desapareció con rapidez, pero que fue muy luminosa.
-Bueno, mi padre es profesor de ese tema en la universidad de Burdeos. En cuanto a mÃ, pensé en dedicarme a la misma ciencia, pero luego decidà que la mayor parte de los grandes descubrimientos ya se habÃan hecho, y... Fireball nos ofrecÃa la frontera del espacio.
Ella no pudo resistirse.
-No ofrece exactamente, como Anson Guthrie serÃa el primero en admitir.
Ãl sonrió.
-Touché! Pero sus precios no son más de lo requerido por el tráfico, y no tenemos que tratar con burócratas de ojos de topo y culos gordos; podemos simplemente pagar e ir. Te envidio por conocerle tan bien.
Ella le habÃa contado su pasado, las partes que parecÃan apropiadas, mientras se iban conociendo.
-Ya apenas le veo. Ãl y su mujer me enviaron a un buen colegio, y pagaron mis gastos en la academia, pero tuve que cualificarme por mis propios méritos y desde que me gradué, no me ha mostrado ningún favoritismo.
-Lo sé.
Recordó que ya le habÃa recalcado ese punto y se sonrojó. Un sorbo de vino le prestó suficiente seguridad para lanzar el cebo. -Eso sÃ, permanecemos en contacto; les visité durante mis últimas vacaciones y espero seguir haciéndolo de vez en cuando. -¿Con un acompañante? Mejor cambiar de tema-. Hablábamos de ti, para variar. Dijiste algo de no llegar directamente a tu profesión.
-Fui dando tumbos. -Suavizó el tono-. TenÃamos una casa de verano en la alta Dordoña. Durante mi infancia conocà a los granjeros locales, que me pusieron el apodo de Jacquou le croquant, Jacques el campesino, según una famosa novela. CreÃa que yo también me convertirÃa en agricultor, hasta que descubrà que la tecnologÃa ya hacÃa tiempo que habÃa extinguido las granjas familiares y que mis amigos no eran más que administradores. Además, el trabajo de mi padre pronto me resultó más romántico. Pero estaba mi madre, que poseÃa un negocio de exportación e importación, telas y obras de arte; por mediación de ella pasé un año en Malaysia, a los dieciséis años. Eso me despertó la inquietud por ver más mundo, y a los dieciocho años me alisté en la sección francesa de las fuerzas de las Naciones Unidas. -¿PodrÃa el impulso provenir de un desafortunado encuentro amoroso?-. Nos enviaron al caos del Oriente Medio... ya sabes, cuando Europa establecÃa allà el Befehl.
-¿Entraste en combate? -se atrevió a preguntar Dagny en voz baja.
-Oh, sà -contestó sombrÃo-. Demasiado. Un solo combate ya es demasiado. Mientras tanto, empecé a pensar realmente. Después de dos años me hirieron lo suficiente para que me licenciasen. -Asà que habÃa permanecido todo ese tiempo, después de haber empeñado su palabra, a pesar de odiarlo; debÃa de ser muy valiente, porque un hombre de su inteligencia podrÃa conseguir un puesto en la retaguardia si quisiese-. Los médicos me arreglaron, apenas tengo unos trozos de metal en mi cuerpo y no me molestan. Pero estaba listo para la vida civil, los estudios, trabajo de campo en la Tierra, la licenciatura, y luego, hace cuatro años, una beca de posdoctorado en Selene.
Mientras hablaba, se iba animando.
-Aquà soy feliz -terminó-. Cierto, no es perfecto. EstarÃamos mejor sin esas horas por ciclodÃa en la maldita centrifugadora, ¿hein? ¿Qué haces en ese tiempo?
-Los ejercicios estándar -dijo Dagny-. ¿No lo hace todo el mundo? Si no, leo, escribo cartas, miro un espectáculo, lo que sea. Quiero decir, en una unidad grande. No hay muchas posibilidades en una plataforma de campo.
-En una de ésas, cuando estoy solo exceptuando al contrapeso, desconecto el transmisor y canto -confesó él-. Asà nadie más debe sufrir mi voz.
Ella rió.
-¡Lo ves, no es totalmente desagradable!
-No está del todo mal -admitió-, no es un precio muy alto. Cuando empecemos a estudiar en serio Marte y los asteroides, me gustarÃa ir. Pero por ahora no hay lÃmites en lo que se puede hacer aquÃ. -La miró-. Ni tampoco, he descubierto, falta la buena compañÃa.
Los latidos de su corazón se negaron en redondo a calmarse.
7
Mientras la nave avanzaba en su órbita de aproximación, en la pantalla Selene pasó de estar frente a ellos a estar debajo, transformándose de un grueso creciente en un paisaje pedregoso y pardo lleno de cráteres. La Tierra colgaba en lo alto.
El silencio se habÃa hecho pesado. Kenmuir se aclaró la garganta. -Bien, Barbara -dijo, apreciando su propia incomodidad-, es un adiós... al menos por un tiempo.
-Que tu entretiempo sea feliz -contestó la nave. HabÃa pedido una voz femenina para cuando la nave hablase exclusivamente con él. El anglo con acento lunar sonaba amistoso e incluso cálido. Valanndray habÃa especificado para su uso un timbre similar al silbido inhumano de un pájaro. No habÃa explicado el porqué y Kenmuir no le habÃa preguntado. La nave empleaba un tono neutro cuando hablaban los tres.
-Gracias. El tuyo también.
Kenmuir se dio cuenta de pronto de lo absurdo de la situación. Dobló la boca en una sonrisa. ¿Qué hacÃa intercambiando banalidades con un sofotecto? SÃ, era consciente, pensaba, pero ¡de una forma tan limitada! Haciendo uso de la base de datos culturales, podÃa ofrecerle una conversación interesante sobre cualquier tema, desde los juegos de palabras en la obra de Shakespeare hasta las causas de la rebelión Lyudov; pero él sabÃa que todo aquello no era más que puro algoritmo. Su creatividad, su yo, estaban contenidos en las siempre cambiantes funciones de una nave espacial.
Y sÃ, se habÃa encariñado con aquella máquina, de la misma forma que en su momento se habÃa encariñado con su navaja láser, cierta camisa a cuadros, o la casa que él y Annie tenÃan en la Tierra; pero no se trataba del mismo tipo de afecto que sentirÃa por un ser humano o una mascota. En cierto modo, sentÃa que estarÃa mal irse sin despedirse, pero ¿por qué?
¿Se sentirÃa herida la nave? No podÃa creerlo. Sus palabras, de camaraderÃa y preocupación como exigÃa la situación, sólo daban la impresión de sentimientos similares a los suyos. ¿Qué sentÃa ella? Era una pregunta absurda. PodÃa imaginarla disfrutando del placer de realizar una maniobra particularmente difÃcil, se la imaginaba deseando volver a estar conectada con otras, con el cibercosmos, y durante ese perÃodo de tiempo compartir una conciencia mayor de la que él podrÃa llegar a conocer nunca; pero esas ideas no eran más que antropomorfismos por su parte. TenÃa tanto sentido como haberla bautizado, en privado, Barbara, en honor a la primera chica que habÃa amado y no habÃa conseguido.
Un hombre se volvÃa un poco loco si pasaba demasiado tiempo en el espacio. Al menos, según los baremos de la Tierra.
-Comienza el descenso -le advirtió la nave. Otra cosa innecesaria. Sin tener en cuenta los instrumentos, podÃa sentir el giro. ¿HabÃa calculado el algoritmo que él apreciarÃa el detalle?
Las señales viajaron de un lado a otro. Las inteligencias electrofotónicas se combinaron. Volvió el peso, presionando a Kenmuir sobre el asiento, mientras las nave descendÃa sobre el cielo de Port Bowen. Siguió pensando en Annie. Buscó la Tierra con la mirada. ¿Dónde estarÃa? Ya habÃan pasado diez años desde la última vez que tuvo noticias suyas; una docena de años desde la separación. SuponÃa que en general habÃa sido culpa suya. Los viajeros espaciales no eran buenos para el matrimonio. Pero el de ellos habÃa empezado con tanta felicidad, cobijado bajo Ben Dearg, en una tierra cuyas cumbres y brezos eran casi para ellos solos... Suspiró.
-Amas el espacio, lan -le habÃa dicho ella... en voz muy baja, con apenas la mÃnima indicación del llanto contenido-. Eso no deja lo suficiente para que tú y yo podamos seguir adelante.
Bien, no habÃa renunciado del todo a tener algún dÃa un mocoso propio, o dos. Pero ninguna mujer que un viajero espacial pudiese conocer compartÃa esa ilusión de la forma que Annie lo habÃa hecho, excepto las mujeres de ensueño conjuradas en la quivira, y no se atrevÃa a recurrir a ellas demasiado a menudo.
¡Lilisaire esperaba! Le recorrió una sensación, a medio camino entre la lujuria y el miedo, que lo dejó temblando.
El descenso fue suave. Vio sólo otras dos naves: un carguero globular y un pequeño y esbelto suborbital que probablemente era su transporte hasta Zamok Vysoki. En los dÃas de Fireball, el número bien podrÃa haber superado la docena.
Deseando controlarse, y pensando en lo que Lilisaire podrÃa querer de él, miró hacia el oeste, más allá de la torre de control. La chispa que era L-5 permanecÃa sobre el horizonte. Pero no, no habÃa ajustado la pantalla para resaltar las estrellas, y el brillo del sol en la tarde lunar ocultaba la mayorÃa de ellas, incluyendo el pequeño mundo abandonado. ¿Un presagio simbólico?
Todo un anacronismo. La tensión de Kenmuir se alivió mientras se reÃa de sà mismo. Soltó el arnés y fue a buscar el equipaje. Después de tres ciclodÃas a un cuarto de gravedad terrestre, un sexto era como flotar en la brisa.
VacÃo, el camarote se habÃa convertido en un lugar hueco que podÃa abandonar sin pesar. Una única bolsa le bastaba. HabÃa guardado el resto de sus pertenencias; los robots las recogerÃan y las almacena rÃan hasta que diese instrucciones. Realmente no necesitaba llevar nada. Su anfitriona le facilitarÃa ropa y lo demás, con todo lujo y abundancia. Demasiado lujo y abundancia. PreferÃa su estilo normal y su independencia.
Cuando estaba a punto de ordenar que una esclusa se abriese, la nave le sorprendió.
-Buena suerte, lan Kenmuir -dijo-. Deseo que volvamos a viajar juntos.
-Claro, claro, me encantarÃa-dijo vacilante.
Una afirmación sin sentido. Si se le asignase una nave diferente, la inteligencia que la controlase accederÃa, de forma rutinaria, a todo lo que Barbara sabÃa sobre él. Para él, las personalidades serÃan indistinguibles; si se pudiera afirmar que los sofotectos tenÃan personalidades, individualidad diferenciada. ¿Qué habÃa impulsado a la máquina a darle esa despedida tan humana?
Realmente no comprendÃa esas mentes. ¿Se comprendÃan a sà mismas? Por encima de cierto grado de complejidad, los sistemas se volvÃan caóticos, inherentemente impredecibles y misteriosos incluso para sà mismos. Sin duda, la comprensión de la Teramente era profunda, pero ¿era esa comprensión absoluta e incluÃa toda su vasta psique?
Dejó a un lado la pregunta. Siempre le producÃa un estremecimiento interior.
-Hasta entonces, Barbara -murmuró, e indicó la válvula interior. Ãsta se contrajo y él atravesó la cámara. La esclusa exterior ya se habÃa retirado cuando el portal se selló contra un ascensor. Kenmuir subió a la plataforma. Ãsta le llevó hasta la terminal. Salió.
El suelo relucÃa frente a él, amplio y casi vacÃo. Los murales que lo flanqueaban parecÃan reÃrse de los triunfos que celebraban, el alunizaje de Armstrong, el Gran Regreso, Anson Guthrie fundando la base que se convertirÃa en aquella ciudad, Dagny Beynac dirigiendo la construcción del centenar de colectores de energÃa Criswell... Ninguna imagen correspondÃa a la SelenarquÃa, aunque esa era habÃa presenciado el inicio de la colonia marciana, las misiones interestelares y los éxodos de Guthrie y Rinndalir a Alfa Centauri. Los selenitas no hacÃan alardes públicos de sus logros; eran demasiado gatunos, individualistas, herméticos... El aire era frÃo.
Le aguardaba un hombre, vestido con un ajustado uniforme en negro y plata. Kenmuir le reconoció; Eythil, un asistente de confianza de Lilisaire. De origen marciano, era menos alto y más ancho que el habitante medio de la Luna de su misma raza, fuerte, peligroso si fuese necesario. TenÃa la piel oscura, y el pelo negro y rizado, pero eso no era raro; entre sus antepasados se contaban muchos grupos distintos.
Le saludó llevándose la mano al pecho.
-Saludos y bienvenido, mi capitán. -El uso de su lengua materna de forma espontánea era un trato de honor, una indicación de valÃa, no de posición, sino valÃa de nacimiento, igual o casi a la de un selenita. También se abstuvo de explicarle que llevarÃa al recién llegado ante su dama, y tampoco le preguntó por el viaje.
-Ante usted sinceramente me siento bien recibido, saljaine -le contestó Kenmuir en el mismo tono. El tÃtulo no tenÃa equivalente terrestre, porque los selenarcas jamás habÃan asignado una jerarquÃa rÃgida a sus seguidores. PodrÃa quizá traducirse como «agente, o «guardaespaldas leal».
Empezaron a caminar. Como terrano de la Ortoesfera, Kenmuir se sintió en la obligación de entablar conversación.
-El puerto no estaba tan desierto, casi fantasmal, cuando me fui hace un año. ¿Ha descendido aún más el tráfico o se trata de una casualidad?
-Ambas razones, creo-dijo Eythil-. He oÃdo que tres grandes naves han dejado el servicio en los últimos trece meses, y podrÃa haber sabido más si hubiese consultado las bases de datos oficiales. -Lo que insinuaba era que no confiaba en la veracidad de toda la información que estaba al alcance del público, incluso en una cuestión tan inocua como el comercio interplanetario.
Kenmuir, que era de su mismo parecer, asintió.
-El tráfico debe ser cada vez más escaso, o no apreciarÃamos variaciones al azar.
Una parte de su mente repasó las razones... algunas de las razones. El declive de la población no era una de ellas. El gran declive original (que, por ejemplo, habÃa dejado disponible amplias zonas de Escocia para él en su infancia y para él y Annie durante su matrimonio) hacÃa tiempo que habÃa remontado y estaba alcanzando la asÃntota del crecimiento cero. La reducción de la demanda de materias brutas era ciertamente una de las razones: un reciclaje eficaz, productos que duraban más, pocos cambios de diseño. Pero ¿qué habÃa detrás? La gente habÃa perdido de pronto su antiguo dinamismo... ¿Cómo? ¿Por qué?
Algo feroz restalló en la voz de Eythil.
-Maldición, las naves pronto volverán como un enjambre, cuando llegue el Hábitat con sus terranos reproduciéndose, reproduciéndose. A menos que por casualidad usted pueda... -Dejó de hablar. Kenmuir no sabÃa si se debÃa a la prudencia o porque un robot avanzaba a su encuentro.
¿Robot o sofotecto? La torrecilla podÃa contener un ordenador de
capacidad humana. Si no era asÃ, el cuerpo podÃa estar controlado a distancia por una inteligencia. Se trataba del modelo multifuncional estándar, en forma de caja, con tres pares diferentes de brazos y cuatro patas que elevaban sus sensores principales a la altura de los ojos. Donde los componentes orgánicos no se agitaban en un fluido movimiento, el metal relucÃa en un dorado apagado.
Se acercó. Del altavoz salió un anglo oriental de tono musical. -Con perdón, capitán Kenmuir, terrateniente Eythil.
Se detuvieron.
-¿De qué se trata? -dijo con sequedad el selenita. Era evidente que Kenmuir, recién llegado del espacio, serÃa identificable; pero el reconocimiento de su acompañante por parte del sistema le darÃa, más que nunca, la sensación de estar atrapado.
-¿Van hacia su vehÃculo? -dijo la máquina-. Con lamento y disculpa. El permiso para despegar se retrasará como una hora. -¿Por qué causa? -exclamó Kenmuir con asombro.
-Hace sólo unos minutos se ha producido una explosión accidental en Epsilon-93. ¿Sitúa el lugar? Un iceberg que se ha traÃdo hace poco.
Kenmuir y Eythil, con algo de rigidez, asintieron. No habÃan tenido noticias del objeto, pero era algo natural. Fragmentos aprovechables de material cometario se situaban, por regla general, en trayectorias que los enviaban desde el Cinturón de Kuiper hacia la órbita lunar, donde eran refinados y enviados a la superficie. Era una operación robótica y completamente rutinaria que no se habÃa realizado con demasiada frecuencia en las últimas décadas, pero sin duda el trabajo habÃa vuelto a retomarse a gran escala. El influjo de los colonos en cuanto el Hábitat estuviese listo requerÃa más agua y aire del que la Luna podÃa reciclar en ese momento.
-Los fragmentos vuelan por todas partes -siguió diciendo la máquina-. No se espera que ninguno de ellos impacte, pero, por el momento, no es perfectamente seguro. Hasta que no se conozcan todas las trayectorias, Control de Tráfico está restringiendo los movimientos civiles sobre el suelo, sobre todo en las cercanÃas del lugar. Se estima que tardará sobre una hora. Aterrizó justo a tiempo.
Eythil frunció el ceño. Kenmuir se encogió de hombros, aunque probablemente su impaciencia era mayor.
-La administración se disculpa por cualquier inconveniente que esto pueda causar erijo la máquina-. Se les invita a esperar en la sala de ejecutivos, con aperitivos de cortesÃa.
Eythil y Kenmuir intercambiaron miradas. Las sonrisas se volvieron irónicas.
-Nunca he estado ahà -admitió el selenita- ¿Y usted, capitán? -No -contestó Kenmuir-. ¿Por qué no?-SatisfarÃa una ligera curiosidad. Además, el bar y restaurante público, inmensos y casi abandonados, serÃan lugares tenebrosos.
La sala a la que les llevó la máquina tenÃa unas dimensiones más Ãntimas. El mobiliario, al estilo común de la Tierra, parecÃa algo apagado. De las paredes colgaban imágenes planas de pioneros del espacio. El aire contenÃa una ligera simulación de aromas a cuero y madera. Kenmuir se preguntó por qué se mantenÃa ese lugar. ¿En cuántas ocasiones se habÃa utilizado desde que el espaciopuerto habÃa sido cibernetizado por completo? Bueno, mantenerlo no debÃa de representar mucho trabajo, y sin duda, ocasiones como la actual se presentaban de vez en cuando. El sistema tenÃa en cuenta lo improbable.
Ãl y Eythil se sentaron. La máquina se dirigió a un dispensador. -¿Cuáles son sus deseos, sirs?-preguntó.
Eythil querÃa un vino blanco lunar-los viñedos bajo Copérnico todavÃa producÃan biológicamente- y Kenmuir eligió cerveza. La máquina tocó el panel, llegaron los contenedores, la máquina vertió el lÃquido en las copas adecuadas, tomadas de un estante, y las sirvió.
-Si desean algo más de mÃ, llámenme, please-dijo, señalando el intercomunicador más cercano-. ConfÃo en que pronto puedan continuar su camino.
-Gracias -contestó Kenmuir. Después de todo, él o su controlador eran sentientes. Se fue. Kenmuir tomó un sorbo. Buena cerveza, sÃ. No importaba que hubiese sido fabricada por máquinas moleculares; el sabor era fuerte, el lÃquido frÃo-. ¿No serÃa mejor que llamase para decir que llegaremos con retraso? -preguntó a Eythil.
-No, no si la espera no se alarga más -dijo el otro hombre. Los dos siguieron hablando en anglo. Era extraño, reflexionó Kenmuir, la actitud tan relajada que la mayorÃa de los selenitas manifestaban con respecto a los horarios, cuando la supervivencia podÃa depender de la precisión. En todo caso, para ellos, el control del tiempo era casi instintivo, tan fácil como recuperarse de un tropiezo lo era para un terrestre en la gravedad del hogar. DebÃas conocer tus capacidades y sus lÃmites de seguridad.
-Me pregunto qué salió mal exactamente -comentó-. Sonaba como uno de esos accidentes que no deberÃan producirse hoy en dÃa. -Eso nos dice el cibercosmos-gruñó Eythil.
-Nada está garantizado. La planificación puede que sea total, pero... simplemente me pregunto si esa explosión se debió a un descuido, al caos fuera de control o a una fluctuación cuántica amplificada... En realidad, no sé cómo se realizan esas operaciones. En unos pocos ciclodÃas, si tengo un par de horas libres, me gustarÃa leer un informe completo.
-Asà será-dijo Eythil con cinismo-. Aunque tendrá usted que adivinar si está o no realmente relacionado con lo sucedido... si ha sucedido algo.
Tiene razón, pensó Kenmuir. El sistema podÃa introducir en la base de datos lo que quisiese, con imágenes, cifras y análisis matemáticos. No serÃa difÃcil saltarse a los funcionarios humanos que supuestamente formaban parte del bucle.
-¿Por qué iba a mentir la mente -protestó-, especialmente cuando lo sucedido no la deja muy bien?
Eythil encogió los dedos.
-¿Quién sabe? Posiblemente sea un elemento adicional en un plan mayor. Asumamos que este acontecimiento ayudará a hacer más plausible el desvÃo de aún más recursos al proyecto Hábitat, y acelerar asà la destrucción del estilo de vida selenita. Asà podrÃa haberlo calculado esotéricamente el programa sociotécnico.
Kenmuir tomó un largo y alentador trago. -Un poco exagerado. Siente amargura, ¿no? -¿No tengo razón para ello?
Su amargura salió a relucir en los minutos siguientes, rompiendo la habitual reserva que la raza de Eythil sentÃa hacia la de Kenmuir. El astronauta estaba familiarizado con la mayor parte de la historia, pero escuchó atentamente, porque era necesario hablar. Además, se enteró de algunos aspectos que no le habÃan llegado antes.
... Aunque los asteroides eran inestimables fuentes de minerales, como los cometas lo eran de hielo y ambos de material orgánico, por sà solos no eran suficiente. Se requerÃa un gran cuerpo para realizar el fraccionamiento quÃmico que creaba concentraciones utilizables de la mayorÃa de los materiales industriales. De ahà las prospecciones y minerÃa en las lunas de Júpiter y Saturno. En Mercurio las realizaban enteramente las máquinas...
... aunque, incluso para ellas, Venus era demasiado difÃcil. En ambientes menos terribles, los humanos era utilizables de forma limitada; aquellos humanos que deseaban una frontera iban allÃ. Por encima de todo estaba Marte...
... a donde los selenitas, especialmente, se dirigÃan en los grandes dÃas de la SelenarquÃa. Los terranos también podÃan reproducirse en ese campo gravitatorio; pero al principio su número era reducido, porque muy pocos estaban acostumbrados a una tierra que podÃa matarles. Marte siguió siendo una provincia de la Luna hasta que la Federación los absorbió a los dos...
-Y sin embargo deberÃamos seguir siendo selenitas-dijo Eythil-. ¿No se supone que una nación miembro se gobierna a sà misma? Pero no, en Marte tenemos menos autonomÃa que aquÃ, orbitando la Tierra.
-Pero proporcionalmente tienen más terranos -le indicó Kenmuir-. Hayan nacido o no allÃ, pensarán, actuarán y votarán según sus inclinaciones psicológicas y su propia cultura.
-Habla como un sociotecnólogo. -Las palabras estaban teñidas de desprecio.
-No es mi intención-dijo Kenmuir con calma-. Uno acaba leyendo mucho durante los viajes espaciales. Se acaba adquiriendo un vocabulario culto. Oh, no sólo soy terrano de raza, soy un terrÃcola. Pero siento simpatÃa por los selenitas. Todos los viejos asuntos irreconciliables salen de nuevo a la superficie, ¿no?
... que en su momento hicieron que Selene se declarase una nación, independiente y soberana: derecho de nacimiento, derecho a la propiedad, educación, la supervivencia de una civilización que abierta mente rechazaba ciertos ideales básicos. A menudo se habÃa preguntado cómo se hubiese desarrollado de haberse mantenido alejada de la Federación. Un ejercicio ocioso, claro está. Cuando la reacción al Golpe de Guerra condenó a la poderosa Fireball, ya se veÃa el final de una Selene independiente, por mucho que Niolente y sus seguidores llevasen a cabo su campaña para retrasarlo. Sin embargo, en alguna hipotética realidad alternativa mecanocuántica...
-Bajo el Pacto, la Asamblea y el Alto Consejo deberÃan, al menos, respetar nuestra constitución -sostuvo Eythil-. Pero nada, reforman más y más la cláusula de ética fundamental» para derribar antiguas leyes y costumbres. Las decisiones se transfieren cada vez más de los seres vivos a las máquinas.
Máquinas inteligentes, pensó Kenmuir, que no están sujetas a la crueldad y la corrupción humana. Pero no se podÃa negar que era un gobierno de... ¿alienÃgenas? La Teramente poseÃa algo de la magnificencia de Dios, pero no era Dios; demasiado remota, no lo suficientemente falible. Y en cuanto a los detalles diarios de la vida, quizá lo que más corroÃa a la gente era la sensación de haberse convertido en irrelevantes.
-Eso no se debe a ninguna conspiración -argumentó-. Es la lógica de los acontecimientos. Las antiguas naciones ya apenas existen. Se han desmembrado en miles de sociedades diferentes, de hecho y de forma. La Federación tuvo que hacerse cargo de muchas de sus funciones. Sin una economÃa global integrada, todo el mundo se morirÃa de hambre.
-Muy poco valor tiene últimamente esa economÃa para nosotros, los marcianos.
-Bien, el declive en la demanda de minerales.
-PodrÃamos adaptarnos, del modo que eligiésemos. Pero no, todo debe hacerse al modo de la Tierra. Habla de la Federación como el único gobierno viable que nos queda. Pero eso significa que no hay nada que se interponga entre el individuo y la Federación.
-Lo sé. La historia demuestra que sus temores son razonables. Además, la alineación produce desmoralización. Pero tendrá que admitir que el gobierno de la Federación no intenta dirigir las vidas de los individuos. De hecho, muchas de las interferencias con los selenitas han sido para limitar los poderes arbitrarios de los selenarcas, poderes que se supone no deberÃan poseer en una república...
Quizá por fortuna, el altavoz de pared anunció:
-El espacio ambiente es ahora seguro. Pueden despegar cuando deseen, señores.
Entre ellos se hizo el silencio, y permaneció mientras se dirigÃan al vehÃculo, despegaban y volaban. Eythil podÃa estar alimentando su furia, o podÃa haberse dirigido a algún espacio mental ultraterreno propio. Kenmuir habÃa empezado a sentir un ligero estado febril y un dolor de cabeza. Se preguntó si se trataba de los nervios, el temor de que de alguna forma pudiese fallarle a Lilisaire... fuese lo que fuese lo que quisiese de él.
El sol se elevaba por occidente a medida que la trayectoria llevaba a Kenmuir en esa dirección. También la Tierra se desplazaba por el cielo, al este y al norte. ResplandecÃa en cuarto menguante, una media luna jaspeada de nubes blancas, que se extendÃa sobre el cielo nocturno capturando suficiente luz de las estrellas como para hacerlas formar parte del gris fantasmal. La primera vez que Lilisaire le habÃa convocado habÃa sentido lo mismo.
SeguÃa sin saber por qué lo hacÃa; él, un hombre de lo más corriente, y encima un terrestre.
-Pero estás muy lejos de ser normal -le habÃa susurrado ella cuando él reunió el valor para plantear la pregunta-. Toda tu carrera,
tus actividades en el espacio, tus lazos con el pasado. No vives ni en el vacÃo ni entre ilusiones, como tantos otros. Conoces lo que ha sucedido antes, la Tierra, la gente y los hechos de los que has surgido; para ti, el tiempo tiene realidad, tanto como el espacio.
A él no le habÃa parecido una gran respuesta.
Era cierto que en múltiples charlas ella le habÃa preguntado por la Hermandad Fireball. No estaba seguro de por qué, ya que él no sabÃa nada que un programa de búsqueda no hubiese podido revelar. Después de todo, no era mucho más que una asociación, una logia o hermandad enraizada en el deseo de una grandeza tiempo atrás desaparecida, no muy diferente de los ronin japoneses, los swagmen australianos o los creyentes. Como ellos, tenÃa sus rituales, sus reuniones sociales, la ayuda mutua y poco más. Fuesen cuales fuesen los conocimientos secretos que se decÃa pasaban de Rydberg a Rydberg, no podÃan ser muy importantes, y, por supuesto, nadie se los habÃa confiado a Ian Kenmuir.
Quizá Lilisaire intentaba hacerse una idea de la sensación de pertenecer a una organización como aquélla. No era una actividad selenita; podÃa darle cierta visión de las otras especies. O quizá se sentÃa interesada porque la Hermandad tenÃa mucha importancia para Kenmuir, y a su modo, ella le querÃa.
Lilisaire le habÃa dicho que era un buen amante (el recuerdo volvió a arder).
-No, es sólo que me inspiras -le habÃa contestado con sinceridad.
Ella rió y le despeinó. No se engañaba a sà mismo; sabÃa que como mucho era una diversión agradable.
Y sin embargo... ella le habÃa vuelto a llamar, con urgencia, con gran coste para una operación de la que ella misma esperaba sacar un buen beneficio. De alguna forma, por pequeña que fuese, ella le necesitaba.
Se le disparó el corazón. No sabÃa si estaba enamorado -un estado desconocido en la primera parte de su vida- o era esclavitud. Por el momento, no le importaba.
El volador alcanzó la posición apolunar y descendió. De la Cordillera se elevaban las tenebrosas torres de Zamok Vysoki.
Una vez en el suelo, Kenmuir se adelantó a Eythil, directamente hacia el tubo de salida. El ligero malestar habÃa desaparecido. Si se sentÃa febril y tembloroso era exclusivamente por Lilisaire. No fue hasta después que esperó no haber ofendido a su orgulloso escolta, y luego se preguntó si, para Eythil, no habrÃa sido motivo de diversión.
No le esperaba nadie en la sala. Evidentemente, la nave habÃa avisado de antemano, y un robot o un sirviente llevarÃa sus cosas allà donde la Guardiana desease.
-Saludos, lan Kenmuir -dijo una voz en el aire-. Trasladaos a la Pagoda y sed bienvenido.
ConocÃa la torre y el camino. ¡Vaya si los conocÃa! Saltó, voló por los corredores intercambiables, atravesando cámaras de múltiples formas. Por entre ellos se movÃan selenitas, hombres y mujeres, ocupándose de diversos asuntos en nombre de Lilisaire. En su mayorÃa se trataba de personal, llevasen o no la librea, y reconoció a dos magnates. No intercambió ni gestos ni palabras con ninguno de ellos, exceptuando el estilizado y rápido contacto ocular que era la forma habitual de cortesÃa. Al final del viaje encontró a un guardia, de pie con la naturalidad de una pantera, quien le saludó y le permitió atravesar la puerta.
De un cegador centro estallaba la luz del sol convirtiéndose en resplandores y destellos de todos los colores que sus ojos podÃan registrar. FluÃan y se desplazaban a su alrededor con el más mÃnimo movimiento, sobre el suelo de vidrio y los escasos y frágiles muebles, las paredes y techos, y sus manos. HabÃa llegado al centro de un diamante sintético de un millón de caras. Aromas de especias y madreselva flotaban en el aire. Apenas audible, se percibÃa la melodÃa en tono menor de un canto de Verdea.
Al lado de una mesa de vidrio ya servida, cerca de un amplio sofá animado, se encontraba, muy dueña de sà misma, Lilisaire. La cabellera castaña le caÃa sobre los hombros desnudos y llevaba un vestido ajustado que era como una segunda piel. Los restos del arcoiris jugueteaban en aquellas blancuras. Sus únicos adornos eran unas estrellas que colgaban de sus orejas y un anillo cuya joya resplandecÃa como un fuego en miniatura. A sus pies tenÃa una mascota que Kenmuir recordaba, un leopardo negro con manchas doradas. Levantó la cabeza y le miró.
Ella sonrió.
-SÃ, has llegado bien, mi capitán.
Kenmuir se detuvo, sintiéndose de pronto indefenso. Ella avanzó. La falda susurró. Kenmuir levantó una mano. Con ligereza, ella depositó la punta de los dedos sobre la muñeca. Eso indicaba que ella era su superior, pero a él jamás se le hubiese ocurrido poner tal cosa en duda. Una ligerÃsima presión le guió hasta la mesa. Ella bajó los brazos y permaneció frente a él.
-SÃrvenos -le mandó.
Obedeció. El sonido se oyó claramente bajo la música. Con una mirada verde le invitó a tomar canapés -él ya sabÃa que eran excelentes- mientras ella levantaba la copa.
-Uwach yei-dijo.
-A vuestro servicio, mi dama -dijo él. Golpearon los bordes. Bebieron. El vino cantó.
Lilisaire fijó la vista en él. Kenmuir olvidó el resplandor del diamante.
-Servicio erijo ella en voz baja-. ¿Lo dices en serio? Contuvo el aliento antes de contestar.
-SÃ. Y no por ser vuestro empleado.
-Mi capitán. -Levantó la mano libre para acariciarle la mejilla. Para él, un golpe hubiese sido menos intenso y estremecedor.
Habló después de recuperar el equilibrio.
-¿De qué va todo esto? -preguntó con la voz seca-. ¿Qué puedo hacer yo?
-Puedes haberlo supuesto. Se refiere al Hábitat.
-SÃ... Hasta ahà he llegado. Vos y vuestra clase os oponéis intensamente a él.
Para las familias de la SelenarquÃa, pensó, debÃa de ser muy doloroso rebajarse a la polÃtica, que ellos llamaban asunto de patanes. Cierto, en su mayor parte era indirectamente. Aquellos, como Lilisaire, que habÃan heredado sustanciales propiedades en la Tierra podÃan recurrir a apoyos terranos y conseguir que algunos entrasen en la Asamblea de la Federación; inútil. La opinión pública, la fracción del público que prestaba atención, favorecÃa con emoción el primer acto pionero que su especie habrÃa realizado en varias generaciones. Además, el cibercosmos habÃa propuesto inicialmente el proyecto. Seguro que las inteligencias sofotécticas, muy superiores a la humana, sabÃan qué era lo mejor para la humanidad.
La voz de Lilisaire le sacó de sus ensoñaciones.
-Cierto. Nos hemos vuelto tan problemáticos que el gobierno nos investiga.
-Bien, es natural, si os estáis moviendo, un análisis de datos... -No, más. Han venido agentes de la Tierra a hacer preguntas. Uno de ellos se presentó aquà poco después de pedir tu regreso. Tampoco se trataba de un agente normal de la Autoridad de Paz. Era de lo mejor que tienen, un sinnoionte.
-¡Eso es importante! -exclamó Kenmuir asombrado.
Ella encogió los dedos.
-No me reveló su naturaleza. Pero tuve la impresión de que no se trataba de un hombre normal. Luego realicé mi propia búsqueda en las bases de datos y entre gente. No temas. Es poco probable que sepa lo que he hecho. Y tampoco encontró nada de qué acusarme. -Rió-. Porque, lamento decirlo, no habÃa nada que encontrar. ¿Dónde iba a encontrar la oportunidad?
De pronto, escupió una furia frÃa.
-No, estamos cautivos, esperando el cuchillo. Ni siquiera nos cortarán la garganta de un tajo. Primero esterilizarán a las mujeres y castrarán a los hombres.
El leopardo rugió. Kenmuir buscó qué decir. -Las cosas no pueden ir tan mal, mi dama. Ella se calmó.
-Piensa. ¿Qué nos ha salvado hasta ahora más que el hecho de que los terranos no pueden reproducirse en la Luna?
Su mente intentó resistirse a esos argumentos. Lo que se habÃa preservado, le decÃa, era el dominio de la SelenarquÃa, de hecho aunque ya no de nombre. Y ese poder comenzó a erosionarse cuando la biotecnologÃa permitió a los de su raza vivir indefinidamente en baja gravedad, con buena salud excepto por la pérdida de masa muscular si no se ejercitaban (durante un segundo, imaginó que podÃa sentir a los microbios alterados implantados en su ser, bañando con su quÃmica cada célula). Cada vez más gente común de la vieja especie tomaban residencia permanente en la Luna. Pero sÃ, su número seguÃa siendo limitado por la incapacidad de sus mujeres para llevar un embarazo a término, o para criar a un niño menor de tres años, todavÃa con el sistema nervioso en desarrollo, aunque hubiese nacido en un mundo mayor. Si bien de forma precaria, los aristócratas lunares se aferraban al dominio de la supuesta república.
-¿Ahora esperáis un rÃo de colonos desde la Tierra? -preguntó tontamente.
-Será imparable. Las ecuaciones sociotécnicas lo predicen. Cientos de miles se declaran deseosos de venir. Una vez que el Hábitat esté listo...
... la abandonada L-5 serÃa reparada, luego se la pondrÃa en una órbita lunar baja, se la proveerÃa de velas de luz para producir las fuerzas necesarias para mantenerla en su órbita de otro modo inestable, girando para producir gravedad terrestre total en su inmensa circunferencia. Un lugar para que los terranos pudiesen tener jóvenes y los cuidasen durante sus primeros años, mientras iban y venÃan a la Luna. -No tardará mucho. El tiempo apremia, Kenmuir. -Ella nunca empleaba su nombre propio. Kenmuir no sabÃa si se debÃa a hábito, a que ella sólo tenÃa uno o a que habÃa decidido evitar la verdadera intimidad.
-Pero será la flor de la Tierra -argumentó-. Los que realmente quieren trabajar, vivir de verdad, aquÃ, en el espacio. -Como él mismo, reconoció. HabÃa tenido mucha suerte, pasando por la Academia, el Servicio Espacial y al final en la Ventura. ¿Cómo podrÃa negarle a alguien las estrellas?
Lilisaire levantó el labio.
-SÃ, los señores del mundo y sus amos mecánicos se alegrarán de ver cómo los inquietos salen del planeta. En la Luna serán más fáciles de controlar. -Cambió la un tono de urgencia-. ¿Pero no lo entiendes? Cambiarán Selene. Sus vastas construcciones romperán la paz mientras sus hordas impondrán la sociedad que deseen.
-Eso no puede suceder de la noche a la mañana.
-Con mayor rapidez de la que crees, mi ingenuo capitán, y con certidumbre entrópica. Te lo digo, eso nos destruirá.
-Marte...
-Marte ya está perdido.
Al recordar a Eythil, Kenmuir no discutió la afirmación. -Vuestros colonos en los asteroides y las lunas exteriores... No, esos lugares nunca podrÃan contener más que a unos pocos. -Indefensos, empobrecidos, hasta que las naves de la Tierra fuesen a llevárselos bajo la bandera de la caridad y la eficiencia.
Miró al leopardo y se lo imaginó confinado de por vida en una jaula llena de monos.
-Nosotros, o nuestros hijos, perderemos el deseo de vivir-siguió diciendo Lilisaire en voz baja-. Algunos sufrirán sus últimos años con resignación, otros no. -Se irÃan con violencia, rebelándose, cometiendo crÃmenes o suicidándose-. Ninguno de ellos traerá a un joven a esta existencia de perros. En dos siglos, tres, no importa, esa raza problemática e inconformista se habrá extinguido. Muy conveniente para el cibercosmos.
Kenmuir dudaba que hubiese motivos para justificar la preocupación de Lilisaire por su propia especie. Pero ¡qué real sonaba la desesperación que se detectaba bajo el acero! Si tenÃa razón, si los selenitas desaparecÃan, cierta magnificencia desaparecerÃa del universo.
Conmoción: ¿serÃa realmente eso lo que deseaba el cibercosmos? Los ojos que le miraban no mostraban signos de lágrimas, el cuerpo delgado no se inclinaba.
-Debéis de tener algo en mente erijo Kenmuir lentamente. Ella asintió. El pelo castaño se agitó.
-Una empresa desesperada -contestó con el mismo tono de voz-, similar a la búsqueda de un tesoro que podrÃa ser un mito.
Se inclinó ligeramente hacia delante, súbitamente tensa. -¿Te atreverás?
Ãl casi se quedó sin respiración por la sorpresa. -C... contadme dijo vacilante.
Lilisaire se enderezó, relajando el cuerpo.
-No es necesario que sea ilegal... por tu parte -le oyó decir-. Sin embargo, hay algo que podrÃas descubrir para mÃ, algo que ha estado oculto durante muchas vidas.
-¿Qué?
-En esta casa mora una tradición fugitiva. Pero también debo contar hechos. Ven, bebe, cálmate, escúchame.
Se asombró de la facilidad con la que Lilisaire repasaba la historia. Para él era familiar, pero ella le daba perspectiva -su perspectiva- y tocaba temas de los que él sabÃa poco.
Le recordó la larga y maquiavélica lucha para mantener la soberanÃa lunar, fuera de la Federación, por parte de Niolente y sus seguidores después de que Guthrie y Rinndalir partiesen hacia Alfa Centauri y Fireball empezase a desintegrarse. Ãl no habÃa sabido nada de varias misiones al espacio profundo, cuyo propósito jamás se habÃa divulgado, pero que, aparentemente, habÃan dado a Niolente la confianza para seguir luchando.
Naturalmente, al final no le habÃan servido para nada. Los acontecimientos se precipitaron, la proclamación de la república por una facción, su reconocimiento instantáneo por los gobiernos de la Tierra, el envÃo de tropas de la Autoridad de Paz en su ayuda. Sin duda, la anciana mujer habÃa decidido morir luchando, porque la fuerza que habÃa reclutado no tenÃa ninguna esperanza de victoria. Era inevitable que, a continuación, la Autoridad saquease todos los lugares que ella habÃa ocupado, incluyendo las bases de datos que en ellos se encontraban.
Kenmuir no tenÃa ni idea de que todo el material habÃa sido confiscado, que lo que más tarde se habÃa hecho público era incompleto, o que la versión oficial sobre el borrado accidental de algunos archivos era inconsistente con los metódicos procedimientos del hombre al mando. Nadie habÃa prestado especial atención. Todo el asunto se olvidó pronto, excepto entre algunos de sus descendientes directos. -¿Estaba trabajando en algo en el espacio profundo? -dijo. -Eso debÃa ser-dijo Lilisaire-. Un arma o... no sé. -Entonces, ¿cómo lo descubriré yo?
Ella se bebió todo el vaso y le indicó que le sirviese más. Primero Kenmuir terminó el suyo. El leopardo se puso en pie y se paseó por la sala, negro y dorado por entre los fragmentos de luz.
-Escúchame erijo Lilisaire-. La tradición de la que he hablado se remonta a mucho antes, a los tiempos de Dagny Beynac. Un hijo suyo realizó una expedición al espacio profundo, expedición de la que no regresó. Nunca se dio ninguna explicación real. La familia conservó para sà los conocimientos adquiridos.
¿Con la esperanza de un posible beneficio? Eso hubiese sido muy tÃpico de los selenitas. Pero también lo serÃa el mantener el secreto como un recuerdo fúnebre, un perdurable sacrificio al dolor.
-Buscando por entre los registros conservados, porque los conquistadores no lo encontraron todo, he llegado a tener la convicción de que ése era el descubrimiento que Niolente pretendÃa usar-siguió diciendo Lilisaire-. Si lo encontrásemos, podrÃamos revivir parte de sus esperanzas. Pero queda poco tiempo, e incluso antes de que el Hábitat haga que se pierda toda posibilidad, las sospechas del enemigo podrÃan llevarle a un ataque preventivo. Por tanto, tan pronto tuve esa pista, te hice venir, para que investigases más a fondo.
-Yo, eh, no tengo ni idea de por dónde empezar-objetó. Una vez más se sintió atravesado por su mirada.
-En la Tierra.
-¿Qué? -Comprendió que tenÃa la boca abierta, y la cerró de golpe-. ¿Cómo?
-Sabes bien que el primer Rydberg era el primogénito de Dagny Beynac y que contaba con su absoluta confianza. Y.. hasta este dÃa, los guardianes de la logia Fireball conservan algún conocimiento arcano que parece provenir de ese perÃodo de agitación.
-Te refieres... Lilisaire murmuró: -Una posibilidad lejana; pero veo muy pocas otras.
-Un arma... -Un escalofrÃo recorrió el cuerpo de Kenmuir. Ya habÃa sido terrible que Fireball volviese sus naves contra los avantistas. Aunque la acción estuviese justificada, la indignación global que produjo acabó con Fireball y con la Luna soberana. Una cabeza nuclear de un teratón, un asteroide dirigido...-. ¡No!
-Puede que no sea eso -añadió ella con rapidez-. O si lo es, la amenaza por sà sola podrÃa ganarnos la libertad. En cualquier caso, ya que los poderes de la Tierra están tan interesados en mantenerlo en secreto, la simple amenaza de divulgarlo podrÃa ser arma suficiente, ¿no?
Kenmuir dio un largo trago. El vino merecÃa mayor atención, pero debÃa controlarse. A medida que el calor se difundÃa por la sangre, volvió a ser capaz de hablar.
-SÃ, si la información se ha ocultado tan celosamente, debe de haber razones poderosas... PodrÃa tratarse de razones buenas.
-No te pido traición-dijo ella con algo de desdén-. Encuentra lo que puedas y decide lo que puedas.
Le dolió más de lo que hubiese esperado.
-No tengo muchas esperanzas de que el Rydberg confÃe en mà sólo por mi palabra-dijo.
Recibió de nuevo una sonrisa cálida.
-Si se lo explicas, quizá lo haga. Y si no, o si lo que te cuenta no sirve de nada, entonces...-Dejó que la frase se apagase como la música. -¿S�-preguntó él sintiendo los latidos del corazón.
-Tengo otros agentes en la Tierra. ¿EstarÃas dispuesto a unir tus fuerzas con uno de ellos? Tus conocimientos del espacio podrÃan ser de mucha ayuda.
Es una locura, pensó. Ãl no era un espÃa, ni un rebelde, sólo un técnico de mediana edad que obedecÃa la ley y cuya audacia se concentraba en su cabeza, interactuando con fuerzas impersonales, allá lejos entre las estrellas, que las opiniones y pesares de la humanidad nunca alcanzarÃan. Pero ella le habÃa lanzado un desafÃo, y... ella lo deseaba, ella lo necesitaba, podrÃa salvar su vida.
-Lo intentaré -se oyó murmurar.
Ella lanzó un grito, estrelló la copa contra el diamante y se arrojó a sus brazos.
El sofá viviente los recibió y respondió a su peso.
En su corazón, Kenmuir sólo podÃa alabar la terrible necesidad que habÃa hecho realidad la especie de Lilisaire.
8
La madre de la Luna
La noche en la cara oculta de la Luna es una gloria de estrellas. Sin el Sol ni la Tierra para superarlas, sólo es necesario alejarse de la iluminación humana y el cielo se llenará de brillo; seis mil o más estrellas re veladas a un ojo frente al que no se interpone nada más que una lámina transparente y unos pocos centÃmetros de aire. Relucen sin titilar en la oscuridad cristalina, y las más brillantes no son todas blancas; muchas arden de un azul acerado, dorado, ámbar o un rojo broncÃneo. Las constelaciones ya no son diagramas geométricos, sino más bien huestes en formación, con los planetas ardiendo entre ellas. Las nebulosas se presentan de frente sobre el fondo negro o flotan ligeramente luminosas. De horizonte a horizonte, se arquea el cinturón galáctico, con aspecto más helado que lechoso: un rÃo invernal flanqueado de noche y con islas de oscuridad. Más allá se pueden apreciar sus hermanas más cercanas: las nubes de Magallanes, Andrómeda, vaga e inmensa, y quizá una o dos más vislumbradas a gran distancia. Si desconectas el receptor, estás solo con esa visión, en un silencio tan vasto como toda su extensión; muy, muy por debajo, el murmullo de tu cuerpo declara que estás vivo, que eres lo que existe.
De vez en cuando pasa rápida una chispa, un satélite. Pronto se pierde en la sombra de la Luna.
Dagny Beynac suspiró y se volvió hacia el campamento. No podÃa mirar durante mucho tiempo, tenÃa trabajo que hacer.
En primer lugar, administrar el tiempo del girador. El jefe no deberÃa hacer que nadie esperase. Saltó a paso de canguro, ocho o diez kilómetros por hora sobre la lava sombrÃa, con un ritmo fácil y estimulante. Las luces que tenÃa por delante apagaban el brillo de las estrellas.
Los otros tres ya estaban en la centrifugadora. En el vacÃo sin difusión, donde a la vista no le ayudaba el reflejo del ambiente, luz y sombra, la blancura y el polvo volvÃan los trajes de un claroscuro fantasmal. Como todo recién llegado, al venir a la Luna Dagny habÃa tenido que aprender a ver, especialmente después de la puesta de sol en la cara oscura. En ese momento identificó sin esfuerzo las figuras lejanas, el depósito de suministros y los refugios al fondo, el personal y las máquinas, la extensa complejidad que estaban creando. Se estaba construyendo un observatorio astronómico multifuncional en Mate Moscoviense, y ella estaba a cargo de los habitáculos del personal. El progreso era rápido si sabÃas cómo hacerlo, si sobrevivÃas.
Volvió a conectar la radio. Desconectarla en el exterior habÃa sido una violación del reglamento, pero de vez en cuando necesitaba estar sola durante un rato con el cielo y la vida en su interior.
-Hola -saludó-. ¿Dispuestos y animados? Wimden Boer no captó el alegre sarcasmo.
-No -rezongó-. Maldición, ¿tres horas enteras? ¡Estoy ocupado! Sabes que el retraso de la entrega de las bombas ha puesto patas arriba mi programación.
Dagny llegó hasta el grupo y se detuvo.
-Amigo -contestó-, cuando hayamos terminado este trabajo y estemos de vuelta en Bowen, invÃtame a una copa en el Tanque de Combustible y te contaré historias que helarán la cerveza de tu jarra. Mientras, no hagas que tu preciosa cabecita se preocupe demasiado, o acabaré decidiendo que es demasiado pequeña. La ley cero de la termodinámica afirma que todo requiere más tiempo y cuesta más.
-Pero ya vamos muy retrasados, ¿no? -argumentó Jane Ireland. Era una buena ingeniera eléctrica (habÃa ayudado a reparar la red que portaba la energÃa desde los Criswells hasta los transmisores), pero excesivamente ansiosa en lo referente a cuestiones polÃticas-. ¿Comprendes lo mucho que los grupos de presión de Eurospace y Eco Astro lucharon contra la concesión de un contrato como éste a una compañÃa privada, la nuestra especialmente? Si fracasamos...
-No fracasaremos-afirmó Dagny-. Dejemos que el jefe se encargue de esa batalla en particular. Si Guthrie no puede amañar, conspirar y gritar más que todos los gobiernos de la Tierra, más nos valdrÃa volver y que los norteamericanos de entre nosotros abrazasen la Renovación. Sólo podemos ayudarle cumpliendo el contrato a pesar de lo que Murphy quiera ponernos en medio.
HabÃa aprendido muy pronto que su posición exigÃa más habilidades humanas que técnicas, y se dispuso a aprenderlas. Al principio, Edmond habÃa sido un consejero maravilloso, pero pronto tuvo que abrirse paso sola, por medio de pruebas y errores, por intuición más que por reglas, porque cada individuo es único en el universo.
Pedro Noguchi vino en su ayuda.
-Escuchad, Wim, Jane, no podréis ayudar si os ponéis enfermos. Hemos escatimado estas sesiones todo lo que hemos podido. En lugar de malgastar el tiempo quejándose, ¿podrÃamos acabar de una vez?
Eso les calmó. Era extraño, pensaba Dagny a menudo, la lealtad que muchas de esas personas sentÃan por Fireball, quizá más que por sus propios paÃses. Ella tenÃa razones personales, pero ¿y el resto? La fuente no podÃa ser sólo un trabajo emocionante, con buena paga y jefes agradables, donde los únicos lÃmites en tu carrera profesional eran la suene y tus habilidades. En Fireball, de alguna forma, pertenecÃas, compartÃas el espÃritu, como pocos lo hacÃan en la Tierra.
Buscó su lugar y se preparó.
La centrifugadora de campo levantaba la columna por encima de su cabeza, 250 centÃmetros desde la amplia y bien fijada base hasta los cuatro brazos del rotor. Era portátil, y no tenÃa nada que ver con las gigantescas máquinas fijas de los asentamientos. Los brazos eran huecos, sobresaliendo como trompetas del pilar. De cada uno colgaba un cable, a cuyo extremo se encontraba una cabina, cuya base era un disco de 150 centÃmetros situado a poca altura del suelo. En su interior habÃa equipo simple de ejercicio, sujeto a soportes. Bajo el disco, una caja soldada para el contrapeso.
Ninguno de los presentes, con traje y equipo, pensaba los 125 kilos -21 kilos en la gravedad lunar- que representaba la carga estándar. Dagny se subió a una balanza situada en la base. Sin molestarse en usar la calculadora que llevaba en el brazo izquierdo, halló mentalmente la diferencia, y de un montón cercano tomó los ladrillos necesarios para compensarla. Después de meterlos en la caja, la cerró y se situó en la cabina. Cerró la puerta, se sujetó por si acaso.
-Informe -ordenó.
-Listo... Listo... Listo...-oyó.
-Centrifugadora a Control, comenzando operación de tres horas-dijo. El hombre en la esquelética torre a un kilómetro de distancia respondió. Los vigilaba a ellos como vigilaba los lugares de trabajo, también por si acaso.
-Allá vamos erijo Dagny. Cada cabina tenÃa un botón de inicio y de parada, pero ella, al ser la de mayor rango, pulsó el suyo.
El motor en la base de la columna se despertó. El rotor empezó a girar. Los pies de la torre flexionaron sus dedos de metal y extendieron sus garras sobre un suelo que no era ni llano ni liso y que podrÃa haber estado formado por pedruscos en lugar de piedra dura. Los sensores controlaban las fuerzas cambiantes y daban órdenes a los actuadores; la máquina se mantenÃa en un equilibrio dinámico. A medida que el rotor incrementaba su velocidad y las cabinas se elevaban, los cables se alargaron hasta la longitud máxima y volaron en horizontal.
Una vez que el sistema hubo alcanzado un estado estacionario, los ocupantes estaban bajo la aceleración de la gravedad terrestre. Dagny soltó los anclajes. Durante un minuto o dos miró por entre los barrotes, hacia la Luna. Algunas personas miraban al suelo, algunas de lado, algunas mantenÃan los ojos básicamente cerrados, lo que les diese menos vértigo; ella escogió el cielo. Las estrellas se movÃan en una espiral acelerada cuyo centro se encontraba sobre su cabeza. Su respiración y la de sus compañeros era más fuerte. La vibración era un ligero repiqueteo en la sangre, carne, huesos y en cada una de sus células.
En realidad, la sensación era agradable. Le gustaba la baja gravedad, pero la naturaleza no la habÃa fabricado para esa libertad.
Allà de pie, se preguntó cuánto tiempo hacÃa que se habÃa sellado su destino. ¿Un tercio de un millar de millones de años, cuando sus antecesores salieron del mar y tuvieron que sostenerse a sà mismos? 'Mond podrÃa decÃrselo con toda exactitud. Pero ella conocÃa muy bien el resultado final, la múltiple y maravillosa cárcel de la adaptación que la evolución habÃa creado en su único mundo. La gravedad lunar simplemente no era suficiente para las criaturas de la Tierra.
Aunque no era tan mala como la microgravedad. No tenÃas náuseas, no se te hinchaba la cara, los músculos y el esqueleto se reducÃan lentamente, podÃan pasar años antes de que el daño fuese irreparable y entonces aún te quedaban unos cuantos años más antes de morir; o eso predecÃan las extrapolaciones a partir de animales de laboratorio y modelos de ordenador. Pero la degeneración era imparable, una cuestión de equilibrio de fluidos y quÃmica celular, degeneración cardiovascular, fallos en la barrera sangre-cerebro, crecimientos tumorales de varios tejidos, esclerosis o necrosis en otros, los primeros efectos eran clÃnicamente apreciables después de doce meses o menos.
Si querÃas conservar la salud, mejor serÃa que te sometieses a menudo a la gravedad en la que habÃas nacido.
Nacido. La mano de Dagny se dirigió a su vientre. Los recuerdos se dispararon como las estrellas sobre su cabeza.
No lo habÃan pretendido, ni ella ni 'Mond, no hasta estar seguros de que no era peligroso. No tenÃa que recibir su inyección hasta dentro de medio año. ¿PodÃa ese fallo deberse a la baja gravedad? (Quizá una idiosincrasia, porque Dios sabÃa que se hacÃa mucho el amor en la Luna, con frecuencia en posturas deliciosas pero imposibles en otra parte.) El médico habÃa propuesto el aborto. Dagny exigió violentamente conocer las alternativas. El doctor convocó una conferencia a distancia orbital. Los especialistas opinaban que el embarazo probablemente serÃa normal. Después de todo, el embrión y el feto flotarÃan en el lÃquido amniótico, el pequeño océano primordial. Los mamÃferos, incluyendo los monos, habÃan tenido crÃas en la Luna, y los jóvenes vivÃan, una vez que los experimentos habÃan determinado el régimen adecuado de centrifugado para cada especie.
Eso sÃ, los especialistas no garantizaban nada. No se sabÃa mucho. La ciencia agradecerÃa la oportunidad de observar y aprender, pero la señora Beynac debÃa comprender que no se habÃa previsto su situación. Los regÃmenes y tratamientos colectivamente llamados biomedicina podÃan extender la esperanza de vida a más de un siglo, pero no podÃan alterar el organismo humano básico. Eso exigÃa modificaciones del ADN. Se estaba desarrollando un proyecto, que ofrecÃa la única esperanza realista para una verdadera colonia lunar; algo muy controvertido, y que no afectaba al caso de la señora Beynac, que podrÃa encontrarse en la situación de tener que trasladarse a la Tierra para garantizar la salud de su hijo...
Vale, si era absolutamente necesario. Sólo si lo era. En todo caso, podÃa realizar un trabajo de campo más antes de que la cintura se le ensanchase demasiado para encajar en un traje espacial. Las náuseas matutinas -terribles, mucho peores que las de aquella neblinosa primera vez- las habÃa superado ya. Los sÃntomas y análisis eran tranquilizadores. Fireball nunca la echarÃa o la sancionarÃa si se transferÃa a la cara visible, pero Fireball la necesitaba urgentemente en la cara oculta. Asà que allà estaba, en su segundo trimestre, alerta, capaz, llevando el hijo de Edmond.
Juliana, dijo para sÃ. Iba a ser una niña. Juliana, bebé lunar, bienvenida al futuro.
Suficientes recuerdos, suficientes sentimientos. Si querÃas maximizar los beneficios de la alta g y minimizar el tiempo que debÃas pasar en ella, no sólo tenÃas que quedarte de pie o sentarte, debÃas hacer ejercicio.
Se agachó, soltó las mancuernas y se levantó sosteniéndolas. Se movió con cuidado, para evitar los mareos. El pseudopeso terrestre alcanzaba la media a la altura de la cintura; la diferencia entre cabeza y pies era de un diez por ciento. La fuerza de Coriolis resultaba menos molesta, pero aun asà habÃa que tenerla en cuenta. Las grandes centrifugadoras eran más cómodas en ambos aspectos. Lujosas; la mayor de Port Bowen poseÃa compartimientos privados y sofás. Dagny sonrió. TenÃa serias sospechas de que Juliana habÃa sido concebida allÃ.
Levantar las mancuernas, bajarlas, subir, bajar, moverlas a un lado, empezar la carrera. Flexionarse, tensarse, flexionarse, dejar que el cuerpo disfrute mientras la mente cabalga el carrusel de las estrellas. Respirar profundamente, vaciar los pulmones, oler el dulce sudor, la sangre se acelera. Siente golpes en el vientre; ¿Juliana también baila? No, recordó Dagny, es demasiado pronto, todavÃa no, todavÃa no. El dolor la recorrió como un rastrillo recorre el campo.
El hospital de Port Bowen era pequeño, austero y estaba muy bien equipado. Cuando Edmond Beynac llegó desde el lugar de su expedición, su mujer estaba casi lista para el alta.
-No hace falta que vengas -le dijo por teléfono cuando hablaron-. Estoy bien. Pronto saldré de aquÃ.
-Maldición -le contestó. El acento era más intenso-. Haz tenido... un avortement... un aborto, en un maldito traje espacial... ¿Y debo quedarme lejos de ti? -Aunque el enlace de radio transmitÃa una imagen, ésta era mala y la pantalla diminuta. No podÃa estar segura, pero creyó ver lágrimas en sus mejillas. Nunca antes le habÃa visto llorar.
Un aborto convulsivo como el que habÃa tenido, incompleto hasta que el equipo la metió dentro de la base y le quitó el traje, la habÃa afectado considerablemente. Pero era joven y vigorosa, y el equipo del hospital tenÃa a su disposición algo más que cirugÃa, disponÃa de la última tecnologÃa molecular.
Cuando él llegó, Dagny estaba sentada en la cama después de dar un paseo por los pasillos. El lector que tenÃa entre las manos mostraba El lobo de mar; le gustaban las novelas de aventuras, y ya casi no se escribÃan. Se trataba de una habitación privada, pero por esa razón no era más que un cubÃculo. La masa de Edmond la llenaba por completo. No es que le importase. Sintió el fuerte abrazo, el ligero estremecimiento, y al besarlo la barba le rascó un poco. Cuando apoyó la cabeza contra el pecho sintió los latidos de su corazón.
Un poco después, él también se sentó en el borde de la cama y se limitó a sostenerle la mano.
-De verdad, 'Mond, te preocupas demasiado, cariño, estoy bien -insistió-. Me han dicho que puedo volver a trabajar en dos semanas, esta vez sin fechas lÃmite por mi parte. -Eso último fue un error. Se le rompió la voz. Inmediatamente, bajó las pestañas y ronroneó-. Antes de eso, estaré lista para joder. Te he echado de menos, cariño.
Ãl siguió sombrÃo. -Tendremos cuidado, siempre. -Oh, sÃ, oh, sÃ.
Ãl la siguió mirando atentamente. El silencio se alargó. -Pero deseas tener hijos-dijo al fin.
-Bien; no a menos que tú también quieras, en serio.
-Has perdido dos. -Ãl no habÃa vuelto a hablar hasta ese momento, desde que se lo habÃa contado aquella noche en que le pidió que se casase con él, del que dio en adopción. Aquel dÃa, él también habÃa permanecido en silencio durante un rato, para decir finalmente que no importaba, que habÃa pasado hacÃa mucho tiempo, y cambiar de tema.
-No me mientas -le ordenó más que pidió pero el tono era de compasión-. Sé muy bien que has llorado, a solas, sobre esta cama. -Eso ya está-fue todo lo que ella pudo decir.
-No habrá una tercera pérdida.
-No. -Era una resolución firme. Lo habÃa pensado mucho-. Queremos a la Luna más que a cualquier otra cosa.
-¿Incluyendo a los niños? -SÃ, llegado el caso. -Comprendes el problema, ¿no? Ella asintió y habló con rapidez.
-El doctor Nguyen me puso las cosas claras. Los modelos informáticos cambian cuando cambian los datos de entrada. Tomaron mis datos. Revisiones, análisis, muestras, exámenes electroquÃmicos, por Dios, apareceré en las revistas cientÃficas durante los próximos cinco años. Vale, soy un caso único, pero parece que han obtenido información importante que faltaba. La opinión revisada es que lo sucedido era inevitable. Los anticonceptivos pierden su efecto con mayor rapidez que en la Tierra, con una distribución temporal al azar, y ningún parto se completará. Los animales de laboratorio nos engañaron. Por una parte, los seres humanos son mucho mayores, lo que convierte la administración de fluidos en un problema de ingenierÃa completamente diferente, al menos en un campo gravitatorio débil. Por otra parte, el cerebro humano se engaña y envÃa señales erróneas al aspecto nervioso-glandular-muscular del sistema reproductor femenino. Las defensas quÃmicas de la placenta se deterioran, las reacciones alérgicas se acumulan y el feto es expulsado, pero ya está muerto o moribundo. Nuestra especie nunca podrá reproducirse de forma natural en la Luna.
Ya estaba, lo habÃa dicho, de un golpe y sin vacilar. Se recostó sobre las almohadas, de pronto agotada.
-¿Lo has oÃdo?-susurró.
-SÃ, he estado en contacto durante todo el camino. -Edmond hizo una pausa-. Creen que serÃa posible desarrollar alguna medicación para contrarrestar esos efectos y hacer posible el parto.
-Lo sé -suspiró-. También sé que serÃa desagradable, caro y condenarÃa a la siguiente generación al mismo proceso. No.
Vio y sintió cómo él se tensaba.
-Dagny-dijo,-, podemos mudarnos a la Tierra... antes de que seamos demasiado viejos.
-Estabas dispuesto a hacerlo por juliana, inmediatamente, si fuese necesario-contestó ella en voz baja.
-Lo estaba. Por hijos nacidos... Quiero que tengamos hijos. Dagny movió la cabeza. La calma la llenó, y con ella le llegó una tranquila fuerza.
Juliana era. HabÃa sucedido y no la matarÃamos ni renegarÃamos de ella. Pero vi... Fuiste tan amable, tan generoso de esa forma tan áspera. Nunca dejaste entrever lo que significarÃa para ti, perder esta carrera cientÃfica de alto nivel y regresar a donde todo es rutinario, donde a lo más que podrÃas aspirar serÃa a pasar la vida como profesor de un departamento académico mediocre. Pero yo lo sabÃa, 'Mond. SabÃa que darÃas largos paseos a solas para poder gritar tus insultos, que beberÃas mucho y que tu cinismo absoluto se convertirÃa en alienación; y permanecerÃas a mi lado, porque asà lo dijiste, y nunca le echarÃas la culpa a la niña. 'Mond, me gustarÃa creer en Dios, para poder rezar y pedirle que no tuviésemos que regresar. Bien, no lo haremos. -Bienaimée-dijo agitado.
La fuerza se incrementó. Se sentó recta.
-Eso implica que tengamos que ser estériles. -No, «infecundos» era la palabra que querÃa, un callejón sin salida, muerte doble, y al infierno con los fanáticos de la reducción de la población.
La cabeza inclinada de Edmond se elevó. -Qu'est-ce... ¿a qué te refieres?
-Es evidente erijo ella-. Genética. Una raza para la que la Luna sea el ambiente normal. Empecé a investigar tan pronto como supe que estaba embarazada, porque puede hacerse, 'Mond. El cono cimiento está ahÃ, en los mapas del genoma, la biologÃa molecular, en la anatomÃa y fisiologÃa. Los ordenadores han demostrado que son necesarios cambios en el ADN, prácticamente átomo a átomo. Y cómo hacerlo no es, en principio, diferente de lo que es estándar en biotecnologÃa cuando desean crear algún organismo en especial. Todo el asunto ha sido bosquejado, como un ejercicio cientÃfico y medida de contingencia. Los detalles pueden refinarse en un año o dos, una vez que se ponga en marcha el proyecto.
-Y tú, tú...
-¿Por qué no? ¿Por qué demonios no? Toma un óvulo fertilizado, trátalo, implántalo. -El impulso la guiaba-. Vamos, apuesto a que la fertilización puede hacerse del modo usual.
-¡No! El riesgo para ti. Y... el coste, no podrÃamos permitÃrnoslo. -TonterÃas. No es más arriesgado que una salida a la superficie. He estudiado el asunto, ya te digo. Un feto selenita interactuarÃa de otra forma. Yo necesitarÃa apoyo quÃmico, es cierto, pero mucho menos que con un bebé de nuestro tipo, nada que me impida moverme. Y en cuanto al coste, nada; mientras los Guthrie estén al cargo, Fireball mirará más allá del informe anual de beneficios. De hecho, ha financiado la investigación hasta ahora. Pondrán el dinero alegremente para producir una próxima generación que no precise ayuda.
-Estás completamente loca-gruñó él.
-Oh, quizá no salga bien cada vez. Eso dolerá, pero estoy dispuesta a asumir el riesgo si tú lo estás, porque serán nuestros hijos, nuestros hijos selenitas, 'Mond. Nuestra sangre viviendo aquà por siempre.
Su sangre le hervÃa en las venas. Le agarró las manos. Durante un momento más él se resistió.
-Dagny, habrá mucha oposición... experimentar con humanos. Yo tengo problemas de conciencia. ¿Qué hay de la gente y los polÃticos de la Tierra?
-Si alguien puede conseguir que se apruebe algo asÃ, son los Guthrie. Cariño, di que sÃ, di que sà y mañana le enviaré un mensaje codificado.
La sangre de Anson Guthrie viva en la Luna.
Que él era su abuelo era el último secreto real que le habÃa ocultado a Edmond. Esperaba que, en esas circunstancias, él le permitiese compartirlo.
9
La Mansión Guthrie parecÃa más antigua que los siglos que tenÃa. La piedra casi parecÃa haber sido modelada por el viento, la lluvia y la escarcha en lugar de por manos humanas. Esa masa pertenecÃa a aquel lugar, entre los abetos a derecha, izquierda y detrás, el prado, y las flores que se extendÃan hasta el agua. Un atracadero, un barco, edificios adicionales construidos también en la isla. Incluso la nave espacial y su protección encajaban en aquella tierra.
Pero es todo una sensación interior, pensó Kenmuir. Se debÃa a la tradición, a la santidad, cosas de las que la naturaleza no sabÃa nada. Y la misma naturaleza, la sensación de regresar a un lugar antiguo todavÃa vivo, no era más que una ilusión. Las nubes se elevaban como la nieve en un cielo azul radiante; corrÃa una brisa fresca, con aromas de madera y sal, sobre la tierra calentada por el verano; las olas rielaban y murmuraban, los bosques susurraban; algunas gaviotas volaban hacia lo alto, todo en un enclave restringido y cuidadosamente atendido. Era sólo casualidad que no viese pasar ninguna aeronave. Cuando el sol de la tarde se hubiese ocultado tras el océano, podrÃa observar los satélites, recorriendo su camino entre las estrellas, que el relucir del cielo le permitiese ver.
Quizá fuese por eso por lo que la nave espacial no pareciese extraña. En lugar de eso, ¿era una guardiana de la paz? Al menos un tótem, un punto de reunión. Tampoco era que estuviese muy a la vista. Ocupaba un claro varios cientos de metros hacia el interior, y ella y su cubierta transparente no habrÃan sido visibles si el terreno no estuviese ligeramente elevado. Tal y como estaba, sólo se veÃa la proa, una flecha sobre la copa de los árboles y el tejado.
Después de dejar el volador alquilado en la zona de aterrizaje y empezar a caminar hacia la casa aplastando la gravilla con los pies, Kenmuir se encontró con la mirada y la mente centradas en la nave. Kestrel, el pequeño modelo halcón pilotado por Kyra Davis, la que mucho, mucho tiempo antes habÃa rescatado a Guthrie de los avantistas y habÃa luchado con su doble. El mismo Kenmuir habÃa participado en una ocasión en el rito anual de inspección, limpieza, recargar de los acumuladores y bendición final de la nave: «Que estés siempre lista para volar.» Bajo la solemnidad, un escalofrÃo le habÃa atravesado y el vello del cuerpo se le habÃa puesto de punta. Entonces era muy joven... Pero algo similar volvió a agitarse en él. Su especie morÃa y vivÃa por sus sÃmbolos. Y los selenitas por los suyos. Pero ¿y los sofotectos?
Se le ocurrió que nunca habÃa consultado la historia de la reliquia. ¿Qué batallas y artimañas habÃan sido necesarias, ya no para conseguirla, sino para obtener el permiso para mantenerla lista para volar? Oh, ahora era totalmente obsoleta, pero no entonces; e incluso en esos dÃas la licencia para almacenar antimateria en la Tierra no se concedÃa a menos que la máquina fuese capaz de controlarla y contenerla.
Bien, Fireball Enterprises, que habÃa dominado el Sistema Solar, no se disolvió con rapidez o sin conseguir muchas concesiones para su gente. Que tuviesen su monumento. Ya durante aquel tiempo, se fue convirtiendo poco más que en una inofensiva hermandad. En una generación o dos, apenas nadie más recordaba la existencia de la Kestrel. Para el cibercosmos, sólo era una entrada en una base de datos.
Pero allà estaba. Y.. ¿Fireball era inofensiva? Eso estaba por ver. El pulso y los pasos de Kenmuir se aceleraron.
Le esperaba una guardia en el porche. Desarmada, un ceremonial, una muchacha que servÃa su aprendizaje antes de ser iniciada como cofrade. A Matthias le gustaba recibir a los visitantes con estilo. Ella vio el uniforme de Fireball que Kenmuir vestÃa, del mismo gris que el de ella, y le dijo un saludo, que él devolvió (mientras tanto, meditó que en los dÃas de la compañÃa no habÃa habido formalidades. Ese tipo de cosas crecÃan como el coral en un barco hundido).
-Capitán lan Kenmuir -se identificó sin que fuese necesario, sólo por cortesÃa-, con una cita privada con el Rydberg.
-SÃ, sir-respondió ella-. Please, sÃgame.
HacÃa años que no estaba allÃ, pero al entrar en el vestÃbulo, le volvieron los recuerdos. Los paneles de roble, el ventanal donde Dédalo e Ãcaro extendÃan sus alas; y al final del pasillo, el gran salón oscuro con su alfombras, cortinas, mobiliario, candelabros y cristales, cuadros, libros; todo antiguo, tradiciones. En una silla junto a la chimenea de piedra estaba sentado Matthias. Kenmuir se situó frente a él.
-Good day, sir-le saludó como era costumbre. El viejo asintió.
-Welcome -dijo. Su voz era un susurro grave. Poco más habÃa cambiado desde la última vez que Kenmuir le habÃa visto. El cuerpo seguÃa siendo enorme, panzudo, pero no decaÃdo en los miembros o en los fuertes rasgos de nariz aguileña; el pelo era una cresta blanca; los ojos, profundos y firmes. Un emblema de Fireball a la izquierda del pecho hacÃa que su simple uniforme azul fuese suficiente.
Por un momento, Kenmuir se preguntó si Matthias habÃa tenido más de un nombre. La mayorÃa de los terrÃcolas no lo tenÃan. SabÃa muy poco de aquel maestro de la logia. Dada la longevidad, una persona podÃa servir durante tantas décadas que su pasado se perdÃa en la oscuridad.
-Ponte cómodo-dijo el Rydberg-. Siéntate si quieres. -Gracias... thank you. -Kenmuir se sentó en la silla opuesta. Se oyó una risa.
-¿Hemos tenido ya bastantes anacronismos y americanismos? ¿Qué le gustarÃa beber, capitán?
-Eh, bien...
-En lo que a mà respecta, no es demasiado temprano para un whisky con agua.
-Cerveza, por favor-se atrevió a decir Kenmuir.
Matthias le hizo un gesto a la guardia, quien salió. La casa disponÃa de una pequeña plantilla de personal, asà como máquinas, pero para ella aquel servicio era un honor.
-Vienes poco por aquÃ-le comentó.
-Cierto, señor. No he estado mucho en la Tierra, y cuando se ha dado el caso... -Simplemente no era un animal muy sociable. Se limitaba a llamar a algunos amigos por todo el globo, visitar lugares históricos y soñar, dar largos paseos por las reservas, ese tipo de cosas. En ocasiones iba a alguna casa alegre, pero no a menudo. Siempre le parecÃa algo triste, incluso cuando la mujer encontraba placer en la especialidad a la que se dedicaba-. DeberÃa participar más en la Hermandad, sÃ.
-Es algo voluntario. -Matthias se recostó, entrecruzó los dedos, cerró los párpados y siguió hablando con seriedad-. Veamos. Cuando me pediste una entrevista, busqué los datos que tenemos sobre ti, pero son escasos y en parte pueden ser incorrectos. CorrÃgeme. Entre tus antepasados hay cofrades de Fireball desde que era una empresa, pero tus padres eran terrestres y tampoco estaban muy implicados en nuestros asuntos.
Kenmuir sintió un viejo dolor. DeberÃan seguir vivos. Ãl, su único hijo, sólo tenÃa cincuenta y cinco años. Pero los accidentes también se producen en las sociedades cibernéticas. Dos voladores bajo control manual chocaron sobre un campo deportivo en el Antártico, donde habÃa poco tráfico... y él se encontraba más allá de la órbita de Plutón, ayudando a arrastrar un cometa.
-Si no he participado más, señor, no es porque no valore ser un miembro. -Era sincero.
-Estoy de acuerdo -dijo Matthias-. Continuemos. Conseguiste entrar en la Academia. Destinado a las estrellas desde el nacimiento, ¿eh? Y, lo que es más, con talento para ello. Comenzaste tu carrera en el Servicio Federal Espacial, luego pasaste a la Ventura.
Como Kenmuir sabÃa que Matthias habÃa trabajado siempre en el Servicio, se puso un poco a la defensiva.
-Bien, señor, todo lo de la Tierra se ha vuelto tan... tan... -Eficiente -admitió Matthias-. Apenas queda lugar para los humanos, excepto en tierra y tan sólo por mantenernos ocupados. No hay espacio para la iniciativa. El Servicio no habÃa llegado a ese punto en mi época. Pero al acercarse mi retiro, dejé de envidiar a los jóvenes.
El pulso de Kenmuir se disparó.
-Los selenitas mantienen el espacio para la humanidad. -Su tipo de humanidad.
No debÃa someterse. El Rydberg lo despreciarÃa. -También lo hacen para nosotros. Nos necesitan.
-Porque su forma de hacer las cosas se opone a cualquier consideración práctica.
-No cuando se trata de su naturaleza, señor. Y de la naturaleza terrana, también, para muchos de nosotros, incluso hoy en dÃa.
-SÃ, algo del viejo espÃritu sobrevive. Por un tiempo, al menos. -Matthias se animó un poco-. El Hábitat lo reavivará. Puede que viva para ver en persona lo que sólo he podido ver en vivÃferos y quiviras. Kenmuir se tensó.
-Por eso he venido aquÃ. Los ojos le miraron fijamente. -Eso sospechaba.
¿Qué sabÃa?
La chica regresó con una bandeja, puso las bebidas en las mesillas y se fue.
-Buen despegue -fue el brindis de Matthias. Los hombres se llevaron las copas a los labios. El cosquilleo en la boca dio Ãmpetu a Kenmuir.
-Sabe lo que el Hábitat hará con los selenitas-dijo. -Civilizarlos, gradualmente-contestó Matthias.
-No dentro de una civilización que consideren soportable. -Eso dicen. -El tono era áspero-. ¿Realmente son tan poco adaptables, o es sólo ese puñado de selenarcas chillando y gimiendo porque perderán sus privilegios?
Kenmuir escogió sus palabras.
-Señor, con respeto, conozco a los selenitas, a todos los tipos de selenitas, tan bien como cualquier terrestre... cualquier terrano puede conocerlos. Cuando has estado en el confÃn del Sistema Solar con alguien, una y otra vez, acabas entendiéndolo. -Y también los habÃa conocido en casa, en Marte y en sus pequeñas colonias de los asteroides que corrÃan por entre las invernales estrellas, o cavando en hielo y roca bajo la majestad de Júpiter o en las minas de Saturno.
-Entonces, ¿has acabado amándolos? -preguntó Matthias en voz baja.
-Bien, siento aprecio por ellos-dijo Kenmuir, sorprendido. Matthias levantó un dedo.
-Un segundo, no los odio. Estoy de acuerdo en que son admirables, como lo es un tigre. Y sÃ, son un poco de sal en este entumecido mundo nuestro. -Hizo una pausa-. Pero tenemos que pensar en nuestra propia especie. -Se encogió de hombros-. Como si lo que tú o yo pensemos, lo que hagamos, tuviese la más mÃnima importancia. Kenmuir cerró un puño.
-El Hábitat está mal. Matthias levantó las cejas.
-Mal, ¿darle de nuevo a miles de humanos, y a las generaciones sucesivas, una frontera?
SÃ, pensó Kenmuir, ya lo habÃa oÃdo: la dinámica renovada, la humanidad apartando la vista de sus entretenimientos, dirigiéndola hacia la inmensidad del universo. Estaba defendiendo los derechos de los nativos americanos mientras los blancos corrÃan en estampida hacia el PacÃfico. Pero ¿qué habÃa dicho Lilisaire, una oleada de colonos lunares enviada a un tanque de contención? HabÃa pasado muchos turnos en el espacio explorando el pasado de la Tierra. Después de que los americanos blancos llenasen la nueva tierra, los intereses creados y los demagogos no tardaron en convertir a los ciudadanos en siervos.
-Señor -insistió-. Yo soy un ejemplo de lo que la libertad selenita puede implicar para los terranos. Si alguna vez vamos a las estrellas monde se encontraba el Guthrie emulado, ¡apenas!-, tendrá que ser con ellos.
-Quizá. Di lo que tengas que decir.
-Merecen una oportunidad, al igual que nosotros.
-No lo niego, si es una oportunidad justa. Pero, repitiéndome, ¿qué podemos hacer nosotros en este caso? Dilo.
Kenmuir tomó aliento y se lanzó a hablar. Durante tres ciclodÃas, Lilisaire habÃa completado los detalles de lo que le habÃa contado inicialmente, pero en general lo habÃa ganado para su causa. No dijo nada de lo que sucedÃa cuando no hablaban. ¿Se lo suponÃa Matthias, impasible en su silla?
El Rydberg hizo un único comentario.
-Es asombroso que esas actividades de Niolente en el espacio pudiesen mantenerse en secreto.
-Bien, señor, ya sabe lo básica que es allà la etaina. -Kenmuir escogió la palabra selenita, porque la traducción habitual como «familia» o «clan» no era del todo acertada. Nada exactamente igual se daba en ninguna cultura terrana. En ocasiones habÃa hecho cábalas con la posibilidad de que «manada» fuese el término adecuado... pero no, los selenitas tampoco eran leones-. Aparentemente, la expediciones estaban muy cibernetizadas, con el pequeño personal orgánico elegido por sus lazos de sangre además de por sus habilidades. Mantuvieron el silencio. Presumiblemente, Niolente pretendÃa revelar sus planes en el momento adecuado, en las mejores circunstancias, lo que darÃa a Selene la ventaja que buscaba, con ella y su raza en pleno control.
»Y la catástrofe final parece ser que todos los que sabÃan algo murieron con ella. Estaban juntos bajo el cráter Delandres, y supongo que recuerda que los misiles hundieron la concha que les protegÃa, aunque la Autoridad de Paz sólo pretendÃa forzar la rendición. Creo que los mantuvo en grupo precisamente para conservar el secreto, y amenazó con catapultar ojivas sólo como una contramedida negociadora que podrÃa ganarles términos favorables en la rendición... al menos, la amnistÃa. En lugar de eso, consiguió que los bombardeasen.
»Aparentemente, también borró todos los archivos que pudo sobre el proyecto. Los registros que consiguió la Autoridad de Paz eran fragmentarios. Todo lo que sus hijos adultos sabÃan era que estaba preparándose algo importante. Uno esperarÃa que guardasen el secreto, ¿no? Lo pasaron generación tras generación, bajo juramento de secreto, de forma muy similar a... los Rydberg en la Hermandad.
Ronco, Kenmuir se terminó la cerveza. Se sucedió una quietud, durante la cual la sangre le latÃa con fuerza por las venas.
-Y ahora esta hembra quiere que te dé las Palabras del Fundador, para su beneficio y con la esperanza de poder usarlas para impedir el Hábitat dijo al fin Matthias.
-SÃ, si es posible, y si...
-Exactamente, ¿de qué imagina que se trata?
-Información. Mucho antes de la época de Niolente, el hijo de Dagny Beynac, Kaino, dirigió una misteriosa misión al espacio profundo. La familia nunca explicó de qué se trataba. Probablemente fue la base de lo que Niolente intentó. Mientras tanto, Lars Rydberg habÃa descubierto algo, probablemente de la propia Beynac, que consideró de gran importancia.
-¿Relativo a una gran arma en una órbita solar remota? -se mofó Matthias-. Una locura.
-Yo no... Lilisaire no daba a entender necesariamente eso.
-A ella le gustarÃa. Para su fortuna personal. A juzgar por lo que me has contado, no le dirÃa nada a muchos de sus amigos magnates, si se lo dice a alguno.
-Señor, no pido... yo no consentirÃa...
-Pero espera encontrar una forma de mantener a los terranos en la Tierra.
-Ni siquiera eso, señor, no en sà mismo. ¿Es correcto suprimir información sobre un asunto tan importante como éste? Una decisión tomada por ignorancia podrÃa costar después muchas vidas. Lo siento si... si...
Matthias resopló.
-No te disculpes. No hay ninguna razón para ello. No existe tal conocimiento.
-¿Nada? -protestó Kenmuir.
-Lars Rydberg trajo un secreto a la Tierra, sÃ-dijo Matthias con seriedad-. Encargó a su hijo mayor que lo protegiese a menos que se produjese una situación de extrema necesidad. Ha recorrido la sucesión desde entonces. -No por descendencia, aunque todos los maestros de la logia tenÃan algo de la sangre de Rydberg-. Esto es todo lo que sabe el mundo. No seré yo el que lo traicione.
Kenmuir se sentÃa indomable.
-¿Puede darme alguna pista? -suplicó-. Aunque no fuese otra cosa, ¿puede decirme que Lilisaire estaba equivocada y que no puede ayudarme?
El anciano asintió.
-SÃ, creo que puedo asegurarlo. -Volvió a suspirar-. A estas alturas, con todo el tiempo que ha pasado, me pregunto si ya significa algo. Conservamos la fe, los Rydberg, simplemente porque es una tradición más, un rito, algo que mantiene unida la Hermandad, para que un fantasma de Fireball Enterprises pueda asustar a los vivos... Soy yo el que lo siente, hijo.
De pronto, Kenmuir se sintió agotado. -Comprendo. Gracias, señor.
-Para ti nunca fue una esperanza real, ¿verdad?
-Supongo que no. -¿Qué harás? -Informar. -Puedes llamar desde aquÃ. -Gracias, pero...
-Ah. ¿Quieres una comunicación encriptada?
-Bien, en realidad, quiero llamar a un número en la Tierra, pero... una lÃnea segura...
-No me digas más. Para las comunicaciones terrestres tenemos muy buena seguridad. De vez en cuando, ya sabes, ayudamos a un cofrade cuyos problemas es mejor mantener secretos.
-Señor, cuando se opone a toda mi misión... -murmuró Kenmuir asombrado.
-No del todo. Tampoco apruebo que el gobierno mantenga en secreto información posiblemente importante. Pero, sobre todo, tú también eres un cofrade. Te debo el juramento de hermandad. -La mirada le calibraba-. ConfÃo en que no rompas el tuyo.
»Si no tienes demasiada prisa -prosiguió al cabo de un momento-, tomemos otra copa. Y cenemos. Pasa la noche aquÃ. Me gustarÃa oÃr historias de los lugares donde has estado.
No, pensó Kenmuir, estaba seguro de que no violarÃa su juramento. SeguirÃa las siguientes instrucciones de Lilisaire lo mejor que pudiese, hasta que las viese convertirse en una amenaza pública. No esperaba que asà fuese. Ella le conocÃa muy bien. Pero debÃa mantener la guardia. Los acontecimientos podÃan descontrolarse. Y en todo caso -recurrió a sus lecturas clásicas- el espÃritu de los selenitas era el de Lucifer.
10
La madre de la Luna
Vista desde las montañas Taurus, la Tierra colgaba en la parte baja del cielo suroeste. El creciente estaba reduciéndose con la lenta escalada del sol sobre las cordilleras occidentales. Las sombras se habÃan encogido sobre la terraza en la que los Beynac habÃan acampado, pero todavÃa dibujaban incontables marcas sobre la lisa roca. Por debajo y por encima, la pendiente era igualmente rugosa, como las cumbres que la rodeaban.
Al no estar iluminado todavÃa, el valle del fondo parecÃa un lago de oscuridad. Todos los contornos eran suaves, gastados por gigaaños de lluvias meteóricas, allà no habÃa ni los riscos terrestres ni las brusquedades marcianas; una tierra antigua contenida en sà misma y en sus secretos.
Para Dagny, la vista, como todo en Selene, era espléndida. Quizá la desnudez del paisaje alegraba su corazón, como un desafÃo. En aquel momento no prestaba atención. Estaba concentrada en Tychopolis, a unos 2.700 kilómetros de allÃ.
La cara de Joe Packer estaba frente a la suya, perfectamente clara, con el nuevo modelo de casco, en forma de pecera, coronando su traje espacial. El protector se habÃa oscurecido por sà solo en la parte de atrás para evitar la luz del sol, que hubiese restallado contra sus ojos si hubiese mirado directamente y sin protección en esa dirección. La gran holopantalla mostraba un excavador trabajando a su espalda, difuminado por el polvo que levantaba continuamente. Las imágenes no eran perfectas. No habÃa cables de fibra óptica en aquellas regiones desérticas; se empleaba un satélite. Las imágenes eran suficiente para usos prácticos.
-... en general, los progresos son satisfactorios-decÃa Packer-. Sin embargo, debemos tomar una decisión. La noche pasada, en la esquina noroccidental del Complejo Tres, encontraron un bloque muy grande. Evidentemente tiene más o menos la misma composición que la roca circundante, asà que no apareció en los exámenes del suelo, pero Pedro Noguchi dice que tendremos que sacarlo, y que eso dejará un hueco en un lateral, además de muchas grietas. Le dije que esperase hasta que hablase contigo. -Sonrió, de un blanco reluciente contra la piel chocolate-. No te preocupes, he encontrado otro montón de cosas para mantener a él y a su banda ocupados para que no se metan en problemas.
-Asà se hace -asintió Dagny. Packer era tan competente como ella, y estaba destinado a sucederla cuando ella se trasladase a administración general. Por esa razón, además de por darle experiencia adicional, podÃa acompañar de vez en cuando a Edmond en sus viajes de campo: aventura y vida familiar, aparte de ayudarle en sus investigaciones. TodavÃa con muy poco personal, ese trabajo era tan esencial para la ingenierÃa y la futura colonización como la ciencia pura. De todas formas, construir las estructuras para la Universidad de Selene no deberÃa suponer ningún problema extraordinario.
Pero, claro, ningún proyecto en la Luna estaba carente de sorpresas, y la responsabilidad final era suya. HacÃa apenas diez años, habrÃa estado atada al lugar. En ese momento, las posibilidades de telepresencia le permitÃan comportarse como un avatar.
SÃ, revoloteando a su alrededor, la historia en el espacio se movÃa hacia delante, cada vez más rápido, como un cometa que se precipita hacia el Sol. No sólo allÃ. Se estaba construyendo un L-5, un espacio puerto, centro industrial y hogar para terranos donde pudiesen tener hijos completamente terranos. Se explotaba la riqueza de los asteroides. Hielo de las profundidades del espacio, pronto agua en abundancia allà donde los humanos la deseasen. En pocos años habrÃa antimateria, producida tan copiosamente que una nave podrÃa quemarla para acelerar durante todo el viaje y llegar a la órbita de Plutón en tres semanas. Pero cuando se ganase esa libertad, decÃa Guthrie, Fireball lanzarÃa primero sondas a las estrellas más cercanas...
Su mente volvió a los negocios. -Very well, vamos a echar un vistazo.
Packer dio una orden. El ordenador cambió el punto de vista. Dagny vio escombros, el ángulo desigual de un pozo, una masa que sugerÃa un puño cerrado y sobresalÃa parcialmente con algunas piezas rotas esparcidas. Packer le cedió el escáner. Hizo que la cámara se moviese, acercándose, alejándose y dando vueltas, iluminando oscuros huecos, ampliando, induciendo fluorescencia.
-Mmm -murmuró al fin-. Es lo que pensé e imagino que lo suponÃas. -Pero ella habÃa aprendido de Edmond Beynac-. Un antiguo meteorito, enterrado en un flujo posterior de lava. El carácter plutónico... es raro, por decir poco. Mi esposo estará muy interesado. -¿Perdona?
-¿No lo sabÃas? Estudia meteoritos, además de lo que tiene bajo los pies. Cree que no comprenderemos los fundamentos de la formación de planetas hasta que no entendamos bien los asteroides. -Dagny chasqueó la lengua-. Jura que uno de estos años irá al Cinturón y echará un vistazo personalmente. -Se le disparó el corazón. Ya habÃan muerto muchos en esas distancias-. Esa roca será una prueba de su idea, su opinión minoritaria, de que en una ocasión hubo un cuerpo en esa región lo suficientemente grande como para calentarse de verdad antes de volver a enfriarse. Cree que el objeto de nÃquel-hierro que nos dio las minas de Tycho era parte de su núcleo. -Dagny recobró la compostura-. Pero me voy por las ramas. Pedro tiene razón, tendremos que sacarlo. El agujero, y las fisuras allà donde la lava se solidificó a su alrededor serán un potencial punto débil en los cimientos. No podemos limitarnos a llenarlas y pensar que ahà acaba la cosa. -No después del accidente Rudolph, o del más reciente y similar, pero peor, desastre en Struve Criswell.
-Entonces, ¿qué? -preguntó Packer.
-¿Tienes alguna idea? Se me ocurren un par, pero tú has tenido más tiempo para reflexionar. Entre los dos deberÃamos pensar algo que valga la pena. -La interrumpió un grito-. Oh, maldición. Las alegrÃas de la maternidad. Perdóname un segundo. Volveré enseguida, creo.
Poniéndose en pie, Dagny salió del compartimento de la oficina y se dirigió al enorme camión que habÃa bautizado como su niñomóvil. La familia lo usaba a menudo para viajar, normalmente por placer, o con amigos -aunque ésa no era su primera expedición seria juntos y estaba bien equipado, desde la casa piloto en la parte delantera hasta el cubÃculo dormitorio que usaban ella y Edmond en la parte trasera. Más allá de la despensa, la cocina y el comedor, encontró el salón principal y a sus hijos.
Era un espacio de diez metros de largo por seis de ancho. Mesas y sillas plegables, baúles, que hacÃan las veces de asientos, permitÃan el paso, a veces en zigzag, sin que importase si se estaba jugando, festejando, entreteniéndose, educando o simplemente descansando. El duramusgo formaba una verde alfombra viva. Los tanques de reserva de agua y aire en el techo impedÃan la vista directa hacia arriba, pero ventanales a cada lado mostraban paisaje suficiente. Se fijó en que el camión de campo habitual estaba aparcado cerca. También vio los montones de especÃmenes geológicos y otros elementos, el paisaje montañoso, la Tierra grande y encantada, y el Sol al otro lado convertido en un disco apagado. SalÃa música de los altavoces, por suerte no muy alta; supuso que se trataba del último feg-huang. Los gustos de sus niños no coincidÃan con los suyos. En ocasiones se preguntaba qué compondrÃa su generación cuando creciese.
Anson estaba fuera, con su padre y dos estudiantes. Gabrielle, la siguiente en edad con siete años, se hallaba sentada delante de una de las terminales de ordenador. Era lo adecuado, porque se trataban de sus sesiones de escuela. Pero ¿por qué se encontraba Sigurd, con sólo cinco años, a su lado? Ãl deberÃa estar ocupado con sus propias lecciones. Francis, de tres, estaba acurrucado con su lector. No era de extrañar; a su edad ya todos sabÃan leer. La única que faltaba era Helen, en la cuna, que sin duda también aprenderÃa. Francis parecÃa haber nacido para ratón de biblioteca. ¿Qué habÃa escogido hoy? No le llamaban la atención las cosas habituales...
Centró los ojos en Gaby y Sigurd. Totalmente concentrados, no se habÃan percatado de su llegada. Recordó incidentes anteriores; cambios rápidos cuando ella aparecÃa, con un cierto aire furtivo y me dio sospechoso. En dos saltos de canguro se colocó a su lado. Los ruidos del bebé no eran de los que indicaban urgencia.
La muchacha expresó de pronto consternación, enmascarada inmediatamente. El muchacho siguió con una expresión rebelde. Era el que más jaleo organizaba. Dagny miró la pantalla. No, no ofrecÃa un programa interactivo de matemáticas. ARVEN ARREA NIO LULLUI PEYAR...
-¿Qué demonios pasa aqu� Su hija apagó la pantalla.
-Nada -murmuró. Los colores iban y venÃan por su cara. De aspecto era la más terrestre, regordeta y coronada por rizos ligeramente castaños. Tranquila, estudiosa, ¿era interiormente la más paradójica?-. Sólo un juego.
Tranquila, Dagny, tómatelo con calma, no hagas que se vuelvan hostiles. Portaban genes extraños, pero el ADN habÃa venido de unos padres muy voluntariosos. Miró fijamente a Sigurd y le aguantó la mirada.
-No parece tu tipo de juego-le dijo con suavidad a aquel enorme hoy pelirrojo.
Ãl a su vez se puso colorado. -Estábamos tomándonos un descanso.
-Si estuviese haciendo novillos, yo harÃa algo más interesante. A menos que esto lo sea. ¿Puedo preguntar de qué se trata?
Gaby estaba recuperando algo de compostura. -Per-mu-ta-cio-nes-dijo. Triunfante añadió-: ¿Comprendes? Estaba estudiando.
¿Hacer que la máquina produjese permutaciones al azar de, no, no palabras, sÃlabas? Dagny movió la cabeza. No podÃa ser cierto. Lo que habÃa visto sugerÃa una estructura, como si fuesen palabras en una lengua desconocida. ¿PodrÃa aquella pareja estar creando un mundo de fantasÃa? Gaby parecÃa tener talento para ello, en la medida en que mostraba algo de sà misma. Sigurd, inquieto, resentido por quedarse atrás cuando su hermano mayor habÃa seguido adelante, podrÃa encontrar un hueco en un sueño compartido.
Si asà era, estaba bien que aquella pareja increÃble hubiese dejado a un lado sus peleas e hiciese algo en común, aunque fuese por poco tiempo. Secretos de infancia olvidados desde hacÃa tres décadas volvieron a la mente de Dagny. SerÃa mejor no continuar con la invasión. -Me alegro por vosotros, por lo que vale -dijo-. Sin embargo, no se supone que hoy debas estudiar conjuntos, debes practicar la mecánica de la aritmética. Y tú, Sigurd, debes mejorar tu deplorable ortografÃa.
-Aburrido -gimió. Gaby asintió, una y otra vez.
-Lo sé -contestó su madre-. Y os preguntáis por qué debéis hacerlo, cuando un ordenador puede hacerlo por vosotros. Well, escuchad. Puede que no siempre haya un ordenador disponible cuando tengáis que calcular algo o escribir algo que se entienda. Aún más, aprender los sistemas es la única forma en que podréis entenderlos. Si ignoráis cómo funcionan las máquinas y por qué, no os servirán; ellas serán vuestros jefes. Y os quedaréis lejos de muchas cosas maravillosas. En general, recordad: la gente independiente debe ser independiente.
»Jugad a juegos en vuestro tiempo libre. Este tiempo es de Fireball. Demostrad que podemos confiar en vosotros.
Asà les llevó de nuevo a sus tareas. Francis, pequeño y rubio, apenas habÃa apartado la vista de la lectura. Experiencias anteriores le decÃan a Dagny que habÃa observado más de lo que daba a entender.
Helen gemÃa. Dagny se aseguró de que no era preciso cambiarla pero que tenÃa hambre, asà que se abrió la túnica y llevó al bebé hasta el pecho derecho (una ventaja excelente de vivir en la Luna; menos cuando estabas en la centrifugadora, podÃas ir sin sujetador y los pechos no flaqueaban).
-Estoy ocupada, cariño-dijo, y volvió a la parte delantera.
La cabecita oscura chupaba leche de su cuerpo. Calor y amor era lo que volvÃa a ella. SÃ, no importaban todos los problemas extras durante el embarazo, seguÃa queriendo otra más, otra vida para alegrar la suya y la de'Mond antes de volar hacia el infinito futuro.
Sin ataduras en el espacio. ¿Qué serÃa de la Tierra? ResplandecÃa tan azul y blanca sobre las montañas. ¿Cuánta miseria, cuánto terror y desesperación ocultarÃan esas nubes? Pobre Norteamérica, empobrecida y atrofiada, la Renovación agarrándose como el alquitrán a una imitación de poder mientras la realidad se descomponÃa en la ilegalidad. Pobre Oriente Medio, Befeh1 retirado, el caos a sus anchas, el fanatismo en aumento, mayor cada dÃa que pasaba... Pero en tierras más afortunadas florecÃa la civilización, la prosperidad, la libertad y una verdadera regeneración, la curación del planeta, pagada por las riquezas que Fireball llevaba de vuelta a casa... La mujer acercó más al bebé.
Cuando volvió a sentarse en la oficina de comunicación, el temor se desvaneció y Helen se convirtió simplemente en una dulce presencia en los lÃmites de la conciencia. Los ojos de Packer la miraron sor prendidos durante un segundo, y luego volvió inmediatamente al trabajo. Estuvieron ocupados durante las siguientes dos horas, excepto por el momento en que Dagny devolvió a su retoño a la cuna. Encontró a Gaby y Sigurd estudiando. No parecÃan especialmente escarmentados.
-Eh, sÃ, suena razonable dijo finalmente Packer. No te limites a cortar una roca poco fiable y a sustituirla por cemento. La estructura metálica del edificio conducirÃa hacia abajo el calor del mediodÃa y el frÃo espacial de la medianoche; a lo largo de los años, los diferentes coeficientes de expansión térmica producirÃan un efecto de fatiga. Por tanto, lo mejor era sellar el agujero con una red de intercambio de calor, para que automáticamente equilibrase las temperaturas. SerÃa preciso una labor de diseño, pero probablemente bastarÃa con un programa comercial, y la idea podrÃa resultar útil en otras partes.
-Oh, claro, primero tenemos que ejecutar algunos modelos de ordenador para asegurarnos de que la idea no es una locura -siguió diciendo Packer-. No, primero tenemos que escuchar la opinión del doctor Beynac. -Siempre mostraba deferencia hacia el hombre que habÃa salvado su miembro y su vida, no de forma servil sino con una gratitud duradera que Dagny y Edmond apreciaban.
-DeberÃa volver pronto -dijo ella-. De hecho, va con retraso. Hablaré con él y te llamará mañana a esta hora, ¿vale? -Mañana en la Tierra; el Sol sobre Taurus se encontrarÃa a una docena de grados más de altitud-. Feliz aterrizaje.
Desconectó, se puso en pie, estiró los músculos agarrotados y deseó un pase más en la centrifugadora. No, demasiado difÃcil de arreglar y habÃa que preparar la cena. Más tarde, por la noche, antes de dormir... sonrió. Oficialmente, el ejercicio horizontal no contaba, pero vaya si no se despertaba más animada en el turno de amanecer que después de cualquier otro ejercicio.
Volvió a proa. Ya habÃa pasado la hora de estudio. Gaby y Sigurd no habÃan retomado su curioso juego. Dagny se preguntó si lo harÃan antes de estar de nuevo en Tychopolis y contar con la intimidad de sus habitaciones. La chica estaba tirada en un sillón, mirando por las ventanas, con una tablilla electrónica sobre las rodillas. Movió los labios, escribió algo con el lápiz, luego volvió a sus ensoñaciones. Dagny decidió no entrometerse. Francy habÃa creado un show de fractales en una terminal, o habÃa conseguido que uno de sus hermanos lo hiciese por él, y lo miraba fascinado. Inclinado sobre una mesa, Sigurd movÃa sus soldados de juguete y sus máquinas por entre una batalla.
-Ee... ce... puro --dijo-. Sssssssssss. Paro.
Representaban a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas y villanos imaginarios, pero Dagny dudaba que fuese eso lo que tenÃa en mente. Apenas se atrevÃa a preguntar.
Tampoco es que ella y 'Mond se dejasen aterrorizar por sus niños. No es que faltase afecto y alegrÃa. Pero ellos, y los otros que nacÃan de otras parejas, heredarÃan la Luna, que no era la Tierra.
Helen dormÃa tranquilamente. Pero ya se apreciaba, en los enormes ojos oblicuos, en las extrañas circunvoluciones de los oÃdos, en los huesos bajo la grasa infantil, que aquél también se convertirÃa en un rostro completamente diferente al de sus antepasados.
Sigurd movió la cabeza. Su rostro iba a ser duro, llevando al menos el recuerdo de su padre.
-Ehhh -dijo, como si el pequeño encuentro de antes no se hubiese producido-. Mother, nos prometiste que nos contarÃas lo que le sucedió al Boss Guthrie en Marte. ¿Ahora?
Ãl podÃa llegarle al corazón siempre que querÃa. Todos podÃan hacerlo. Aunque no conocÃan su parentesco, y quizá nunca lo conociesen, el amo de Fireball era tan leyenda para ellos como para los demás. Dagny, que habÃa oÃdo las historias directamente de su abuelo, no podÃa evitar que de vez en cuando se le escapasen.
-¿Ahora mismo? -objetó-. Pronto tendré que preparar las raciones.
-Los detalles, después. -¡Cuenta, cuenta! -gritó Francy.
Dagny se rindió. Era una historia divertida, de cómo Anson Guthrie se habÃa colocado en órbita alrededor de Deimos y asà habÃa confundido a sus oponentes. Lo que ese incidente habÃa implicado para la polÃtica y el sistema no interesaba a la audiencia.
-... y por esa razón, la gente del espacio llama al cráter «Lástima de Whisky».
¿Qué estarÃa retrasando a los geólogos?
-¿Por qué el gobierno no querÃa que Fireball estuviese allÃ? -Gaby se habÃa unido al grupo. La madre no podÃa dar largas a la pregunta de la chica, ¿no?
-Es muy complicado de explicar, cariño. No se trataba de un gobierno, eran tres enfrentados. Se supone que el espacio pertenece a toda la especie humana, pero todo el mundo es ciudadano de algún paÃs; vosotros y yo somos ecuatorianos, tu padre francés, los Gupta son hindúes; y nuestros gobiernos nos exigen en ocasiones cosas diferentes. Por tanto, si estamos con Fireball... ¡Eh! Aquà llegan los exploradores.
Por una ventana, Dagny vio cómo el truck se acercaba por la falda oriental de la montaña. El alivio que sentÃa era completamente absurdo. Si el equipo de 'Mond se hubiese encontrado con algún problema, la habrÃan llamado para hacérselo saber. Sin embargo, llegaban mucho más tarde de lo habitual, y Anson iba con ellos....
-En otra ocasión -rogó-. Ahora mismo será mejor que me dé prisa.
Realmente no tenÃa necesidad de apresurarse, pero hacerlo eliminaba la tensión. Empezar a hacer la cena. Cuando tenÃa tiempo, cocinaba según los niveles de calidad que habÃa aprendido de Edmond, a menos que él quisiese hacerlo. En una expedición, y con ella ocupándose de los equipos de Tychopolis, se conformaban con comida empaquetada. Pero también sacó aperitivos y copas. Se cambió el mono por un vestido. 'Mond harÃa lo mismo, después de ducharse, y los niños estarÃan callados, aunque podrÃan unirse a la conversación. La hora feliz, la llamaba Guthrie. Oh, pero casi todas las horas de Dagny eran felices.
De vez en cuando miraba hacia el vehÃculo: los pasajeros descargaban lo que habÃan reunido, y los estudiantes llevaban las cajas al camión de campo. Ross y Marietta dormÃan allÃ, y normalmente comÃan también allÃ. No era una exclusión por parte de los Beynac. Los jóvenes querÃan algo de intimidad; comer, dormir y análisis de laboratorio no era todo lo que hacÃan allÃ. Padre e hijo se acercaron a la casa rodante. En contraste con la roca parda y las largas sombras, los trajes relucÃan de blancura. ¡Los repelentes de polvo eran toda una liberación!
-No rechaces las soluciones tecnológicas -solÃa decir Guthrie-. El progreso está hecho de ellas. Es asà desde que Ung Uggson golpeó por primera vez dos piedras.
Dagny los perdió de vista cuando subieron la rampa. Se oyó ruido, la válvula exterior abriéndose y cerrándose, el gas que volvÃa al tanque de reserva mientras las botas se acercaban a los armarios. Se oyó una queja en voz grave.
-Maldición, apesto como una maldita cabra. -Y Dagny sonrió. Los trajes interiores fueron a la lavadora, que empezó a hacer ruido. Edmond y Anson volvieron al nivel principal. Dagny se reunió con ellos en la entrada. Los dos vestÃan túnicas de baño. Aunque no era un puritano, el hombre se sentÃa incómodo con la desnudez ocasional que era común entre la gente de la Luna. Al menos, creÃa que los adultos debÃan evitarla en presencia de niños del sexo opuesto.
Dagny saltó hacia él.
-Creo que es un olor muy excitante -rió-. Ven aquÃ. -Le pasó los brazos por el cuello y le besó en la boca.
Después de uno o dos segundos, le soltó y se apartó.
-Eh -dijo-, ha sido como besar a un robot. Un robot sudoroso, pero que no estaba programado para la tarea. ¿Qué pasa? Edmond gruñó y Anson parecÃa hosco.
-LÃmpiate -le ordenó Edmond-. Luego vete a tu camastro. -Un momento -exclamó Dagny-. ¿De qué va esto?
-No hay cena para él -le respondió Edmond-. Se comportó de forma insubordinada e imprudente. -Al muchacho-: Vete. -Espera un minuto -fue la contraorden de Dagny-. ¿Qué hizo?
-Nos dejó -dijo Edmond-. Estábamos ordenando las muestras en las cajas y no nos dimos cuenta de que se habÃa ido. Sus huellas se perdÃan en la roca desnuda donde no podÃamos seguirle. Le buscamos durante más de una hora, hasta que lo encontramos en una hendidura. Durante todo ese tiempo no nos habÃa contestado.
-No podÃa recibirte dijo Anson con la precisión cortante que en él indicaba furia-. Las montañas contaban la señal. El saliente sobre el campamento debÃa bloquear el satélite.
-Ya me lo has dicho. Y yo ya te he dicho... maldición, ¿cuántas veces...?, que no se abandona el grupo sin permiso.
-Cuando empecé, no me dijiste que me detuviese.
-SabÃas que no mirábamos. ¿Hein? Te lo dije, si quieres caminar debes permanecer a id vista. Si llegas a una zona sin recepción, vuelve sobre tus pasos. ¡De inmediato! Mon Dieu, podÃas haberte perdido, podÃa haberte pasado algo... -La voz del padre vaciló-. Después de unos ciclodÃas podrÃamos haber encontrado tu momia.
Dagny se preguntó si aquélla era realmente su primera conversación o lo estaban repasando todo para su beneficio. Sin duda, Anson habrÃa recibido una tremenda reprimenda verbal, pero eso sólo le habrÃa hecho sentirse más orgulloso.
-Eso es muy cierto-le dijo en voz baja-. ¿Por qué lo hiciste? El muchacho la miró a los ojos. Era el más hermoso de sus hijos, delgado, derecho, con gracia felina, elevándose como un pájaro en la gravedad para la que habÃa sido concebido. Ya tenÃa la altura que serÃa tÃpica de los selenitas, y la cabeza sobresalÃa sobre la de su padre. El cabello rubio ceniza caÃa sobre unas sienes pálidas donde destacaba una vena tan azul como los enormes ojos rasgados de un selenita. Los pómulos eran asiáticos, la nariz, boca y mentón helénicos, aunque no tenÃa sangre de esos grupos; era parte del genotipo alterado y habÃa sorprendido a los mismos genetistas. Mencionaban el caos inherente en los sistemas biológicos, pero ella suponÃa que eso significaba «no lo sabemos».
A ella, Anson le sonrió; a ella le habló con gentileza.
-No pasó nada, mother. No corrÃa peligro. El Sol me indicaba la dirección, y el pico alto y dentado al sur de nuestra posición serÃa un punto de referencia si escalaba a un lugar desde donde pudiese verlo. -Merde!-rugió Edmond.
Dagny le tranquilizó con un gesto. -Pero ¿por qué te fuiste, cariño?
-Well, me salà del campo visual antes de darme cuenta, y luego pensé que querÃa echar un vistazo a aquellas formaciones que habÃamos encontrado en la grieta, que father no cree que sean interesantes.
-Anson se encogió de hombros-. De verdad, hubiese vuelto antes de que estuviesen preparados para irse.
-Si te perdÃas en ese maldito... ese maldito laberinto. -A Edmond le temblaban un poco las manos. Dagny sabÃa que esa noche querrÃa que le confortasen.
-No me hubiese perdido -argumentó Anson-. Nunca me pasa. PodrÃa muy bien ser cierto, pensó ella. No es que hubiese estado solo antes, pero en las excursiones guiadas actuaba como si pudiese dibujar mapas en la cabeza. Virtualmente ningún visitante, y muy pocos residentes de larga duración, podÃan hacerlo en un mundo que no era la Tierra.
El mundo que serÃa de ellos.
No debÃa restar autoridad a'Mond.
-PodrÃas haber descubierto de la peor forma posible que puedes perderte -dijo-. En cualquier caso, fuiste egoÃsta y desconsiderado, causaste problemas y, lo más importante, rompiste la disciplina. Si no aprendes a comportarte mejor, algún dÃa podrÃas causar la muerte de alguien. Ve a lavarte y acuéstate.
Mudo, tremendamente erguido, el muchacho se fue. Cuando hubo desaparecido, el hombre abrazó a la mujer. Ella apoyó la cabeza sobre la dura solidez de Edmond, inhaló su calor y su olor masculino, y lo agarró con fuerza.
-Odio esto-le susurró Edmond al oÃdo-. Pero es nuestra obligación.
-Oh, sÃ, oh, sà erijo ella-. Por su bien.
Si al menos él y ella supiesen lo que era correcto. ¿Cuántas de las antiguas reglas se mantenÃan? Aquellos no eran niños como los de antes. En cierto sentido, no eran humanos. Nunca podrÃan reproducirse con los de la especie humana, ni vivir durante demasiado tiempo en la Tierra. Para ellos no habrÃa viento ni olas, ni cielo azul, ni tormentas, arcoiris, la gran rueda de las estaciones; a ellos pertenecÃa la piedra desnuda, las desdeñosas estrellas y la vida a partir de un nuevo comienzo. Ella no habÃa creÃdo que la extrañeza de su esencia importase tanto. En caso contrario, no los habrÃa tenido. Pero ¿eran muy extrañas sus almas?
11
Tan pronto como abandonó el subterráneo que la habÃa llevado desde el aeropuerto, Aleka Kame comprendió que debÃa haber traÃdo algo de más abrigo. El cielo estaba cubierto y tenÃa un aspecto gris. Un viento frÃo traÃa fragmentos de niebla desde el mar. La atmósfera de la Tierra no siempre respondÃa como debiera a los empujoncitos que recibÃa de Control Climático, y en ocasiones, incluso las predicciones locales a corto plazo eran erróneas. En el fondo, el planeta era caótico.
Como habÃa visto; un dispensador en la estación, retrocedió. El puesto era básico, pero no querÃa nada muy llamativo. De hecho, ni siquiera tuvo que desnudarse para el escáner, porque llevaba muy poca ropa. Cuando hubo seleccionado un guardapolvo marrón y pagado por él, el sistema precisó tres minutos para prepararlo y sacarlo por la abertura. Se lo puso sobre la blusa y los pantalones cortos, recogió las bolsas y volvió a salir.
El transporte la habÃa dejado a unas manzanas de su destino final. Al subir por Fell Street, notó que habÃa más casas vacÃas que en su última visita. Se alzaban como torres, pintadas, selladas y silenciosas en su antigüedad, piezas de museo. Los residentes que todavÃa permanecÃan eran, por lo general, viejos, cuidando de las propiedades para ganar algunos créditos extra. Sin embargo, aquà y allá habÃa algunos pequeños negocios: servicios personales, entretenimientos, tiendas de decoración, comidas y bebidas preparadas a mano, un lugar para descansar y charlar tomando un café. El tráfico era escaso: peatones, motoskaters, minicoches, alguna máquina realizando algún servicio no muy evidente. Al pasar Steiner, vio algo nuevo, una quivira frente a Alamo Square. HabÃa sido diseñada para confundirse con el ambiente arcaico; no habrÃa descubierto su naturaleza si no hubiese sido por el cosmos esquemático que parpadeaba sobre la entrada.
¿Asà que la gente podÃa ir allà a disfrutar de las vidas de ensueño que no encontraban en la realidad? Entonces el vecindario no estaba muriéndose del todo... a menos que algún cálculo sociotécnico hubiese mostrado que podrÃa devolverle algo de vitalidad, y que eso era deseable para algún fin mayor...
El Albergo Vecchio ocupaba un edificio cuyos residentes habÃan obtenido permiso para remodelar. Un cartel gemÃa al viento, con una pintura llamativamente amateur de unos campesinos durante la cosecha pasándose un pequeño odre de cuero. Las paredes tras la puerta, decoradas de forma similar, delimitaban un pequeño bar y varias mesas con manteles de cuadros rojos. Olores de comida venÃan de una primitiva cocina reconstruida.
-Benvenuta, can ssima! -gritó Mama LucÃa y la abrazó contra su amplio pecho. Inmediatamente la invitada recibió un vaso de vino, un trozo de pan y queso.
En su habitación, que también era pequeña y meticulosamente anticuada, Aleka suspiró, agitó la cabeza y sonrió con algo de tristeza. Siempre se hospedaba allà cuando iba al Integrado de la BahÃa de San Francisco. No era falso, no del todo; era el valiente esfuerzo de la familia por mantenerse independiente, trabajando en algo que le importase. Y, sÃ, ofrecÃa un refugio de las máquinas. Su ventana miraba a un huerto de verduras. Por lo que sabÃa, todas las plantas eran tradicionales.
Si querÃas ese tipo de respiro, una quivira te lo darÃa en su totalidad; pero la realidad, aunque limitada, costaba mucho menos.
Pero claro, nunca te alejabas demasiado de un multiceptor o de un eidófono. Aleka llamó al número de Mary Carfax. El rostro de una anciana apareció en la pantalla.
-¿Good afternoon? -dijo con voz temblorosa. Aleka dijo su nombre.
-Soy amiga de su sobrina, Dolores Nightborn-dijo-. Me sugirió que me pasase por ahÃ, ya que estoy en la ciudad, para darle noticias que es posible que no conozca, nada importante, pero sà agradable, y ver si precisa algo. Me encantarÃa ayudar en lo que pudiese.
-Oh, sÃ, sÃ. Querida Dolores. Thanks, lots of thanks, miss. ¿Puede venir soon, para tomar el té?
Era difÃcil creer que se trataba de una inteligencia electrofotónica que hablaba mientras un programa modulaba la transmisión. Aleka mantenÃa sus rasgos rÃgidos, la voz tranquila.
-Mahalo-dijo en lugar de gracias; olvidándose del anglo por el esfuerzo, pero no importaba; ella no jugaba a ningún juego de identidades, todavÃa no-. Claro, me encantará. Como en media hora, ¿ok?
Con rapidez se puso un decoroso unitraje, se cubrió con el guardapolvo y bajó.
-Tengo muchos recados -le dijo a Mama-. No sé cuándo volveré. -Bajo esas simples palabras, se estremecÃa.
La pantalla en la estación la dirigió hacia una parada en Colombus Avenue. Nunca habÃa visto antes ese distrito. Era un lugar bullicioso, pero no debido a la presencia humana. A su derecha habÃa un muro que se elevaba un centenar de metros, sin ventanas, aparentemente sin puertas. Recovecos y acanaladuras formaban una estructura sutil sobre la que volaban los matices de miles de diferentes puestas de sol. La luz también jugaba, en centelleos relucientes, sobre los edificios del otro lado, cuya alta complejidad sugerÃa una fuente. Complementándolo en altura y gracia, una estructura de metal se alzaba más atrás, donde los cables formaban una red en movimiento alrededor de plateados nodos de control. Aleka en ocasiones deseaba tener el cerebro para comprender la estética sofotéctica, no sólo para limitarse a admirarla o quedarse atónita.
Una sensación de enorme energÃa la llenó por completo, aunque el aire soplaba en silencio y el tráfico era todavÃa menor que en Fell. El cibercosmos enviaba comunicados a los lugares de trabajo mucho más a menudo de lo que enviaba cuerpos materiales. PodÃa ver un par de docenas de máquinas. Un enorme transporte en forma de torpedo pasó susurrando. Dos pequeños voladores zumbaron sobre su cabeza, con los visores sobresaliendo del azulado metal y los brazos bajo las alas. Un manipulador dendrÃtico fractal de tres metros pasó estremeciéndose y reluciendo bajo el viento. Un globo con ruedas y de múltiples tentáculos era algo que no habÃa visto nunca. Y asà durante un rato... ¿Cuáles eran robots, cuáles inteligentes y conscientes, cuáles marionetas de algo que podrÃa residir al otro lado del planeta? ¿Qué significado tenÃa la pregunta? Las mentes electrofotónicas podÃan combinarse a voluntad para formar toda configuración posible, adquiriendo cualquier potencial...
No era exactamente la única humana. Un hombre pasó caminando, tan deliberadamente que debÃa de tener alguna ocupación en aquel lugar. ¿Un consultor, un técnico? A cierta distancia habÃa una mujer de pie, aparentemente conversando con un antropomorfo que podrÃa haberse confundido con un traje espacial. ¿PodrÃa ser ella una sinnoionte? Otros dos hombres, sin afeitar y desaseados, pasaron hablando sombrÃamente. ¿Residentes locales? Probablemente. HabrÃa pocos, porque los seres de carne y hueso tendÃan a sentirse incómodos en ambientes como aquél, pero por esa misma razón los alojamientos en las calles adyacentes eran baratos.
«Mary Carfax» vivÃa allÃ. El bullicioso tráfico de datos por todas partes debÃa ayudar a camuflar el suyo. No tendrÃa muchos vecinos cercanos, quienes podrÃan preguntarse por qué nunca salÃa de casa. Lo único necesario habÃa sido meter el aparato a escondidas e instalarlo. La precaución de introducir un falso registro en la base de datos hubiese sido más difÃcil, pero dadas las conexiones de Lilisaire, no era imposible. Aleka conocÃa algunos de esos trucos.
Viró en Greenwich y, a unas pocas manzanas, encontró el sitio. Era una casa en el estilo reluciente de plástico pastel de ochenta o noventa años atrás. Las de los lados y las de enfrente parecÃan desiertas. Evidentemente los robots de la ciudad las mantenÃan cuidadas, pero Aleka se preguntó brevemente cuánto tiempo habrÃa de pasar antes de que otras máquinas las derribasen para dejar sitio a más máquinas. ¿Lo harÃan? ¿Por qué? Los sofotectos no proliferaban por proliferar como solÃan hacer los humanos. El crecimiento al que aspiraban era etéreo, capacidades del intelecto, hasta la Teramente y más allá. Aleka se estremeció bajo el frÃo viento.
Llegó ante la puerta y dijo su nombre. Carfax, evidentemente, habÃa dado algunas instrucciones, junto con una imagen grabada, porque se abrió inmediatamente. Se pasó la lengua por los labios, apretó los dientes y entró.
Una habitación estrecha contenÃa muebles antiguos y cuadros panales. Sorprendida, Aleka supuso que serÃa por si acaso se presentaba cualquier persona no esperada, un condestable o alguien asÃ, a quien no podrÃa negársele la entrada. Pasó a un espacio grande y tranquilo. Las paredes se habÃan retirado para crear una única cámara. Las ventanas se habÃan cubierto. El techo imitaba la luz del sol y el aire era cálido, pero supuso que era para su comodidad, igual que un sofá en medio de un suelo por lo demás vacÃo. Al otro lado vio un gran panel gris, vacÃo excepto por los sensores, una pantalla, un altavoz, y cubiertas que, evidentemente, protegÃan conectores especializados. Un robot multiuso se encontraba en una esquina. Imaginó que el sofotecto tenÃa control directo sobre él. La mente en sÃ, el sistema fÃsico, se encontraba... en algún otro lugar de la casa.
-Cheers -saludó con la garganta tensa.
La voz que le contestó se habÃa convertido en un barÃtono resonante.
-Welcome, miss Kame. Please, quÃtese la ropa exterior, siéntese, y póngase cómoda. ¿Qué puedo ofrecerle? ¿Comida, bebida, narcóticos, estimulantes? Lamento que el abanico de posibilidades sea limitado, porque los visitantes como usted no son habituales, pero las cosas normales están a mano.
-No... no, thank you. -Aleka temÃa que si intentaba lidiar con una taza o un plato se pondrÃa a temblar. Agradeció el vino de Mama. Se produjo una reacción. ¿Por qué demonios tenÃa que sentirse nerviosa? No se trataba de un dios, sino de una máquina... una única máquina, sellada del resto del cibercosmos. SÃ, era consciente, tenÃa habilidades que en ciertos aspectos superaban a las suyas, pero en otros aspectos estaba limitada, era ingenua, estaba dedicada a ese único servicio. Cuando terminase y se aplicase un nuevo programa, no serÃa la misma mente, el mismo ser, para nada.
Cierto, estaba al borde de lo que podrÃa ser una empresa peligrosa. Pero ya antes habÃa aceptado riesgos. Por lo general, disfrutaba de ellos. Y los posibles beneficios...
Sonrió, sólo por aparentar valor. Se quitó el guardapolvo y lo dejó en el suelo, se sentó. Le hubiese gustado más permanecer de pie, pero supuso de alguna forma que aquello demostraba más confianza, la mostraba más en control. Colocó el respaldo del sofá en posición totalmente vertical y no hizo caso de los sensuales ajustes automáticos para el contorno y la temperatura de la piel.
-¿Está lista? -preguntó la máquina. Ella asintió. El corazón le latÃa con fuerza-. Hablo en nombre de la Guardiana Lilisaire. Me ha dado un archivo con información sobre usted.
Aleka frunció el ceño.
-¿Es eso seguro? Es decir, si la están vigilando... -¿Cómo sabe que la están vigilando?
-Tiene razones para tomar estas precauciones, ¿no? La voz rió.
-Excelente. Confirma su impresión de una inteligencia alerta. El archivo no se transmitió desde Selene, se trajo a la Tierra en forma de grabación por un mensajero. En privado se lo pasó a otra persona, quien lo trajo aquÃ.
Presumiblemente, Lilisaire no tenÃa razones para sospechar que estuviesen vigilando a Aleka. Eso fue un alivio.
-¿Tiene, eh, autoridad para tomar decisiones?
-En la medida de lo razonable, sÃ. ¿Por qué cree que se le convocó?
-Está relacionado con el Hábitat, ¿no?
Lilisaire habÃa hablado sobre el asunto, con mucho odio, al conocerse, aunque en general se habÃa limitado a ser encantadora y, protegida por el encanto, inquisitiva. Además, todo el mundo sabÃa la oposición que el proyecto despertaba en la mayorÃa de los selenitas.
-Sà -dijo la máquina-. ¿Qué opinión le merece?
-Yo... no he pensado mucho en ello -confesó Aleka-. La idea parecÃa... emocionante; hasta que la oà a ella. Desde entonces... soy una simpatizante. Si los terrÃcolas quieren colonizar, que vayan a Marte. -Un viaje largo y caro.
-¿Qué significan los gastos cuando casi puedes hacer crecer las naves en un nanotanque y no precisan de tripulación humana? Y en Marte no serÃa preciso un Hábitat.
-Muy inteligentemente expresado. Estaba citando los argumentos propuestos por los defensores del proyecto. También son humanos, ya sabe, en el gobierno y fuera de él.
La amargura desapareció.
-¿Con qué los ha sobornado el cibercosmos? El tono era directo.
-Esencialmente, con nada. La mayorÃa son sinceros. Aceptan el análisis coste-beneficio que se les ha entregado porque confÃan en el cibercosmos. Ya sabe por qué. Ãste es un mundo más estable, con mayor justicia social y económica que nunca antes de que se desarrollasen las inteligencias sofotécticas. No sea tan hostil a él.
La emoción de Aleka se calmó un poco.
-Oh, no lo soy, en realidad no. Soy... escéptica. Al menos, a menudo me pregunto a dónde nos dirigimos los humanos y qué grado de control nos queda.
-¿Su pasado lyudovita?
-¡Nunca fui lyudovita! -exclamó-. ¿Cómo podrÃa serlo? La Rebelión se produjo hace muchas vidas.
-Pero cuando estudió en el Instituto Irkutsk, conoció a personas cuyos antepasados habÃan luchado en ella, y que todavÃa la consideraban una causa honorable injustamente aplastada.
Le volvieron los recuerdos: el campus, las praderas rusas, el glorioso Lago Baikal, Yuri, Yuri, y la villa a la que la habÃa llevado, más de una vez.
-Tuve un amigo cercano, un compañero de estudios. ProvenÃa de ese tipo de familia, sÃ. Intentaban mantener vivos los viejos modos, trabajo manual, agricultura, era lamentable verlo. Me los presentó.
Ãramos muy, muy jóvenes. -Aleka suspiró-. Más tarde... cambió de mentalidad. -Y se separaron, y al final ella regresó a Hawai. A esas alturas, rara vez se lo encontraba en sueños.
-¿Y usted?
Se encogió de hombros. -Tengo trabajo que hacer.
-Me limito a familiarizarme con su persona -dijo la máquina con amabilidad-. Conozco la información que Lilisaire me ha dado, pero es incompleta y abstracta.
Sin embargo, reflexionó Aleka, probablemente incluÃa más de lo que ella habÃa revelado. Los agentes en la Tierra debÃan de haber examinado su vida antes de que la Guardiana decidiese que podÃa confiar en ella. O incluso antes, sÃ. Lilisaire tendrÃa más que una razón casual, un par de amigos comunes, para invitarla a Zamok Vysoki, cuando estaba de vacaciones en la Luna, y encandilarla.
Aleka sintió que debÃa sentirse resentida por ese espionaje, pero no podÃa. Ni siquiera lamentaba que la antepasada Niolente hubiese tenido su parte en fomentar y prolongar la Rebelión. Un movimiento a sangre frÃa, cierto, con la esperanza de debilitar a la Federación hasta que desistiese en su propósito de incorporar Luna. Pero los lyudovitas y los selenitas tenÃan mucho en común.
Aleka reforzó su decisión.
-Vale -dijo-. Admito que conservo las simpatÃas que adquirà entonces. Hasta cierto punto, en todo caso. Personalmente, no creo que podamos dar marcha atrás a la historia. Ni que debiéramos hacerlo. -Ciertamente habÃa sido una causa desesperada: mantener el control en manos de la humanidad. No permitir la fabricación de inteligencias artificiales completamente conscientes. Detenerse antes de que fuese demasiado tarde, y luego considerar cuánta mecanización y automatización era realmente deseable-. Demasiado tarde -repitió lo que se le pasaba por la mente-. Pero vivo con lo que el sistema le está haciendo a mi gente.
-Eso le dijo a la dama Lilisaire.
Me embrujó para que se lo dijese, estuvo a punto de contestar Aleka. Nunca se lo habÃa confesado a nadie más, siendo sentimientos demasiado profundos para tener forma antes de expresarlos. Ni su padre, ni su madre, ni sus hermanas, ni Yuri habÃan conseguido sonsacarla. TodavÃa no sabÃa cómo lo habÃa hecho la selenarca.
Refrenó sus palabras. Pasó medio minuto de silencio. -¿Podemos proceder? -preguntó la máquina. -Olu'olu!-soltó. Aleka contuvo el aliento-. Please. El tono tranquilo ayudó a centrarla.
-Tiene un conocimiento poco común de estos lugares, asà como en la red de datos global.
-No soy una... espÃa, ni nada parecido.
-¿PodrÃa describirme sus experiencias? Una vez más, sé lo que la Guardiana me ha dicho, pero oÃrlo en persona añade profundidad a la información dijo la máquina.
Y debÃa juzgar si realmente era lo que Lilisaire requerÃa. Responder de una forma semiorganizada estabilizó aún más a Aleka. -Detalles, anécdotas. Me llevarÃan lo que queda de semana. Pero... oh, en mis dÃas de estudiante conocà muchos lugares de la Tierra, además de conseguir una educación técnica. Comprenda, el Lahui necesita gente asÃ, y los ancianos pensaron que yo tenÃa el talento, asà que me animaron y apoyaron a que viese mundo. Desde entonces, he servido de contacto, con el Keiki Moana por una parte y el mundo exterior por la otra. Por asuntos de esos, he venido en múltiples ocasiones al continente, porque... well, a los metamorfos no les gusta usar la telepresencia, especialmente para asuntos importantes. Entre otras cosas, temen a los fisgones. -No sin razón, pensó. Las autoridades querÃan vigilarlos. Eran un elemento caótico, que por pura casualidad podrÃa alterar planes sociales cuidadosamente establecidos.
-¿Su Keiki Moana busca cooperación con otros metamorfos terrestres?-Era más una afirmación que una pregunta.
-El núcleo, los... odio decir los Keiki «civilizados, sÃ. -Y por tanto, también Aleka, en su querido nombre-. Nada criminal, nada revolucionario. Pero... nos gustarÃa establecer comunicaciones discretas, encontrar intereses comunes, trabajar en pro de una organización que pueda apoyarles y defenderles.
Los selenitas también eran metamorfos.
-Nada criminal, nada revolucionario -repitió la máquina-. Pero a Lilisaire le dio a entender una actividad clandestina. -Secretismo protector. -No era del todo cierto-. Se me ha permitido acceder un poco... -En parte porque era necesario, en parte porque habÃa presionado a los lÃderes, al estar interesada y bien dispuesta. Aventuras en lo desconocido.
-Sus conexiones podrÃan resultar valiosas. Y en cuanto a su acceso a bases de datos y lÃneas de comunicación...
-Eso es normal -interrumpió, porque empezaba a sentirse impaciente-. Soy agente de una comunidad reconocida, que tiene que tratar con agentes del gobierno. En ocasiones, eso se hace mejor bajo la confidencialidad administrativa. Ya sabe, para que la discusión pueda ser sincera y sin distracciones. De la misma forma, he aprendido a moverme por la red de datos. Pero carezco de acceso ilimitado.
Y aun suponiendo que lo tuviese, ¿cómo distinguirÃa lo que se le ocultaba de lo que se habÃa creado para engañarla?
-Very well -dijo la máquina-. Vayamos al grano. -¡Al fin, al fin!-. La dama Lilisaire ha encontrado pistas que indican la existencia de un secretó... -y siguió hablando.
Aleka se quedó muda durante un rato.
-No tenÃa ni idea. No sé qué decir. O qué hacer-susurró finalmente de puro asombro.
-La esperanza es que pueda descubrir la verdad, y que eso le devuelva a Selene algo de poder sobre su futuro.
Negó con la cabeza.
-Es imposible, si ellos... -Ellos- quieren evitar que lo descubramos.
-¿Seguro? Tendrá toda la ayuda que podamos darle, empezando por un confederado con grandes conocimientos del espacio.
Lilisaire y su máquina de pensar no la lanzarÃan a una empresa totalmente absurda. Sintió excitación. Se inclinó, agarrándose las rodillas con las manos.
-Hábleme de ella. -De él.
Con los sentidos completamente alerta, absorbió cada palabra del sucinto informe de la máquina, cada lÃnea del rostro de Ian Kenmuir. Pero...
-Temo... -dijo incómoda. -No suena propio de usted.
-Temo que pueda estar, eh, comprometido. Si hace poco que ha ido a ver a Lilisaire, y sospechan de ella...
-Somos conscientes de ese detalle. ¿No podrÃa hacerle desaparecer con usted?
-Mmm... -Lo pensó-. SÃ, quizá. Que saquemos algo de esto, ya no lo puedo decir, excepto que las probabilidades parecen muy escasas.
-¿Lo intentará?
Ve despacio, se advirtió. Aférrate a la independencia y al sentido común.
-¿Por qué deberÃa hacerlo?
Era una pregunta cortante, pero la máquina no pareció ofenderse. ¿PodrÃa llegar a ofenderse?
-Cierto, el riesgo será importante. No deberá asumirlo sin compensación.
-¿Qué se me ofrece? -Una actitud selenita, pensó.
-Si lo intenta en serio y fracasa, una suma importante. Antes de rechazarlo, piense en lo que podrÃa comprar para su gente. -Depende de la suma. -PodÃan discutirlo más tarde. Siguió adelante-. ¿Y si de alguna forma tengo éxito?
-¿Le gustarÃa un paÃs propio? -¿Qué?
La máquina se lo explicó. Al final, estaba en pie sollozando. -SÃ, sÃ, oh, Pele, sÃ.
La máquina empezó a discutir los detalles.
Al salir, agotada emocionalmente, la noche se acercaba por el este. Para cuando llego a Fell Street, ya era de noche. Las nubes hacÃan que la oscuridad fuese aún mayor; el brillo del pavimento no podÃa dispersarla del todo. La niebla caÃa espesa sobre un viento aún más frÃo.
Se sentÃa incapaz de soportar el buen humor de Mama. En un autocafé tomó una cena rápida, sin prestar atención al sabor. En la fonda se fue directamente a su habitación.
Intenta relajarte, intenta conciliar el sueño. Una pÃldora la harÃa dormir, pero se despertarÃa con la misma agitación. Ya habÃa decidido no frecuentar la quivira. Las cosas ya eran suficientemente complicadas sin añadir recuerdos de cosas que nunca habÃan sucedido fÃsicamente. Un vivÃfero hubiese sido ideal, pero allà no lo habÃa. Well, el multiceptor ocuparÃa sus ojos y oÃdos, mientras su imaginación le ofrecÃa algo más. Pero ¿qué ver? Buscó una lista de emisiones importantes. Ninguna le apetecÃa, y no se molestó en consultar los cientos de canales menores. Entonces, el informador de la muñeca. En él habÃa miles de entradas, tanto texto como audiovisual, tanto hechos como entretenimientos. Muchos todavÃa no los habÃa visto, sólo los habÃa puesto allà porque habÃa pensado que algún dÃa podrÃan apetecerle.
Introdujo los datos de lo que le apetecÃa y colocó el borde del informador frente al escáner. Por la pantalla pasaron el tÃtulo y una breve descripción. Al haber elegido Salida de sol sobre Tycho, dio instrucciones al multi para que lo sacase de una base de datos pública y se recostó. Se trataba de una comedia que recordaba con agrado, ambientada en los primeros dÃas de la colonización lunar, cuando la vida era más simple, y completamente humana.
12
La madre de la Luna
Espacioso y agradable, el salón de los Beynac ofrecÃa la ilusión casi perfecta de encontrarse por encima de la superficie y en una Tierra tiempo atrás perdida. Flores dispuestas en los estantes esparcÃan rojo,
amarillo, violeta y verde sobre las paredes marfil y sobre la alfombra de un azul profundo. El perfume de las flores impregnaba el aire que se movÃa como una brisa de verano. El mobiliario era enorme. Una gigantesca pantalla podrÃa haber mostrado una escena del exterior o de algún otro lugar en la Luna, pero en su lugar mostraba una imagen de la Dordoña: árboles agitados por el viento que soplaba colina arriba hacia un castillo medieval; su susurro ofrecÃa un tono de paz. En la pared opuesta colgaba una foto familiar, que en aquel momento no estaba activada, y una reproducción por escáner de una marina de Winslow Homer. Un gato dormÃa sobre un sillón.
Pero te movÃas con gracia ultraterrena, y si dejabas caer algo, lo hacÃa con una lentitud de ensueño.
Entraron tres personas.
-Bienvenido -dijo Dagny-. Más tarde te lo mostraremos todo. Ahora mismo es momento de beber algo antes de la cena.
-Ya veo, esto no está nada mal -contestó Anson Guthrie-. Well, os lo habéis ganado.
-La mayorÃa lo hemos construido nosotros mismos-le dijo Edmond. Se podÃa permitir algo de orgullo. El trabajo nunca habÃa sido fácil, a menudo muy duro, con las limitaciones de materiales, equipos y, sobre todo, tiempo libre. HabÃa llevado años.
Una vez más Dagny se alegró de lo poco que el tiempo parecÃa haber afectado a su abuelo. HacÃa cinco años que no le veÃa, y los mensajes con imagen o las raras conversaciones telefónicas no ofrecÃan la suficiente realidad. Además, su reciente pérdida era de esas que pueden romper un alma. Pero cuando se encontró con él en el espaciopuerto, todavÃa tenÃa la misma voz fuerte y la abrazó como un oso. Aunque tenÃa el pelo blanco y más escaso, y el rostro marcado por múltiples arrugas, parecÃa dispuesto a mantener durante muchas décadas el control de Fireball.
Lo que agradaba a ella y a los suyos, y a cualquiera en cualquier lugar que amase la libertad. ¿A quién le preocupaban las marcas en la piel? Cuando reÃa, a Dagny ya le radiaban lÃneas desde la comisura de la boca y de los ojos; a'Mond se le habÃan plateado las sienes, pero sin embargo, ninguno de ellos habÃa reducido el ritmo de sus actividades. -SÃ, Dagny me pasaba los chismorreos junto con los asuntos de negocios -dijo Guthrie-. Muy buen trabajo éste. Parece sólida, del tipo que ya no se ve. Dispuesta a durar más allá de vuestras vidas, ¿no? La mujer asintió.
-Eso esperamos. Claro está, no es ni de lejos como tu hogar en la Tierra.
-¿Cuál de ellos?
-Mmm, bien, resulta que recuerdo la mansión en la Isla Vancouver. El mar, los árboles... -Su estancia allà habÃa sido con toda probabilidad la más feliz de sus infrecuentes visitas al planeta, exceptuando cuando ella y 'Mond fueron juntos a Francia. Señaló la pantalla-. Nosotros tenemos que fingir. -TenÃa que darse prisa, antes de que él pensase que sentÃa pena de sà misma-. Pero tenemos muchas cosas que no hay allÃ. -Más y más cosas, a medida que Tychopolis crecÃa. Vuelos de pájaros en Avis Park. La hermosa Hydra Square. Maravillas, creadas para Selene, en el zoo y los jardines botánicos. En el exterior, una grandeza austera, deportes -dashball, esquà de roca, escalada, saltos suborbitales, exploración- y la emoción, el asombro y el desengaño ocasional de una civilización en nacimiento.
-Cierto -admitió Guthrie-. Me hubiese gustado visitarte antes. Pero estaba demasiado ocupado. Siempre estoy demasiado ocupado. -Dio una vuelta a la habitación, mirando las cosas-. Echo de menos los libros -comentó-. Los antiguos volúmenes encuadernados. En mi juventud, cuando visitabas a alguien, ver lo que tenÃan en sus estantes, si era lector, te decÃa más sobre la persona que una charla de un mes.
-Los recuerdo en tu casa —dijo Dagny-. No hay necesidad de recordarte los problemas de transporte que hemos tenido hasta hace poco.
-Pero podemos darte algo a cambio -dijo Edmond. Tomó de la mesa un pequeño ciberlibro de mano, que se encontraba junto a un pequeño meteorito lleno de centelleos metálicos, y lo encendió. En la pantalla aparecieron el tÃtulo y el nombre del autor-. Toma, juega con esto. -Se lo pasó a Guthrie.
El boss repasó parte del catálogo, moviéndose por entre los elementos del menú. La mayorÃa se encontraban en la base de datos de la biblioteca central y aparecÃan allà porque interesaban a los Beynac. Algunos eran propiedad personal. Accedió a algunas páginas, incluyendo representaciones de textos e imágenes con siglos de antigüedad. -Buena colección-dijo mientras tanto-. Este dispositivo no es igual que sostener un libro de verdad, pero me atreverÃa a decir que el sacerdote egipcio le repitió a Solón, hasta el aburrimiento, que los jeroglÃficos tenÃan mucha más personalidad que cualquier alfabeto larguirucho.
No era un ignorante, reflexionó Dagny, a pesar de su desprecio por los autodenominados intelectuales.
Se abrió una puerta. El robot de limpieza escaneó el interior, detectó personas y, en ausencia de instrucciones, se retiró, volviendo a cerrar la puerta.
-Ah, tus publicaciones profesionales, 'Mond --comentó Guthrie-. Un conjunto impresionante. Mmm, veo que sigues como siempre defendiendo insistentemente tu teorÃa de un gran asteroide antiguo.
-Las pruebas se acumulan -contestó el geólogo. Fue al bar en miniatura-. Pero no estamos siendo muy hospitalarios. ¿Qué quieres beber?
-Me han dicho que han empezado a fabricar una cerveza decente desde la última vez que estuve en la Luna. Eso, please, para seguir directamente a un akvavit frÃo, si tienes.
-Dagny me dejarÃa si no fuese asÃ, especialmente viniendo tú. -Edmond preparó lo mismo para ella, y un jerez frÃo para él.
-Pero ¿dónde están tus verdaderos escritos? -le preguntó Guthrie.
-Hein?
-Esas novelas que mencionó Dagny, con el nombre de... maldición, me estoy volviendo senil...
-No es asÃ, Tanso -declaró ella-. Simplemente tienes demasiadas cosas en la cabeza. Jacques Croquant, ése es su seudónimo.
-¡Mi secreto desvelado! -gruñó Edmond-. No sabÃa que se lo habÃas dicho.
-Me gustarÃa leerlas erijo Guthrie-. Me temo que mi francés ha caÃdo por un agujero negro, el poco que sabÃa, pero si un programa de traducción no destroza demasiado el estilo, seguro que serán divertidas. Edmond se encogió de hombros.
-Estilo, ¿qué es eso? Son historias de aventuras del espacio profundo que escribo para divertirme en los momentos libres. El seudónimo se debe a que los académicos son unos esnobs. SÃ, respetan mi trabajo lunar. -Y ya está bien que asà sea, pensó Dagny acalorada, porque habÃa revolucionado la selenologÃa-. Pero también quiero que se tome en serio mi idea sobre el Sistema Solar primigenio, que se investigue.
-Eso podrÃa arreglarse, ahora que vamos a establecer una patrulla de meteoros. -Guthrie seguÃa con sus comentarios al azar-. ¿Qué, tres biografÃas de Charles de Gaulle? Y sus obras completas. ¿Héroe personal?
-En el siglo veinte, sólo dos lÃderes de naciones importantes merecen el calificativo de hombres de Estado, él y Konrad Adenauer. El resto... -Edmond volvió a encogerse de hombros-. Well, supongo que muchos de ellos tenÃan buenas intenciones.
- Mond tiene más respeto por la autoridad que yo -intervino Dagny.
Guthrie sonrió.
-SÃ, naciste una rebelde dominante, Diddyboom. ¿Qué se siente al estar ganando poder aquà en la Luna?
-No es asà -negó ella-. En realidad, no. Es sólo que ya sabes cómo el gobierno nos cargaba de polÃticos y burócratas que no podrÃan distinguir una basura de un cráter. El estar en la administración me obliga a tratar directamente con ellos, y si mis amigos y yo podemos conseguir que los residentes apoyen las posiciones de Fireball, y los candidatos adecuados en los pocos puestos elegidos que se nos permiten... bueno, ya sabes. Las bebidas están listas. Siéntate, por favor.
Los tres se sentaron, aunque en Selene era muy cómodo permanecer de pie y las reuniones habitualmente procedÃan de esa forma en las noches sociales. Los Beynac preferÃan mantener algunos gestos, costumbres, sÃmbolos. Dagny se preguntó si podrÃan hacerlo durante el resto de sus vidas.
Cuando a Edmond le importaba algo, le importaba con pasión. -Debemos aceptar la autoridad legÃtima -argumentó-. En caso contrario, la sociedad se descompone hasta el punto de recibir con alivio a los señores guerreros que establecen un orden brutal pero al menos les hace sentir seguros. El problema no es lo que hace que un gobierno sea legÃtimo. Ha habido muchas formas en la historia, nacimiento noble o real, sacerdocio, voto popular, teorÃa sociológica, etcétera, etcétera. El problema es ¿cómo consigue un gobierno seguir siendo legÃtimo? ¿Cómo pierde la legitimidad? Yo digo que el punto de inflexión se produce cuando empieza a hacer más cosas a la gente que por la gente. Eso ha sucedido, está sucediendo, en muchos paÃses de la Tierra. En el espacio, el desorden que tarde o temprano sigue a ese punto de inflexión implicarÃa la destrucción en masa. Fireball tiene más derecho al poder que la mayorÃa de los gobiernos que hoy reclaman ese poder, porque los amos de Fireball reconocen sus obligaciones para con la gente de Fireball.
No es lo que uno llamarÃa atractivo, pensó Dagny, pero cuando ardÃa, en ella también se encendÃa una nova. Sintió un escalofrÃo en la punta de la lengua, seguido del sabor de la cerveza, y no se sintió calmada.
-Thank you -dijo Guthrie-. Lo intentamos. Pero no me lo agradezcas a mÃ. Agradéceselo a la gente que lo está haciendo de verdad, como tu esposa. O tú personalmente, 'Mond, incluso si evitas la polÃtica. Yo me mantengo al dÃa, más o menos. Vosotros no evitáis vuestras responsabilidades, sino que salÃs a buscar más.
-Si hacemos bien, es por usted, señor. Hace que lo deseemos. Hace que sea posible.
Guthrie lo negó con la cabeza.
-No soy yo. Nunca pienses tal cosa. Los que creen en un hombre indispensable no sobreviven mucho tiempo, ni deberÃan sobrevivir.
-Sonrió, tomó un largo trago de cerveza y añadió-: Eso sÃ, no soy modesto. Trabajo mucho allà donde estoy. Pero se trata de una empresa sólida porque sus miembros lo son.
-Y lo son porque la empresa lo es.
Dagny asintió para sÃ. HabÃa visto el compañerismo crecer y fortalecerse con el paso de los años. Esa práctica nueva pero de rápida extensión, aunque totalmente espontánea, de jurar lealtad a la compañÃa, que en la persona de un oficial era jurar fe en su propia...
-Tú empezaste Fireball, Tanso -dijo con suavidad-. La dirigiste durante todas sus terribles crisis.
Juliana más que yo -contestó Guthrie, con la garganta ligeramente contraÃda.
Dagny sentÃa punzadas en los ojos.
-Todos la echamos de menos. Tú... -Se inclinó para depositar su mano sobre la de Anson.
-No te preocupes de mà -gruñó él-. Yo sigo en mi puesto. -Como ella hubiese querido -dijo Edmond.
-Es parte de tu naturaleza-murmuró Dagny. Guthrie agitó sus grandes hombros.
-Eh, corremos el peligro de ponernos serios -protestó.
Dagny vio que querÃa alejarse de los asuntos Ãntimos. Pero ¿cuándo volverÃan a tener otra oportunidad de hablar con intimidad? -Por favor, hazlo por nosotros-le pidió-. Hemos estado esperando para oÃr tus ideas, tus conocimientos. La Tierra está tan mal, y Fireball parece ser la única fuerza importante de bien que queda. -¡Cuidado, muchacha! -exclamó-. Ni Jesucristo podÃa afirmar tal cosa. Sabes que no es asÃ. PodrÃas nombrar junto a mà a un montón de personas que no han dejado que el poder les cortocircuite la inteligencia.
-SÃ, mantienen el progreso, al menos en ciencia o tecnologÃa -dijo Edmond-. Especialmente, los superricos ilustrados, como tú. Los Genios Barones.
-Y algunos en el gobierno, por mucho que odie admitirlo. -Pero ¿qué hay de la población? ¿Qué hay de la vasta mayorÃa, en todas las naciones, que no puede encontrar un lugar real en el universo de alta tecnologÃa que habéis creado?
-SÃ. El Mundo Alto frente al Mundo Bajó. Es más que una invención periodÃstica. Todos en el espacio pertenecen al Alto Mundo. No es un chiste. No necesariamente.
Dagny sintió cómo se le acercaban las cejas.
-Es posible que por eso tengamos problemas para comprender lo que sucede en la Tierra-se aventuró a decir.
-Hay poco sentido común allá abajo, cariño. Cada dÃa hay menos, a pesar de los esfuerzos de esos que tú quieres canonizar.
-Las noticias, los análisis, los libros, las comunicaciones personales; aquà en la Luna todo parece... ¿abstracto? ¿Irreal? -Dagny se obligó a decir-: ¿Realmente va a haber una guerra?
-Las guerras ya se están produciendo, por todo el planeta-contestó sombrÃo Guthrie-. Las llamamos desórdenes, revoluciones o lo que sea, pero en el fondo son guerras. Y sÃ, me temo que la grande está ya en camino.
-¿La Jihad? -El tono de Edmond era áspero-. Esos predicadores... Pero no se trata del Islam contra los infieles, realmente no, ¿verdad? Nada es tan simple.
-No, claro que no. Yo la llamarÃa la última revuelta a gran escala del Bajo Mundo contra un orden de cosas que no entiende y del que se siente por siempre marginado. El Alto Mundo tendrá su parte de aliados musulmanes, los mahdis tendrán los suyos en todos los credos y religiones.
-¿Cuál será el resultado?
-No habrá una destrucción general-le aseguró Guthrie-. Espero que la furia dispare armas nucleares, pero no muchas y no muy potentes. Todo el asunto es demasiado complejo, cambiante y está demasiado entremezclado económica, geográfica y étnicamente, y cualquier otra cosa que se te pueda ocurrir... demasiado para un ataque directo. Mi suposición es que presenciaremos años de luchas menores en algunas áreas, un tsunami de sangre en otras. Los paÃses del Alto Mundo acabarán ganando, pero estarán tan desestabilizados que las cosas tampoco volverán a ser las mismas para ellos. -Hizo una pausa, y luego terminó diciendo-: Dudo que alguna vez haya habido, o que pueda haber, una guerra que compensase su coste, cuando tienes en cuenta el coste para todos los implicados, incluyendo a las generaciones por nacer. Pero lo que salga de ésta podrÃa ser mejor en algunos aspectos que lo que tenemos ahora. Por ejemplo, no veo que esa tonterÃa de la Renovación pueda sobrevivir al conflicto.
Pero en general, alegraos de estar en la Luna, vosotros y los vuestros, sólo preocupándoos del vacÃo, la radiación, los meteoroides, los fallos del sistema de soporte vital y los burócratas.
-Sobre todo por los niños-dijo Dagny. -Efectivamente.
Todos querÃan cambiar de tema.
-Y hablando de los niños, ¿dónde están?-preguntó Guthrie. Dagny agradeció el alivio, la ligereza.
-Esa pregunta tiene más respuestas que número de niños. Edmond asintió.
-Corretean por ahÃ, cuando no, vont á la derobée, se mueven en silencio como gatos. Y tienen asuntos privados de los que sabemos poco. -Suspiró-. Cada vez menos, a medida que crecen.
-SÃ, eso lo sé por Dagny-dijo Guthrie. En una ocasión, después de confiarse a él, su mensaje de respuesta le hablaba de una gallina que habÃa visto de niño, a la que le habÃan dado huevos de pato para que empollara y criara a los patitos, contemplando sin poder hacer nada cómo su prole se alejaba nadando por un estanque-. SÃ, pero ¿dónde están ahora mismo?
-Bien, Brandir está en Port Bowen-le dijo-. Pretende convertirse en ingeniero estructural, debes recordarlo, y le conseguà un trabajo de unas semanas en la nueva catapulta de lanzamiento de carga que estamos construyendo; experiencia práctica. Está deseoso de conocerte, pero a menos que puedas quedarte algo más de tiempo, o ir a buscarle, tendrá que ser por teléfono. Verdea está en casa de una amiga, probablemente practicando alguna de sus composiciones. Kaino en el equipo de vuelo...
-Para, please. ¿Brandir, Verdea, Kaino? Me has descrito esa moda de los jóvenes selenitas de adoptar nombres inventados e insistir en su uso, y también lo han hecho los periodistas, pero no consigo recordar quién es quién.
-Es algo más que una moda -dijo Edmond-. Van totalmente en serio. Es más, están desarrollando todo un lenguaje para ellos. No es una jerga, o un argot, sino un lenguaje.
-No nos rechazan -dijo Dagny-. En realidad no. -TenÃa que creerlo. Y seguÃan siendo amables para con sus padres, cada uno a su modo, y si se sentÃan distantes, ¿el dolor que le producÃan era mayor que el que ella le habÃa producido a sus propios padres?-. Es sólo que son... diferentes, más diferentes de lo que cualquiera hubiese podido prever. Intentan descubrir su propia naturaleza, y.. y nosotros no podemos ser de mucha ayuda.
Guthrie se acarició la barbilla.
-Entonces no se trata de una simple rebelión adolescente, ¿eh? Aunque el Señor sabe que viendo a la Tierra y a los agentes de la Tierra en Selene, estarÃan más que justificadas. -Volvió a beber de la cerveza. Edmond tomó las jarras para volver a llenarlas-. Thank you, my friend. ¿Puedes decirme algo más de ellos?
Dagny puso en la pantalla unas secuencias recientes, en sucesión, y pudo encontrar algo que decir de cada uno.
Brandir. Anson. Dieciséis. Dos metros de alto, de anchos hombros, ágil; pelo rubio ceniza, ojos azul plata, piel marmórea sobre la que nunca crecerÃa una barba. El rostro no era del todo selenita, tenÃa rasgos de su madre. A menudo tenÃa roces con su padre, pero no muy importantes, y ella pensaba que se sentÃa más emocionalmente unido a ella que sus hermanos. Eso no le impedÃa lanzar cables a las chicas de genes terrestres. Y en cuanto a las mujeres de su raza, lo que sucedÃa era tanto asunto de ellas como de él. ParecÃan tener intereses paralelos, una independencia tan de hecho que no se molestaban en manifestarla. ¿Qué habÃa pasado con los amores de instituto?
Verdea. Gabrielle. Catorce años. De aspecto casi terrestre, de altura media, metida en carnes, rostro de nariz redondeada, ojos y rizos castaños. Tranquila, estudiosa, y, cuando querÃa algo, con una decisión de acero. Talento literario, manifestado en poemas y bosquejos en prosa que sorprendÃan a Dagny (Libertad en las estrellas: Aquiles/ Odiseo...). Mientras que otros jóvenes genios habÃan escrito el programa que construyó el lenguaje selenita básico, ella parecÃa encontrarse entre los principales colaboradores en su vocabulario en expansión y cada vez más sutil. Dagny tenÃa razones para preguntarse si mantenÃa relaciones sexuales, pero ¿qué sabe una madre? Los niños selenitas protegÃan su intimidad, y Verdea rechazaba a los chicos de genes terrestres.
Kaino. Sigurd. Doce. Grande para su edad, fuerte, pelirrojo, ojos azules, con rasgos muy similares a los de su padre. El atleta del grupo, el más gritón e impulsivo, en ocasiones excesivamente temerario. MantenÃa una enemistad filial con Brandir, pero rara vez se manifestaba en peleas. Se evitaban durante ciclodÃas, sin hablarse, y de pronto, durante un tiempo, eran los camaradas más Ãntimos. El gran sueño de Kaino era pilotar naves espaciales. No aceptaba, ni podÃa aceptar, que la herencia que hacÃa que el peso lunar fuese normal para él convertÃa la aceleración en una barrera letal.
Temerir. Francis. A punto de cumplir los diez. Delgado, rubio platino, ojos grises, oblicuos y enormes sobre un rostro ascético, exceptuando los carnosos labios rojos. LeÃa todavÃa más que Verdea, todo un estudiante, de pocas palabras y asocial. Mostraba un gran talento cientÃfico.
Fia. Helen. Siete y medio. TodavÃa una niña, aunque ya se apreciaba que serÃa hermosa, con pelo negro, ojos pardos, con un rostro que era una versión femenina del de Brandir. Casi tan reservada como Temerir. PodrÃa tener gran talento musical, pero era difÃcil saberlo, y no le gustaba la mayorÃa de las cosas que oÃa. Quizá crease la primera música realmente selenita.
Jinann. Carla. Cuatro. Una pequeña pelirroja, como lo habÃa sido su madre, vivaz y afectuosa. HabÃa recibido el nombre selenita de sus hermanos, y a menudo se olvidaba de usarlo. ¿Quién podrÃa decir en qué se convertirÃa?
-¿Los más jóvenes están en casa?-preguntó Guthrie.
-En la sala de juegos, supongo-contestó Edmond-. Los conocerás pronto, en cuanto Clementine los ponga presentables.
-Es exigencia suya -explicó Dagny-. Están muy emocionados por tu visita, pero a ninguno le gusta que los... extraños... les vean en desventaja.
Guthrie arqueó las cejas.
-¿Tienen una niñera de verdad? TenÃa la impresión de que el problema del servicio en Selene es tan intratable que nadie recuerda ya el significado del término. ¿Una au pair, quizá?
-No, no. Clementine es como llamamos al robot.
-¿Una niñera robot? Los limpiadores ya son difÃciles de programar.
-Se trata de un nuevo modelo, que una pequeña compañÃa de la ciudad ha desarrollado recientemente-dijo Edmond-. Aceptamos probarlo. Por ahora nos va bastante bien.
-¡Vaya! No habÃa oÃdo nada. Ah, demonio, ¿quién puede estar al dÃa? -Cuando los modelos informáticos y los experimentos a nanonivel comprimen lo que eran años de investigación y desarrollo en simples horas. Dagny comprendÃa que el obstáculo a superar por el progreso no era la innovación; era la inversión de capital y la aceptación en el mercado-. ¿No es un pelÃn arriesgado?
-No temas, tenemos muchos sistemas de seguridad Mijo ella-. Además, se limita simplemente a vigilar, a hacer algunas tareas simples y a entretener. Eso es todo; con un repertorio de canciones e historias para combinar. No nos sustituye, simplemente nos ayuda. No querrÃamos más. -Apenas podrÃais tener más. Todo esto ya me sorprende. -¿Los adelantos en inteligencia artificial están a punto de detenerse? -se preguntó Edmond-. He oÃdo la afirmación, pero el hombre que construyó a Clementine no está de acuerdo.
-Oh, se están consiguiendo máquinas asombrosas y programas sorprendentes. Sabes por tus viajes de campo lo que los robots de alto nivel pueden hacer, y pueden ser aún mejores. SÃ. Incluso una especie de... algo que podrÃamos llamar creatividad. Pero todavÃa es básicamente estocástica, no muy diferente en principio del método caleidoscópico que usa vuestra niñera para crear nuevas historias. El pensamiento real, la conciencia, la mente, como quieras llamarlo... por lo que leo en los informes que me llegan, seguimos igual de lejos.
-Extraño -musitó Dagny.
-¿PodrÃa deberse a que la aproximación fundamental es errónea? -fue la cábala de Edmond.
-Creo que los que asà opinan tienen razón -contestó Guthrie-. Recordarás que, según su escuela de pensamiento, la mente no es completamente algorÃtmica. Si eso es cierto, entonces el Omega final que ese tipo Xuan ha estado defendiendo no sucederá nunca. Al menos, no por ese camino.
-¿Estás seguro? -preguntó Dagny-. No crees en un alma sin cuerpo o nada parecido.
Guthrie rió.
-Para ser exactos, tengo un miligramo más de fe en lo supernatural que en la sabidurÃa y beneficencia de los gobiernos.
Dagny frunció el ceño concentrada. Le atraÃa ese problema. -Entonces, la mente tiene un fundamento material. En cuyo caso, deberÃamos ser capaces de reproducirla artificialmente. -Supongo. Sin embargo, el asunto podrÃa ser más complejo de lo que imagina la escuela algorÃtmica. Para empezar, «material» es un concepto muy extraño. Repasa la mecánica cuántica.
-¿Qué hay de las emulaciones?
-¿Te refieres a hacer un escáner de un cerebro y proyectar su contenido en una red neuronal diseñada para ese propósito? Bien, juzgando una vez más por los informes que he leÃdo, suena prometedor. Aunque no estoy seguro de que se trate de una promesa que me gustarÃa que se mantuviese.
-Entonces tendrÃamos una máquina con conciencia.
-Algo asÃ, supongo. -Guthrie bebió cerveza mientras buscaba las palabras-. Pero comprende que si mi suposición es correcta, nosotros no habrÃamos creado esa mente. SerÃa algo que vendrÃa dado, que era una función de un cuerpo vivo y de todo lo que ese cuerpo experimentó. Todo el conjunto, no sólo el cerebro aislado. Si alguna vez podemos imponer su... codificación molecular... sobre una matriz electrónica o fotónica, quizá eso nos ayude a comprender qué es realmente la mente, y quizá podamos fabricar una de la nada. No sé. -Sonrió-. Yo, en general, siento pena por las personalidades emuladas, la sombra que quede en la máquina. Sin estómago, sin cojones, sin nada.
-TendrÃa sensores y actuadores-le señaló Edmond-. Y no tendrÃa que envejecer.
-Me conformo con lo que la naturaleza me ha dado, gracias. -Más tratamientos antienvejecimiento, reparación celular y el resto de los programas médicos. -Dagny se metió un poco con él. -Vale, admito que preferirÃa no pasar mis últimos diez o veinte años chocheando -le concedió Guthrie-. Y puede que una emulación mÃa encontrase la existencia interesante. Pero creo que me alegrarÃa de no ser yo.
Dagny miró la hora.
-No quiero interrumpir... -empezó a decir.
-Hazlo -le animó Guthrie-. Como Antonio le dijo a Cleopatra, no me gusta discutir. Vine a relajarme y a disfrutar de la buena compañÃa.
-Un argumento inteligente, que es uno de los grandes placeres de la vida-le recordó Edmond.
-Y también una buena comida-dijo Dagny-, y estará sobre la mesa dentro de muy poco tiempo.
-Cocina ella. -le dijo Edmond a Guthrie-. Terminemos los aperitivos. Afirmo, como francés, que va a sentirse agradablemente sorprendido.
13
Vista desde el aire, Los Ãngeles era una monstruosa tierra yerma, kilómetro tras kilómetro de ruinas se extendÃan hacia el este hasta que se dispersaban contra las montañas marrones y el desierto deslustrado. Algunas cosas resaltaban del montón y atraÃan la atención de Kenmuir: escombros que habÃan sido casas, trozos de vidrio relucientes, maderas que sobresalÃan retorcidas; otras casas casi enteras, pero deterioradas y vacÃas; una autopista, en parte derruida por algún pasado terremoto; una conducción de agua, atascada por los escombros, seca como las fuentes de las que antes bebÃa la ciudad; por encima, un cielo sin nubes que se suavizaba por la tarde, atravesado por el rastro meteórico de un transoceánico.
Hasta entonces, sólo lo habÃa visto en documentales, y aun asÃ, muy rara vez. La realidad le sorprendió más de lo que hubiese esperado. Giró los controles de su pantalla, buscando rastros de vida. SabÃa que estaba allÃ. El lento abandono no habÃa sido total y con el tiempo, poco a poco, la gente volvÃa: ocupas, empresarios, extravagantes pequeños grupos de los especiales. SÃ, un espacio vacÃo, palmeras, hierba, rodeado de casas construidas con desechos, no del todo feas. Y otro asentamiento, de un estilo completamente diferente, con una pirámide en el centro, ¿una comunidad religiosa? Y un tercero, un único y enorme edificio que sugerÃa una fortaleza. Y en perspectiva, las formas caprichosas que marcaban Xibalba... Probablemente habÃa tantas colonias como podÃan soportar las plantas desalinizadoras de Santa Mónica. Pocas; pero al menos la antigua presión poblacional habÃa desaparecido.
Sin embargo, se preguntó por qué no se realizaba ningún proyecto de recuperación. Volando desde el norte, habÃa visto un floreciente biomedio en el Valle Central, adecuado a la aridez, aunque allà la población era casi tan reducida como aquÃ. ¿La naturaleza en aquella zonas no merecÃa también la restauración?
Supuso que era un asunto de coste-beneficio y prioridades. Sin duda, el parlamento regional lo habrÃa discutido, como era su obligación, y aceptado las recomendaciones de los agentes apropiados. Los agentes, a su vez, habrÃan recurrido a un ciberestudio, realizado por sistemas que iban desde los nanorrobots que permeaban el suelo hasta los monitores climatológicos en órbita, y a un análisis de datos realizado por una mente superior a las suyas.
Si esa mente veÃa las cosas en un contexto más amplio, y habÃa encontrado razones más allá de las ecológicas para dejar olvidada esa zona, ¿lo habrÃa explicado? Era muy posible que ningún ser humano pudiese comprenderlo.
Kenmuir dejó a un lado el asunto. Su volador estaba descendiendo.
Santa Mónica colgaba sobre el océano. Varios cientos de viviendas de tres o cuatro pisos bordeaban los parques cubiertos, entremezcladas con casas burbujas, casas de estilo español y algunas excentricidades ocasionales. HabÃa oÃdo que era un lugar razonablemente próspero, un lugar para pequeños personajes del espectáculo y otros profesionales, para personas retiradas que habÃan acumulado fondos para compensar el crédito básico, y para la gente que les ofrecÃa servicios. VeÃa barcos en la marina, las arenas de Malibu Beach recorriendo la bahÃa y los jardines detrás, la forma serpentina de un bioinspector navegando entre las olas. Al oeste, el mar se agitaba plateado y turquesa. La luz se reflejaba en el océano, viniendo de un sol que se consumÃa al hundirse.
Desde que Kenmuir habÃa estado por última vez en la Tierra, habÃa cesado el transporte público hacia aquellas zonas, tanto por tierra como por aire. Una a una, cada vez con mayor rapidez, le iba sucediendo a las comunidades menores, y a algunas que quizá no fuesen tan menores. Demanda insuficiente, le habÃan dicho. Era más eficiente emplear el vehÃculo propio, alquilar uno o, simplemente, comunicar. Se preguntaba si eso acabarÃa generando un sentimiento de comunidad y si ése no serÃa el propósito real. En el campo de aterrizaje habÃa aparcados tres voladores. DebÃan de pertenecer a visitantes como él, o alquilados. Los de los residentes estarÃan en el gran garaje.
Aterrizó. Se quitó el cinturón, se levantó y se estiró. Después del ligero zumbido del vuelo, el silencio le resonaba en los oÃdos.
Mejor serÃa ponerse en marcha. Se habÃa retrasado un poco en Vancouver, disfrutando de la Mansión Guthrie y sus recuerdos, agua, bosques y Kestrel siempre dispuesta para volver a dar el salto a las estrellas. Cita a las 21.00 horas, era lo que le habÃa dicho el agente de Lilisaire en el Integrado de la BahÃa de San Francisco (el número que le habÃa dado indicaba que ésa era la situación geográfica, pero no habÃa más datos especÃficos y la respuesta no tenÃa imagen). No sabÃa exactamente cuánto tiempo le llevarÃa ir desde allà hasta Xibalba.
Ni tampoco sabÃa con quién iba a encontrarse allÃ. O de qué hablarÃan. O dónde pasarÃa la noche. SerÃa mejor que dejase el equipaje. Aunque estaba correctamente vestido, con un unitraje gris y botas blandas, se sintió desnudo al descender.
TonterÃas. El aire era agradable, apenas agitándose. Creyó oler algo en él. ¿CrecÃa jazmÃn en algún lugar cercano? Oyó un murmullo. ¿Olas suaves, tráfico escaso, o maquinaria de mantenimiento trabajando en la ciudad? La puesta de sol doraba los campos y los muros.
Pero ¿a dónde se dirigÃa? ¿Por qué lo hacÃa?
Cuadró los hombros y siguió andando.
Independientemente del tamaño de la terminal, su quietud y vacÃo hubiesen incrementado su tensión. SalÃa una única mujer. Le dirigió una mirada a medias curiosa. Sin pensar, él se la devolvió. Caucasiana de complexión oscura, de mediana edad, bien vestida, sin duda una residente que habÃa aterrizado unos minutos antes que él. ¿A qué satisfacciones regresaba? La puerta se abrió y desapareció para siempre de la vista de Kenmuir.
Se dirigió al panel de servicio.
-Un taxi, por favor, eh, please -dijo, automáticamente cortés, como si se dirigiese a una conciencia.
-¿A dónde? -le preguntó el robot de operaciones. -Xibalba.
-Puesto número cinco, sir.
Salió. El punto designado estaba a unos cuatro metros a la derecha. Muy pronto llegó un coche. Quizá la población se reducÃa con rapidez o quizá los residentes tenÃan la suficiente energÃa polÃtica como para conseguir que se les asignase una gran flota.
El coche estaba diseñado para aquella región; el chasis iba montado sobre orugas en lugar de ruedas y tenÃa un motor de efecto suelo en caso de encontrar un gran obstáculo. Entró, se sentó, hizo que el informador de su muñeca transmitiese el número de cuenta y tocó con él el escáner de débito.
-Distrito Xibalba-dijo-. Eh, el Asilo.
El coche se puso en marcha. Una pantalla mostraba un mapa, sobre el que se arrastraba un punto rojo para indicar su posición. -Aviso -dijo una voz-. El Asilo es un conjunto de casas frecuentado por metamorfos que viven por los alrededores. Se han producido desagradables incidentes con personas del exterior. El 3 de agosto del año pasado, un cliente de genoma estándar sufrió graves daños en una pelea antes de que pudiese llegar la policÃa. Please, piense en ello. Era evidente que el robot estaba programado para enviar los destinos cuestionables a una inteligencia central. A Kenmuir se le aceleró el pulso.
-Gracias, pero estaré bien erijo de todas formas. No era de los que iban en busca de problemas, al contrario, y si éstos le buscaban a él, bien, en el peor de los casos tendrÃa que recurrir a sus conocimientos de artes marciales. En combates amistosos no le iba tan mal. -Como desee, sir.
El atardecer se convirtió en noche. El camino se volvió lento y ajetreado, sobre un pavimento ligeramente roto, lleno de agujeros y cubierto de desechos. En dos ocasiones, el coche se elevó sobre un montón de escombros. La luz de los faros se reflejaba sobre restos de muros, y luego volvÃa a caer sobre las sombras. Cuando pasó por una villa, las ventanas encendidas hicieron que la oscuridad pareciese aún mayor.
Kenmuir empezó a pensar. Realmente ¿qué se le habÃa perdido a él allÃ? HabÃa sido el emisario de Lilisaire ante el Rydberg y no habÃa conseguido nada. ¿Qué más le debÃa a ella? ¿Qué le habÃa dado ella, qué le darÃa en el futuro? Su carrera entre los planetas, sÃ; pero siempre le llamaban las estrellas, siempre Alfa Centauri brillando más allá de su alcance. Su presencia, sÃ, un tacto como el de ninguna otra mujer que hubiese conocido o imaginado o incluso encontrado en los sueños de la quivira; pero no se engañaba pensando que ella le amaba, o que algún dÃa podrÃa tener un hijo con ella. ¿La salvación de su especie? Eso decÃa ella, pero ¿era cierto?, ¿lo decÃa de verdad? ¿Y le daba eso derecho sobre él? ¿Si de alguna forma le daba los medios para detener el Hábitat, no podrÃa eso negarle a su especie la última oportunidad de volver al universo exterior?
La colonia de Guthrie no contaba, pensó. En unos siglos más, Deméter estallarÃa. Aunque las transmisiones a lo largo de los años luz juraban que allà no habÃan perdido la esperanza, tampoco conocÃan ninguna forma de salvar a sus descendientes. ¿Lo conseguirÃan alguna vez?
Al frente brillaron luces. HabÃa edificios agrupados, una casa larga de cuatro arcos, un octógono blanco bajo una cúpula iridiscente. Se enderezó en el asiento. Al menos oirÃa a esa Irene Norton que iba a encontrarse con él.
El taxi se detuvo.
-El Asilo, sir -dijo-. ¿Deseará servicios posteriores en algún momento?
-No. -Salió. El taxi se fue.
La calle, estrecha pero despejada y limpia, tenÃa poco tráfico, ya fuese peatonal o vehicular. El bistró ocupaba parte del primer piso de una estructura cuadrada de ladrillo; el resto podrÃa ser apartamentos, o podrÃa tener usos más peculiares. Un cartel bailaba de forma surrealista sobre la puerta. Entró.
La cámara era ancha y larga. Mesas y sillas llenaban un suelo de madera. Al fondo habÃa un bar y una cocina. El aire estaba lleno de un humo azulado. Entre los olores Kenmuir reconoció tabaco y marihuana, y le pareció percibir opio y sniph. Los clientes ocupaban la mitad de las mesas, solos o en pequeños grupos. Se oÃa música sintetizada, en aquel momento no muy diferente a un pi pa, bajo el murmullo de las charlas. Un camarero real llevaba una bandeja de bebidas. Kenmuir no habÃa visto un sitio como aquél en años. Realmente medieval.
Leyó la hora en su informador. 20.32. Le quedaba media hora, si Norton era puntual. Se sentó en un lugar apartado, pero no tanto como para que tuviese que buscarle. El agente en San Francisco debÃa de haber grabado su imagen eidofónica y se la habrÃa entregado a Norton.
El camarero entregó un pedido y se acercó a la mesa. Era un metamorfo, un titán, con su cabeza peluda a 250 centÃmetros del suelo y en medio del humo, de cuerpo y miembros gruesos para soportar su peso. Sobre semejante masa, la túnica y los pantalones quedaban algo patéticos. Pero serÃa mejor no sentir pena por él, pensó Kenmuir; podÃa partir por la mitad a un hombre normal. ¿El encargado lo habÃa empleado recientemente para detener la violencia o se habÃa quedado a un lado el año pasado durante la paliza?
-¿Qué quiere? -rugió.
-Eh, cerveza-dijo Kenmuir-. Sun Brew, si la tiene.-La habÃa en la mayorÃa de los sitios, y se podÃa beber.
-Efectivo.
-¿Qué? Oh, sÃ. -Kenmuir rebuscó en el bolsillo y sacó un billete de diez umus. Llevaba allà bastante tiempo, pero la textura todavÃa tenÃa un buen aspecto sobre la mesa. El camarero asintió y se fue. El suelo crujÃa bajo sus pasos.
Kenmuir dio un vistazo a su alrededor. Aunque no era el único humano estándar que se encontraba allÃ, ciertamente se trataba de un lugar de reunión de metamorfos. Varios diminutos charlaban con sus vocecitas chillonas. Un grupo de secanos hablaba entre sÃ. Un quimi conversaba con dos acuáticos, quienes vestÃan infelices las ropas que los tanques de agua a sus espaldas mantenÃan húmedas. ¿Cómo es que se habÃan alejado tanto del mar? ¿Intentaba el quimi, que respiraba con facilidad aquella atmósfera enrarecida, aprovecharse de su incomodidad para estafarles...? La impresión de pobreza no era universal. Era sorprendente lo suntuosamente vestidos que estaban dos chimpas, vaya un atracón que se estaban dando. Pero tampoco parecÃan felices... La visión más triste era la de un intelecto de cabeza hinchada que jugaba al juego de heisenberg contra un ordenador. TenÃa que estar usando un nivel bajÃsimo para tener alguna oportunidad.
-Hello, friend.
El trino gutural hizo que Kenmuir redirigiese su atención. Otro metamorfo habÃa venido a su mesa, una exótica hembra. Con la esbeltez de una nutria, exceptuando las caderas y los pechos, ataviada con una collar de cuentas y su lustroso pelaje marrón. Le sonrió con grandes ojos amarillos y dientes afilados. La cola plumosa se alzaba sobre los rasgos delicados y una cabellera negra, seductoramente sinuosa.
-¿Estás solo? -murmuró-. Me llamo Rrienna. -No, gracias-dijo con torpeza.
-¿Noooo? Un hombre atractivo como tú no deberÃa sentarse solo. Debes de haber venido aquà por algo.
-Bien, yo...
-No creo que te interese relacionarte con un priápico. PodrÃa arreglarse si quieres, pero... -Se acercó. Por entre el humo apreció su aroma a almizcle.
-¡No! Espero a alguien. Ella se enderezó. -Very well, pero pensé que debÃa preguntar.
-Lo lamento. -Qué tonto sonaba-. Buena suerte.
Se fue ondulando. Pudo oÃr algo de lo que cantaba en voz muy baja.
Atrae un cuerpo encuentra un cuerpo Caminando por entre el centeno...
Luego se alejó; medio perdida entre el humo.
Maldición, sà que lo lamentaba. Aquellas pobres criaturas, fósiles vivientes, vÃctimas de un régimen largo tiempo desaparecido junto con CalÃgula, Tamerlán, Chaka, Stalin, Zeyd; genomas modificados para propósitos cientÃficos, industriales, militares y por placer, ¿por qué seguÃan viviendo, reproduciéndose generación tras generación? Los selenitas también eran metamorfos.
¿Por qué seguÃan viviendo los terranos cuando los sofotectos lo hacÃan todo mejor?
Excepto comportarse como humanos.
Se habÃa preguntado si esas presencias y ejemplos en oposición podrÃan ser la razón subyacente por la que sólo unos pocos de los de su especie se habÃan sometido a algún cambio radical. Era posible tecnológicamente. Una persona podÃa cambiar con comodidad de forma corporal, sexo, temperamento o lo que fuese. Pero no existÃa la demanda, y por tanto, no existÃan los medios, y quien lo desease tenÃa que aguantarse. ¿PodrÃa el simple instinto hacer que la gente, metamorfos incluidos, se aferrasen a las identidades que tenÃan? Igualmente, las sociedades nunca habÃan cambiado tanto desde el pasado, al menos no tanto como podrÃa imaginarse. ¿También las guiaba y las limitaba una herencia biológica que se remontaba a los prehumanos?
El camarero interrumpió sus ensoñaciones trayéndole la cerveza. La pagó y bebió.
-Good afternoon, capitán Kenmuir.
Levantó la vista. El corazón le martilleaba en el pecho.
-Soy Irene Norton -dijo la mujer con una agradable voz de contralto. Por lo demás, no era nada especial: rostro pálido, pelo castaño hasta los hombros. De altura media, ocultaba su cuerpo con un poncho abierto y amplios pantalones. No era extraordinaria, pero suponÃa que tampoco pretendÃa tener estilo.
Empezó a levantarse. Ella le indicó que no lo hiciese.
-¿Puedo sentarme con usted? -le preguntó. Al sentarse, el movimiento fue ágil.
-¿De... desea tomar algo? -tartamudeó.
Ella lo miró directamente desde un rostro que se mantenÃa inexpresivo.
-No, thank you. Ãste no es más que un lugar conveniente para reunirse.
-¿No hay espÃas? -Era una pregunta idiota. Ella negó.
-Y conozco el vecindario y a los que viven en él, un poco. No malgastemos el tiempo. Tendremos que ir a otro sitio para hablar con seriedad, pero primero... -Se inclinó. Sacó los brazos del poncho y los colocó sobre la mesa-. ¿Le ha sucedido algo raro, lo que fuese, en esta expedición?
-Bien, sÃ... -Rió-. Todo este asunto es raro, ¿no?
-¿Me refiero a si ha notado algo que pudiese sugerir que, eh, le están siguiendo?
Se dio cuenta de pronto. DeberÃa haberlo comprendido antes, cuando hizo su primer gesto. Las manos y muñecas que tenÃa frente a él eran fuertes y estaban bien formadas, y.. estaban bronceadas. Lo que llevaba en la cabeza era una biomáscara.
La mujer deberÃa haber sido más precisa con su disfraz o cuidadosa con sus movimientos. Y hablaba casi con tanta vacilación como él. Por tanto, no era una profesional. ¿Otra amateur, quizá tan desconcertada y ansiosa? ¿Qué la impulsaba a ella?
La sensación de igual responsabilidad se apoderó de él. Comprendió el estado de desorientación en que se habÃa encontrado, y en qué medida se debÃa a sentirse como un peón... él, que habÃa metido una barcaza, por decisión propia, por entre una tormenta de guijarros para rescatar a cinco hombres atrapados en un núcleo cometario.
-No lo sé -dijo despacio-. Déjeme pensar. -Lo hizo, en voz alta, mientras miraba la jarra de cerveza o bebÃa de ella-. Si sospechan de Lilisaire y la vigilan, podrÃan saber que me hizo venir desde el espacio. ¿Se lo han contado? Y por supuesto, sabrÃan que la visité en su castillo. Usé el transbordador regular desde Port Bowen a Kenyatta. Cualquiera podrÃa haber viajado conmigo o llamar para que alguien me siguiese al llegar. Pero... debe comprender que no soy experto en estas cosas. Sin embargo, Lilisaire y yo repasamos cuidadosamente mi proceder. Cuando alquilé un volador en Kenyatta, lo cargué a la cuenta de uno de sus agentes terrestres. Lo dejé en una región de Escocia que conozco con instrucciones de regresar a casa al dÃa siguiente, y recorrà a pie treinta kilómetros atravesando una reserva deshabitada hasta otro volador que me esperaba. Eso se habÃa preparado por mensaje o por una transmisión codificada cuánticamente. No sé exactamente cómo, pero en cualquier caso, deberÃa ser seguro. No vi a nadie más, y la cubierta nubosa, que se habÃa previsto, obstaculizarÃa la vigilancia por satélite, si fuesen tan diligentes como para pedirla. En la zona de intercambio del Lago Superior volvà a cambiar de vehÃculo y me dirigà a una comunidad de descanso en la Isla Vancouver donde realicé una llamada local a la Mansión Guthrie y pedà una cita con el Rydberg. Llamé a San Francisco desde allÃ. El Rydberg me dijo que era segura, y estoy convencido de que serÃa preciso una operación especial para controlar esa lÃnea. Hoy, siguiendo las órdenes recibidas, volé hasta aquà sin incidentes.
Levantó la mirada. Su sonrisa era de ironÃa.
-La verdad es que -dijo-, si hubiesen considerado realizar todos los esfuerzos necesarios para seguirme por entre todos esos cambios, les hubiese salido mejor arrestarme por sospechoso e interrogarme. Más fácil y más barato.
La biomáscara apenas frunció el ceño. No tenÃa mucha práctica en emplearla.
-Creo -dijo- que podrÃan ser más inteligentes. El agente de Lilisaire me advirtió que un agente de muy alto nivel habÃa ido a verla. A Lilisaire, en persona.
-SÃ, ella me...
La urgencia cortó sus palabras.
-Busque en su memoria. ¿Ha sucedido cualquier cosa, por trivial que parezca, que no pueda explicar del todo?
Sintió que le atravesaba un estremecimiento. Hizo retroceder a su mente en el tiempo. Nada, nada... Un momento.
-En realidad no, pero... Bien, cuando aterricé en la Luna y me encontré con su hombre, nuestro vuelo se retrasó como una hora debido a un accidente en órbita.
-¿Qué sucedió?-Se agazapó bajo el poncho.
-Nada. Nos llevaron a la sala de ejecutivos y nos dieron una bebida mientras esperábamos. Y luego nos dejaron partir.
-Una bebida. ¿Y no se lo comentó a Lilisaire?
-No lo recuerdo. Quizá sÃ, quizá no. Con todo lo demás para hablar...
-¡Pele! -La mujer se puso en pie de un salto-. ¡Vamos! -¿Qué?
-Ãwiwi. -Le agarró la mano y tiró-. PodrÃa equivocarme, pero no creo que sea asÃ. ¡Vamos!
Algo confuso, obedeció. Se movieron por entre las mesas hacia la parte de atrás. El camarero se alzaba frente a ellos. Norton le dijo unas palabras rápidas en una lengua que Kenmuir no reconoció. Su masivo rostro se volvió sombrÃo y les indicó que siguiesen.
-Elegà este lugar de encuentro porque lo conozco erijo Norton con una voz dificultada por la prisa-. Elegà la noche, porque podrÃamos necesitar oscuridad. Ahora, si nos damos prisa, si tenemos suerte, podrÃamos... AquÃ.
HabÃan atravesado una puerta con goznes para llegar hasta un almacén. Empujó otra puerta similar. Una escalera descendÃa hacia la oscuridad. Norton tocó un interruptor, y una débil luz fluorescente se encendió. Agarró a Kenmuir y cerró la puerta. Empezaron a bajar.
Pero él no era un criminal, protestó en silencio, con desesperación. No habÃa hecho nada ilegal, nada que lo convirtiese en un fugitivo. ¿Por qué huÃa? Aquella misma mañana habÃa mantenido una conversación con Matthias mientras desayunaban. El maestro de la logia habÃa admitido, a regañadientes, que los selenitas podrÃan ser, después de todo, la mejor esperanza para que los humanos llegasen a las estrellas, o incluso para que los humanos acabasen siendo algo menos dependientes de las inteligencias sofotécticas; si tal cosa era deseable... Le parecÃa algo imposiblemente lejano, otra era, muy anterior y tan remota para él como la vida del primer Rydberg.
14
La madre de la Luna
De vuelta a casa desde Júpiter, la Caroline Herschel pasó lo suficientemente cerca de L-5 como para que pudiese verse a ojos desnudos. Sin embargo, el gigantesco cilindro relucÃa diminuto en el espacio, medio iluminado, medio en la oscuridad, los extremos apuntando a las estrellas, con la delicadeza de una joya. Pequeñas chispas revoloteaban a su alrededor: naves espaciales, máquinas. Tierra y Luna formaban crecientes en dirección al Sol, grande y pequeña, opalescente y pálida.
-DebÃamos haber llegado unos meses después erijo Eva Jannicki-. PodrÃamos haber inaugurado el puerto y haber bebido litros de champán gratis.
Aunque la colonia orbital era un proyecto del Asia del Este, en su mayorÃa japonés, Fireball era inevitablemente un socio y dominarÃa su comercio.
-Creo que nuestra gente se concentrará en su mayorÃa en la Luna, cuando no lo hagan en la Tierra -contestó Lars Rydberg-. Allà es donde nuestra tradición ha echado raÃces.
-¡Oh, vaya! -La pequeña mujer le dedicó al hombre, alto y de amplia mandÃbula, una mirada de cómica desesperación. Unos ojos azules le devolvieron la mirada, bajo un pelo rubio y corto, y por en cima de una nariz prominente y una cara larga-. Era un chiste. Esperaba que te dieses cuenta. En tres ocasiones en los últimos cuatro meses te he visto sonreÃr. En una ocasión definitivamente te oà reÃr. Pensaba que mis esfuerzos estaban dando por fin sus frutos.
-Exageras, cariño, como es habitual. -Los labios de Rydberg se torcieron hacia arriba, con arrepentimiento-. Pero quizá no demasiado. Me temo que los suecos somos como los legendarios ingleses. Si quieres hacernos felices en nuestra vejez, cuéntanos historias divertidas en nuestra juventud.
-Lo ves, puedes hacerlo si lo intentas. Además, me contaste que no eras de ascendencia sueca.
Ãl apartó la vista de ella y miró por la portilla al cielo. Su tono se hizo más duro.
-Eso fue un error. No debà haberlo hecho. ¿PodrÃas olvidarlo, por favor?
Se produjo un silencio, haciendo que el sistema de ventilación pareciese estruendoso. Lo dos tripulantes de la Herschel flotaban en su interior, ingrávidos, mientras la nave se desplazaba en una trayectoria hacia el lugar en el que debÃan comenzar las maniobras finales. En aquel punto del ciclo, el sistema de renovación de aire habÃa incrementado el ozono; habÃa un ligero olor a tormenta.
Jannicki tocó la manga de Rydberg.
-Lo lamento erijo en voz baja-. No pretendÃa ofenderte. Y menos ahora.
Volvió a mirarla.
-No lo has hecho -contestó con algo de dificultad-. DeberÃa disculparme por mi respuesta. Tocaste hueso, pero no podÃas saberlo, asà que no fue culpa tuya.
-Bien, nunca hablas demasiado de ti mismo -admitió-. Y a veces los nervios nos traicionan. -Después de quince semanas de apenas poder hacer otra cosa sino mantener la salud en la centrifugadora,
leer, mirar programas grabados, escuchar música grabada y realizar las otras actividades recreativas posibles en caÃda libre-. Nuestra propia inutilidad.
-No. PodrÃamos haber tenido una emergencia, algo con lo que la nave no pudiese tratar por sà sola. Y antes de eso... -La impaciencia de la partida, el estudio, la preparación. Suministros llevados a la Base Himalia. Participación, ayudar a explorar y analizar las lunas exteriores, compartiendo por telepresencia cuando los humanos dirigÃan robots por entre la lluvia de radiación hacia los satélites galileanos y el propio planeta. El conocimiento de aquellas regiones remotas requerÃa humanos; eran útiles para descubrir, comprender y algún dÃa hacer uso de las grandes maravillas que les rodeaban. Rydberg meditó-. Una vez más, me disculpo. Los recuerdos me asaltan. Es otro de mis malos hábitos, repetir lo evidente.
Ella sonrió. -Te perdono. -¿En serio? -Eso, a la fuerza, ya se ha convertido en uno de mis hábitos. -Es sorprendente que no me hayas cortado el cuello.
-Oh, probablemente a mà también me faltan un par de perfecciones. ¿Nunca te sentiste tentado de contármelo a m�
-Claro que no. Aparte de tener que limpiar y las consecuencias legales, qué desperdicio.
-Exactamente lo que opino yo. -Hizo una pausa. El humor ligero la abandonó-. Cuando las nuevas naves reemplacen a éstas, cuando podamos ir en unos pocos ciclodÃas a un g a la mayorÃa de los destinos...
-Y la automatización sea tan avanzada que una sola persona sea suficiente... SÃ. -Suspiró-. Yo también echaré a menudo de menos los largos viajes. Pero quizá antes de que eso suceda, nos habremos retirado a actividades planetarias y viviremos de los recuerdos. -Recuerdos, ciertamente. -Ciertamente.
Ella agitó las cejas. Puso voz ronca.
-Sabes, todavÃa podemos añadir algunos más. Faltan horas antes de que tengamos que estar en los controles.
Ãl sonrió.
-Ahora sà que comentas lo evidente.
Juntos golpearon el mamparo y flotaron hacia popa.
Finalmente se calmaron, atados para no derivar, pero en lo demás abrazados, sintiendo el calor y el aliento del otro.
-Sà -dijo ella-, hay que reconocer que el equipo psiquiátrico realizó un perfil de compatibilidad correcto.
-ConfÃo en que volvamos a formar equipo, más de una vez -replicó él con su tono solemne.
-Yo también. Y en cuanto al permiso... Realmente todavÃa no me has contado como pasarás el tuyo, aparte de visitar a tus... padres... en la Tierra.
Ãl miró de frente hacia el metal desnudo. -No estoy seguro. Depende.
-Yo tampoco estoy segura. Mis lazos están todos en Fireball, ya sabes. Me reuniré con amigos, y sin duda haré algunos nuevos, variedad... -Adoptó un tono pensativo-. Pero después, los dos, ¿podemos encontrarnos?
-No lo sé-repitió él.
Siendo del tamaño justo para Selene, si no para la Tierra, Herschel pasó poco tiempo en órbita de aparcamiento, y luego descendió hasta Port Bowen. Como la discusión se habÃa realizado antes por radio y una rápida inspección mostró que todo estaba aparentemente en orden, la tripulación terminó pronto el papeleo. Como era costumbre, tomaron habitaciones separadas en el Hotel Aldrin -¡intimidad, intimidad total, cuando quisiesen!-, pero ella se sintió herida cuando él se negó a ir directamente al Tanque de Combustible con ella. Ãl no se dio cuenta. -Quizá me reúna contigo más tarde -murmuró, y salió corriendo hacia su habitación.
A solas, realizó una llamada a Ginebra. Era hora laboral en Europa y consiguió el contacto en vivo que buscaba.
-Espere un momento -dijo, y pagó codificación cuántica-. Ahora, por favor, ¿qué ha descubierto?
Cuando el detective se lo hubo contado, lanzó un silbido largo y permaneció sentado sin hablar durante un momento.
-Esto debe ser estrictamente confidencial -ordenó finalmente. La respuesta llegó después del retraso en la transmisión.
-Señor, conocÃa la reputación de nuestra agencia cuando requirió nuestros servicios.
-SÃ, claro. -Los miembros de Fireball no eran los únicos orgullosos de la empresa a la que pertenecÃan. Porque a eso pertenecÃan, ¿más que a cualquier paÃs o civilización impersonal?-. No pretendÃa ofenderle. Ha realizado un trabajo excelente. Mantenga el archivo encriptado, hasta que pueda ir a la Tierra a examinarlo. -Aunque era poco probable que eso marcase alguna diferencia-. Después de lo cual, supongo que lo querré borrado y olvidado.
Después de desconectar, Rydberg se puso en pie de un salto y dio pasos por la habitación, no al estilo lunar, sino pasos cortos y rápidos como si quisiese hacer que la habitación pareciese mayor de lo que era. Al final, miró la hora y lanzó un juramento. Casi turno de noche. Exceptuando a la policÃa y similares, nadie de la administración estarÃa trabajando. Realmente no podÃa llamar a los Beynac a casa, ¿no?
No, un momento, asà podrÃa ser mejor. El teléfono localizó el número de la oficina que querÃa y realizó el contacto por él. Respondió un asistente. Eso no era necesariamente un acontecimiento afortunado. La máquina podrÃa no estar programada con la flexibilidad necesaria para considerar su petición y decidir. Sin embargo, sà lo estaba. Le dijo que la alcaldesa podrÃa recibirle mañana a las 15.30. Incluso repasó la base de datos de transportes y le aconsejó sobre la mejor ruta.
Bien, habÃa oÃdo que la titular llevaba sus asuntos de una forma bastante liberal. Por lo que también habÃa oÃdo, si su propuesta no merecÃa su atención la visita no durarÃa sino unos minutos.
Pero si le resultaba interesante-teniendo en cuenta de qué se trataba- se enfrentarÃa a ello cuando se produjese la situación, y aguantarÃa lo que fuese preciso.
Mientras tanto, tenÃa obligaciones. Cumplirlas serÃa una distracción para su mente y un bálsamo para su corazón. La llamada a Estocolmo localizó tanto a Sien como a Linnea Rydberg. La vieja pareja habÃa preguntado cuándo volverÃa y se habÃa quedado en casa a esperarle. La alegrÃa de los ancianos trajo lágrimas a sus ojos.
-Nel, ack, jag vet ej... No, lo siento, no sé cuándo podré ir. Primero tengo que atender a algo aquÃ. Iré tan pronto me sea posible. Lo prometo. -Lo decÃa en serio, aunque no conocÃa lo que podrÃa significar «posible.
La habitación se habÃa convertido en una jaula. Pensó en el pub. Eva Jannicki estarÃa siendo bien recibida allÃ. ¿Por qué no él? No. Normalmente se sentirÃa feliz entre sus camaradas, pero esa noche tendrÃa que obligarse, animándose con alcohol, cannabis o levitane. Los experimentos de la juventud le habÃan dejado una aversión a la intoxicación. En lugar de eso, fue al gimnasio público. Nadie más estaba usando la cancha de springball. Le iba bien. Un robot le proporcionó un juego que le dejó agradablemente cansado. Después de una ducha y una cena ligera, durmió mejor de lo esperado.
En el turno de amanecer, abordó el monorraÃl hasta Tychopolis. El sistema se habÃa completado recientemente, y a pesar de la tensión del reencuentro disfrutó de aquel su primer viaje. No sólo era más rápido que el semitrén, también era espacioso y cómodo, y sus portillas permitÃan una visión sublime. De dÃa, cuando la Tierra se convertÃa en una hoz y las estrellas desaparecÃan, los cielos no eran una visión para mantenerte inmóvil durante horas; ciertamente, nada comparable a lo que habÃa visto cerca de Marte, Júpiter, Saturno, pero aun asÃ, seguÃa mirando. Los satélites que habÃa visitado recientemente no tenÃan un paisaje real. Eran demasiado pequeños, piedra por todas partes. Aquà veÃa planicies y alturas, allà veÃa colectores de energÃa como monumentos triunfales.
Otro pasajero inició una conversación que Rydberg encontró agradable. El hombre era un turista, pero inteligente, un ingeniero ecológico recién salido de un proyecto de acuacultura en el sur de Groenlandia. Aunque estaba preocupado por los problemas en el Cercano Oriente y Ãfrica, y esperaba que no se convirtiesen en guerras reales, en general, se sentÃa indignado. ¡Malditos fanáticos que retrasaban la reconstrucción de continente y medio!
-¿SeguÃan las noticias, allá en Júpiter? -le preguntó.
-Cuando podÃamos Mijo Rydberg-. Nos reunÃamos frente a la pantalla, seguro que todavÃa lo hacen, cada vez que el rayo traÃa un informativo; si podÃamos, claro. Tenemos familia y amigos en la Tierra. Pero, en general, estábamos en otra parte o demasiado ocupados. Al final nos parecÃa algo distante, medio irreal. Nos sentÃamos muy avergonzados por ese detalle.
-No tenÃan razón para ello. Yo también serÃa un hombre del espacio si hubiese tenido la oportunidad cuando era joven. El futuro está aquÃ.
Rydberg se preguntó: ¿qué proporción de la humanidad llegarÃa a vivir fuera de la Tierra? Exceptuando la ciencia y la industria, ¿qué sentido tendrÃa?
Llegó a Tychopolis con tiempo suficiente para buscar alojamiento y almorzar. Pero le faltaba apetito. Paseó por la ciudad. Por todas partes encontró actividad, crecimiento, mejoras en marcha. No todos eran asuntos del gobierno o de Fireball. Tres niveles de negocios cubrÃan Tsiolkovsky Prospect. Una pantalla anunciaba que en su interior se representarÃa King Lear en vivo. El ballet habÃa adquirido un teatro propio. Los apartamentos en las zonas residenciales se remodelaban para ajustarse a sus residentes, quienes a menudo poseÃan tÃtulos. Evidentemente, otras unidades se habÃan convertido en lugares de culto: cristianos, judÃos, musulmanes, budistas, hindúes, sintoÃstas, gaianos. Un picnic del Cinco de Mayo llenaba el bosquecillo de bambú de Kaifungfu Park con música y alegrÃa.
Por entre las multitudes se movÃan los selenitas, la nueva generación, adolescentes o más jóvenes, hermosos, gráciles y distantes.
La hora de Rydberg se acercaba. Entró en el ayuntamiento. Aquellas tres o cuatro habitaciones alquiladas al Complejo Fireball apenas merecÃan el nombre. El gobierno municipal no tenÃa más autoridad que la que las naciones habÃan decidido concederle de común acuerdo: esencialmente, controlar los servicios. Esa idea trajo una breve sonrisa a sus labios. Lo que habÃan delegado era la mayor parte de lo que tocaba las vidas de los habitantes de la Luna.
Los trabajadores humanos eran pocos. Realizaban sus labores informalmente. El asistente en la oficina de la alcaldesa escaneó a Rydberg, oyó su nombre y le abrió la puerta interior. La atravesó. La habitación no estaba muy abarrotada. Una amplia mesa sostenÃa un teléfono, una terminal de ordenador y algunos elementos personales: una foto, un trozo de un mineral azul profundo, una libreta de notas escrita y dibujada. Música de fondo surgÃa con suavidad de los altavoces; Rydberg reconoció Appalachian Spring.
La mujer tras la mesa le miró directamente a los ojos. Ya la habÃa visto en los noticiarios, y su imagen en artÃculos y libros. En persona tenÃa la fuerza que habÃa esperado, pero también un equilibrio, una alerta tranquilidad que, de alguna forma, redujo los latidos de su corazón. Dagny Beynac a sus cuarenta años tenÃa algo más de carne en sus grandes huesos, pero sólo un poco. El rostro, ancho, de nariz curva y pómulos altos, seguÃa teniendo la piel blanca, ligeramente arrugada alrededor de los ojos azules y la boca. Los hilos blancos eran como marcas en el cabello pelirrojo que le caÃa hasta los hombros. VestÃa una túnica gris y pantalones, con una insignia de plata y ópalo a la garganta. -¿Piloto Rydberg? -La voz era más aguda que cuando hablaba en público, el acento más pronunciado-. Greetings, ¿qué puedo hacer por usted?
Habló inconscientemente. -No lo sé-dijo.
Las cejas rojas se elevaron. -¿Qué quiere decir con eso? Se sintió ligeramente asombrado de la estabilidad de su voz. -Soy su hijo, madame.
El ascensor a la centrifugadora era para los minusválidos o los vagos. Ãl y ella usaron la escalera que rodeaba su eje. La mayorÃa de la numerosa gente que se encontraron la conocÃa y la saludó. Ella devolvió una sonrisa, un saludo, quizá una palabra, mientras seguÃa avanzando. Rydberg no podÃa entender cómo lo conseguÃa. Ãl habrÃa agotado sus reservas de amabilidad en los primeros cien metros.
Por forma y por tamaño, la máquina era tan diferente a los dispositivos en una nave espacial o sobre la superficie de un cuerpo de baja gravedad como esos dos objetos lo eran entre sÃ. Al fondo del eje, se entraba en una banda estrecha, y luego a algunas más en serie, cada una girando más rápidamente que la anterior. HabÃa abrazaderas disponibles para compensar la aceleración, pero una persona de agilidad normal y habituada no las necesitaba. Sin embargo, cuando se llegaba al disco primario, se debÃa penetrar en un pasillo al moverse, y en ese caso era mejor agarrarse a algo.
Silenciosa en su suspensión magnética, la gran rueda giraba sin pausa, reluciente, majestuosa bajo un techo que era todo él una pantalla y simulaba un cielo de la Tierra, con nubes blancas moviéndose sobre el azul y los pájaros agitando las alas. Dada su masa, era innecesario un equilibrio preciso. A medida que te desplazabas hacia el interior, el peso centrÃfugo cambiaba de fuerza y dirección. En espiral, el sendero se inclinaba para mantenerse bajo tus pies, hasta que al fin llegabas al reborde y al peso terrestre. Casi perpendicular a la horizontal lunar, se encontraba un amplio paseo circular, pavimentado de duramusgo. La gente ocupaba toda la zona de paso, separándose con mayor cuidado en las vÃas rápidas; en las frecuentes bahÃas realizaban ejercicios estacionarios de aeróbic o levantaban pesos. Al lado opuesto del camino habÃa compartimientos rodeando el disco, y desde allà se veÃan las puertas. Cualquiera podÃa usar el cÃrculo abierto y en cualquier momento, pero los cuartos habÃa que reservarlos y pagarlos.
-A menudo traigo a alguien a un reservado de centrifugado para mantener una conversación privada -le habÃa dicho Beynac-. Ya que estamos, podemos pasar algún tiempo en g mientras nos aseguramos de no sufrir interrupciones. -Rió-. Si hoy me ven encerrarme con un joven atractivo, pues bueno, envieuse soit qui mal y pense. Pero al principio, durante poco rato, se habÃa manifestado más nerviosa que él. Rydberg no creÃa que hubiese podido dominar con tanta rapidez sus emociones, ni adoptar un aire tan alegre. Su defensa era la impavidez.
La multitud se desplazó en la dirección de giro, para ganar algo de tirón extra. Ãl y ella se movieron hasta llegar al número diecinueve. Entraron y cerraron la puerta. El interior, ventilado, iluminado, contenÃa un sofá, un baño con mampara y una zona de suelo enmoquetado.
Beynac se arrojó sobre Rydberg y se aferró a él. Ãl la sintió estremecerse.
-Oh, Dios, Dios -murmuró sobre su pecho-. Tú. Nunca me atrevà a soñar...
Rydberg la abrazó. Comprendió que por eso le habÃa hecho salir tan deprisa, minutos después de su llegada. Eso le habÃa desconcertado. ¿TenÃa intención de interrogarle, despellejarle, descubrir si era un impostor y qué querÃa de ella? En lugar de eso, sobre su blusa sentÃa las lágrimas.
-Madre --dijo sobrecogido. Después de un rato.
-¿He hecho mal? Quizá esto te hace daño, como un fantasma que deberÃa haberse quedado en la tumba. En ese caso, te pido que me perdones. Me iré ahora y nunca se lo contaré a nadie.
-No. No lo hagas. Por favor. Lars...
Se apartó, retrocedió un poco y le sonrió, todavÃa entre sus brazos. La sonrisa le estremecÃa, las lágrimas relucÃan sobre las cejas, y empezó a respirar con calma.
-Lars -susurró-. Qué nombre tan hermoso. Bonito, pero masculino. Me alegro de que te lo diesen.
-Mis padres adoptivos fueron siempre muy buenos conmigo -dijo.
-SabÃa que lo serÃan. Anson Guthrie los escogió. Pero nunca me dijo más, y supuse que sabÃa lo que hacÃa, él y su esposa.
-Lo sabÃan. Tú tenÃas una vida que vivir. Me pregunté una y otra vez si buscarte era lo correcto. Sigo sin saberlo.
-Lo fue. Estoy tan feliz. Pensé, sÃ, una y otra vez en intentar buscarte, pero temÃa que de alguna forma fuese peor. Tú lo has resuelto. Gracias, cariño.
Ella se separó, se pasó una mano por la cara y soltó un suspiro. -¡Maldición! Debo de estar hecha un desastre. Perdóname un segundo.
Desapareció en el baño. Ãl permaneció de pie en su propio encantamiento.
Ella volvió a salir más arreglada, en control de sà misma y radiante. -Venga, no pongas esa cara tan seria -le dijo con una sonrisa-. Siéntate y hablemos. Tenemos, cuántos, veintiséis años de cosas que contar.
-Eso no podrÃamos hacerlo hoy.
Ella inclinó la cabeza pelirroja en su dirección.
-Vale, consideraré que ya te has hecho adulto e iremos directa: mente al grano. Mon Dieu, eres todo un tipo serio, ¿no?
Dagny se sentó en el extremo derecho del sofá. Ãl pensó que ella debÃa comprender lo nervioso que se sentÃa y se acomodó en el extremo izquierdo, dejando entre ellos un metro o más. Dagny se volvió, metiendo la espinilla bajo la rodilla opuesta, con el brazo a la espalda, para mirarle. Ãl mantuvo ambos pies en el suelo y se apoyó en la palma para mirarla.
-Tienes ventaja sobre mà -dijo ella-. Conozco tu nombre y que eres piloto espacial para Fireball. Y mi primogénito. Punto. -No lo sabes más que por mi palabra-contestó él-. Será mejor que lo demuestre. No tengo las pruebas conmigo, pero podrás reconstruir con facilidad mi recorrido por lo que te cuente.
-Será más fácil aún. Se lo preguntaré al TÃo Anson. -Miró a Rydberg de cerca-. Mmm, pero veo que estás ansioso por demostrar tu autenticidad. Un tipo metódico. Vale, dejemos eso atrás. ¿Cómo me encontraste?
Contarlo le dio más calma.
-Mis padres adoptivos son suecos. Pa... padre... era ingeniero, su esposa enseñaba en una escuela, antes de que se retirasen. Eran de mediana edad y no tenÃan hijos antes de adoptarme. No lo mantenÃan en secreto, pero me dijeron que me habÃan obtenido a través de una agencia que no les habÃa contado nada sobre mis padres, mis padres biológicos, porque era mejor asÃ. Descubrà que en ese punto habÃan dicho la verdad, excepto que no mencionaron que Anson Guthrie estaba implicado. Quizá sobornó a alguien en la agencia.
Beynac rió a carcajadas.
-Muy probable. Tampoco me sorprenderÃa que hubiese sobornado a alguien del gobierno. Sigue.
-Ahora creo que ma y pa lo sospechaban pero no estaban seguros y decidieron que era mejor no preguntar. Ãl trabajaba para una empresa que en varias ocasiones habÃa realizado trabajos terrestres para Fireball, como ampliar el espaciopuerto de Australia, y durante esos trabajos habÃa conocido a Guthrie. En algunas ocasiones posteriores, a lo largo de los años, Guthrie nos visitó durante conos periodos, cuando por casualidad estaba por Suecia. O eso decÃa. Al final empecé a hacerme preguntas. ¿Por qué un hombre tan poderoso como él, con incontables compromisos, iba a acordarse de nosotros? No era un esnob, eso lo sabÃa; tenÃa amigos en todos los estratos de la sociedad; pero aquellas visitas tan espaciadas no eran ese tipo de relación. Y.. cuando pedà entrar en Fireball, se me admitió en entrenamiento, aunque cientos de los que rechazaron debÃan de estar tan cualificados como yo.
»Por tanto, cuando decidà intentar descubrir quiénes eran mis padres reales..., no se lo he dicho a pa y ma porque les harÃa mucho daño..., jo, fue natural buscar alguna pista en Guthrie. Le di el trabajo a una agencia de detectives, pero no fue muy difÃcil. La mayor parte de los problemas que tuvieron se debieron a las condiciones caóticas de Norteamérica, que es a donde llevaba el rastro. En el caso de una figura pública como Guthrie, sus pasos están en las noticias, al menos en potencia. Después la información permanecerÃa olvidada en una base de datos periodÃstica durante décadas, sin que hubiese razón para borrarla. ConocÃa el año de mi nacimiento, porque me habÃan adoptado de inmediato, y el cumpleaños que celebrábamos debÃa ser aproximadamente correcto. Como era casi con toda seguridad ilegÃtimo... perdóname, madre...
Beynac acarició la mano de Rydberg. -No te preocupes, maravilloso bastardo.
-¡Mmm! ¿Dónde estaba Guthrie y qué habÃa hecho en los nueve meses anteriores? Resultó que seis meses antes, las informaciones locales de una pequeña ciudad del noreste del PacÃfico llamada Aberdeen anunciaron que una vez más la comunidad era agraciada con la distinguida visita del señor y la señora Guthrie, quienes visitaban a sus amigos el señor y la señora Ebbesen. Un detective avivó los recuerdos de varias personas, consultó más detalladamente la base de datos y descubrió que la señorita Dagny Ebbesen se habÃa trasladado en ese momento a Quito, Ecuador, bajo la tutela de los Guthrie, donde recibirÃa una educación de primera en la escuela Fireball antes de que se le ofreciese empleo en la compañÃa. Pero no habÃa registros en Ecuador de que hubiese dado a luz, aunque eso hubiese sido muy fácil de ocultar, y la investigación demostró que no entró en la escuela hasta meses después de irse de Aberdeen. La probabilidad parecÃa alta, y tu carrera era una cuestión pública. De hecho, eres muy famosa; hace tiempo que oigo hablar de ti.
El rápido y seco recital se detuvo de golpe. La mirada de Rydberg se habÃa apartado de Beynac mientras hablaba. Estaba sentado mirando a la pared.
-¿Te sorprendiste? -preguntó ella.
-Bien erijo-. Pensé... si mi madre es una protegida de los Guthrie... no vivirá en la pobreza. Aparte de eso, no tenÃa mayor idea. -Muchos niños tienen fantasÃas sobre padres reales mucho más interesantes e importantes que los que conocen. Me temo que no puedo ni acercarme a esa fantasÃa.
Ãl movió la cabeza con rapidez hacia ella. Con la mano derecha se agarró el muslo y con la izquierda aferró el brazo del sofá.
-¡No quiero nada de ti! -gritó-. ¡No necesito nada! ¡Tengo dinero!
Ella levantó una mano.
-Calma, cariño erijo en voz baja-. No pretendÃa decir lo que supones. Si eres piloto espacial es evidente que tienes un buen sueldo, y tus acciones de la compañÃa suben como la espuma. Ni tampoco imaginé ni por un segundo que hubieses venido a pedirme trato preferente o privilegios especiales. Concédeme al menos perspicacia.
-Lo siento -dijo contrito-. Soy torpe con las palabras. ¿Me perdonarás?
-No hay nada que perdonar, cariño. Estás muy nervioso. ¿Crees que yo no lo estoy? Lo que pretendÃa decir es que no soy nadie extraordinario. Madre y esposa. Antigua ingeniera. Me pidieron que me ocupase de algunas tareas administrativas. Eso fue faute de mieux, pero gradualmente la administradora sustituyó a la ingeniera. Eso me metió en polÃtica, porque alguien debÃa hablar en nombre de los residentes normales, controlar a los distintos gobiernos, intentar mantener los impuestos y las regulaciones en algún contacto con la realidad. Asà que ahora, por mis pecados, sirvo un perÃodo de alcaldesa, y me temo que habrá uno o dos más antes de que pueda localizar a un sucesor adecuado que no pueda correr lo suficientemente rápido. Eso es todo.
-Eso es... mucho... dirÃa yo.
-Tu vida debe de haber sido mucho más interesante. -Eso lo dudo.
-Cuéntame.
-Y no soy una persona muy interesante -dijo con obstinación. -Yo juzgaré ese aspecto, si no te importa. -Beynac cambió de posición, se recostó y cruzó las piernas, en una posición que invitaba a la relajación.
Ãl descubrió que la lengua se movÃa con mayor facilidad a medida que hablaba.
-Bien, ya has oÃdo los detalles básicos. Me criaron como sueco. Viajamos, vi mucho de la Tierra, pero siempre me sentÃ... atraÃdo por las estrellas. QuerÃa salir, como dicen los norteamericanos, y a los dieciocho años me admitieron en la academia Fireball. Mi talento y deseo me dirigÃan a piloto, y ése se convirtió en mi trabajo. He volado tanto en misiones regulares como de exploración, y acabo de regresar de Júpiter.
-Y dices que eres aburrido. ¡Eh! ¿Qué hay de tu vida terrestre? ¿Estás casado? Me encantarÃa empezar a tener nietos.
-No -replicó con dureza-. Lo estuve, durante tres años. Se terminó.
El tono de ella fue como una mano que le acariciase el pelo.
-No intentaba fisgar. No hablaré de nada de lo que tú no quieras hablar, ni tampoco lo investigaré. Lo prometo. -Después de un momento, añadió-: Los pilotos son un riesgo matrimonial terrible. Todo el mundo lo sabe. DebÃa de ser una chica valiente y adorable.
-Se merecÃa algo mejor. Espero que lo encuentre.
-Deja a un lado ese arrepentimiento, ¿vale? Volviendo al tema, pero no para fisgar, dijiste que te sentÃas atraÃdo por las estrellas, pero debÃas ser lo suficientemente inteligente como para conocer los peligros, sacrificios y miserias del espacio, tanto como el glamour; y has descrito una vida placentera en la Tierra, para nada aburrida. PodrÃas haberte dedicado a una carrera que te facilitase pronto el dinero para ir al espacio como un turista. Me refiero al tipo de turista que se prepara para ello y aspira a vivir la experiencia real. Sin embargo, dices que querÃas salir. ¿Por qué? ¿Qué iba mal?
-Me sentÃa, bien, constreñido, restringido.
-¿En serio? Recuerdo que en una ocasión Anson Guthrie me comentó que cuando él era joven, Suecia era lo que llamaban un Estado niñera, pero superó esa fase y hoy en dÃa es un lugar donde la gente tiene mucha más libertad que en otros sitios, incluyendo Norteamérica. Lo que evidentemente fue una de las razones por las que te colocó allÃ.
-Cierto. Aun asÃ, en todos los lugares de la Tierra, en todos los lugares donde vale la pena vivir, tienes la sensación de que todo está establecido, que todo lo importante ya se ha hecho, que cualquier cosa nueva sólo podrá producir incomodidad. Y ese, cuál es la palabra, zalamero movimiento neorromántico, que dice recuperar tradiciones que desde hace cientos de años sólo han existido en libros, si existieron de verdad, me hace vomitar. En el espacio no temen a las cosas nuevas y a la grandeza. Tienen sus costumbres, sus tradiciones reales, y ésas crecen, cumplen un propósito, están vivas.
Beynac asintió.
-Comprendo que no fue tan simple, y que probablemente tus motivos nunca estuvieron claros y nunca lo estarán, pero entiendo lo que dices. -Con una sonrisa-: también veo que no eres un aburrimiento. Apuesto que de adolescente, tus compañeros de edad te consideraban un intolerable.
Después de un silencio, Dagny siguió hablando, con cuidado. -Tengo que preguntarte qué te hizo buscarme. No fue simple curiosidad.
-No -dijo-. Fue la misma sensación de falta de raÃces, de no pertenecer a nadie ni a nada. SÃ, aprecio a mis padres adoptivos, pero en todo lo demás, me he apartado de ellos.
-Sé cómo se deben de sentir-dijo a media voz. Ãl decidió no seguir por ahÃ.
-Ahora mi verdadera familia es Fireball, y para muchos de nosotros. Y sin embargo, quizá porque no he madurado desde una solitaria adolescencia, siento este vacÃo en mi interior. No tenÃa sentido, pero no podÃa llenarlo. Al final pensé que si podÃa descubrir quiénes eran mis verdaderos padres, de dónde venÃa, podrÃa sanar. Pero no querÃa molestar. Simplemente saber quién eres, verme una vez contigo, ya es un milagro.
-No tienes que irte, Lars -le dijo Beynac-. No lo harás, si puedo evitarlo.
»No parece que hayas identificado a tu padre biológico -siguió diciendo un momento después-. Su nombre era William Thurshaw. Fue un amor de verano, libre y hermoso, y, por supuesto, imposible. Me resistà a abortar, y los Guthrie me salvaron, y a ti. Eso se debió a que... no. Quizá algún dÃa te lo cuente.
»Bill era un muchacho con talento. Quizá fue eso lo que más me atrajo de él. También era galante y amable, y acabó convirtiéndose en ese tipo de hombre. No volvimos a saber nada el uno del otro, pero Guthrie me contó eso. Ahora que sé lo que debo buscar, sÃ, veo mucho de Bill en ti. Y creo que también en tu espÃritu.
El tono se hizo más duro.
-PodrÃa haber entrado en Fireball como tú y yo, sin duda, pero prefirió otra cosa. Hace dos años Guthrie me dijo que habÃa muerto. Debes saber que la Renovación es cada vez más frenética, más cruel, a medida que el paÃs se descompone. Bill defendÃa la libertad con demasiada libertad. Murió «resistiéndose al arresto», según el informe de la policÃa. -Lo lamento -fue todo lo que Rydberg pudo decir.
La voz de Beynac se hizo más suave.
-Para mà no fue mucho más que un sueño que tuve. Lloré un poco. Mi marido me abrazó e hizo que el mundo volviese a estar bien. Estoy felizmente casada, Lars. Pero puedes estar orgulloso de tu padre. Tomó la mano de Rydberg. Asà permanecieron durante un rato.
-Me alegra que seas feliz -dijo él-. No debo amenazar esa felicidad. Me iré. Hoy ha sido más que suficiente.
-¡No! -exclamó ella-. ¡Maldición, no! ¡Te quedarás! -Pero tu marido, tus hijos...
Beynac recuperó el control.
-Por favor. No puedo dejar que te vayas y no volver a pensar más en ti. Tampoco es que pretenda que me pertenezcas. Pero ¿no podemos conocernos?
-¿En tu casa? Me sentirÃa como un invasor.
-No lo serás. -Rió algo nerviosa-. Oh, a Edmond le costará al principio, pero no mucho, y se recuperará con rapidez. Es un hombre muy Ãntegro. Estoy segura de que los niños se sentirán interesados, no mucho ni por mucho tiempo; como un gato cuando llega un nuevo visitante.
»Lars, quiero a esos niños con todo mi corazón, pero tú eres mi único hijo que es totalmente humano.
15
Hacia el oeste, el lago relucÃa azul, extendiéndose como un océano hacia el horizonte. Sobre sus aguas quietas se movÃan unos últimos rizos de niebla. Una luna menguante flotaba pálida sobre algunas islas. Hacia el este se encontraba la orilla, y el sol llenaba intensamente de sombras las tierras verdes. La ciudad de Musoma se elevaba blanca en la entrada de la bahÃa. Pasaron volando tres pelÃcanos y una garza. El aire estaba frÃo y silencioso, lleno de un olor a pescado que se intensificarÃa durante el dÃa.
Un bote se movÃa a cierta distancia. En él habÃa dos hombres sentados tranquilamente, de cara. SostenÃan cañas en las manos.
-Una hermosa mañana -dijo Charles Jomo en tono de conversación.
-Sà -admitió Venator. Su cuerpo podÃa saborearla tan bien como cualquier otro humano. Sin embargo, el cazador se agitó en su interior-. Pero ¿picarán alguna vez?
Hablaban en anglo. Jomo querÃa practicar. Venator no habÃa admitido conocer ninguna lengua de la zona. Las capacidades era mejor mantenerlas en reserva, y la sorpresa era un arma potente.
-Oh, sà -dijo Jomo-. Los peces de aquà se comportan de forma diferente a los peces de aguas poco profundas. Están diseñados para el deporte. Tendrá sus emociones, se lo prometo. Mientras tanto, paciencia. Tenemos todo el dÃa. -Era un hombre de pelo gris, muy bronceado y con una imponente panza. Como su acompañante, sólo vestÃa una túnica. Las quemaduras de sol no eran un peligro para ninguno de los dos. Venator repitió cortésmente su agradecimiento.
-Es muy amable por su parte hacer todo esto por un forastero. -«¡Si supieses cuán forastero soy!, pensó sardónico.
Jomo rió.
-El guÃa profesional que de otra forma hubiese contratado podrÃa tener una opinión diferente.
Venator supuso que serÃa mejor fingir un poco de preocupación. -Lo lamento. No lo habÃa pensado.
-No hay de qué preocuparse. No está desesperado por recibir umus. ¿Quién lo está?
-He conocido a algunos.
-Tipos ambiciosos. -Jomo parecÃa interesado-. ¿Y no dirÃa usted que es igual en su territorio nativo? ¿Los que trabajan duro no persiguen tanto el poder adquisitivo sino la fama, la satisfacción personal o cualquier otra recompensa emocional? ¿Qué importancia tienen los bienes materiales y los servicios cuando todos reciben un crédito básico?
Bien, pensó Venator. Su intención era hacer que su recién conocido hablase. Las personas educadas y con inclinaciones filosóficas, muy activas en los asuntos de su comunidad, eran las más dispuestas a revelar más. Las percepciones ocasionales que habÃa recibido de ellos habÃan sido asombrosas.
No para ellos. Ni él tampoco mostró ninguna reacción. Eso hubiese ido en contra de sus intenciones. No se trataba sólo de que un sinnoionte fuese una figura demasiado asombrosa para hablar de trivialidades, sino que un sinnoionte se acababa alejando demasiado de la humanidad. Un agente de policÃa necesitaba entender a la gente, en su infinita variabilidad como individuos y en sus culturas. Siempre que podÃa escapar a las exigencias que recaÃan sobre él, Venator se forzaba a regresar de incógnito a su especie.
Hasta ese momento, Jomo no habÃa dicho nada extraordinario. Sin embargo, aunque sólo fuese eso, probablemente representaba la actitud media de los residentes locales sobre muchos aspectos de su existencia. No era probable que fuese idéntica a la actitud de los australianos, brasileños o siquiera sudafricanos.
HabÃa que seguir.
-Algunos trabajos son duros por lo que se requiere para ejercerlos -comentó Venator-. Los atletas profesionales. Ciertos artistas. Los viajeros espaciales. -Por pocos que quedasen, generalmente empleados por selenitas-. Etcétera.
Jomo asintió.
-Eso es lo que deciden hacer. Es lo que digo. La satisfacción personal, el prestigio, la aprobación de sus compañeros.
-Mmm, usted no me parece ni un vago ni una persona especialmente preocupada por la posición social.
-Pocos por aquà son vagos. No están bien vistos. Pero tampoco somos fanáticos trabajadores. Nos tomamos nuestro tiempo. Por ejemplo, practicando la mediación. Los casos no son muchos ni muy serios. Generalmente puedo retrasarlos cuando se presentan formas mejores de pasar el dÃa, como esta expedición.
-¿Quiere decir que la mayorÃa tiene trabajo? ¿Hay suficiente? -Muchos trabajos no reciben paga, son ocupaciones privadas o servicios públicos.
-¿El suyo, si puedo preguntar?
-Pertenezco al comité recreativo municipal, con cierto énfasis en la actividades infantiles. -Por supuesto, pensó Venator. Los niños siempre eran especiales, porque habÃa muy pocos, aquà también, aquà también-. Me dedico a la jardinerÃa. Estudio kikuyu, para experimentar las antiguas composiciones en el original.
El arcaÃsmo parecÃa muy popular por toda Ãfrica, reflexionó Venator. ¿Era precisamente porque la mayor parte del continente estaba muy bien ajustado al mundo moderno? ¿O era algo más profundo, la búsqueda de algo perdido, olvidado, pero sentido en el interior? Cuando el tribalismo, toda la herencia primitiva, pereció en el Deterioro, el viejo Protectorado pudo establecer los cimientos firmes de una nueva forma de vida racional ... pero ¿cierto desenraizamiento seguÃa persistiendo y haciendo daño después de tantos siglos, como los dolores fantasmas de los miembros amputados en las eras anteriores a la regeneración médica?
No, aquello era absurdo, totalmente anticientÃfico.
Pero la mente humana poseÃa su propia matemática oscura, que no era la de la lógica y la causalidad. Era caótica.
Su trabajo consistÃa en contener el caos.
La voz de Jomo le sacó de su momentáneo ensueño. -¿Qué hay de usted, señor Mthembu?
El nombre de nacimiento de Venator le servÃa a menudo como alias. Sonrió.
-Ahora mismo estoy de vacaciones, como ya sabe -contestó. Pero siempre observando-. Y como ya le he dicho, realizo trabajos de contacto con el cibercosmos.
-Eso representa un campo extremadamente amplio. Su posición... Venator sintió el zumbido en el bolsillo del pecho más por la piel que por los oÃdos. ¿Una emergencia? La alerta recorrió sus nervios. Levantó la mano.
-Perdóneme, tengo una llamada.
Jomo miró con curiosidad al pequeño disco que sacó. No era un minifono habitual. Ni tampoco estaba limitado a sus funciones habituales. Venator se lo pegó a la cabeza tras la oreja derecha.
-Informe sobre el sujeto Kenmuir-oyó por conducción ósea. Por fuera, estaba sentado y relajado, agitando la caña. El flotador danzaba en el agua; gotitas plateadas saltaban de la superficie. En su interior, era todo cazador. Bajo la lucidez maquinista de la conciencia, bombeaba un torrente de sangre.
-Sigue -subvocalizó. Como precaución, empleó la lengua generada que era el gran secreto en su cuerpo.
-Hemos perdido el contacto con el sujeto. Aparentemente, un agente de la oposición se lo ha llevado a una sección bien aislada, agente que evidentemente planea sacarle de la zona.
El plural «hemos» era una mala traducción, pero también lo hubiese sido un singular. El sujeto hacÃa referencia a aquellos aspectos de la conciencia, de forma mutable según los requerimientos de la ocasión, que se dedicaban al asunto; y la conciencia en sà era una parte intercambiable de un todo mucho más vasto. Rizos sobre las olas sobre el océano.
-¡H'ng! -dejó escapar Venator. Jomo le dedicó una mirada de interés-. Un resumen.
La última vez que habÃa estado en contacto fue tres dÃa atrás. No tenÃa sentido, y además era contraproducente, seguir una operación hora tras hora cuando no iba a suceder nada. Para eso estaban los robots de alto nivel. Ãl tenÃa muchas otras cosas de qué preocuparse. Su parada en Victoria Nyanza era sólo un respiro a medias. Le seguÃan llegando esporádicamente informes sobre media docena de investigaciones diferentes en curso.
-Kenmuir abandonó hoy la Mansión Guthrie. Hora del PacÃfico americano, y voló a Los Ãngeles. Ahora parece claro que mientras estuvo en la casa realizó una llamada por medio de una lÃnea segura y recibió más instrucciones.
-SÃ, sÃ. Ya lo esperaba. -Era innecesario decirlo, el sofotecto lo sabÃa bien, pero Venator no malgastaba energÃa suprimiendo todos sus impulsos de primate.
No habÃa habido tiempo para penetrar esa lÃnea. La Hermandad Fireball habÃa tenido siglos para desarrollar sus canales y bóvedas privadas. Un recelo hacia el gobierno, que se remontaba a Fireball Enterprises, le habÃa hecho mantener actualizadas esas defensas. Era enormemente probable que Matthias no dijese nada a Kenmuir. Lo que probablemente importaba más era lo que Kenmuir habÃa hecho a continuación. Aun asÃ, quizá valiese la pena estudiar al Rydberg...
Kenmuir habÃa desaparecido. Eso importaba. -Sigue -indicó Venator.
-En Los Ãngeles, se dirigió a una cantina común. Una mujer que usaba el nombre de Irene Norton se encontró con él. Mantuvieron una breve conversación antes de que ella lo sacase de allà a toda prisa. -Repite.
-Háblame del lugar de encuentro dijo cuando lo hubo oÃdo. Y luego.
-Evidentemente, ella sospecha que ha sido implantado. Es más, habÃa anticipado la posibilidad y por eso escogió ese lugar de encuentro porque conocÃa bien el escondrijo al que lo habÃa llevado. Eso podrÃa darnos pistas sobre su identidad. Es inteligente y tiene experiencia, pero no suena como una profesional.
-Un análisis de datos muestra que no puede ser ninguna de las personas registradas como Irene Norton. Es un alias. ¿Ãrdenes? -Vigilancia intensiva de la zona. PodrÃa encontrarles con rapidez. Kenmuir tiene que salir a la superficie en algún momento. PodrÃa incluso entregarse. Tiene dudas sobre todo este asunto. Mientras tanto, inicia investigaciones en ese antro de Asilo. Con discreción y tacto. No me parece que se trate de una clientela que tenga mucha simpatÃa hacia nosotros. Por otra parte, los detectives podrÃan descubrir la verdadera identidad de la mujer.
-SÃ, pragmático. ¿Más órdenes?
-Infórmame inmediatamente de cualquier nuevo acontecimiento. Me dirigiré a la Central para tomar el control.
Venator se guardó el disco. Le coronaban el cielo, el agua, la luz del Sol y la brisa.
-Espero que no fuesen malas noticias -dijo lentamente Jomo. -Una emergencia -contestó Venator-. Trabajo. No tengo libertad para decir más y me temo que debo partir inmediatamente. -Es una pena. Jomo recogió hilo mientras el visitante hacÃa lo mismo-. Vuelva.
-Eso espero. -Era una paz y serenidad como aquélla lo que Venator luchaba por defender.
De forma colateral al propósito principal, al sentido cósmico de su vida.
Jomo puso en marcha el motor. El bote se dirigió hacia la orilla. No se trataba realmente de una mala situación, consideró Venator. TodavÃa no. Probablemente no lo fuese nunca. ¿Qué podÃan hacer dos fugitivos?
Era evidente que Fireball no sabÃa nada sobre Proserpina. En caso contrario, la verdad se habrÃa revelado hacÃa ya mucho tiempo... era irresistible para espÃritus que todavÃa deseaban las estrellas. El conocimiento arcano que los Rydberg guardaban como dragones debÃa ser alguna trivialidad histórica ya irrelevante, si llegaba a eso; algo a la par con los diarios no publicados de un ancestro.
Lilisaire, tras una búsqueda intensiva, habÃa encontrado indicaciones de un misterio en el espacio profundo. Pensaba que el objeto de ese misterio pudiese, una escasa posibilidad, darle poder para bloquear el Hábitat, o incluso liberar a Selene de la Federación.
Evidentemente, no servirÃa para nada de eso. La amenaza era mucho mayor.
Pero los datos que habÃan sobrevivido estaban bien protegidos. Ni siquiera a Venator le habÃan dado un código de acceso hasta que el cibercosmos hubo concluido que las actividades de Lilisaire eran lo suficientemente amenazadoras como para que fuese necesario que él tuviese acceso a los datos. ¿Cómo podrÃan dos aficionados saber dónde mirar, y menos aún romper el código?
No, por sà mismos no eran importantes. Eran pistas hacia Lilisaire y su red secreta... la inteligente y peligrosa Lilisaire.
(¿Asesinato? DifÃcil, quizá imposible, desastroso si el intento fracasaba. Además, podrÃa dejar algo tras ella y otros seguirÃan con la tarea. ¿Arresto? ¿Con qué cargos y repercusiones? HabÃa que esperar un poco. Seguir con el juego. Era agradable tener un oponente que representase un verdadero desafÃo.)
Sin embargo, al tratarse de pistas andantes, habÃa que capturar a Kenmuir y Norton. Y habÃa cabos sueltos en otros lugares, seguridades a asegurar. Para esa tarea, las comunicaciones de la zona en la que se encontraba eran ridÃculamente inadecuadas. DebÃa volver a la Central.
A la unidad. Al conocimiento que le arrebataba como el amor.
El cerebro razonador siguió trabajando. Era vital recuperar el control de los acontecimientos, antes de perderlo definitivamente, antes de que una crisis llevase a otra crisis como en el lejano pasado.
16
La madre de la Luna
La sala en Port Bowen era excesivamente grande para dos personas, pero Dagny Beynac apreció la cortesÃa de encontrarse allà en lugar de hacerlo en una oficina. Suavizaba un poco el hecho de que la hubiesen convocado. Como lo hacÃa también todo aquel espacio, lo grande que era la alfombra. A un lado habÃa una mesa de conferencias, con una consola para datos y comunicaciones en la pared adyacente. De las varias sillas libres, en las dos que estaban siendo usadas una mesita lateral sostenÃa una taza y una tetera.
El gobernador general de la Autoridad Lunar también le habÃa dado a la cámara un toque personal. Una enorme pantalla mostraba una escena grabada, casas sobre altas montañas verdes, con el Chiangjing fluyendo majestuosamente. En la pared opuesta colgaba un pergamino. La imagen en blanco y negro era la de un anciano vestido con una toga, sentado, probablemente un sabio. ¿La caligrafÃa representaba un poema?
El asistente que trajo el té se inclinó y se retiró. Era joven, muy bien preparado, y la ropa civil parecÃa un uniforme. Dagny sospechaba que pertenecÃa al servicio secreto. La puerta se cerró a su espalda. Durante un momento sólo escuchó el silencio.
-Por favor, siéntese -dijo Zhao Haifeng. Hablaba un inglés fluido, con un acento entrecortado y voz aguda. Era alto, demacrado, tenÃa el pelo blanco y vestÃa con austeridad-. ¿Le molesta el tabaco?
-No, adelante -contestó Dagny. Se resistÃa a manifestar la esperanza de que su vacunación anticáncer estuviese al dÃa. Si Selene debÃa tener un procónsul, podrÃa ser alguien peor que su antiguo profesor de sociodinámica. O eso suponÃa. Ese dÃa podrÃa cambiar de opinión. Se sentaron. Zhao sacó un cigarrillo, lo tocó con el encendedor, inhaló y expulsó el humo por la nariz. Dagny se preguntó si Zhao se encontraba tan tenso como ella. Le llegó un ligero olor acre. Los sensores de ventilación se percataron y lanzaron una ligera brisa.
-Ha sido muy amable viniendo en persona dijo Zhao-. Sé lo ocupada que está.
-La petición de Su Excelencia... fue algo apremiante -contestó Dagny.
-Dejando a un lado la seguridad de las lÃneas de comunicación-le explicó el gobernador-, soy tan arcaico como para considerar a una imagen holográfica un pobre sustituto de la presencia fÃsica cuando hay que discutir cuestiones de gran importancia.
Además, pensó Dagny, que ella fuese a él era un sÃmbolo, un acto de sumisión. ¿Esperaba que ella se aplacara, aunque fuese ligeramente? Cuando llamó a Anson Guthrie para comentarle la petición, el boss sonrió.
-El cordero pide al lobo que le visite-dijo.
Pero eso no fue más que una chanza. Tras la fachada confuciana no se encontraba una oveja.
-¿Podemos hacer tal cosa? -preguntó ella-. Comprenderá que ya no ocupo ninguna posición oficial.
Zhao levantó una mano.
-Por favor, madame Beynac. Estamos en privado. Sabe muy bien que, en algunos aspectos, tiene usted más poder en Selene que yo. Que hable.
-¿Cómo es eso? Fui la delegada de la Región Tycho en el Comité de Coordinación. Eso es todo.
-Se la eligió como presidenta de ese comité. -Zhao inclinó la cabeza-. Lo que de por sà ya era un honor. -Chupó el cigarrillo-. Dejemos a un lado la charada pública. El tiempo tiene tanto valor para usted como para mÃ. El Comité vive en los corazones de los colonos. Es lo que cuidó de ellos durante los años de anarquÃa. La mayorÃa de su antiguos miembros tienen estrechas relaciones con Fireball Enterprises, que se ha convertido en enfermizamente dominante en el espacio. -Dagny se encabritó, pero lo dejó pasar-. La Autoridad Lunar es nueva, no es bien recibida por todos, y se la percibe como irrelevante para sus verdaderas preocupaciones, o como una carga. Mi deber es mejorar esa situación.
-Su Excelencia es muy sincero -murmuró Dagny sorprendida a pesar de sà misma.
Zhao sonrió.
-Entre nous, madame.
Desde que habÃa oÃdo su petición, habÃa preparado sus ideas y sus palabras todo lo bien que pudo.
-Pero ¿puedo decir que exagera? El Comité nunca fue nada más que un sistema ad hoc, formado porque no sufrÃamos sino una emergencia tras otra y alguien tenÃa que tomar el mando. -Su mente terminó la frase: tomar el mando cuando la Gran Jihad estalló por toda la Tierra, una economÃa interrelacionada se desplomaba en un paÃs tras otro, las revoluciones y el desorden fragmentaban sociedades enteras, la quebradiza Naciones Unidas se hizo astillas, y nadie en el planeta tenÃa tiempo para preocuparse por unas pocas decenas de miles de personas en la Luna-: Fireball ayudó, sÃ. Bien podrÃa decir que nos salvó. Pero no asumió el gobierno. No podrÃa haberlo hecho.
-En cualquier caso -dijo Zhao con voz seca-, decidió no hacerlo. Quizá porque el señor Guthrie previó que ustedes, los selenitas,
acabarÃan dejando a un lado los fragmentos en conflicto de la autoridad nacional y establecerÃan su propio gobierno.
-Sir, sabe perfectamente que nunca pretendimos que el Comité fuese permanente. ¿No cooperamos completamente con usted y su gente cuando llegaron?
-No se resistieron.
-Nos alegramos de tener aquà una ley única, tanto como de tener una Federación Mundial y una Autoridad de Paz en la Tierra. -En principio, pensó Dagny. En la práctica, dependÃa del contenido de esa ley-. En todo caso, volviendo al tema, ustedes disolvieron el Comité. -No estoy seguro de que fuese sabio hacerlo tan pronto. -Zhao levantó la taza-. Sin embargo, ésa fue la decisión en Hiroshima. Dagny también bebió. SentÃa el fluido caliente y dulce sobre la lengua.
-Puedo comprender sus razones. Ya es bastante problema establecer en qué va a consistir la autonomÃa nacional sin además añadir el germen de una nueva nación.
-Y asà llegamos a la exigencia actual -dijo Zhao-. Los selenitas no están en posición de amenazar a nadie más... ni tampoco les acuso de querer hacerlo. Pero si sientan un ejemplo de desafÃo, un ejemplo con éxito, que los nacionalistas virulentos de la Tierra puedan convertir en un precedente, eso podrÃa abrir la puerta a nuevos horrores. Considere, por ejemplo, cuánta gente morirÃa en condiciones miserable si cae el Protectorado de Ãfrica. -Suspiró-. La Federación necesita tiempo para ganar fuerza, para afianzarse, antes de que pueda ponerse a prueba.
La tentación la atrajo.
-Mientras tanto -contestó Dagny-, Selene es un buen laboratorio cómodamente distante para probar esta o aquella teorÃa sobre el gobierno internacional.
Inmediatamente lamentó su respuesta. El alivio le trajo calor al oÃr su respuesta.
-Por favor, no exprese tanta amargura.
-Oh, no es asà -se apresuró a replicar-. Algunos de nosotros se sienten amargados, cierto, pero yo creo..., y sà me alegra que quisiese que nos viésemos en persona..., que tiene usted buenas intenciones, sir. -Hablaba con sinceridad, dentro de unos lÃmites. Las buenas intenciones de él no coincidÃan necesariamente con las de ella. -Gracias. Thank you. -Zhao dejó caer el cigarrillo por el cenicero de la mesa y tomó otro-. Entonces, por favor, ayúdeme.
-¿Cómo? Estos ciclodÃas no soy más que una ciudadana corriente.
Ãl midió sus frases.
-Su influencia es global. Los colonos la respetan, la escuchan, como no lo hacen con mis agentes o conmigo. Más aún, usted sabe lo que desean y, más importante, lo que necesitan. Después de tres años, sigo siendo un extraño. Aconséjeme. Apóyeme... -inhaló dos veces- en la medida en que se lo permita su conciencia. Por mi parte, prometo que cuando esté en desacuerdo conmigo, yo la escucharé.
-¿Aconsejar? -preguntó Dagny asombrada-. Sir, lo que yo pudiese decirle ya lo ha oÃdo mil veces.
Se le vino a la mente. Estaba allà por sus hijos. Si él le ofrecÃa una salida, ¡habÃa que pasar por él!
-¿Qué quieren y necesitan los selenitas? -dijo-. Vaya, pues es muy simple. Para empezar, derogar muchas de las reglas y restricciones que quedan del antiguo régimen. Pensamos que nos habÃamos librado de ellas, pero luego llegó la Autoridad Lunar y las declaró casi todas de nuevo.
-Tienen su justificación.
La audacia, en el lÃmite de la insolencia, podrÃa ser el mejor camino.
-¿Cómo cuáles?
-Impuestos a pagar a los respectivos gobiernos en la Tierra. SÃ, ustedes los selenitas se quejan de no recibir servicios a cambio. Quizá se podrÃan hacer algunos ajustes. Sin embargo, sigue siendo un hecho que sin naciones viables en la Tierra no tendrÃan mercados y no vivirÃan mucho. Considérenlo un servicio.
-Ahora somos autosuficientes en aire, agua, comida y energÃa. Nos las arreglamos durante la Jihad. Miramos al espacio.
Zhao apuntaló su argumento.
-Más aún, tienen una obligación para con la humanidad en general, la civilización de la que han nacido y que sigue siendo su hogar espiritual.
-Eso yo no lo niego -dijo Dagny con cuidado.
-Ciertas personas lo hacen. Sobre todo, y perdóneme, pero no intento ofenderla, entre la generación más joven, los metamorfos. Dagny asintió.
-Se sentirÃan menos alienados si los requerimientos educativos que se les imponen se ajustasen mejor a... su naturaleza.
-Una vez más, pueden realizarse algunos ajustes -dijo Zhao.
Repentinamente, añadió-: Es más, se han hecho. Mi oficina no ignora lo que sucede en las casas coloniales. Es más y más común que allà sea donde los niños aprenden sus lecciones más importantes, por medio de programas escritos en casa o de la boca de sus mayores y compañeros.
-SÃ. Es correcto y natural.
Zhao frunció el ceño, chupó del cigarrillo e hizo un gesto punzante con él.
-Hasta cierto punto, madame. Esa alienación que admite no debe desarrollarse mucho más. Se está volviendo desagradable y, sÃ, peligrosa.
Dagny sabÃa que la conversación llegarÃa a ese punto. Pero mejor serÃa ganar tiempo, mantenerla en temas generales unos minutos más mientras reforzaba su ingenio y su voluntad.
-No sólo protestan los jóvenes erijo-. Muchos de nosotros lo hicimos durante los años anteriores a la Jihad. Las quejas son reales, Su Excelencia.
Zhao siguió esa táctica. Dagny se preguntó si era porque se ajustaba a la suya propia.
-Asumo que se refiere principalmente a la regulación de la industria lunar.
-Bien, una de ellas. La industria se siente sofocada. Enaarcó las cejas.
-Sus colonos no son unánimes al afirmar que este ambiente, único cientÃfica y culturalmente, no merece protección.
-Claro que no. -Pensó en la furia de Edmond ante lo que podÃa pasar en diversos yacimientos geológicos. Pensó en lo que su hijo Temerir tenÃa que decir sobre la astronomÃa en la que se estaba iniciando; aquellas pocas palabras glaciales habÃan penetrado con mayor profundidad que la pirotecnia verbal de su padre-. Es igual, es hora de hacer algunas concesiones.
-No estamos discutiendo una ligera contaminación en un vacÃo casi perfecto, ni el daño que la minerÃa producirÃa en lugares de interés, ni cualquier otra cosa inevitable. Lo que tratamos es si es preciso mantenerlo entre lÃmites. -La mirada de Zhao la atravesó. Ella se obligó a sostenerla-. Más allá de eso, se encuentra el principio fundamental de que el Sistema Solar es herencia común de la humanidad.
Fue una respuesta gastada, pero no encontró nada mejor.
-Y por tanto, nadie fuera de la Tierra puede poseer ninguna parte del espacio.
-Al contrario, las concesiones son generosas. Quizá demasiado generosas. Fireball ha crecido monstruosamente de poco más que el transporte espacial. Muchos otros individuos y compañÃas lo han hecho.
-SÃ. -Durante su renuente carrera polÃtica, Dagny a menudo habÃa tenido que hablar con más sonoridad que sinceridad. La habilidad regresó-. Pero nadie entre los nuestros puede situarse sobre un trozo de tierra, ni siquiera una roca en órbita, y decir: «Esto es mÃo. Yo lo he hecho lo que es. Se lo cedo a mis hijos y a los hijos de mis hijos.
-Es extraño -murmuró él- que un deseo tan primitivo haya renacido en el espacio.
-¿Primitivo o humano? TodavÃa somos los viejos cromañones. -De pronto, la imagen de Edmond apareció frente a ella, esperándola en casa, cazador de lo desconocido, cuya gente habÃa dejado sus huesos en las cuevas, valles y desfiladeros de su Dordoña desde que los acantilados de hielo cerraran el norte y los mamuts recorrieran la tundra. Fue como si él hablase por su garganta-. Nosotros seguimos teniendo el instinto de poseer nuestros territorios.
-¿Nosotros, madame? -respondió Zhao con voz suave, tranquilamente sentado-. ¿Es el deseo de la nueva generación, la generación creada para Selene, tan simple y directo? ¿Puede decirme lo que desean en su interior? ¿PodrÃan decÃrmelo ellos?
Volvió a hacerse el silencio durante un centenar de latidos. La vista de Dagny se perdió en la pantalla. En la imagen, un pájaro pasaba volando, una nube rodeaba un pico redondeado. Era hermosa. Deseaba que la imagen fuese de mar, arena y madera flotante.
-Very well -dijo, prestando nuevamente atención a Zhao-. Pongámonos serios. No me ha llamado porque sea una rana relativamente grande en este estanque seco de la Luna. No, soy la madre de Brandir y Kaino.
-Técnicamente, de Anson y Sigurd Beynac -contestó él con la misma moderación-. Y de Gabrielle Beynac, a quien quizá haya que temer más. He examinado los escritos de Verdea. -SÃ, pensó Dagny,
habÃa hecho sus deberes-. No son abiertamente subversivos. Nada tan fácil de contrarrestar. Lo que alientan es un espÃritu nuevo y extraño.
-¿Eso es malo?
¿Lo era? ¿No crecÃan todas las personas pequeñas y queridas para acabar convirtiéndose en extraños? Y sin embargo, era Lars Rydberg, cuando venÃa de visita, quien se quitaba la máscara de frialdad con la que se enfrentaba al mundo, para darle a ella y, sÃ, a 'Mond, algo de él mismo, el calor de sentir que te quieren. No sus hijos selenitas. -Bien, pero no es ésta la ocasión para reflexiones filosóficas -dijo Zhao-. El asunto que tenemos entre manos es que sus dos hijos mayores y sus compañeros están violando la ley. Mi esperanza es que pueda hacerles recuperar el sentido común antes de que suceda nada irrevocable. Usted y su marido, claro. No le invité hoy porque ha evitado la polÃtica, y porque, mmm, un hombre de su temperamento podrÃa haber sido incómodo.
PodrÃa haber estallado, entendió Dagny. «Invitar era una bonita palabra.
-¿Qué han hecho exactamente? -exigió saber. -Madame, ya lo sabe. Todo el mundo lo sabe.
-Hemos tenido con ellos contactos esporádicos. No discutimos sobre lo que está bien y lo que está mal. -Ya no lo hacÃan-. Y hemos seguido las noticias. -No debÃa ponerse pasiva, debÃa conservar la iniciativa, hacer que Zhao le respondiese-. Pero, please, dÃgame cuáles son esas actividades. No podemos hablar con sentido antes de que sepamos de qué habla cada uno.
Ãl asintió.
-Como desee. Estoy deseoso de establecer la paz. -No se ha roto la paz, ¿verdad?
-TodavÃa no, al menos, abiertamente, no del todo. No puedo sino hacer cábalas sobre si lo que pretenden es forzar a la Autoridad a dar el primer paso. -Zhao se detuvo dramáticamente a beber más té-. Deje que le muestre una grabación. Hasta ahora no he permitido su divulgación, porque podrÃa resultar provocativa.
-Buena decisión, Su Excelencia. Mire, yo tampoco quiero problemas. Nadie cuerdo los desea.
La mirada del hombre dio a entender que no incluÃa en ese grupo a los jóvenes, a los verdaderos selenitas.
-Según lo estipulado erijo-, esta secuencia se debÃa transmitir al cuartel general de la Autoridad de Paz en la Tierra, como un documento tridimensional de lo sucedido. La preparó el jefe de PolicÃa Le vine, bajo la dirección del agente a cargo de la misión. Anticipando las dificultades, realizó un registro continuo. Para que sea más claro, se ha editado y se le han añadido comentarios, pero sigue siendo objetivo e imparcial.
-¿Existe tal cosa cuando se trata de personas? Sonrió con ironÃa.
-Cierto. En Hiroshima no lo interpretarÃan de la misma forma en que lo harÃan los selenitas. Por esa razón lo he secuestrado. TodavÃa no he decidido si divulgarlo. Por favor, ayúdeme a resolver mi dilema.
Se puso en pie y se dirigió a la consola. Dagny se puso en pie y dio un salto de baja gravedad por la sala. Ãsta se oscureció. La escena de China desapareció. Movieron las sillas para ponerse frente a la pantalla y volvieron a sentarse. Dagny respiró profundamente y relajó los músculos, como deshaciendo una serie de nudos.
Apareció la imagen de un hombre, uniformado, de pie en un estudio espartanamente funcional. El movimiento de los labios indicaba que no hablaba el inglés que ofrecÃa el programa de traducción.
-Mohandas V Sundaram, coronel, Autoridad de Paz de la Federación Mundial, informando sobre un incidente... -Siguió dando fecha, hora, posición exacta y luego, con la misma voz, información adicional.
-Durante la Gran Jihad y el perÃodo caótico posterior, el gobierno efectivo de Selene era un autocreado Comité de Coordinación. -Injusto, pensó Dagny. Los agentes coloniales habÃan estado de acuerdo en la necesidad, pero los delegados habÃan sido elegidos. Vale, varios gobiernos terrestres habÃan denunciado la acción, aunque no se encontraban en posición de hacer nada en contra-. Se limitó a cuestiones de seguridad pública y servicios esenciales. -¿Qué más podrÃa o debÃa haber hecho?-. Muchos colonos y asociaciones de colonos se aprovecharon de la ocasión para iniciar operaciones antes ilegales, especialmente en la industrias extractivas y de manufactura. Es más, el Comité les cedió cierto número de instalaciones. -Alguien tenÃa que operar las plantas-. Las emplearon no sólo para producir bienes necesarios, sino para crear nuevas posibilidades para sà mismos. -El efecto multiplicador, tres veces más potente cuando empezabas con la tecnologÃa robótica y molecular.
Una reflexión pasó por la mente de Dagny: la Renovación habÃa sido simplemente una facción extremista en una Tierra que se habÃa vuelto, en general, hacia las ideologÃas. Era probable que la gente considerase la productividad de la misma forma en que la Iglesia medieval consideraba el sexo, como algo inherentemente pecaminoso, destructivo, algo a realizar no más de lo requerido para la supervivencia de la especie. En todo caso, ése era el ideal, y los ideales también podÃan limitar el pensamiento de la mayorÃa, que realmente no vivÃa según sus preceptos. Por tanto, la gente en la Luna debÃa avenirse. Y la gente de Fireball, que no lo aceptaba, se sentÃa cada vez más unida, leales hacia ellos mismos más que hacia la sociedad hostil que les rodeaba... ¿Como los judÃos medievales?
HabÃa perdido la concentración. Volvió a recuperarla.
-... el Comité extendÃa de forma rutinaria derechos en franquicia para «administrar grandes extensiones. Esas franquicias incluÃan derechos exclusivos de explotación, prohibÃan el paso y podÃan comprarse y venderse. En intención y propósito, eran los derechos de propiedad extraterrestres que las Naciones Unidas habÃa prohibido. La Federación Mundial ha reafirmado la prohibición. La Autoridad Lunar debe hacerla cumplir.
Una vez más Dagny perdió la concentración. Sus hijos selenitas no se mantenÃan del todo alejados de ella. Anson/Brandir hablaba de grandes obras a realizar, y en el caso Sigurd/Kaino los astilleros estaban entre ellas, naves espaciales para él y los que eran como él.
-... caso más notorio, en la Cordillera. Buscando establecer la polÃtica declarada por el gobernador general, se realizaron intentos por llegar a un acuerdo. -Al menos Sundaram no mencionaba las idas y venidas, las múltiples llamadas y faxes, el andar con cuidado, las fanfarronadas, las indagaciones, las evasivas, los retrasos, las atronadoras nubes tormentosas que se concentraban en sus cavernas, pero no, ésa no era la metáfora correcta en aquella tierra que nunca habÃa conocido el viento...-. Al final se ordenó una misión al área en disputa.
De pronto, apareció la escena, colinas desnudas y agujereadas que se levantaban hacia montañas moteadas y acuchilladas por las sombras. La cámara, en el interior de uno de los dos grandes camiones, giró hasta enfocar hacia el este. La Tierra se encontraba en un cuarto menguante justo sobre el horizonte. El sol resplandecÃa en el mediodÃa. La carretera, poco más que regolita alisada y no muy bien nivelada, subÃa durante kilómetros hasta el lugar donde habÃan parado. La cámara giró medio cÃrculo y se detuvo, mirando al frente del vehÃculo. La carretera seguÃa hasta perderse entre el paisaje pedregoso. Pero allÃ, se alzaba un arco realizado con roca nativa, donde habÃa una puerta de barras de metal, una puerta cerrada. Dagny recordaba bien ese portal. Ella y Edmond lo habÃan tenido que atravesar cuando fueron a ver los dominios de Brandir y lo que construÃan allÃ.
HacÃa cuatro años de eso. Desde entonces, los noticiarios habÃan emitido de vez en cuando imágenes tomadas por satélite. Como otros en Selene, el complejo crecÃa mucho y con rapidez. Sus habitantes y obreros decÃan muy poco de lo que hacÃan en su interior. Los padres de Brandir habÃan aprendido a no preguntar.
En el exterior de la puerta habÃa cuatro trajes espaciales. Colgados de los hombros, sobresaliendo sobre los equipos de soporte vital, habÃa cosas con tubos. Tras las barras aguardaba el coche que les habÃa traÃdo, un evasor lunar, rápido y ágil.
La cámara hizo un zoom hacia las escafandras. Dagny no reconoció a tres de ellos. Uno era un hombre de su especie, calvo, fornido, fuerte. Dos eran jóvenes, hombre y mujer, evidentemente metamorfos... selenitas. El cuarto, el lÃder, era su Kaino. Su indisciplinado pelo rojo destacaba sobre el pardo paisaje pedregoso.
-Saludos -dijo la voz de Sundaram, convertida al inglés por una máquina. Se identificó-. Estoy al mando de este equipo de investigación, cuya llegada les ha sido notificada.
-Se les detectó desde lejos.-El inglés de Kaino normalmente no tenÃa tan marcada aquella entonación propia del lenguaje que su especie usaba entre ellos-. Saludo, y que su regreso a casa sea placentero.
Desde la cabina de control del vehÃculo se habÃa apuntado otra cámara a Sundaram. La presentación se dividió en dos, él al lado izquierdo de la pantalla, los selenitas a la derecha. En general, en el centro de éste estaba Kaino, pero en ocasiones se trasladaba por entre sus compañeros, como para pillarles en algún acto indecoroso. Los dos selenitas permanecÃan inmóviles como panteras, el humano terrestre cambiaba de un pie a otro y fruncÃa el ceño. El mismo Kaino hacÃa gestos al hablar, como era su costumbre.
-Gracias -dijo con rigidez el coronel-. Asumo que nos llevarán al asentamiento. ¿Podemos empezar?
-No, sólo hemos venido a advertirles que no continúen. -¿Qué?
Dagny sospechaba que Sundaram manifestaba más sorpresa de la que sentÃa.
-Como sabrán por la visión desde lo alto, a partir de este punto, esta carretera se convierte en un túnel, dividiéndose en varios antes de que cualquiera de ellos salga a la superficie. Pronto perderÃan la ruta correcta.
-No si les seguimos. Kaino sonrió.
-Ah, pero no lo harán. Dije que habÃamos venido a advertirles. Ahora nos iremos. -Se encogió de hombros al estilo de la Tierra-. Puede atravesar la puerta, sÃ. No sirve más que para marcar el lÃmite. Pero no pueden igualar nuestra velocidad.
-Asà que se niegan a guiarnos.
-SÃ, ya sea a Zamok Vysoki o por él. -El castillo que se levantaba más allá ya era espectacular, pero Dagny sabÃa que debÃa de ser la punta del iceberg de una inmensidad subterránea, y lo habÃan apantallado contra cualquier instrumento.
-Soy agente de la Autoridad Lunar.
-Y éste es el dominio de lord Brandir y la dama Ivala, y yo soy su hermano que habla en su nombre.
-Dominio dijo Sundaram en voz baja-. Esa palabra indica muchas cosas sobre su actitud.
-No tenemos intenciones hostiles, coronel. No, déjeme aconsejarle que no proceda sin guÃa. No conoce los caminos seguros para transitar. Los mapas de satélite y la navegación inercial no indican ninguno de los peligros: pozos de grava, grietas, rocas partidas que cualquier trastorno podrÃa hacer caer provocando un desprendimiento de tierra. Por su seguridad, le ruego que dé la vuelta.
-Esos peligros son exageraciones del... folclore.
-Parece usted conocer mejor este mundo antiguo que nosotros, sus habitantes.
-Si nos sucediese algo, ¿nos ayudarÃan?
-Respetamos la ley que convierte el abandono en un crimen de primera clase, pero no podemos prometer saber de sus problemas o poder ayudar si los conociésemos.
Sundaram hizo una pausa.
-Violan la ley ya mismo -dijo-. Lo que llevan son armas, ¿no? Kaino movió una mano.
-Dispositivos deportivos -contestó despreocupadamente. -No se parecen a ningún otro dispositivo deportivo que haya visto nunca.
-No. -Kaino puso cara de seriedad-. Se supone que en el espacio no debe haber armas, cierto, salvo pequeñas para propósitos policiales. Durante los años problemáticos pensamos que serÃa conveniente desarrollar mejores modelos. TodavÃa no estamos seguros de haber dejado esos años atrás. Parece adecuado seguir teniendo práctica con las armas. Pero nunca dispararÃamos sin más contra un objetivo vivo.
-Eso dicen. -El agente permaneció sentado durante un tiempo. El amplio frontal enmarcaba su cabeza en la oscuridad.
-Déjeme hablar con su hermano -dijo-. Ãl... lord Brandir podrÃa ser... más realista. Kaino sonrió.
-Puede llamar, claro. Si no responde nadie, le daré el código de sus habitaciones privadas. No sé si se encuentra en el castillo y está dispuesto a conversar.
-Sabe muy bien que estamos aquÃ-dijo Sundaram con dureza-. ¿Cuántos monitores ocultos tiene distribuidos por esta zona?
La presentación saltó los siguientes minutos. La conexión se habÃa realizado por medio de un cable de transmisión bajo tierra. Apareció una cara en la pantalla de comunicación frente a Sundaram. En la pantalla que veÃa Dagny, reemplazó a la imagen de su hijo.
Ivala, que habÃa sido bautizada como Stephana Tarnowski, era una belleza selenita, de cara tan blanca como Brandir pero con un pelo ámbar que le caÃa hasta los hombros, grandes ojos oblicuos de color avellana, rasgos delicados y finamente trazados. La iridiscencia jugaba sobre la ropa que cubrÃa su esbeltez. A su espalda, una gigantesca orquÃdea florecÃa frente a una cortina carmesÃ. Dagny contuvo el aliento. Era la madre de su nieto y del de Edmond.
-Saludo. -La voz casi cantaba-. Lord Brandir está ausente... -¿Lo estaba?-pero él y yo somos uno.
Dagny admiró cómo Sundaram recuperaba con rapidez el control. -¿Es usted la dama Ivala? El placer es mÃo, madame. -Se identificó-. Estoy seguro de que comprende la naturaleza de nuestra misión. La mujer asintió.
-Inspeccionar todas las instalaciones y operaciones en Zamok Vysoki.
-SÃ, exactamente. Hay personas en la puerta que obstruyen el paso. Por favor, indÃqueles que nos ayuden.
Los labios de Ivala se curvaron hacia arriba.
-En nuestra conversación inicial, no juramos explÃcitamente colaborar.
Sundaram se puso tenso.
-Ahora la requerimos, por orden de la Autoridad Lunar. -¿Trae una orden de registro? -La risa se elevó-. ¿La Autoridad ha reconocido estas tierras como nuestras por derecho? Estoy encantada.
-No juegue con nosotros, madame. El timbre se hizo más frÃo.
-¿Entonces no deberÃa, más que usar la palabra «inspeccionar», decir «invadir, interferir, amenazar»? Afirmamos nuestro derecho a negarnos a colaborar.
-Los tribunales no reconocerán esa reivindicación.
-¿Es usted abogado? -le pinchó ella.
-Soy agente de la ley, al que se le ha encomendado una labor que tiene toda la intención de cumplir. -Sundaram se detuvo de nuevo. Cuando volvió a hablar, fue con más calma-. Si no tiene nada ilegal que ocultar, ¿por qué se colocan en una situación como ésta? Permita que mi grupo realice su inspección y bien podrÃamos recomendar que recibiesen una concesión para regularizar su situación.
Los rasgos fluidos se solidificaron. -Violar la intimidad es una transgresión. Sundaram frunció el ceño.
-No entiendo.
-No, claro que no, ¿verdad?
-¿Se niega, su gente, a cooperar? ¿Se resistirÃan?
-Hay algunas preguntas que es mejor dejar sin respuesta, coronel -dijo Ivala.
La voz de Kaino se metió por medio.
-Antes de continuar, reclamo su atención. Hace un momento se interesó por nuestro equipo. ¿Le gustarÃa ver una demostración? Sundaram se sobresaltó allà donde estaba.
-¿De qué se trata?
-Una demostración. Quizá le interese, tratándose de un militar. Sundaram convirtió su rostro en una máscara.
-Sà dijo sin tono-. Me interesará, mucho.
La vista cambió al exterior. Con saltos de canguro, Kaino y sus seguidores se situaron en posición. Descolgaron las cosas que llevaban y abrieron fuego sobre la colina. En silencio, en silencio, un rifle automático cosió agujeros sobre el acantilado. Otro hizo saltar fragmentos de una roca, la hizo rodar, acelerándola con disparo tras disparo. Un cohete en miniatura salió volando, se produjo una erupción de luz, el polvo saltó como una fuente de un cráter recién creado de un metro de ancho. El cuarto instrumento se despertó y la escena se disolvió en centelleos y zumbidos, distorsionando los sistemas electrónicos.
Una vez aclarada y firme la imagen, Kaino se colocó de pie frente al cielo, con el arma en la mano, con la cabeza flamÃgera hacia atrás, riendo jovial.
La imagen regresó a Sundaram e Ivala. El oficial se mantenÃa sin expresión.
-Gracias --dijo-. Ha sido muy interesante..
-No creo que sus servicios posean nada similar -ronroneó ella.
-No. No anticipamos la necesidad de desarrollar armas de infanterÃa para el espacio. Hasta ahora.
-¿Ahora? Pero si lo que han visto no era nada más que deporte. Sundaram miró directamente a la encantadora imagen.
-¿No nos amenaza?
-Por supuesto que no. -Su amabilidad se volvió seria-. Les advertimos.
-¿Contra qué?
-Contra lo imprevisible. Los acontecimientos se escapan con facilidad a todo control. ¿No es as� Le sugiero, coronel, que consulte con sus superiores. Hasta entonces, buen viaje. -El rostro desapareció.
Zhao se puso en pie y se dirigió a apagar la pantalla. No volvió a colocar la imagen de su hogar.
-No es necesario ver el resto -le dijo a Dagny-. Ya sabe usted lo que sucedió. Después de algún debate, el equipo recibió la orden de retirarse.
Ella asintió.
Ãl la miraba desde lo alto.
-Fue una orden mÃa directa -dijo-. No quiero provocar a los que tienen la cabeza caliente.
Ella le miró.
-Me pregunto si ésas no serán cabezas inhumanamente frÃas -contestó-. Pero gracias, Su Excelencia. Es usted un hombre sabio. Una sonrisa apareció y desapareció.
-Le agradezco el detalle. Es más, voy por la vida a tientas, como todo el mundo. -Más sombrÃo-: Debe admitir conmigo que no puedo permitir que este desafÃo sea pasado por alto.
-¿Qué puede usted hacer?
-Empiezo apelando a usted, madame. Ãsos son sus hijos. Se la tiene en muy buena consideración en toda la Luna. Si les hace entrar en razón, me ocuparé de que no se presenten cargos.
Dagny sopesó las palabras.
-Le pregunté qué puede usted hacer. -¿Disculpe?
-No me prestarán atención a mÃ, o a mi marido, más de lo que cualquier hombre adulto con la cabeza en su sitio ha prestado jamás atención a sus padres. Probablemente menos.
Zhao volvió a sentarse frente a ella.
-No estoy convencido de ello. Usted es usted.
-Thank you. Pero tampoco esté convencido de lo que podrÃa decirles. Todo esto implica un principio básico. -Dagny suspiró-. SÃ, podrÃa desear que fuesen más... diplomáticos, polÃticos. Pero son lo que son. Debe entender el fondo del conflicto. Está intentando convertirlos en lo que no son, en lo que no pueden ser.
-Una misma ley para el león y el buey es opresión -recitó Zhao. Dagny lo miro inquisitiva.
-Eso escribió el poeta William Blake hace algunos siglos -le explicó. El respeto de Dagny por aquel hombre aumentó aún más-. Pero soy legislador para los bueyes -siguió diciendo-. Para la pobre y herida Tierra. ¿No siente compasión por nosotros?
Dagny sacudió la cabeza.
-La Tierra no es tan dependiente... Bien, no importa. No, no quiero ningún enfrentamiento, y menos un choque armado. Es de lunáticos. -No pretendÃa hacer un chiste-. Sólo le digo que para evitarlo tendrá que dar más de lo que reciba. Pero no más de lo que puede dar.
-Temo que ceder provocarÃa más abusos. ¿Qué sucederá en el futuro?
-No podemos controlarlo. Es una gran ilusión el que los seres humanos hayamos podido hacerlo alguna vez.
Ãl volvió a sonreÃr, un poco.
-Ahora es usted la que cita. Anson Guthrie.
-¿Por qué no? Fireball también es un factor vital. -Se inclinó hacia delante-. Escúcheme, por favor. Quiere que use mis buenos oficios para que Brandir ceda. Bien, no valen mucho para eso, y si valiesen, podrÃa no emplearlos. Sin embargo, puedo y usaré cualquier influencia que tenga con Guthrie. Sin duda sabe que somos amigos Ãntimos. Ãl a su vez... pensará en algo. Una Selene estable también interesa a Fireball. Además, no dejarÃa que el fuego quemase a la gente cuando se puede apagar.
Zhao se sentó derecho de pronto.
-¿Puede él persuadirles para que obedezcan la ley?
-Creo que entre él y yo podemos hacerles llegar a un compromiso, si usted puede hacer que los polÃticos de la Federación lo acepten -contestó Dagny-. Tengo en mente algo como que los selenitas admitan al equipo de Sundaram. Luego, quizá acepten detener dos o tres proyectos no aprobados. -No mencionó que quizá los inspectores no encontrasen todo lo que habÃa para encontrar y que una actividad interrumpida siempre podÃa iniciarse de nuevo-. Ustedes, la Federación, tendrÃan que hacer de antemano una promesa creÃble, una concesión que les diese a ellos y a otros como ellos control sobre su territorio.
Zhao se mordió el labio.
-«Su» territorio. Propiedad privada, de facto si no de jure. No, algo peor. Un dominio feudal. Esos cuatro en la puerta formaban un destacamento de lo que puede considerarse un ejército privado. ¿Y qué hay de los otros selenitas? Una vez que se establezca el precedente, ¿qué querrán?
Dagny se resistió a la tentación de acercarse y tocarle la mano. -No se preocupe. Nunca tendrá matones selenitas uniformados manifestándose por ahà para intimidar a los votantes. No están más interesados en la polÃtica tal y como nosotros la entendemos que mis gatos. Es decir, si les afecta reaccionan, pero no es un juego que quieran jugar.
-Gatos. -Esta vez, Zhao sonrió con mayor facilidad-. Yo tengo periquitos.
Dagny le devolvió la sonrisa. -Me gustarÃa verlos.
-Será bien recibida. -Borró su sonrisa-. Pero usted tiene gatos. Decidió probar suerte.
-Well, ¿qué hay de mi propuesta?
-¿Qué consulte a Guthrie? SÃ, me parece bien. En todo caso, no podrÃa evitarlo. Más allá de ese punto, habrá que verlo. En el mejor de los casos, acordar los detalles será interminable y duro.
-Ajá. Y aparecerán sorpresas durante todo el proceso. Aun asÃ, tenemos la esperanza de poder construir la torre de lanzamiento del esfuerzo de paz, ¿no?
-Debo reflexionar.
Era un hombre inteligente y amable, pensó. Casi con seguridad admitirÃa la necesidad de ceder terreno aunque preservando las formas. Probablemente podrÃa persuadir a los de la Tierra. Claro, mantendrÃa profundas dudas. Ella misma las tenÃa. ¿Qué habÃa de las consecuencias a largo plazo?
Imposibles de prever. El futuro sólo podÃa tratarse a medida que se acercaba.
17
En un almacén subterráneo, Kenmuir vio otra puerta y se dirigió hacia ella.
-No, por ahà no --dijo Norton-. Eso te llevará otra vez a la calle. Por aquÃ.
Empujó un estante lleno de contenedores. DebÃa de actuar también como interruptor, porque una sección de la pared se desplazó. Se vio un pasillo, desnudo, mal iluminado y cubierto con plástico de un verde apagado. La mujer se metió dentro y él la siguió. Norton tocó un segundo interruptor y la entrada se cerró. El aire era frÃo y asfixiante. OlÃa a polvo.
-Vamos -le insistió.
Las dudas se transformaron en rebelión. Se detuvo. -¿De qué va todo esto?-exigió saber.
-Es nuestra salida. Si mi suposición es correcta, nuestra esperanza es que ellos asuman que fuimos por el otro lado, apantallados de alguna forma. Pero si permanecemos tan cerca, los detectores podrÃan vernos, ya sean de movimiento o por infrarrojos transmitidos a través de las paredes, y eso serÃa el final. Vamos.
Ãl negó con la cabeza.
-Quiero decir: ¿de qué va todo esto?
Ella le tiró del brazo. Le agarraba con fuerza.
-Kahubú, ¡muévete, idiot! Puede que sólo tengamos unos minutos.
Ãl se resistió.
-Te digo que no tan rápido. ¿De quién huimos? ¿Dónde me estoy metiendo y por qué?
Ella le soltó, se puso los puños a los lados y respiró nerviosa. El rostro pálido y sin expresión que le miraba contrastaba de forma misteriosa con la intensidad de la voz.
-¿Temes que se trate de algo criminal? Estamos al servicio de la dama Lilisaire, ¿no? ¿Alguien la ha acusado de hacer algo malo? -Bien, yo... ella...
-Estás pensando que la Autoridad de Paz no la investigarÃa sin razón, ¿no? Well, claro que hay una razón. Te lo contó, ¿no? Quiere detener el proyecto del Hábitat. ¿Desde cuándo ha negado el Pacto de la Federación a un ciudadano de una república miembro el tener una opinión polÃtica y trabajar en favor de ella? ¿Desde cuándo es un crimen buscar información? Hasta ahora, al menos, cualquier cosa ilegal ha estado en el otro lado. Sobre todo, si tengo razón sobre lo que te han hecho, Kenmuir. ¡Descubrámoslo y luego decidimos!
-¿Quieres decir...? -Buscó palabras. Era como una pesadilla de la que no podÃa despertar-. Una conspiración en el gobierno...
-No lo sé -respondió con crudeza-. Si nos quedamos aquà hasta que lleguen, nunca lo sabremos. Bien, yo me voy. Ven o quédate, lo que sea, pero no me retengas.
Lilisaire. Y la acción, casi cualquier acción era mejor que quedarse allà de pie, indefenso y perplejo. Incluso podrÃa ser su deber cÃvico descubrir más y luego, según se ofreciesen las oportunidades, informar a la gente adecuada... quienes fuesen. La mujer se alejaba con pasos vigorosos. Ãl se decidió y la acompañó.
-Bien -dijo ella-. SuponÃa que serÃas ese tipo de hombre, o no te hubiesen elegido para esto.
¿El tipo de hombre para qué?
El pasillo se dividÃa en una T. Ella les llevó a la izquierda. Terminaba a poca distancia. Se pararon. El aire sabÃa enrarecido al respirar. SentÃa cómo le corrÃa el sudor por las costillas, más de lo que hubiese sido normal por la carrera.
-Espera aquÃ-le ordenó. Regresó la testarudez. -¿Por qué?
Ella suspiró.
-El túnel está apantallado. Le pedà a Juan, el camarero, que llamase pidiendo un coche apantallado a este punto. Cuando llegue, volveré a buscarte. Si te mueves rápido, quizá no te detecten. En todo caso, con suerte nos habremos ido antes de que lleguen aquÃ. -Abrió la salida, se deslizó por ella y se la cerró en la cara.
Ãl permaneció en su sitio temblando. Las preguntas formaban un remolino. ¿Apantallado? ¿Contra qué? ¿«Ellos? ¿Y por qué iban a perseguirle a él y no a ella?
Norton le habÃa preguntado por cualquier cosa extraña que le hubiese sucedido en el viaje. Cuando se lo contó... ¡Un momento! Levantó las manos, como si quisiese apartar el horror. No, no podÃa ser, no debÃa ser. La mujer sufrÃa alucinaciones. ¿En qué nido de dementes se habÃa metido, y por qué no los habÃan curado hacÃa tiempo? Pero, pero Lilisaire habÃa contratado a Norton. ¿No era asÃ? Entonces Norton... ¿UsarÃa Lilisaire dementes para tratar asuntos que una persona cuerda no tocarÃa? No, no debÃa pensar asà de ella, no. Y Norton parecÃa competente, quizá competente hasta ser aterradora...
Norton volvió. TenÃa un tejido metálico sobre un brazo. ¿HabÃa una risa bullendo bajo la urgencia del tono?
-Ya está aquÃ. Y te he traÃdo esto. El viejo Iscah. Agudo como los dientes de un tiburón. Póntelo.
Tomó el objeto que le ofrecÃa y lo agitó. Lo que se desdobló era una especie de bata con una capucha, tejido con una fina malla en la que relucÃan nódulos sobre un reflejo oscuro.
-Apantallamiento portátil -le explicó Norton-. Ahora nada deberÃa detectarte. E iremos en un coche normal, lo que no deberÃa parecer sospechoso en ningún monitor. Iscah debe de haber llamado a alguien cercano que lo podÃa traer pronto. Conoce a gente por toda la ciudad. -Siguió riendo, penetrante por su voz de contralto. Ãl comprendió que ellá también se hallaba bajo una gran impresión.
Se puso la prenda sobre la cabeza. Colgaba suelta y ligera, hasta más o menos las pantorrillas. Cota de mallas, pensó; un anacronismo no más extraño que el resto de la noche. Norton lo llevó hasta un sótano vacÃo, y subieron por una escalera hasta una habitación vacÃa, iluminada sólo por la luz que entraba por las sucias ventanas. Una casa vacÃa, supuso, reservada para la huida ocasional o como escondrijo... ¿por quién? Salieron a la calle. El vehÃculo allà aparcado se parecÃa al taxi que habÃa tomado, excepto por los desperfectos en la carrocerÃa, y lo sombrÃo del interior. Al lado opuesto habÃa una casa vecinal lúgubre. Dos de sus ventanas relucÃan con un brillo frÃo y azulado. Kenmuir se preguntó quién vivirÃa allÃ.
Tres luciérnagas pasaron volando de un lado a otro sobre los tejados. Norton las miró.
-Los perseguidores quizá ya nos estén buscando -dijo-. No tenemos mucho tiempo.
¿DetectarÃan la ropa de Kenmuir y bajarÃan a investigar? Se apresuró a entrar. Norton lo hizo inmediatamente después.
-Listo -le dijo al coche, y éste arrancó.
Kenmuir volvió el cuello para mirar atrás. Las luciérnagas se quedaron allÃ. Con un rápido aviso, sobre un territorio que no conocÃan, no importaba lo bien equipada que estuviese, una brigada no podÃa identificarlo todo al instante. No era como si pudiesen utilizar todos los recursos del cibercosmos. Sintió alivio.
¿DeberÃa sentirse aliviado?, se preguntó. Si le hubiesen visto y detenido, ¿no habrÃa sido realmente un rescate?
Se dejó caer sobre el asiento, forzando con su voluntad que su pulso disminuyese, contando de nuevo sus razones para hacer lo que hacÃa. Norton estaba sentada a su lado, igualmente inmóvil. Las luces que pasaban a su lado iluminaban brevemente la falsa cara, y luego la dejaban una vez más en una oscuridad incómoda.
-¿A dónde nos dirigimos?-preguntó al fin con esfuerzo. -Supongo que al laboratorio de Iscah-le contestó con el mismo monotono. Se dirigió al coche-: ¿Es correcto?
-No tengo esa información, y tampoco puedo revelar la dirección-respondió.
Se encogió de hombros y se volvió hacia Kenmuir.
-Todo lo que pude decirle a Juan fue que llamase a Iscah y que le dijese que esto parecÃa una emergencia, que tenÃa a alguien conmigo que podrÃa estar radiando, y que irÃamos al sitio en Pico con la esperanza de que pudiese enviar un transporte apantallado. -Dejó caer la cabeza-. Si hubiésemos esperado hasta la mañana y no hubiese venido nada, no sé qué habrÃa podido hacer. -Levantó la cabeza, las palabras recuperaron algo de color-. Hubiese pensando en algo.
-Puertas ocultas, túneles apantallados, transportes apantallados -dijo él lentamente-. Estás muy familiarizada con todo esto, con toda esta red subterránea, ¿no?
-En realidad no. -Lo miró durante un rato antes de continuar-. No realizo ninguna operación ilÃcita. Ni estoy implicada en ningún movimiento revolucionario o cualquier otra pupule... tonterÃa. Nadie a quien conozco lo está. Es sólo que trabajo con metamorfos. Aquà no, sino que el trabajo me trae aquà de vez en cuando, y me ha llevado a conocer a algunas de estas personas.
Hizo una pausa. Al seguir hablando, la voz contenÃa más emoción.
-Los metamorfos de la Tierra... tienen un duro destino. Prejuicios, discriminación, y hay poco que el Estado pueda hacer para ayudarles, porque de hecho no encajan. No pueden encajar. Piensa en cómo los selenitas, los afortunados, tampoco encajan.
Una vez más guardó silencio. Ãl esperó. Los viajeros espaciales aprendÃan a ser pacientes.
-Forman sus organizaciones, sus sociedades... incluso culturas, o gérmenes de culturas -siguió diciendo-. SÃ, parte de lo que hacen es ilegal, pero cualquier vÃctima es por lo general otro metamorfo, y a menudo no hay vÃctimas, es una cuestión de ayudarse los unos a los otros hacia una vida que sea mejor para su especie. La mayorÃa de los distintos lÃderes intentan formar una... comunidad, una forma en que todos los metamorfos puedan cooperar, abierta y legalmente. No es fácil, no se ha progresado mucho, y podrÃa ser imposible, pero hay que intentarlo, ¿no? En eso he estado trabajando, en nombre de mi gente. -Ãl se preguntó si ella misma, bajo la máscara, serÃa una alteración. ¿De qué estirpe? Si no era asÃ, ¿a qué nivel se identificaba con una de esas especies, y con cuál?-. Me ha llevado a lugares extraños, sÃ, me han iniciado en ciertos secretos, porque necesitaba la información para poder volver a casa y proponer a mi gente el mejor curso de acción. No me preguntes demasiado.
-Tengo que preguntar algunas cosas -dijo-. Tú has reaccionado con rapidez. Están muy bien preparados para reaccionar contra las... acciones oficiales. No me suena muy legal.
-Admito que algunas actividades son secretas -contestó-. Nosotros, los lÃderes con los que he tratado, intentamos eliminarlas, pero mientras tanto, tenemos que colaborar con los... puedes llamarles jefes de banda si insistes, pero la verdad es que sus seguidores, personas decentes y normales, confÃan en ellos. -Después de otro silencio-: Las guerras de bandas casi han terminado por completo. Y las persecuciones directas y los ataques en masa llevados a cabo por humanos genéticamente puros. Pero la historia de los metamorfos recuerda, y enseña a los metamorfos a estar preparados.
También, pensó, el mantenimiento de la protección y la estructura comunal eran factores morales muy importantes por sà mismos, dando cohesión, esperanza y sentido a la vida. Fireball...
Norton se hundió en el asiento.
-Please, estoy agotada -susurró-. ¿Podemos descansar durante un rato?
Sintió compasión.
-Claro. -Sintió cómo sus propios huesos se volvÃan lÃquidos. El coche siguió moviéndose, kilómetro tras kilómetro, en general, por entre la oscuridad y las ruinas. Después de un rato, Kenmuir se obligó a dejar de mirar la hora.
Norton estaba apoyada contra la esquina, con los ojos cerrados, quizá dornúda. Se habÃa ajustado el poncho, revelando una buena figura. Una persona asombrosa, formidable, pero él tenÃa la sensación ilógica de una vulnerabilidad interior. ¿Por qué estaba metida en aquella causa sin esperanza? ¿Por unas criaturas, fuesen cuales fuesen? No podÃa ser sólo eso. ¿Qué le habÃa prometido Lilisaire?
¿Qué le habÃa prometido realmente Lilisaire a él?
La parada lo sacó de golpe de su oscuridad interior, de vuelta al mundo exterior. Norton se sentó.
-Supongo que hemos llegado -dijo. HabÃa ansia en las palabras. Al abrirse el vehÃculo, ella salió con agilidad, con toda su energÃa recuperada. Era joven, decidió Kenmuir. Ãl mismo se sentÃa agarrotado y congelado. Cincuenta y cinco años no era ser viejo, al menos no en esa era, pero probablemente los años agotaban el espÃritu tanto como en el pasado. La siguió.
El resplandor sobre las paredes le indicó un asentamiento no muy alejado. Sin duda, los edificios que tenÃa frente a él tomaban ¡legalmente la electricidad y el agua. Las ventanas estaban cubiertas por planchas de acero, la fachada de ladrillo parecÃa estar en buenas condiciones, por lo que podÃa ver en la oscuridad, pero los edificios vecinos estaban vacÃos y uno era un montón de escombros.
Norton fue hacia la puerta con una vacilación súbita que no se debÃa a la falta de visibilidad.
-Nunca he estado aquà -admitió-. Sólo lo he visto una vez, en una... una conferencia de la organización, y oà un poco de lo que hace. Diversos trabajos técnicos. -Para gente que quizá no podÃa permitirse un servicio regular, o quizá no desease que el trabajo se conociese, pensó Kenmuir-. Carfax... el agente de Lilisaire que me examinó, mencionó su nombre entre los posibles contactos.
SÃ, pensó Kenmuir, la Guardiana tenÃa más agentes en la Tierra que Norton, algunos de ellos probablemente más activos que ella. Ãl tenÃa toda la impresión de que aquélla era su primera misión para la selenita, porque resultaba ser la mejor cualificada dadas las circunstancias. ¿O porqué era la que tenÃa mayores motivaciones...? Pero los otros reunÃan la información que podÃan, información de todo tipo que, concebiblemente, podrÃa llegar a ser útil algún dÃa. La mayorÃa se referirÃa a la Heterosfera, donde habÃa muchos servicios y vidas fuera de la norma...
La puerta se abrió. La luz salió rodeando la forma de una titán hembra. Les hizo un gesto para que pasasen, y cerró la puerta.
La sala de entrada parecÃa demasiado pequeña para ella. Pero si tenÃas en cuenta la anchura exigida por la masa, era una mujer hermosa, evidentemente de descendencia del Oriente Próximo, vestida adecuadamente con una blusa y pantalones de tartán. Un cuchillo a la cintura, con empuñadura que protegÃa los nudillos, era la única caracterÃstica que desentonaba. Cuando habló, la voz grave sonó educada y bastante femenina.
-Welcome, miss Tam y sir. ¿Ha ido todo bien?
¿Tam? Kenmuir miró a Norton. SÃ, tendrÃa que haberle dado su nombre real al camarero, o éste no habrÃa cooperado.
-Por lo que he podido ver, hemos escapado sin ser detectados -contestó.
-Very well. ¿Le gustarÃa quitarse ese abrigo, sir? La casa está completamente aislada y apantallada. -La titán ayudó a Kenmuir a quitarse la prenda mientras añadÃa-: Mi nombre es Soraya. Please, sÃganme. -Dejó la malla sobre una silla y entró en un pasillo, tan usado que el viejo suelo de madera apenas hacÃa ruido. Pero lo sentÃa estremecerse.
Al fondo de la casa, una puerta moderna se abrió. La cámara al otro lado también pertenecÃa al presente, aunque estaba atestada. DebÃan de haber demolido varias habitaciones para crear un espacio tan grande. El techo resplandecÃa blanco sobre estantes, armarios, bancos, consolas, aparatos de fÃsica, quÃmica, biologÃa, medicina, computación y cosas que Kenmuir no pudo reconocer. A pesar del sistema de ventilación, el aire olÃa ligeramente acre, olores de lo que sucedÃa allÃ. Algo hacÃa tictac de fondo.
Un hombre se levantó de una terminal de ordenador. Era un quimi, carente totalmente de pelo, con la piel de un negro obsidiana. El cuerpo esbelto, el cráneo y la cara largos, los pálidos ojos nórdicos.
VestÃa poco más que una bata sobre camisa y calzas, pero de alguna forma eso le hacÃa parecer imperial. Pero habló en voz baja, con una voz aguda.
-Good afternoon, miss y sir. ¿Desean sentarse? -Señaló unos taburetes altos. Estaba claro que no iba a darles la mano, inclinarse o saludarles de ninguna otra forma-. ¿Desean tomar café?
-Thank you, no -dijo Norton-. Estoy demasiado nerviosa. -Se volvió hacia Kenmuir-. ¿Tú?
-Yo tampoco -contestó, muy sinceramente. Algo húmedo le hubiese venido muy bien, por lo seca que tenÃa la boca, pero no querÃa retrasar más el asunto y se preguntó, además, si podrÃa realmente tragar algo. El cansancio se habÃa convertido en tensión. Como Norton, se sentó. Soraya se quedó a sus espaldas.
-Soy Iscah. -Frente a ellos, el hombre cruzó los brazos, se inclinó sobre un banco de laboratorio y habló metódicamente-. Asumo que usted, miss, es Alice Tam, también conocida como Aleka Kame. Es prudente asegurarse. ¿HarÃa el favor de quitarse la máscara? Soraya la ayudará.
Norton-no, ¿Tam?-vaciló por un instante, luego asintió. -Bien podrÃa hacerlo, supongo. -Acompañó a la titán por un sendero laberÃntico hasta una camilla médica y un mostrador.
-Es igualmente seguro desde su punto de vista -comentó Iscah al pasar-. Si realizan preguntas entre los parroquianos del Asilo, obtendrán una descripción suya con el disfraz. Asumo que no encontrarán ninguna razón para relacionarla con la persona real... -sonrió- en la medida en que «real» tenga algún sentido en este contexto.
-Oh, soy Aleka, vale. -Miró por encima del hombro-. Al menos lo era la última vez que miré. -El desesperado intento de hacer un chiste conmovió a Kenmuir.
Iscah se centró en él.
-¿Cómo debo llamarle, sir?-preguntó.
El astronauta lo pensó. ¡Qué Q!, él no era un personaje en un thriller histórico de la multi, con la exigencia de actuar de forma misteriosa. Dijo su nombre y profesión.
-Y me gustarÃa saber de qué va todo este lÃo -añadió. La dureza le sorprendió. No era su estilo normal.
Iscah permaneció impasible.
-Compartimos ese deseo. Intentemos comprender. ¿Qué me puede decir de la situación, capitán?
Kenmuir tragó saliva. ¿Qué debÃa decirle, en aquel antro de lo grotesco?
-Adelante erijo la mujer que se hacÃa llamar Aleka-. No hay nada de qué avergonzarse. -Después añadió-: Y no actuará a ciegas, ¿verdad, Iscah? Además, sospecho que revelar el asunto molestará a esos bastardos.
En esto por un penique, en esto por una libra, pensó Kenmuir, remontándose a libros que tenÃan ya siglos y que le habÃan aliviado ciclodÃas en el espacio. Pero... sonrió con arrepentimiento.
-Me temo que tengo poco que decir-dijo. Es más, con unas pocas frases contó su historia-. A pesar de la animosidad de Lilisaire contra la Federación, no tenÃa ni idea de que la policÃa fuese consciente de mi existencia hasta que la señorita Nor... Tam me hizo salir.
-Animosidad -murmuró Iscah-. Me puede gustar un hombre que usa palabras de ese tipo.
-Tampoco tengo deseos de convertirme en un fugitivo -afirmó Kenmuir-. Si el gobierno intenta detener este asunto, debe de tener una razón.
-¿Necesariamente una buena razón? -retumbó Soraya. Sacó instrumentos de una caja.
-Primero recojamos los datos que podamos -dijo Iscah. Se levantó y caminó-. Por aquÃ, please.
HabÃa equipo electrónico por toda una pared. Kenmuir reconoció el primer objeto que recogió Iscah, un escáner de campo magnético. No podÃa ver la lectura mientras se movÃa sobre su pecho, y el rostro de medianoche de Iscah se habÃa quedado sin expresión. Al otro lado de la habitación, Soraya trabajaba con una delicadeza increÃble en aquellas manos gigantes, separando la piel de la máscara viva de la piel de Aleka. PodÃas hacerlo solo, y sin duda Aleka asà lo habÃa hecho, pero quitársela sin ayuda llevaba mucho tiempo si no querÃas dañar el delicado organismo.
Una pareja peculiar, pensó Kenmuir. Una titán, alterada genéticamente para tener fuerza y resistencia, creada como fuerza de infanterÃa para penetrar allà donde no podÃan penetrar las máquinas de guerra; un quimi, resistente frente a la radiación y la contaminación que matarÃan o enfermarÃan a un humano normal; ambos descendientes de unos pocos antepasados creados por ingenierÃa genética para lidiar con circunstancias que hacÃa tiempo habÃan desaparecido junto con los gobiernos y los fanatismos que los habÃan necesitado. Seres obsoletos, carentes de propósito, más que el que podÃan ellos mismos dar a sus vidas. Ãl apenas podÃa imaginar cuál serÃa. Estaba claro que Soraya era algo más que una guardaespaldas. ¿Era Iscah algo más que un técnico? ¿PodrÃan incluso ser amantes? Al principio, la idea parecÃa depravada, luego conmovedora, finalmente, trágica.
Varios instrumentos se habÃan ocupado de recorrer su persona. Iscah dejó el último de ellos, retrocedió y asintió.
-TenÃa usted razón, miss Tam -dijo, todavÃa imperturbable-. Lleva un espÃa.
La idea apenas habÃa tocado la mente de Kenmuir. La afirmación le golpeó como un puñetazo. Trató de recuperar el aliento.
-¡No, es imposible! -gritó-. ¿Cómo podrÃa alguien... no? La mirada de color hielo se posó sobre él.
-Déjeme explicárselo -dijo Iscah-. No es una técnica pública, pero parte de mi negocio consiste en saber cosas asÃ. Se le introdujo un conjunto de ensambladores moleculares. Puede considerarlo como un seudovirus. Evidentemente, el servidor en el salón lo puso en la bebida que le dio. Una sola gota de lÃquido serÃa más que suficiente para contener toda la nanomasa necesaria. Supongo que la dosis estaba dentro en un dedo sustituido. ¿Después se sintió ligeramente enfermo y algo febril...? Eso pensaba. El seudovirus tomaba material de su torrente sanguÃneo para multiplicarse. Cuando creó suficientes ensambladores, se pusieron a trabajar, una vez más empleando materiales de su cuerpo: carbono, hierro, calcio... No le aburriré con la lista. El proceso era inofensivo per se, porque el dispositivo que construyeron tiene una masa menor que un gramo, cuidadosamente entrelazado con el peritoneo, cerca del diafragma, y usa menos de un microvatio del metabolismo de las células circundantes. En esencia, es un circuito controlado por un ordenador simple con un programa ya establecido, aunque también incluye un transpondedor para las vibraciones de rango sónico.
-No conocÃa esos detalles -dijo Aleka. La voz estaba un poco apagada por la piel que le sacaban de la cabeza-. Simplemente habÃa visto informes de seguidores implantados en gente y animales con propósitos cientÃficos, y el agente de Lilisaire me advirtió que podÃa hacerse de forma clandestina.
SÃ, se le ocurrió a Kenmuir. Lilisaire tendrÃa en cuenta esa posibilidad. Un truco que ella misma emplearÃa con gusto.
-Esa cosa no puede radiar... lo suficiente para que se distinga a distancia... sobre el ruido de fondo -protestó.
-No, no -contestó Iscah-. Lo que hace es detectar una lÃnea normal de transmisión que esté cerca, lo que implica casi cualquier lugar de la Tierra, y pincharla con una microseñal, una modulación superpuesta. Se necesita equipo especial para recuperar, amplificar e interpretar un efecto tan débil; pero el cibercosmos no carece de equipo especial. De esa forma, sigue sus movimientos, incluso desde el aire, porque todo vehÃculo debe mantenerse siempre en contacto con Control de Tráfico. Y envÃa lo que dice. Y para escuchar lo que oye, ha establecido una lÃnea con su canal auditivo, una fibra submicroscopica, se lo aseguro. Las interrupciones de la vigilancia serán accidentales y transitorias, a menos que se preparen deliberadamente, como hemos hecho con usted.
La furia estalló en Kenmuir. De pronto creyó entender lo que significaba que te violasen. No es que hubiese dicho o hecho nada Ãntimo en los dÃas anteriores. ¡Pero aun asÃ!
Vagamente, escuchó cómo Iscah meditaba en voz alta.
-Me pregunto si el espÃa pudo fisgar en usted cuando estaba en el interior de la Mansión Guthrie. He oÃdo que ese sitio está bien apantaIlado, y ha mencionado que se le dejó una lÃnea segura para pedir más
instrucciones. Es de suponer que el número al que llamó activó también un programa de derivación. Aun asÃ, le sugiero que tenga en cuenta la posibilidad de que ahora el agente de Lilisaire sea conocido.
-Es una violación de los derechos del Pacto -dijo Kenmuir ahogándose-. Yo no di mi consentimiento. Voy a ir directamente al defensor más cercano... -Se sofocó con sus propias palabras.
-¿Y qué? -preguntó sardónico Iscah-. ¿Espera que se busque y castigue al malhechor? Son agentes del gobierno, recuerde. -¿Porqué? ¿Por qué?
-El secreto debe de ser muy importante -dijo Aleka-. Lo que implica que Lilisaire tiene razón sobre su valor.
Ya sin la máscara, se acercó hasta los hombres. Kenmuir la miró fijamente. También se habÃa quitado el poncho, dejando al descubierto un cuerpo de músculos duros bajo espectaculares curvas, vestido con una túnica simple y pantalones. Los rasgos eran casi igualmente llamativos. Era como si cada lÃnea de sangre de la Tierra se hubiese fusionado, de forma armoniosa y vibrante. Claro está, cualquiera que pagase por bioescul podÃa tener el rostro que desease, pero estaba seguro de que el de ella era natural. Sólo la naturaleza tenÃa la originalidad para crear todas las pequeñas irregularidades y rasgos únicos que le daban tanta vida.
-¿Qué vas a hacer para que se haga justicia? -le desafió. Perdió toda la energÃa. Dejó caer los hombros.
-¿Qué puedo hacer? -murmuró-. Estoy marcado. Un médico tendrÃa que sacarme esta cosa.
-Eso requerirÃa al menos un dÃa, probablemente más, en una clÃnica donde tengan mejoras curativas -dijo Iscah-. Yo no lo tengo, e ir allà serÃa como entregarse. Por suerte, puedo montar un resonador que quemará el circuito sobrecargándolo. No le producirá ningún daño significativo, considerando lo bajos que son los niveles de energÃa. Cualquier incomodidad será breve y ligera. Más tarde, cuando le sea conveniente, podrá someterse a cirugÃa. Yo, la verdad, no me tomarÃa la molestia. Los restos estarán inertes y no se apreciarán.
Reconfortado, Kenmuir se puso derecho. -¿Entonces qué?
-Hablaremos de eso -dijo Aleka-. Ustedes dos nos ayudarán, ¿no?
Soraya se unió a ellos.
-Claro que lo haremos -resonó sobre sus cabezas como un trueno de verano.
-¿Por qué? -dijo Kenmuir vacilante. Iscah lanzó una carcajada reseca.
-A su debido tiempo, le presentaré a la dama Lilisaire una sustanciosa factura.
-No, me refiero al riesgo...
-Aquà ya vivimos con el riesgo -dijo Soraya con tranquilidad-. Tengo la sensación de que esta apuesta vale mucho la pena.
-¿Lo vale? -se preguntó Kenmuir-. ¿Qué puede ganar usted, su gente?
-Quizá nada. Quizá mucho. Ya veremos.
Ãl miro a los ojos de todos ellos. La furia le habÃa abandonado, excepto como un núcleo helado muy en su interior. Se sentÃa confuso, era un hombre de paz, y las dudas volvÃan a renacer.
-No pueden realmente considerar la idea de... derrocar a la Federación. No están ustedes locos. Y yo, yo no participarÃa. Puede que después de todo, haya una excelente razón para mantener el secreto.
-En ese caso -dijo Aleka-, podrÃan habértelo dicho con sinceridad po'e. Hay mucha información cuya divulgación no se permite, pero todos saben por qué. Por ejemplo, cómo alterar a un robot conductor para hacer que el vehÃculo choque contra un objetivo. Pero no, penetraron en ti, por hacer preguntas perfectamente legÃtimas, antes de que siquiera empezases a hacerlas. -Permaneció en silencio un momento. El tictac oculto parecÃa más alto que antes-. Yo tampoco deseo la anarquÃa. -Bajó la voz-. Pero creo que nos hemos topado con una conspiración criminal.
-¿Y nosotros solos nos enfrentaremos a ella? -se mofó él.
Ella se acercó y le tomó las dos manos. Eran cálidas y firmes; tenÃa algunas callosidades.
-Escucha, te lo ruego. Quizá, en algún momento, debamos ir a las autoridades competentes. Pero ¿quiénes son? ¿Qué podemos demostrar? Que fuiste espiado... por alguien a quien no podemos en contrar. Alguien con una posición lo suficientemente alta como para golpearnos y luego enterrar la historia. Necesitamos más información ante de salir a la superficie. Creo que sé dónde y cómo buscarla. Al menos acompáñame hasta ahÃ, Kenmuir. Eres un hombre, un hombre libre. ¡Ven!
Libertad, Lilisaire y una recuperada sensación de ultraje por vengar. Si le habÃan hecho eso a él, ¿qué podrÃan hacerle a otros? Retrocedió en su mente por la historia, recordando terrores que podrÃan haberse evitado al parecer pero que, sin embargo, habÃan crecido y
crecido. ¿Qué habÃa dicho Burke? «Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada.» Algo similar.
¿Se habÃan encontrado realmente con el mal? ¿Cómo podrÃa llegar a saberlo sin intentar descubrir la verdad? Si podÃa. Aleka creÃa que era posible, y ella tenÃa más información que él, y...
-Muy bien -se oyó decir, y vio la alegrÃa estallar frente a él-. Por un tiempo, reservándome el derecho a irme cuando quiera.
... y, la carcajada de un demonio resonó en su cabeza, se sentÃa infernalmente curioso por ese secreto que se remontaba a los remotos orÃgenes del mundo de Lilisaire.
18
La madre de la Luna
Lars Rydberg pronto se habÃa acostumbrado a sentirse en casa cuando iba a visitar a su madre y su padrastro, más que en cualquier otro lugar, incluyendo a la anciana pareja que le habÃa criado y le habÃa dado amor. Los Beynac eran gente del espacio, gente de Fireball. Las misiones que le apartaban de ellos, por lo que rara vez los veÃa en carne y hueso, también le unÃan a ellos.
En aquella ocasión, la gran pantalla del salón reproducÃa una grabación del Archipiélago de Estocolmo. En la Tierra, su gran placer era navegar. Las olas bailaban y rielaban por entre los islotes; el viento agitaba las copas de los árboles, hacÃa que las nubes corrieran por el cielo azul y sobre los barcos que bailaban bajo el cielo. Los sonidos eran suaves, murmullos y silbidos. El ciclo de aire se habÃa establecido en un aroma de sal y luz solar para unirse a los perfumes de las flores de Dagny. Ella querÃa alegrarle. Hoy todos lo necesitaban.
Más o menos todo habÃa salido como ella querÃa, desde el momento en que le habÃa dado la bienvenida. Cierto, rara vez sonreÃa, pero siempre habÃa sido solemne y poco dado a demostrar sus sentimientos. En ese momento estaban sentados con bebidas, escuchándole hablar de su último viaje. En total eran cuatro. Jinann, la más joven, todavÃa vivÃa allÃ.
-... nada especial en el viaje de ida -dijo-. El habitual vuelo largo y aburrido.
-Pero nos dijiste que era urgente -le interrumpió Jinann-. ¿Porqué no fuiste aun g durante todo el viaje?
Jinann sabÃa menos de esas cosas de lo que era habitual entre los habitantes de la Luna. Se interesaba por el arte, especialmente los trabajos de joyerÃa con los que empezaba a ganarse bien la vida, por los hombres, una serie de tormentosas relaciones; y, paradójicamente, por la búsqueda de la verdad y el sentido. A pesar de todo eso, se mantenÃa más cerca de sus padres que el resto de la prole y era la que tenÃa el aspecto más terrestre; a los veinticuatro parecÃa una joven Dagny Ebbesen.
La mirada de Rydberg fue discreta pero inconfundiblemente agradable.
-Con tanta masa, el coste del combustible hubiese sido ridÃculo considerando el tiempo que se hubiese ahorrado.
Dagny recordó los últimos cambios del lenguaje. «Combustible» ya no significaba simplemente antimateria, sino también el material de eyección que ardÃa como una antorcha. Aunque estaban apareciendo capacidades mucho mejores, también debÃa recordar que la cosa iba muy lenta, que el capital invertido en naves más antiguas no podÃa simplemente tirarse a la basura... Pensaba con palabras de Guthrie. Sintió una puñalada de dolor.
Volvió a concentrarse en Rydberg.
-... y tenÃamos peso total constante una vez que hicimos girar el casco.
Los ojos de Jinann se abrieron aún más. Al sentarse más recta, su pelo pasó como una llama sobre la imagen de nubes y agua.
-SÃ, ¿una nave araña? Son una verdadera belleza. He tenido la idea de diseñar un broche con esa forma, con un minimotor para hacerla girar, pero le faltarÃa un universo alrededor.
-¿Te gustarÃa ver la nuestra? -preguntó Rydberg. Bajo su actitud reservada, pensó Dagny, sentÃa más por la gente de lo que dejaba traslucir, o quizá de lo que sabÃa-. Si voy a enseñarte mis imágenes, bien podemos empezar por ésa. Es un están estándar, lo habrás visto igual cientos de veces. Pero es... alegre.
-Nos vendrÃa bien algo de alegrÃa, maldición -gruñó Edmond Beynac. Alargó la mano y la cerró sobre la de Dagny.
-Calla -le murmuró. No fuese a romper la frágil atmósfera de la sala. Por otra parte, su preocupación le alegró ligeramente el corazón.
Ãl también sentÃa la pérdida... ¿quién no la sentÃa...? pero sabÃa lo profunda que era para ella.
Rydberg mantuvo un tono neutro.
-Una nave grande envÃa de forma rutinaria un analizador para observarla desde fuera, para suplementar sus instrumentos y sensores, asegurándose asà de que todo esté en orden.
El espacio no perdonaba, pensó Dagny. Los recuerdos repasaron los años, los muertos y los que habÃan estado a punto de morir. Rydberg se sacó un banco de datos de bolsillo de la túnica y activó la pantalla multiceptor. Ante ellos apareció lo que un diminuto robot habÃa grabado mientras volaba por ahÃ. La distancia aumentó, el casco se convirtió en una lágrima entre la oscuridad y la frialdad de las estrellas; los cuatro cables de fulerenos, cada uno extendiéndose un kilómetro desde su cintura, formaban una tela de araña y las cápsulas en sus extremos eran unos centelleos. Giraban como la aguja pequeña en un viejo reloj, midiendo el tiempo mientras caÃan por entre los planetas.
-Maravilloso.
Rydberg sonrió un poco.
-Algo menos maravilloso es vivir en ella.
Acercó la imagen, rotando sincrónicamente. Un hombre descendÃa, radialmente hacia el exterior, por medio de travesaños en el tubo flexible de aire que estaba situado junto al cable. La cámara lo siguió hasta una cápsula, en la que entró. Otra escena sucedió a la anterior, mostrando la zona habitable reducida y estrecha.
-Aquà estoy yo. -HabÃa pocas instalaciones para hobbies. Rydberg en la imagen estaba sentado frente a un banco de trabajo, empleando diversas herramientas para tallar a mano un trozo de madera. El plano se centró en el diseño, hojas y vides entrelazadas-. Será el friso de un armario que construiré en la Tierra.
-Ah, ¿para tu casa all�-preguntó Beynac.
-Para el hogar que espero tener allà -suspiró Rydberg-. Estoy cansado de los apartamentos.
SÃ, pensó Dagny, no le quedaban muchos años en el espacio. Si empezabas siendo joven, acababas medio joven. No importaban los tratamientos médicos para la longevidad, ni siquiera los avances robóticos que hacÃan que la lentitud y fragilidad humanas fuesen casi irrelevantes. Más allá de cierto punto, ninguna biotecnologÃa podÃa compensar los daños acumulados por radiación. Algún dÃa se perfeccionarÃa una pantalla electromagnética, para desviar los rayos cósmicos y el viento solar. Cincuenta años era la edad habitual para dejarlo, para asegurar una vida normal y saludable después. Ya tenÃa algún pelo blanco... TenÃa mucha menos importancia que el de 'Mond estuviese casi blanco, mientras que el de ella seguÃa siendo rojo, no tanto por vanidad como por desafÃo. HabÃan pasado la mayor parte de sus vidas en el interior de la Luna, mucho mejor protegidos.
Volvió a mirar la escena. Quien la hubiese estado grabando, sin duda por petición de alguien, se retiró para abarcar un campo mayor. Apareció una mujer atractiva detrás de Rydberg, se inclinó para ver qué hacÃa y le puso una mano sobre el hombro.
-Mm, ésa es Leota Mannion, de Norteamérica, una de las ingenieros que llevábamos-dijo un poco demasiado deprisa.
Dagny se alegró.
-Es muy amigable -señaló. Rydberg apartó la vista. -Bien, en una misión larga...
¿Una posible esposa para él? Realmente deberÃa empezar pronto a tener hijos. Sobre todo siendo astronauta. Dagny no estaba convencida de que los nanorreparadores pudiesen arreglar por completo un ADN mutado. No es que ella y 'Mond no estuviesen teniendo nietos y no esperasen más -de Brandir y sus dos esposas, de Verdea y Zarenn (antes Jiang Xi) con el que se habÃa casado en una extraña ceremonia, de Kaino en su comuna (aunque allà serÃa preciso un análisis genético para saber quién era el padre de quién, aunque a nadie parecÃa importarle), de Temerir y su colega Hylia (antes Olga Vuolainen), y quizá de Fia y Jinann en el futuro... Pero Lars era el humano de la Tierra.
EstarÃa bien que tuviese una esposa de Norteamérica. Claro está, cada vez habÃa más gente en el paÃs que tenÃa la opinión de que la república constitucional no estaba tratando bien los problemas. Pero podÃas mudarte al extranjero si era necesario. Aunque Lars ya no era exactamente joven, tampoco era demasiado viejo para empezar de nuevo. TodavÃa le quedaba mucha vida por delante, unos setenta y cinco años estimados si seguÃa el programa médico y no sufrÃa ningún accidente...
¡Oh, si Tanso hubiese nacido más tarde y se hubiese podido beneficiar del tratamiento completo y tener al menos ese tiempo extra! Pero en ese caso, todo habrÃa sido diferente, Dagny nunca le hubiese conocido, es más, nunca hubiese existido...
Parpadeó para lavar las lágrimas y escuchó lo que decÃa Jinann.
-¿Realmente en un viaje os apartáis de todo? ¿Sin darle al viaje espacio para samadhi?
El tÃpico afán de la juventud, pensó Dagny. Una ligera y confortadora sonrisa apareció en sus labios. Jinann habÃa sido budista, después de ser cosmocista; últimamente vagaba y meditaba a solas bajo las estrellas de Selene. ¿SerÃa algún dÃa la profeta de su especie?
-Ya tenemos suficiente del universo en el trabajo -dijo Rydberg-. Aquà está el final del viaje, más allá de la órbita de Saturno. La cámara habÃa registrado un pequeño cometa. Al principio no parecÃa muy impresionante, más bien bastante feo, un montón oscuro y basto sobre el glorioso fondo de la galaxia. Cuando la secuencia se acercó, comprendÃas con los sentidos asà como con la mente que «pequeño» tenÃa otro sentido en aquellas profundidades: muchos miles de millones de toneladas de roca, gases congelados, y hielo, hielo. La imagen recorrió la superficie agujereada hasta el conjunto de obras humanas. Lo que los robots habÃan construido para los ingenieros tampoco era pequeño. Esos edificios, máquinas y altas estructuras hubiesen destacado sobre cualquier paisaje.
La imagen se detuvo. Rydberg activó un puntero para mostrar dónde las vigas se torcÃan o retorcÃan.
-Se puede ver cómo los cimientos han cedido bajo la masa-dijo. Un daño que excedÃa la capacidad de reparación del sistema o sus asistentes mecánicos-. Probablemente recordéis de las noticias que lo produjo un temblor intenso, causado por la tensión continuada de la reacción.
-Les dije a esos malditos idiotas desde el principio que debÃan estudiar el interior del cometa a fondo antes de empezar a construir. Téte de merde!
-Bien, fue una apuesta, como dirÃa Leota Mannion -contestó Rydberg, principalmente para beneficio de Jinann-. A su distancia original, más análisis hubiesen requerido años de tiempo muy caro. Mientras tanto, su posición se hubiese hecho cada vez menos favorable hasta que la ventana de oportunidad se hubiese cerrado. La decisión fue seguir basándose en lo que parecÃan unos conocimientos razonablemente buenos, y empezar a dirigirlo hacia el Sol.
-Lo sé, lo sé -gruñó Beynac-. Si me hubiesen mandado a mà y a alguno de mis estudiantes, les hubiésemos podido advertir.
Cómo le hubiese gustado, pensó Dagny. HabÃa resuelto muchos de los misterios de la Luna. No le gustaba demasiado completar los detalles; más a menudo, sus viajes de campo le recordaban a un gato montés atrapado en una jaula.
-En realidad, como ya sabéis, se construyeron sistemas de seguridad y los daños no fueron catastróficos -dijo Rydberg innecesariamente-. Lo arreglamos a tiempo. -Nosotros. Dagny estaba ansiosa por ver la grabación de su hijo y su tripulación ayudando al equipo-. Regresó a su nueva órbita-dijo para terminar.
-Para su transfiguración-murmuró Jinann. Rydberg levantó las cejas.
-¿Lo desapruebas? Algunas personas lo hacen.-Afirmaban que habÃa que dejar a los cometas sin tocar, para saludar al Sol con sus llamas de belleza. Pero ése nunca hubiese hecho tal cosa, pensó Dagny. Nunca durante eones y eones mientras giraba por el cinturón de Kuiper, más allá de la órbita de Neptuno y Plutón donde el Sol no era más que la más brillante de las estrellas.
Jinann negó con la cabeza.
-Para nada. Dije «transfiguración».
En vida. Dagny volvió a sentir la emoción. Hielo recogido y traÃdo a Selene, agua, una cosecha más abundante que la de los asteroides, el comienzo de una abundancia que, por fin, darÃa rÃos, lagos, quizá un mar interior, sobre el que habitar; y los seres vivos son en su mayorÃa agua.
No sentÃa mayor orgullo que saber que ella habÃa estado en el frente de aquella batalla: los llamamientos, la polÃtica, los acuerdos y connivencias, los retrasos, desilusiones y trabajosa recuperación, hasta que la Federación Mundial habÃa aceptado que valÃa la pena pagar por un mundo vivo completamente nuevo.
No es que reclamase demasiados honores. Sin Fireball de su lado, los habitantes de la Luna no hubiesen sido más que un puñado de moscas, para ser apartadas si zumbaban.
Su hombre habló por ella, en voz baja. -Tenemos que agradecérselo a Anson Guthrie. -Sà -susurró ella.
La mirada de Jinann se volvió inquieta.
-¿Qué creéis que sucederá ahora que se ha ido? -preguntó. Con alma selenita o no, para ella debÃa de ser como si hubiese caÃdo un gran árbol, dejando un vacÃo en el cielo.
No era exactamente eso para Dagny. Quizá después sà lo fuese. Primero tenÃa que llorar por su Tanso.
-Fireball seguirá adelante, no temas-le aseguró Rydberg-. Tenemos suerte de que no muriese antes de aceptar ser emulado, pero incluso sin eso Fireball conservarÃa su fuerza, su sueño.
-Los sueños pueden morir-dijo Jinann-, y luego la fuerza desaparece.
¿Cómo era la emulación de Guthrie, su fantasma? Dagny temÃa la hora en que se encontrase con él.
-Nos aseguraremos de que no sea asà -le prometió Rydberg. Se volvió hacia Beynac y habló con un vigor que Dagny sabÃa que le protegÃa a la hora de revelar su pena-. 'Mond, antes te prometà algunas noticias interesantes.
El geólogo también se alegró de cambiar de tema. -¿ S�
-Mientras se realizaban los trabajos de reparación, naturalmente, realizamos un intenso análisis del cielo. El nuevo camino del cometa será tan diferente del originalmente planeado que debÃamos asegurar nos de que no habrÃa ningún impacto serio de meteoroide. Cuando el ordenador hubo analizado las observaciones, informó de que no habÃa tal peligro. Sin embargo, yo tenÃa algo de tiempo extra, y recordé tus ideas sobre restos asteroidales en el espacio profundo. Programé una búsqueda de indicaciones que en cualquier otro caso se hubiesen pasado por alto.
Beynac se inclinó hacia delante. -¿S� ¿Qué encontraste?
-Nada pintoresco. El espectro de reflexión, apenas legible, muy ligero, de un objeto que la teorÃa estándar dice que no puede tener la órbita que tiene. Perdonadme, por favor, mientras interrumpo el es pectáculo -le dijo Rydberg a los otros. Pulsó unas teclas en el banco de datos. La imagen del cometa dio paso a una banda de lÃneas apagadas, con números debajo que indicaban longitudes de onda, y más números en columnas. Al fondo habÃa un listado de lo que los cálculos habÃan destilado de los datos.
Beynac miró, medio saltó del sillón, se volvió a hundir y murmuró.
-Mon Dieu. Enfin, enfin -dijo al aire después de un momento-. Pero tiene que serlo. Si yo tenÃa razón, eso debe de serlo. Es sólo que nadie miró como debÃa. HabÃa demasiadas otras cosas que buscar.
Dagny se sintió alegre por él. Le tomó de la mano. -¿Qué significa?-preguntó Jinann.
-Es un asteroide de nÃquel-hierro, en estos momentos a unas treinta unidades astronómicas del sol-le dijo Rydberg-. TodavÃa no tenemos datos para calcular una órbita muy precisa, aunque envié una sonda a gran velocidad y calculé un paralaje. Aproximadamente, el perihelio está a unas cinco u.a. y el afelio a unas cuarenta o cincuenta mil... ultracometario. La inclinación sobre la eclÃptica es de unos cuarenta y tres grados.
La joven no ignoraba la astronomÃa básica, ningún habitante de la Luna la ignoraba, y a veces habÃa oÃdo a su padre hablar de su herejÃa. -Tal cosa no deberÃa existir, ¿no?-dijo.
-No, no, rien lá-bas... nada más allá sino enanos de hielo -contestó Beynac, casi de forma automática, como si hablase en sueños o aturdido-. Según el modelo estándar. Estoy de acuerdo en que es una tonterÃa la idea de colonizar los cometas. Demasiado alejados, muy pocos minerales demasiado enterrados en el hielo. Pero esto... -Dejó de hablar. Miraba frente a él y respiraba con pesadez.
-No puede haber tenido su origen tan lejos, sobre todo con una órbita tan deformada -le dijo Rydberg a Jinann. Hablaba con incomodidad, sin estar seguro de lo que ella ya sabÃa, deseando no insultarla pero tampoco excluirla. Ella le prestó una atención amable. Al margen, Dagny admiró cómo podÃa adoptar una feminidad de mujer terrestre cuando querÃa-. La idea de tu padre, supongo que lo sabes, su idea al estudiar la distribución de tipos de asteroides en el Sistema interior... cree que debe de haber al menos uno más aparte de los diez cuerpos aceptados originalmente entre Marte y Júpiter, con las colisiones reducidas a los que conocemos. -Tragó-. Creo que el objeto que encontramos podrÃa apoyar esa idea.
La cabeza de Beynac se volvió hacia ellos. Qué bien conocÃa Dagny ese humor suyo, su tensión intelectual persiguiendo a una presa a la que cazar.
-Sospecho que esos once empezaron siendo tres -dijo en voz alta-. A partir de ese cuerpo quizá podamos saberlo. Pero no es el grande que se perdió. Es demasiado pequeño. Y semejante órbita es inestable. En unos pocos millones de años, los planetas la cambiarán radicalmente. Mi asteroide mayor y más denso fue exiliado hace mucho tiempo, al comienzo de la vida del Sistema Solar. En caso contrario, tendrÃamos más trozos como el que has encontrado, Lars. No, el tuyo sufrió una perturbación que le envió al interior, probablemente debido al encuentro cercano con un gran cometa. Eso sugiere que el grande sigue ahà fuera, después de todo, no perdido en el espacio interestelar sino en una órbita amplia e inclinada. Quizá algún dÃa podamos encontrarlo. Primero vamos a ese pequeñajo.
Rydberg se encogió de hombros.
-No sé cuándo podremos hacerlo, si podemos. Beynac se mosqueó.
-Hein? -ladró.
Rydberg alzó la cerveza que habÃa dejado a un lado, tomó un sorbo y recuperó el habla.
-La situación actual -luego dijo-. Guthrie hubiese financiado una expedición inmediata, pero era un hombre moribundo, y ahora está muerto. Todo está confuso hasta que su emulación tome el mando, si puede hacerlo. Las facciones dentro de Fireball están maniobrando para ganar ventaja. Los polÃticos pescan en nuestras aguas turbulentas. Oh, incluso en el espacio profundo recibimos muchas noticias y transmisiones, y en el camino de vuelta a casa pensaba en lo que todo esto significa. Además, el proyecto de Alfa Centauri ocupa la mayor parte de los recursos libres de Fireball, y asà será hasta que esté en marcha.
Como debÃa ser, pensó Dagny. ¿No era un lanzamiento a la estrella vecina del Sol el memorial de Tanso para Juliana, por haber sido su visión? Una minisonda de paso, seguida de una pequeña nave versátil llena de instrucciones moleculares para construir robots que realizarÃan las investigaciones cientÃficas en esos planetas...
-Mientras tanto, el asteroide se aleja, haciéndose cada ciclodÃa más difÃcil y caro el llegar a él, hasta que bien podrÃa perderse para siempre.
El rugido de Beynac se convirtió en un bramido. Se puso en pie de un salto.
-¡No! ¡Maldición, no! -Agitó un puño en alto, saltó hasta la pared y regresó y se quedó quieto mirándolos a todos.
-Puedes pedir una beca de investigación-empezó a decir Rydberg.
-Podemos organizar algunas actividades de agitación erijo Dagny.
Se sorprendió cuando Jinann habló. SabÃa que la muchacha compartÃa la amargura de sus hermanos.
-¡Si tuviésemos una nave propia para ir! Pero no, nunca nos han concedido licencias para más que unos pocos orbitadores. ¿Temen que los dejemos caer sobre Hiroshima?
Bien, ¿qué sabÃan sus padres sobre lo que habÃa en el corazón de sus hijos selenitas?
-Conseguir la aprobación probablemente llevarÃa demasiado tiempo -siguió diciendo Rydberg-. Aunque sólo sea porque los robots adecuados están reservados con mucho adelanto. Eso incluye a los que todavÃa no se han fabricado y programado. En todo caso, un humano o dos tendrÃan que ir, para tomar decisiones rápidas cuando el retraso de la transmisión es tan largo. Creo que primero deberÃas probar a ver si puedes fletar una expedición tripulada. Fireball tiene tres o cuatro libres, si puedes pagarlas.
Un hormigueo recorrió los nervios de Dagny.
-Brandir tiene mucho dinero hoy en dÃa. PodrÃamos pedÃrselo a él. Por el honor, o el agrandamiento, de su causa y de Selene, podrÃa estar dispuesto a poner algo. ¿Y quizá por amor a su padre?
-Además de los cientÃficos dijo sombrÃo Rydberg, su Lars, porque le disgustaba el dramatismo-, serÃa preciso una tripulación cualificada. Yo podrÃa reunirla, y actuar de capitán. Eso, si es posible, cosa que no prometo.
-Y yo serÃa el geólogo jefe-dijo Beynac. Todos le miraron.
-¿Qué?-exclamó Rydberg.
-Ya has ganado lo suficiente, papá-protestó Jinann con una voz que no habÃa usado en casi dos décadas.
Dagny se quedó sentada en silencio, recordando ciertos versos.
¿Qué es una mujer cuando renuncias a ella, Yal fuego del hogar y las tierras,
Para ir con la vieja y gris muerte?
En pie por encima de ellos, su'Mond la miró a los ojos. -SÃ, yo dijo.
19
-Despierta, tÃo. No hay que malgastar el tiempo.
Aferrado a los sueños, Kenmuir luchó contra ellos. Se rompieron mientras sentÃa otro seÃsmo. Abrió los ojos. Aleka se encontraba cerca del camastro, moviéndole los hombros.
-Venga, dormilón -le animó-. Nos quedan unas horas. Tenemos que atravesar mares tormentosos.
Parpadeó. El refugio relucÃa ligeramente a madreperla, encerrándole en una pequeña bóveda. El suelo era duro y estaba agrietado, el aire estaba caliente y seco como una momia. ¿Mares?
Recuperó los recuerdos. Le parecÃa casi como otro sueño, la larga fuga desde la casa de Iscah en medio de la noche, él y ella en silencio, durmiendo a ratos, y después de que ella le murmurase unas palabras a alguien, él llegó al refugio. Aleka vino después, situando cerca su propio camastro y ropa de cama, pero ya estaba de pie y asombrosamente refrescada.
Kenmuir miró a su informador. Eran las 13.10. Intentó silbar, pero tenÃa mucha sed. Poco a poco, se puso en pie. Apenas pudo ponerse una manta alrededor de la cintura. Aleka rió.
-Buen chico -dijo-. SabÃa que podrÃas hacerlo si lo intentabas. -¿Qué programa tenemos?-graznó.
-Almuerzo con el father. Sé inteligente, o al menos amable. Más o menos lo tengo convencido, pero quiere conocerte antes de aceptar hacer algo. Es comprensible. -Aleka inclinó la cabeza y sonrió-.
Vale, tendré piedad y te dejaré asearte. -Se volvió, abrió la entrada y desapareció.
¿Father?, pensó vagamente. Oh, sÃ. Entre ellos, Aleka y los dos metamorfos habÃan decidido enviarle a un campo de secanos -disponÃan de sistemas de comunicaciones-y, sÃ, esa tribu en particular eran biocatólicos. En una ocasión habÃa visto un documental sobre esa secta. TenÃa pocos miembros, muy dispersos e intensamente religiosos -¿qué otra fuerza podrÃa impulsar su forma de vida?-, pero no por ello retrógrados. SerÃa mejor que causase buena impresión.
Colgaba una cortina frente al lavabo y aseo portátiles. Vio los salientes que se podÃan conectar a una unidad de recuperación de agua. Las pérdidas debÃan de ser muy raras, exceptuando la evaporación y las fugas accidentales. No, seguro que la transpiración disipaba mucha agua. Con toda la rapidez posible se puso presentable, acabando con una toalla sobre la cara y el cuerpo. HabÃa un cepillo colgando de una cadena. Su última dosis de inhibidor de barba no desaparecerÃa por un tiempo. La ropa que se puso estaba algo sucia, pero no habÃa forma de evitarlo.
Sintiéndose más vivo, salió. El sol brillaba furioso en un cielo que era como metal azul. Apenas podÃa distinguir la luna menguante. No era sorprendente que Aleka tuviese prisa. TenÃan que realizar el contacto mientras todavÃa estuviese sobre el horizonte. Si usaban estaciones en tierra podrÃan alertar al sistema.
Ella le agarró del brazo. El tacto era más alegre de lo que debiera. -Por aquà -dijo. Kenmuir la acompañó por el campamento.
Se habÃan levantado hemisferios de diferentes tamaños, según el número de ocupantes, dispuestos alrededor de una zona que se habÃa dejado despejada. Detrás de ellos, trabajaba un desalinizador portátil en los restos fangosos del Salton Sea. Una desolación blanquigrÃs se extendÃa en aquella dirección. En el resto del lugar, la tierra tenÃa vida; arbustos, cactus, árboles tristes, todo creciendo muy separado en el polvo alcalino. SabÃa que algunos eran nativos, pero la mayorÃa eran metamórficos, diseñados para prosperar en aquellas condiciones y producir comida, fibra, combustible, medicinas. PodÃa ver a algunos individuos, a pie o en miniciclos, inspeccionando, atendiendo, aplicando el equipo que recogÃa los productos. Los vehÃculos que no estaban en uso estaban aparcados a un lado, media docena de camiones, dos voladores, cuatro coches resistentes, aparte del que habÃa traÃdo a él y Aleka.
La neblina del calor emborronaba la distancia. El aire estaba lleno de aromas intensos.
-Hello-dijo cortés alguien que pasaba.
-Eh, good day -respondió Kenmuir. ¿Era correcto? Ãl no era un norteamericano.
El hombre era un tÃpico secano, delgado, de pelo negro, de rostro amarillo marrón, cara amplia, ojos rasgados, nariz aquilina. Una toga con capucha colgaba con orgullo sobre las amplias nalgas. Las mujeres que Kenmuir pudo ver iban igualmente vestidas y tenÃan el trasero aún más enorme. En los niños, las células para acumular agua estaban menos desarrolladas. La gente se movÃa en silencio, con dignidad innata, y hablaban poco. No habÃa muchos por allÃ. La temperatura no les molestaba, pero los que no estaban en el campo se hallaban generalmente ocupados en los refugios. Un recital de grupo con dulces voces de tiple, que venÃa desde una gran cúpula, le indicó qué parte de la actividad era la escuela.
El espacio abierto, lugar común para los encuentros y las reuniones sociales después de la puesta de sol, tenÃa cuatro lámparas en su perÃmetro. En el centro se elevaba un crucifijo de tres metros de alto. La cruz estaba tallada para representar un árbol con hojas, y el Cristo era... bueno, no exactamente metamórfico, pero daba a entender algo extraño... Asombrado, Kenmuir vio que casi parecÃa selenita.
PodrÃa no ser intencionado, pensó el astronauta, pero la idea estaba allÃ. Una fe que buscaba expiar los pecados del hombre contra la
Madre Tierra... Era inevitable, supuso. Cuando se diseñaron los primeros secanos para tolerar condiciones como aquéllas, el desierto todavÃa estaba avanzando. La recuperación posterior robó a su especie un sentido final para la existencia. Asà que algunos de ellos crearon uno propio. Se preguntó si apreciaban la ironÃa que su crédito era lo que les permitÃa comprar las necesidades que no podÃan producir o cambiar por lo poco que producÃan.
¿Era ironÃa? Después de todo, juntaban sus pagos individuales; las posesiones materiales les preocupaban poco; las distinciones se producÃan por los logros personales, fuerza, habilidad y santidad. Quizá la diferencia entre esos neonómadas -recordó que los miembros de esa tribu se autodenominaban legionarios- y su Hermandad Fireball era que ellos vivÃan sus ideales, mientras que sus hermanos jugaban con sus sueños. ¿Quién era más feliz? ¿Quién estaba mejor adaptado al cibercosmos?
-Ya estamos -dijo Aleka.
Un refugio frente a la plaza tenÃa un pez pintado como sÃmbolo sobre la entrada. Ella se acercó y dijo suavemente.
-Hello. Visitors, please.
-Come, in the name of God -contestó la voz de un hombre. Obedecieron. El interior estaba casi tan desnudo como el lugar en el que habÃa dormido: dos camastros, una mesa de patas cortas, una cocina portátil y un estante de utensilios, y el lugar de aseo separado por una cortina. En la parte de atrás habÃa un escritorio primitivo, con estantes que contenÃan varios elementos, incluyendo un lector y un crucifijo en miniatura. Un muchacho preparaba café; el olor le recordó a Kenmuir el tiempo que hacÃa que no comÃa. Cerca del centro estaba sentado un hombre con las piernas cruzadas sobre su gran fundamento. Aunque el pelo era blanco y el rostro muy marcado, mantenÃa la espalda recta. De la cadena que tenÃa al cuello le colgaba un ankh tallado en coral.
-Father Ferdinand, the captain Ian Kenmuir-dijo Aleka. El sacerdote levantó una mano.
-Bless you, my children-les saludó.
-Yo, eh, perdóneme... I do not speak... -Kenmuir dejó de hablar. No para los propósitos actuales.
Ferdinand sonrió.
-Tratamos con el mundo exterior, capitán. -Su anglo tenÃa un ligero acento. Hizo un gesto-. Por favor, siéntense.
Se sentaron sobre unas almohadillas, alrededor de la mesa. Kenmuir se preguntó si la ropa de Aleka allà se consideraba poco modesta. Pero aquella gente no vivÃa aislada, veÃa los multis públicos y recibÃa al extraño ocasional.
-Espero que hayan descansado bien-dijo Ferdinand. Se encogió de hombros.
-Suficiente, espero. -Eso produjo una risa-. Gracias. Sobre la mesa habÃa una garrafa y vasos.
-Tenemos una costumbre de bienvenida erijo Ferdinand. Sirvió agua y se la ofreció. Recordando el documental, Kenmuir bebió en respetuoso silencio junto con los otros.
-Y ahora -Ferdinand rió cuando hubieron terminado-, imagino que lo que realmente desean es café. -Hizo un gesto. El muchacho les llevó una bandeja con una cafetera y tazas, se arrodilló para dejarla sobre la mesa y se retiró.
Kenmuir apenas pudo contener su ansia.
-Father-empezó a decir Aleka después de un minuto-. Le expliqué...
Ferdinand asintió.
-Tenéis poco tiempo, si queréis llamar hoy directamente a la Luna.
-Tienen el equipo.
El corazón de Kenmuir dio un salto.
-Lo tenemos -dijo Ferdinand-. No es que la transmisión precise mucha energÃa. Lo que necesitan es nuestra capacidad de codificación cuántica.
¿Qué hacÃan aquellos vagabundos con comunicaciones a prueba de espÃas?, se preguntó Kenmuir. Pensó en Iscah y Soraya. Evidentemente, los legionarios no eran tampoco tan simples. Mensajes intertribales -quizá rituales y conocimientos reservados para los iniciados de la iglesia, quizá planes de coordinación para tratar con el comercio y la polÃtica de un mundo que, en general, se manifestaba indiferente ante unos pocos excéntricos, o quizá sólo una precaución que permanecÃa desde los tiempos de la hostilidad activa- y los canales de ancho de banda disponibles para ese tipo de cosas eran limitados, asà que sus licencias debÃan remontarse hasta...
Ferdinand siguió hablando con gravedad.
-La cuestión es si debemos concedérselo. Perdonadme. Ni acuso ni insinúo. Pero los pobres como nosotros no nos atrevemos a implicarnos en peleas.
-Nadie tiene que saberlo -dijo Aleka ostentosa.
Ferdinand frunció el ceño. -PodrÃan descubrirlo.
Sà podrÃan, si le capturaban a él o a ella. ¿O los cazadores usarÃan análisis cerebral? No querÃa creer tal cosa.
Tampoco querÃa permanecer pasivo.
-Aleka -preguntó-, ¿qué le has contado a nuestro... nuestro anfitrión?
-No todo ni de lejos -admitió-. Ni tampoco deberÃas hacerlo tú. Father, no hay que poner a su gente en peligro. Lo único que queremos es realizar una llamada confidencial, eh, por una causa digna de su ayuda. -Y luego a Kenmuir-: Le he explicado que trabajamos para cierta asociación selenita. -Bueno, Lilisaire tenÃa sus secuaces, bien podrÃa tener un par de aliados en la Luna-. Intentamos descubrir algo relacionado con el proyecto Hábitat, al que todos saben que se oponen. La información parece haber sido ocultada sin que se haya dado ninguna justificación pública, como exige el Pacto. Debemos llamar para pedir más instrucciones, sin que los responsables puedan detectarnos.
-Si hay alguien responsable -dijo Kenmuir-. PodrÃa tratarse de una confusión.
-O podrÃa tener toda la razón-gruñó Aleka-. Quizá los sofotectos sean todos moralmente perfectos, pero el humano medio puede ser tan corrupto, ambicioso y con las mismas ansias de poder que siempre.
Ferdinand se acarició la barbilla.
-Vuestra historia parece tener más elementos que no me habéis contado -dijo con sagacidad-. No temáis, no voy a interrogaros. Vamos a relajarnos y a hablar de cosas agradables.
El muchacho les sirvió un almuerzo vegetariano. Después de una breve bendición, Kenmuir descubrió que casi toda la comida le resultaba novedosa y estaba sazonada de forma muy exótica. Todo estaba acompañado por un vino blanco bastante decente.
Mientras tanto, por medio de preguntas y comentarios inteligentes, Ferdinand le animó a contarle su vida. Kenmuir a cambio aprendió más sobre los secanos de lo que suponÃa que podrÃa aprenderse. Sin duda Aleka, en una conversación anterior, habÃa descrito de forma similar su propio pasado. Kenmuir realmente deseaba conocer el pasado de Aleka.
-SÃ, podéis llamar. Os guiaré -dijo finalmente Ferdinand de forma práctica.
Kenmuir comprendió con algo de sorpresa que durante la pasada hora el sacerdote habÃa estado calibrando a sus invitados hasta decidir que efectivamente eran lo que decÃan ser.
Recorrieron juntos el campamento. La gente se cruzaba los brazos sobre el pecho al ver a Ferdinand y éste les daba su bendición. Mientras caminaban les iba haciendo comentarios.
-... las ratas del desierto se están convirtiendo en un problema ecológico, pero una enfermedad nueva en los tubérculos de proteÃnas resulta ser la amenaza más inmediata. La vida no va a limitarse a dejar de mutar y evolucionar a nuestra conveniencia, ¿no? Bioservicio ha desarrollado un contruangente, pero quiere estudiar los posibles efectos secundarios antes de dejarnos usarlo... El festival del solsticio... La gente joven nos abandona, en número cada vez mayor. Me pregunto cuántos seguirán con esta dura vida si todos encuentran una alternativa...
El láser se encontraba alojado en un camión que Ferdinand procedió a abrir.
-¿Necesitarán ayuda? -les preguntó-. Puedo enviarles a nuestro oficial de comunicaciones.
Kenmuir miró al interior.
-No, gracias. Conozco este modelo y estoy familiarizado con él. -Era bastante antiguo, pero también lo era lo que quedaba de la flota espacial selenita. Modernizarla hubiese implicado hacerla completa mente cibernética, sin que quedasen humanos atravesando el espacio más que como pasajeros poco frecuentes. PodÃa comprender por qué los legionarios se aferraban a su legión, aquellos que todavÃa lo hacÃan.
-Y yo conozco la clave de encriptación -añadió Aleka. Una clave, entre las muchas que debÃa de poseer Lilisaire.
-Very well, les dejaré a solas -dijo Ferdinand-. Please, vuelvan a cerrar con llave el camión cuando hayan terminado y regresen a mi habitáculo. -Se alejó de ellos, una figura solitaria bajo el amplio cielo.
Kenmuir y Aleka se metieron en el camión y cerraron la puerta. Un incómodo crepúsculo cayó sobre ellos, como si estuviesen en un horno. Se acercaron al dispositivo y permanecieron un momento sin decir nada.
Kenmuir se aclaró la garganta.
-¡Bien! -dijo sobre el fondo de los martilleos de su corazón-. Acabemos con esto antes de que nos sofoquemos.
-El rayo no puede ir directo al castillo-le dijo Aleka-. PodrÃan descubrir su trayectoria, y pronto tendrÃamos a una brigada cayendo sobre nosotros. Voy a saltar al azar entre varios...
-SÃ, lo sé, y en todo caso no soy un deficiente. -Kenmuir se detuvo-. Lo lamento. Eso no venÃa a cuento. Estoy demasiado nervioso.
Aleka sonrió en la oscuridad. Kenmuir vio cómo el sudor empezaba a concentrarse en gotitas sobre el labio superior de la mujer, las formas y el escote entrevistos por la túnica parcialmente abierta, el olor de la carne sana.
-Eres un kanaka 'oi, Kenmuir -murmuró, pasándose la mano por entre el cabello profundamente oscuro y mojado. Suspiró-. Como has dicho, tenemos que ponernos a trabajar.
Tuvieron que afanarse un poco con el teclado. El ordenador era sólo robótico, pero comprendió la tarea y se dedicó a ella inmediatamente. La señal buscó la primera dirección, un satélite de retransmisión en órbita lunar. No se trataba de una estación oficial, sino que pertenecÃa a la SelenarquÃa, un diminuto sistema automático alimentado por energÃa solar. Pasó, según las instrucciones, el mensaje codificado que habÃa recibido, y asà todo el camino, hasta que el último transmisor lo dirigió a Zamok Vysoki. Seguir una señal tan errática hasta la Tierra era poco práctico, y aunque no serÃa difÃcil interceptarla, no tendrÃa demasiado sentido hacerlo. Las leyes de la mecánica cuántica protegÃan el secreto de los ojos de cualquiera que no conociese la clave.
-Me atreverÃa a decir que a alguien le interesarÃa mucho que el Pacto no protegiese los derechos a la intimidad-comentó Aleka. -Se estableció en otra era-contestó Kenmuir algo distraÃdo. Estaba completamente concentrado en la pantalla-. He oÃdo argumentos a favor de enmendarlo para ajustarse a las nuevas condiciones. -¿Para controlarnos más de cerca?
-Mm, hablan de conflictos entre sociedades saliéndose de madre, en ocasiones hasta hacer correr la sangre, y las tramas de algunos para hacer daño a otros... -Desorden humano, sinrazón humana, peligrosos anacronismos.
La pantalla se iluminó. Apareció un rostro selenita. Kenmuir reconoció a Eythil de Marte.
-Capitán -dijo en anglo-. ¿Cómo leva?
-No muy bien, como deberÃa serle evidente -replicó el terrestre-. Mi compañera y yo debemos consultar a la dama Lilisaire.
La imagen se habÃa vuelto impasible, como era la costumbre selenita mientras los fotones volaban por el espacio. Después de tres segundos frunció el ceño y respondió.
-Creo que está descansando -dijo.
Turno de noche; Selene no tenÃa zonas horarias. Kenmuir se preguntó si Lilisaire no se encontrarÃa realmente de juerga, o entregada a algún otro sutil placer.
-Se lo aseguro, es urgente y exclusivamente para ella -declaró-. Si no puede hacerlo ahora, dÃgame cuándo puedo volver a intentarlo. Pero no le prometo que pueda hacerlo.
Retraso.
-Lo comprobaré-dijo Eythil-. Un momento. -La pantalla se puso negra.
-Supongo que podrÃamos quedarnos aquà hasta mañana. -La voz de Aleka sonaba apagada en el silencio-. Probablemente hemos conseguido hacerles perder el rastro. Pero si deciden usar todo el sistema...
Satélites de reconocimiento que podÃan identificar a un hombre en tierra y comprobar si reÃa o lloraba. Búsquedas de datos, que podÃan realizar una lista de todas las personas que en alguna ocasión habÃan tenido relación con Lilisaire, ya fuese directa o indirectamente. Investigaciones en las comunidades. Más búsquedas de datos. Las entradas recientes en el Control de Tráfico sobre qué vehÃculos habÃan ido y a dónde.
-Esperemos no ser tan importantes-dijo Kenmuir. TodavÃa.
El tiempo pasó lentamente. Se encontraron con sus sudadas manos entrelazadas.
Una cabeza y hombros en la pantalla, hermosos como una montaña nevada, intensos como el fuego. Los mechones castaños estaban despeinados, pero los ojos verdes se encontraban completamente despiertos.
-Salud -ronroneó la Guardiana-. ¿Qué deseáis de mÃ? Kenmuir soltó la mano de Aleka. TenÃa paralizada la lengua. Fue ella la que se enderezó e hizo un resumen rápido.
Retraso. Lilisaire sonreÃa al menos un poco. Kenmuir la miraba y la miraba. En el fondo de su mente se movÃan pequeños elementos de información que habÃa recogido: Aleka venÃa de Hawai, se habÃa encontrado con un agente en San Francisco y el agente era un sofotecto (si tenÃa plena inteligencia, ¿qué le impedÃa abandonar la causa selenita y fusionarse con el cibercosmos?); pero frente a él se encontraba Lilisaire. Se agitó. La sonrisa dio paso a la desolación.
-Enfrenté mi ingenio en poderoso combate con el pragmático Venator -dijo, a medias para ella. ¿Quién? Durante un segundo se
vio una sonrisa-. También he tomado medidas para ocuparme de él. Una pequeña artimaña, pero quizá encontremos un uso para el resultado. -Volvió a ponerse seria-. Vuestro análisis es correcto. Es necesario moverse con rapidez, porque en caso contrario estáis perdidos. Aleka, la máquina Carfax te explicó el esquema de mi plan. ¿TodavÃa crees que tiene posibilidades?
-SÃ, si podemos acceder al archivo -contestó la terrestre-. Ahora me pregunto si no estará doblemente protegido.
Retraso. Frente a ellos Lilisaire parecÃa pensativa. Kenmuir se perdió en sus ojos.
-Creo que tengo recursos en ese sentido -le dijo la selenita a Aleka-. Escuchadme. El capitán Kenmuir irá a un lugar donde no es probable que sus perseguidores le busquen pronto. Elige uno que no esté muy lejos de vuestro destino final, el que tú y Carfax habéis discutido. Deja que se quede allà un tiempo mientras tú regresas a... Kamehameha es el espaciopuerto más cercano. He preparado algo que uno de mis agentes llevará en el trasbordador del turno de mañana. Será un terrano. No sé en este instante de quién se tratará exactamente, pero usará el nombre de Friedrich y ocupará una habitación en el Hotel Clarke. Encuéntrate allà con él, recoge lo que te dé y vete al encuentro del capitán Kenmuir. A partir de ahÃ, procede según el plan y tu propio ingenio. -Usaba un tono de satisfacción-. Si descubrÃs la verdad, tendrás lo que te prometÃ, en todo su esplendor.
Se recostó para esperar, como un lince esperando una presa. Aleka tragó saliva.
-Yo, sÃ, lo intentaré -pudo decir-. No sospechan que esté implicada. Nadie me prestará atención. SÃ, lo intentaré, mi dama.
El miedo que Aleka dominaba alcanzó de pleno a Kenmuir. Le perseguÃan a él.
-¿Qué hay de mÃ? -gritó-. ¿Cuál es mi recompensa? Retraso. Calor, sed, deseo, Aleka respirando a su lado. Lilisaire volvió a sonreÃr.
-Ya te lo he dicho, mi capitán -contestó como una canción-. La causa de la libertad y el destino de la humanidad en las estrellas. Pero tienes razón, ésa es una recompensa abstracta, y la situación ya no es tan simple sino que hemos pasado a la lucha. Por tanto, sÃ, ¿serás el jefe de mis actividades en el espacio, y morarás conmigo como un señor entre los selenarcas? Eso te lo daré con todo mi corazón, mi capitán, si vuelves a mà victorioso.
Los segundos pasaron mientras él permanecÃa inmóvil lleno de asombro.
Aleka le dio un codazo.
La decisión no podÃa esperar. PodÃa decir «no», dirigirse a las autoridades y maldecirse hasta el dÃa de su muerte. O podÃa aceptar aquella apuesta loca, saltar a lo desconocido, muy probablemente ganar ignominia o muerte, y en el mejor de los casos, un futuro de interminable pena, celos, intriga y añoranza del hogar... pero ya no tenÃa un verdadero hogar, ¿verdad?
-SÃ-dijo.
Durante el tiempo de retraso miró el rostro de Lilisaire y comprendió, fragmento a doloroso fragmento, que la amase o no de verdad, el deseo que sentÃa por ella era como el deseo que siente un hombre perdido en un bosque por el agua y el fuego.
-Una vez más te besaré dijo ella. Que él supiese, nunca un selenita le habÃa hablado de tal forma a un serrano.
La pantalla quedó a oscuras. Después de un buen rato. -Well dijo Aleka-, ya estamos metidos de lleno en esto, ¿no? -¿Por qué lo haces tú?
-Se trata de una larga historia, y hay que moverse. Primero, salgamos de este horno. -Le tiró de la manga-. Escucha. No deberÃa llevarme más de un par de dÃas hacer lo que me ha dicho. Lo que haré será llevarme el coche que usamos para llegar aquà e ir a Santa Mónica. En el aeropuerto, dirigiré el volador para que vuele hasta aquà y se ponga a tu servicio. Eso será mañana como muy pronto. O, sÃ, primero te compraré una muda de ropa y te lo dejaré en el volador. Y enviaré el coche de vuelta a Iscah y tomaré un vuelo a Hawai. Mientras tanto, aquà deberÃas estar seguro, si te mantienes oculto y te pones una de esas capuchas cuando salgas fuera. Los secanos tienen un código de hospitalidad, y tenemos el favor de su father. Pero una vez que tengas transporte, mejor que salgas corriendo.
-¿A dónde?-preguntó, indefenso en la ignorancia.
-Mm, déjame pensar. Ahora, por si acaso, no deberÃa decirte a dónde iremos cuando nos reunamos. Pero Lilisaire tiene razón, deberÃamos empezar en un lugar a una o dos horas de ese punto. Tampoco conozco la región, pero... Vamos a realizar una búsqueda de datos.
Ferdinand les indicó la cúpula que contenÃa las terminales de ordenador. Estaban destinadas al uso general, pero en aquel momento no habÃa nadie. Aleka inició una búsqueda por comunidades en medio
del continente que estuviesen relativamente aisladas y fuesen autosuficientes. Las predicciones de nubosidades en los próximos dÃas también eran un factor a tener en cuenta. No tardó en tomar una decisión.
-Bramland. Según esto no es un lugar muy agradable, pero por esa misma razón no es probable que sientan simpatÃas por la policÃa. Nos inventaremos una excusa plausible para que se la cuentes a los residentes locales, por qué has ido allà a pasar unos dÃas y por qué voy a reunirme contigo. Pondré algo de dinero en efectivo con esas ropas y lo demás que te he prometido. En general, a partir de ahora, intenta disimular y mantén la boca cerrada. Sé que sabes hacerlo. -Le agarró la mano-. Sé que podemos hacerlo.
¿Descubrir lo que se habÃa ocultado durante siglos? No por primera vez -no por primera vez- la mente de Kenmuir retornó al pasado, buscando a ciegas cualquier pista que pudiese haber en la historia.
20
La madre de la Luna
La vista desde la terraza del café era gloriosa. En lo alto de la colina, Domme -piedras meditando sobre estrechas callejas por las que antes habÃan resonado los cascos de los caballos de los caballeros miraba al valle, por entre bancos, campos y hogares, hacia las crestas en la lejanÃa y el grandioso cielo de verano de la Tierra. Desde el horizonte occidental, el Sol producÃa sombras y luz; el rÃo corrÃa como oro fundido por entre árboles cuyas copas eran de un verde dorado. Soplaba una brisa cálida. Los sonidos del tráfico se oÃan apagados por entre el silencio.
Dagny bebió su vino, un Burdeos lleno de fragancia, dejó la copa, se reclinó y dejó que los ojos saboreasen la escena. Ella y Edmond estaban prácticamente solos en aquel lugar, lo que aumentaba su alegrÃa.
-Hermoso -suspiró-. Me alegro mucho de haber elegido este sitio.
Al otro lado de la mesa, él bebÃa lo mismo. Cuando dejó su copa, ella la oyó resonar sobre la superficie.
-¿No hubieses preferido ir a otro lugar? -Ella también oyó la inquietud en su voz-. No dijiste nada.
Dagny lo miró a los ojos y no dijo nada.
-QuerÃa que tú eligieses -contestó—, y sabÃa que lo que más deseabas ver era tu Dordoña.
-Pero también son tus vacaciones.
-Bien, sabes que me ha gustado esta zona en las otras visitas.-Una forma algo engañosa de hablar, pensó. Sus momentos en el planeta habÃan sido tan escasos, tan breves, y él siempre habÃa estado dispuesto a cumplir sus deseos. ¿En cuántas ocasiones habÃan ido al sur de Francia? Tres, contando ésta. QuerÃa comentar algo sobre ese asunto, pero habÃa otra cosa más importante-. En este viaje he llegado a amarla. -Estaba siendo sincera, aunque comprendÃa que parte de la razón estaba en él, en la alegrÃa que él sentÃa y que le transmitÃa a ella-. Gracias.
Ãl le devolvió la sonrisa. Permanecieron en silencio durante un tiempo. El sol descendió. Unos grajos atravesaron el cielo todavÃa azul.
Edmond se movió. -Dagny..
Esperó, expectante pero sin sentir premura. HabÃa aprendido que era la mejor forma. Aunque era rápido con las afirmaciones, la rabia y la risa, podÃa tener dificultades para expresar sus sentimientos más profundos.
-TenÃa intención de decÃrtelo -siguió después de unos segundos-, pero no estaba seguro de cómo hacerlo. Sigo sin estarlo. Pero debo intentarlo.
-Tus intentos suelen salir bien, mon vieux-le dijo. Le costaba.
-Pronto iré al espacio por ti. -Se apresuró a corregirse-: Es decir, gracias a ti.
Un desmentido podrÃa ayudarle.
-En realidad, le debes mucho más a Lars y a Brandir.
-Lo hicieron muy bien, y se lo agradezco -dijo-, pero tú hiciste que sus esfuerzos diesen fruto. Tú... tiraste de los hilos, retiraste los obstáculos. -Se forzó a reÃr-. ¿No puedes ayudarme hoy con una metáfora?
Dagny se preguntó qué pretendÃa decir. En muchas ocasiones anteriores, él habÃa reconocido sus esfuerzos. Recordó los meses pasados. El gobernador Zhao, sÃ, habÃa sido el oponente principal, al promulgar un decreto que prohibÃa la expedición, insistiendo que se trataba de la ley y que la excepción debÃa obtenerse del Alto Consejo de la Federación Mundial, sabiendo muy bien que eso podÃa ahogar todo el asunto bajo una montaña de comités. Uno de sus problemas es que seguÃa sintiendo aprecio por el viejo bastardo y creÃa que tenÃa buenas intenciones. CreÃa que era más o menos sincero en los peligros que podrÃan aparecer si los selenitas salÃan al espacio en cierto número. Y en cuanto al resto de sus motivos, le habÃa dicho que ya habÃa suficientes nacionalismos, lo suficientemente peligrosos, en la Tierra, sin tener que permitir algo que alentase el crecimiento del tumor en la Luna. Quizá tenÃa parte de razón. Además, al terminar sus conversaciones privadas, Zhao ponÃa algo de música para relajar sus espÃritus y por él habÃa descubierto los últimos cuartetos de Beethoven... De vez en cuando tenÃa necesidad de luchar contra él.
Volvió al presente. Edmond habÃa hecho un chiste. Ella también debÃa intentar aligerar la situación. Sonrió.
-Sé dónde enterraron varios cuerpos. -En realidad, habÃa disfrutado mucho apretándole las tuercas al comisionado Zacharias hasta que presionó al gobernador.
Al ver que Edmond volvÃa a ponerse serio, dejó salir lo que sentÃa. -Y al final, ya sabes, al final llegué hasta... la emulación. A pesar de los problemas que tiene con Fireball, encontró tiempo para moverse fuera de escena y hacer que levantasen la prohibición. -El análogo de Guthrie, el fantasma de Tanso, habÃa recordado... Tragó saliva-. Creo que en general deberÃas agradecérselo a él.
-No fue fácil para ti hablar con él esa primera vez -dijo Edmond-. Nada de esto fue fácil. PodÃa sentirlo. En ocasiones, por la noche, junto a mÃ, contenÃas las respiración.
Lo habÃa sabido. Lo habÃa sabido tanto que no habÃa dicho nada. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Oh, cariño, ya me has agradecido lo suficiente mi colaboración. -Sà -contestó lentamente-, pero nunca antes te he agradecido la razón por la que lo hiciste.
-Por muy buenas razones -dijo con su tono más vigoroso-. La ciencia. La aventura. El deseo de Kaino y el tuyo. Un precedente liberador. Un buen patadón en las entrañas de la Autoridad Lunar. Por todo eso, una causa más que valiosa.
-Mi causa. Yo voy. Estaré lejos durante meses, quizá corriendo peligro. Tú no quieres eso.
Miró directamente el rostro de cromañón.
-Sin embargo, tú sà erijo ella. Ãl asintió.
-Exacto. No me alegra dejarte, pero sà ir. ¿Tiene eso sentido? Odias la idea, pero por mà la hiciste posible. Tú... tú me amas tanto. SentÃa la sangre en las sienes.
-No me relaciono con águilas enjauladas -fue la mejor respuesta que se le ocurrió-. No, osos en este caso. -Se inclinó sobre la mesa y le revolvió el pelo gris hierro-. ¡Viejo oso!
-Sólo... sólo quiero decir... que lo comprendo-murmuró.
-Y yo comprendo que lo comprendes, y eso me hace feliz -dijo, parpadeando para evitar que él viese las lágrimas-. Vale, 'Mond, vamos a divertirnos. TermÃnate la copa y nos iremos a buscar la cena.
El dÃa estaba dando paso a la noche. Al ponerse en pie, Dagny sintió el peso sobre sus huesos. En ninguno de sus regresos anteriores a la Tierra se habÃa sentido tan pesada. Bien, pasar horas en la centrifuga dora e invertir en el programa médico no detenÃa el tiempo. Quizá nunca volverÃa a visitar la Tierra. Pero no hay que preocuparse de tal cosa, se dijo. No, el momento presente era para su hombre.
Sacajawea fue lo mejor que Fireball pudo proporcionarles, un transporte de clase Venus, bien diseñado, de buena estructura, pero no se trataba de una de esas fantásticas y novedosas naves antorcha que hubiesen podido hacer el viaje en un par de semanas. Las naves antorcha eran todavÃa poco numerosas y estarÃan todas ocupadas durante mucho tiempo. El servicio principal de Sacajawea habÃa sido en el Cinturón de Asteroides. Para el viaje a la roca de Rydberg acelerarÃa a menos de un quinto de g, para beneficio de los selenitas a bordo, hasta obtener su velocidad de trayectoria; después caerÃa libre durante más de un centenar de ciclodÃas antes de que llegase el momento de frenar para el encuentro.
En ingravidez durante tanto tiempo, sin que importase lo diligente que fuese con el ejercicio, un terrestre necesitarÃa seis o siete semanas de rehabilitación en la Tierra para recuperar todas sus fuerzas, la masa esquelética y muscular, la coordinación, los reflejos y la quÃmica corporal. Y aun asÃ, se arriesgarÃa a que algunos de esos cambios fuesen irreversibles; la resistencia variaba entre individuos. Un selenita, de regreso a su hogar, lo pasarÃa mejor, pero no se recuperarÃa de inmediato. Para encontrarse con lo que fuesen a encontrarse, Beynac y sus hombres debÃan llegar en buenas condiciones. Además, la gravedad deberÃa ser mucho menor en el destino. Asà que todos pasaban mucho tiempo centrifugándose.
La máquina apenas tenÃa espacio suficiente en su compartimiento para los tres metros de su radio de giro. Unos cables sostenÃan una plataforma estrecha, en cuyo lado opuesto rotaba en sentido contrario una esfera de una tonelada al extremo de un brazo ajustable. Se realizaba la mayor parte de los ejercicios en posición paralela a la base: flexiones, bicicleta, levantamiento de pesas con brazos y piernas. Para los movimientos de pie habÃa que levantarse con mucho cuidado; si el cerebro pierde peso súbitamente en un sesenta por ciento, el vértigo y las náuseases serÃan las menores de las posibles consecuencias, y además habÃa que tener en cuenta la fuerza de Coriolis. Aunque el cinturón y la correa, atados al poste, impedÃan que se saliese disparado, podÃa producirse un accidente que rompiese un hueso. Era una buena idea agarrarse al poste durante las flexiones de rodillas y las sacudidas. Ciertamente era necesario cuando se hallaban cabeza abajo y el corazón bombeaba sangre hacia arriba, más o menos como la naturaleza habÃa decidido.
Beynac era uno de esos pocos que podÃan mantener los ojos abiertos durante el proceso sin marearse. Al estar solo, podÃa ponerse a cantar cuando le quedaba aliento, cuanto más obscena la canción mejor. Sin embargo, no le gustaban esas sesiones; y en microgravedad, exigÃan más tiempo que en la Luna. Al final acabó con todo el repertorio, se calló y combatió la monotonÃa con recuerdos e ideas.
Se remontaron a Kaino.
-Si los selenitas tuviésemos nuestras propias naves, esto no serÃa necesario -habÃa dicho el joven unos turnos atrás, durante la comida-. En todo caso, para nosotros; y para los pasajeros terrÃcolas no serÃa peor que en nuestro mundo. AcelerarÃamos durante todo el viaje. -Si pudieses permitirte una flota de naves antorcha, no tendrÃas necesidad de viajar por el espacio -le habÃa dicho Beynac bromeando-. PodrÃas limitarte a revolcarte en tu riqueza.
Kaino frunció el ceño.
-¿Se limita Fireball a quedarse sentada sin hacer nada? -Sus palabras resonaban con anhelo-. Para ir... Y no comprarÃa las naves, las construirÃamos.
-Incluso asÃ, hijo mÃo, no tiene sentido económico acelerar durante todo el viaje, más que para ciertos propósitos.
-¡Las fabricarÃamos! Pero ¿quién se atreve a darnos libertad? En más de una ocasión Guthrie se mofó del gobierno, pero nunca hizo nada por quitárnoslo de la espalda. Ãl también nos temÃa.
Beynac estuvo a punto de contestar que eso era una tonterÃa. Una empresa de viajes espaciales deberÃa racionalmente acoger con agrado nuevas empresas. La competencia no serÃa un problema; las lÃneas existentes tenÃan más demanda de la que podÃan cubrir. Sin embargo, por poderosa que Fireball fuese, habÃa lÃmites a su influencia. Rydberg se anticipó.
-He examinado los parámetros de la astronáutica selenita-dijo con su estilo metódico-. Si se tiene acceso a la antimateria por un precio razonable, el viaje con antorcha podrÃa llegar a ser rentable para muchos tipos de viaje, si no para todos. Acelerando a un sexto de g constante, una tripulación selenita no requerirÃa tiempo de centrifugadora. Por tanto, podrÃan ir menos, incluso ir en solitario. La velocidad en rotación serÃa proporcionalmente menor que para un g, y por tanto, costarÃa menos en combustible. Por supuesto, el tiempo de tránsito serÃa mayor, por un factor de aproximadamente la raÃz cuadrada de seis, pero eso no representarÃa demasiada diferencia en el Sistema interior. Incluso este viaje nuestro necesitarÃa sólo de un mes.
TenÃa razón en desviar la conversación de los temas polÃticos, pensó Beynac. Cuando seis hombres, dos de ellos selenitas, estaban apretujados durante semanas y semanas, se perdÃan los nervios con mucha facilidad.
¿Hubiese sido mejor haber traÃdo dos o tres mujeres? Era lo habitual en la misiones de Fireball, y realmente en todas las demás empresas espaciales. Pero no, Dagny sin duda tenÃa razón cuando insistió en lo contrario (y fue, eso sospechaba su marido, la que consiguió que la compañÃa exigiese una tripulación totalmente masculina). Dado el temperamento selenita, ya creyeses que fuese genético o cultural, la situación podrÃa ser potencialmente explosiva.
Beynac rió un poco. Ella no deberÃa preocuparse de él en ese aspecto, si realmente se preocupaba. Desde el principio, ella habÃa sido mujer suficiente para él, «y un poco más, como decÃan los norteamericanos.
HabÃa terminado con las obligaciones para con su cuerpo por ese dÃa. PodÃa arrojar aquel manchado y apestoso chándal al limpiador, bañarse con una esponja, ponerse el mono y buscar el camarote y jugar a algo antes de la próxima comida. HacÃa años que no veÃa Las bodas de Figaro. Con auriculares. Era el único hombre a bordo al que le importaba la ópera. Los terrestres de la Luna, aislados de la Tierra y sus hijos, tendÃan a conservar gustos arcaicos.
Tocó el interruptor de parada. Su peso fue descendiendo a medida
que la centrifugadora se detenÃa, hasta quedar colgando en medio del aire entre los cables. Agarrándose, tiró de sà mismo y de la plataforma hasta una barra de apoyo, empleando su cinturón de seguridad para asegurar el equipo de gimnasia, y se dirigió a la puerta.
Se abrió. Ilitu metió la cabeza. -Ah, señor, le esperaba-dijo.
-¿Algo va mal? -preguntó Beynac. Fue consciente de la soledad de la nave, apenas una burbuja de metal atravesando el cosmos. -No. Es que han conseguido una buena imagen del asteroide. Pensé que querrÃa verla inmediatamente.
-SÃ, claro. Gracias.
Beynac siguió al estudiante por el pasillo axial. El detalle le conmovió. No era el primer gesto amable por parte de Ilitu. Era más... vale, más humano, más abierto que la mayorÃa de los selenitas. En ocasiones Beynac se sentÃa más cerca de él que de cualquiera de sus hijos e hijas. Estaba claro que Lars Rydberg, Antonio Oliveira y Manyane Nkuhlu ya habÃan mirado. Kaino flotaba en solitario en la cabina de control. Siempre estaba deseoso de realizar los turnos de pilotaje, incluyendo los de cualquier otro, cuando no se dedicaba a incrementar sus habilidades en un simulador, que habÃa insistido se incluyese en el viaje. Su cabeza pelirroja asentÃa bruscamente, con los ojos fijos en la pantalla. Beynac se acercó, examinó la trayectoria, miró y silbó con suavidad.
El radar ya habÃa establecido las dimensiones del asteroide. Agreste, lleno de bultos, más ancho en un extremo que en el otro, hubiese encajado con comodidad en el interior de un cilindro de unos 300 kilómetros de largo y 100 de ancho. En la máxima amplificación útil, parecÃa diminuto en medio de la noche que lo rodeaba. TenÃa un color pizarroso, punteado de negro, que debÃan de ser las irregularidades más profundas, exceptuando una amplia zona gris cerca del centro. En un extremo sobresalÃa algo parecido a una aguja: un peñasco o un pico, destacándose frente a la noche. La rotación era apenas perceptible. Alejándose del Sol, el cuerpo giraba alrededor de un eje una vez cada cinco horas, como si hubiese sido arrojado por un gigante descuidado.
Detectado en el Cinturón, hubiese sido razonablemente interesante. Pero Sacajawea habÃa tenido que recorrer cuatro mil millones de kilómetros más, casi hasta la zona de los cometas.
-Oui, tu voilá -susurró Beynac, y luego añadió en voz más alta para que todos lo oyesen-: Te hemos encontrado, maldito.
Cuando sonó el timbre, Dagny se dirigió con saltos lunares por el pasillo hasta el vestÃbulo. Vaciló en la puerta. Le martilleaba el corazón. Nadie en Tychopolis consideraba necesaria una mirilla o un escáner exterior. Asà que éste podrÃa ser un visitante casual que se presentase sin avisar... No querÃa que fuese asÃ. En realidad no. Apretó la mandÃbula y abrió la puerta. Más allá se encontraba Hudson Way, un corredor bordeado de maceteros en los que crecÃan rosas sobre espalderas, la entrada de un vecino al otro lado. Con todos los sentidos al máximo, apreció el olor de las flores con la intensidad de un golpe de espada.
El robot que tenÃa frente a ella, de dos metros de alto, poseÃa una figura asombrosamente humana, y sugerÃa una armadura medieval (no, en realidad no, cuando prestabas atención a las articulaciones, los módulos de energÃa, la torrecilla con el altavoz, los sensores sónicos y el anillo óptico). Lo habÃa visto en un noticiario, porque tenÃa una forma única y poco práctica para una máquina, a menos que tuviese el propósito que tenÃa ese dÃa.
Durante un momento, ninguno de los dos se movió. La ciudad zumbaba a lo lejos.
-Hola erijo el robot.
Dagny habÃa oÃdo antes la voz, en los noticiarios, por el teléfono, en sus recuerdos. Era la de Anson Guthrie, no ronca como en sus últimos años, sino fuerte y vibrante. Desafiando toda resolución, sintió que la debilidad se apoderaba de ella.
Luchó por controlarla. -Bienvenido erijo. -¿Puedo pasar?
El robot hablaba con timidez, poco seguro de sà mismo. DebÃa de haber requerido mucho esfuerzo arreglar las cosas de forma que una manada de curiosos no le siguiese hasta allÃ, pero Dagny comprendió que habiendo llegado, tampoco sabÃa muy bien qué decir, y sacó fuerzas de ese conocimiento. «Para eso viniste, ¿no?», se sintió tentada de contestar. Controló el impulso.
-Claro -murmuró, y se hizo a un lado. ¿DeberÃa darle la mano?
El robot pasó a su lado, con un movimiento grácil y un maravilloso diseño tras el metal azulado. Dagny cerró la puerta.
-Thank you-dijo el robot, y se detuvo.
Ella se lo imaginaba analizando la entrada, las paredes recubiertas de roble, el antiguo espejo, la fotografÃa de la costa de Washington, un
diminuto monumento a una Tierra que ya casi apenas existÃa. La torrecilla no se movió. El ordenador en su interior transferÃa la mirada de un par de lentes al siguiente, completando todo el cÃrculo.
Por sà mismo, recordó Dagny, el ordenador tenÃa sólo dos esferas ópticas, que sobresalÃan de la carcasa por medio de pedúnculos. El robot no era su cuerpo, no era eso, no era más que un vehÃculo para usar temporalmente.
De pronto no pudo, no quiso, considerarlo una cosa. Como mÃnimo allà habÃa algo de Guthrie, y él habÃa sido por completo masculino. Por derecho de herencia, la emulación llevaba su nombre. Que también llevase el género.
-La misma disposición que antes -dijo, con un tono algo más tranquilo. Los expertos afirmaban que tenÃa humores, sentimientos, quizá diferentes, pero no menos reales-. Me preguntaba si habrÃas cambiado algo. Ha pasado mucho tiempo, ¿no?
-Sà -le contestó-. ¿Seis años, siete? -Desde la última vez que él, el original, habÃa sido el invitado de Dagny y 'Mond. Después se habÃan visto en una ocasión en la Tierra (cómo habÃa envejecido, pero seguÃa tan animado como siempre) y habÃan hablado de vez en cuando por teléfono casi hasta el final...-. Por aquÃ, por favor. -Lo dirigió por el pasillo hasta el salón.
Se detuvo casi en el centro. Ella habÃa ajustado la pantalla para que mostrase una visión directa, una imagen desde lo alto de la pared del cráter. Un páramo de sombras y salientes suavemente iluminados se extendÃa casi hasta el horizonte. Un colector Criswell se encontraba más allá del horizonte, el único punto brillante en todo aquel territorio. En lo alto, la noche formaba su bóveda, la Tierra menguando en su segundo cuarto, una majestuosidad blanquiazulada. No estaba segura de por qué habÃa elegido aquélla y no una de las usuales imágenes grabadas del planeta madre. Quizá, en lo más profundo, no habÃa deseado fingir, o no se habÃa atrevido.
-Aquà tampoco ha cambiado mucho -comentó Guthrie. Descubrió que ella también podÃa mantener una conversación. -Bien, ya sabes que las viejas parejas casadas adquieren hábitos difÃciles de cambiar.
-No me atreverÃa a afirmar tal cosa de ti y de 'Mond. TodavÃa no. Probablemente nunca. Ãl allá fuera en su aventura espacial. Tú dirigiendo la construcción de Astrebourg y, doy por supuesto, haciendo que la vida del gobernador sea un infierno cada vez que se lo merezca. ¡Nada de fingir! Pero entonces ¿qué? Dagny se mordió el labio.
-No sé qué... ofrecerte... Resonó una risa breve.
-No me ofrezcas una taza de té. -Un gesto con una mano que parecÃa haber sido forjada en un alto horno pero que, en realidad, habÃa crecido en una nanocuba-. Siéntate si lo deseas. -Bajó la voz-. Yo puedo hacerlo. AquÃ, en la Luna, no aplastaré la silla.
-No lo necesito, en serio... aquà en la Luna-dijo. Se quedaron en silencio.
Guthrie lo rompió.
-¿Sigue Carla... Jinann viviendo con vosotros?
-Sà -dijo Dagny-, pero está ocupándose de su taller de joyerÃa. Le dije que llamase antes de venir y que quizá le pidiera que durmiese en algún otro sitio.
-¿Por qué, por amor de Dios? -exclamó, exactamente como lo hubiese hecho el hombre. A Dagny se le rompió el corazón-. Me gustarÃa volver a verla, y a toda tu familia.
-¿De nuevo? -Se le escapó. Se detuvo, horrorizada-. ¡Oh! Oh, Dios, lo siento.
-No lo lamentes-le dijo con delicadeza. -No pretendÃa...
-Sé que no era tu intención. -Discúlpame.
Buscó la mesa donde habÃa colocado una licorera y varias copas. HabÃa varias porque una sola copa o un par hubiesen afirmado lo que se acababa de escapar de sus labios. Temblando, se sirvió un buen trago y se bebió como un cuarto. El whisky le ardió sobre la lengua y la garganta, directo a la sangre. HabÃa supuesto que lo necesitarÃa. -No me has ofendido-le dijo-. No me ando por las ramas con mi situación. -Una risa-. No, nada de ramas.
Aquél habÃa sido el whisky favorito de Guthrie. Ãl se lo habÃa servido por primera vez... ¿hacÃa cuánto? Y Guthrie ya no volverÃa a probarlo, nunca, a menos que fuese en un sueño virtual y electrónico. Dagny se volvió para mirarle.
-No deberÃa ser asÃ-protestó con amargura-. Vieja estúpida. El robot se pasó la mano por la parte baja de la torrecilla, como Guthrie se la pasaba por la barbilla.
-Yo no emplearÃa ninguna de esas palabras. No sólo eres inteligente, sino que sigues siendo una moza hermosa, Diddyboom. Parpadeó y parpadeó. No iba a llorar.
Sin duda él se habÃa dado cuenta, porque se apresuró a añadir:
-Bueno, hoy en dÃa hablo de esas cosas de una forma muy abstracta. Pero tengo mis recuerdos.
-S... sÃ.
-Sus recuerdos -dijo Guthrie, nuevamente serio-. ¿DeberÃa haberlo dicho de esa forma?
-No lo sé.
Dagny tomó otro trago.
-Es cierto. Claro. Llenaron su sistema nervioso de nanoanalizadores, codificaron el resultado, lo emplearon para programar una red neuronal construida especÃficamente para ser el análogo exacto de ese cerebro en particular... Well, no tiene sentido repetÃrtelo. Soy su consecuencia.
¿Cuánto daño podÃa infligir una emulación? Dagny tomó aliento. -Sin embargo, sigues al pie del cañón. -Sus palabras, después de que muriese Juliana. ¿Qué podrÃa consolar a una emulación?-. Porque te hicieron para que fueses él.
-Para ser como él en ciertos aspectos -la corrigió Guthrie-. No más que eso. -Permaneció en silencio durante un momento-. Cuando le llamé en su lecho de muerte, descubrÃ, o recordé, muchas cosas sobre ser un hombre.
Contra su voluntad, Dagny se estremeció. -El mundo es ahora muy extraño, ¿no?
-Supongo que siempre lo ha sido -dijo en tono familiar-. ¿Cómo hubiese reaccionado uno de los hombres de las cavernas de 'Mond si te hubiese visto en tu pueblerina juventud? Lo que cambia es el tipo de extrañeza.
El whisky empezó a calentarla.
-Eres... bastante similar a... Tanso -se atrevió a decir. Quiso creer que él habÃa pensado una sonrisa. -Thank you. Se intenta.
-Porque Fireball te necesita. Todos te necesitamos.
-Ãsa era la idea general. Personalmente, no creo demasiado en Santa Claus, el ratoncito Pérez ni en el hombre indispensable. Pero sÃ, hay varios cabos sueltos que atar antes de que pueda dejarlo con la conciencia razonablemente tranquila.
Dagny sintió un escalofrÃo. -Dejarlo.
-Detenerme -dijo casi a la ligera-. Desconectarme. Borrarme. Como quieras llamarlo.
Dejar de ser. Volvió a beber y obtuvo el coraje para seguir hablando.
-¿Es lo que quieres? -Cuando podrÃa permanecer durante miles de años, quizá para siempre.
En general, el robot permanecÃa inmóvil. En ocasiones parecÃa recordar el lenguaje corporal. Se encogió de hombros.
-Oh, no siento pena de mà mismo. Please, concédeme algo de agallas analógicas. Ãste es todavÃa un universo endemoniadamente interesante. Pero entre tú y yo, y jura por el doctor Dolittle que no lo repetirás, estar vivo era mejor.
Dagny se estremeció. ¡Ella no se emularÃa nunca!
SÃ, él era poderoso. Ante él se abrÃan maravillas que los meros mortales apenas podÃan imaginar. Pobre y valeroso genio.
-Siempre hiciste lo que considerabas tu deber tal y como lo entendÃas, ¿no? -dijo Dagny-. Venir a verme en persona, cuando estás tan ocupado y solicitado, es muy amable por tu parte. Ãse es mi Tanso.
Una vez más, él volvió a hablar con incomodidad, mientras movÃa un pie.
-Mm, mi imagen cuando hago declaraciones públicas... fue un error emplearla al telefonearte, Dagny. Comprendà inmediatamente que era un error, y no he dejado de lamentarlo.
Recordó el dolor, pero era vago, como si fuese más remoto que sólo unos pocos ciclodÃas. Una versión audiovisual sintetizada de Anson Guthrie en su vigorosa mediana edad, controlada por la emulación como el cerebro vivo controla el rostro vivo, podÃa inspirar a miles o millones de espectadores, o acuchillar a una solitaria nieta. -No importa-murmuró.
-No, sà importa, y mi intención es arreglarlo -insistió Guthrie-. No te mereces falsificaciones zalameras. -Levantó las manos en su dirección-. Seamos sinceros el uno con el otro, tú y yo. -El timbre se niveló-. Porque espero que, en el futuro, trabajemos a menudo juntos, al igual que hiciste con él.
¿Ãl?, pensó ella. ¿Un ser separado y perdido? ¿Qué era en todo caso una mente, un yo, un alma?
-Gracias -dijo Dagny-. Te lo agradezco más de lo que puedo expresar.
Ãl habÃa conseguido calmar los fantasmas de su interior.
Con un largo paso de baja gravedad, Dagny se acercó hasta él y tomó las manos entre las suyas. El tacto era un poco frÃo, pero su volumen le recordó las manos de Tanso.
-Oh, Dagny-dijo.
Cuando ella lo soltó, Guthrie la abrazó, con rapidez y delicadeza. Ãsa era la verdadera razón de su visita, pensó. La habÃa amado. TodavÃa la amaba.
Fue un accidente estúpido el que mató a Edmond Beynac. Pero claro, todos los accidentes son estúpidos, como lo es la mayorÃa de la historia.
-No, éste no es el antiguo cuerpo perdido de mi hipótesis -le habÃa explicado a Manyane Nkuhlu después de su primera exploración preliminar. El astronauta sabÃa poco de geologÃa, pero estaba interesado en aprender-. Maldición, lo dejé bien claro incluso antes de partir. ¿No? Eh, bien, estuviste ocupado al principio, y luego no tuviste ninguna oportunidad de escuchar.
»Lo que tenemos aquà es principalmente metales, hierro, nÃquel, etcétera, que se fusionaron en su momento. Eso implica que es parte del núcleo de un cuerpo lo suficientemente grande como para haberse fundido y formar un núcleo... Pero no es ese cuerpo, ¿comprendes? La sección plana es la fractura donde se rompió tras una gran colisión. Pero no creo que la colisión destrozase el gran planetoide convirtiéndolo por completo en objetos menores como éste. Un impacto semejante dejarÃa señales diferentes. Muy posiblemente, el impacto alejó la parte mayor y lanzó los fragmentos a una órbita más excéntrica, que fue cuando Júpiter los atrapó y los envió hacia el exterior. Si no escaparon del Sistema Solar, la nueva órbita debió ser enorme, y durante miles de millones de años, el movimiento de las estrellas ampliarÃan aún más el perihelio.
-¿La nueva órbita? -preguntó Nkuhlu-. No irá a decir que los trozos permanecieron en grupo, siguiendo un camino idéntico.
La mano de Beynac cortó el aire.
-No, no, claro que no. Sin embargo, cada uno de esos caminos debe de haber sido muy similar. Y en la Nube de Oort... sÃ, los cometas de allá fuera son muchos, ¡pero a qué distancias en un volumen tan in menso! Los trozos no sufrirÃan habitualmente ninguna perturbación, sobre todo el más grande. Cierto, poco a poco el grupo se desintegrarÃa. Sin duda un cometa cambió de forma drástica la órbita del que tenemos aquÃ. Ahora su perihelio es apenas mayor que al principio.
»Eso no puede haber sucedido hace mucho tiempo, quizá unos pocos millones de años, porque la órbita actual es inestable. El encuentro se produjo con toda probabilidad cerca del anterior perihelio.
Más cerca del Sol, la densidad de los cometas es algo mayor. Eso sugiere que el cuerpo mayor no se encuentra a su máxima distancia de nosotros. Puede que podamos hacer cálculos remontándonos en el tiempo y tener más o menos una idea de en dónde buscar...
Beynac levantó las palmas y echó atrás la cabeza.
-¡Pero basta de conferencias! -dijo riendo-. Mis costumbres académicas han tomado el control. Te conseguiré experiencia educativa práctica, amigo mÃo.
Ãse podrÃa ser uno entre los factores que, semanas después, se confabularon para destruirle. A diferencia de los otros, el azar no intervino. Con poco personal y equipo, sus investigaciones precisaban de toda la ayuda que pudiese conseguir. Ãl e Ilitu no podÃan ocuparse solos de la penetración, excavación y recogida de muestras. El tiempo en campo abierto se dedicaba generalmente a la exploración en conjunto, la búsqueda de lugares prometedores. En el laboratorio a bordo de Sacajawea preparaban muestras para examinarlas, las estudiaban y reconstruÃan poco a poco una visión del asteroide y su historia. De vez en cuando hacÃan ejercicio en la centrifugadora, se lavaban, comÃan o dormÃan.
La doctrina requerÃa que un hombre que pudiese pilotar la nave de vuelta a casa por sà solo se encontrase siempre en la zona de la sala de control. Eso querÃa decir Rydberg o Kaino. En realidad, a menudo se referÃa a ambos, el primero trabajando para mejorar las habilidades del segundo. Nkuhlu y Oliveira estaban libres.
La situación se habÃa establecido desde el principio. Beynac agradecÃa la oportunidad que tenÃa su hijo, ya que los lÃderes de Fireball empezaban a comprender las ventajas de tener algunos pilotos selenitas. Nkuhlu y Oliveira eran veteranos de las piedras. Se habÃan comportado bien en operaciones con cuerpos rocosos y el traicionero hielo cometario.
Eran técnicos, no cientÃficos o ingenieros. Pero, probablemente, nadie podrÃa haber previsto el peligro. Lo único seguro es que cualquier nueva empresa en el universo se encontrará con sorpresas.
Nunca antes un humano habÃa caminado sobre algo parecido al plano fracturado de aquella astilla cósmica. De unos diez kilómetros de largo y unos veinte de ancho, cortaba transversalmente el irregular cilindro cerca del punto medio. A su alrededor habÃa roca, material más ligero que se habÃa superpuesto al núcleo primordial y se habÃa fijado a él durante la colisión o, inmediatamente después, habÃa caÃdo como una lluvia semifundida. La superficie era oscura e irregular. Las colisiones meteóricas, que la habrÃan desgastado y llenado de cráteres,
eran muy raras en las regiones por las que habÃa vagado el fragmento. Lo plano de la superficie destacaba contra el paisaje rocoso, su brillo ligeramente agrisado por el polvo; los pequeños cráteres, pocos y muy espaciados.
En el extremo del lado de Orión de la cicatriz se alzaba el pico que Beynac habÃa visto desde el espacio. También debÃa de haberse formado durante la colisión, una extraña conjunción de fuerzas en aquel punto en especial. Quizá una onda de choque concentrada por un interfaz de densidad habÃa lanzado el metal licuado hacia arriba, formando una fuente que se habÃa solidificado al elevarse. No se trataba de una montaña, sino de una aguja, oscura, barrocamente retorcida y modelada; 1.500 metros desde la base de pedruscos hasta lo alto, que se elevaba como el pico de un águila sobre la plana superficie de la fractura.
Tras ella, habÃa un desierto de roca con diferentes niveles. Cuando lo recorrÃas a pie, veÃas una franja de apenas treinta metros de ancho situada entre los irregulares horizontes a izquierda y derecha pero que se perdÃa en la oscuridad por más de un centenar de kilómetros al '' frente. Situándote bajo la aguja y mirando en la otra dirección, veÃas la planicie, casi por completo carente de rasgos, rodeada de estrellas a ambos lados y por una escarpa hendida al frente, a unos veinte kilómetros de distancia. En lo alto, la oscuridad nocturna estaba repleta de constelaciones, atravesadas por el brillo de la VÃa Láctea, acompañada de nebulosas y otras galaxias. Luego el sol se alzaba, convertido en un punto pero todavÃa intolerablemente feroz, y radiaba más de quinientas veces lo que la luna llena sobre la Tierra. Las estrellas visibles se reducÃan a unas pocas, pero la figura de Sacajawea, en su órbita, podrÃa encontrarse entre ellas. El peso también daba una ligera sensación de, no haberte apartado del todo del hogar de los hombres. Se trataba' de un peso fantasmal en los extremos del asteroide, pero allÃ, cerca de la masa ferrosa central, superaba una décima de g.
En ese escenario murió Edmond Beynac.
-Subid al pico -ordenó a Nkuhlu y Oliveira-. Por el camino, tomad imágenes y lecturas gamma como es habitual. Lo que quiero que traigáis en las mochilas son trozos de la punta... la posición exacta, medida por láser, ¡no os olvidéis esta vez, maldición! SÃ, y un trozo del"; interior a un metro o dos de profundidad. Además de un análisis sÃsmico. Necesito conocer el interior de esta cosa. ¿Cómo demonios pudo pasar?
Respetaba a los hombres, por lo que no añadió lo evidente: que les habÃa asignado una misión difÃcil, quizá incluso peligrosa. En cuanto a él, fue con llitu a las tierras desgastadas del otro lado de la cicatriz. HabÃan encontrado otro enigma que investigar: estratos donde la teorÃa decÃa que no deberÃa haber estratos.
La escalada de Nkuhlu y Oliveira resultó ser una pequeña hazaña épica de esas que dan color a toda época heroica. La gravedad era baja, pero el equipo era enorme y el ascenso difÃcil. Se podÃa emplear una hora simplemente en examinar el siguiente paso antes de darlo. Aun asÃ, en tres ocasiones uno o el otro podrÃa haberse precipitado a su muerte, de no haber estado ligado a una cuerda sujeta a su anclado compañero aún mejor sujeto. El sistema de soporte vital funcionaba trabajosamente, los trajes espaciales se calentaban, la respiración se volvÃa difÃcil, las bocas se secaban; el descanso se medÃa en minutos sobre un saliente, el agua se bebÃa a sorbos por un tubo, las raciones se comÃan por un tubo... hasta que al fin, en la cumbre, con las rodillas temblándoles, la pareja contempló el paisaje desolado y la inmensidad.
Y en ese momento empezó el verdadero trabajo. Nunca antes habÃan tenido que trabajar con un material como aquél. No era roca, era metal; no era uniforme sino una aleación múltiple e intrincada, una maraña de capas, trozos enquistados y vacuolas. Cuando cortaban un trozo con una antorcha de iones, saltaban gotas candentes. Cuando usaban un pulso sónico, toda la base se estremecÃa.
Lo que produjo el desastre fue una minicarga. DeberÃa simplemente haber fracturado una vena plúmbica anómala para separar muestras que pudiesen recoger. En lugar de eso, la explosión encontró una resonancia. Una zona débil que no se habÃa roto durante miles de millones de años cedió. El pico de águila se rompió. Cayeron una docena de grandes fragmentos y un centenar de pedazos pequeños.
Beynac e Ilitu habÃan vuelto a la planicie, saliendo de una grieta en la que habÃan iluminado misterios con las lámparas de los cascos. La atravesaban en diagonal, hacia el refugio en el extremo opuesto y hacia el aparato que les llevarÃa de vuelta a la nave. Las paredes que les rodeaban habÃan apantallado la radio. En caso contrario, Beynac hubiese oÃdo a sus ayudantes grabando verbalmente lo que iban haciendo. Ãl les habrÃa advertido. O quizá ni siquiera él se hubiese dado cuenta.
Beynac y su compañero estaban a cielo abierto cuando el saliente se estremeció. Diminutas por la distancia, las rocas empezaron a moverse lentamente. Pero aceleraban, más de un metro por segundo a cada segundo que pasaba. Chocaron contra el suelo a más de doscientos kilómetros por hora. En otro lugar hubiesen rebotado y se hubiesen detenido rápidamente. Allà el suelo era liso y duro. La fricción,
siempre reducida en baja gravedad, era casi nula. El incremento de peso hacia el centro de masa del asteroide le daba una ligera pero real inclinación descendente.
Oliveira y Nkuhlu se tumbaron boca abajo y se agarraron a lo que pudieron mientras el pico se agitaba bajo ellos. El polvo, elevado a lo alto al chocar las piedras, oscureció momentáneamente el cielo. Volvió a caer. Al ponerse en pie, vieron los bloques y la grava dispersarse sobre el hierro de la planicie, una tormenta de metal en dirección a las dos figuras en el medio.
En ese momento oyeron un grito en la radio.
-Nom de Dieu!à bas, Ilitx! Al suelo, al suelo, ¡maldición! Ningún hombre hubiese podido apartarse de algo como aquello. Los geólogos se agacharon. Aun asÃ, vieron cómo las rocas daban saltos en su dirección. Sintieron esos silenciosos impactos a través de los trajes, la carne, los huesos. Saltaron chispas como momentáneas estrellas bajo las estrellas. HabÃa tiempo para pensar, incluso para hablar. Ilitu, un selenita, gritó desafiante. Beynac habló con tono firme: -Si no sobrevivo, decidle a mi Dagny que la amaba. -Por lo demás, desoyó las frenéticas voces que llegaban desde la aguja y la nave. Pero cuando la tormenta le alcanzó, transmitió, seguro que sin darse cuenta-: O Maman, Maman...
Ilitu tuvo suerte. Un guijarro le atravesó el traje, le produjo una herida en el hombro y volvió a salir. El agujero pronto se cerró automáticamente. A Edmond Beynac, un trozo del tamaño de un puño le rompió el casco. El aire escapó al vacÃo. Fue una buena muerte. Quedó inconsciente a los pocos segundos, y murió pronto.
Sus hijos se reunieron con su madre en su hogar en la Luna.
-SÃ, más tarde traeremos a más gente a este cÃrculo -dijo Brandir-. Este turno nocturno debe ser sólo para nosotros.
Como su madre y sus hermanos, estaba de pie. A su espalda se encontraba la gran pantalla. La imagen móvil del rÃo Dordoña, el valle verde y un castillo en las cumbres, parecÃa doblemente alejada de aquella forma alta vestida de negro y plata, de largo pelo pálido y rasgos que no eran del todo asiáticos ni correspondÃan a ninguna raza de la Tierra. Y sin embargo, pensó Dagny, él también residÃa como un barón de. antaño en su alta fortaleza montañosa.
-¿Por qué? -preguntó ella. ¿Por qué no, al menos, sus hermanas?
Porque, comprendió, aquellos hombres no habÃan venido a llorar con ella. Porque lo que oyó fue:
-Debemos vengar a nuestro padre.
-¿Qué? -dijo con sorpresa. ¿Castigar a un montón desierto de roca?
No. Aquella nueva generación era extraña pero estaba cuerda. En todo caso, bajo el aspecto arrogante yacÃa un realismo innato más frÃo de lo que le hubiera gustado creer. El lenguaje cambia.
-¿A qué os referÃs exactamente? -exigió saber.
Kaino era el más directo de todos ellos. Durante su vida, le habÃa visto furioso, rencoroso, sarcástico, hostil, pero nunca tan sombrÃo. -Tenemos una deuda que saldar con aquellos que causaron su perdición.
Dagny sintió un escalofrÃo.
-¡Esperad! -gritó-. ¿Esos pobres muchachos que produjeron la lluvia de piedras? ¡No! -Llenó los pulmones, los miró directamente a los ojos y declaró a todos ellos-: Os lo prohibo.
Al regreso de la nave, ella misma habÃa recibido a los dos hombres para darles el consuelo que pudiese ofrecerles.
-No os perdono -les dijo-, porque no tengo nada que perdonar. Nadie hubiese podido preverlo. -Oliveira lloró y le besó las manos. Nkuhlu le dirigió un saludo que hubiese podido usar con el propio Anson Guthrie.
Brandir hizo un gesto de impaciencia.
-No es necesario -contestó-. Ellos son inocentes. Les concedo mi paz. -La arrogancia de Brandir, a ojos de su madre, tenÃa una cierta inocencia, como si fuese un gato-. Son los señores de la Tierra los que nos han hecho mal.
-Si hubiésemos tenido una nave propia -dijo Kaino entre dientes-, y una tripulación selenita...
-Le hubiese enviado con buen personal y equipado con lo mejor que la técnica pudiese ofrecer-afirmó Brandir.
A estas alturas, probablemente podÃa permitirse el gasto, pensó Dagny. Sus actividades, las de aquellas personas, en su mayorÃa jóvenes, que le habÃan jurado lealtad formaban una red por el globo. Sin embargo, prohibida, entre otras muchas cosas, estaba la construcción de naves espaciales y cualquier empresa lunar que fuese más allá de la Tierra.
-Los selenitas hubiesen apreciado mejor las posibles trampas ocultas-dijo Kaino.
-Posiblemente, ni siquiera ellos del todo -contestó Temerir. Dagny centró la mirada en él. Su tercer hijo normalmente se mantenÃa en silencio hasta que tenÃa razón para hacer algún comentario significativo. Delgado, de ojos grises, pálido, vestido con un simple mono azul, contrastaba con la elegancia de Brandir y la extravagancia de Kaino. Pero tenÃa el rostro más puramente selenita de los tres. -No -admitió Brandir-. Pero las posibilidades hubiesen sido mejores.
-Y la empresa nuestra-añadió Kaino. Brandir se volvió a Dagny.
-Ãsta será la venganza que nos tomaremos y el memorial que edificaremos dijo--: romperemos la prohibición que se nos ha impuesto y liberaremos Selene en el espacio. Madre, te pedimos tu ayuda.
El pulso de Dagny flojeó, se recuperó y latió con fuerza.
No podÃan cambiar la ley sin ella. PodrÃan amasar la fortuna de un dragón, pero polÃticamente eran enanos, en gran parte porque carecÃan del don para la polÃtica.
Tampoco era que la oratoria, la ocultación de la verdad, las negociaciones secretas, los compromisos, los chantajes, las amenazas, los sobornos, la rotura de promesas, la palabrerÃa y el darse importancia fuesen naturales para ella.
-Yo... no sé-dijo con voz entrecortada.
Miró más allá de Brandir hacia la imagen de Dordoña. HabÃa pasado a ser una zona musgosa de la orilla, oh, ¿podrÃa ser el mismo lugar donde ella y'Mond habÃan paseado tomados de la mano, se habÃan detenido, habÃan hecho saltar piedrecillas por el agua, se habÃan sentado sobre la superficie blanda y habÃan dejado que el sol les calentara mientras él le pasaba el brazo por la cintura y la besaba? La barba de Edmond le habÃa rascado un poco...
Era como si la tormenta hubiese pasado de pronto. HabÃa rugido como una loba el primer turno de noche, a solas, después de recibir la noticia, pero habÃa incontables cosas por hacer y decir, era necesario fabricar incontables sonrisas, por lo que era mejor dejar que el autómata ejecutase su programa y desconectarlo a la hora de dormir. El vacÃo podÃa esperarla, porque nunca desaparecerÃa.
En aquel momento...
DebÃa aguantar un poco, sólo un poco más. Luego podrÃa perderse en las lágrimas. Luego podrÃa repasar la mesa de Edmond, la ropa de Edmond, los libros de Edmond, la base de datos de las llamadas y mensajes que le habÃa enviado mientras estaba de exploración, todos sus años juntos, ciclodÃa a ciclodÃa. Entonces podrÃa saber con todo su ser que él se habÃa ido a la eternidad, aceptar el hecho, y calentarse en los recuerdos de Edmond.
TodavÃa no, todavÃa no. En ese instante, con los ojos de sus hijos apuntándole como pistolas, tenÃa trabajo que hacer. El dios trino de Edmond Beynac habÃa estado formado por parentesco, verdad y libertad.
Se enderezó. Sus músculos sintieron placer al moverse. -Vale -dijo-. Lo intentaré. Haré todo lo que pueda.
La polÃtica era algo más que fraude y brutalidad, pensó. En realidad, la mayor parte de la polÃtica era sincera, simplemente una forma en que la gente ordenaba sus asuntos comunes. SuponÃa que podrÃa empezar hablando con el tecnocomisionado Lefevre. Ãl y 'Mond habÃan sido muy buenos amigos...
Kaino la abrazó. No lo habÃa hecho desde que tenÃa diez años. No iba a llorar.
Se apartó.
-No esperéis milagros-dijo ella con rapidez-. Puede que consiga algo o puede que no. En el mejor de los casos, requerirá tiempo, y tendremos que buscar aliados.
Brandir asintió.
-Cualquier cosa que necesites que nosotros tres podamos darte, lo tendrás -dijo-, incluyendo nuestra paciencia.
-Bien, para empezar, vuestras hermanas... Verdea en todo caso. PodrÃa producir el tipo de sentimiento general que deseamos. -Como Shelley y Byron habÃan hecho por la liberación de Grecia, Solzhenitsyn por Rusia, Jaynes por Norteamérica.
-Y Fia, sÃ, creo que Fia-murmuró Brandir.
Helen, de mechones oscuros, ojos marrones, reservada, formal, hermética, excepto en todo lo que se referÃa a la música... Carla-Jinann, no, hasta que las cosas llegasen al punto de la presión emocional, discursos, desfiles, manifestaciones, peticiones, en cuyo momento ella podrÃa ser un elemento valioso entre los moradores de la Luna, los expresivos terrestres y los remotos selenitas...
-¿Cuánto tiempo estimas?-le espetó Kaino. Ella sintió su anhelo.
-No lo sé, ya os lo he dicho -susurró.
-Yo también debo beber del tiempo-dijo Temerir. Sorprendida, Dagny miró hacia donde se encontraba él frente a las flores.
-¿Qué? ¿Porqué? -le preguntó.
-Tengo la intención de buscar el gran planetoide con el que soñaba mi padre -contestó el astrónomo. Brandir le estaba construyendo un observatorio personal en la cara oculta-. La búsqueda probablemente consumirá años. Más aún porque será nuestro secreto.
-¿Eh? ¿Un proyecto cientÃfico secreto? ¿Le dedicarás tiempo cuando nadie esté mirando? ¿Cómo vas a hacerlo, por amor de Dios? Ãl extendió los dedos. Sus padres se hubiesen encogido de hombros. -La empresa de padre me ha dado muchas pistas a seguir. Pero muy pocos han prestado atención a sus ideas sobre el Sistema Solar primitivo. Se las consideraba idiosincrasias de una mente por lo demás poderosa. DeberÃa ser fácil dejar que el asunto vuelva a la oscuridad... con tu ayuda, madre. ¿Quién sabe lo que un selenita podrÃa llegar a descubrir? -La mirada invernal se centró en ella-. A menos que todos los aquà presentes juren silencio, no realizaré la búsqueda que deseo hacer en honor a Edmond Beynac.
Un escalofrÃo recorrió el cuerpo de Dagny. ¿Era aquél, a su modo, el más formidable de sus hijos?
21
Vistas desde arriba, las praderas se extendÃan hasta el infinito, bajo un cielo azul igualmente inmenso. A veces, el viento producÃa ondas que recorrÃan la hierba, formando rápidas y delicadas sombras; Kenmuir casi podÃa oÃrla agitarse, oler los aromas del crecimiento y de la tierra calentada por el sol. Donde el terreno se hundÃa para producir una zona húmeda, los árboles rodeaban el agua e incontables alas la sobrevolaban. Unas pocas carreteras la atravesaban rectas como flechas, con casi ningún movimiento sobre sus superficies. Las torres de transmisión eran edificios solitarios. No parecÃan en modo alguno romper el paisaje. En lugar de eso, aquellas formas esbeltas grácilmente coronadas destacaban la vida que las rodeaba.
Vida que, en cierta forma, también protegÃan, pensó Kenmuir. Formaban parte integral de la tecnologÃa y, sÃ, del sistema social que mantenÃa todo aquello. No habÃa bastado con el declive de la población, las plantaciones alteradas por ingenierÃa genética para que fuesen más eficaces y la sÃntesis directa que, en combinación, habÃan vaciado muchas viejas zonas agrÃcolas. Para reestablecer una ecologÃa en equilibrio; en muchas ocasiones, para recrearla y mantenerla se necesitaban algo más que buenos deseos y capacidad económica. ExigÃa un análisis, una comprensión de la totalidad, más allá de la capacidad de los cerebros humanos por sà solos.
SÃ, pensó, el cibercosmos llevaba mejor que la humanidad las tareas de administrar la biosfera. Mientras los gobiernos siguiesen sus consejos, la Tierra serÃa un lugar verde.
¿Consejos? ¿U órdenes? ¿Cuál era la diferencia? Aceptabas una recomendación porque tenÃa sentido y con el tiempo descubrÃas que no habÃa vuelta atrás, porque, al final, demasiada gente dependÃa de ellas; asà que aceptabas la siguiente recomendación. Pero ¿no habÃa sido siempre asÃ? Y la polÃtica meramente humana, miope, ignorante, supersticiosa y llena de pasiones animales repetÃa continuamente los mismos terribles errores. En una ocasión, Kenmuir habÃa leÃdo un comentario de Anson Guthrie: «¿Es libertad estar encerrado en una jaula más ancha que la distancia que te apetece recorrer?»
Dejó de soñar y miró a su alrededor. A lo lejos se veÃan tres voladores, y un suborbital era una rápida chispa atravesando el cielo. A sus pies vio otros destellos; máquinas de transporte terrestre, inspección o máquinas que cuidaban del campo. Unos árboles daban sombra a una pequeña ciudad. Qué blanca y pacÃfica parecÃa. SuponÃa que sus habitantes eran todos personas que disfrutaban de un entorno como aquél. Aquellos que no se limitaban a vivir del crédito probablemente trabajaban por telepresencia, exceptuando los servicios públicos locales. Y tenÃan sus aficiones, deportes, viajes, asuntos cÃvicos, quizá algunas ceremonias especiales; y claro, de vez en cuando, bajo la superficie, las vidas privadas se enredaban y acababan en tormenta como siempre. Asà era, a su modo, la comunidad en la que habÃa crecido.
Pero en las noches despejadas se alejaba de ella y desde lo alto de una colina ansiaba las estrellas. ¿Cuántos quedaban que todavÃa lo hacÃan? ¿Con qué derecho les iba a negar Lilisaire un sentido a sus vidas?
-¡Maldición! -murmuró Kenmuir-. Tienes un verdadero don para malgastar el tiempo, ¿no, muchacho? -Ya se habÃa preocupado lo suficiente en el campo de los secanos después de la partida de Alelta y antes de que llegase el volador. Si tenÃa la intención de cumplir con sus compromisos, y asà era, aquellos momentos de indecisión eran, al fin y al cabo, traición.
Después de todo, el fin era simplemente recuperar una información que podrÃa estar reteniéndose de forma ilegal. Si era importante, y si la Asamblea y el Consejo de la Federación la poseÃan, entonces todo el que hubiese querido acceder a ella lo hubiese hecho. Pero nadie la conocÃa. Y la democracia, la misma racionalidad, era imposible sin los datos adecuados.
PodrÃa quejarse a sus legisladores y defensores; o podrÃa realizar una petición pública para que se revelase y ser dado de lado como un chalado.
Si el asunto salÃa a la luz pública... Por vagas que fuesen las esperanzas de Lilisaire, debÃa de estar desesperada. Seguro que no esperaba que la información por sà misma fuese la causa de la cancelación del proyecto Hábitat, ¿no? No, de alguna forma soñaba con obtener el poder para forzar el fin del proyecto. Pero ¿cómo? ¿Una antigua arma que pudiese disparar? Un absurdo monstruoso.
Cierto era que los selenitas en el espacio, aun siendo pocos y estando muy dispersos, poseÃan un aterrador potencial militar. Cualquiera que tuviese naves poseÃa ese potencial militar. Pero levantarlos en armas, unirlos, conseguir que actuasen de forma conjunta y disciplinada antes de que la Autoridad de Paz pudiese detenerlos... ¿qué revelación imaginable podrÃa hacerlo? Nunca habÃan sido cruzados. Ver Selene ocupada por los terrestres aumentarÃa la amargura de los selenitas del espacio, de los asteritas, de los marcianos, de los colonos de los satélites, pero no les harÃa embarcarse en una guerra que perderÃan con casi total seguridad. Ni siquiera los selenitas de la Luna se rebelarÃan.
Kenmuir habÃa decidido que la búsqueda de la verdad ya habÃa proporcionado a Lilisaire pistas que no compartÃa con nadie.
A solas en el desierto, habÃa maldecido el lazo que le unÃa a ella. Se habÃa jurado que eso no le obligarÃa a hacer nada realmente perjudicial. PreferÃa vivir sin ella que causar daño. Quizá hubiese renunciado ya, si no fuese por Aleka. Aunque apenas conocÃa a la chica, no le parecÃa una criminal, una fanática o una farsante. TenÃa su propia causa, pero no creÃa que la ligase a otra que considerase mala. Por tanto, podÃa seguir aunque fuese un poco, atravesando aquella neblina de incógnitas.
Durante un momento, consideró la posibilidad de realizar una búsqueda de datos sobre ella. TenÃa algunas pistas para empezar: origen hawaiano, relación con metamorfos... sÃ, recordaba algo sobre una sociedad distinta en aquellas regiones... Pero no. Si la realizaba por los canales normales, era concebible que eso alertase a la oposición. Además, necesitaba saber más sobre su punto de destino. SerÃa de esperar que un visitante consultase esa información, y no llamarÃa la atención; Bramland era otro lugar curioso.
Frente a él, se levantaron nubes en el horizonte. Al principio relucÃan como nieve, luego estuvo debajo de ellas y los verdes empalidecieron y el cielo se volvió de un gris monótono. La predicción era que estarÃa nublado durante varios dÃas. No evitarÃa totalmente la vigilancia de los satélites, pero bloquearÃa lo suficiente la parte óptica. Eso si el sistema estaba examinando todo el planeta en su busca.
Pero en ese caso, desafiaba a alguien o algo que podÃa dar semejante orden... ¿La Federación? Evitó un estremecimiento. Cerró la mandÃbula. Si querÃan que se detuviese, que se lo exigiesen oficial mente, con sinceridad, por medio de un anuncio público en la red global si era necesario. Y que se molestasen en explicarle la razón. Mientras tanto, le bastarÃa con que Aleka le diera una explicación... Pero mejor era empezar por Bramland.
El terminal del volador le mostró una breve historia. La mayorÃa eran los habituales clichés sociotécnicos. Diversos grupos, étnicos, culturales, religiosos o simplemente excéntricos, luchaban por mantener vivas sus identidades. Rara vez rechazaban las ventajas y servicios básicos del mundo moderno y, en realidad, su productividad y paz era lo que en general les permitÃa existir; pero daban la espalda a su racionalidad impersonal. El ser humano habÃa evolucionado como una criatura tribal, y la necesidad de pertenecer a una tribu era casi tan fuerte como el sexo. ¿Qué ofrecÃa la Hermandad Fireball...? Los mismos selenitas tenÃan sus lealtades feudales.
Los movimientos en pro de un secesión parcial habÃan sido especialmente fuertes en Norteamérica durante el perÃodo de convulsión que siguió a la caÃda de los avantistas. Entre los que se encontraron metidos en el asunto estaban antiguos guerrilleros de la resistencia, diversos no conformistas y ciertos criminales que esperaban ganar algo de legitimidad bajo las nuevas condiciones. Combinaron sus recursos y adquirieron una gran extensión de tierra.
La Tercera República no se lo impidió. La nación estaba tan fragmentada en aquel momento que no podÃa realmente hacer nada. Como mucho, les exigieron que respetasen ciertas regulaciones medioambientales. A los bramlandos no les importó. Buscaban una vida que les pareciese natural. Fundaron villas, esparcidas por el territorio, pocas de ellas con una población superior a 500 adultos, un tamaño
que permitÃa a todos participar en los asuntos públicos. Con el paso de las generaciones, otras gentes con ideas similares se habÃan unido a ellos mientras que los insatisfechos habÃan partido; y asà evolucionó la cultura. No habÃa escasez de desarrollos paralelos.
Pero la evolución toma sus propios caminos a ciegas, y la selección actuando sobre mutaciones al azar y la deriva genética puede forzarla en curiosas direcciones. En esos momentos, los vestigios de democracia que sobrevivÃan en Bramland eran puramente ceremoniales. Eran los rituales, los tabúes y el estatus lo que satisfacÃa el deseo de sus miembros comunes de obtener una buena posición y sentido vital, la sensación de pertenecer a una comunidad y de valer algo. Algunos hombres se dedicaban a las artes y los negocios, pero como actividad secundaria a su verdadera dedicación... como guerreros, sacerdotes, cazadores ocasionales. Las mujeres encontraban satisfacción en sus hermandades y como amas de casa, artistas sexuales y madres ocasionales. El alcalde de una ciudad quizá prestase atención a los ancianos del lugar, pero por lo demás era un monarca absoluto. HabÃa ganado esa posición desafiando y derrotando al antiguo titular en un conjunto de pruebas atléticas que, frecuentemente, terminaban en muerte. Las disputas con sus iguales llevaban a «juegos» igualmente violentos entre villas.
Ninguna queja pasaba por encima de su autoridad de forma que forzase la intervención del gobierno de Norteamérica. Después de todo, pocas de esas muertes en duelo o guerra eran permanentes. HabÃa criocámaras preparadas, y los caÃdos se llevaban con rapidez a la estación médica más cercana para su renacimiento o reparación. Quizá en algunas ocasiones, pensó Kenmuir, eran las heridas menores las que precisaban de mayor tiempo y esfuerzo: cirugÃa, regeneración y terapia fÃsica.
Además, cualquiera a quien no le gustase esa forma de vida podÃa irse cuando quisiera. Si una sociedad no representaba ninguna amenaza para el mundo exterior, entrometerse podrÃa sentar un peligroso precedente. CompartÃan el interés, y su influencia polÃtica, para evitar que tal cosa sucediese. El cibercosmos nunca aconsejaba lo contrario. Ya habÃan pasado los malos dÃas de antaño en que la ley restringÃa la asociación voluntaria. Los bramlandos vivÃan felices, ¿no?
SÃ, pensó Kenmuir, era evidente que la mayorÃa de los bramlandos eran felices. No eran excesivamente inteligentes. La autoselección se habÃa encargado de ello.
Ya habÃa terminado con los conocimientos base. Pidió noticias recientes de los distintos asentamientos. Rara vez aparecÃan en las emisiones regulares -¿a quién le importaba?-, pero claro está, el sofotecto que servÃa allà pasaba sus observaciones a la base de datos general.
No informaban de nada importante. Bien, Joetown y Three Corners estaban enfrentados. Una batalla campal no habÃa resuelto nada, asà que las bandas de hombres se cazaban unos a otros por entre los campos y las riberas. Nada de armas, claro que no, sólo era deporte... con garrotes bien afilados, golpes de kárate, piedras... Los heridos se apilaban. SerÃa mejor evitar esa zona.
Se decidió por Overburg. El alcalde estaba peleado con el de Elville, pero todavÃa no se habÃa producido ninguna riña y era posible que se llegase a un acuerdo. Además, Overburg, más grande que la media,
tenÃa posada. HabÃa movimiento y comercio entre las villas, asà como visitas del exterior. Kenmuir dio instrucciones al volador y sintió cómo cambiaba de rumbo.
Aparecieron zonas de cultivo. Los habitantes cultivaban, procesaban y fabricaban diversos productos para uso propio y para vender. Lo llamaban «independencia» y quizá lo fuese... espiritual, otro conjunto de rituales. Lo verdaderamente necesario venÃa por transporte y se pagaba con créditos.
-Mensaje -anunció el volador.
Kenmuir se puso en tensión. En la pantalla que tenÃa frente a él apareció el rostro de un hombre. Era delgado, pálido y formal. Una cinta en la cabeza se curvaba hacia arriba y terminaba en una filigrana plateada, y sobre la blusa le caÃa un collar con colgante. Insignias del cargo, supuso Kenmuir.
-Comisonao de puerto de su Potencia el Calde Bruno de Gran Overburg -se identificó en una especie de anglo-. Su vehÃculo señala intención de aterrizá. ¿Tiene permiso?
-¿Perdone?
-Permiso. ¿No tiene? ¿Quiénes, sir? ¿Qué quiere?
-¿Desde cuándo exige permiso un campo de aterrizaje público? ¿Tienen problemas?
-Los tendrá si lo intenta. Diga nombre y manifieste asunto. Kenmuir controló su furia. La burocracia era también una forma de hacer que la gente se sintiese importante.
-No deseaba ofenderle, señor. Mi nombre es Hannibal, voy de camino a la costa oeste y me gustarÃa parar aquà durante un dÃa o dos. No puedo ser la primera persona que llega sin pedir permiso por adelantado.
-No suena norteamérico.
-Soy, eh, europeo, y.. ¿Qué demonios? ¿Puedo aterrizar o no? -Vale. Tendrá que presentarse a Calde. Se le concede permiso temporá.
Se veÃa la ciudad. Las casas que formaban las estrechas calles no parecÃan muy diferentes de aquellas que Kenmuir habÃa visto antes; diseño arcaico y materiales modernos, con tejados inclinados y latera les de losa. En el centro se hallaba una plaza pavimentada, rodeada de grandes edificios. Kenmuir supuso que se usaban como mercados, lugares de reunión, almacenes y similares. El mayor, de pilares ornamentados, debÃa de ser el ayuntamiento, el palacio del alcalde o algo asÃ. Un pequeño campo aéreo, con garajes y terminales, se encontraba más allá de las viviendas. Aterrizó, agarró la maleta que Aleka le habÃa dejado y desembarcó a un calor húmedo.
El comisionado del puerto le aguardaba, acompañado de cuatro hombres corpulentos. Con aquel clima, vestÃan ropas sueltas y llamativas. El pelo largo y trenzado les caÃa por debajo de filetes con dibujos que presumiblemente indicaban rango o descendencia. Cada uno de ellos llevaba un cuchillo envainado y un bastón con una bola de bronce en el extremo, capaz de fracturar un cráneo.
-Por aquà para inspecció aduanas --dijo el comisionado, y se dirigió hacia la terminal.
Se trataba de una estructura estándar automatizada, por lo demás desierta. Hizo que Kenmuir abriese su bolsa y examinó el contenido. Era lo que Aleka le habÃa dado, un equipo de baño y mudas. Casi con renuencia, se la devolvió.
-Llamé --dijo-. Su graciosa Potencia encantado de recibirle inmediatamente. Escortale, Jeb. -Un hombre delgado, común y sin armas no necesitaba demasiada vigilancia.
Estaban a unos diez o quince minutos del centro. Los intentos de Kenmuir por conversar fueron infructuosos. Jeb estaba demasiado ocupado con la dignidad de su puesto. Pasaron algunos coches, pero el tráfico estaba compuesto sobre todo por peatones. Las mujeres vestÃan túnicas sueltas y a menudo portaban cestos. Iban en grupos hablando entre sÃ, en ocasiones con uno o dos de los escasos y apreciados niños. Igualmente, los hombres permanecÃan con su propio sexo, o estaban sentados en los porches, bebiendo y jugando. Algunos de ellos llevaban complejos tatuajes, y ninguno parecÃa haber eliminado las cicatrices. Eran emblemas de orgullo.
De vez en cuando, Kenmuir pasaba frente a un taller y veÃa a un hombre fabricando algo -un utensilio, un mueble, un elemento decorativo-sin herramientas más complejas que un taladro. El estilo y la ejecución se le antojaron primitivos. Pero en general, la gente parecÃa muy feliz; veÃa sonrisas, oÃa risas y charlas animadas. Las palabras que escuchaba se referÃan a chismes: el tiempo, la cosecha, la pesca, la maldad de Elville, «ya... razón... ja, ja...». Pensó que si tenÃa que pasar allà algún tiempo esperaba que se declarase una guerra antes de volverse loco de aburrimiento.
Las columnas del palacio representaban monstruos feroces. Dos guardias protegÃan la entrada.
-Ahora sé respeto-le advirtió Jeb-. Dobla rodilla.
Una cámara se extendÃa ancha y larga. Kenmuir distinguió escudos pintados en las paredes y banderolas colgando de las vigas. Una franja de alfombra escarlata llevaba hasta una tarima al otro extremo. AllÃ, sobre un trono bajo un dosel, estaba sentado Bruno, alcalde de Overburg. Cuatro jóvenes, lujosa y escasamente vestidas, se mostraban sobre cojines a ambos lados. HabÃa seis guerreros de guardia, junto con pajes esperando órdenes. También estaban presentes media docena de ancianos; Kenmuir no estaba seguro de si eran consejeros, cortesanos, solicitantes o visitas sociales. Ãl avanzó junto con su escolta entre el silencio y las miradas.
Jeb se detuvo a un metro de la tarima. Kenmuir también lo hizo. Jeb saludó, con la palma sobre la frente.
-El extranjero, señorÃsimo -anunció. Kenmuir recordó inclinarse, con algo de torpeza.
-Ah, sÃ-retumbó el alcalde-. Nombre y propósito.
Era un hombre enorme, y muy musculado. Una cabellera rubia descendÃa más allá de una cara con la barbilla prominente, donde crecÃa una barba, aparentemente un hecho único en aquel lugar. ¿Una señal del cargo, como la banda de cabeza con cuerno y la cadena de oro? Una camisa grasienta se abrÃa sobre un pecho peludo. El cuchillo envainado sobre el pantalón era muy grande. Llevaba los pies desnudos y sin lavar. En la mano derecha sostenÃa una copa de madera.
-Hannibal, señor -contestó Kenmuir. Ãl y Aleka se habÃan puesto de acuerdo en ese alias. No daba pistas sobre su identidad, mientras era lo suficientemente raro como para que ella identificase con seguridad el mensaje que él pondrÃa en la base del boletÃn público, informándole de su paradero, tan pronto como supiese cuál serÃa. -Hannibal, ¿no? ¿No canÃbal? -Bruno rió a carcajadas. Hombres y muchachos rieron obedientemente. Las mujeres lanzaron risitas. Kenmuir pensó que dos de ellas las forzaban, y que las miradas que dirigÃan al alcalde eran de miedo. Las otras quizá estaban satisfechas con su posición.
Bruno se inclinó hacia delante.
-¿Por qué tú aquÃ? ¿EspÃa? ¿Agente? ¿Ja? -Volvió a sentarse, expectante, y bebió de la copa.
No podÃa hacer nada peor que expulsar al recién llegado. ¿No? Quizá. En todo caso, eso serÃa una incomodidad infernal.
-Le aseguro, señor-susurró Kenmuir-, que soy un particular sin la más mÃnima intención de hacer daño. Una amiga y yo vamos a pasar un tiempo en la reserva del Lago Superior. En el último minuto, sufrió un retraso. He oÃdo cosas interesantes sobre su comunidad, y me gustarÃa pasar aquà un dÃa o dos hasta que ella pueda reunirse conmigo. -Extranjeros curiosos seguramente venÃan de vez en cuando, e incluso muy a menudo-. Comprenda, comercio con obras únicas hechas a mano y tengo entendido que poseen expertos artesanos. -¿Cuándo se rechazaban los halagos, o el dinero?
Bruno levantó las cejas. -¿Amiga, dices?
-Bien, sÃ, una joven -contestó Kenmuir, armándose de paciencia. Alguien rió por lo bajo-. ¿PodrÃa ocuparme de que obtuviese permiso para aterrizar y dar un vistazo? -En algún momento, él y Aleka debÃan tener una charla en serio. Aquélla podrÃa ser su última oportunidad antes de saltar a lo irrevocable.
Joven. Mm. Sà -meditó Bruno. Kenmuir pensó en engranajes girando lentamente-. SÃ. Vale. Ve oficial salud, te dé permiso, puedes quedar. En la posada. -Gastar dinero.
La entrevista no habÃa ido muy mal. Ninguna gran sorpresa. Kenmuir claramente no venÃa de la odiada Elville.
Bruno le miró.
-Tasa aterrizaje. Casi olvido. Tasa aterrizaje. Diez, eh, quince umus. Cada uno. Puedes pagar por dos. A mÃ.
Extorsión, pero Kenmuir decidió no mentar la ley.
-¿Le importa que sea en efectivo?-Si usaba su cuenta, alertarÃa a cualquier programa de búsqueda.
-¿Efectivo? ¿Eh? Na, na, efectivo está bien. -Los gestos de Bruno sugerÃan que estaba más que bien. Quizá tenÃa operaciones propias que no querÃa que nadie controlase. Aceptó los billetes y los contó dos veces, moviendo los labios-. Vale, guardia, llévale a oficial salud, y cuando autorizado muéstrale posada. -Medio cordialmente añadió-: Quizá hablemos más tarde, Hannibal. Quizá invite a una copa. SÃ, quizá incluso... -Asintió y guiñó el ojo, a derecha e izquierda, a sus mujeres. Dos de ellas sonrieron.
Jeb saludó y se llevó a Kenmuir.
-Por aquà -le indicó-. Atraviesa la plaza. ClÃnica allÃ, ¿ves?
Al final comprendió. «Oficial salud» no le habÃa parecido más que otro funcionario tribal. Pero por las palabras de Bruno comprendÃa que allà le aguardaba un sofotecto.
Kenmuir dio un traspié. Casi clavó los talones. Jeb lo miró inquisitivo. No. DebÃa proseguir. Volver de pronto al volador y salir de allà provocarÃa muchas preguntas.
-Perdóneme -dijo, y siguió andando.
¿Por qué querÃa Bruno la aprobación de una máquina? ¿Exceso de celo? El alcalde, como el comisionado del puerto, no tenÃa muchas oportunidades de demostrar todo su poder en presencia de los extraños. ¿O pretendÃa Bruno estar a buenas con el gobierno, parecer cooperador? TemerÃa que en algún momento, estuviese la polÃtica de por medio o no, se pudieran tomar medidas contra las practicas locales.
Eso no importaba. Lo que Kenmuir debÃa hacer era pasar por lo que decÃa ser. Tragó saliva, se aclaró la garganta y le ordenó a los músculos de la espalda que se relajasen.
En el exterior, la clÃnica era similar a los edificios vecinos. La sala de recepción estaba tranquilizadoramente decorada con arte bramlando de bastante mala calidad. Detrás, sabÃa Kenmuir, habÃa equipo avanzado para tratar la mayor parte de las enfermedades y heridas. Era también lo que el sofotecto empleaba para controlar la salubridad y la salud biológica de la tierra circundante. La ciudad de su infancia, también aislada, habÃa tenido un asistente similar. La gente de allà lo llamaba el cuidador, cuando no decÃa «Viejo Angus».
La forma era estremecedoramente similar: un bloque con cuatro patas, seis brazos, con una torre con sensores y un cerebro electrofotónico, que contenÃa el núcleo de energÃa y la antena de comunicaciones retráctil. La voz era masculina, profunda y resonante.
-Hola, ¿cómo puedo ayudarle?
-Este tipo quiere quedar un par dÃas -explicó Jeb-. Alcalde quiere aprobación.
-Ah. -El acento se hizo educado-. Welcome, sir. Please, siéntese. Estoy seguro de que es sólo una formalidad. Todo el mundo anda tenso, con esta desafortunada fricción con Elville. Mi equivalente en
esa ciudad y yo intentamos arreglarlo, pero... -El par de brazos flexibles se encogieron-. Jeb, puedes irte.
-¿No necesita?
-Claro que no. He dicho que puedes irte. -El tono era ligeramente más autoritario. Jeb inclinó la cabeza, quizá de forma inconsciente, y se fue.
-Siéntese -le invitó el sofotecto-. Sospecho que ha pasado un rato ligeramente desagradable. ¿Le gustarÃa un poco de café, té o algún tipo de whisky?
Kenmuir ocupó un sillón. Su cuerpo se resistió al abrazo ajustable, pero mantuvo la cara impasible.
-No, gracias. Estoy en trayectoria, en serio. El sofotecto examinó la expresión.
-Ah, ¿se ocupa del espacio? Qué interesante. SerÃa nuestro primer visitante que no viene de esta Tierra terrenal. -Lanzó un risa. Kenmuir se maldijo a sà mismo.
-No, yo... tengo un amigo en el Servicio y he estado en la Luna en una ocasión. Eso es todo.
Detalló su historia y esperó con nervios en el estómago. Que eligiese un nombre como Hannibal no tenÃa nada de raro, podrÃa ser un capricho, pero ¿qué harÃa si el oficial le pedÃa su número de registro?
Tampoco tendrÃa por qué ser fatal, pensó bajo los truenos. Por el momento, lo que tenÃa delante era una personalidad separada. PodrÃa no haber recibido ninguna razón para sospechar. (A menos que el cibercosmos hubiese contactado hasta la última unidad sobre el planeta... pero semejante esfuerzo en el estado actual de cosas era muy poco probable. Los canales y la capacidad de proceso de datos quedarÃan colapsados...) PodrÃa incluso no llamar para preguntar si se buscaba por algo a un hombre con esa identificación. Después de todo, si lo hacÃa, iniciarÃa una búsqueda global de datos para determinar si tal número era falso.
-Comprendo -dijo el sofotecto con calma-. Well, déjeme que me repita, welcome. O, en su idioma, bienvenido. Espero que usted y su amiga por llegar disfruten de su estancia.
La voz era cálida. ¿PodrÃa ser sincero el deseo? ¿Por qué no? Kenmuir recordó. El Viejo Angus, confortándole cuando era pequeño y se habÃa roto una costilla, contándole fábulas y cantándole una canción... Viejo Angus, consejero, árbitro de disputas, escuchando pacientemente a un muchacho que estaba imposiblemente enamorado... Viejo Angus, cortésmente informando al consejo de la ciudad que debÃa imponer un lÃmite a la recogida de mejillones si no querÃa que el gobierno estacionase una patrulla en la bahÃa... Viejo Angus, aconsejándole a un joven que ciertamente parecÃa tener el potencial de convertirse en piloto espacial y que debÃa intentarlo...
¿En Overburg le habrÃan puesto nombre a su sofotecto y le daban su afecto?
Kenmuir se agitó. -Entonces, me iré -dijo. El oficial levantó una mano humanoide.
-Un momento, please. Me gustarÃa advertirle. Ãsta es una sociedad difÃcil. El conflicto entre los jefes no ha mejorado la situación. Tenga cuidado, siempre. Especialmente después de la llegada de su amiga. Es una mujer y tengo la impresión de que es atractiva. Mejor será que no llame la atención y que no permanezca aquà más de lo necesario. ¿Me comprende?
-Creo... creo que sÃ-contestó Kenmuir.
Principalmente pensaba en lo bien que la máquina le habÃa leÃdo. Pero ¿por qué no iba a hacerlo? Si allà no habÃa glándulas, habÃa sus equivalentes, impulsos, intuiciones, acompañados de un intelecto probablemente superior al suyo.
Claramente superior, si comprendÃas que se trataba de un avatar del cibercosmos, fusionándose una y otra vez con el todo, en ocasiones remodelándose, siempre volviendo con recuerdos de esa gigantesca unidad, incluso un atisbo de la Teramente. Claro que interpretaba sus expresiones, lenguaje corporal y lo que no decÃa; y sin usar lo que podrÃa bien llamarse empatÃa, o simpatÃa real. La máquina, Viejo Angus, toda inteligencia electrofotónica y, sÃ, los humildes robots sin conciencia eran olas del mismo océano.
El equipo óptico brilló. ¿Cuánto leÃan en su cara y cuerpo? ¿Cuánto de él entrarÃa esa mente en la base de datos la próxima vez que informase de lo que habÃa observado?
Para él, llevar una máscara viva hubiese sido un ejercicio en la futilidad, porque no estaba entrenado para hacerlo. Peor aún, le hubiese hecho destacar. Después de eso, una comprobación rápida de datos somáticos, que seguro que estaban archivados, hubiese sido causa para arrestarle.
Su esperanza se encontraba en seguir pasando desapercibido. Ãse era su refugio en la abrumadora inmensidad de la base de datos... durante un tiempo. No importaba lo cuidadosamente diseñado que estuviese el árbol de búsqueda, examinar, extraer y evaluar precisaban
tiempo. Hasta que los cazadores no tuviesen una idea clara de lo que debÃan buscar, sus máquinas podÃan pasar dÃas, semanas, entre las permutaciones de dos mil millones de humanos. No es que fuese a pasar. Se necesitaban demasiadas partes del sistema para mantener la civilización en marcha.
No debÃa darle a aquel amable ser razón para requerirle más información.
-SÃ. Gracias. Pero, eh, se refiere...
-Un alcalde en Bramland puede ordenar a cualquier mujer que se una a él durante el tiempo que él desee. Es la costumbre; rara vez se oponen. Es más, se lo considera un honor. -Aquellas que se opusiesen podÃan, en teorÃa, tomar el siguiente vuelo que las sacase de la ciudad. Teóricamente. Por tanto, la autoridad ignoraba todo aquel asunto-. Normalmente no se molestarÃa a una visitante. Pero nuestro alcalde actual... Quizá le apetezca encontrarse con su amiga en algún otro sitio.
Kenmuir lo consideró. Otro movimiento podrÃa llamar la atención, más aún si Bruno se ofendÃa y empezaba a hacer llamadas. -No, gracias de nuevo, pero espero que no tengamos problema. No querrá que se presenten cargos contra él, ¿no? De todas formas, lo más probable es que no llegue a verla. -Se puso en pie-. Buenos dÃas, oficial.
-Buenos dÃas tenga usted -dijo el sofotecto.
Jeb le esperaba fuera. Obstinado, guió a Kenmuir hasta la posada. A pesar de todo, el astronauta se sentÃa alegre. HabÃa llegado hasta allÃ. ¿No exageraban él y Alelta los peligros? Lo que les quedaba por delante podrÃa ser sencillo, hasta que -sintió la emoción- les llevase hasta lo que se hubiese descubierto y hecho, hacÃa mucho tiempo, en Selene.
22
La madre de la Luna
Desde lo alto, el observatorio de Temerir contemplaba la amplitud del páramo de cráteres que era la cara oculta de la Luna. Un sol bajo llenaba la región de sombras intrincadas y resaltes pardos. HabÃa ajustado la pantalla del salón para mostrar esa escena, no como la hubiese visto el ojo humano sino con el resplandor reducido y aumentando las radiaciones menores... allà el disco solar relucÃa suavemente entre alas zodiacales y las estrellas eran como gotas de fuego arrojadas fuera de la VÃa Láctea. Por lo demás, la sala estaba decorada con austeridad, tan sobria como su dueño. Sobre una mesa, una escultura abstracta de lava parecÃa un grueso hálito de humo. El aire, algo frÃo, portaba un ligero olor a ozono y una música callada, compuesta en una escala que jamás se habÃa oÃdo en la Tierra. Cuando Dagny la notó, pensó en fantasmas huyendo con el viento.
Temerir no le habÃa dicho dónde estaban su mujer y sus hijos. Sólo él habÃa recibido a sus huéspedes: Brandir, Kaino, Fia y su madre. Copas de cristal y una licorera llena de vino eran su única concesión a la costumbre. A nadie le importó ni se sirvió. Entraron y permanecieron sin hablar durante quizá un minuto. Tampoco habÃan hablado demasiado entre ellos en el camino hasta allà en el yate de Brandir; pero claro, la tripulación estaba presente.
Dagny rompió el silencio.
-¿Podemos ahora hablar de negocios? -preguntó con toda la amabilidad posible. SabÃa perfectamente cuál era el negocio. La tristeza bordeaba su placer. 'Mond deberÃa haber estado a su lado para escucharlo.
Apartó ese deseo. En seis años no habÃa dejado de echarle de menos, pero ya no era como si cada cosa que habÃa sido suya, cada lugar en el que ella le habÃa visto, le gritase. TenÃa buenos amigos, un trabajo cautivador, entretenimientos animados, un sillón de primera fila en las grandes empresas de la humanidad en el universo. De Anson Guthrie habÃa aprendido muy pronto que sentir pena de uno mismo era la emoción más despreciable de todas.
Aun asÃ, sintió nostalgia.
-¿Quizá después podamos charlar un poco? -añadió-: No os veo mucho. -Ni al resto de sus hijos, o sus compañeros e hijos, especialmente desde que Jinann estaba con ese Voris que habÃa sido Reynaldo Fuentes. No es que estuviesen alejados o fuesen indiferentes, era que sus vidas ya no estaban cerca de la suya y, creÃa ella, rara vez o nunca se les ocurrÃa que ella pudiese desear que fuese de otra forma. Lars, su encantador bastardo, lo comprendÃa; pero no visitaba Selene muy a menudo.
La voz de Brandir murmuró algo a Temerir. Dagny captó que se trataba de una pregunta.
El astrónomo la miró y contestó en inglés.
-SÃ, claro que estamos a salvo de espÃas. Os lo aseguré antes de llamaros.
El corto manto de color dorado de Brandir se movió sobre sus hombros al inclinarse.
-Perdóname, dama madre -dijo-. Lo olvidé.
El gesto intrascendente trajo lágrimas a los ojos de Dagny.
-Oh, eso, no importa -titubeó-. Puedo entender el selenita bastante bien, ya lo sabes, cuando me concentro en ello.
-Pero no fácilmente, ¿no? -le soltó Kaino.
No, pensó ella. Era una lengua voluble, fluida, cambiante, también en sus significados, era imposible para ella apreciarla del todo. HabÃa criado esos cerebros en su interior, pero poco de lo que habÃa en ellos habÃa venido de ella o Edmond.
-Lo admito -dijo-. Thank you.
Tras sus oscuros mechones, Fia frunció un poco el ceño ante la impetuosidad de su hermano.
-La cuestión es simple en cualquier lengua -dijo a Temerir-. Has encontrado el planetoide que predijo nuestro padre.
SÃ, pensó Dagny, al fin, después de tantos años. Qué largos parecÃan, mirando atrás. Pero cierto, habÃa tenido que buscar en lo que representaba tiempo robado, inventando pretextos y fabricando justificaciones. Aunque controlaba aquel-lugar en su totalidad, su feudo cedido por Brandir, aquellos que trabajaban con él y para él no eran fáciles de engañar.
No habÃa seguido del todo los detalles. HabÃa tenido una existencia demasiado ocupada. Asuntos personales, trabajos y alegrÃas diarias, los pesares ocasionales, un amigo necesitado o una confidencia juvenil. El crecimiento de la población lunar, industria, responsabilidades, las recompensas que traÃan y las demandas que exigÃan. Su trabajo administrativo de ingenierÃa para Fireball se habÃa entremezclado con toda la sociedad que la rodeaba, recursos a encontrar y asignar, planes y ambiciones en conflicto. La fricción empeorando entre los habitantes de la Luna, ya fuesen selenitas, nacidos en la Tierra o en L-5, o terrÃcolas de juramento...
-Eso he hecho -oyó decir-, si «planetoide» es la palabra correcta para esa cosa de ahÃ.
-¿Qué sabes de cierto?-dijo bruscamente Brandir.
Temerir miró a los ojos del hombre más alto y poderoso como si fuese un igual.
-Lo que los instrumentos y cálculos me indican -contestó-. La búsqueda telescópica produjo toda una cosecha a examinar.
SÃ, recordó Dagny, podÃa montar públicamente un programa para investigar las regiones lejanas del Sistema Solar, ejecutando un mapa y un recuento estimativo de los cometas del Cinturón de Kupier más allá de Neptuno y la Nube de Oort, aún más lejos. Lo que se guardaba eran ciertos resultados.
-Algunos parecen ser asteroides, pero pequeños y rocosos, no lo que padre buscaba. Cuando un candidato parecÃa prometedor, debÃa obtener el débil espectro que me era posible. Luego, si la promesa no se manifestaba como inmediatamente falsa, debÃa encontrar la ocasión de enviar una sonda robótica a suficiente distancia para obtener un paralaje. Pero ya conocéis esos procedimientos, porque pasáis aquà ciclodÃas. Al final, sólo un cuerpo manifestó posibilidades.
-¿Qué aspecto tiene? -dijo Kaino casi gritando. Temerir conservó su calma casi glacial.
-Aparentemente, similar a la predicción de padre. La forma es esférica, con un diámetro aproximado de 2.000 kilómetros. La mayor parte de la superficie está cubierta por materiales sin brillo, pero refleja lo suficiente para sugerir que, en su mayorÃa, está formado por materiales ferrosos, lo que da una densidad media alta. La inclinación orbital está a unos minutos de ser cuarenta y cuatro grados, aproximadamente la misma que el objeto menor que hemos llegado a conocer tan bien. Eso también sugiere una composición similar. El perihelio es de 107 unidades astronómicas y una fracción, la excentricidad está por encima de 99 centésimas. -IncreÃble, pensó Dagny, eso situaba el afelio como a unas treinta o cuarenta mil u.a. de distancia. Eso también encajaba con el asteroide de 'Mond. Oh, 'Mond, 'Mond-. En este momento, el cuerpo se encuentra a 302 unidades astronómicas en dirección al espacio.
No pudo resistirse. -¿Qué propones hacer?
-¿Qué harÃas tú, madre? -preguntó Brandir. Sintió que no era una réplica, sino una respuesta. Los cuatro la miraban con una extraña... ¿ansiedad?
-Fuisteis muy amables al invitarme -dijo vacilante, anonadada-. No tenÃais que hacerlo.
-ConocÃas la investigación desde el principio -dijo Fia, quizá la más frÃamente práctica del grupo-. Quizá ya habrÃas supuesto lo que está ahà fuera.
-Y por encima de eso -dijo Brandir-, te honramos.
Dagny se preguntó por la sinceridad de esa afirmación. ¿Cuál era su nivel de franqueza, incluso entre ellos mismos?
Un pensamiento indigno. Lo arrojó fuera de su cabeza y habló lentamente.
-Bien, es... cientÃficamente fascinante, ¿no? Ofrece todo un conjunto de ideas nuevas sobre el origen del Sistema Solar. Un gran memorial para vuestro padre.
-Se erige en nuestros corazones, que sólo a nosotros nos pertenecen-contestó Brandir.
-¿A qué te refieres? -Ya lo sabÃa. Temerir se lo confirmó.
-Supuse que el objeto podrÃa tener un inmenso potencial, y por tanto requiere del secreto. ¿Vamos a revelárselo a la Tierra? No. -Pero ¿qué podrÃais hacer con él?
-¡Eso ya lo descubriremos! -dijo Kaino. Temerir asintió.
-Si no parece tener valor, entonces revelaremos lo que sabemos. Y él era el cientÃfico del grupo, pensó Dagny. ¿Le era esa generación realmente tan extraña? ¿O tan alienada?
-Precisaremos de una nave llena de robots fuertes y sutiles -dijo Fia.
Brandir movió una mano por el aire, un gesto de negación. Un terrÃcola hubiese movido la cabeza.
-No. No podrÃamos reunir y preparar algo asÃ, con semejante coste, sin que se supiese. -Para Dagny estaba claro el hecho de que él ya lo habÃa estado pensando durante mucho tiempo.
-Por tanto, ¿una expedición tripulada? -rugió Kaino-. ¡SÃ! -Echó atrás la cabeza y rió contra las estrellas.
Era el que estaba más cerca de Dagny. La visión revoloteó a su lado, el contraste, esos mechones rojos junto al pelo que le colgaba a ella hasta los hombros. Desde la muerte de Edmond lo habÃa dejado crecer blanco. El futuro al lado del pasado...
No, maldición. No estaba lista para ser... ¿qué expresión usaba la gente en su infancia? Un miembro de la tercera edad. Se negaba por completo a ser una llorosa ciudadana de la tercera edad. Era una anciana, pero seguirÃa adelante hasta que el segador viniese a por ella.
No le habÃan pedido que estuviese allà por pura bondad. HabÃa algo que podÃa hacer por ellos.
-Salir en trayectoria precisarÃa de mucho tiempo y muchos suministros, algo tan evidente como los robots -decÃa Brandir-. Tendremos que esperar hasta que tengamos una nave antorcha.
Eso no sucederÃa pronto. Sólo recientemente Dagny y sus aliados habÃan conseguido que la Federación emitiese un permiso a regañadientes para que los habitantes de la Luna pudiesen comprar, construir y operar naves espaciales con la aceleración y la velocidad requeridas para el servicio interplanetario. DebÃan hacerlo por pasos, reuniendo lentamente el capital, entrenando tripulaciones, adquiriendo una flota; y los primeros serÃan navÃos de relativo corto alcance, para emplearse en misiones fáciles. Para asegurarse, Brandir poseerÃa una gran participación en la mayorÃa de las empresas.
Kaino saltó por la habitación.
-Cuando llegue la hora, reclutaré un grupo de confianza -dijo jubiloso.
-¿Cómo ocultarás la partida? -preguntó Fia.
Hablaban como si pudiese hacerse mañana, en lugar de años en el futuro, con un ardor que se combinaba con los frÃos cálculos. -Diremos que Temerir ha identificado varios posibles cometas con minerales en las regiones cercanas a Kupier, y que estoy decidido a examinarlos más de cerca-dijo Brandir.
Una excusa razonable, meditó Dagny. A la Luna le irÃa bien contar con más agua y más materiales orgánicos de los que ya tenÃa. No abundaban los cometas de órbita y composición adecuadas. Es más, la Federación habÃa decidido que ya se habÃa ocupado lo suficiente de ese asunto y que si los selenitas querÃan más tendrÃan que buscarlos por sà mismos, sin subsidio. Aquél serÃa todo un golpe en sus engreÃdas narices...
Entendió la sorpresa. Fia, con las cejas elevadas sobre los ojos marrones, habló antes que Dagny.
-¿Tú en persona, Brandir?
-Sà --dijo-. Como la empresa será en gran parte mÃa, quiero saber todo lo posible antes de que pueda decidir qué haremos a continuación -rió ronroneando-. Más aún, temo que la vida en Selene me vuelva acomodaticio. -Mientras conseguÃa otras metas, riquezas, poder y deseos más ocultos-. Mis sentimientos no serán secretos, y ayudarán a explicar por qué van hombres, en lugar de robots. Para entonces, hermana mÃa, deberÃas ser capaz de ocuparte de los asuntos ciudadanos de Zamok Vysoki en mi ausencia, bajo la dirección de Ivala y Tuori. -Sus esposas. Evidentemente Fia habÃa demostrado su valor en la posición ejecutiva subordinada que ocupaba. IncluÃa algunos trabajos duros y arriesgados.
Y sólo tenÃa veintitrés años, pensó Dagny. Pero Brandir, el mayor, apenas tenÃa cuarenta y uno. Y ella, su madre, ocupó su primer puesto en la Luna a los diecinueve (cuarenta y ocho años atrás, ¿no? El tiempo pasaba, el tiempo volaba). Bien, la era de los pioneros pertenecÃa alajuventud.
-Nada de esto podrá conseguirse con facilidad y rapidez, no por nuestros propios medios. -Brandir se dirigió a Dagny-: Una vez más, debemos aprovecharnos de tu sabidurÃa y ayuda.
-¿Yo? -contestó.
-Ninguna otra persona podrÃa hacerlo tan bien -le aseguró Kaino.
-Sabes cómo moverte tanto entre los selenitas como entre los terrÃcolas -dijo Fia-. Tienes contactos con personas importantes y la habilidad para emplearlos. Por medio de ti, podemos obtener cooperación de Fireball para algo que en caso contrario no les parecerÃa rentable.
-Puedes asegurarte de que nuestra ruta hacia el planetoide permanezca oculta-añadió Temerir.
-La tuya es nuestra sangre-terminó Brandir. Ãl sonrió. Era hermoso.
¿Se atrevÃan a dar por supuesto que darÃa la espalda a la Tierra? No, era la forma incorrecta de pensar. Ayudar a Selene no serÃa traicionar a su especie. ¿No? ¿Qué daño podrÃa sufrir alguien -más que los polÃticos enamorados de sà mismos, los burócratas atareados y los magnates enriquecidos por sus concesiones y monopolios- si sus hijos y los de 'Mond obtuviesen mayor libertad?
No era justo, se recordó. Cuando empezabas a tomarte en serio tu propia propaganda, te dirigÃas hacia el fanatismo. La Tierra habÃa realizado grandes inversiones en Selene. Toda la historia gritaba la razón que tenÃa la Federación en temer un resurgimiento de los nacionalismos. Los selenitas se enfadaban por leyes escritas con buena intención, cuando no las violaban, en secreto o cada vez más abiertamente. La herencia común tan sólo era el más evidente de los puntos dolorosos. Preocupaciones medioambientales, control de armas, exigencias educativas, impuestos, licencias, regulaciones, la mayor parte de ellas razonables -desde el punto de vista de un terrÃcola-, pero la civilización que las rechazaba no era de la Tierra, quizá no era del todo humana...
¿No era más sabio quizá intentar ampliar el tamaño de la jaula antes de liberar al animal?
No sabÃa contestar. Deseaba poder buscar el consejo de Guthrie. Pero habÃa jurado silencio y aquellos eran sus hijos. -Bien -dijo en un susurro-, hablaremos.
23
Los tambores resonaban. Un cántico se entretejÃa, ora con la profundidad de un órgano, ora tan agudo como los silbatos, «ai-aaa-oiii». En la pista de aterrizaje, el sonido se oÃa lejano, como una tormenta remota, pero el ominoso ruido hacÃa más oscuro el crepúsculo que morÃa.
Tormenta, sÃ, pensó Aleka. El aire la presionaba desde las nubes, caliente, repleto de lluvia; su piel relucÃa húmeda bajo la blusa y los pantalones cortos, y sentÃa un hormigueo, como si estuviese electrificada.
Durante un momento se quedó al lado del volador alquilado, insegura. Lo más probable es que se fuese con Kenmuir en el de ella, que él habÃa usado. Pero no era seguro. La noticia habÃa sido una sorpresa al leerla de camino a Overburg: las negociaciones se habÃan interrumpido de improviso, el alcalde Bruno invocaba un juego contra Elville, el gobierno aconsejaba no visitar la zona. PodrÃan tener que salir volando apresuradamente.
-Espera aquÃ-le dijo al volador-. Si no te indico lo contrario, regresa a tu estación, oh, a las siete de mañana.
-Considerando el riesgo, el gasto de ese perÃodo será el doble de la tarifa habitual-le avisó el robot.
El débito le darÃa un buen mordisco a su modesta cuenta. Sin embargo, al final Lilisaire se lo reembolsarÃa. Además -levantó la cabeza-, las apuestas eran muy altas.
-Autorizado. -La modulación de su voz era firma suficiente. Agarró firmemente las dos maletas y atravesó el campo de aterrizaje. No habÃa nadie. Cuando llegó a las casas, la única luz era la que venÃa del igualmente desierto pavimento. ¿Estaban todos en el centro, acumulando entusiasmo? Mejor serÃa evitar esa zona. Pero no sabÃa cómo hacerlo. Se habÃa limitado a proyectar un mapa sacado de la base de datos y memorizar la ruta más directa a la posada. Estaba al otro lado de la plaza.
Si al menos hubiese podido hablar con Kenmuir antes. PodrÃan haber acordado un lugar de encuentro más seguro, quizá un punto arbitrario en medio del campo. Well, él no tenÃa forma de saber dónde estaba ella. Realizar una búsqueda en la red hubiese sido dar una gran pista a los perseguidores. Después de recibir las malas noticias, habÃa intentado llamarlo desde el volador. El posadero le dijo que el señor Hannibal habÃa salido. Sin saber a qué hora esperarla, probablemente habrÃa ido a comer o algo asÃ. No vio razón para dejar un mensaje. A su segundo intento, no contestó nadie. Para entonces estaba tan cerca que decidió seguir adelante con el plan original.
Para bien o para mal. Probablemente no habÃa peligro real. Siguió avanzando. La oscuridad cubrÃa los edificios y se acurrucaba entre ellos. Pero frente a ella, la luz se agitaba incierta sobre los tejados. Tambores, silbatos, canciones, el sonido creciente de los pies, hasta que el estruendo se le metió en los huesos.
La calle daba a un enorme edificio, una pila de noche. Giró a la izquierda, luego a la derecha en el borde, con la esperanza de alejarse de la multitud sin perderse. La falta de familiaridad la engañó. De pronto llegó a la siguiente calle y se encontró al otro extremo de la plaza, en diagonal. El espectáculo la obligó a detenerse.
En el centro ardÃa una hoguera, con llamas que alcanzaban los tres metros de alto, el humo teñido de rojo por la luz. A su alrededor bailaban jóvenes con el pecho desnudo, brillantes por el sudor. Agitaban cuchillos y duelas. Aullaban y tenÃan los rostros distorsionados por la pasión. En las esquinas se encontraban los tamborileros y los silbadores. A la derecha estaban las mujeres, los niños y los ancianos, un grupo oscuro del que las llamas hacÃan refulgir el blanco de los ojos. Sus quejidos atravesaban como agujas el canto de los hombres. «¡Iiiiyaaa, oa, al-a, o! »
Aleka recordó ceremonias en su hogar, solemnes o alegres, vitoreando acontecimientos deportivos, y una parada policial. Aquello también era humano.
SerÃa mejor irse. Y rápido.
Sintió una mano sobre el hombro. Para su sorpresa no se habÃa dado cuenta de que tuviese a nadie detrás.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aqu�
El hombre tenÃa el pelo gris y era corpulento, inútil para la batalla, pero todavÃa con buenos músculos y llevaba un bastón además de una daga. SÃ, comprendió Aleka, tenÃa que haber algunos guardias, incluso en aquella ocasión demente.
-Please-dejó escapar-. Soy una visitante. Busco la posada. -¿Eh? EspÃa, quizá. Veré. Ven. -La agarró por el brazo y tiró de ella. Conteniendo el miedo y la furia, Aleka obedeció. Fueron por el lado izquierdo de la plaza.
Un hombre bajaba por la calle bailando en solitario. Estaba cubierto de un abrigo encapuchado que le llegaba hasta las rodillas. Al pasar, Aleka se fijó en las manos venosas y el rostro gastado que habÃa envejecido más allá de toda posible ayuda biotecnológica. Luego comprobó que el abrigo era idéntico por la espalda y por delante, y que en la parte de atrás de la cabeza llevaba una máscara de sà mismo cuando era joven. El rostro exhibÃa el mismo éxtasis ciego. Siguió bailando hasta alejarse. Aleka se preguntó qué magia estarÃa invocando.
El guardia la llevó escaleras arriba por un enorme y grotesco edificio con columnas. En la terraza habÃa varios hombres, también viejos pero vestidos con ropas igualmente ricas a las de las cuatro mujeres que les acompañaban. En el medio se encontraba otro hombre, en plena juventud, enorme y rubio, con una banda en la cabeza y una cadena dorada como señal de rango. A su lado, una mesa sostenÃa una copa y una jarra. Tomaba un largo sorbo.
Los guerreros miraron a los recién llegados. El guardia se arrodilló y alargó el bastón.
-Perdone, señorÃsimo -dijo por entre el ruido-. Atrapé por ahÃ. No sé quién es o quiere.
-¿S�-gruñó el gigante. Aleka recuperó el ánimo.
-¿Es usted el alcalde, señor? -preguntó con toda la calma que pudo reunir-. Mis respetos. No pretendÃa causar daño u ofensa. Simplemente vine a reunirme con otro visitante. No habÃa nadie en el campo de aterrizaje, asà que sólo podÃa dirigirme a la posada en la que se hospeda.
-Ah. SÃ. Ese Hannibal, ¿no?
-SÃ. Me envÃo un mensaje indicándome que habÃa conseguido permiso para mÃ.
-Sé. SÃ. -El alcalde la miró de arriba abajo. Sonrió-. SÃ, claro. Vas a la posada, ¿eh? Vale. Quédate allÃ. No puedo ir todavÃa, pero más tarde. Quédate allÃ, ¿oyes? -Al guardia-: SÃguela, Bolly, y asegúrate de que se queda allÃ.
Aleka se intranquilizó.
-¿Por qué, sir? -protestó-. Le aseguro que sólo estamos de paso, no tenemos ninguna relación con...
Una mano inmensa cortó el aire.
-Sé. Quiero hablar, eso es todo. Muévete. No hagas daño, Bolly, siempre que comporte. ¿Me comprendes? Vale, iros.
Estaba claro que la participación del alcalde en la celebración no podÃa interrumpirse más de lo necesario. El guardia llevó a Aleka escaleras abajo. La habÃa soltado, pero el silencio hosco le indicó lo mucho que lamentaba estar lejos de la diversión. Ella sospechaba que habrÃa encontrado alguna forma de deshacerse de ella si no fuese por las órdenes. La base de datos decÃa que el jefe ejercÃa un control absoluto, personal y brutal.
Pero estaba limitado a sus súbditos, que siempre podÃan irse, se dijo. ExistÃa a regañadientes. A menos que fuese un completo idiota, no provocarÃa una intervención nacional.
Aun asÃ, sintió alivio cuando el escolta se detuvo.
-AquÃ. Entra-murmuró. Se echó sobre la hierba al lado de los escalones y meditó sobre sus males.
El hostal era una casa de aspecto normal, no mucho mayor de lo habitual. Sólo una ventana mostraba luz en el segundo piso. La sala de entrada estaba iluminada pero vacÃa. Cuando se hubo cerrado la puerta, Aleka sintió el silencio. Polvo, algún mobiliario gastado, olor a cerrado... entonces, no habÃa robots; dos o tres personas estaban al cargo. Un papel que podÃan interpretar. Esa noche estaban interpretando otro más frenético. Sin embargo, esa ventana iluminada... Sintió que se le aceleraba la sangre. Equipaje o no, corrió escaleras arriba.
El pasillo estaba lleno de puertas. No tenÃan ni escáner ni anunciador. Orientándose mentalmente, y recordando los programas históricos, eligió a cuál llamar. Se abrió, y ver el rostro simpático de Kenmuir liberó su espÃritu.
-Aloba, aloha-dijo.
-¡Aleka! -exclamó él-. Bienvenida. Pero entra. -Kenmuir entró las maletas y cerró la puerta.
La habitación tenÃa unos cuatro metros cuadrados, con un cubÃculo de baño adjunto y una alfombra tejida a los pies. No habÃa ni teléfono ni multi. Una cama, un vestidor y dos sillas, que eran de ejecución tan primitiva como de diseño. El marco de la ventana era otro anacronismo, lleno de noche. Kenmuir la cerró para apantallar el sonido, que debÃa de haber estado escuchando, y activó el ciclo de aire. Una brisa frÃa empezó a limpiar una atmósfera que a ella ya empezaba a resultarle pesada.
Ãl le agarró las dos manos.
-¿Cómo estás? -preguntó ansioso-. Me he preocupado tanto desde que empezaron los problemas. Esperaba que te alejases y me enviases un mensaje.
-Pensé en ello, pero eso hubiese requerido más tiempo y no sé cuánto nos queda-le explicó-. Quizá deberÃa haberlo hecho. Ahora es demasiado tarde.
Ãl sintió la pena. -¿A qué te refieres?
Aleka le contó la llegada. Kenmuir frunció el ceño, dio unos pasos por la habitación y agitó la cabeza.
-Esperemos que Bruno no tenga en mente más que un poco de despedida sociable, para demostrar su importancia.
-¿Qué otra cosa podrÃa ser? -preguntó con la garganta agitada. -No... no sabrÃa decirlo. Evidentemente, no puede retenernos, o algo similar. Podemos señalarle las consecuencias legales si lo intenta. Me temo que el rufián que está ahà fuera es demasiado estúpido para comprenderlas y podrÃamos acabar con un brazo roto. Pero Bruno... Ahora le conozco un poco. Se ha mostrado... cordial, de una forma muy torpe. Deseoso de impresionarme, al hombre de mundo. Creo que se trata de un complejo de inferioridad cultural, lo que alimenta las fanfarronadas y la violencia. -El tono de Kenmuir se habÃa vuelto el de un profesor. Lo refrenó, asà como su inquietud. Rió-. Pero lo dicho, ¿qué tipo de anfitrión soy yo? Siéntate, o tiéndete, si lo prefieres. ¿Quieres beber? He adquirido una botella de whisky.
Aleka se sentó y le sonrió.
-Thank you. Con mucha agua, please. No te preocupes por mÃ. He pasado por cosas peores. Esto ha sido desagradable pero breve, y ya me he recuperado.
Llenando los vasos, Kenmuir la miró.
-SÃ, eres una muchacha aventurera, ¿no? -dijo lentamente-. Apuesto a que tendrÃas mucho que enseñarme. Bien, nos quedan horas de espera, y podemos hablar con libertad. Esta habitación es un lugar, uno de los pocos sobre la Tierra, donde podemos estar seguros de que no hay vigilancia.
-Tenemos que hablar-reconoció Aleka.
Kenmuir le dio la bebida, acercó la otra silla y se dobló en ella. Más tenso que Aleka, tomó un trago antes de empezar.
-¿Quién eres, Aleka? ¿Qué haces metida en este asunto, y por qué?
-A mà también me gustarÃa conocerte mejor, Kenmuir.
-Pero te han informado sobre mÃ. ¿No es asÃ? Mientras que para mÃ, tú eres un misterio total.
Ella no pudo evitar sonreÃr.
-¿Una mujer misteriosa? Eso serÃa toda una noticia en mi pueblo. ¿Qué deberÃa hacer? ¿Fingir un acento extranjero, ponerme un vestido ceñido, o qué? No, eso es territorio de Lilisaire.
Kenmuir tensó los labios durante un momento. ¿HabÃa hecho una mueca? Aleka recordó su mirada cuando hablaban con la selenarca en aquel horno del desierto. Sintió simpatÃa. Por todo lo que sabÃa, se trataba de un hombre decente, un hombre tranquilo, arrojado a una situación para la que no estaba mejor preparado que un Keiki para escalar una montaña, pero que seguÃa adelante con valor, sin siquiera tener la esperanza que la guiaba a ella.
Suavizó la voz.
-Lo lamento. No quiero jugar contigo. Adelante, pregunta lo que quieras. Contestaré a cualquier cosa que no sea excesivamente personal.
Ãl se sonrojó.
-Yo... ni siquiera soñarÃa en meterme en tu vida privada. -Porque valoraba mucho la suya-. Pero en cuanto a tu pasado y motivos...
El tiempo se perdió en recuerdos. Kenmuir tenÃa el don de evocarlos, Aleka no sabÃa muy bien cómo; la sonrisa tÃmida, la pregunta de incómoda construcción pero siempre inteligente o los fragmentos de sus años y sueños que ofrecÃa a cambio. Aleka creÃa que poco a poco Kenmuir habÃa comprendido a su Lahui Kuikawa, las dos especies a las que amaba por igual, pequeños hogares rodeados de una inmensidad de mar y clima, costumbres antiguas y alegrÃas nuevas, una vida con sentido y propósito, que ninguna máquina podÃa compartir, que el mundo de las máquinas y sus seguidores iban a limitar y destruir...
-Oh, puedo admitir que es necesario, incluso que es justo -dijo, mientras parpadeaba frenética para contener las lágrimas-, pero necesitamos tiempo, ¡una oportunidad para encontrar nuestro nuevo camino! -Aleka no estaba segura de que alguna vez pudiese comprender los sentimientos de Kenmuir. Aunque él habÃa viajado con orgullo entre esplendores, el viaje parecÃa duro y solitario. Pero él la sostuvo, brevemente y con cariño, cuando la pena estuvo a punto de apoderarse de ella, y se calmó.
MerecÃa algo mejor que Lilisaire.
Llegó el momento en que permanecieron en silencio.
-¿Y qué te prometió -preguntó él finalmente- si, de alguna forma, esta loca empresa tiene éxito? -El tono era de calma, con un atisbo del estilo académico al que recurrÃa a menudo. TenÃa la boca ligeramente inclinada hacia arriba.
Las dudas se desvanecieron. Se enderezó en la silla. -¡Un hogar! -gritó.
-¿Dónde? ¿Cómo?
-Nauru. -Kenmuir preguntó con la mirada. Ella soltó un torrente de palabras-. No, no creo que la hayas oÃdo nombrar. Es una isla en medio del PacÃfico, ligeramente al sur del ecuador, al noroeste de las Salomón. En una ocasión fue una nación, diminuta pero rica, porque tenÃa mucho fosfato que exportar. Pero se les acabó. -Antes de que la tecnologÃa molecular hubiese controlado la voracidad de la industria global-. La población, unos diez mil, intentó construir una nueva base económica, pero no tuvieron éxito y cada vez se empobrecieron más. Cuando Fireball se ofreció a comprarla por buen precio, aceptaron encantados y se fueron. Guthrie tenÃa la idea de construir allà otro espaciopuerto. Pero luego las cosas en la Tierra se desmoronaron, con la Renovación y la Gran Jihad; y cuando las cosas parecÃan encaminadas de nuevo, Guthrie murió y pasó un tiempo antes de que su emulación recuperase el control total de la compañÃa; y para entonces gran parte de la actividad espacial tenÃa su base en el espacio y un nuevo espaciopuerto no tendrÃa sentido. Con el tiempo, Fireball le vendió Nauru a Brandir de Zamok Vysoki. Eso fue en los primeros dÃas de la independencia lunar. Varios selenarcas se habÃan vuelto superricos y buscaban inversiones. Compraron muchas posesiones en la Tierra, incluyendo bienes inmuebles. Una parte todavÃa pertenece a las familias.
-Y la isla es de Lilisaire, ¿eh? -murmuró Kenmuir-. ¿Qué ha hecho con ella?
-No mucho. PiscifactorÃas y acuacultura, mantenida por robots y algunos residentes terrestres. No da muchos beneficios. Pero comprende, siempre tuvo importancia mantener gente allÃ, aunque fuese un puñado. Porque técnicamente, Nauru es todavÃa un paÃs.
Kenmuir abrió los ojos.
-Creo que lo entiendo -rió-. Me gustarÃa saber qué maniobras realizó Guthrie para conseguirlo. Viejo demonio.
Aleka asintió con vigor.
-Ãsa era la idea. Los gobiernos de Ecuador y Australia cooperaban con Fireball, pero si pudiesen tener su propia... Well, como ya he
dicho, no salió bien. Los propietarios selenarcas la usaron como una forma de mantener un polÃtico en la Asamblea de la Federación, pero la verdad es que nunca valió para nada. Y ahora... -Contuvo el aliento. -Ah. La conseguirás para tu gente.
-SÃ. Un atolón, con un par de grandes plataformas flotantes para añadir superficie. Pero con más de un cuarto de millón de kilómetros cuadrados de aguas territoriales. Y los Estados vecinos hace mucho tiempo que concedieron derecho a las suyas según un acuerdo recÃproco del cual ya no se aprovechan.
»Oh, sÃ, cumpliremos las leyes ambientales del Pacto. Pero son muy flexibles si eres... el supervisor local... y queremos que nuestra Keiki se equilibre con la naturaleza, se trata simplemente de que no podemos hacerlo sin destruirnos a menos que tengamos tiempo y espacio para maniobrar y... libertad... -No podÃa seguir.
No habÃa estado allà en persona, pero frente a ella se alzó la imagen que habÃa conjurado de la base de datos. Nauru no era Niihau. YacÃa solitaria, 200 kilómetros cuadrados, una meseta central llena de las cicatrices de una antigua operación minera, rodeada de acantilados coralinos, llena de playas de arena y arrecifes externos, un lugar salvaje donde quedaban los restos de los edificios bajo el viento marino y las aves; los únicos lugares de residencia eran unas pocas barracas. Los árboles se agitaban bajo ese viento, las flores resplandecÃan, al suroeste habÃa una laguna de agua fresca, por todas partes habÃa un mar vivo. Los ingleses le habÃan dado el nombre de isla placentera.
-Lo que podamos hacer en ella -susurró Aleka después de un minuto.
-Me atrevo a pronosticar que el acuerdo provocará una conmoción en Hiroshima. -Kenmuir se acarició la barbilla-. Pero, mm, me imagino que defenderéis vuestra situación con algo más que tácticas legalistas. El sentimiento popular estará a favor de una causa tan romántica. Además, estaréis recuperando el paÃs de manos selenitas para devolverlo a control terrestre. SÃ, me parece que las posibilidades son buenas.
Su tono seco era precisamente lo que Aleka necesitaba. ¿Kenmuir ya sabÃa que era asÃ? Aleka volvió a la realidad.
-Primero -dijo-, tenemos que completar la misión, con la esperanza de que el resultado satisfa*ga a Lilisaire.
El rostro de Kenmuir se llenó de arrugas.
-Exacto. Tenemos que hacerlo. -Luego añadió-: ¿Qué plan tienes exactamente?
-El plan que se me dio -contestó-, y no tiene nada de exacto, sólo un comentario sobre lo que podrÃa esperar y un par de sugerencias sobre cómo proceder. Podemos probar con algo diferente si queremos. Pero por el momento me parece la mejor apuesta. ¿Te suena de algo el nombre Prajnaloka?
-No... Un momento. ¿Es algún tipo de culto o hermandad? -Algo más extraño. Yo apenas conocÃa el movimiento hasta que el agente de San Francisco me lo mencionó. Más tarde, antes de ir a buscarte, investigué algunos detalles. Tiene carácter mundial, aunque no demasiados miembros, y el nombre depende del lenguaje... En anglo es Búsqueda del Alma. Prajnaloka es el centro para Norteamérica, un asentamiento en las montañas Ozark, no muy lejos de aquÃ, hacia el este. Para nuestro propósito, dispone de extraordinarias instalaciones de datos, y a menudo se las emplea de forma tan extraña que es posible tener la esperanza de que el sistema no preste demasiada atención si...
Alguien llamó a la puerta repetidamente. Aleka y Kenmuir se pusieron en pie de un salto. Durante una terrible fracción de segundo, ella creyó que se trataba de su enemigo sin rostro. Luego pensó en mirar la hora. No habÃa notado el paso del tiempo, que el ruido y la luz de la plaza morÃan, y la noche envejecÃa.
-Bruno -dijo Kenmuir. Se dirigió envarado a abrir la puerta. Toda la masa del alcalde llenaba el quicio. Aleka vio que el guardaespaldas estaba tras él.
-Buenas noches -fue el saludo de Kenmuir-. O serÃa mejor decir, «buenos dÃas».
-Bueno, sÃ, bueno -contestó Bruno casi incomprensiblemente. TenÃa el rostro enrojecido, respiraba con pesadez, pero avanzó con firmeza de hierro. Kenmuir tuvo que hacerse a un lado. La vista de Bruno buscó a Aleka y se centró en ella-. Hola, damita -gritó-, bienvenida. -Se acercó, le puso las manos sobre los hombros-. ¿Feliz?
Aleka se escapó de la silla y de sus manos. Ãl fue tras ella y se alzó imponente. Aleka olió el sudor y el alcohol.
-No feliz, ¿eh? SÃ, encerrada aquÃ. Nada divertido. Lo lamento. Es por seguridad. Las cosas están mal. Ahora tranquilas. Sal y le enseñaré la bella ciudad. Le gustará.
Aleka no iba a permitir que le temblase la voz.
-Thanks, pero me temo que debemos partir. Tenemos asuntos urgentes.
-No. No son tan urgentes. Más tarde. Cuando vaya al juego. Primero, diversión.-Volvió a ponerle las manos encima, atrapándole las caderas y recorriéndole los pechos-. Venga conmigo, gustará. Aleka consiguió soltarse. Bruno la agarró por la muñeca, apretando con fuerza. Por entre la náusea que sentÃa, oyó a Kenmuir. -No. Déjela.
Bruno lo miró.
-¿Eh? ¿Das órdenes? ¿Tú? -Bolly gruñó en la puerta y agarró el arma.
-Por favor, déjenos ir-dijo Kenmuir. -¿Porqué?
-No tiene derecho a retenernos. Es un abuso. Tenga cuidado o será acusado de un delito.
Bruno apretó a Aleka contra la barriga. Ella se dejó. Al menos en aquella posición no podÃa manosearla.
-No hago daño-dijo, y se tiró un pedo-. Simple voy a dar placer a la damita. Placer como no ha sentido.
-Está borracho.
Monumentalmente borracho, pensó Aleka. A menos que todavÃa sufriese la histeria de la danza guerrera. Aleka no podÃa dejar de temblar. -Callao -gritó-. Callao antes de que te cierre con los dientes. -Aleka sintió que se relajaba un poco. El pelo alrededor de los labios le rozó la mejilla. Bruno rió-. Ayer estuviste dispuesto a disfrutá de una de mis mujeres. Ahora me toca.
-Se lo advierto -afirmó Kenmuir-, si no la suelta ahora mismo, pronto estará arrestado. ¿De qué valdrá entonces su gloria?
¿No era lo que debÃa decir? ¿Hizo que la criatura superara cualquier lÃmite razonable? Bruno escupió en el suelo.
-¡Eso pa ti! -rugió. Cariñoso-: Na, no fuerza. Le gustará, te aseguro. Me rogarás que te dé más, damita. Querrás quedarte aquÃ. Venga. -Obligó a Aleka a darse la vuelta, agarrándola todavÃa por el brazo y se puso a su espalda-. Bolly-ordenó-, que éste no moleste. ¿Pillas? -SÃ, señorÃsimo -contestó encantado el guardia.
Kenmuir no le hizo caso, se acercó hasta la puerta y le dijo a Bruno:
-Muy bien, no me deja otra elección. Le desafÃo. -¿Qué? -El alcalde se detuvo en seco.
-Resolveremos entre los dos quién tiene la autoridad -le dijo Kenmuir.
Bolly levantó su bastón.
-Eh, no puedes hablá asà -dijo.
-¿Tiene miedo el alcalde de luchar conmigo? -respondió Kenmuir.
-¡No! -gritó Aleka por entre la pesadilla-. ¡No! No puedes... -El gigante partirÃa en dos al delgado astronauta. Un astronauta de mediana edad. Y luego, ¿qué recurso les quedarÃa? Tanto ella como Kenmuir desaparecerÃan por siempre y nadie sabrÃa jamás que habÃa sido de ellos-. Lo haré. Me dejaré. -Y quizá más tarde podrÃa avisar a la ley. O quizá Bruno se despertase muerto.
-Estás crazy-decÃa Bruno.
-No -contestó Kenmuir-. Simplemente le desafÃo a enfrentarse a mÃ, con las manos desnudas. Si no es hombre suficiente, que aquà su lacayo informe a todos.
Bruno aulló.
Y de alguna forma, en el ajetreo, todos bajaron y llegaron ala calle. Bruno dio un salto y se colocó en posición, una mancha monstruosa en la luz del pavimento. Se habÃa levantado una brisa, silbando entre paredes oscuras. Los rayos habÃan empezado a saltar sobre los tejados y hacia el este. Bolly se hizo a un lado. SostenÃa a Aleka por la muñeca, sin apretar demasiado, y la mujer pudo apreciar que su rostro mostraba concentración.
Kenmuir se golpeó las manos, un golpe ligero, antes de elegir una posición. ¡Oh, Pele, qué huesos tan delicados!
Quizá Bruno se conformase con incapacitarlo, violarla a ella y dejarles ir. No era muy probable. Sobrio, tendrÃa en cuenta las consecuencias. Aleka miró al cielo. Quizá Lilisaire descubriese lo que habÃa sucedido y les vengase.
Bruno cargó. Kenmuir esperó. Bruno llegó hasta él, giró y le lanzó una patada de kárate.
Kenmuir alzó el brazo. La pierna se hizo a un lado. Bruno se tambaleó, perdiendo el equilibrio. El pie de Kenmuir le dio detrás de la rodilla. Aulló y cayó.
Kenmuir saltó y le dio en el torso con el talón. Bruno perdió el aliento, pero rodó y volvió a ponerse en pie. Aleka comprendió que tenÃa una fuerza increÃble. Si le dejaba acercarse, partirÃa a su oponente como un martillo rompe una taza.
Pero debÃa de estar un poco mareado. Con los puños buscó el estómago. Instantáneamente Aleka comprendió el error. La mano de Kenmuir saltó como un cuchillo para bloquear el brazo, que golpeó en el aire. Le dio un golpe en la espinilla y el alcalde volvió al suelo.
O eso pareció. Aleka nunca habÃa estudiado combate. Sus deportes eran menos agresivos. Básicamente le parecÃa presenciar una confusión salvaje.
Bruno lo intentó una vez más, falló de nuevo, gruñó y golpeó. Le corrÃa sangre por la cara, manchándole la barba, hasta caer sobre la calle que relucÃa de un rojo fantasmagórico. Con un rugido animal, desenvainó el cuchillo.
-¡No pué ser! -aulló Bolly.
Bruno se lanzó al ataque. Kenmuir atrapó la muñeca con la mano derecha, se hizo a un lado y al moverse clavó un codo en el cuello de Bruno. El cuchillo saltó al suelo. Bruno quedó convertido en un montón de carne que yacÃa sobre el pavimento y luchaba por respirar.
Kenmuir fue hasta Bolly. El sudor relucÃa en su rostro. Respiraba profundamente y su olor era... poderoso, masculino, pensó Aleka, sintiéndose mareada. Pero Kenmuir se movÃa con tranquilidad y cuando habló lo hizo con calma.
-Creo que eso es todo lo necesario. Suelta a la mujer. Bolly lo hizo. No dejaba de mirarle fijamente.
-Me llevaré este bastón, si no te importa -dijo Kenmuir. Lo sacó de entre unos dedos que no se resistieron-. No tengo mayor interés en nada más que haya aquÃ. ¿Por qué no ayudas a tu amo? -A Aleka-: ¿Puedes ira buscar el equipaje?
PodÃa. Lo hizo. No fue hasta regresar que comprendió, con la mente despierta una vez más, que eran libres.
Kenmuir habÃa hablado un poco más con el guardia, quien estaba agachado junto al cuerpo caÃdo y lo tocaba con torpeza. Aleka llegó a tiempo de ver girar el bastón. Kenmuir debÃa de haber demostrado que también sabÃa usarlo si era necesario. Le hizo un gesto y recogió su propia maleta.
-Vámonos.
Caminaba con ritmo, pero sin prisa. Para no mostrar miedo, entendió Aleka. Su huida dependÃa de un equilibrio emocional que podÃa romperse en cualquier instante. El camino hasta el campo aéreo fue eterno. El viento gemÃa, el rayo parpadeaba, el trueno retumbaba. ... Se encontraban en el volador y en el aire.
Aleka comenzó a temblar de forma incontrolable. Ãl la abrazó, le acarició el pelo. Al final, ella pudo sentarse a su lado.
-Lo siento, fue algo infantil -murmuró.
-Para nada -contestó Kenmuir-. Se trata de una reacción muy natural. Tú tenÃas mayores problemas que yo y conservaste la calma. Eso siempre tiene un precio.
Aleka lo miró. Ya se encontraban por encima de las nubes. El perfil de Kenmuir se recortaba contra un cielo ya pálido y con unas pocas estrellas.
-Tú no pareces alterado -dijo. Ãl se volvió para sonreÃrle.
-Oh, lo estoy. Agotado. Vamos a parar en algún sitio y dormir hasta que se ponga el sol.
A Aleka le dolÃa todo el cuerpo, pero sentÃa una intensa claridad interior.
-No, mejor no. Dejarnos ver por cualquier sitio es un peligro adicional. Haz que el volador dé vueltas durante unas horas mientras descansamos, y luego iremos directamente a Prajnaloka.
Kenmuir se golpeó la frente.
Tienes razón. El sofotecto de servicio en Overburg oirá lo de la pelea, investigará y enviará un informe; y nos vimos, hablamos. -Aquel cerebro podÃa proyectar su imagen en movimiento a la base de datos.
Al menos no la habÃa visto a ella. Por suerte -algo de suerte debÃan tener, pensó Aleka- no habÃa dado su nombre a nadie en la ciudad. Cierto, acabarÃa saliendo a la luz la presencia de una segunda extranjera. Después de eso, una comprobación con Control de Tráfico revelarÃa que el vehÃculo era suyo, y su posición actual.
Pero ¿por qué iban las autoridades a tomarse tantas molestias por un incidente sin mayores consecuencias que se habÃa producido en una sociedad que, en principio, dejaban a su aire? No sabÃan que algunos de ellos buscaban en secreto a Kenmuir. No tendrÃan razones propias para perseguirlo. Si Kenmuir querÃa presentar cargos, les hubiese llamado; en caso contrario, era lógico dejar el relato del sofotecto en el archivo. Quizá con el tiempo, el archivo contuviese tantas entradas similares como para que prestasen más atención a Bramland. Aleka lo esperaba. Pero no era probable que sucediese pronto.
Su compañero volvÃa a sonreÃr, con lo que suponÃa era esfuerzo. -Comprendo, ya piensas con total claridad -añadió él finalmente.
-Tú... -se maravilló-, cuando le desafiaste, pensé que eras... pupule... un loco, un suicida.
Kenmuir se encogió de hombros.
-Los astronautas tenemos que pasar mucho tiempo haciendo ejercicio, si queremos mantenernos en forma. Uno de mis programas favoritos son las artes marciales. Cuando estoy solo, entreno frente a una imagen generada, lo que es una maravilla para desarrollar los reflejos. No es que esperase llegar a usarlo para fines violentos, pero me ha ido razonablemente bien en las competiciones. El conocimiento de Bruno es rudimentario. Ya lo habÃa descubierto por nuestras conversaciones. -Por si caso necesitase saberlo, decidió Aleka. Un hombre precavido-. Además, estaba borracho. No me preocupaba demasiado.
»Se comportó como un estúpido desde el principio, cuando intentó darme una patada. Es un ataque potente pero lento, y por sà solo te deja abierto a varios posibles contraataques. Mi problema se limitaba a mantenerlo a distancia, sin poder agarrarme o darme un golpe de verdad, mientras yo lo demolÃa. Y sÃ, intentaba no matarle, sobre todo porque considerando las circunstancias, podrÃa ser irreversible.
Kenmuir hizo una mueca.
-Es odioso. Para mà las artes marciales no han sido otra cosa más que un ejercicio y una diversión. Nunca quise que fuese diferente. -Suspiró-. Bien, supongo que Bruno no ha sufrido ningún daño permanente, más que en su ego y quizá en su posición social.
Aleka le tomó de las manos.
-Es igual, estuviste maravilloso-dijo.
-No podÃa quedarme al margen. ¿Verdad? Sobre todo cuando yo era, bueno, no responsable de todo el embrollo, pero sà un factor. -Aceptaste su hospitalidad en todo, ¿no?
Inmediatamente, Aleka supo que el comentario era ilógico, injusto, algo que habÃa soltado por puro cansancio antes de pensar. Kenmuir apartó la vista.
-No sabÃa cómo podÃa negarme-murmuró.
-¡Lo lamento! -dijo-. No es para nada asunto mÃo. Pero... ¿lo habÃa disfrutado?
-¿Intentamos dormir?-propuso Kenmuir.
TodavÃa calmado, todavÃa juicioso, todavÃa el capitán. ¿Por qué la molestaba vagamente? Mejor serÃa alegrarse de tener semejante hombre a su lado. ¿HabÃa muchos astronautas como él? (No, los astronautas eran pocos, pocos y en su mayorÃa selenitas.) ¿Qué parte de él no era innata sino de Fireball, de los ideales, los ritos, la hermandad, de una tradición tan antigua como la Mansión Guthrie?
24
La madre de la Luna
Durante el verano, la flotilla de los Rydberg permanecÃa atracada cuando no estaba en uso; un ketch, un hidrofoil de diez asientos, un bote para pasearse por la cala protegida. El cobertizo de invierno de las embarcaciones estaba a un lado. Detrás se encontraba la zona de aterrizaje y el hangar con espacio para tres voladores. Césped y macizos de flores llevaban hasta la casa. De piedra, con el tejado inclinado, no dominaba la zona con su tamaño, porque detrás de ella, la tierra se elevaba bajo un viejo bosque de abetos, mientras que al oeste, el océano cubrÃa una quinta parte del planeta.
Aquel dÃa soplaba un fuerte viento del norte. Las copas de los árboles se movÃan a su compás, y las olas saltaban y penetraban tierra adentro. Las nubes volaban como harapos, brillantes al sol, grises cuando lo ocultaban y cortaban la tierra con sus sombras. El mar se veÃa acerado en la distancia, blanco y verde donde rugÃa para convertirse en olas y espuma. Al romper en la cala, reflejaba cambiante la luz del sol, transformado en un parpadeo continuo, mientras los botes se mecÃan suavemente tirando de sus amarras. La tierra todavÃa estaba cálida, pero habÃa un aliento frÃo en el aire, un heraldo del otoño.
El volador aterrizó con precisión. Cerca esperaban Lars y Ulla Rydberg. VestÃan de forma muy similar, con túnicas y pantalones a su vez cubiertos por capas que mantenÃan pegadas al cuerpo:El viento agitaba mechones extraviados, los de él de un rubio que se volvÃa blanco, los de ella de un color dorado. Se abrió la puerta del volador. Bajó un robot. Se trataba de un pequeño modelo multipropósito; cuatro patas bajo un cilindro sobre el que se apoyaba una torre de control; dos brazos terminados en manos, dos en terminales para diversas herramientas. El sistema óptico de la torre destellaba a 130 centÃmetros del suelo. Por lo normal, el ordenador en su interior hubiese sido una red neuronal adecuada para tareas manuales no muy exigentes. Aquella unidad habÃa sido modificada para contener una emulación.
La voz que surgió de ella fue la de Anson Guthrie. -¡Helio! Es agradable volver a veros.
-Bienvenido... -Ulla vaciló durante un instante- boss. -El tÃtulo honorÃfico todavÃa no le salÃa con facilidad. Sólo llevaba en Fireballs siete años, en principio en virtud de su matrimonio, y llevaba residiendo en Norteamérica tres años; al haber estudiado en Europa, le costaba la combinación de inglés y español. Hasta ese momento, sus contactos directos con él habÃan sido breves y escasos-. Es un honor para nosotros. -Lo decÃa por cortesÃa. Era una mujer grande y campechana, no una aduladora.
-Thank you. -Guthrie debÃa de estar escaneando la escena-. Eh, ¿no tenéis a los chicos por aquÃ? Pensé que vendrÃan al galope, excepto el bebé, y que ella pondrÃa su carrito a máxima velocidad.
-Los enviamos de excursión, junto con mistress Turner -le explicó Rydberg. Se referÃa a la única ayudante que él y ella necesitaban, exceptuando las máquinas, para llevar la casa con comodidad-. Cuando llamaste, entendà que deseabas un encuentro confidencial.
-Oh, tampoco hay que exagerar-dijo Guthrie, agitando las manos-. PodrÃamos haber ido a navegar o a dar un paseo por el bosque, eso me gustarÃa, o simplemente cerrar la puerta de la habitación durante un par de horas. La razón por la que vine en persona, en lugar de enviar mi imagen a través de los códigos habituales, era para estar con vosotros durante un tiempo.
Su tono era impersonal. En general, también habÃa sido asà cuando Ulla veÃa la simulación de Guthrie vivo en la pantalla del teléfono. Pero en ocasiones, se volvÃa suave y mostraba una sonrisa, por ejemplo, cuando le presentaba a sus hijos.
-Quédate todo el tiempo que quieras-le dijo-. ¡Oh, por favor! -Me temo que sólo puedo pasar la noche, dear. Tengo demasiadas cosas que hacer. Además, si me ausentase durante demasiado tiempo sin avisar antes, los de la prensa se volverÃan locos. Vengo en este cuerpecito para poder escabullirme sin que se den cuenta. Dejaremos una visita en condiciones para más adelante, ¿vale?
Lars sonrió, algo rÃgido.
-¿Necesitas pedir tiempo para venir a tu propia casa? -dijo-. Podemos dar ese paseo ahora mismo.
-Bien, podemos entrar. TenÃa esperanzas de recorrer este viejo lugar con mis propios pies.
La casa donde el Guthrie mortal habÃa pasado sus últimos años, y donde habÃa muerto.
Hasta entonces, se habÃa mantenido en contacto con su biznieto, especialmente después de que se lo contasen a Lars. Nunca se hizo público, y Guthrie nunca le mostró ningún favoritismo. Es más, hablaban entre sà con menos frecuencia de lo que cada uno de los dos hablaba con Dagny Beynac. Pero habÃa un verdadero lazo entre ellos. La emulación habÃa conservado el lazo, y se reforzó después de que Lars se retirase de su carrera de piloto. En tierra, su experiencia pronto se alió con unos talentos administrativos que no sabÃa que poseÃa para convertirlo en un hombre mucho más valioso -sobre todo, para las empresas exploratorias de Fireball- que cuando recorrÃa el Sistema Solar.
Sus imágenes, las reales y las sintéticas, habÃan hablado una noche en Estocolmo, una tarde en Quito.
-Creo que tú y tu mujer queréis mudaros -dijo Guthrie-. ¿Puedo preguntar la razón?
-Nos sentimos inquietos --contestó Lars-. He descubierto que Europa es tal y como la recordaba. Demasiado... demasiado domesticada, todo demasiado controlado. Y si el espacio no será para mà más que Selene o L-5, bien, en ese caso preferirÃa tener a la verdadera Tierra a mi alrededor, la vieja Tierra, tanto como sea posible. Ulla está de acuerdo. Creció en Laponia, una chica de bosque. -Hizo una pausa-. Además, queremos tener una gran familia. Eso aquà no está bien visto, ya sabes, y hay que pagar muchos impuestos por ello. Ya tenemos problemas sociales. Estamos pensando en Norteamérica.
-Mm, hoy en dÃa es un paÃs razonablemente libre, sÃ. No sé cuánto tiempo permanecerá asÃ.
-¿ Oh? ¿Por qué?
-La Renovación destruyó casi por completo su clase media. La Segunda República manosea demasiado, intentando con demasiado empeño el restaurar una sociedad productiva y hacer que la clase baja se adapte a ella, por medio de acciones desde arriba, sin dejar que la gente por sà misma arregle las cosas. -Guthrie proyectó un encogimiento de hombros-. Pero la libertad todavÃa deberÃa durar. Y lo haga o no, las comunidades de nuestra compañÃa permanecerán autónomas, de hecho si no de nombre.
-Boss, dije que nos gustarÃa tener a la naturaleza a nuestro alrededor. La naturaleza del norte, no un enclave. En todo caso, casi todo el tiempo.
-Mm... ¡Eh, tengo una idea! Escucha, en una ocasión me compré un terreno hermoso en Vancouver, el noroeste del PacÃfico, me construà una gran casa y pasé allà todo el tiempo que pude. El pobre edificio ha quedado vacÃo desde entonces, exceptuando a alguien que cuida de él. Estoy seguro de que la casa agradecerÃa algo de ruido y caos.
Lars lo miró fijamente.
-¿Qué? Pero se trata... se trata...
-Si descubres que te gusta, se la cederé a Fireball y te nombraré su administrador con derecho a legar tu posición. Está aislada, pero a un corto vuelo de Victoria o Vancouver, no mucho más lejos por un barco rápido. Los chicos podrán ir a la escuela, llamar a sus amigos o invitarles a ir tantas veces como podáis soportarlo vosotros. Los inviernos no son peores que en Suecia; o podéis pasarlos en un clima más cálido. Piénsalo, háblalo con tu mujer, id a visitarla, hacédmelo saber cuando os decidáis. Espero que lo intentéis.
-Es muy precipitado.
-Cuando las ideas se combinan, no me quedo parado. -La mirada creada de Guthrie se hizo amable-. Que las cosas queden en la familia, en la medida de lo posible, ¿eh?
Subieron por el sendero hacia el porche.
-Me encanta ver lo bien que conserváis las cosas. ¿Os sigue gustando el sitio? -comentó Guthrie.
-Oh, sà -dijo Ulla con apasionamiento.
-Y también gusta a varios de nuestros cofrades, por lo que he oÃdo. ¿No os cansáis nunca de tener invitados?
-No, no, son amigos. Y es bueno para los niños conocer a gente tan diversa, no por la pantalla, sino en vivo.
-Y nos traen el espacio aquÃ, como no puede hacerlo ninguna grabación o texto escrito. -La nostalgia teñÃa la voz de Lars. -Comprendo -dijo Guthrie en voz baja.
-Negocios y placer -siguió diciendo Ulla-. Es necesario saber todo lo posible, cuando tantas cosas son desconocidas. La casa se está convirtiendo en un centro para conferencias informales... Pero ¿por qué te lo estoy contando a ti?
-Porque se siente ligeramente nerviosa, señora. No lo estés. No se trata de tu jefe que viene a cenar. -Guthrie rió-. Para nada. -Con voz más seria-: Lars y yo estamos más unidos de lo que crees. Pienso que ya es hora, has demostrado ser de confianza, de que sepas cuán unidos. Pero primero, a lo que he venido, a pedir ayuda.
-¡Lo que podamos hacer!
Subieron los escalones, llegaron hasta la puerta, la abrieron y pasaron al vestÃbulo. Una nube abandonó el sol. Los colores de la ventana renacieron, Dédalo e Ãcaro en pleno vuelo.
Sin las capas, Lars le guió hasta una sala que tenÃa por techo el mismo tejado, con las vigas a dos pisos de alto del suelo de parquet, frisos de roble y una chimenea donde ardÃan algunos troncos. La luz caÃa con suavidad sobre un mobiliario antiguo y pesado, alfombra y cortinas gruesas, cuadros con siglos de antigüedad, cobre y plata trabajados. El Moldava de Smetana surgÃa de los altavoces. El robot entró como una araña en un santuario.
-¿Hablamos aqu� -propuso Lars.
-Vale -dijo Guthrie-. Veo que no habéis cambiado nada de importancia. Hacedlo, si queréis. ¿No es esta decoración un poco pesada para vuestro gusto?
-No, no -contestó Lars-. Nos hemos sentido con libertad para adaptar el resto de la casa, pero esta sala... nos parece bien asÃ. -No es un santuario -añadió Ulla-. La usamos, es el centro de nuestro hogar. Pero también es como un corazón o una raÃz, no sólo para nosotros, sino para Fireball.
Ninguno de ellos mencionó la otra habitación sin alterar, en la que Guthrie habÃa muerto.
-¿Podemos... ofrecerle algo, señor? -siguió diciendo Ulla, sintiéndose de pronto incómoda.
-Sólo vuestra compañÃa -contestó Guthrie-. Ingenio y sabidurÃa, o lo que tengáis en casa. Mirad, please, relajaos. ServÃos un whisky, café o lo que sea, levantad los pies, comportaos con normalidad.
Les guió un poco por entre rumores y pequeños asuntos: lo que habÃa pasado últimamente en el recinto de Hawai donde los Rydberg pasaban la mayorÃa de sus inviernos; sus recientes vacaciones en L-5;
las nuevas formas artÃsticas y de entretenimiento de peso variable; un cómico incidente al que no se habÃa dado publicidad en la Estación Weinbaum de Marte; operaciones mineras en Elara, Júpiter XI; el nuevo parque Lake Aldrin en Selene...
-Es sobre Selene, ¿no?-preguntó Lars-. Por lo que has venido. Para entonces estaba sentado al lado de Ulla, con una copa en la mano y una taza en la de ella. Guthrie los miraba, de pie frente a la chimenea. La luz del fuego se reflejaba en el cuerpo metálico. Las palabras surgieron con facilidad.
-Sà -dijo-. Supuse que lo pensarÃas inmediatamente cuando te llamé para reunirnos. -Lars asintió-. Después de todo, eres hijo de Dagny Beynac.
-Y ella es virtualmente el igual del gobernador general -comentó Ulla.
-Legalmente no-le recordó Lars-. Hoy en dÃa no tiene puesto oficial, aparte de pertenencia a Fireball.
-Tiene más poder.
-Eres una dama muy inteligente erijo Guthrie-. Hoy en dÃa sólo le preocupa Fireball a medias.
-¡Ella nunca romperÃa el juramento! -exclamó Lars, sorprendido por el comentario.
-No he dicho eso. Por supuesto que no. Al contrario, ya sabes que desde que se retiró ha sido nuestra consejera cada vez que se lo hemos pedido, pero quizá no sepa lo que nuestra empresa lamentarÃa perder su consejo.
Guthrie se quedó callado durante un momento antes de continuar. -Sin embargo, como todas las cosas humanas, juramento» puede tener muchos significados diferentes.
Lars se puso a la defensiva.
-Por favor, ¿qué quieres decir con eso?
-Nada malo. No cree que Fireball pueda salir malparada si sus selenitas obtienen lo que quieren en mayor cantidad, es decir dominio local y libertad de acción. Afirma que eso nos beneficiará. Pero se dedica cada vez más a sus esfuerzos por conseguirlo para ellos. -Guthrie suspiró-. Como resultado, ya no estamos tan unidos como antes. -Desde... -Ulla no pudo continuar.
-¿Desde que mi original se retiró del juego y yo me ocupé de todo? -contestó Guthrie-. No temas decirlo. Claro, era evidente que eso acabarÃa cambiando nuestra relación, pero la cambió menos de lo que podrÃa esperarse. En los últimos años, Dagny... bien, ha perdido el hábito de compartir conmigo todo lo que le importa.
-Se hace vieja-dijo Ulla en voz baja-. La gente cambia con los años.
-Es difÃcil imaginársela como vieja. La recuerdo como si fuese ayer, un encantador bebé... -Guthrie se detuvo. Ãse no era exactamente su ayer-. Pero no. El tiempo se ha limitado a afilar más los talentos de Dagny Beynac.
-Entonces, ¿qué te preocupa, boss? -preguntó Lars.
-Eso exige repasar los hechos. -Nuevamente Guthrie se detuvo-. Los dos sabéis bien que, desde que obtuvieron permiso, los selenitas han iniciado una gran campaña para ir al espacio profundo por sus propios medios. Sus hijos están en la vanguardia. Compra, fabricación, entrenamiento... Hasta ahora, cosas a pequeña escala, pero enérgico y ambicioso.
-Sà -reflexionó Lars-. Ambicioso. Confieso que es una ambición que me asombra. No es realmente económica. Nunca hemos pretendido... Fireball no quiere suprimirles, por amor de Dios. Pero cuando intento persuadirles de que, en este momento, fletar naves y contratar tripulaciones es mucho mejor... son amables, pero es como si no me oyesen.
-No es una experiencia única ---dijo Guthrie con sequedad. -Ya te lo he dicho, cariño-le recordó Ulla a su esposo-. Es una cuestión de orgullo, de reafirmación. ¿Cuándo aprenderás que no todos son tan racionales como tú?
Guthrie rió una vez más.
-La gran irracionalidad de los racionalistas. Tienes toda la razón, mi dama. Tengo muchas dudas sobre lo que es y deja de ser racional para un selenita, esa especie de testarudos, pero básicamente tienes razón.
»Vale, sigamos. No faltan cosas que hacer en el espacio, incluso si esos ricos selenitas tienen que pagarse su parte. Pero vosotros no podéis saberlo, porque ha sido entre Dagny Beynac y yo, no podéis saber de qué modo se ha apoyado en mà todo este tiempo, en nombre de esa gente.
Lars se rascó la barbilla y bebió un sorbo de whisky.
-Mm, me he estado preguntando sobre la ayuda que Fireball ha estado dando, préstamos de dinero, instalaciones y demás. ¿Cómo podrÃa pagarse? Pero no entiendo de economÃa.
-No eres el único que se lo pregunta-dijo Guthrie-. Otros lo han expresado con mayor claridad, o con total escándalo. Como no soy el dictador absoluto de la compañÃa, a pesar de lo que dice la prensa, he tenido varias peleas tras los bastidores, aprobando esta o aquella operación y asegurándome de que se realiza adecuadamente. -¿Por qué? -preguntó Ulla.
-ConfÃa en una mujer para que pregunte sin tapujos. ¿Por qué iba a hacer lo que Dagny me pide? Bien, como podéis suponer, en parte miré más allá del aspecto monetario. Las naciones de la Tierra y la babosa Federación necesitan a alguien que pueda plantarles cara. Al menos, la gente lo necesita, si no queremos ver a los gobiernos creciendo sobre nosotros como la vegetación en la jungla. -La frase de Guthrie traspasó a sus oyentes-. Pero, bien, también... era Dagny quien me lo pedÃa.
-¿Y ahora ha pedido demasiado?-Los ruidos del fuego se mezclaron con las palabras de Lars.
-No. Pero en esta ocasión es algo muy radical, tanto como para pararme a pensarlo. Asà que decidà hablarlo con vosotros.
-Yo... no soy Ãntimo de ella. En realidad no. ¿Ha tenido algún amigo Ãntimo desde la muerte de Edmond?
-La conoces mejor que la mayorÃa de la gente. Y tú, Mrs. Rydberg, pareces tener una percepción superior a la media. Vamos a intentarlo.
Lars se inclinó hacia delante. -¿Qué quiere?
-Una nave antorcha, diseñada y construida según especificaciones, adaptada a una tripulación selenita. No es nada que se pueda hacer con facilidad. Financiarla, con investigación y diseño, serÃa algo oneroso para nosotros, y el pago lento, si llega a pagarse.
-¿No pueden esperar hasta poder producirla ellos mismos? -Es evidente que no. Eso podrÃa tardar una década o más. Son demasiado impacientes. En todo caso, eso es lo que afirma Dagny. Quieren salir y explorar por su cuenta. Explorar realmente.
-Eso... es razonable, ¿no? -dijo Lars. Ulla sintió la nostalgia y le agarró la mano.
-Supongo que sÃ. Aun asÃ, apuntar tan alto en un estadio tan temprano de su proyecto espacial... Parece que apuestan demasiado. ¿Para qué?
-¿No te dio ninguna pista?
-Ninguna, excepto que como sus hijos la desean con tanta ansia, ella también. Oh, me habló de que era un sÃmbolo que ayudarÃa a calmar los sentimientos de rebeldÃa de la joven generación lunar. Una compensación para salvar la cara, dirÃa yo. Y también comentó que serÃa una inversión, entrenamiento, experiencia, etcétera. Pero en general, admite que son impacientes.
-No se hacen más jóvenes a cada dÃa que pasa-murmuró Lars. Ulla le apretó la mano con más fuerza.
-Pensé que podrÃas tener alguna información o idea para ayudarme a decidir.
-Lamento que no sea asÃ. La generación selenita me resulta tan extraña a mà como a ti.
Ulla levantó la cabeza.
-Sospecho que no se trata de un mero impulso -ofreció-. Deben de tener en mente algo especÃfico.
-Tengo la misma impresión-admitió Guthrie. Lars volvió a repetirse.
-No puedo creer que mi madre lo apoyase con todo su corazón si fuese una amenaza para nosotros.
-No, claro que no -dijo Guthrie-. Pero es un gasto considerable, que quizá no se recupere, y que me causará grandes problemas con mis directivos.
-¿Un tesoro? ¿Habrán descubierto algún depósito importante en algún cuerpo lejano?
-Es una suposición evidente. Se lo pregunté a Dagny directamente. Dijo que no, y me preguntó a su vez cómo podrÃan descubrir algo asà si no tienen una nave para explorar o ni siquiera sondas robóticas con las capacidades adecuadas.
-Una nave espacial en órbita es, en potencia, un arma terrible. Una como ésa...
-¡No! -gritó Ulla.
-No tiene sentido -dijo Guthrie-. Puede que los selenitas tengas sus locuras, pero no han perdido la cabeza. Ni tampoco son estúpidos.
Lars asintió.
-No pretendÃa decirlo en serio -explicó-. QuerÃa simplemente rechazar la idea. Además, mi madre es mi madre. No podrÃan engañarla y ella nunca lo permitirÃa... -Respiró profundamente-. Dejando de lado el aspecto económico, ¿qué mal podrÃa haber, boss? Conocimiento, riqueza o lo que esperen ganar, ¿no beneficia al final a toda la humanidad?
-Ãsa es la voz de un explorador y, me temo, un idealista. Yo soy algo menos ingenuo. Ni tampoco es el negocio de Fireball hacer buenas obras.
-Pero sà hacer el bien-insistió Ulla.
-En cierta medida, mientras a la compañÃa le vaya bien -dijo Guthrie-. Aunque Dios sabe que tenemos nuestra parte de avaricia miope, tonterÃas y todo el resto de la condición humana. Tampoco las dejaron fuera de mi programa... Pero me voy por las ramas. ¿DeberÃamos apoyar la empresa o no?
-Me inclino a pensar que deberÃamos hacerlo... -empezó a decir Lars.
-Con la esperanza de que podamos satisfacer nuestra curiosidad, ¿no? -Guthrie volvió a reÃr.
-Eso puede que no suceda nunca. Pienso en los descubrimientos y en la diversidad, y.. Pero debemos reunirnos más a menudo para hablar. ¿Realmente sólo puedes quedarte hasta mañana?
-Por desgracia, asà es. Bien, en las horas que nos quedan lo resolveremos lo mejor que podamos. Me inclino a pensar que acabaremos con «!Que le den a los torpedos! A toda máquina.
Ulla miró al robot durante un rato.
-Porque tú también eres lo que eres -le dijo luego a la mente que contenÃa.
25
Venator habÃa regresado a la Central, después de entrevistarse con Matthias, algo menos que satisfecho. Realmente no necesitaba hacerlo. PodÃa estar en contacto con los acontecimientos, incluyendo cualquier idea del cibercosmos, en cualquier lugar de la Tierra donde hubiese un terminal de comunicación. Pero creÃa que allà encontrarÃa la calma y la seguridad con las que su mente obtendrÃa total claridad.
ComprendÃa bien las razones para sentirse asÃ. Aquélla era tierra santa.
Era uno de los pocos humanos que sabÃan de su existencia más que vagamente. Era uno de los muy pocos que habÃan caminado por su interior.
La mañana después de su llegada, salió a dar un paseo de una hora. Aunque era un hombre atlético, no estaba aclimatado a la altitud. Sin embargo, la noche antes habÃa recibido una inyección de sustituto de hemoglobina y respiraba con facilidad. El aire entraba en él frÃo, tranquilo y completamente puro.
Pronto dejó atrás las cúpulas, las antenas parabólicas y las torres. No eran más que un grupo, una estación meteorológica. Nada dejaba ver lo que las máquinas habÃan construido bajo tierra. Los instrumentos a bordo de un satélite de vigilancia podÃan detectar la radiación del subsuelo, pero se trataba de sutil radiación electromagnética, infrarrojos o neutrinos; y el cibercosmos eliminaba tales datos antes de darles entrada en las bases de datos públicas.
Como lo visitaba poco, Venator no conocÃa bien el territorio. De vez en cuando sacaba un lector de mano para mirar un mapa y un archivo de texto que detallaba los puntos importantes; empleaba su informador para comprobar su posición exacta y la orientación. En eso consistÃa todo su contacto con el mundo exterior. Vagó sin preocupación, absorbiendo serenidad de aquella magnificencia.
Se dirigÃa al norte. Mientras subÃa, a su alrededor los dispersos enebros, abedules y rododendros daban paso a matas de hierba entre las que crecÃan flores salvajes y relucÃan riachuelos cantarines. La luz del sol caÃa de la inmensidad azul; las sombras se cernÃan precisas sobre los pedruscos llenos de lÃquenes. En ocasiones, durante un momento, veÃa un águila en lo alto, en ocasiones se cruzaba con una marmota; un faisán alzó el vuelo como una joya que estallase. Frente a él se levantaba el Gran Himalaya; de un horizonte a otro se veÃan los glaciares relucientes sobre rocas apagadas por la distancia, y también las cumbres de un blanco radiante. Un viento sacó nieve de uno de esos tremendos picos, como si lo afilase.
Los músculos de Venator luchaban y se regocijaban. Respiraba profundamente y miraba al infinito. Del esplendor de las montañas sacaba fuerzas; dejó de sentir sus problemas. Estaba a solas con el infinito y la eternidad.
Pero el infinito y la eternidad estaban en su interior. Aquella altura simplemente los habÃa evocado. Entre las estrellas, no era más que una arruga sobre la piel de un pequeño planeta perdido entre las marchas de toda una galaxia. La vida ya era vieja sobre la Tierra cuando la India chocó contra Asia y elevó los escombros hacia el cielo. La vida seguirÃa existiendo cuando el viento y el agua hubiesen aplanado el último de los picos; abrazarÃa todo el universo, y sobrevivirÃa al final de la última estrella; al final serÃa el universo, toda la realidad.
Porque la inteligencia era la evolución final de la vida.
Lo sabÃa, lo habÃa sabido desde antes de entrar en el jardÃn Cerebral, no sólo como palabras sino como una parte de sà mismo, como el corazón o los nervios y como el sentido de la existencia. Pero en ocasiones, las horas y el cuidado del servicio, los incontables pequeños detalles de ser un humano, lo ocultaban, y ejecutaba sus tareas como un fin en sà mismas, viviendo en un universo que se habÃa vuelto más estrecho. Entonces debÃa buscar la renovación. De la misma forma -pensó con un resto sardónico- que un creyente en Dios se retira a meditar y orar.
Aquà podÃa volver a razonar integral y objetivamente. Cuando se detuvo para tomar un escaso almuerzo, en el borde de una garganta que caÃa hacia un glaciar en forma de espada, recordó, para reconsiderarlos, los hechos que habÃa traÃdo consigo desde la Isla Vancouver, al otro lado del globo.
Del mar venÃa lluvia, que chocaba contra la casa, cegando las antiguas ventanas. En el hogar ardÃa un fuego. Sus llamas eran lo único brillante en la alta sala crepuscular. La luz jugueteaba sobre el hombre sentado en la silla tallada.
-Sà erijo Matthias-. Ian Kenmuir estuvo aquà la semana pasada. ¿Por qué lo pregunta, cuando es evidente que ya lo sabe? Sentado frente a él, Venator se encogió de hombros y sonrió. -Una pregunta retórica -admitió-. Una cortesÃa, si lo prefiere. Los ojos, enclavados en un rostro escarpado, lo miraban fijamente.
-¿Cuál es su interés en el asunto, pragmático?
Igualmente evidente, su interés era considerable. Venator se habÃa presentado en persona y habÃa declarado su rango para impresionar al Rydberg. Sin embargo, mantenÃa un tono agradable.
-A mi servicio le gustarÃa descubrir la naturaleza de su misión. -Nada criminal.
-No dije que lo fuese. -Pregúnteselo a él. -Me gustarÃa poder hacerlo. Ha desaparecido.
Las cejas se elevaron. Todo el enorme cuerpo se movió. -¿Sospecha juego sucio?
Ãse podrÃa ser el momento de emplear las lealtades que mantenÃan unida a toda la Hermandad Fireball.
-Es posible -dijo Venator-. Cualquier pista que pueda ofrecerme será de utilidad.
Matthias pensó durante un minuto, mientras las lluvia susurraba, antes de responder.
-Un hombre podrÃa desear ocultarse por muchas razones diferentes. La ley no nos exige informar a cada hora de nuestro paradero. TodavÃa no.
¿TemÃa un futuro agobiante?
-Nunca, señor -contestó Venator. Era sincero. ¿Por qué iba a buscarse el cibercosmos semejante problema?-. La protección policial es un servicio, no una obligación. Pero precisa de la cooperación de la gente.
-PolicÃa. Mm. -Matthias se acarició la barbilla. Venator vio que rechazaba la tecnologÃa cosmética; las venas destacaban bajo las manos y bajo las manchas marrones-. Si un individuo ha sufrido un final violento, eso es asunto de la policÃa, no de la Autoridad de Paz. -Si le hubiese informado por completo, sin duda habrÃa añadido: «Y especialmente menos de un agente sinnoionte»-. No está siendo del todo sincero, sir.
Los datos preliminares de Venator le habÃan llevado a esperar tozudez.
-Muy bien, intentaré explicárselo. Empecemos indirectamente: ¿apoya usted el proyecto Hábitat?
-¿Se refiere a poner L-5 en órbita lunar? -La voz se aceleró-. ¡Claro que sÃ!
-CreerÃa que todos sus miembros pensarÃan igual -siguió diciendo Venator.
Matthias frunció el ceño.
-Algunos de nosotros simpatizan con los selenitas. Están en su derecho.
-¿Se encuentra Kenmuir entre ellos? -Venator intensificó el timbre-. ¿Se preocupa porque otros terrestres vayan a donde él ha ido, y que vivan donde él ha vivido?
-Déjese de oratoria, please-dijo Matthias.
-No es ningún secreto lo hostiles que son algunos selenitas al proyecto Hábitat. Tampoco es ningún secreto que Kenmuir no sólo pilota para la Ventura sino que tiene... lazos personales con su patrona. Tenemos razones para creer que vino a la Tierra a petición suya. -¿Para sabotear el proyecto? -se mofó Matthias-. Pragmático, soy un hombre viejo. No me queda mucho tiempo para gastarlo en estúpidos juegos.
Venator contuvo la irritación.
-Mis disculpas, señor. No tenÃa tal intención. Ni tampoco acuso a Kenmuir de nada ilegal. Es sólo que... las posibilidades para el mal o el bien... -Dejó la frase sin terminar, como si se abstuviese de hablar de naves espaciales y meteoroides estrellados contra la Tierra con la fuerza de una bomba nuclear, nanotecnologÃa y biotecnologÃa malignas, todos los peligros que se cobijaban en el fondo del cráneo humano.
-¿Qué males? -bramó el Rydberg-. En el peor de los casos, el Hábitat se cancela. Estoy de acuerdo que para una pequeña minorÃa de nosotros eso serÃa un desastre, o al menos un retraso desolador. Pero dejémonos de fantasÃas apocalÃpticas, ¿eh? Tenga la amabilidad de ser más especÃfico.
No era tarea fácil, cuando Venator no podÃa dar ninguna indicación de la verdad.
-Intentamos comprender la situación-dijo con cuidado-. Parece que la facción selenita está tramando algo. Pero ¿qué? ¿Por qué
no actúan abiertamente, por medio de los cauces polÃticos normales o la persuasión? Si quiere, diga que es un presentimiento, pero la Autoridad de Paz no se atreve a permanecer al margen. Los acontecimientos podrÃan descontrolarse, con desastrosas consecuencias. -Como habÃa sucedido a lo largo de la historia, una y otra vez, siempre; porque los asuntos humanos forman un sistema caótico. No hubo ninguna esperanza de paz que no condujese al anquilosamiento o progreso que no llevase a la destrucción hasta que la inteligencia sofotéctica superó a la humana; ¡y qué precario era todavÃa el control en las manos del timonel! Fue alentador ver el asentimiento de la cabeza blanca-. Al mismo tiempo, no tenemos posición legal para actuar directamente. No podemos probar y de hecho todavÃa no afirmamos que el capitán Kenmuir, o cualquier otra persona, tenga intenciones malévolas. PodrÃan estar... mal informados. Como nosotros en este momento.
-Usted mismo podrÃa estar siguiendo un rastro completamente falso.
-SÃ, asà podrÃa ser. Sin más información, no podemos limitarnos a asumir tal cosa. Ya sabe lo que es el deber.
-¿Qué quiere que haga?
-DÃgame qué querÃa Kenmuir de usted. El rostro se congeló.
-Es normal que los cofrades presenten sus respetos en la Mansión Guthrie cuando tienen la oportunidad.
-Dudo que Kenmuir estuviese peregrinando o buscando ayuda en alguna dificultad privada. En ese caso, ¿por qué iba a desaparecer? Matthias permanecÃa inflexible.
-La Hermandad hace honor a la intimidad de sus cofrades. Venator relajó un poco sus modales.
-¿Puedo hacer suposiciones? Aquà guardan un secreto. Un secreto de siglos, al igual que han conservado esa nave histórica. -Estamos lejos de ser la única asociación que tiene sus misterios, santuarios y reliquias-dijo Matthias en voz baja.
-Soy consciente de tal hecho. Pero ¿le preguntó Kenmuir la naturaleza del secreto?
Le respondió el silencio. Venator suspiró. -Supongo que no puedo hacer la misma pregunta. Matthias sonrió.
-Oh, puede hacerla. No recibirá respuesta.
-¿Si volviese con una orden oficial y le preguntase? -le desafió Venator.
-Menos aún tendrÃa respuesta. Si fuese necesario, me volarÃa el cerebro-fue la implacable respuesta.
Venator dio forma a un silbido silencioso. El fuego escupÃa chispas. -¿Es asà de importante?
-Lo es. Para nosotros. -Matthias hizo una pausa-. Pero no para usted. No es nada importante para usted. Eso es todo lo que voy a decir.
-Si me lo dice, y si tiene razón en ese punto, y probablemente es asÃ, me llevaré el secreto conmigo hasta la cremación-le prometió. -¿Lo harÃa? ¿PodrÃa hacerlo?
Venator pensó en habitaciones apantalladas y selladas, y lÃneas de comunicación encriptadas.
-¿Por qué desconfÃan de nosotros de esa forma? -preguntó en voz baja.
-Por lo que es -le dijo Matthias-. No usted como individuo o como agente. Por la forma en que están yendo las cosas, en todo el Sistema Solar. A mà me es indiferente. Soy viejo. Pero para mis nietos y sus hijos, quiero libertad.
-¿Cómo le está oprimiendo el gobierno de la Federación? Tiene la intención de darles el Hábitat.
-El propósito del gobierno es el gobierno-dijo Matthias. Venator reconoció la cita de Anson Guthrie-. Very well, supongo que éste se entromete y extorsiona menos que los anteriores. Pero eso se debe a que no es el poder real, no más que los gobiernos regionales y nacionales que están por debajo. El verdadero poder es el cibercosmos. -Dependemos del cibercosmos, cierto...
-Exacto.
-Pero que planee esclavizarnos... ¡eso sà que es una fantasÃa apocalÃptica! -exclamó Venator-. ¿Cómo podrÃa hacerlo? En nombre de la cordura, ¿por qué iba a hacerlo?
-No he dicho tal cosa. Nada de tal simplicidad. -La pesada voz guardó silencio durante un momento. En el exterior, el viento y la lluvia golpeaban contra la casa-. Ni tampoco pretendo comprenderlo que está sucediendo. Me temo que ya está más allá de toda comprensión humana, aunque apenas nadie se ha dado cuenta hasta ahora. Para mi especie, antes de que sea tarde, quiero libertad. El Hábitat puede que sea o no el primer paso, pero el camino a las estrellas es muy largo.
Alfa Centauri, pensó Venator, una señal en los cielos. Sin Guthrie y sus colonos en el espacio, el sueño -la quimera- hace tiempo que hubiese sufrido su muerte natural.
-Mientras tanto -terminó Matthias-, conservaré lo mejor que pueda lo que es humanamente nuestro. Eso incluye las Palabras del Fundador. ¿Me comprende? -Levantó el cuerpo de la silla-. Es suficiente. Goodbye, pragmático.
Lo más probable es que fuese cierto, que el maestro de la orden hubiese dicho la verdad y que su desafÃo fuese simbólico. Es más, ¿cuál era la amenaza real de Kenmuir y su presunta acompañante? Venator suponÃa que ella poseÃa alguna habilidad que se verÃa complementada por el conocimiento especial del astronauta; entre los dos podrÃan desarrollar una estrategia para encontrar el archivo Proserpina y entrar en él.
Improbable hasta el punto de lo ridÃculo, al menos no después de que hubiera sido protegido por códigos dobles basados en ADN de acceso. Venator se preguntaba a menudo si todo el asunto no serÃa un señuelo, destinado a desviar la atención de las verdaderas intenciones de Lilisaire. Otros operativos trabajaban en el caso, tanto humanos como sofotécticos. Ãl era su jefe, pero sabÃa bien que no debÃa interferir. En caso de que necesitasen ayuda, llamarÃan. Hasta entonces, asimilarÃa sus informes y harÃa lo que sabÃa hacer mejor.
ValÃa la pena localizar a Kenmuir y su compañera por las claves que pudiesen dar sobre las intenciones de Lilisaire. Además -Venator sonrió- se trataba de un problema interesante.
Dando zancadas, consideró la situación. No podÃan mantenerse siempre ocultos al sistema. Ya debÃa de haber pistas, en la base de datos de Control de Tráfico, en encuentros casuales, incluso quizá en uno o dos acontecimientos inusuales. La gente observaba confusamente, recordaba mal y olvidaba o mentÃa. El cibercosmos no tenÃa ninguno de esos problemas. Por ejemplo, cualquier sofotecto de servicio que por casualidad se hubiese topado con Kenmuir reconocerÃa su imagen si le era enviada por la red y ofrecerÃa hasta los más mÃnimos detalles sobre sus actos.
Pero las máquinas de ese tipo se contaban por millones, sin hablar de unidades más especializadas, tanto sentientes como robóticas. El sistema cubrÃa el mundo, y era imposiblemente inmenso. Una búsqueda en su totalidad llevarÃa dÃas o peor aún, mantendrÃa ocupados a sistemas que se requerÃan en otra parte. Y durante esos dÃas, ¿qué podrÃa hacer Lilisaire?
Bien, se podrÃan centrar los esfuerzos. Delinear unidades locales. Preguntar en cada una de ellas si habÃa sucedido algo que encajase con tales y tales parámetros, dentro de ésa área. Eso deberÃa ofrecer un número de repuestas no muy grande, que luego podrÃa reducirse más. Aun asà exigirÃa tiempo, pero...
Hiciese lo que hiciese, debÃa actuar. Por ligera que fuese la oportunidad de la revelación, no podÃa arriesgarse por falta de acción. Venator movió la cabeza. En ocasiones le seguÃa resultando difÃcil entender cómo Proserpina podÃa ser tan importante.
Los efectos polÃticos a corto plazo eran muy claros. Si los hechos se conocÃan, los terranos que deseaban el Hábitat se encontrarÃan de pronto aliados con los selenitas que lo aborrecÃan, o en todo caso, no se opondrÃan a ellos irrevocablemente; ¿y cómo podrÃa la Teramente hacer que la masa de la humanidad comprendiese que eso era una amenaza de catástrofe?
De eso se trataba, ¿por qué era una amenaza? Qué vago sonaba resurrección del alma fáustica. ¿Cuántos habitantes de aquel mundo en general en paz y feliz sabÃan lo que significaba, y menos aún lo que presagiaba?
¿Y realmente implicaba el mal? Por intentar alcanzar las estrellas, el hombre fáustico habÃa arruinado el planeta y destruido sus especies. Pero el conocimiento que habÃan arrancado a un cosmos despreocupado, los instrumentos que habÃan creado, ¿no eran el terreno sobre el que habÃa florecido la era de la cordura?
Venator se estremeció en una tarde cada vez más frÃa. Al oeste, una rodaja de luna se hundÃa tras las montañas. Al este venÃa la noche de camino.
HabÃa vivido los horrores del pasado: guerra, tiranÃa, fanatismo, crimen rampante, pobreza aplastante, tierra destrozada, aguas envenenadas, aire mortal, la destrucción del espÃritu humano, la alienación, las multitudes de los solitarios desesperados, el triunfo primero de los mediocres y luego de los idiotas, una civilización tras el suicidio de otra civilización. Los habÃa vivido por medio de libros, multiceptores, quiviras, imaginación, guiado por las grandes mentes sofotécticas. No es que le dijesen lo que debÃa pensar. Sobre el fondo del pasado habÃa visto el agradable presente y el futuro que se desarrollaba hasta el infinito. Por tanto -sÃ, habÃa nacido cazador, pero aun asÃ-, se habÃa convertido en agente de la Autoridad de Paz.
Pero ¿producÃa una ambición arrogante y sin lÃmites necesariamente la caÃda? Fireball Enterprises habÃa creado una hermandad de
lealtades y logros compartidos cuyos restos sobrevivÃan hasta la Tierra de hoy.
Y también en Alfa Centauri, un recuerdo y un aliciente.
Venator aceleró el paso. Otro faro brillaba frente a él, una estación iluminada.
Como si le inspirase esa visión, le vino una idea. Chasqueó los dedos, enfadado consigo mismo. ¿Cómo no se le habÃa ocurrido antes? Probablemente porque la posibilidad contra la que protegerÃa era muy remota. Aun asÃ, era una precaución muy simple, y si de alguna forma se justificaba a sà misma, entonces la recompensa superarÃa toda medida.
Era evidente que tampoco se le habÃa ocurrido al cibercosmos. La superior inteligencia mecánica podrÃa haberla imaginado, aunque sólo fuese ejecutando las permutaciones a la velocidad casi lumÃnica de sus procesos de datos. Pero tenÃan ocupaciones más elevadas. Los sofotectos de nivel bajo eran tan capaces como él, pero de otra forma. El cerebro eletrofotónico no funcionaba como el sistema quÃmico neuroglandular. Por esa razón existÃan los sinnoiontes.
Venator entró en el edificio principal y descendió. Por debajo, recorrió un pasillo en cuyas paredes relucÃan formas abstractas y extrañas notas abstractas surgÃan de ellas. Conectado a la red, podÃa saborear y comprender algo de lo que ese arte evocaba. Aislado en su cuerpo, no podÃa. Allà era el único humano, alimentado y alojado monásticamente. Lo era por propia elección. Las indulgencias mortales se quedaban entre los mortales.
A su lado pasó un sofotecto. El cuerpo que llevaba tenÃa ruedas y varios implementos.
-Saludo, pragmático -dijo con cortesÃa. Ãl le contestó y se alejaron.
En otros lugares habÃa trabajado lado a lado con seres como aquél, y luego habÃan conversado. Pero no a menudo. Para él habÃa sido agradable y fascinante, pero todos sabÃan que era algo superficial. El intercambio directo de datos era el modo natural de comunicación de las máquinas. Venator anhelaba empezar.
Cuando llegó a la sala de comunicación, temblaba por la emoción. Pero no era más que el animal que sabÃa que pronto el cerebro estarÃa en éxtasis. Endorfinas... entrenado somáticamente, se forzó a calmarse, se colocó el intercomunicador, se sentó en el sofá y pidió permiso.
Aunque su propósito era simple y directo, sintió el cibercosmos
como un único y enorme organismo con cientos de miles de millones de avatares. El punto-nexo que era su conciencia podÃa cambiar de rama en rama de la red, la siempre fluida conectividad, para unirse a cualquier existencia que hubiese en ella.
Un banco de instrumentos en el fondo del océano saboreaba la quÃmica de un negro géiser y la vida que alimentaba. Un robot reparaba la lÃnea de drenaje de una villa en Yunnan. Un monitor vigilaba el crecimiento, átomo a átomo, de un cable fulereno en un nanotanque. Un servicio sofotecto elegÃa el seudovirus apropiado para destruir las células precancerosas en un humano avejentado. Control de Tráfico mantenÃa millones de naves volando con seguridad, en una circulación tan compleja como la de la sangre en un cuerpo humano. Una inteligencia desarrollaba la estructura lógica necesaria para probar o no un teorema... pero de ese lugar el punto de conciencia debÃa retirarse, medio deslumbrado, medio perplejo.
Era la unidad con el mundo.
Después de una fracción de segundo más rica que toda una vida mortal, se dirigió a su objetivo. Desde la red llamó la atención de un programa especÃfico, y se comunicaron.
Expresado en palabras, y no era asà como se comunicaban, se hubiesen dicho:
SI SE PRODUJESE CUALQUIER ENTRADA DE CUALQUIER TIPO, AUTORIZADA O NO, EN EL ARCHIVO PROSERPINA, SÃGUELA HASTA SU FUENTE E INFORMA AL AGENTE VENATOR. ALERTA A LA BASE MÃS CERCANA DE LA AUTORIDAD DE PAZ PARA QUE SE TOMEN MEDIDAS INMEDIATAS.
NO ESPECIFICA LA RAZÃN.
APROBADO; respondió el sistema. SE HA ESTABLECIDO COMO INSTRUCCIóN.
Y luego, como la voz ansiosa de una madre: Estás preocupado. Tienes dudas.
... no dudo, comprendió Venator. No comprendo del todo, pero creeré.
(¿Cómo podÃa el sistema, incluso la Teramente, saber cuál serÃa el resultado? La humanidad es matemáticamente caótica. No podemos saber más que el hecho de que la historia posee ciertos atractores. Los intentos de controlarla podrÃan hacerla pasar de uno a otro, de forma impredecible. La introducción de un nuevo elemento podrÃa cambiar la totalidad de una forma radical, desde la configuración hasta su misma dimensionalidad. ¿Es posible escribir las ecuaciones? Si pudiesen escribirse, ¿serÃa posible resolverlas? Un peligro es posible preverlo, pero un desastre o sucede o no sucede. Existimos tal y como somos ahora porque aquellos que existieron con anterioridad corrieron riesgos terribles. ¿Cómo podemos estar seguros de lo que negamos a los que vengan después de nosotros si no nos permitimos ningún riesgo?)
No podemos estar seguros. Pero en ese caso...
Lo sabrás.
Y el cibercosmos llevó a Venator a la Unidad.
Lo habÃa hecho en dos ocasiones anteriormente, para su iluminación y suprema recompensa. Una vez más se abrió en su totalidad para él. Venator fue más allá del mundo.
Realmente no podÃa compartir. Las ideas, las creaciones que atronaban y cantaban no podÃan realmente penetrar en la conciencia de su pobre cerebro, y menos aún podÃa comprenderlas. Los intelectos, brillantes como estrellas y fluidos como el mar, se elevaban frente a él como montañas, más alto y más alto hasta el pico inimaginable que era la Teramente. Pero de alguna forma estaba allà y pertenecÃa a ellos, el menor de los estremecimientos en la tremenda función de onda; de alguna forma, la totalidad llegaba hasta él.
La realidad es múltiple.
Venator se convirtió en una especie de fotón, un átomo de luz, atravesando un espaciotiempo curvado y distorsionado por una materia que era en sà misma mutable. No recorrÃa un único camino sino una infinidad de ellos, cada una de las posibilidades de la Ley. InterferÃan unos con otros, anulándose hasta que casi quedaba sólo uno, la geodésica... casi, casi. Tanto el pasado como el futuro estaban repletos de sombras de incertidumbre. Llegó hasta algo que difractaba la luz, y el camino por el que lo atravesó sólo era posible conocerlo a posteriori. Encontró su final en una partÃcula para la que él, transfigurado, era la energÃa capaz de llevarla a cualquier parte. El camino que habÃa seguido no estaba predestinado, pero era irrevocable y por tanto era un destino.
Has aprendido la teorÃa de la mecánica cuántica tan bien como has podido. Ahora contempla el universo cuántico... lo mejor que puedas.
La identidad que le guiaba era un aspecto de la Unidad; pero estaba en comunión con él como no podrÃa estarlo ninguna mente sofotéctica. Porque se trataba de la emulación de un sinnoionte que habÃa muerto mucho antes de su nacimiento, que la Unidad habÃa absorbido.
Yang: El continuo no cambia, determinado al principio, y siguiendo hasta la eternidad. Porque las observaciones de dos observadores son igualmente válidas, igualmente reales, pero sus conos de luz no coinciden. El futuro de cualquiera de ellos se encuentra en el pasado del otro. Por tanto, el mañana debe estar tan fijo como el ayer.
Yang y Yin: La realidad no se bifurca. Es Una.
No podÃa mirar el universo de la Teramente igual que no podrÃa haber mirado el corazón del sol. Pero podÃa saber lo que allà habÃa, su gloria, por siempre.
Después, permaneció tendido durante mucho rato para volver a ser él. En una ocasión lloró por la pérdida. En otra gritó de alegrÃa.
Al final se puso en pie y se dedicó a sus asuntos puramente humanos. TenÃa la promesa. Su cuerpo, su cerebro, perecerÃan algún dÃa. El yo, el espÃritu que generaban, no perecerÃa. También irÃa a aquello que habÃa de encontrar, para ser lo Definitivo.
Pero todavÃa no existÃa la omnipotencia ni la omnisciencia, ni existirÃan durante incontables miles de millones de años. Por fin sabÃa por qué la existencia de esa cualidad requerÃa que Proserpina fuese olvidada.
26
La madre de la Luna
Allà el sol era simplemente la primera entre las estrellas, con una cien milésima del brillo que tenÃa sobre Selene, menos de una décima del de la Tierra llena. Aun asÃ, cuando se apagaba la luz en la cabina de observación, los ojos que se adaptaban a la oscuridad apreciaban sombras, tenues y cambiantes. En el pequeño mundo que ocupaba la pantalla primaria, picos y peñascos se alzaban al cielo, mientras que los centelleos y reflejos mostraban dónde sobresalÃa el metal. La visión oscura era necesaria para hacer que la superficie rocosa fuese algo más que una confusión moteada. Con ella se apreciaba una escena de delirio; montañas, planicies, valles, acantilados, pozos, grietas, flujos solidificados en su convulsión final, algunas cosas imposibles de identificar, todo oscuramente entremezclado.
Después de meses de impulso, acelerando y desacelerando a una gravedad lunar continua, la ingravidez era una experiencia extraña incluso para aquella tripulación. Brandir y Kaino flotaban, mirando en silencio. Las corrientes de aire parecÃan no hacer más ruido que su sangre. Lentamente, la nave antorcha Beynac orbitaba su destino, una rotación cada nueve horas y media. Rasgo tras rasgo aparecÃa sobre el horizonte.
-¡Mira! -gritó Kaino.
Señaló una mancha oscura no muy por debajo del polo norte que iba mostrándose a la vista. A distancia habÃan visto que se extendÃa por la mitad del globo. Ya tan cerca, podÃan distinguir las estribaciones y laderas. Donde la cordillera habÃa caÃdo o se habÃa hendido, vieron profundidades que relucÃan de un blanco azulado.
-¿Qué es eso?
-El impacto de un cometa-juzgó Brandir-. Ãstos son los restos. La radiación hizo que los materiales orgánicos expuestos del cometa formasen grandes moléculas. -Permaneció en silencio durante unos segundos, como si contuviese un estremecimiento. ¿Cuánto tiempo habÃa tardado el proceso, en aquellas regiones remotas del Sistema Solar? Las lÃneas de su rostro se hicieron más profundas. Forzó la impersonalidad en el melodioso lenguaje selenita-. Probablemente la mayorÃa es hielo de agua.
Kaino asintió con entusiasmo. HabÃa preguntado sin pensar; sabÃa tan bien como su hermano el posible origen de lo que veÃan.
-¡Toda una reserva! Y si resulta no ser suficiente, pues vaya, he observado otro cometa a menos de cien unidades astronómicas. -Hizo un gesto señalando una pantalla auxiliar llena de estrellas, VÃa Láctea, nebulosas, noche-. Una afortunada casualidad, entre todo este vacÃo.
-Si lo deseamos. Hemos localizado el sueño de nuestro padre; no sabemos qué nuevos sueños pueden surgir de él. -Brandir hablaba con brusquedad. Estaba de un humor peor de lo que era adecuado para el fin de aquella expedición. Volvió a concentrarse en lo que habÃa estado estudiando antes de que Kaino hablase.
Dejó de prestar atención y miró cuando entró Ilitu. El pelo castaño del geólogo estaba revuelto e iba descuidadamente vestido. Comprobó el vuelo en la pantalla principal y la alegrÃa de su delgado rostro se convirtió en júbilo.
-Asà que vuelves a atender a la ciencia -fue el saludo de Kaino.
Ilitu y Etana se habÃan ido juntos, exultantes, mientras Beynac completaba su aproximación.
El joven ignoró la chanza, o eso fingió.
-¿Habéis obtenido un buen valor para la masa? -preguntó sin aliento.
Kaino asintió.
-Un veintinueve por ciento con tres quintos de la masa de Selene. -Ah. Entonces ciertamente el cuerpo está formado en su mayorÃa por hierro. El núcleo del objeto mayor, hecho pedazos en alguna gigantesca colisión, tal y como creÃa mi mentor. -Ilitu miraba y miraba-. Pero no podÃa preverlo todo -siguió diciendo, casi para sà mismo-. Es un caos, como Miranda. Ãl mismo debe de haberse roto en trozos, muchos de ellos fundidos, por esa furia... y luego los fragmentos llovieron unos sobre los otros, fusionándose... SÃ. -La punta de un dedo se estremecÃa sobre las imágenes de una pendiente de doscientos kilómetros de largo, una cuchillada profunda que se abrÃa durante otros trescientos, una zona alta que era un revoltijo de bloques, pedazos y escombros inmensos-. La soldadura no podrÃa ser total. El interior seguro que está lleno de cavernas y túneles entre segmentos que no encajan del todo. El bombardeo pesado sostenido los hubiese derribado, haciendo que el esferoide fuese aún más irregular de lo que vemos. Por eso sabemos que Júpiter lo lanzó lejos poco después de formarse. Hemos encontrado un resto del cuerpo primordial.
-Ha habido impactos desde entonces -le dijo Brandir-. Cualquier idiota podrÃa darse cuenta. -Lanzó una mano a la imagen que le habÃa interesado especialmente. Aunque los cráteres eran pocos, en el hemisferio sur habÃa uno grande con un pico central, que se alejaba de la vista a medida que la nave y el planetoide se movÃan.
-Cierto -admitió Ilitu conciliatorio-. No importa lo escasos que sean, los cuerpos en ocasiones se encuentran, durante un perÃodo de cuatro mil millones de años o más. Aquel gran meteoroide, el cometa y otros; pero muy rara vez y con escasas consecuencias geológicas.
-No para un hombre que puede pensar. Pierde el tiempo todo lo que quieras. Yo sé lo que voy a buscar.
El rostro delgado de Ilitu se puso tenso.
-Es mejor planear el trabajo de campo antes de empezar-dijo. -Cuando quiera tu opinión, te informaré -fue la réplica de Brandir.
Kaino le tiró de la manga.
-Ven -murmuró el piloto-. Te necesito a popa.
Brandir se soltó.
-Estoy examinando el terreno.
-Las cámaras lo harán mejor. También Ilitu. Ven-añadió Kaino dando a su voz un tono ligeramente metálico. Hosco, Brandir acompañó a su hermano fuera de la cabina. En el espacio, el piloto era el jefe.
No se empujaron y se lanzaron volando, sino que usaron agarres para moverse por el pasillo, uno al lado del otro.
-¿Qué pretendes? -exigió Brandir.
-Calmarte, hermano mÃo. OlÃa una pelea inminente, y no podemos permitÃrnosla. Las relaciones ya son bastante tensas.
Brandir miró directamente la cabeza pelirroja. -¿Tú me hablas as�
Kaino encogió los dedos y sonrió.
-Después de que una persona supera la marca de los cincuenta años, los fuegos se sofocan un poco. Yo pensaba que tú eras más frÃo desde el principio... y eres mayor que yo, y Etana socializó conmigo, no contigo.
Brandir enrojeció bajo el pelo pálido.
-¿Me supones celoso? No, es una insolencia.
-Eso es, sentado en tu castillo te has acostumbrado a que se hagan tus deseos. SÃ, yo también sufrà en mi autoestima. Pero los dos hemos tenido muchas mujeres, dentro de nuestro grupo y fuera de él. Si Etana ofrece sus favores a otro hombre que no sea yo, sospecho que le atrae la afabilidad de Ilitu; pues nada, no faltarán otras que me den la bienvenida en casa. Mientras tanto, Etana no menosprecia a ninguno de nosotros, ¿verdad? Cálmate. Los dos deberÃamos tener demasiado orgullo como para no dejar sitio a la vanidad.
Brandir abrió los labios, los volvió a cerrar y agitó la cabeza furioso.
La copiloto salió de un pasillo, los miró y se acercó. TenÃa unos treinta años, el pelo oscuro y un cuerpo más lleno de lo que era habitual entre los selenitas. Como Ilitu, se habÃa vestido con rapidez, y los rizos negros flotaban alrededor de un rostro que recordaba antepasados de OceanÃa. Una fragancia a almizcle salÃa de su piel.
Los tres se situaron frente a frente. Ella reconoció el mal humor de Brandir y le ofreció una sonrisa.
-Iba a ver lo que hemos encontrado-dijo. -Antes no sentÃas tanta prisa-contestó él. Volvió a encenderse el resentimiento.
-Cuando no estoy de servicio, elijo mi trayectoria por mà misma. Kaino maulló. Los dos lo miraron sorprendido. -R-r-r-r-dijo-. Sssss. Qué pena que ninguno de los dos tenga pelaje para erizarlo o cola para demostrar su valor.
Después de un momento, Etana rió. La boca de Brandir se curvó hacia arriba.
-Touché -murmuró.
-No pretendÃa ofenderte, mi señor-le dijo la mujer. Nunca antes habÃa usado el tÃtulo honorÃfico. Sus únicas lealtades eran para la compañÃa que mantenÃa con Kaino y para con aquella nave; podrÃa y abandonarÃa a cualquiera de ellos cuando lo considerase conveniente-. No suponÃa que a ti te importase especialmente.
-No deberÃa importarme-contestó Brandir con algo de dificultad-. Eres una persona libre.
La comprensión apareció en los ojos de Kaino, y quizá tanta compasión como de la que era capaz. Se apartó y se mantuvo en silencio. Etana tocó la mano de Brandir.
-Estaremos aquà un tiempo, y el viaje a casa será largo -dijo-. Habrá tiempo para hablar y para otras cosas.
-Eres... más amable de lo que creÃa. -Vistió la reserva de un aristócrata-. Arreglaré las cosas como mejor te convenga, mi dama.
En tierra, él, el más importante inversor en las Empresas Espaciales de Selene y el lÃder más experimentado de a bordo, estarÃa al mando.
Se encontraba en lo alto de la montaña Meteoro y se regocijaba. Aunque aquel mundo era pequeño, desde allà apenas podÃa ver partes de la pared del cráter elevándose por encima del horizonte. Bajo sus pies, la masa oscura y grumosa daba paso a una planicie de una suavidad casi cristalina, de un gris marrón entretejido de fracturas y salpicado de guijarros. Sobre su cabeza y a su alrededor relucÃan las apretadas constelaciones. Aunque era de noche, arrojaban luz suficiente para una persona acostumbrada a la cara oculta lunar después de la puesta de sol. Beynac se encontraba en el cielo, libre del cono de sombra, una chispa cabalgando por Auriga hacia el cinturón galáctico. Debajo, en la inclinación, vio a uno de los robots trabajando, cortando una muestra para su análisis. Pero la tarea estaba esencialmente terminada. Pronto buscarÃa el camión y llevarÃa al equipo de investigación de vuelta al campamento. Hizo una transmisión, para que la nave la recibiese y la reenviase.
-Ha quedado establecido más allá de toda duda. El cuerpo que impacto era ferroso, probablemente también un resto del cuerpo original, que se estableció en una órbita cercana al de éste y acabaron colisionando. Entre su composición y los materiales que se vieron forzados a salir del interior, el pico central es una mena de metales industriales, tanto ligeros como pesados, incluso más fáciles de recuperar que en otros lugares.
-¡Eso hacen dos tesoros! -fue la alegre respuesta de Kaino. Se referÃa al glaciar cometario que él e Ilitu habÃan estado explorando. No sólo habÃan encontrado inmensas cantidades de hielo y compuestos orgánicos, sino que también habÃan identificado amplias cantidades de cianuro y amoniaco entremezclados, ya fuese congelados o enlazados quÃmicamente. Hidrógeno, oxÃgeno, carbono, nitrógeno: los elementos fundamentales de la vida-. ¡Nunca antes nos hemos encontrado con nada parecido! Bien podrÃa creer en un dios que lo hubiese creado para nosotros.
-No es una hipótesis necesaria -dijo Ilitu a su manera amable y precisa-. Ni tampoco hay que invocar coincidencias. Dada la idea de Edmond Beynac, un planetoide lo suficientemente grande para formar un núcleo, despedazado, y luego con la mayor parte de los fragmentos enviados a órbitas en el cinturón de Kuiper, el resto parece probable, incluso inevitable. Iban a producirse más encuentros durante gigaaños, con fragmentos ricos y con cometas. Ãste, el fragmento mayor, atraerÃa más impactos. Una irradiación débil y temperaturas ultrabajas ayudan a preservar los elementos volátiles como es imposible en el Sistema interior.
-Ahà habla el genio-rió Etana con afecto desde la nave. -¿Cuándo terminaréis ahÃ? -preguntó Brandir. Los descubrimientos y lo que requerÃan eran totalmente impredecibles, y habÃa estado muy ocupado con su propio trabajo para seguir el de ellos con detalle. -Nos preparamos para partir -contestó Kaino-. Que nuestros sucesores rastreen todo lo que hay aquÃ. Después de un ligero descanso y de recoger provisiones, Ilitu quiere investigar la Gran Pendiente y la Olla Podrida. Por mà de acuerdo, si podemos ir por el Brezal de Hierro. -Ãsos eran rasgos del terreno vistos antes de aterrizar pero que nadie todavÃa habÃa investigado.
-Bien, hablaremos en el campamento-dijo Brandir-. Estamos en el lÃmite de lo que podemos conseguir con el tiempo que nos queda. -ConfÃo en Ilitu para que te convenza-rió Kaino. Brandir oyó la señal de desconexión.
-¿Qué es esto? -bramó Etana-. ¿Van derechitos a un nuevo territorio y yo me quedo aquà atrapada?
Doctrina. Siempre tenÃa que haber un piloto cualificado de guardia. Aunque en aquellas regiones las posibilidades de un impacto eran pequeñas, y las llamaradas solares inexistentes, Brandir habÃa decidido seguir las reglas.
-SerÃa un largo camino de vuelta a casa-habÃa dicho.
Además, cuando sólo habÃa tres personas y unos cuantos robots en tierra, estaba bien tener a alguien que mirase desde lo alto, dispuesto a preparar un rescate.
-Que Kaino ocupe su turno aquà -dijo-. Me lo prometió. Todos me lo prometisteis.
-Ha trabajado en situaciones similares en los asteroides, ya lo sabes -le señaló Brandir.
-¿Y yo no? Lo admito. Pero esto no es un asteroide. En realidad no lo es. Es más parecido a Selene. Y yo he recorrido los terrenos de casa tanto como vosotros.
-SÃ...
Ella dejó la rabia de lado.
-Es simplemente justo -argumentó-. Tú tienes espÃritu, Brandir. ¿Te gustarÃa estar sentado sin hacer nada durante semanas, con la compañÃa fantasmal de las pantallas de grabación, mientras tus compañeros van por ahÃ?
-Más tarde, sÃ, lo harás.
-¡Ahora! Es el momento, se han completado dos exploraciones, y se prepara la siguiente. -El tono de Etana se volvió más dulce-. PodrÃa ir contigo, ¿no? Ilitu precisa poco más que sus robots para hacer los estudios cientÃficos. Tú y yo buscamos lo que podrÃa ser útil en el futuro.
-Tengo que pensarlo.
-¿Tienes que hacerlo? ¿No está claro? Y... Brandir, lamento mucho que no estemos compenetrados. DeberÃamos buscar una forma de establecer una mejor relación.
Al final se rindió. Sabiéndolo, habló con mayor frialdad de la necesaria cuando llamó al otro par.
El sol apareció a la vista. Las estrellas más lejanas se desvanecieron a su alrededor. Al oeste todavÃa punteaba una oscuridad majestuosa, porque la radiación solar era débil cuando nada la reflejaba. Pero aquel territorio no era del todo una planicie de aburridos colores rocosos. En algunos lugares brillaba en medio de las sombras que se arremolinaban en sus desigualdades. Aquà y allá las sombras se extendÃan sobre formaciones que se iluminaban de pronto.
La región anómala estaba muy claramente separada del tipo de terreno que era común en las zonas bajas de aquel mundo: regolita gruesa, como guijarros, virtualmente sin polvo. Un vehÃculo de campo llegó hasta el margen y se detuvo. Dos figuras con traje espacial bajaron de él. Las siguió un robot, con cuatro brazos y cuatro patas, lleno de instrumentos y cargado de equipo.
Durante un minuto se limitaron a mirar la extraña región que tenÃan enfrente.
-¡Vamos! -dijo Kaino, y empezaron a caminar.
-¿Es conveniente? -preguntó Ilitu-. Primero enviemos un robot.
-No tenemos horas para perder en sondeos y comprobaciones. ¿No prefieres ver lo que hemos venido a ver? ¡Ponte en marcha! Después de un momento de vacilación, el geólogo le obedeció. La máquina les siguió. Aunque Kaino estaba furioso por la decisión de Brandir, su prisa contenÃa un elemento de razón. HabÃa insistido en desviarse, e Ilitu le habÃa apoyado, para asegurarse visitar el Brezal de Hierro antes de llegar al campamento y volar hacia Beynac. En caso contrario, él nunca lo visitarÃa, dado todo lo que quedaba por hacer en el limitado tiempo restante y las pocas probabilidades de que hubiese pronto otra expedición. La ruta indirecta habÃa consumido comida y energÃa; los hombres estaban tomando media ración, lo que aumentaba su impaciencia. No podÃan perder el tiempo.
Después de pasar mucho tiempo encerrados en el vehÃculo, la libertad de movimientos les produjo una exuberancia tan súbita como la salida del sol.
-¡Ha¡-ah! -gritó Kaino.
Se adelantó con saltos de pantera. El traje espacial, lo más moderno, se doblaba sobre su cuerpo casi como una segunda piel. Apenas notaba el peso de la mochila energética y de soporte vital. El denso globo ejercÃa una fuerza que era el 86 por ciento de la de casa, suficiente para la salud y el nacimiento selenita, y liberadora en su ligereza. El paisaje descendÃa desde el horizonte cercano para fluir bajo sus pies. Respiraba profundamente, un aire lleno de olor a sudor.
Se detuvo en la formación más cercana. Ilitu se unió a él. Se miraron. El robot les seguÃa desesperado. Estaba construido y programado para cierto tipo de tareas cientÃficas; en todo lo demás, si podÃa hacerlo, era débil, lento y estúpido.
-¿Qué es esto? -susurró Kaino.
Desde el espacio, los viajeros se habÃan limitado a ver unas curiosas protuberancias sobre un territorio que no les era familiar. No podÃan distinguir las formas. Visto de cerca, la cosa era absolutamente extraña.
Un terrestre hubiese pensado en coral. Los selenitas sólo sabÃan de esas maravillas por los libros y las pantallas. Desde el suelo se elevaba una intrincada filigrana, delgada, con su punta más alta a unos 150 centÃmetros, con una anchura variable hasta un máximo de unos 100. Variable también era el brillo de las hebras, nódulos y rosetas; pero muchas relucÃan bajo la dura luz del este.
Ilitu caminó a su alrededor, se acercó, tocó, miró, se agachó, se puso en pie, sacó una lupa del macuto de herramientas y examinó las irregularidades poco a poco. Cuando el robot llegó hasta él, no se dio cuenta. El sol se elevó, con una velocidad endiablada a ojos selenitas. Desaparecieron más estrellas.
Kaino empezó a moverse por los alrededores y a tararear una cancioncilla.
-Creo que es una aleación de hierro -dijo al fin Ilitu-. Se observan hojas metálicas desparramadas por toda la regolita. Considero que son capas sobrepuestas, no el hierro interior, pero habrá que verificarlo. Debo suponer que esta formación y las demás son formaciones de salpicadura. Un levantamiento lanzó gotas y grumos, derretidos. Cuando cayeron en grupo, se fundieron y solidificaron, cosa que debió de suceder con mucha rapidez.
Kaino se puso en alerta.
-¿El impacto de un meteoroide? No hay señales del cráter. -PodrÃa haber sucedido cuando el planetoide estaba formándose a partir de los fragmentos, cuando él mismo estaba caliente y en un estado plástico... Ha¡, eso sugiere que la colisión catastrófica original se produjo cerca de Júpiter, porque creo que debÃa haber presente un gran campo magnético para hacer que tantas gotas convergiesen en arcos. Y eso a su vez sugiere muchas cosas sobre el origen de este cuerpo y su órbita... sobre la historia primitiva del cinturón de asteroides, de todo el Sistema Solar. -Ilitu se golpeó la palma de la mano con el puño, una y otra vez. Miró hacia las estrellas apagadas.
-¡Si padre lo hubiese sabido! dijo Kaino rompiendo el silencio. -SÃ. Lo recuerdo. Se hubiese alegrado. -Ilitu se quedó pensativo-. Pero no es más que una hipótesis preliminar y cruda que he
formulado. PodrÃa equivocarme. Empiezo a preguntarme si este planetoide no tuvo en su momento un vulcanismo especial y propio. Posee un campo magnético significativo, como recordarás, y la formación que tenemos aquà se parece al fenómeno de Pele's Hair en la Tierra.
-De acuerdo, podemos invertir unas horas -dijo Kaino-. Recoge más datos.
Ilitu levantó el labio superior y dejó los dientes al descubierto. Sus padres hubiesen sonreÃdo de otra forma.
-Lo haré.
Sacó un lector, mostró un mapa en la pantalla y lo estudió. Sus ojos se movÃan de un lado a otro, relacionando lo que veÃa con la cartografÃa realizada en órbita. Los bultos de hierro estaban esparcidos por la planicie. Como a dos kilómetros de allÃ, cerca del horizonte sur, relucÃa una banda metálica, de unos tres metros de ancho que iba de un lado al otro del campo visual. En el extremo más alejado de la banda se levantaba toda una fila de coraloides de hasta cinco metros de alto.
-Iremos allÃ-dijo señalando. Kaino rió.
-No esperaba menos. ¡Ho-hah!
Se pusieron en marcha, con tanta rapidez como antes. En unos minutos, Kaino cambió de dirección.
-¿A dónde vas?-preguntó Ilitu sin virar.
-A esa breña de ahÃ. -Era pequeña, pero estaba llena de destellos. -Yo estudiaré primero el objeto mayor. Si queda tiempo y has descubierto que éste es interesante, volveré. -Ilitu siguió caminando. Kaino se puso en cuclillas frente al seudoarbusto. Las partÃculas incrustadas en el hierro atrapaban la luz del sol y relucÃan como el vidrio. Quizá eso fuese, decidió después de examinarlos: sÃlice fundido incrustado en las gotas que lo habÃan formado. O podrÃa tratarse de otro mineral, como la pirita. No era un experto. Pero estaba claro, pensó, que la intuición del geólogo habÃa acertado. Aquello no era nada notable, sino simplemente hermoso. Kaino se puso en pie y fue a unirse a su compañero.
Ilitu habÃa llegado a la franja metálica frente a su punto de destino. Un salto lo llevó hasta ella.
Se partió en dos. Ilitu desapareció de la vista.
-¡Yaga! -gritó Kaino. Empezó a correr a toda la velocidad posible en baja gravedad. Apenas pudo pararse al llegar a la cinta.
Pudo ver que realmente era una cinta. Aquella porción, si no toda ella, no era un depósito sobre la roca. Era, o habÃa sido, la tapa de un pozo-una caverna, una fisura o lo que fuese-, una de las zonas huecas que el análisis sÃsmico habÃa mostrado por todo el planetoide, como habÃa predicho Ilitu.
DebÃa de haber sido un fenómeno extraño, una hoja de material fundido que se habÃa desplazado de lado, en lugar de hacia abajo, en los momentos de furia, cuando se habÃa formado el Brezal de Hierro. La baja gravedad le habÃa permitido solidificarse antes de caer en el agujero; a menos que el hueco hubiese aparecido simultáneamente, al abrir las fuerzas terribles la tierra. La capa era delgada, y los rayos cósmicos durante cuatro mil millones de años, fragmentándola, transmutándola, debÃan de haberla debilitado más aún...
Kaino se tendió boca abajo, se arrastró y metió el casco sobre la brecha. No notó cómo la placa se deslizaba debajo de él. La oscuridad ocupaba todo el interior.
-Ilitu-dijo-. Ilitu, ¿me recibes? ¿Puedes oÃrme? Sólo recibÃa el silencio.
Sacó una linterna del equipo e iluminó el interior. La luz regresó débil, reflejándose difusa en una masa blanca. Kaino movió el rayo de un lado a otro. SÃ, un traje espacial. SeguÃa sin tener respuesta. Era difÃcil calcular la distancia cuando la oscuridad se tragaba las pistas visuales. Movió el rayo lentamente hacia arriba. El pequeño núcleo de iluminación directa se agitaba entre las sombras. Un hombre sin experiencia se hubiese sentido atrapado en una pesadilla.
Kaino, con conocimientos profundos de la Luna y ciertos asteroides, interpretó lo que veÃa. No podÃa apreciar la longitud de la fisura, y tampoco le importaba, pero tenÃa unos 175 centÃmetros de ancho en la parte alta y se estrechaba hacia abajo. Ilitu se encontraba a cuarenta o cincuenta metros por debajo de él. Una mala caÃda, posiblemente fatal, incluso con aquella gravedad; pero la fricción con las paredes rugosas podrÃa haberla amortiguado. ParecÃa haber zonas más profundas por debajo de la figura inmóvil. Ilitu podrÃa estar atrapado en un saliente.
Bien.
Kaino se puso en pie y dirigió la transmisión a lo alto. La nave no era visible en aquel momento, pero la tripulación habÃa distribuido repetidores en la misma órbita.
-Código Cero -entonó. Una emergencia total-. Kaino en Código Cero.
La voz de Etana le habló inmediatamente. -¿Qué ha pasado?
Con pocas palabras se lo explicó.
-Despierta a Brandir -dijo para terminar-. Necesitaremos equipo para sacarle. Supongo que un motor y cable para bajar la camilla. Asà como toda la panoplia médica.
-¿No puede rescatarle el robot Número Uno?
Kaino miró a la máquina, que ya habÃa llegado y esperaba órdenes. -No --dijo-, es inútil.-Aquel cuerpo no podÃa descender, y el programa no podrÃa hacer frente a los elementos desconocidos que se ocultaban en la oscuridad-. Quizá tenga que sacarme a mà también -dijo-. Voy a bajar a por él.
-¡No! -gritó la mujer-, Kaino, tú... -Kaino oyó la bocanada-. Al menos usa un cable y haz que el robot lo sostenga.
-Eso podrÃa llevarme demasiado tiempo. Ilitu podrÃa estar moribundo.
-PodrÃa estar muerto. Posiblemente lo esté. No le oyes, ¿verdad? ¡Kaino, quédate!
-Es mi seguidor. Soy un Beynac. Te he dicho que despiertes a Brandir. -El piloto desconectó el emisor de largo alcance.
Se tomó un minuto para dar instrucciones al robot: volver al vehÃculo, traer un cable, bajárselo si seguÃa metido en el agujero. Mientras tanto, se quitó la enorme mochila que contenÃa comida, la reserva de agua y el equipamiento de campo. Encendió la lámpara de cabeza y pecho, se puso a cuatro patas en el borde del hueco y se dispuso a bajar. Las piedras caÃan a su alrededor. En dos ocasiones casi perdió el agarre y cayó hacia atrás. Eso le hizo reÃr, en voz baja, para sà mismo. Al tercer intento lo consiguió, con las botas bien fijas a la pared, con la unidad de soporte vital al otro lado. Empezó a descender.
Era difÃcil. No podÃa sentir adecuadamente la superficie a través del traje. Las luces no le ayudaban mucho, pasando por encima de los grumos, hundiéndose en las grietas, mezclándose con las sombras que pasaban como garras de gato por las tinieblas. Sólo la baja gravedad y los rápidos reflejos le permitÃan recuperarse. Al descender y contraerse la fisura, tuvo que adoptar una postura más incómoda. Los músculos le dolÃan. El sudor le empapaba la ropa interior y se le metÃa en los ojos. La respiración le raspaba una garganta que ya tenÃa seca. Siguió bajando.
Un momento. ¿Era un poco más fácil? PodÃa flexionar mejor las piernas... Comprendió que desde arriba no habÃa podido ver que allà donde tenÃa los pies, el hueco volvÃa a abrirse. Si se ensanchaba demasiado, no podrÃa bajar más. A menos que...
De alguna forma maniobró hasta poder girar el cuello y mirar en la dirección a la que se dirigÃa. La luz iluminó la forma tirada que allà se encontraba y resaltó los trozos rotos e irregulares de la cubierta rocosa. Efectivamente, Ilitu habÃa caÃdo sobre un saliente estrecho a espaldas de Kaino. Su extremo se desvanecÃa en la misma oscuridad que se abrÃa a su lado. Pura suerte... No, no del todo. Como aquélla era la pared que se inclinaba hacia dentro, y como era la que se encontraba más cerca de la zona en la que habÃa caÃdo el geólogo, debÃa de haber actuado como un amortiguador, al deslizarse el traje espacial y la mochila por sus zonas rugosas, reduciendo su velocidad y guiándole.
Al ver mejor su objetivo, Kaino pudo estimar las dimensiones y las distancias. El saliente se encontraba como a unos diez metros por debajo de él, una caÃda fácil en aquella gravedad, pero tenÃa menos de un metro de ancho, y a su lado se abrÃa un vacÃo de al menos dos metros de ancho. La baja aceleración le permitirÃa dar una patada al hielo y corregir su ruta, pero sólo tendrÃa tres o cuatro segundos, y si fallaba, serÃa el fin.
-Es una suerte que sea en un 98 por ciento chimpancé -murmuró. Después de un momento de estudio, se lanzó.
Fue una caÃda estática, sin acción. Pero cuando el impacto resonó en sus huesos y se supo a salvo, miró hacia arriba, vio la abertura llena de estrellas y se rió hasta que su casco le devolvió el eco.
A trabajar. Con cuidado, para no caerse por el borde, se arrodilló. Ilitu estaba de espaldas. Una hoja metálica le cubrÃa la parte superior del cuerpo. HabÃa apantallado las transmisiones. Kaino la apartó, la echó a un lado y oyó una respiración débil. Se inclinó. Como habÃa bajado frente a la cabeza de Ilitu, vio el rostro invertido, un claroscuro tras el hialón, un juego de luces y sombras a medida que se movÃan las lámparas. TenÃa los párpados abiertos y los ojos eran mortecinas franjas de blanco. Le burbujeaba una saliva rosa en los labios abiertos.
-¿Estás despierto? -preguntó. La única respuesta fue la respiración.
Su búsqueda encontró los signos vitales en la muñeca.
-Sà -susurró. La temperatura en el interior del traje era aceptable, pero el oxÃgeno estaba al 15 por ciento y bajando, y el dióxido de carbono y el vapor de agua demasiado altos. Eso implicaba que el generador de energÃa funcionaba, pero el reciclador de aire no y la botella de reserva estaba vacÃa.
-Uh-dijo Kaino-. Llegué justo a tiempo por un pelo de rana, ¿no?
No podÃa realizar las reparaciones. Sin embargo, los accidentes en los recicladores se producÃan y se temÃan. Estaba previsto. Pasó la mano por encima del hombro, soltó y desenrolló el tubo de derivación y lo unió a su módulo de soporte vital.
Con mucho cuidado, con la esperanza de no producir nuevas heridas, levantó el torso de Ilitu. Lo sostuvo con la rodilla mientras desenrollaba el otro tubo, unÃa los dos extremos libres y abrÃa las válvulas. Volvió a bajar a su compañero. Estaban unidos por un cordón umbilical de un metro, y su unidad funcionaba para los dos.
Arrugó la nariz al sentir cómo el aire enrarecido se mezclaba con el aire fresco. Pasaron unos minutos antes de que desapareciese el olor. Luego, mientras ninguno de los dos hiciese ningún esfuerzo-¡y ninguno de los dos estaba en condiciones de hacerlo!-, el sistema bastarÃa.
No podÃa hacer nada más que esperar. La curiosidad le superó. Aunque la superficie era resbaladiza e inclinada, puso la cabeza sobre el margen y envió la luz en esa dirección. Soltó un silbido. Bajo el saliente, la pared opuesta se retiraba y los dos lados convergÃan. No podÃa ver el punto de encuentro, porque cincuenta o sesenta metros por debajo, donde el hueco tenÃa como un metro de espesor, estaba lleno de fragmentos de la parte de arriba. La mayorÃa, rebotando entre las paredes y el saliente, habÃan acabado atascados allÃ. Algunos eran puntiagudos, otros eran delgados y seguramente cortantes por los bordes. Incluso allÃ, caer sobre ellos serÃa como caer sobre un montón de cuchillos. Una armadura espacial podrÃa soportarlo. Pero no asà su traje flexible. Kaino volvió a sentarse.
La respiración de Ilitu se mantenÃa. Los minutos se hacÃan muy largos.
Un movimiento llamó la atención de Kaino. Apuntó los rayos en esa dirección y vio cómo descendÃa una cuerda. El robot habÃa obedecido sus órdenes. La cuerda se deslizó sobre el saliente y siguió antes de detenerse. Con juicio limitado, el robot habÃa ido a por todas.
Kaino no vio que hubiese ninguna estrella oculta. Sin embargo, la máquina debÃa de estar en el borde de la sima y con una antena por encima, porque recibió sus palabras.
-Su orden se ha ejecutado. ¿Ahora, qué? -Por impulso, habÃa decidido que la voz sintética sonase femenina. En ese momento deseaba no haberlo hecho.
-Mueve el cable... hacia el norte-le indicó. Aunque la órbita era inclinada, el planetoide tenÃa un polo en el mismo hemisferio celeste que la Osa Mayor-. No lo puedo agarrar... Ah. Ya está. Para. -Aseguró los lazos alrededor de su cintura y, con esfuerzo, de la de Ilitu, una precaución en caso de contingencia.
El programa tenÃa algo de iniciativa. -¿Debo elevarles?
-No. Aguarda. -No habÃa forma de saber los daños que habÃa sufrido Ilitu. Una conmoción al menos, y era muy posible que se hubiese roto la espalda o tuviese una costilla clavada en el pulmón. Si lo subÃan mal, podrÃan matarle. Eso serÃa el fin. La expedición no disponÃa de instrumental para la preservación celular, y menos aún la resurrección. Mejor serÃa esperar al equipo adecuado, confiando en que mientras tanto no muriese o la hemorragia cerebral no dañase su cerebro más allá de la regeneración clónica.
Una vez más, Kaino ordenó sus ideas. El tiempo iba despacio. Recordó y pensó en el futuro, sonrió y se lamentó, cantó una canción, recitó un poema, consideró la forma de escribir un mensaje a una persona a la que estimaba. Los selenitas no eran muy diferentes de los terrestres. A menudo miraba a las estrellas que pasaban sobre su cabeza. -¡Kaino! -oyó al fin.
-Estoy aquà -contestó-. Ilitu todavÃa está vivo.
-Etapa cargó un trineo con suministros médicos, lo llevó al campamento y volvió a la nave -dijo Brandir-. Lo he traÃdo hasta aquÃ. Cree que puede aterrizar aquà cerca si es preciso.
-Mejor serÃa llevar a Ilitu al vehÃculo, para administrarle primeros auxilios y luego decidir qué hacer. -Kaino le explicó la situación-. ¿Puedes bajarla camilla?
-SÃ, claro.
-Lo ataré bien, luego podrás subirlo, muy despacio. Para que no choquemos, esperaré hasta que lo tengas ahÃ.
-Antes eras menos paciente, hermanito -rió Brandir.
-No lo seré tanto si sigues divagando, viejo chocho -le replicó Kaino. Ãl también sentÃa alegrÃa.
La camilla bajó chocando contra la pared inclinada, desde la oscuridad hasta el saliente. Kaino se aprovechó de la baja gravedad y mantuvo la espalda de Ilitu razonablemente recta mientras lo movÃa. Soltó el lazo, cerró y desconectó los tubos de aire y apretó las correas-. Súbelo -gritó. El herido se elevó hasta desaparecer.
-Le tengo -transmitió Brandir después de unos minutos.
-Entonces, que el robot me suba-gritó alegre Kaino-, ¡y nos iremos!
El cable se tensó, tirando de él hacia las estrellas.
Después, Brandir pudo determinar lo que habÃa sucedido. Se habÃa reunido con la maquinaria, que se encontraba bien lejos del borde de la grieta. El robot estaba muy cerca de ella. En el momento de la catástrofe, cuatro mil millones de años atrás, las rocas y el metal habÃan sido lanzados a lo alto. El chorro horizontal de hierro fundido que habÃa creado la superficie sobre la grieta era como niebla en los márgenes y se habÃa solidificado en glóbulos por todo el borde. Las piedras cayeron encima y lo ocultaron. El planetoide voló hasta esas regiones donde los impactos de meteoroides eran escasos. Ninguno habÃa impactado lo suficientemente cerca como para afectar a esa precaria configuración.
Baja gravedad implica baja fricción con el suelo, y allà las capas descansaban virtualmente sobre cojinetes. El peso al extremo de la cuerda tiraba del robot. La regolita que tenÃa debajo se quebró. El robot se fue hacia delante. Se despeñó sobre el borde y cayó junto con una lluvia de piedras.
Debajo, Kaino volvió a caer sobre el saliente, resbaló y se desplomó hacia las profundidades. Los cuchillos le recibieron.
En la gran pantalla, las olas chocaban contra una costa invernal. Las olas eran tan grises como el cielo, se transformaban en blanco y enviaban el agua silbando sobre la arena casi hasta los restos de deriva que yacÃan blancos y esqueléticos bajo los acantilados. El fuco volaba en lo más bajo como si fuese humo; la espuma del mar se entremezclaba con la lluvia; el silbido y el estruendo agitaban el aire frÃo que sabÃa a sal. Era como si la sala de estar de Dagny Beynac se hallase sola en medio de ese panorama.
Pensó que quizá no deberÃa haber seleccionado esa escena. Encajaba con su estado de ánimo, la tenÃa puesta desde el turno de amanecer, pero era por completo extraña a la joven que tenÃa frente a ella. ¿PodrÃa Etana considerarla como un signo de hostilidad o de culpa?
-¿No quieres sentarte? -preguntó. Raro en la Luna en el primer momento de una visita, era un gesto de amabilidad. Además, a sus viejos huesos no les importarÃa nada sentarse. Ãltimamente caminaba mucho por la sala, cuando no salÃa a dar largos paseos por los pasillos y alrededor del lago, o sobre la superficie por el cráter. Buenos momentos a los que regresaba todos los dÃas.
La invitada inclinó la cabeza, más o menos en el equivalente de «Gracias», y ocupó una silla. Dagny se sentó frente a ella y siguió hablando.
-¿Te apetece té o café, o algo más fuerte?
-Gracias, no. -Etapa se miró las manos que tenÃa fuertemente apretadas sobre el regazo-. Vine porque estaba segura de que usted lo comprenderÃa... -Los selenitas rara vez vacilaban tanto.
-Adelante, cariño-la invitó Dagny.
Los ojos oscuros se elevaron para mirar a sus ojos de un azul ya apagado.
-Pensamos que podrÃamos dejarle... en su honor... bajo una tumba en el Brezal de Hierro. O podrÃamos traerle de vuelta, para que su familia le cremase y esparciese sus cenizas sobre sus montañas. Pero...
Dagny esperó, esperando que su expresión fuese de amabilidad. -¡Pero una momia congelada! -gritó Etapa-. ¿Qué sentido tendrÃa? -Con más control añadió-: Y aunque por fuerza debemos mentir sobre cómo y dónde tuvo su fin, hacerlo en su servicio fúnebre serÃa indigno de él, ¿no?
-¿HabrÃas asistido? -le preguntó Dagny, algo desconcertada. Los selenitas no se molestaban en mofarse de las ceremonias terrestres, se limitaban a evitarlas. Las navidades sin nietos eran muy solitarias.
-Sus amigos, dama, habrÃan venido y se habrÃan disgustado si sus hermanos y compañeros no hubiesen asistido. -Etapa hizo una pausa-. Pero sin un cuerpo, nuestra ausencia es indiferente, ¿no?
-En realidad, no hubiese organizado un funeral-dijo Dagny-. Mi hombre no lo quiso. Yo tampoco lo quiero. Es suficiente con recordar.
-¿Nada más? Sus asociados... No importa.
Dagny no preguntó sobre esos ritos, o de qué trataban. Las generaciones jóvenes no eran exactamente reservadas; simplemente no compartÃan sus costumbres con los de fuera, en obra o palabra. Recordando la frustración de varios antropólogos, sintió que una sonrisa venÃa a sus labios, la primera desde que habÃa recibido la noticia. -Al final-siguió diciendo Etapa-, Brandir y yo hicimos lo que creÃamos que convenÃa a su honor y al nuestro.
Dagny asintió.
-Lo sé. -Su hijo se lo habÃa contado. Cuando la velocidad de la nave fue la adecuada, Kaino partió, ocupando un cohete mensajero, en una trayectoria que terminarÃa en el Sol.
Etana forcejeó algo más antes de continuar.
-TemÃa que Brandir no dejase claro cómo... me sentÃa, y por tanto he venido.
-Gracias -dijo Dagny genuinamente emocionada. TenÃan corazón, los selenitas, sus hijos, los hijos de todos ellos. No carecÃan de corazón. Pero mejor era alejarse de un tema tan personal-. ¿Cómo se encuentra Ilitu?
HabÃa estado demasiado ocupada para averiguarlo, después de saber que habÃa regresado vivo pero con la necesidad de un crecimiento de médula espinal y biorreparaciones menores. Demasiado ocupada con la pena, y aceptando condolencias, y el bendito, bendito, trabajo. Etana se animó.
-Le va bien, pronto estará sano. Asà se convertirá en un memorial a Kaino.
Eso sonaba como algo practicado. Sin embargo, la felicidad de la muchacha parecÃa sincera, por lo que probablemente su gratitud también lo era.
-Entonces, ¿te preocupas por él?
El rostro de Etana se convirtió en una máscara. Dagny se apresuró a cambiar de tema.
-Me gustarÃa pensar que también se le recordará en ese mundo que mi hijo ayudó a explorar. Si sólo... -No, mejor serÃa no seguir por ahÃ. Etana lo hizo, volviéndose comprensiva aunque firme.
-No, ya comprende que sólo unos pocos deben saber de él. En caso contrario, la Tierra lo cerrarÃa para nosotros.
¿Paranoia? Quizá, o quizá no. El descubrimiento de Temerir tenÃa el potencial de una colonia... para los selenitas. La gravedad era la adecuada; los minerales eran abundantes y se podÃan extraer con facilidad, sin estar enterrados bajo muchos kilómetros de hielo como en los cometas; habÃa agua, amoniaco y materiales orgánicos, y mucho más disponible en la misma región del espacio.
Pero ¿quién querrÃa vivir tan lejos del Sol, en un frÃo tan cercano al cero absoluto?
Dagny suponÃa que Brandir y sus confederados estaban siendo cautelosos. Después de todo, a los selenitas ya no se les prohibÃa, aunque tampoco se les animaba, a explorar el Cinturón de Asteroides y las lunas menores de los planetas exteriores. Y eso era a pesar de estar mucho mejor acondicionados para esas situaciones que los humanos terrestres, y que en algunos aspectos puede que fuesen superiores a los robots.
No pudo resistirse a sondear un poco. -¿Cuándo lo abriréis para vosotros mismos?
-Cuando sea el momento adecuado. Eso podrÃa ser mucho después de que todos nosotros estemos muertos.
Era inhumano pensar a tan largo plazo, y sentirse tan seguro de que el secreto no serÃa conocido. Dagny suspiró.
-SÃ, Brandir, Temerir y Fia lo han discutido conmigo. No temáis, guardaré el secreto, no os traicionaré.
-El honor será suyo-dijo Etana con una extraña cordialidad. Estaba claro que no deseaba hablar de Kaino, ella que lo habÃa compartido. ¿Qué habÃa en esos momentos en el pecho de sus otros compañeros? Pero habÃa sido amable por su parte venir a hablar, aunque brevemente, con su madre. Dagny no se atrevió a ir más allá. Era igual, aquà tenÃa la oportunidad de establecer algo que fuese... su cenotafio invisible.
-Tengo una propuesta-empezó a decir Dagny-. ¿Habéis decidido ya el nombre del pequeño planeta?
Etana mostró sorpresa, lo que era de agradecer.
-No. Brandir y yo lo comentamos durante el viaje, pero no se nos ocurrió nada. Ni nadie más lo ha pensado desde entonces, que yo sepa. -Eso tampoco era del todo humano. La joven permaneció inmóvil durante un momento-. Un nombre serÃa útil, sÃ. -Proserpina--dijo Dagny. -¿Ha¡?
-Tan distante y solitario, más allá de la órbita de Plutón, que era el dios del submundo y de los muertos... su reina me parece adecuada. -¿No tenemos ya una Proserpina?
Dagny se encogió de hombros.
-Probablemente. ¿Un asteroide? No lo he comprobado. No importa. Ya sabes que hay duplicados.
-¿Qué opinan sus hijos?
-No se lo he preguntado. Se me ocurrió ayer. ¿Qué opinas? Etana se agarró la barbilla y miró al aire.
-Es un nombre musical. La diosa de los muertos... ¿porque perdió un hijo all�
El mar rugÃa y gemÃa.
Dagny se sentó recta mientras decÃa:
-Y porque cada primavera, Proserpina regresaba al mundo de los vivos.
27
Prajnaloka era tan encantadora como el paisaje que la rodeaba. Desde lo alto de la montaña se veÃan las Ozark, de un verde boscoso bajo la luz del sol, que descendÃan hacia un valle donde corrÃa un plateado y rápido rÃo, y por arriba cúmulos corrÃan frente a un viento rebosante de los aromas de la tierra. Un ruiseñor cantaba en el silencio, un cardenal aleteaba como una llama. Se trataba de viejas montañas, gastadas hasta la suavidad, con piedra caliza blanca o dorada allà donde estaban desnudas. No existÃa el tiempo.
Una pequeña comunidad se apiñaba alrededor del ashram, establecimientos de servicios y hogares. Esos edificios eran de madera natural, de poca altura y laberÃnticos bajo altos tejados embreados, la mayorÃa de ellos con porches en la fachada en los que se podÃa sentar la gente a medida que se acercaba la noche. Macizos de flores los bordeaban de color. ParecÃan una parte del paisaje. El ashram en sà se alzaba en el centro, edificios masivos rodeados de cuadrados donde hayas o magnolias ofrecÃan su sombra; pero el material era piedra nativa y la arquitectura recordaba a Oxford. Un poste de comunicaciones se elevaba en total armonÃa, la más alta de sus agujas.
Kenmuir y Aleka seguÃan demasiado cansados para apreciar la escena. Mañana, pensó él. Por el momento tenÃan todo lo que podÃan soportar, acompañando al mentor que les guiaba por el campus y siguiendo lo que aquel hombrecillo oscuro de barba blanca y túnica blanca decÃa.
-No, please, no se disculpen. Se nos informó por adelantado de que no sabÃan exactamente cuándo llegarÃan...
... lo hizo Mary Carfax, que también reservó a nombre de Aleka Kame y Johan. Kenmuir se recordó una vez más que ése era su nombre mientras permaneciese allÃ.
-... Y en todo caso, nos tomamos los horarios de forma muy relajada. Normalmente hay sitio de sobra. La mayorÃa de los que participan en nuestros programas lo hace de forma remota.
De forma remota es como se participaba en la mayorÃa de las cosas, pensó Kenmuir con tristeza. Eidófono, telepresencia, multiceptor, vivÃfero, quivira, ¿qué ocasión dejaban para que alguien se alejase un poco de casa?
-No estoy muy seguro de lo que buscan-añadió Sandhu. -Iluminación -contestó Aleka.
-Esa palabra tiene muchos sentidos, y los medios para obtener cualquiera de ellos son muy variados.
-Claro. Esperamos obtener una pequeña fracción de iluminación del cibercosmos. Para eso, necesitamos el equipo que ustedes tienen. -Kenmuir deseaba poder hablar con tanta calma y facilidad como ella. Bien, era una mujer joven, y le era fácil recuperarse de la tensión y el terror.
El mentor estuvo a punto de fruncir el ceño.
-Sólo los sinnoiontes pueden conseguir la comunicación directa con el cibercosmos.
-Por supuesto, sir. ¿No lo sabe todo el mundo? Pero la visión, guÃa y comprensión de la unidad del espacio tiempo y la mente que se obtiene de las bases de datos y los profesores sofotécticos... -Aleka sonrió-. ¿Sueno pretenciosa?
Sandhu le devolvió la sonrisa.
-En realidad no. Apasionada, quizá ingenua. Las exploraciones y meditaciones de las que habla son el tipo de actividad que la mayorÃa de los que estamos aquà realizamos. Pero son obra de toda una vida, que nunca es suficiente para completarla. Y me han dicho que tienen muy poco tiempo.
-Esperamos poder intentarlo, sir, y descubrir si somos... dignos. Quizá luego, más tarde...
Sandhu asintió.
-No es una experiencia poco común. Well, veo que los dos están cansados. Vamos a acomodarles. Mañana les ofreceremos la instrucción preliminar y probaremos sus habilidades. Por la noche, a descansar. -Señaló a su alrededor-. Beban la belleza. Bébanla profundamente.
Les mostró los dormitorios. La sección de hombres estaba tan llena que Kenmuir tuvo que compartir una habitación -dos camastros, dos mesas, dos sillas, un armario- con un novicio de la región brasileña. Durante una sencilla comida en el refectorio, Aleka le susurró que ella estaba sola. Era una suerte, aunque de no haber sido asÃ, se hubiese podido arreglar, aunque por métodos menos convenientes.
La charla en la mesa era amable, aunque no muy profunda, y se realizaba en varias lenguas. Después, una parte de los cincuenta o sesenta visitantes y algunos de los buscadores permanentes de la iluminación se mezclaron socialmente o se relajaron con juegos tranquilizantes. Kenmuir, que no se sentÃa con ganas, salió. Nadie lo tomó a mal; aquella gente era tan diversa como sus Daos. Se quedó en la terraza, aspirando los aromas del verano. Más allá, las luces de la villa se alejaban hacia un bosque oscuro, sobre el que brillaban las estrellas y una delgada luna nueva. A su alrededor volaban las luciérnagas. Al final se fue a la cama.
Su compañero de cuarto ya habÃa llegado y estudiaba un texto en el lector. Era un joven serio que se presentó como Cavalheiro. Kenmuir no vio forma de evitar la conversación. Resultó ser muy interesante.
-Busco a Dios en la quivira -intentó explicarle Cavalheiro. La sorpresa en el rostro de su oyente fue inconfundible-. Ah, sÃ. ¿Te preguntas si estoy loco? Una quivira no ofrece nada más que una ilusión para todos los sentidos, el sueño de una experiencia. Cierto. Sin embargo, uno no permite que el programa se ejecute de forma pasiva. Uno interactúa con él, ¿no? El resultado es que el episodio afecta al cerebro y se almacena en la memoria tal y como si fuese real.
-No es del todo asÃ-objetó Kenmuir-. Es decir, cuando he estado allÃ, luego sabÃa que me habÃa limitado a permanecer tendido en un tanque.
-Todo lo que tú quieres es entretenimiento, o en ocasiones conocimiento dijo Cavalheiro. No siempre, pensó Kenmuir. En las largas misiones espaciales, las sesiones en la quivira eran una medicina contra el empobrecimiento sensorial. Ayudaban a conservar la cordura.
-Yo busco el significado de las cosas -siguió diciendo Cavalheiro-. Los programas que empleo los escribieron personas que pasaron sus vidas buscando lo divino. Tuvieron la ayuda de sofotectos que conocÃan muy bien a los humanos, que bebÃan de todas las culturas religiosas de la historia y que pensaban con una potencia varios órdenes de magnitud por encima de nosotros. Las ideas en esos programas superan las palabras, las imágenes, la conciencia. Llegan a las profundidades del espÃritu y hasta los lÃmites del cosmos. Creo que en ellos está la Teramente.
-Eh, ¿puedo preguntar qué... se siente?
-No es una experiencia única. He gritado a Indra y me ha contestado entre los truenos. He interrogado a Jesucristo. He sentido la compasión de Kwan-Yin. He... no, no es posible describir con palabras el acercamiento al samadhi. Pero no entiendes, es la interacción. Con una contribución muy pequeña, doy forma a la divinidad, mientras me llena y me da forma a mÃ.
-Entonces, ¿simultáneamente encuentras y creas tu Dios?-aventuró Kenmuir.
-Intento comprender y entrar en Dios -contestó Cavalheiro-. No soy el único que ha tomado este camino. Ninguno de nosotros ha vivido para recorrerlo por completo, y supongo que ningún humano llegará a hacerlo. Pero a eso dedicamos nuestras vidas.
Recibieron permiso para proceder, después de que Aleka demostrase gran competencia y describiese brevemente lo que ella y Kenmuir aseguraban eran sus intenciones. Para entonces, ya era media tarde. Dijeron que les gustarÃa relajarse con un paseo y empezar a la mañana siguiente.
-Una idea espléndida-aprobó Sandhu-. Lo que deseáis se encuentra tanto en el mundo vivo como en las abstracciones. -Hizo un signo en el aire-. Os bendigo.
Los senderos bajaban por las montañas por entre los bosques. Eligieron uno porque parecÃa poco frecuentado. Aspiraban a una soledad que les permitiese planear la estrategia. Pero pasó el tiempo mientras caminaban en silencio.
Muy por encima de ellos, el bosque se agitaba bajo la brisa. Eso y las pisadas sobre la tierra eran, al principio, los únicos sonidos, excepto cuando una ardilla chillaba y saltaba por lo alto o de entre las sombras surgÃa la llamada lÃquida de un pájaro. Dejaron atrás unos bloques caÃdos y cubiertos de musgo que Kenmuir supuso eran los restos de una autopista; pero si en algún momento allà habÃa habido una ciudad, hacÃa tiempo que la habÃan abandonado y demolido para dejar sitio al regreso de la naturaleza. Con el tiempo, empezaron a oÃr el canto del agua. El sendero llegó a un arroyo que se agitaba y saltaba en una pequeña cascada, cayendo a una hondonada donde las zarzamoras atraÃan a los petirrojos.
Aleka y Kenmuir se detuvieron a beber. El agua estaba frÃa. SabÃa a naturaleza. Kenmuir se volvió a enderezar, se limpió la boca y suspiró. -Hermosa región. Y tan pacÃfica. Como si fuese otro planeta. Aleka lo miró interrogativa. AllÃ, donde la cubierta arbórea era menos espesa, su piel relucÃa de un tono ámbar bajo una ligera capa de sudor.
-¿Diferente a qué? -le preguntó. Ãl sonrió.
-Esos sitios en los que hemos estado últimamente.
-Creo que lo has entendido al revés. Esos sitios son los planetas extraterrestres. Esto es lo normal. Nuestro planeta.
-¿Cómo?-preguntó, sin comprender.
-Es lo que has dicho. Aquà las cosas son hermosas y pacÃficas. Well, ¿no es asà la mayor parte de la Tierra?
-Pero, eh...
Recordó. Las cumbres, los brezos y las campanillas, las cañadas y los lagos, los viejos caserÃos y las agradables tabernas de la primera parte de su vida. Bosques inmensos, praderas, sabanas, el esplendor de bestias cornudas y depredadores letalmente elegantes, aves por decenas de miles cubriendo el cielo. Una antigua ciudad amurallada, conservada con mimo. Una ciudad que era un único kilómetro triunfalmente elevado en medio de un parque. Una ciudad que flotaba en el mar. Un villa donde cada hogar era un dirigible que volaba para siempre. Una guitarra plañidera en medio del crepúsculo tropical o en una choza ártica. Y a nadie le faltaba nada, nadie tenÃa miedo... ¿a menos que lo quisiesen tener?
-Sà -admitió-. La mayor parte es asÃ. Y allà donde no lo es, para nuestro gusto, quizá es lo que otras personas han elegido. -Pensaba en los secanos-. No estoy muy seguro de cuántas posibilidades de elegir tenÃan, considerando lo que son. Pero no se les obligó.
Aleka inclinó la cabeza, el pelo negro obsidiana se agitó, y le miró. -Eres un kanaka pensativo-murmuró.
Era irracional, pero enrojeció. -Tú me haces pensar.
-No. En tú caso se trata de un hábito.
-Bien, tú me abres los ojos a lo que me rodea en la Tierra.
De pronto, bajo la luz del sol, sintió frÃo. En realidad, ¿qué sabÃa de la Tierra? ¿De la humanidad normal? Su universo se habÃa vuelto de roca y hielo, de puestos lejanos ocupados por seres que no eran de su sangre, y una entre ellos a la que deseaba sin medida pero que sabÃa claramente que no le amaba. Cómo se alegró cuando Lilisaire le trajo de entre las estrellas.
-No digo que este mundo sea perfecto. Algunas zonas todavÃa están muy mal. Pero en general, estamos cerca de la Edad de Oro.
La discusión era un refugio.
-¿Cómo puedes decir tal cosa, cuando tú misma...? Aleka dio un golpe con el pie.
-Dije que no era perfecto. Hay muchas cosas que arreglar. En ocasiones, la solución hace que las cosas vayan peor. Entonces debemos luchar. Como ahora.
Kenmuir recordó la amargura de Lilisaire y otros selenitas contra todo el sistema. Recordó cómo las máquinas de ese sistema competÃan con ellos para echarles del espacio. Sintió aspereza.
-¿Asumo que no compartes la creencia común en la absoluta sabidurÃa y bondad del cibercosmos?
Aleka se encogió de hombros.
-El cibercosmos no importa. Aquà nos enfrentamos, después de todo, a gente. Y la gente sigue siendo tan miope y corrupta como siempre.
-Pero el sistema, los consejos, que los gobiernos siempre siguen, los servicios que nos rodean como si fuesen la atmósfera, y de los que dependemos... -Servicios que recientemente parecÃan incluir drogar bebidas; ¿y qué más?
-¿Quieres decir si considero que las máquinas son puras y que exclusivamente los seres humanos corrompen su obra? No. -La risa de Aleka parecÃa triste-. Quizá soy una excéntrica por pensar que la Teramente no tiene ninguna relación en particular con Dios.
-En ese caso, yo también soy un excéntrico -admitió Kenmuir. En su interior meditó: ¿qué era la Teramente? ¿La culminación, la suprema expresión del cibercosmos? No. Los intelectos sofotécticos menores, algunos de los cuales rebasaban con creces lo que cualquier cerebro humano pudiese concebir, participaban de ella, pero no eran ella, no más que los acantilados y los peñascos son el pico de una montaña. Un único organismo planetario serÃa demasiado lento, demasiado disperso; la velocidad de la luz se arrastra allà donde el pensamiento viaja a saltos. Las máquinas, siempre mejorándose a sà mismas, habÃan creado, en algún lugar de la Tierra, un supremo dispositivo de conciencia...
Sobre un trono o protegido en una caverna
Alli habita un profeta que entiende
Por qué nacen los hombres...
... que se perdÃa en sus propios misterios mientras, sin duda, mejoraba su propio poder: pero no era omnisciente ni omnipotente, no estaba en todas partes.
Pero sus secuaces sà podrÃan estar en cualquier lugar.
DebÃa suponer que allà no habÃa ninguno. En caso contrario, la batalla ya estaba perdida.
-Admito, básicamente, que es un buen mundo -dijo Aleka. Su mirada buscó la paz en las bulliciosas aguas-. No quiero destruirlo.
Me siento culpable por mentir a nuestros amables y honrados anfitriones. Todo lo que deseo es libertad para mi gente, y que puedan ser lo que quieran.
Por lo que sà mentÃa, pensó Kenmuir, y desafiarÃa a toda la civilización de la que hablaba tan bien, hasta que ganase o la convenciesen de que su causa era equivocada.
¿Por qué no lo habÃan hecho? ¿Por qué tanto secreto, tantas... maquinaciones?
-Yo tampoco soy un revolucionario -dijo él, mientras la rebelión se agitaba en su interior-. Me gusta que las cosas, bueno, se desequilibren un poco.
Ella volvió a mirarle. Durante las horas en Overburg apenas habÃan podido empezar a conocerse. Kenmuir fue consciente de sus formas abundantes, de sus labios, pechos, caderas y miembros fuertes. -¿Por qué? -le preguntó.
-Oh -vaciló-, demasiada complacencia... ¿Cuándo se produjo el último descubrimiento cientÃfico que tuviese mayor importancia que el siguiente decimal o la última excavación arqueológica? ¿Quién es pionero en música, grafismo, poesÃa o cualquier arte? ¿Dónde está la frontera?
-Y a pesar de eso -le negó ella; cuánto espÃritu tenÃa-, intentas detener el Hábitat.
La misión de Lilisaire, pensó. Su propio egoÃsmo. Pero no podÃa confesarlo. Especialmente a sà mismo.
-La sociedad selenita merece sobrevivir -replicó sin convicción-. Ha creado sus propios lugares hermosos.
28
La madre de la Luna
Se trataba de un trÃo que atraÃa las miradas al atravesar Tychopolis: la enorme mujer de melena blanca, el rostro con arrugas sobre la frente, la boca y los ojos, pero de espalda recta y de paso ágil; el hombre alto, también nacido en la Tierra, de bucles igualmente blancos y un rostro demacrado y gastado, pero también en plena salud; y un selenita, de piel cobriza oscura, ojos rasgados que parecÃan doblemente grandes. Con una capa escarlata que parecÃa una bengala, una túnica de color dorado y bronce con un sol en el cinturón, y pantalones azules, se hubiese podido pensar que estaba destacando su extravagancia juvenil frente a los sencillos unitrajes de los mayores; pero su expresión era demasiado desolada.
Frente a la biocerradura se identificó. Se abrió la puerta de un ascensor.
-Es la entrada de servicio -les explicó-. El acceso público está cerrado por reconstrucción. -Su inglés tenÃa menos acento y era menos cantarÃn que el de la mayorÃa de los de su generación, quizá por que en su trabajo debÃa necesariamente consultar muchas bases de datos terrestres y hablar con muchos expertos terrestres.
-Por supuesto, ya lo sé -contestó Lars Rydberg-. Simplemente no estoy seguro del tipo de reconstrucción que se lleva a cabo. Eyrnen se adelantó para entrar en el ascensor.
-No podemos permitir que los animales, semillas o esporas de los niveles inferiores lleguen a la ciudad. Imagine abejas refugiándose en el sistema de ventilación, ardillas mordisqueando los cables eléctricos; un germen infeccioso con una tasa de mutación alta podrÃa convertirse aquà en una sorpresa médica.
Dagny Beynac sintió el insulto implÃcito.
-Mi hijo conoce bastante bien lo evidente-dijo con mordacidad. -Le pido perdón, señor -le dijo Eyrnen a Rydberg. No parecÃa que lo dijese en serio-. Simplemente deseaba que conociesen bien el problema. Algunas personas confunden nuestra situación con la de la colonia L-S. Allà no tienen más que parques grandes muy bien controlados. Aquà estamos creando todo un ambiente salvaje.
Rydberg aceptó la medio disculpa.
-No me he ofendido -contestó-. Eso lo sabÃa, simplemente me preguntaba por los detalles técnicos. Es muy amable por su parte mostrárnoslos.
Era una amabilidad, aunque la abuela del bioingeniero lo hubiese pedido para sà misma y para su huésped, y una petición de Dagny Beynac tenÃa en la Luna algo similar al peso de una orden real. En todo caso, muy pocos selenitas se hubiesen negado, o al menos aprovechar la oportunidad de mostrar una insolencia helada e impecablemente formal.
Era extraño que un hijo de jinann mostrase tanta hostilidad. Siempre habÃa sido la más terrestre de los hijos Beynac, la más amistosa hacia el mundo de su madre. Bien, Eyrnen pertenecÃa a la siguiente generación.
¿Y era realmente hostil? Rydberg pensaba más en un gato reafirmándose frente a un perro, advirtiendo a los extraños antes de que empezase una pelea. ¿PodrÃa ser ésa la intención de Eyrnen? Rydberg ahogó un suspiro. No comprendÃa a los selenitas. Se preguntaba en qué medida los comprendÃa su madre.
-Es un placer-decÃa el ingeniero-. Mi abuela no ha visitado estas instalaciones en algún tiempo. Tenemos tantas cosas nuevas que mostrar. -No añadió directamente que hubiese preferido que ella viniese sin compañÃa. En lugar de eso, dijo-: Ha estado excesivamente ocupada en nombre de su gente. -No añadió que era contra los abusos de la Tierra.
Rydberg sintió un golpe en los oÃdos. Realmente descendÃan muy profundamente.
Admiró la destreza con que intervino Beynac.
-Yo también estoy interesada en oÃr esos detalles técnicos. Vale, tenemos un túnel largo, para llevar grandes cargas y pasajeros de un lado a otro. Válvulas a cada extremo mantienen a los animales grandes en la reserva. Como has dicho, son los bichos, las semillas y los microbios lo que podrÃan escaparse. Pero pensaba que los sensores y los microrrobots los mantenÃan bien encerrados. No he oÃdo nada de algo que escapase y no se pudiese controlar.
Quizá le habÃa dado a Eyrnen una cucharada de su propia medicina, aunque la sonrisa fuese toda inocencia. Ãl la aceptó.
-Las mejoras en la biocerradura-contestó-son en parte cualitativas, mejor tecnologÃa, pero en gran parte cuantitativas, más de todo. A medida que la ecologÃa se haga más fuerte y mejore su fertilidad, y la región crezca, la presión invasiva aumentará. Debemos anticiparlo.
El ascensor se detuvo con un silbido, la puerta se abrió y los tres salieron a un balcón del que descendÃa una rampa en espiral. Rydberg contuvo el aliento. Se encontraban cerca del techo de una caverna cuyo suelo se hallaba a casi dos kilómetros por debajo de ellos. Las lámparas solares insertadas estaban encendidas, pero iluminaban con suavidad, porque era «mañana en su ciclo. Les rozó una brisa caliente que portaba los olores de un bosque que debÃa ser espeso y dulce. La extensión volvÃa el aire azul y neblinoso; vistas a una distancia de decenas de kilómetros, las otras paredes eran borrosas, medio irreales. En lo alto se movÃan nubecillas. Volaban pájaros. También lo hacÃa un humano a lo lejos, con las iridiscentes alas extendiéndose desde los brazos, bajando y remontando pero no por deporte-eso se hacÃa en lugares como Avis Park-, sino vigilando el dominio. El parque se extendÃa en miles de copas verdes y prados llenos de florecillas silvestres, y una cascada que abrÃa la roca misma para formar un lago del que manaba una herida reluciente...
Eyrnen dejó que los otros se quedasen sin habla durante un instante. -Vamos a recorrer los senderos -dijo finalmente-. ¿Debo pedir un coche para la rampa?
-¡No para mÃ! -exclamó Beynac. Fue por delante, dando saltos lunares, como si fuese una chiquilla.
-Es una creación maravillosa -habÃa dicho durante el turno de noche anterior-. Me apetece mucho volver a verlo, pero más aún verte a ti contemplarlo por primera vez.
Una vez terminada la cena, se tomaron su tiempo para disfrutar del café y los licores. Unas bebidas habÃan precedido a la cena y una botella de vino la complementaba, porque celebraban el comienzo de varios ciclodÃas que habÃa conseguido liberar de toda obligación. Su hijo habÃa terminado sus negocios en nombre de Fireball y tenÃa la intención de pasar ese perÃodo con ella antes de regresar a casa. Rara vez podÃan estar juntos. SentÃan alegrÃa en las venas, y naturalidad en sus corazones.
Ella misma habÃa preparado la comida, con mucho cuidado, pero la habÃa servido en la cocina. Como vivÃa sola, exceptuando visitas como él, reservaba el comedor señorial para las fiestas. La cocina era lo suficientemente espaciosa, un lugar de cobre bruñido, baldosas mexicanas y olores. Una fotografÃa de Edmond Beynac, en sus últimos años, sentado tras su mesa, miraba a un paisaje de Constable reproducido por escaneo molecular. De fondo sonaba un concierto de Vivaldi.
-Estoy deseándolo-dijo Lars-. Por todo lo que he visto sobre él... -Vaciló-. Que no es mucho.
Si los selenitas, por una vez, cooperasen con las agencias de noticias, al menos en un asunto tan inofensivo y que podÃa darles tanto reconocimiento como aquél. Si no fuese por los habitantes de la Luna con genes terrestres, ¿qué llegarÃa a saber la Tierra?
Dagny dejó pasar el comentario.
-He estado demasiado tiempo alejada -musitó-. Echo de menos la naturaleza natural.
-La mayorÃa de las comunidades tienen parques hermosos. -Oh, sÃ. -Miró a la imagen-. Pero no interiores, vivos. Ãl sonrió.
-Si eso es lo que quieres, vuelve a vernos a la Isla Vancouver. Ella le devolvió la sonrisa, moviendo un poco la cabeza. -Probablemente a mis años ya no pueda soportar la gravedad. -¿Tú, con sólo noventa años? TonterÃas. -No sólo por haber seguido escrupulosamente su programa biomédico y el ejercicio vigoroso y regular en la centrifugadora, pensó. Dagny Beynac habÃa tenido suerte en la loterÃa de la herencia, y compartÃa el premio con él. No se sentÃa demasiado viejo a sus setenta y tantos-. Ven.
-Bien, quizá -suspiró-. Siempre hay tantas cosas que hacer, y los meses pasan tan deprisa.
-Ven por Navidad -le animó Lars. El rostro de Dagny se iluminó. -¡Con tus nietos!
TenÃa bisnietos en la Luna, pero eran selenitas.
Los adoraba, eso era cierto, y sin duda ellos apreciaban a la vieja dama que les traÃa regalos y que tenÃa la delicadeza de no abrazarles y de no ser efusiva; pero ¿escuchaban con sentimientos profundos sus historias y canciones, se molestaban en jugar con ella?
-Traeré un bisnieto mÃo para ayudarte a celebrar tu centésimo cumpleaños -dijo impulsivo.
Ella rió. La luz resaltó un brillo en sus ojos.
-Eres un encanto, una vez que has tomado algo de alcohol para disolver el almidón sueco. -Buscó con la mirada la imagen de su esposo-. Oh, 'Mond -susurró-. DesearÃa que hubieses podido conocerle mejor.
La imagen era una animación. Como se sentÃan cómodos el uno con el otro, Lars preguntó algo que en otras circunstancias no se hubiese atrevido a decir.
-¿La activas a menudo?
-Ya no tan a menudo --contestó-. Comprende, me la sé de memoria.
-Tantos años espetó él-. Nadie más. Debes de haber recibido ofertas.
Una súbita alegrÃa.
-Muchas, aunque la última fue hace muchÃsimo tiempo. Me sentà tentada en alguna ocasión, pero no lo suficiente. 'Mond seguÃa siendo demasiada competencia para ellos.
La sonrisa se disolvió. Miró a otra parte.
-Aunque -dijo- se ha convertido en una especie de sueño que tuve hace mucho tiempo.
Vivimos por nuestros sueños, ¿no? -le contestó él con voz suave.
Era un bosque de clima templado. Cerca de Port Bowen se estaba desarrollando un ambiente tropical, menos extenso porque los excavadores no habÃan tenido la fortuna de empezar con zonas huecas tan amplias como en ésta. Se hablaba de crear una pradera, o un pequeño mar, bajo el cráter Korolev, pero probablemente la población y la industria en la cara oculta seguirÃan siendo demasiado escasas durante décadas para hacer que el proyecto valiese la pena.
Eyrnen guió a sus parientes por un sendero entre olmos, fresnos y algún roble que arqueaban sus hojas sobre la maleza en la que las grosellas habÃan comenzado a pudrirse. En el interior del bosque, los abedules relucÃan blancos y habÃa sombras salpicadas de luz. Las mariposas revoloteaban brillantes por el aire; la llamada de un cuclillo rompÃa la quietud húmeda. Donde las hojas de años anteriores cubrÃan el sendero, crujÃan bajo los pies. OlÃa a verano.
Pero sin embargo no era un paisaje salvaje de la Tierra. La biotecnologÃa habÃa forzado el crecimiento; la baja gravedad permitirÃa que alcanzase gran altura.
Una criatura alada pasó volando y se perdió de nuevo en las profundidades. Era pequeña, muy peluda, con una cola de timón. Un chillido agudo murió tras ella.
-¿Qué fue eso?-preguntó Rydberg.
-Un murciélago de dÃa-le dijo Eyrnen-. Uno de nuestros experimentos genéticos. Además de adornar, esperamos que ayude a mantener estable la población de insectos necesarios.
-Será una gran empresa, con bastantes errores en el camino antes de que consigáis una ecologÃa que se sostenga sola-predijo Beynac. -Está evolucionando más rápido de lo que habÃamos previsto -replicó Eyrnen-. Viviré para caminar por entre una verdadera región salvaje.
-Oh, ni mucho menos -objetó Rydberg. Se arrepintió de inmediato. Era un mal hábito, corregir las impresiones de los otros. Eyrnen le miró furioso.
-¿Cuán genuina es la llamada naturaleza de la Tierra? -replicó.
-Venga, chicos -interrumpió Beynac. Ella podÃa hacerlo. A Rydberg-: No seas tiquismiquis, cariño. En realidad, ¿qué es la naturaleza? Habrá vida que pueda sobrevivir sin la intervención humana o robótica mientras haya energÃa; y no olvides que se trata de la energÃa solar, que durará todavÃa varios miles de millones de años.
Rydberg asintió. -Cierto.
Los conductos ópticos que llegaban hasta la superficie probablemente no fallarÃan. Las resonancias moleculares que imponÃan un ciclo de noche y dÃa de veinticuatro horas y el cambio de estaciones podrÃan volverse locas, pero aunque algunas especies morirÃan otras se adaptarÃan.
Y con el tiempo, ¿aparecerÃan nuevas especies? ¿Y mientras el Sol se calentase hasta que el efecto invernadero esterilizase la Tierra e hiciese hervir los mares, podrÃa sobrevivir aquel bosque, ya muy extraño, en las profundidades de la Luna?
Hizo un comentario prosaico.
-Por lo que he oÃdo, una ecologÃa realmente viable requiere más espacio del aquà disponible.
-Eso declaran los cientÃficos -le concedió Eyrnen-. Creo que se pueden desarrollar formas de vida que no necesiten tanto espacio. Sin embargo, no es muy importante, porque la región se ampliará mucho. Al final, quizá dentro de un siglo, estarán todas conectadas.
-Mm, un trabajo monstruoso.
-En el futuro no dependeremos de máquinas para desalojar volúmenes de allà donde la geologÃa nos los ha colocado. Ya hay bacterias de laboratorio que pueden romper la roca, multiplicándose mientras lo hacen. Se necesitará más energÃa de la disponible hoy, y, claro está, será preciso modificarlas para que encajen en la ecologÃa, pero de eso nos ocuparemos cuando llegue el momento.
Aunque Rydberg ya habÃa oÃdo antes esas ideas, no habÃan sido más que elucubraciones. Era emocionante oÃrlas declarar como certidumbres.
-¿Cuánta expansión crees que se producirá durante tu vida? -preguntó.
Un ágil encogimiento levantó y bajó los hombros de Eyrnen mientras agitaba las manos.
-Menos del que debiera. Tenemos demasiada demanda de varios recursos, y la Tierra es un sumidero.
Beynac levantó un puño.
-Te lo dije, maldición, ¡hoy nada de polÃtica! -gritó.
Eyrnen le dirigió a Rydberg una sonrisa compungida, casi amistosa, y se relajó. El terrÃcola se la devolvió.
Pero por dentro podÃa identificar un momento de frialdad. Deseaba realmente amabilidad entre él y los otros hijos de su madre, y los hijos de éstos. Nunca habÃa conseguido más que una tolerancia amable. No era sólo que fuesen diferentes. Se habÃa llevado bien con metamorfos aún más radicales. Ella sabÃa cuál era el problema y acababa de nombrarlo: polÃtica, la maldita polÃtica. Pero en sà misma, no era más que un sÃntoma, una manifestación de los verdaderos problemas, como la fiebre y las bubas en la plaga medieval.
Propiedad; la cuestión de la herencia común. Impuestos. Educación. Censo. Gobierno local: legislación, legislatura, el concepto mismo de democracia y su deseabilidad. Exclusivismos. Legitimidad del poder:
negociación, ley criminal, santuario. Y más y más disputas, algunas triviales en sà mismas pero que añadÃan sal a las heridas...
Lo que producÃa el conflicto, pensó Rydberg, era la lucha entre una vieja civilización y una que nacÃa; no, entre una vieja especie biológica y otra que era nueva, quizá inestable.
Mientras Dagny, su madre, permanecÃa dividida entre las dos. ¿Por qué ella habÃa acallado y dejado a un lado las preguntas de Rydberg sobre la muerte de Sigurd-Kaino, su medio hermano, en algún remoto asteroide...? No habÃa preguntado más porque claramente eso era lo que ella deseaba. Pero ¿por qué?
Sus hijos selenitas le habÃan exigido silencio.
Su mente se concentró en su medio hermana Gabrielle-Verdea, a los sesenta años todavÃa una oradora tan feroz e insurgente como podÃan sus genes.
Recordó una de sus canciones. El selenita no podÃa traducirse bien en términos terrestres, y sus conocimientos de la lengua nativa se reducÃan a las necesidades prácticas en las que todas las lengua son más o menos iguales; pero...
Con tu ojo del PacÃfico, contempla Mis cicatrices de antiguas guerras. Tus huesos recuerdan a los dinosaurios.
29
La luz de la mañana dio vida a un mandala de muchos colores en una ventana arqueada. Las paredes blancas relucÃan, apoyadas en pilastras que se alzaban para fundirse con el techo abovedado. El dura musgo cubrÃa el suelo, verde y elástico. Las sillas, los sillones, la mesa y el escritorio eran de madera y fibras naturales, gráciles como los sauces. Nada en la cámara desafiaba el complejo de consolas, teclados, pantallas y demás equipo que la presidÃa. Todo aquello era como una declaración de que la vida, la condición humana y el cibercosmos iban juntos.
Una declaración muy necesaria, pensó Kenmuir. Aquel complejo múltiple de comunicación y computación, avanzado por encima de cualquier cosa que hubiese visto antes, era, en el mejor de los casos, una visión desalentadora.
El consuelo sin palabras no le comunicaba nada a él. HabÃa llegado como un enemigo.
Con Aleka a su lado, entraron en una quietud frÃa. La puerta se contrajo a su paso. Estaban aislados, sellados del exterior, en privado, hasta que abriesen las puertas del cibercosmos.
Aleka tragó saliva, cuadró los hombros y avanzó. Ãl fue más despacio. Le martillaba el corazón, y tenÃa la lengua seca. Aquél podÃa ser el dÃa de la victoria, el fracaso o la huida. Ya se sabÃa un tonto, que deberÃa huir y confesar. Pero no, porque entonces serÃa menos que un hombre.
Aleka se situó en la consola principal y le hizo un gesto para que tomase asiento a su lado. Cuando lo hubo hecho, ella le agarró la mano y se la apretó. Kenmuir sintió su calor como si fluyese la sangre entre ellos. Aleka sonrió.
-Well -dijo-, vamos a arriesgarnos. -Ãl habÃa vuelto la cara en su dirección. Aleka se inclinó y le besó.
Antes de que realmente pudiese responder, ella se habÃa retirado, riéndose un poco, y tenÃa los dedos sobre las teclas. Sabiendo que no era del todo lógico, Kenmuir se habÃa negado a tomar un tranquilizante. De pronto, todos los temores y dudas desaparecieron. Aquello tampoco era lógico, pero qué demonios. Cuando se habÃa decidido por una estrategia, siempre la habÃa ejecutado con calma. Pero nunca, pensó, se habÃa sentido con la cabeza tan despejada y despierta. -DirÃgeme -dijo ella.
El dÃa anterior habÃan realizado el bosquejo de un plan general. Después, Kenmuir habÃa pasado mucho tiempo solo, meditando cuando su mente no vagaba en libertad esperando la llegada de la inspiración. Sin embargo, debÃan recorrer el camino a tientas, improvisando, con sus conocimientos del espacio y la astronáutica guiando la habilidad de Aleka con el sistema.
-La historia de la exploración interplanetaria-le dijo innecesariamente-. Para empezar, un sumario. -Eso harÃa que todo pareciese una investigación inocua, quizá por parte de alguien que no tenÃa nada mejor que hacer.
Apareció el hipertexto en una configuración tridimensional. Aleka usó los comandos que llevaban de tema en tema hacia el exterior, desde el Cinturón de asteroides pasando por Kupier y más allá. Fallecimientos... Sigurd Kaino Beynac no regresó a casa. El propósito y el destino de su misión no entraron nunca en ninguna base de datos pública. La historia que se hubiese conservado, probablemente se perdió por completo en el desastroso final de la rebelión de Niolente. O eso decÃa el ordenador.
-Eso ya lo sabÃamos-se quejó Aleka.
-SÃ, pero quiero verlo en el contexto total, o lo más cercano que exista -replicó Kenmuir-. Después nos centraremos en las misiones cientÃficas a los asteroides.
Las asociaciones establecidas pronto trajeron a Edmond Beynac y su muerte. Kenmuir asintió. Lo habÃa esperado.
-Beynac buscaba la confirmación de sus ideas sobre el Sistema Solar primitivo. Comprobemos exactamente qué teorÃas tenÃa. Las recuerdo con vaguedad. Empiezo a comprender que, en gran parte, se debe a que rara vez las he visto comentadas. ¿Porque en realidad estaba equivocado o porque ahà fuera habÃa algo que a alguien le interesaba suprimir? Era un hombre demasiado importante en su disciplina como para borrar todos sus registros.
Una vez que hubo estudiado el resumen, lo que llevó tiempo, Kenmuir lanzó un silbido.
-Mm. Tengo mis sospechas sobre el tipo de cuerpo al que se dirigió Kaino. Pero eso fue años después de la muerte de su padre, y no hubiese ido a ciegas. Primero, una búsqueda astronómica. Pero nadie nunca ha sabido... -Le dio a Aleka el esquema de las instrucciones para buscar la vista.
Más tarde.
-Ah, sÃ, lo habÃa olvidado, o quizá nunca lo supe, que un hermano de Kaino dirigió el más importante observatorio lunar de ese perÃodo. Examinaremos una lista de los informes y artÃculos producidos en el observatorio entre esas dos muertes.
Más tarde:
-Hay huecos curiosos, ¿no te lo parece? Cometas lejanos descubiertos y catalogados, nada anómalo, pero... Creo que el seguimiento deberÃa haber encontrado más. Sabemos que están ahà fuera. ¿No informaron de ciertos descubrimientos?
Más tarde:
-Si intentase seriamente encontrar el hipotético asteroide madre de Edmond Beynac, obtendrÃa los paralajes posibles desde la Luna. Sondas robóticas... esos lanzamientos estarÃan registrados, aunque no lo estén los resultados.
Aleka emitió una risita. Sonaba como una cuerda de guitarra que se rompiese.
-Qué suerte tenemos de que el cibercosmos sea una urraca para los datos. Lo atesora todo.
-SÃ, pero parte del tesoro se encuentra permanentemente oculto. -Kenmuir permaneció en silencio durante un rato-. Vuelve a Kaino. La fecha de salida de su último viaje, el tipo exacto de nave y sus caracterÃsticas, los parámetros iniciales de lanzamiento con la precisión con que se registraban de forma rutinaria, fecha del regreso sin él. Todo eso deberÃa ser público.
Más tarde:
-SÃ, es consistente con una expedición al Cinturón de Kuiper, aunque eso todavÃa deja una región extraordinariamente extensa. -Kenmuir frunció el ceño-. La última década de la SelenarquÃa, o las dos últimas. Misiones enviadas por los aristócratas de Zamok Vysoki: Rinndalir hasta que partió hacia Alfa Centauri, Niolente después. Sobre ellas se habrÃa hecho pública muy poca información, pero veremos qué hay disponible, incluyendo lo que la Autoridad de Paz encontrase en sus archivos.
-Me has dicho que afirmaban que gran parte habÃa sido destruido accidentalmente-dijo Aleka.
-Eso afirman. Vamos a mirar. Otra vez, tipos de nave y parámetros de lanzamiento. Esos datos no se podÃan ocultar, al menos no si partieron desde la Luna. Y quizá puedas localizar algunos manifiestos de carga o similares, fragmentos, señalando lo que podrÃan haber llevado... Uh, será mejor que te explique cómo funcionan esas cosas. Habiendo reunido las cifras, Kenmuir se dirigió a una mesa auxiliar y calculó trayectorias, consumo de combustible, el alcance de lo que podrÃa haber sucedido. Cuando hubo terminado, se sentó. -Ahora es evidente-dijo con su voz más seca-. Las sospechas de Lilisaire y mÃas eran correctas. Algún tipo de proyecto en el espacio profundo, incluyendo construcciones. Clandestino, lo que significa que los viajes a ese punto debÃan de ser pocos y muy espaciados y con la tripulación mÃnima. Pero incluso en esos dÃas podÃas hacer muchas cosas con robots bien escogidos y bien programados, si habÃa materia prima disponible.
Se puso en pie y recorrió la habitación. Las manos luchaban entre sÃ. -Sà -continuó con un tono monótono-. ¿Lo comprendes, Aleka? Tiene que ser el gigantesco asteroide de hierro de Edmond Beynac, orbitando donde se supone que sólo hay polvo, gravilla y bolas cometarias grandes y pequeñas. Sus hijos se guardan el secreto, pensando que podrÃa tener algún valor. El secreto se pasaba a la siguiente generación, sin duda sólo a uno o dos cada vez, porque en caso contrario no tardarÃa en dejar de ser secreto. Rinndalir y Niolente decidieron intentar hacer uso de él.
-Una posibilidad muy lejana, un movimiento de los de «qué podemos perder -dijo la mujer-. Porque en caso contrario, alguien lo hubiese intentado antes. Después de que Fireball entrase en guerra con los avantistas, estaba condenada, por lenta que fuese su muerte. Los selenarcas también se sentÃan amenazados. Sin Fireball, no tenÃan ninguna esperanza real de conservar su independencia contra la determinación de la Federación. A menos... El mundo de Beynac... pero ¿cómo? ¿Qué ayuda podrÃa ofrecer?
-Algo que el gobierno no quiere que se sepa.
-No todo el gobierno. ¿Cómo podrÃa hacerlo, siglo tras siglo, sin que nadie se fuese de la lengua?
-El cibercosmos. La... -Kenmuir decidió no decir «Teramente». En su lugar-: PodrÃa con facilidad conservar el secreto para sÃ, excepto por algunos agentes humanos cuidadosamente escogidos. Cuando Lilisaire empezó a mostrar curiosidad, el sinnoionte Venator se ocupó de investigar todo lo que ella podrÃa haber descubierto y qué podrÃan estar tramando los selenitas.
Ella asintió. La última frase de Kenmuir habÃa sido automática, innecesaria.
Kenmuir se detuvo.
-Bien, creo que ya hemos sacado todo lo que se puede obtener de los archivos abiertos -dijo-. En un tiempo sorprendentemente corto, gracias a estas instalaciones. -Una investigación tan directa en una cuasi infinidad de bytes hubiese sido imposible en una estación peor equipada-. TodavÃa nos quedan varias horas. ¿Quieres descansar o seguimos adelante?
-No podrÃa relajarme esperando. ¿Y tú?
-Para ser sinceros, no. -Se unió a ella. Intercambiaron sonrisas frÃas.
La de Aleka se desvaneció. Como si buscase consuelo, murmuró: -Me pregunto si Dagny Beynac lo sabÃa.
-¿Has oÃdo hablar de ella?
-Era un verdadero poder en la Luna, ¿no?
-SÃ, supongo que lo sabÃa. Sus hijos hubiesen necesitado su ayuda para cubrir su rastro. Pero se llevó con ella el secreto a la tumba. Aleka se agitó.
-Vamos, levemos anclas.
Pasaron unos minutos formulando la pregunta. Era muy simple, pero debÃa dar la impresión de algo con lo que alguien se hubiese topado, un poco de curiosidad. Kenmuir introdujo los detalles especÃficos que habÃa podido deducir, tales como el arco de cielo por el que era probable que vagase el objeto, pero en su forma final la pregunta era más o menos: ¿Orbita un asteroide ferroso muy grande, expulsado por una perturbación del Sistema Solar interior, en el Cinturón de Kuiper?
Aleka se puso recta, se humedeció los labios y la introdujo.
Sonó una nota aguda. En la pantalla se encendió un punto de luz roja. Debajo saltaron las palabras:
ARCHIVO 737. EL ACCESO ESTÃ RESTRINGIDO A PERSONAS AUTORIZADAS. SE REQUIERE IDENTIFICACIÃN DE ADN.
El anglo cambió a una serie de lenguas. Aleka apagó la imagen. Ella y Kenmuir permanecieron un rato en silencio. Una vez más, él sintió una seguridad de acero.
-No es muy sorprendente, ¿eh? -dijo al fin-. Demuestra que vamos por buen camino. -Señaló una bolsita que Aleka llevaba consigo-. ¿Lo hacemos?
-Un minuto -contestó. MantenÃa la voz tan estable como él, pero tenÃa sudor en la frente. Kenmuir pensó que debÃa de tener un olor fragante, de mujer, si el suyo propio no lo estuviese enmascarando. -Un estudioso normal se preguntarÃa por qué.
-¡Bravo chica! -dijo riendo-. Es evidente que tienes talento para la intriga.
Aleka hizo un gesto con la boca. Escribió: ¿Puedo preguntar porqué el arcbivo está clasificado? Durante el proceso, habÃan desconectado las conexiones vocales, de forma que podÃa hablar con libertad, asà como los receptores visuales. Además, un investigador de verdad evitarÃa distracciones como ésas.
CONSIDERACIONES DE SEGURIDAD GENERAL PRECISAN QUE CIERTAS ACTIVIDADES Y CIERTAS REGIONES DEL ESPACIO LEJANO ESTÃN PROHIBIDAS A TODOS EXCEPTO A LOS ADECUADOS ENSAM BLADORES CIBERNÃTICOS. EN CASO CONTRARIO, SE CORRERÃA EL PELIGRO DE DESVIAR ALGUNOS OBJETOS, QUE YA DE POR SÃ TIENEN ÃRBITAS INESTABLES, HACIA EL SISTEMA SOLAR INTERIOR. ESO, CON EL TIEMPO, PODRfA ACARREAR IMPORTANTES CONSECUENCIAS. ES UNA RESPONSABILIDAD CIBERNÃTICA CONSIDERAR LAS DESGRACIAS IMPREDECIBLES. NO IMPORTA LO LEJANAS QUE ESTÃN EN EL TIEMPO. SE RETIENEN LOS DETALLES PARA EVITAR LAS TENTACIONES.
SIN EMBARGO, ESTà PERMITIDO AFIRMAR QUE NO SE CONOCE NINGÃN CUERPO QUE SE AJUSTE A SU DESCRIPCIÃN, Y POR CONSIDERACIONES COSMOLÃGICAS NO ES PLAUSIBLE QUE EXISTA POR... la pantalla se llenó con una lista de referencias. Kenmuir supo por los tÃtulos y fechas que se trataba de artÃculos publicados durante la vida de Edmond Beynac y que criticaban su teorÃa.
-Mientes -le murmuró a la máquina-. Mientes por esos dientes que no tienes.
-Eso exige conciencia susurró Aleka-. Hemos entrado en contacto con un sofotecto.
-Muy especializado. Un nodo en la red -juzgó Kenmuir-. Es mejor tener algo de flexibilidad, no una negación sencilla y directa. -Suspiró-. Supongo que podrÃamos seguir fingiendo y examinar esas antiguas disputas, pero voy a ir por el camino directo.
Aleka levantó una mano.
-Espera un minuto. Déjame pensar.
El silencio fue largo. Los ligeros colores proyectados por la ventana mandala en la pared del otro extremo se habÃan desplazado claramente hacia abajo desde que habÃan entrado en la sala.
Vio que ella le miraba, y le devolvió la mirada. Aleka tenÃa los ojos de un marrón roji*zo salpicado de dorado.
-Se trata de un asunto muy importante-dijo, con voz muy baja. -Sà -contestó él a falta de mejor palabra.
-Alguien con una posición muy, muy importante quiere mantenerlo kapu. El baku, el kabuna... No sé quién o qué, pero creo que en
el pasado ha llamado la atención de la Teramente, y podrÃa suceder de nuevo.
Sintió un escalofrÃo. -PodrÃa ser.
-¿El propósito es negativo?
-Quizá no. ¿Por qué no podemos decidir por nosotros mismos? -¿TodavÃa quieres hacerlo?
Kenmuir lo pensó durante un instante. -Si tú estás de acuerdo.
Ella asintió.
-SÃ. Pero escucha. Comentaste que para mantener la información en secreto, durante mucho, mucho tiempo, como en este caso, se necesita algo más que una cerradura. Se precisa una respuesta flexible. Well, ¿se conformarÃan realmente los guardianes con un escáner de ADN? -Fue todo lo que pidió.
-Algo más serÃa demasiado burdo. -Y algo menos, reflexionó Kenmuir, como una identificación facial o dactilar, serÃa demasiado fácil de falsear-. Aun asÃ, si yo estuviese al mando, sabiendo que Lilisaire sigue el rastro, adoptarÃa un par de precauciones extras. Como ordenar al guardián que me notificase si alguien entrase en el archivo, ya fuese legal o ilegalmente.
Kenmuir dio un salto. -¡Uh! No lo habÃa pensado.
-Ni yo tampoco hasta ahora. PodrÃa equivocarme, claro está. -Pero si tienes razón... -Pensó con rapidez-. Venator no se limitarÃa a quedarse sentado y esperar. EstarÃa muy ocupado, probablemente muy lejos de aquÃ.
-Por tanto, no querrÃa que se lo comunicasen sólo a él, sino a agentes más cercanos, para actuar rápido.
-¿La policÃa?
-No la policÃa local. Se preguntarÃan por qué los enviaban a arrestar a un par de personas que se limitaban a usar una base de datos pública. Esas personas podrÃan dar sus razones, y ellos se las contarÃan a otros, hasta que otros se lo preguntasen también. Si fuese yo, tendrÃa en alerta al escuadrón de emergencia de la Autoridad de Paz, por todo el planeta, para intervenir con rapidez, sin dar razones pero especificando alto secreto.
-Como recurso... -La protesta se elevó por la garganta de Kenmuir como si fuese vómito-. ¿Vamos a permitir que esa posibilidad nos paralice?
-No -dijo Aleka-. Pero será mejor que primero echemos un vistazo.
Se dedicó de nuevo al equipo. Ãste le dijo que la base más cercana de la Autoridad de Paz se encontraba en el Integrado de Chicago. -Dejando tiempo para la confusión, un jet traerá aquà un escuadrón en menos de media hora-calculó.
Kenmuir, que virtualmente no sabÃa nada sobre el funcionamiento de la policÃa, reunió coraje. Quizá al menos podrÃa enviar un mensaje rápido a Zamok Vysoki. DeberÃa hacerlo sin codificar. Pero como la Luna estaba en el cielo, podrÃa apuntar directamente al receptor central donde... donde serÃa interceptado y provocarÃa acciones inmediatas...
-Tenemos que saber si habrá confusión -decÃa Aleka-. Un momento.
Los dedos de la mujer bailaban sobre el teclado. La paciencia aprendida de un astronauta fue suficiente para mantener a Kenmuir clavado en la silla, esperando.
Después de un perÃodo de tiempo que él decidió no evaluar, Aleka se reclinó y se pasó la mano por la cara.
-Bien. Ahora habrá confusión -murmuró. -¿Qué has hecho?-dijo con voz ronca.
-Lo he preparado. Control de Tráfico nos informará cuando cualquier volador de alta velocidad abandone el Integrado de Chicago con dirección a este lugar. -Agitó la cabeza-. No, no, no ha sido nada en especial. No he tenido que entrar ilegalmente. Hay razones por las que un civil podrÃa querer esa información. Por ejemplo, podrÃamos estar estudiando los efectos de las turbulencias atmosféricas, u otro asunto académico. Simplemente tuve que pensar en cómo realizar la petición.
Los músculos del estómago de Kenmuir se relajaron un poco. -Entonces... si sucede... ¿tendremos veinte o treinta minutos para llegar a tu volador y salir de aqu�
-No es tan sencillo. Control de Tráfico obedecerá a un máka'i tanto como a nosotros, o mas. SerÃa muy simple obtener un registro de los vehÃculos que partieron poco tiempo antes y saber exactamente dónde se encuentran mientras estén en movimiento. Tendremos que aterrizar en algún lugar cercano y salir corriendo como conejos. -Aleka suspiró-. ConfÃo en que Lilisaire recuperará mi pobre volador o me compre uno nuevo. A menos que tú y yo acabemos en algún sitio donde no tengamos necesidad de ningún transporte personal.
Kenmuir se negó a considerar las posibilidades más desagradables. Aquello era el mundo moderno, por amor de Dios. Por el momento, ni él ni ella habÃan hecho nada ilegal. Si estaban a punto de hacerlo, bien, técnicamente no era una infracción importante, no en una sociedad que reconocÃa el derecho de todo ciudadano a la información. TendrÃan derecho a un juicio público, a abogados, a procedimientos que podrÃan ser demasiado incómodos para los que mantenÃan el secreto. No era como si estuviesen tratando con el instrumento de un Estado todopoderoso, como el KGB o Hacienda, o como se llamase...
Deseaba poder creerlo.
-Lo que debemos hacer es escapar y luego considerar la situación -dijo. Una parte independiente de su ser se burló diciéndose que también podÃa recitarle pi hasta el cuarto decimal-. ¿Cómo?
-Eso es lo que pienso comprobar. -Una vez más se puso a teclear. Los horarios aparecieron en la pantalla.
-Vale -dijo, después de un rato-. No hay transporte público para salir de Prajnaloka, y es muy escaso en todos los lugares cercanos, por tratarse de una zona muy poco poblada. En su mayor parte, es transporte local, lo que no nos sirve de nada. Pon diez minutos para correr hacia el volador. Diez o doce minutos en el aire antes de que alguien nos intercepte. No tendremos más tiempo.
»El único lugar cercano es Springfield. Dispone de un transporte aéreo dos veces al dÃa al centro de comunicaciones de St. Louis. Allà podrÃamos perdernos entre la multitud y conseguir con rapidez transporte a un lugar grande y anónimo. El problema es el siguiente: la oposición también lo sabrá, y tendremos mucha prisa. Tendremos que tener cuidado con el perÃodo entre nuestra llegada a Springfield y nuestra partida. El siguiente aerobús saldrá en una media hora. En caso contrario, tendrÃamos que esperar hasta la noche.
-Eso nos da tiempo para prepararnos-dijo renuente.
-Y deja tiempo para que las cosas salgan mal-replicó ella-. Es evidente que haber llegado al borde de la zona prohibida no ha hecho saltar ninguna alarma. En caso contrario, ya estarÃamos arrestados.
Pero ¿ya se ha enviado la orden? 0... nos están persiguiendo. Los datos podrÃan empezar a apuntar en nuestra dirección. -Su voz resonó-. ¡Yo digo que sigamos!
Kenmuir lo sopesó. Si lo dejaban de inmediato y salÃan corriendo, tendrÃa que abandonar su ropa y el resto de las cosas en el dormitorio. Pero se podÃan reemplazar con facilidad, tenÃan todo el dinero con ellos, y dejar las cosas podrÃa desviar la atención durante un tiempo crÃtico. Por impulso, levantó las manos.
-Adelante.
Aleka le golpeó las manos. Las suyas eran duras y cálidas. -Vale, aikáne.
En ese momento comprendió por qué los seres humanos a lo largo de la historia se habÃan embarcado una y otra vez en empresas que parecÃan fantásticas a generaciones posteriores. Ãsa era la naturaleza de la bestia.
Aleka recogió su bolso, se lo puso en el regazo y sacó un objeto que parecÃa ser un trapo marrón. Lo desplegó para revelar un guantelete de un material fino... un material que estaba vivo, como la máscara que habÃa llevado antes. Se lo puso sobre la mano derecha.
-El agente de Lilisaire me lo entregó en Hawai-le contó a Kenmuir aquella noche en Overburg mientras el fuego se apagaba-. Es especial. Cree que podrÃamos encontrarle un uso.
-¿Qué es? -preguntó.
-Un organismo con reservas en los tejidos para aguantar dos semanas. Se realizó con una biomuestra del sinnoionte que fue a visitarla... Dijo que su nombre era Venator. Dice que lleva su ADN. Si tenemos que abrir algún biocierre, ¿no es probable que entre sus llaves se encuentre ese tipo tan importante que está trabajando en el caso? -Pero ¿cómo consiguió una muestra útil? -No servirÃan los fragmentos de piel y otros tejidos que todo el mundo soltaba a lo largo del dÃa. Eran pequeños, estaban degradados y se encontraban mezclados con polvo y otros desechos. Se requerÃa un equipo delicado, en su mayorÃa en manos de las fuerzas policiales, para localizarlos y usarlos; y una vez que habÃan realizado el mapa del genoma, debÃas tener una fuente independiente para identificar al sujeto-. Si le sacó sangre de alguna forma, quizá fingiendo un accidente... pero ¿no despertarÃa eso sus sospechas?
Aleka sonrió.
-No pregunté. Lo supuse.
Kenmuir sintió que se le calentaban las mejillas, y se enfadó por ello. -No, espera -respondió-, eso es ridÃculo. Un gameto sólo contiene la mitad de los cromosomas.
Ãl comprendió su error antes de que ella respondiese.
-Ah, pero hablamos de muchos, muchos gametos. Con todos
ellos, un laboratorio podrÃa completar con rapidez el genoma original. Entonces lo sintetiza y... No intentas clonar un humano, ya sabes, sino un poco de piel para un sustrato simple. No es muy difÃcil. Le pasas la muestra a un técnico a sueldo, quien va y realiza el trabajo en uno de los múltiples laboratorio genéticos. Me atreverÃa a decir que no se trataba de la primera ocasión para Lilisaire. Cuando estuvo listo, el técnico lo sacarÃa bajo la camisa o algo similar. Será mejor que no subestimemos al amigo Venator, pero en este asunto en particular con ella... -Aleka rió-. ¡Pobre y confiado superhombre!
Muy poco después, los acontecimientos se dispararon y Kenmuir olvidó el dolor.
Evidentemente, la estación tenÃa instalación de biocierre. Era parte de sus capacidades totales. No todos los archivos sellados eran oficiales. Bien podrÃas querer acceder a información muy personal en la base de datos pública o en una privada, para usarla en conjunto con otros datos ya presentes. El cibercosmos lo sabrÃa, en el sentido de que lo examinaba todo, pero no traicionarÃa tu confianza.
Aleka pulsó unas teclas y presentó el guante vivo. Después de un momento la pantalla mostró PROCEDA A ARCHIVO 737.
Para evitar dar la impresión de ser la misma persona que habÃa preguntado antes, escribió Dame toda la información sobre el asteroide ferroso gigante en el Cinturón de Kuiper.
PROSERPINA. ÃSE ES EL NOMBRE QUE LE DIERON LOS SELENITAS QUE LO DESCUBRIERON Y LO EXPLORARON POR PRIMERA VEZ. SUS SUCESORES LO DESARROLLARON PARCIALMENTE PARA OCUPARLO. TIENE UNA MASA DE...
Kenmuir se acercó más, como si pudiese obligar a las palabras a salir del terminal. Se le aceleró el pulso. SÃ, sÃ, la teorÃa de Edmond Beynac...
... RESTO DE UN PROTOPLANETA, QUE SE SITUà POR PERTURBACIÃN EN UNA ÃRBITA EXCÃNTRICA DE GRAN AFELIO. POR LAS COLISIONES DURANTE GIGAAÃOS, HA ADQUIRIDO DEPóSITOS SUSTANCIALES DE HIELO, MATERIALES ORGÃNICOS Y...
Generalidades. ¿Cuándo llegarÃa el maldito programa a los números?
... POTENCIAL DE COLONIZACIÃN POR PARTE DE LOS SELENITAS...
A la derecha de Kenmuir se encendió una segunda pantalla. Aleka se inclinó delante de él para leerla. Soltó el aire por entre los dientes. Lo agitó para sacarlo de su ensueño.
-Ya está -dijo-. Una nave rápida acaba de salir de la base de Chicago. Hele aku.
-Un minuto, un minuto jadeaba-. Los elementos orbitales... -¿Quieres reflexionar sobre ellos en una tranquila y agradable celda? ¡Muévete, muchacho! -Ella estaba de pie. Le golpeó con fuerza en los hombros.
Kenmuir se puso derecho y la siguió a trompicones, pasando la puerta, atravesando el patio interior, hacia el garaje comunal. La luz del sol se lanzó a sus ojos, increÃblemente brillante, pero al este, sobre un tejado, vio el creciente de Selene.
¿Terminan alguna vez los conflictos?, se preguntó en medio de la confusión. ¿Estaba luchando en una guerra que se habÃa iniciado en los dÃas de Dagny Beynac?
30
La madre de la Luna
La piscina ocupaba la mayor parte de la cámara. La neblina la cubrÃa como una manta, blanca bajo la débil luz que salÃa de los fluoropaneles y se reflejaba en los azulejos, porque el agua estaba muy frÃa.
Los vapores apenas se movÃan, tan quietos como el aire. Asà habÃa pedido Jaime Wahl y Medina que se mantuviese el lugar. Era su diversión, su renovación dos veces al dÃa, ejercicio para despertar la sangre y reducir el tiempo que debÃa pasar en la maldita centrifugadora. Dios sabÃa que el gobernador general de Selene necesitaba todas las alegrÃas que pudiese encontrar. Y también paz y tranquilidad. Allà no venÃa nadie más; los amigos y la familia usaban la piscina mayor y más caliente, y también más antigua, que se encontraba al otro extremo de la mansión.
Entró como tenÃa por costumbre, al final del turno de amanecer, se quitó las sandalias, colgó el albornoz de un gancho y se puso las gafas. Durante algunos minutos realizó los ejercicios de calentamiento. Era un hombre de gran estructura, de mediana altura y de unos cuarenta y tantos años, de nariz grande y una barbilla considerable remarcada por el pelo, las cejas y el bigote negros. Los ojos marrones se arrugaban en el rabillo, debido a los años de exposición a los vientos y a la iluminación tropical de la Tierra. El frÃo le puso la piel de gallina en los peludos brazos y piernas. Al terminar, subió al trampolÃn en el lado profundo, dio un salto -menos vigoroso de lo que hubiese deseado, pero no querÃa golpear el techo- y se zambulló.
También cayó más despacio de lo que hubiese preferido. Pero el agua lo recibió con un estallido que resonó en las paredes. El lÃquido lo envolvió, lo abrazó, se deslizó sensualmente a cada movimiento y por fin la gravedad dejó de importar, era libre, más libre que en el mismo espacio.
Bajó al fondo y nadó justo por encima. Su piel respondÃa al frÃo que fluÃa, sintiéndose viva. El dibujo del fondo, donde sus manos se situaban al frente para impulsarle, pasaba con total claridad, transfigurado por la refracción. Sus ojos necesitaban las gafas, al no poder abrirse del todo a la pureza, porque eso les hubiese quitado la sal. Como toda el agua lunar, salÃa totalmente limpia después de cada reciclado. Ni en su cometa original habÃa estado tan limpia, no desde que el polvo de hielo titilaba en la nebulosa que se convertirÃa en el Sistema Solar, y algo de su antigua fuerza habÃa vuelto a ella. Nadaba por entre una virginidad recuperada.
Cuando los pulmones no pudieron más, salió a la superficie, respiró profundamente y nadó dando vueltas cerca del borde hasta que se sintió preparado para volver a bajar. Y asà disfrutó hasta que su cuerpo le advirtió que pronto empezarÃa a perder demasiado calor.
Salió de un salto, fue a la cavidad de baño y dejó que una ducha casi hirviente cayese sobre él. A continuación se secó vigorosamente con la toalla, y ya estaba hambriento como un lobo y por tanto listo para el desayuno. Se detuvo un minuto antes de ir a vestirse y miró el panel de instrumentos. Ãltimamente habÃa tenido algunos problemas con el control de temperatura. El termómetro se mantenÃa inamovible. Probablemente Mantenimiento habÃa arreglado el sistema para que permaneciese fijo. Bien, era muy sencillo. Bobinas bajo la piscina traÃan, desde la reserva municipal, un tanque de aire lÃquido que bebÃa del espacio, durante la larga noche lunar, el refrigerante que el termostato solicitase. Aun asÃ, Wahl normalmente prestaba atención a todo aquello que podÃa y de lo que se sentÃa responsable.
¡Muy poco de lo primero y demasiado de lo segundo! Hizo una mueca y recorrió el pasillo.
En el dormitorio no se puso un vestido civil, sino el uniforme azul de la Autoridad de Paz. Era su derecho, al ser un mayor en la reserva, y ese dÃa un recordatorio de lo que él representaba, del poder que en última instancia le apoyaba, podrÃa ser útil.
El cuerpo legislativo se reunirÃa la semana próxima. El diputado RabItin habÃa anunciado que presentarÃa una ley para conceder a la agencia de impuestos acceso libre a las bases bancarias de negocios, lo que dificultarÃa mucho el fraude. La mayor parte de los delegados con genes terrestres estaba a favor; la evasión era ya algo exagerado. Hablando por lo que ella llamaba el pueblo libre, la diputada Fia amenazaba con que si esa violación de la intimidad se aprobaba ella misma guiarÃa a todos los selenitas fuera de la cámara y formarÃa un Parlamento paralelo que anularÃa cualquier ley aprobada.
PodrÃa suceder. Era la hermana del selenarca Brandir y su principal agente en las ciudades (¡Jesús y MarÃa, si no se controlaba pronto la arrogancia de los señores feudales, convertirÃan ese trato honorÃfico en un tÃtulo!). Quizá no diese lugar a una situación muy seria, pero también podrÃa ser el primer neutrón disparado en el material fisionable. HabÃa que detener esa situación. HabÃa que hablar con los grupos implicados, engatusándolos, intimidándolos, chantajeándolos, lo que fuese necesario, para que aceptasen algún tipo de compromiso que permitiese a todos salvar la cara. Wahl iba a reunirse con ellos personalmente. Ninguna imagen telefónica podÃa sustituir a la presencia real, la vida morÃa en la lÃnea. Si era necesario, irÃa a la ciudadela de la Cordillera, sÃ, solo, para mirar fijamente al gran alborotador y obligarle a desistir.
Era probable que las cosas no llegasen a ese extremo. Wahl tenÃa un turno muy ocupado frente a él. Como siempre, la idea de la acción le despertó el corazón. Era exasperante pensar que la mayor parte de sus dos años en el cargo habÃan pasado en frustraciones, con desafÃos a los que ni siquiera podÃa dar el nombre correcto. Era como intentar agarrar y contener una corriente que se dirige a una catarata. Entró en la sala de desayuno de un humor razonablemente satisfactorio.
Su mujer e hijo ya estaban allÃ, ella transfiriendo la comida del autococinero a la mesa, el muchacho tirado sombrÃo en su silla. Wahl sintió los aromas que le rodeaban: tortilla, tostada, zumo, café. Sus papilas gustativas se pusieron en pie y lanzaron vÃtores.
La pantalla también era tonificante. Mostraba una vista de lo alto de la ciudad, las laderas de las montañas dirigiéndose a Sinus Iridium, el monorraÃl convertido en un hilo reluciente sobre la oscuridad hasta llegar al espaciopuerto y, en el horizonte cercano, un transmisor de energÃa dirigido a la Tierra. El mundo madre colgaba en el cielo austral, un disco blanquiazul no muy lejos del bajo disco solar, increÃblemente hermoso. Era un escenario mejor que las apelotonadas construcciones de Port Bowen.
Claro está, no era ésa la razón por la que recientemente habÃa trasladado su residencia y la sede del gobierno a Tsukimachi en el jura. Port Bowen era la ciudad de una compañÃa, metida en el fantasmal bolsillo de Anson Guthrie, y la mitad del tiempo Fireball estaba enfrentada a los gobiernos, el nacional, el de la Federación, la Autoridad Lunar. No es que alguna vez hubiese causado desórdenes, pero las pequeñas compañÃas establecidas en esa otra ciudad estaban más dispuestas a cooperar. Si el porcentaje de selenitas residentes era mayor, eso tenÃa sus ventajas además de sus inconvenientes.
-Good day -saludó Wahl a su hijo. A Rita ya la habÃa besado al despertar.
Leandro murmuró una respuesta. MantenÃa el rostro agachado. El llamativo vestuario contrastaba con su comportamiento.
-¿Dónde está Pilar? -dijo Wahl.
-Dijo que no tenÃa hambre -contestó Rita.
Wahl frunció el ceño. Se abrió una herida y parte del placer se escapó. Una vez más la muchacha se encontraba abatida en su habitación. Le sucedÃa demasiado a menudo para ser simplemente malhumor. Entonces, ¿qué le pasaba? ¿Era una depresión producida por la soledad? Los catorce años era una edad tan vulnerable. ¿Cómo podrÃa saberlo él? ¿Qué podrÃa decirle? Pilar era una buena hija, merecÃa ser feliz. Si, aunque sólo fuera una vez, ella se confiase a su padre, o al menos a su madre... ¿Cuándo le habÃan concedido los hijos ese asombroso regalo a sus padres?
Se sentó. Rita sirvió café antes de unirse a él. Ãl se persignó y bebió. Sintió en la boca el sabor robusto y acogedor.
-¿Cuáles son tus planes para hoy?-preguntó a Leandro. Sábado, no habÃa colegio. ¿Deberes? Si los habÃa, ya estarÃan olvidados. Las notas del chico eran malÃsimas. No se debÃa a la falta de inteligencia; en la Tierra habÃa sido un muchacho brillante y ansioso por aprender.
Leandro no lo miró. -Nada en especial. El padre se obligó a sonreÃr.
-Tengo problemas para creerlo. -Leandro era más sociable que su hermana. Pero a Wahl no le gustaba el grupo con el que se juntaba:
patanes, bocazas, sin dar ningún crédito a los genes terrestres de los que presumÃan. En más de una ocasión, las disputas con sus compañeros de clase selenitas se habÃan convertido en peleas. Aunque no era como si los selenitas nunca las provocasen.
-Cuando yo tenÃa dieciséis años -dijo Wahl-, a estas horas ya estarÃa en la calle. -Caballo al galope, el tamborileo de los cascos, la fuerza de los músculos entre las piernas, la hierba ondulando bajo el viento, un halcón en lo alto... ¡si esos lugares existiesen en algún lugar del espacio!
Leandro sacudió la cabeza. -Eso era entonces.
-Un segundo -dijo-. Aquà nos portaremos con cortesÃa. El muchacho empezó a ponerse en pie.
-Yo tampoco tengo hambre.
-Siéntate. Terminarás lo que te queda en el plato y contestarás a mi pregunta.
Leandro obedeció sabiendo que pasarÃa el dÃa confinado en su habitación si no lo hacÃa. El tono y la expresión indicaban su resentimiento. -Perdóneme... señor. Debo reunirme con algunos compañeros en una hora. Vamos a Hoshi Park.
No era probable, pensó Walil. Ni tampoco esas diversiones decorosas. ¿El Ginza? ¿O algo peor? No serÃa inteligente insistir en saberlo. -Llega a casa para cenar.
-No estoy seguro de que pueda...
-Ya me has oÃdo. A las 19 horas con tiempo para vestirte adecuadamente. No más tarde.
Leandro enrojeció de furia. Tragó la comida a bocados, expresó de mala gana una petición formal para irse y salió.
Una comida en silencio tenÃa poco sabor.
-Has sido muy duro con él, cariño-se aventuró a decir Rita con tristeza.
-No disfruté haciéndolo -le recordó Wahl-. Sin disciplina podrÃa meterse en serios problemas.
-Lo comprendo. Esta atmósfera terrible, conflicto, tensión racial y tan pocas válvulas de escape saludables... -Le tomó de la mano-. Pero quizá deberÃamos ser más comprensivos. No es fácil ser joven. Aquà es muy difÃcil, para los dos.
Ãl la miró. Era baja, bien formada, de rostro redondo, y siempre una excelente asistente y anfitriona, pero su vivacidad se habÃa reducido en la Luna. Le oprimÃa algo más que la situación social y polÃtica.
Ella se encontraba entre los que no podÃan llegar a sentirse del todo cómodos en baja gravedad.
-Es más difÃcil para ti -dijo-, y no te quejas. Ella sonrió un poco.
-Ni tampoco tú, siempre cumpliendo con tu obligación.
-He disfrutado más de anteriores obligaciones -admitió. Incluso la acción policial y los esfuerzos de ayuda en lugares afectados de la Tierra. Incluso las negociaciones nimias y las aburridas fiestas que debÃa soportar un delegado de la Federación. No habÃa querido entrar en la polÃtica, pero le habÃan convencido de que Argentina necesitaba a alguien de su calibre en Hiroshima, y, sÃ, habÃa conseguido varias cosas de valor. Por ellas, su recompensa habÃa sido dejar que le convenciesen para administrar el Protectorado de Ãfrica, y finalmente esa olla a presión llamada Luna.
Tomó varios bocados y los saboreó conscientemente.
-Tendré las cosas bajo control en cinco años. No más si Dios quiere. Y luego volveremos a casa y no la dejaremos nunca más.
De vuelta a la animada vida en Buenos Aires, la serenidad de la casa en San Isidro, la libertad del rancho en La Pampa.
Ella sonrió una vez más.
-Oh, pero iremos de vez en cuando a Guangzhou. ¿Dónde si no iba a comprar mis frÃvolas ropas? -Ãl rió con ella y terminaron el desayuno con afabilidad.
Pero luego llegó la hora de empezar el trabajo del ciclodÃa. Ver las noticias; atender las comunicaciones que hubiesen llegado; contestar las que exigiesen respuesta; a la hora convenida, llamar a Sato Fujiwara. El ejecutivo de la lÃnea de transporte era amigo de Philip Rabkin y estaba dispuesto a aconsejar al gobernador sobre el diputado. Por todo lo que sabÃa, Rabkin era un hombre razonable, pero serÃa mejor ir bien preparado al almuerzo con él. Trabajo preliminar, y además una práctica para tratar los casos realmente difÃciles como el de Fia.
La oficina privada de Wahl le confortó con sus recuerdos, las imágenes del hogar, una máscara Nó, una figurita de madera Moshi-Dagomba, sus trofeos de arquerÃa (habÃa sido un triunfo menor, ajustando su habilidad a las condiciones lunares), un crucifijo del siglo XVIII colgado de la pared. Se sentó frente al terminal y tecleó buscando noticias.
URGENTE. CONFIDENCIAL fue lo que apareció. ¿Qué demonios? Su personal del ciclo de noche habÃa puesto algo de máxima prioridad. Apareció el informe.
-¡Madre de Dios!
Fue como haberse sumergido en la piscina y que el agua a su alrededor se hubiese congelado. Contuvo el aliento, exhaló con cuidado, forzó la relajación de los músculos y sintió cómo el pulso se reducÃa. El cerebro superior tomó el mando.
El cuartel de policÃa habÃa transmitido la notificación: a las 01.30 horas, según sus órdenes, se envió un vehÃculo por Mate Imbrium a la Estación ArquÃmedes. A bordo se encontraba el acusado de asesinato Darenn. (No era su nombre verdadero. Se encontraba entre los muchos selenitas cuyos padres, criminales, no habÃan registrado el nacimiento. Ni tampoco habÃan corregido su omisión. Su identidad como George Hanover era falsa, aunque algunos de su especie todavÃa usaban nombres terrestres como alternativa. Era fácil conseguir un registro falso. Las lÃneas de datos estaban infectadas de operadores subversivos y los gusanos informáticos que creaban.) La transferencia se realizaba en secreto porque, detenido en Port Bowen a espera de juicio, se habÃa convertido en un sÃmbolo demasiado peligroso. Los habitantes de genes terrestres con ánimos rebeldes podrÃan amotinarse, o los selenitas podrÃan organizar un motÃn para liberarle, o... Violencia, pérdida de control, mientras fuera aguardaba el vacÃo o la radiación. ArquÃmedes era un punto fuerte; se podÃa controlar quién entraba y quién salÃa. Al mismo tiempo, las telecomunicaciones de todo tipo garantizaban los derechos del asesino. DebÃa habérsele enviado a ArquÃmedes para empezar. Pero ¿quién podÃa pensar en todo?
La pantalla mostró una grabación del lugar. Apareció un volador jet. Bajó una media docena de hombres con trajes espaciales y por banda cercana exigieron la entrada al vagón de policÃa. Llevaban armas que podÃan abrirlo de un disparo. La rendición era la única opción. Los hombres entraron, ayudaron a Darenn a entrar en una cápsula de rescate y lo llevaron a su volador. Huyeron volando antes de que cualquier vehÃculo policial llegase a la escena.
Wahl se golpeó la rodilla con el puño. Eso significaba que el cuerpo, los guardianes terrestres del orden, tenÃa una filtración.
Se volvió a concentrar en el informe.
Satélites de seguimiento habÃan grabado el incidente desde el espacio, pero no estaban preparados para interpretar lo que veÃan. Una búsqueda de datos mostró que el volador habÃa salido del espaciopuerto de Tychopolis. (No tenÃa sentido preguntar más. Dado el volumen actual de tráfico, Control se conformaba con evitar las colisiones y habÃa dejado de exigir planes de vuelo para los saltos superficie-asuperficie). Después de salir con Darenn y sus liberadores, el volador saltó a la cara oculta, a Gagarin Base. Desde allÃ, el transporte terrestre podÃa llevar a la banda a cualquier sitio, de forma anónima. Abandonaron la nave. Por tanto, alguien estaba dispuesto a sufragarla, lo que no era un coste a despreciar, para realizar la operación.
Los detectives descubrieron que el registro era falso y que habÃan borrado la base de datos de a bordo. IntentarÃan buscar huellas digitales, pelo o células cutáneas, pero no tenÃan muchas esperanzas. A estas alturas, Darenn debÃa de estar oculto, quizá haciéndose una cara nueva, nuevas huellas y cambiando cualquier otra marca excepto el ADN... o quizá se limitarÃa a esperar a la próxima vez que Brandir necesitase un asesino.
¿Brandir? PodrÃa estar siendo injusto. Cualquiera de los magnates podrÃa estar detrás de aquello. O podrÃa ser una conspiración completamente diferente. Pero Wahl lo dudaba. TenÃa todas las caracterÃsticas: un selenarca ordenaba que se hiciese justicia, luego era leal al ejecutor como un selenarca era leal a todos sus vasallos.
La gente de la Tierra normalmente consideraba que los selenitas eran como gatos. Wahl pensaba en lobos.
Antes de proseguir, serÃa mejor examinar todo el caso. No habÃa parecido importante. Enrevesado, desagradable, potencialmente peligroso después de que se desatasen las emociones, pero no digno de su atención. Las cosas habÃan cambiado. Pidió el trasfondo.
El cuartel general de policÃa habÃa organizado bien el archivo. Obtuvo una narración incisiva y clara.
Rafael Adair habÃa nacido en la Tierra, pero llevaba residiendo en la Luna veinte años. Se asoció con una mujer selenita llamada Yrazul. Probablemente fuesen amantes, una situación inusual pero no desconocida, aunque rara vez estable. TenÃan la intención de realizar prospecciones en los lÃmites de Mare Australe, una zona desolada donde tenÃan razones para sospechar que podrÃan encontrarse grandes concentraciones minerales; y eso era definitivamente raro en la Luna. Según los conocidos que a posteriori estuvieron dispuestos a hablar, la relación pasaba de tempestuosa a resentida. Quizá la esperanza era que una empresa común les ayudase a reconciliarse, quizá simplemente esperaban enriquecerse.
Adair se encontraba por casualidad en el campamento, buscando muestras por medio de análisis, mientras que Yrazul habÃa hecho una salida. El vehÃculo era un evasor lunar, rápido y ágil, pero sin protección. Se habÃa predicho una llamarada solar. Ella planeaba volver a cubierto antes de que llegase la tormenta de protones. A los selenitas les encantaba arriesgarse.
Un meteoroide golpeó el vehÃculo, y lo atravesó destrozando el motor y el sistema de comunicación. El autosellado debÃa haber actuado con rapidez, aislando la sección de control donde se encontraba y permitiendo conservar el aire el tiempo suficiente para que se pusiese el traje espacial. Después, estaba varada. Ya no tenÃa contacto con los robots que habÃa estado dirigiendo, aunque no es que hubiesen podido hacer mucho. Un satélite registró el accidente y lo transmitió a Monitor Central; pero la transmisión era continua, el programa no estaba preparado para señalar un acontecimiento tan improbable, y además, la inminente llamarada tenÃa al Servicio de Emergencia completamente ocupado.
Cuando ella no regresó, Adair deberÃa haber usado el furgón bien protegido para ir en su busca. En lugar de eso, esperó durante horas (¿rabia, cobardÃa, avaricia?). Al fin salió. Más tarde afirmó que habÃa supuesto que ella se habÃa metido en una cueva o bajo un saliente. En caso contrario, ¿por qué no habÃa recibido una petición de ayuda? Tormenta o no, un satélite hubiese reenviado la transmisión.
Una historia razonable, aunque algo increÃble. Los problemas empezaron con los rastros. El inspector Hopkins los examinó demasiado bien.
Por cómo él reconstruyó la historia, Adair llegó a la vista del vehÃculo. Ella lo abandonó y corrió a su encuentro para subirse con él. Pero él dio la vuelta y se alejó.
Entonces Yrazul supo que iba a morir. Ya habÃa recibido una dosis de radiación que la mantendrÃa hospitalizada durante meses mientras los nanos reconstruÃan sus células. Pronto superarÃa el lÃmite de no re torno. Sobre el polvo lunar, escribió con un dedo lo que habÃa sucedido. Después forzó la escafandra y respiró vacÃo. Era una muerte más misericordiosa.
Adair volvió después de la llamarada y borró el mensaje. Al fin llamó para decir que, al preocuparse, habÃa seguido su rastro y la habÃa encontrado, demasiado tarde. Ãl dio por supuesto que ella habÃa decidido perecer bajo las estrellas.
Wahl se irguió. Fue el astrónomo Temerir, el frÃo hermano de Brandir, Fia y Verdea, el que habÃa desvelado el caso. Yrazul era nieta de su hermana Jinann. Esos Beynac, siempre se mantenÃan juntos... Temerir recorrió el terreno y después llamó a Stanley Hopkins.
¿Hubiese abandonado realmente Yrazul el vehÃculo, donde tenÃa una ligera protección, si no viese la ayuda cerca? ¿Por qué estaba revuelto el polvo a su alrededor? ¿Por qué se acercó el vehÃculo de Adair, retrocedió y volvió? Las huellas lo demostraban. Si no se las alteraba, podrÃan durar un millón de años.
Hopkins ordenó que se comprobase la cubierta del furgón en busca de radiación residual. Descubrió que no podÃa haber estado bajo la llamarada todo el tiempo que Adair afirmaba.
Enfrentado a las pruebas, el hombre se derrumbó. Afirmó que habÃa tenido miedo. Bien, nadie salÃa por su propia voluntad bajo semejante tempestad, con protección o no. Preguntas más amplias descubrieron que tenÃa otras motivaciones. Definitivamente era culpable de abandono, lo que en la Luna era un crimen de primer grado. La ley exigÃa que se le encerrase y fuese rehabilitado.
La vieja ley lunar, en vigor durante los años de la Jihad, el caos y el Comité de Coordinación, exigÃa la muerte.
Una vez establecida, la Autoridad Lunar la habÃa derogado, junto con otras prácticas. ParecÃa en general una mejora pro forma. ¿En cuántas ocasiones se producÃa el abandono? Apenas nunca.
Yrazul pertenecÃa a una familia selenárquica.
Quizá ella hubiese podido ser cualquier selenita, o cualquiera en general. Wahl no lo sabÃa.
Lo que sà sabÃa era que Adair, libre bajo fianza, habÃa sido acuchillado hasta morir. (No se disparaban armas de fuego dentro de un asentamiento. La vieja ley también convertÃa ese acto en una ofensa capital.) HabÃa sido un asesinato rápido y limpio; Darenn hubiese podido tener tiempo para dejar su nota explicando las razones y huir. Por desgracia, un enorme astronauta holandés vio todo lo sucedido y con un placaje capturó al selenita.
Por desgracia, ciertamente. Se estaba convirtiendo en una cause célebre que amenazaba con desencadenar una crisis polÃtica. Estaba a punto de hacerlo.
Wahl desconectó la grabación, se levantó y dio vueltas por la habitación. Realmente allà no se podÃa andar, dabas saltos, en el aire, tan ligero como un diente de dragón... ¿tú y tus preocupaciones no importabais más? Pero debÃa rondar su jaula, y no iba a quejarse.
¿Qué hacer?
Gracias a Dios, el secuestro no habÃa aparecido en las noticias. PodÃa evitar que asà fuese durante unas horas más; habÃa buena gente en su personal. Mientras tanto, debÃa prepararse para la reacción pública.
Una búsqueda de la banda y su jefe (¿jefes?) no tendrÃa sentido y no harÃa más que enfurecer a los sediciosos. Pero el gobierno no podÃa pasar por alto aquel ultraje como si fuese una bagatela. Una muestra tal de debilidad consternarÃa a los ciudadanos que cumplÃan la ley, sobre cuyo apoyo dependÃa la Autoridad, como cualquier otro gobierno. IncitarÃa a otras violaciones, más flagrantes que nunca. Los extremistas aprovecharÃan la situación; podrÃa reventar el cuerpo legislativo, asestándole a todo el sistema una herida posiblemente fatal, a pesar de todo lo que el gobernador y los moderados pudiesen ofrecerles.
Era evidente que ningún miembro, con sentido común, de cada facción deseaba tal cosa: un tumulto o una ola de crÃmenes. DebÃan hacer causa común, emitir una llamada conjunta al orden y a la razón, mantener a su seguidores bajo control. ¿Quiénes tenÃan sentido común? Necesitaba un individuo que pudiese decÃrselo y que pudiese reunirlos, con rapidez, antes de que todo se desintegrase.
Dagny Beynac.
¿TenÃa la fuerza, la pura resistencia fÃsica para las horas por venir? ¿Cuántos años tenÃa? ¿Ciento cinco, ciento diez? Algo asÃ.
Por otra parte, la última vez que la habÃa visto parecÃa muy robusta. Y era la cabeza del Consejo para la Comunidad Lunar, del que habÃa sido su principal inspiradora (Lunar, se aseguró Wahl, no selenita). Aun sin el reconocimiento de la Autoridad, la Federación, ninguna nación individual o los selenarcas, se habÃa convertido de varias formas en la organización más influyente de la Luna; y eso se debÃa en gran parte a ella.
¡Rápido! Llama a Beynac.
Calma. Tómate un minuto para pensar. ¿Era realmente la mejor forma de controlar el daño? DeberÃa reconsiderar su relación con ella, y todo lo que sabÃa sobre ella. Empezando por esa conversación que habÃan mantenido, ellos dos solos, poco después de ocupar el cargo. Ãl le habÃa preguntado si ella ponÃa alguna objeción a que se grabase, y ella habÃa sonreÃdo y contestado:
-No, siempre que la mantenga limpia.
Habiendo cancelado sus citas, volvió a ver la parte que para él representaba mejor el todo.
Dagny seguÃa manteniéndose erguida, pero los grandes huesos destacaban en su delgadez... no de forma desagradable, pensó no, era hermosa, como una fuerte escultura abstracta. Sobre la pálida piel, los ojos aparecÃan grandes y de un azul luminoso, como si tuviesen una estrella detrás. En lugar de un unitraje o túnica y pantalones, vestÃa un caftán de iridón gris. Las únicas joyas que llevaba eran un broche de Saturno en la garganta y un gastado anillo de oro.
-Comprenda, please -le decÃa, y la voz todavÃa resonaba-, no afirmo poseer ninguna posición legal. El Consejo es un foro. Cuando sus miembros alcanzan algún acuerdo básico sobre un tema, aconseja e insta, pro bono publico. -Rió-. No sucede muy a menudo.
-Mm, supongo que no -admitió Wahl. Por cortesÃa, aunque habÃa oÃdo que hablaba bien el español, él usaba también el inglés, a pesar de que el suyo carecÃa de color-. Dos tipos genéticos, más diferentes que cualquier raza de la Tierra.
-Todos vivimos en la Luna-replicó Beynac bruscamente-. Es nuestro paÃs.
Estaba sentada en aquella sala de conferencias como la representante de esa asociación, su representante ante él. ¿En qué medida hablaba por su mundo? SerÃa mejor explorarlo con cuidado. Pero no con timidez. Todo lo contrario.
-¿Una nación lunar? Me temo, madame, que es imposible. Al menos... mientras yo viva. ¿Puedo hablar con franqueza? -Esperaba que asà lo hiciese-dijo Beynac.
-Por mis estudios e investigaciones, y por lo que yo mismo he observado de cerca, sospecho que los selenitas y los terrÃcolas nunca podrán formar una sociedad duradera.
-He visto aleaciones metálicas más improbables. -Beynac se encogió de hombros-. Y si al final son sólo los selenitas los que hereden Selene, ¿qué tendrÃa de malo? Son de nuestra sangre.
CiclodÃa tras ciclodÃa, mientras trataba con ellos, Wahl habÃa empezado a ponerlo en duda. Por linaje sÃ; pero ¿qué significaba eso? ¿En qué se parecen un mastÃn y un tejonero? Una mala comparación, pensó. TerrÃcolas y selenitas no pertenecÃan a la misma especie, quizá ni siquiera al mismo género. Nunca podrÃan mezclarse, ni siquiera para producir un niño mula.
-Bien -dijo para dar largas-, es concebible que algún dÃa, en el futuro lejano...
-El futuro tiene la costumbre de llegar antes de lo esperado erijo Beynac-. Pero vayamos a los negocios y dejemos la filosofÃa para los postres. Claro está, hoy no estamos discutiendo sobre revolución o tonterÃas similares, ni usted ni yo, ni ellos y yo. Para lo que he venido, gobernador, es para tratar de evitar que se alienten tonterÃas.
Wahl inclinó la cabeza.
-Aprecio su guÃa, madame -le dijo, con bastante sinceridad-. Ha tenido mucha experiencia.
Beynac sonrió. -Colecciono gobernadores.
-Soy el tercero, ¿no? -Las chanzas murieron-. Ha dicho que desea hablar sinceramente conmigo.
-Y usted conmigo, ¿no? Asà podremos medirnos mutuamente. -Comprendo. -Wahl se agarró la barbilla, miró más allá de la humana que tenÃa frente a él, hacia la imagen de su jardÃn en el hogar donde las rosas cabeceaban bajo la brisa, y puso en orden sus palabras-. DÃgame, si le apetece, ¿cómo juzga... como juzgó a mis predecesores?
La respuesta fue rápida y directa.
-Zhao era muy sabio. Siempre le respeté. Siempre le respetamos, independientemente de que nos gustase o no alguna acción suya. Gambetta era un polÃtico. Con buenas intenciones, pero todas sus acciones no eran más que otro paso hacia la presidencia de la Federación Mundial.
-¿Le gustarÃa que lo consiguiese?
-En Selene no nos importarÃa-dijo Beynac con sequedad. -SuponÃa que no. Le dio todo lo que usted pidió.
-CorrÃjase, please. La mitad de lo que los diversos grupos entre nosotros querÃan.
A trocitos, renuente. Forzada por la complicidad, engañada por la semántica, y quizá con algún grado de intimidación psicológica... lo que fuese para evitar problemas. No es que Wahl creyese que Beynac estaba detrás de las presiones. ProvenÃan de los barones, los empresarios, los siempre descontentos, sin organizar pero con voz, que formaban la atmósfera en la que se fraguaban las rebeliones.
Los informes de inteligencia que Wahl habÃa recibido declaraban que aquella mujer buscaba siempre la mediación, el compromiso. Después de todo, aunque la mayor parte de sus descendientes fuesen selenitas, habÃa dejado de ser un secreto que tenÃa un hijo terrestre del que surgÃa toda una familia.
El problema era que no todos esos compromisos habÃan resultado ser viables, ni todos ellos habÃan sido legales.
Wahl escogió sus palabras.
-Sin embargo, madame, mi impresión es que siente poco respeto por Gambetta.
-PodrÃa ser asÃ, y ya no importa nada -dijo Beynac-. Ahora usted está al cargo.
-Exacto. -Apelar a sus buenas intenciones-. Y, madame, yo también tengo buenas intenciones. Y en cuanto a mi sabidurÃa, espero aprender de la suya.
Los ojos azules lo miraron directamente. -Pero...
Ãl asintió.
-Pero la situación se está volviendo imposible. Mi deber es corregirla.
-Tengo la impresión-dijo ella con calma-que lo que sucede es la aparición de una nueva sociedad que ustedes suponen que no debe ser.
-Quizá. En ese caso... hablo sinceramente, madame, porque la respeto demasiado como para, mm, andar sigilosamente...
Beynac le sonrió. De pronto él comprendió en parte por qué tantos hombres le prestaban atención.
-Thank you -murmuró-. Creo que acabará usted gustándome.
Ãl se aclaró la garganta y se puso en marcha.
-Si es una sociedad, es una sociedad que viola la ley flagrantemente, hostil, rebelde...
Le interrumpió levantando una mano.
-Por favor, sir, repasémoslo punto a punto. ¿A qué son hostiles y rebeldes los selenitas y bastantes ciudadanos terrestres? Eso sÃ, no digo que siempre tengan razón. Para empezar, admito lo evidente, que no son un único bloque sólido, especialmente los selenitas. Pero su curva de resentimiento es, digamos, gausiana. Tiene un máximo. -Oficialmente, o lo que pasa por oficial en el Consejo, estoy aquà para discutir con usted, de forma preliminar e informal, una petición que estamos redactando para presentarla a la Federación Mundial y a la opinión mundial. Comprenda que no queremos que sea una sorpresa para usted, como si usted y lo que representa no sirviesen para nada. -Seguro que ella habÃa sido la principal defensora de esa actitud, pensó Wahl-. Quizá pueda convencernos de que determinadas demandas no son posibles. Bien, no, no podrá, en algunas, no más de lo que podrÃa usted conceder otras. Pero quizá entre nosotros podamos redactar un documento que explique la posición de los ciudadanos de la Luna de forma razonable. Quizá entonces pueda comenzar un toma y daca real y honrado.
Wahl lo dudaba. Las diferencias importantes eran irreconciliables. El bien mayor requerÃa que algunas prácticas, algunas creencias, se suprimiesen, como los conquistadores habÃan eliminado los sacrificios humanos de los aztecas.
Una metáfora demasiado exagerada. Por todos los medios, habÃa que dar a los selenitas -no a los selenarcas, a los selenitas- todos los derechos legÃtimos que se les negasen. El problema estribaba en des cubrir cuáles eran exactamente y cómo hacer que el pueblo comprendiese que el resto era ilegÃtimo.
-Por favor, prosiga, señora. Beynac suspiró.
-Ya lo ha oÃdo antes, una y otra vez. Aguante conmigo. Les prometà que se los enumerarÃa. -El tono de disculpa dio paso al tono de confianza-. Además, no puede hacerle daño oÃrlos de alguien al otro lado de la valla. Eso podrÃa hacer que parezcan más reales, más cercanos. Sintió que se ponÃa rÃgido ante la condescendencia implÃcita.
No. Se equivocaba. Ella simplemente era consciente de sus capacidades.
-Le escucho-dijo él.
-Interrúmpame -le animó-. Sin duda habré oÃdo cualquier argumento que pueda ofrecerme, pero estoy interesada en saber cómo usted, Jaime Wahl y Medina, realiza su trabajo.
»No diré mucho sobre el mayor problema de todos, porque se ha discutido hasta la saciedad. Simplemente le advertiré de que hemos decidido que es el más importante. El derecho a la propiedad real. «Herencia común» es un anacronismo. Tiene que desaparecer, en la Luna y por todo el Sistema Solar.
-En la Tierra no tendrá ningún apoyo sustancial a esa idea-dijo Wahl-. Allà la gente no lo considera un anacronismo, sino el cimiento de un futuro de esperanza.
-SÃ, lo sé. Si los individuos pueden poseer trozos de cuerpos celestes, eso implica que la jurisdicción se subdivide entre los paÃses de los que son ciudadanos, y el nacionalismo recupera su fuerza. Mire, se pueden ajustar los detalles. La ley de la Federación podrÃá ser la única ley fuera de la Tierra, siempre que reconozca y garantice el derecho a la propiedad privada. Además, no estamos convencidos de que el ciudadano terrestre se interese ya por la herencia común. Es un hecho que a muchos de ellos les gustarÃa que se aboliese; y no todos ellos trabajan para Fireball. ¿Cuándo tendrán los polÃticos las agallas para admitir que se ha convertido en un dogma anticuado?
Wahl ajustó su expresión tan bien como sus palabras, con cuidado. -Con sinceridad, señora Beynac, la conducta de muchos selenitas no ayuda a conseguir ese fin. Habla de la ley de la Federación para los planetas, satélites y asteroides. Ya se aplica, y se burla sistemáticamente. Lo hacen todos, desde el gran barón o operador de mina que ocupa una zona arrendada como si fuese suya hasta la persona normal que no sólo evade sus impuestos sino que coopera en una red organizada de evasores y falsificadores de datos. ¿Qué confianza podrÃa dar eso a los polÃticos que usted parece considerar tan venales?
Ella asintió.
-Muy bien expresado, señor. Pero los impuestos son otra de nuestras quejas. Son excesivos.
-Se ven compensados por la creciente prosperidad de la Luna, que está relacionada con el bienestar de la Tierra.
-SÃ, sÃ. Escuche, please, yo me siento personalmente preocupada por los pobres, y deseo ayudarles y ayudar en el resto de los problemas de la Tierra. Después de todo, soy norteamericana de nacimiento y ecuatoriana por ciudadanÃa. Pero los residentes lunares de la Tierra rara vez ponen el pie en ella y los selenitas, que no lo hacen nunca, no lo ven de la misma forma y no es razonable esperar que lo hagan. ¿Dónde está el quid pro quo para ellos?
Además de eso, odian el impuesto sobre la renta, y lo odiarÃan por pequeño que fuese, porque es una invasión de la intimidad. Aquà valoramos mucho la intimidad personal, gobernador. Era es casa y preciosa en los primeros dÃas. En ocasiones todavÃa tenemos que renunciar a ella, a veces durante largos perÃodos de tiempo como en un viaje de campo o un viaje espacial. El deseo es además feroz en los selenitas, supongo que porque la cultura lunar refuerza una predisposición que ya se encuentra en sus genes. Lo que la gente hace aquà con el impuesto sobre la renta no lo considera engañar, sino resistirse.
Wahl frunció el ceño.
-SerÃa difÃcil aprobar leyes que les dispensase de pagarlo. Incluso si la Federación lo aprobase, los paÃses de los que son ciudadanos no lo harÃan. El impuesto sobre la renta es esencial para el estado moderno. Beynac produjo una sonrisa torcida.
-Algunos dirÃan que ésa es la mejor razón para abolirlo.
-Por favor, seamos realistas. -Wahl hizo una pausa-. Me atreverÃa a decir que el fetiche de la intimidad es también la causa del amplio obstruccionismo al censo y otras actividades gubernamentales destinadas a recabar datos. -Ella asintió-. Pero sin embargo he oÃdo que los magnates lunares tienen métodos propios muy eficaces.
-A ojos lunares, es diferente. No me eche la culpa a mÃ, sólo se lo estoy contando. Pero piense. Usted es católico, ¿no? Bien, entonces le cuenta a su sacerdote cosas por las que darÃa a alguien un puñetazo en la nariz si se atreviese a preguntar.
Ãl la miró durante un rato antes de decir en voz baja:
-A lo que se refiere es que el conflicto, en el fondo, no es polÃtico o económico sino cultural. Aquà no se prepara nada como la primera revolución norteamericana. No es, tampoco, levantarse en armas contra la ocupación y explotación por parte de un pueblo extranjero.
-Es usted un hombre inteligente -le contestó ella con seriedad. El tono de Wahl se volvió sombrÃo.
-La analogÃa que veo es con la primera Guerra Civil norteamericana. Mi deber es hacer todo lo posible por evitarla. Si eso exige abortar una cultura lunar separada, que asà sea. ¿Comprende ahora por qué ordené que se cumpliese estrictamente la Ley de MÃnimos Educativos?
-SabÃa que ése era su motivo. -Sonaba medio arrepentida-. Exigir que las escuelas privadas, al igual que las públicas, enseñasen, intentasen inculcar ideales como la democracia y la igualdad entre los seres humanos, ¿qué persona decente podrÃa oponerse a ello? Yo no. Pero no va muy bien con los niños selenitas. En casa oyen algo diferente. Más aún, es como decirle a los gatos que deben comportarse como perros. Se dejó de hacer paulatinamente porque causaba demasiados problemas. No mucha violencia, absentismo escolar o siquiera insolencia. Algo más sutil. Un desdén. Yo misma lo apreciaba en los niños. Y ahora usted exige que el error se reavive.
Wahl suspiró.
-Los ciudadanos lunares exigieron autonomÃa año tras año. Usted, señora, ejecutó un papel importante. Y ahora la tienen. ¿Cómo van a mantenerla si las generaciones más jóvenes no aprenden los principios y procedimientos del autogobierno civilizado?
-Una autonomÃa muy limitada, dado que los gobernadores generales tienen el deber de mantenerla dentro de las leyes de la Federación y otras leyes nacionales, y que las apelaciones a las decisiones de los gobernadores normalmente se rechazan en los tribunales. -Beynac miró más allá de él... ¿hacia el pasado? Oyó algo de pesar en su voz-. Confieso que ha sido la mayor decepción de mi vida. -¿Incluso mayor que cuando sus hijos se convirtieron en... selenitas?-. La ley de la Federación es en gran parte humana y razonable. Las partes que no lo son, desde el punto de vista lunar, pensé que podrÃamos cambiarlas gradualmente por medios democráticos. En general, nuestros legisladores terrestres conservan la esperanza y lo siguen intentado. Pero los selenitas... no parecen tener lo que hace falta para ser polÃticos. Y aquellos que lo tienen, suelen ser de los peores: corruptos, pendencieros, egoÃstas y miopes. Nuestro cuerpo legislativo funciona muy mal, y he llegado a pensar que no se puede mejorar.
-Eso podrÃa no ser del todo malo -se atrevió a decir él-, en vista de las medidas que ha intentado aprobar.
-¿Como restaurar la pena de muerte para el abandono criminal? Incluso Gambetta tuvo que vetarla. En ese punto estaba de acuerdo con ella. No asà el resto de mi familia. No son monstruos, gobernador. Tienen un alto estándar de... honor, supongo que es la palabra más aproximada. Pero son hijos de un mundo que no es la Tierra.
-Un tipo de honor muy curioso -replicó-. Que obliga a los hombres a ordenar la flagelación o la muerte del delincuente, sin juicio, y luego protege a los agentes. Señora, no podemos permitir que eso continúe.
-Derecho a la justicia y derecho a ofrecer santuario. Asà es como lo consideran. Yo creo que va demasiado lejos, lo que me duele. Pero a menos que quiera que se realice de forma clandestina, empeorando cada vez más, tendrá que negociar algún compromiso.
-¿Por qué? Me pide que conceda a los selenarcas lo que se han otorgado ilÃcitamente. Eso sólo podrÃa animarles a pedir más. Algunos de ellos ya tratan directamente no sólo con compañÃas, sino con gobiernos, esos gobiernos que son, que quede entre los dos, algo menos que miembros ideales de la Federación Mundial. ¿Declararán al final la soberanÃa total? ¿Construirán sus propias armas nucleares? ¿Lucharán sus propias guerras? No, señora, no.
-No puedo concebir que deseen hacerlo. No están locos. Lo que desean, lo que desea todo ciudadano común y pacÃfico de la Luna, es libertad para ser lo que son y para convertirse en lo que elijan ser. Estoy segura de que tal cosa es posible dentro de la estructura de la civilización que usted y yo compartimos, y que además la enriquecerá en formas que no podemos ni imaginar. Pero eso sólo si no se les obliga, confina o retuerce hasta el punto de no ver otro camino más que la violencia.
-SerÃa mejor aconsejarles que no llevasen a la Autoridad y la Federación hasta ese punto.
-SÃ. Tienen ustedes sus derechos legÃtimos. Los comprendo tan bien como comprendo los de ellos, yo que pertenezco a ambos mundos. Estamos hoy aquà para buscar vÃas de reconciliación.
-No lo conseguiremos en unas pocas horas.
-Ni en años, si lo conseguimos. Pero si usted está dispuesto a seguir hablando durante un tiempo, yo también.
-He dispuesto este ciclodÃa, señora. ¿Puedo ofrecerle algo de beber?
Ella rió en voz alta.
-¡Genial! Una cerveza frÃa me pondrÃa en el cielo, asà como un trago de akvavit para acompañarla le permitirÃa entrar a usted también.
La conversación fue realmente larga. No siempre transcurrió con seriedad, ni ella habÃa pretendido que asà fuese. Le hizo preguntas sobre él y su vida, recordó la suya, bromeó, contó chistes, le dio a conocer una balada obscena sobre un astronauta llamado MacCannon y le dejó, al final, totalmente encantado.
Desde entonces se habÃan encontrado en varias ocasiones, a solas o en presencia de otros, en asuntos de negocios y en ocasiones sociales. Ãl creÃa que las reuniones sociales eran igualmente importantes. Le permitÃan conocer a eminentes selenitas en persona, en un ambiente informal. Le daba la sanción de Dagny Beynac -casi su protección, pensaba a veces-, y de esa forma sus iniciativas y esfuerzos no se enfrentaban a una resistencia automática. En el caso de Rita, sobre todo, aliviaba un poco la soledad.
Quizá también reducÃa la escalada de la tensión y el incremento de incidentes desagradables. No los detenÃa. Supuestamente la Petición Lunar estaba siendo considerada en Hiroshima. HabÃa pasado por varios comités. Ninguno habÃa presentado todavÃa su informe. Wahl suponÃa que estaban atascados en varios puntos y que la habÃan dejado para estudiarla en mayor profundidad. No sentÃan ninguna necesidad de darse prisa. La Luna era un lugar lejano, con una población pequeña, y habÃa problemas enormes y urgentes por todos los lugares del mundo natal. Mientras tanto, el punto muerto en que se hallaba Wahl parecÃa correr peligro de desmoronarse.
Cuando llamó a Dagny Beynac, su teléfono le informó que no estarÃa disponible hasta el mediodÃa. Supuso que descansaba, ya que era vieja y frágil. No le gustaba preguntarse que sucederÃa después de su muerte.
Mientras esperaba, ¿deberÃa intentar hablar con Anson Guthrie? Fireball tenÃa mucho interés en mantener la paz. Además, aparentemente, la emulación no habÃa perdido las simpatÃas humanas. Pero Wahl podrÃa no localizarle con rapidez. Quizá no desease o no pudiese intervenir. En realidad, ¿qué podrÃa hacer Anson Guthrie? Si tomaba la ruta directa quizá las cosas fuesen a peor. SerÃa mejor conocer primero la opinión de Beynac. Si ella daba su aprobación a la idea, ella misma podrÃa ponerle en contacto con Guthrie y probablemente persuadir a Lázaro; eran Ãntimos.
Inquieto, Wahl abandonó la oficina y recorrió el pasillo. No importaban nada las múltiples obligaciones del dÃa. Era demasiado pronto para volver a darse un baño helado, pero darÃa un largo paseo por la ciudad, quizá incluso buscase el traje espacial y saliese a caminar por la superficie. Eso le despejarÃa la cabeza.
Llegó hasta la habitación de Pilar. La puerta estaba abierta. Ella estaba sentada al teléfono. Su delgado cuerpo se estremecÃa. La sangre iba y venÃa de sus mejillas.
-Oh, Erann-suspiró.
El rostro en la pantalla era juvenil, con la exótica belleza selenita. Wahl lo reconoció. Se habÃa encontrado con el muchacho una o dos veces, cuando los chicos habÃan celebrado fiestas en la mansión. Le habÃa parecido buena idea animar la amistad entre las razas.
Erann. Nieto de Brandir.
El chico sonrió, tan seductor como Lucifer, y murmuró algo. Pilar se acercó más, con la manos extendidas, como si pudiese atraer la imagen.
Su padre se quedó donde estaba durante un minuto de furia. Ella no se dio cuenta. Estuvo a punto de entrar en la habitación. Pero ¿qué iba a decirle?, ¿qué iba a gritarle? Siguió caminando por el pasillo. Agitaba los puños a los lados. Luchaba por respirar.
DebÃa hablar con Rita. Inmediatamente. HabÃa que detener aquel asunto antes de que el daño fuese irreparable. Con discreción si fuese posible. En caso contrario, por cualquier medio que fuese necesario. Quizá inventarse una razón para enviar a la muchacha, la niña inocente, a un colegio de la Tierra, donde estarÃa por completo rodeada de humanos.
31
El cibercosmos despertó a Venator alrededor de la medianoche. -Atención, alerta-dijo el altavoz-. El archivo Proserpina está abierto.
Alerta de inmediato, saltó del camastro y pidió luz. Desnuda y estrecha, la habitación parecÃa irradiar frÃo.
-¿Quién ha sido? -dijo. Sintió pocas esperanzas. Ãl no era el único humano que conocÃa el secreto. Otro podrÃa haber sentido la necesidad de examinar los datos.
La voz permaneció neutra. Hasta el momento, la mentalidad implicada era poco más que un autómata de alta capacidad.
-La estructura de ADN pertenece a... -seguido de la identificación de Venator.
¡No!
Casi con un impulso fÃsico, apartó el rechazo. Posición-exigió.
-Prajnaloka, una comunidad en el centro sur de Norteamérica. -Se iluminó una pantalla, mostrando un mapa de la región. HabÃa una flecha señalando el lugar. Era una indicación redundante. ConocÃa el sitio, aunque nunca habÃa estado allà en persona.
El intruso o los intrusos no podÃan pertenecer a la comunidad, pensó. Los buscadores de Dios eran las últimas personas del mundo que se atreverÃan a desafiar al sistema. Además, ¿cómo podrÃa haber conseguido uno de ellos la llave genética?
Entonces, debÃan de ser los agentes de Lilisaire. Diabólicamente inteligentes. O al menos muy hábiles. Nunca hubiesen podido acercarse al archivo a menos que la estrategia de búsqueda estuviese tan bien diseñada, con preguntas tan naturales y convincentes, como para llevarles a través de cada uno de los puntos en los que el programa hubiese detectado a un posible espÃa y bloqueado la lÃnea de investigación. SÃ, encajaba con la imagen que se habÃa hecho. Kenmuir, con sus conocimientos del espacio; alguien más, para los conocimientos profundos y amplios de la red de información, junto con mucha experiencia pasada.
HabÃan llegado hasta el portal del secreto y...
-¿Se ha contactado a la estación más cercana de la Autoridad de Paz? -preguntó Venator. Se acercó al gancho y tomó un albornoz. SentÃa el suelo frÃo y duro.
-SÃ.
No tendrÃa que haber perdido el tiempo preguntando. DebÃa haberlo dado por supuesto.
-Ponme con el capitán de la división de emergencia. Prioridad de choque.
Venator se puso el albornoz sobre el cuerpo desnudo. TenÃa que impresionar a aquel hombre. Por dentro, necesitaba cubrirse, ocultarse de la furia y la vergüenza. ComprendÃa perfectamente de dónde habÃa salido el ADN.
En la pantalla apareció un rostro.
James Fong, capitán de los servicios de emergencia, Autoridad de Paz, Integrado de Chicago-dijo la voz en anglo. Dos nombres; a la antigua, eso sugerÃa fiabilidad.
-Pragmático Venator, cuerpo de inteligencia. -Aparte-: Verifica. -El sistema envió una señal indicando que era cierto-. Tenemos una crisis. Soy un sinnoionte. Verifica. Es asà de seria, capitán. Fong tomó aliento por entre los dientes. -SÃ, sir.
-Dos personas, creo que son dos, están entrando de forma ilÃcita en un archivo de alto secreto, desde Prajnaloka. Las consecuencias podrÃan ser desastrosas. EnvÃe un escuadrón a capturarles antes de que terminen el trabajo y escapen. Reténgalos en confinamiento solitario, pendiente de instrucciones. No los interrogue o permita que hablen con nadie, incluyéndole a usted y sus agentes. Con el personal del ashram, sea cortés pero discreto. DÃgales que han sido engañados por enemigos de la cordura, haga que les describan las acciones de esas personas y pÃdales que guarden silencio sobre todo este asunto.
-SÃ, sir. No podremos suprimirlo todo. La gente nos verá. Habrá rumores.
-Eso no deberÃa importar si la operación es rápida y limpia. Infórmeme directamente a mi nombre. -El cibercosmos redirigirÃa la llamada-. Comience.
-Enseguida, sir. Yo mismo dirigiré la operación. ¡Servicio! -La pantalla se apagó.
Bien. Fong era de fiar. Eso le tranquilizaba. Incluso era prometedor. Venator sintió un hormigueo. Dentro de una hora la presa serÃa suya. Luego...
Se puso unas sandalias y salió, pasando por los pasillos de formas luminosas cambiantes y máquinas silenciosas. Su tarea requerÃa mejor equipo que un teléfono y un terminal. Quizá tendrÃa que consultar con todo el cibercosmos.
Ciertamente tendrÃa que hacerlo pronto. El asunto era muy grave. Fong y sus agentes lo comprenderÃan. El arresto y el aislamiento temporal estaban apenas permitidos bajo el Pacto, invocando la Cláusula de Disposición de Emergencia. Pero se preguntarÃan por qué Venator querÃa que los prisioneros fuesen trasladados inmediatamente. Y por qué luego no habrÃa noticias sobre los cargos contra ellos. ¿Se estarÃan violando sus derechos? HabÃa que inventar algunas respuestas, más o menos satisfactorias.
Su corazón también las exigÃa, pensó Venator. Evidentemente, primero intentarÃa la persuasión, pero si los agentes de Lilisaire eran testarudos e insistÃan en un proceso público, ¿qué podrÃa hacer?
No lo sabÃa. SuponÃa que lo que fuese necesario. DependerÃa de cómo se comportasen, de cuánto hubiesen descubierto, del siguiente movimiento de Lilisaire, si lo habÃa, y... sin duda de más factores desconocidos de los que podÃa nombrar. Caos.
En el peor de los casos, suponÃa, el cibercosmos le ordenarÃa que les borrase los recuerdos recientes. Se mordió el labio. Eso serÃa una violación casi tan grave como matarles, y podrÃa tener terribles efectos secundarios. Y después de su liberación, ¿cómo iban a explicar su amnesia?
¿PodrÃa el cibercosmos ordenar el asesinato? Quizá. Si fuese necesario.
Necesario para preservar la cordura en el futuro cercano, y preservar el futuro en sÃ.
Llegó hasta la cámara principal de comunicaciones y se sentó frente a la consola. Formaba una curva alrededor de una silla giratoria, con una pantalla plana a la izquierda, una holopantalla a la derecha, y un videotanque al frente. Cuando Fong le llamase, el eidófono le pasarÃa la llamada. Venator rechazó la tentación de hablar con él mientras estuviese en vuelo. No tendrÃa sentido. SerÃa una distracción. Los cazadores deberÃan aguardar antes de saltar.
Sin embargo... Con voz y dedos realizó una conexión con el archivo Proserpina. El programa todavÃa estaba ejecutándose. Bien, eso ayudarÃa a mantener a la pareja en su sitio, deberÃa ser suficiente. TendrÃa que serlo. ¿Y por qué no? Los espÃas lo repasarÃan más de una vez, discutiéndolo emocionados, tomando notas para Lilisaire.
Entró una máquina portando una bandeja. Era un humanomorfo, ofreciendo la imagen de un ser humano cubierto de papel de aluminio,
excepto por la torreta, los dos brazos extras y los movimientos inhumanamente gráciles.
-¿Le apetece tomar algo?-preguntó musicalmente.
En la bandeja humeaba una tetera junto a un plato con pastelitos de proteÃnas.
-MuchÃsimas gracias -dijo Venator, porque no era un robot, sino un sofotecto usando el cuerpo-. Tengo una larga noche por delante. Tenemos.
-SÃ. ¿Puedo ayudarle en algo más?
-En nada por el momento. Te lo haré saber. -Venator miró la reluciente cabeza sin rostro-. ¿En qué medida estás implicado? -Hablaba con el cibercosmos, por medio de aquel avatar.
-En una pequeña parte, pero una señal de espera ha ido a todo el sistema.
Venator asintió. HabÃa dado instrucciones a la semimente que guardaba el archivo de que le notificase y alertase a la policÃa si se activaba. Eso era automático; pero era tan extraordinario que inevitable mente una inteligencia superior en la red se habÃa dado cuenta y habÃa enviado los mensajes apropiados.
La máquina partió. Venator bebió el té y masticó un pastel. Grueso, comida casera. Un sÃmbolo. Lo que controlaba el mundo y comprendÃa el universo también tenÃa en cuenta las cosas normales.
Universo... Por un súbito impulso pidió el archivo de Alfa Centauri. En cierta forma, pensaba que podrÃa reforzar su resolución.
Era prodigioso. Sólo podÃa repasarlo por encima, pidiendo al azar esta escena o aquélla, mientras aguardaba la comunicación de Fong. Muy, muy lejos. La última imagen transmitida desde la vecina más próxima de Sol tenÃa cuatro años. El puñado de colonos de Guthrie invirtió medio siglo en realizar el viaje, y prepararse para ese viaje habÃa consumido todos los recursos de los que disponÃa. La Federación Mundial tomó el control de lo que quedó, y Fireball Enterprises se convirtió en un recuerdo. No habrÃa más viajes como ése.
Venator seleccionó una imagen de los primeros tiempos, cuando la primera sonda sin tripular entró en el sistema. Ni siquiera eso habÃa sido un logro menor. El sol doble ardÃa brillante sobre el negro del espacio. La imagen corrió con rapidez hasta que Alfa A se convirtió en un disco de luz y la sonda orbitaba el único planeta con vida en el sistema. Deméter no era la Tierra. O en todo caso era una Tierra primordial, o en lo que la Tierra hubiese podido convertirse de no haberla salvado el control de población, la tecnologÃa molecular y la energÃa limpia. Era cierto que los mares de Deméter estaban llenos de organismos, los suficientes para crear y mantener una atmósfera que los humanos pudieran respirar; pero en las costas sólo unas pocas plantas y criaturas primitivas se aferraban a una precaria existencia. En el interior, únicamente habÃa rocas, arena y polvo llevado por vientos erosionantes, un paisaje tan desértico como el de Marte. ¿Por qué? Muchos factores, el más importante la ausencia de una luna enorme que estabilizase el eje de rotación; y la Luna era hija de un accidente cósmico, una colisión monstruosa, que tuvo lugar casi al principio.
No era de extrañar que nunca se hubiesen encontrado señales de ninguna otra especie pensante. La vida era una rareza. La conciencia debÃa de ser infrecuente hasta el punto de la inexistencia. Quizá, en todo el universo, sólo hubiese evolucionado en la Tierra.
Se convertirÃa a sà misma en el sentido y destino del universo. Venator avanzó la escena por el tiempo hasta encontrar una imagen de Deméter tal y como era... hacÃa cuatro años y un tercio. Las nubes veteaban un océano zafiro y turquesa. Las nieves blanqueaban las regiones del norte y las cimas de las montañas. Al sur y más abajo, habÃa continentes e islas de verdes y marrones suaves, tonos de bosque, praderas, pantanos, zonas de pastos para grandes rebaños y zonas de apareamiento para grandes bandadas.
La imagen se amplió, se enfocó, corrió sobre el mundo. Vio abedules, con las hojas relucientes al sol; caballos salvajes al galope; la ladera de una colina azul por los acianos; una villa de pequeñas casas; una ciudad que elevaba agujas sobre un puerto donde los barcos de placer se balanceaban en los amarraderos y un transporte descargaba; tráfico por las carreteras y en el cielo; una estela como una carretera celeste, deshaciéndose lentamente, por donde ascendÃa una nave espacial.
Todo eso lo habÃan construido los terrestres, con sus múltiples robots y máquinas moleculares, en menos de trescientos años terrestres, mientras en el espacio, sus aliados selenitas hacÃan que los asteroides floreciesen. Todo aquello, a pesar del hecho de que en un momento no muy lejano otro terrible cataclismo destruirÃa el planeta y nadie sabÃa cómo podrÃa sobrevivir cualquiera de las criaturas que lo habitaba, o si alguna sobrevivirÃa.
En lo más profundo de sÃ, Venator sintió un estremecimiento. AllÃ, el espÃritu fáustico se habÃa manifestado por completo y creado su hogar. No, pensó, era mucho más que eso. No era exclusivamente voluntad pura y sin control, energÃa demonÃaca y risas descaradas («Hemos decidido que el lema y principio de nuestro gobierno será "Absit prudentia nil re¡ publicae profitur"», habÃa comunicado Anson Guthrie en una ocasión. « Thank you alabase de datos por embellecerlo con el latÃn. Significa: "Sin sentido común no tienes nada"». El insulto a toda idea de una sociedad planificada quedaba brutalmente claro). Las necesidades de la aventura habÃan hecho surgir algo completamente nuevo y extraño.
La imagen siguió moviéndose. Pasaron campos cultivados, casi a punto de la cosecha. HabÃa pocos y se dedicaban principalmente a la producción quÃmica. La comida y la fibra básica se fabricaba, al igual que en la Tierra y la Luna. Aquellos que lo deseaban -en Deméter eran la mayorÃa- complementaban esa fabricación con jardines privados, huertos y lo que cazaban en la naturaleza. La imagen mostró otro bosque. Era esa naturaleza, la red global de la vida, lo que habÃa convertido aquel mundo en adecuado para los humanos.
Pero la tecnologÃa no podÃa en unos pocos siglos hacer lo que la evolución en gigaaños. Allà la ecologÃa era inevitablemente simple, frágil, pobre en retroalimentación y reservas, siempre cerca de la catástrofe. La de la Tierra se habÃa encontrado una y otra vez con extinciones masivas. Deméter empezó a morir apenas habÃa sido sembrada; y no habrÃa renacimiento. Todo un cibercosmos no podrÃa afrontar la labor de devolverle la salud, hacerla madurar, mantenerla en equilibrio como un organismo se mantiene a sà mismo en equilibrio, siendo él mismo... a menos que el cibercosmos permease la vida, y tuviese la conciencia, el propósito -y el amor- de mentes humanas emuladas en él... Madre Deméter.
Venator habÃa recorrido la sabana entre leones y búfalos del Cabo, escalado glaciares, navegado por rápidos, desarmado a más de un demente que se habÃa vuelto violento. Pero aquel mundo extraño le hacÃa retroceder.
-Su llamada-dijo la consola, providencial.
La vista de otro mundo desapareció y apareció la imagen de cuerpo completo de Fong. Evidentemente, estaba haciendo uso de una unidad similar allà donde estuviese. Le saludó.
-Informando, sir. -Su rostro hablaba por él: fracaso. Venator saboreó el vómito. Tragó.
-¿Bien?
-Lo siento, sir. Las personas han desaparecido. Por lo que hemos podido descubrir, ellos, dos, hombre y mujer, salieron con rapidez hacia el volador en el que habÃan llegado y escaparon. Eso sucedió hace unos cuarenta y cinco minutos.
Proserpina, primero y siempre. -¿Qué hay del archivo que invadÃan?
-Creo que lo dejaron ejecutándose, terminó y se desconectó. Si sabÃan que estábamos de camino (y pudieron haber pedido que se les informase), eso serÃa lo más lógico, para que la red no supiese que se habÃan ido. Para ganar tiempo.
Venator asintió. SentÃa el cuello rÃgido.
-Supongo que tiene usted razón. -Oh, inteligente, inteligente, Lilisaire escogÃa bien a sus instrumentos-. ¿Ha descubierto algo sobre ellos?
-Acabamos de empezar, sir. -En el campo de visión entró la imagen parcial de otro hombre-. Un momento, please.-Fong habló con el otro. Luego con el sinnoionte-: Control de Tráfico ha identificado el volador. Fue a Springfield y aparcó ilegalmente, justo en la terminal. ¿Debo llamar a la policÃa local?
-No. -¿Qué sentido tendrÃa?-. Mire los horarios de tráfico. O se ocultan en la ciudad o han tomado un vuelo a otra parte. ¿A nombre de quién está registrado el volador?
-Mm... -Fong miró fuera de encuadre, a otra pantalla-. Alice Tam de Niihau, Hawai.
-Bien. Siga investigando. Descubra todo lo que pueda, pero no le dé demasiada importancia y no se quede más de lo estrictamente necesario. ¿Me comprende? Es vital mantener la reserva. Pero tráigame a quien pueda darme la mayor información sobre esas personas.
-SÃ, sir. -Fong abandonó el encuadre. Venator se quedó mirando una pared con un mural de lotos.
Apartó su atención. Mientras esperaba, podÃa investigar a Alice Tam.
El archivo que el sistema reunió para él resultó ser sorprendentemente rico. No habÃa buscado la luz pública, pero siendo tan activa habÃa más cosas registradas de lo habitual. Nacimiento y crecimiento en aquella curiosa reliquia de sociedad, estudios en Rusia, viajes a otras regiones, incluyendo la Luna, trabajo en el continente con metamorfos y un par de organizaciones que intentaban mejorar la posición de los metamorfos... SÃ, mucho tiempo pasado en la red, y muchos perÃodos durante los que no se habÃa sabido nada de ella... Llegada al Integrado de la BahÃa de San Francisco ocho dÃas antes. Espacio en blanco hasta que su vehÃculo llegó a Santa Mónica. Espacio en blanco hasta que voló a un punto en el desierto Salton, breve estancia, y siguió a Overburg; pedir información sobre Overburg, más tarde, más tarde... Pasó allà dos dÃas, luego voló durante horas hasta descender en Prajnaloka... Y finalmente, Springfield, donde el volador habÃa sido abandonado.
Las imágenes mostraban a una mujer joven, hermosa, bien formada, vivaz, con pocas o ninguna muestra del acero que tenÃa bajo la piel.
¿HabrÃa conocido a Lilisaire cuando visitó la Luna? Probablemente. Quizá pudiese verificarse.
Una agente entró en el campo de visión.
-Un aerobús dejó Springfield con destino St. Louis a las 13.15 -le informó-. Llegó allà hace diez minutos.
Demasiado tiempo. Si Kenmuir y Tam estaban a bordo, a estas alturas ya se habrÃan perdido en la ciudad o, en caso contrario, podrÃan estar en media docena de vehÃculos diferentes con tantos otros destinos. En su época, se hubiese podido ordenar a monitores en los puntos de transferencia más importantes que los buscasen. Pero Fireball habÃa provocado la caÃda de los avantistas y el mundo moderno ya no era totalitario: nunca habÃa precisado ni deseado capacidad intensiva de vigilancia.
En todo caso, habÃa muchas formas de vigilar, en ocasiones para propósitos normales. Se podrÃan movilizar algunas, desde satélites con sistemas ópticos de alta resolución hasta unidades de evaluación de tráfico y... en caso extremo, todos los sofotectos de la Tierra. Pero eso llevarÃa su tiempo, porque no se les podÃa apartar asà como asà de sus obligaciones habituales; y la operación serÃa muy evidente, causando inconvenientes a los ciudadanos, lo que harÃa que ellos o sus legisladores pidiesen explicaciones; y mientras tanto, ¿qué podrÃan hacer Kenmuir y Tam?
Con toda probabilidad, poco o nada. ¿Cómo podrÃan hacer algo? Ya los habÃa subestimado antes, pensó Venator.
Fong escoltó a un anciano hasta la cámara y lo presentó como Sandhu. Ãste luchó por controlar sus nervios y conservar la calma mientras relataba cómo Tam y Johan habÃan llegado con reservas realizadas correctamente de antemano, y dando toda muestra de ser sinceros en sus deseos. ¿Qué habÃa pasado?
-No puedo decÃrselo hoy, señor-le calmó Venator-. La Autoridad de Paz sigue la pista de una conspiración criminal. Le pedimos silencio. No tema. En general, el asunto está controlado y sabemos que su gente es inocente de cualquier mal. -Se alegró de ver cómo el pobre tipo se relajaba un poco.
La llamada para realizar las reservas podÃa seguirse. Es más, Venator decidió que era de la mayor importancia. Eso le darÃa una pista sobre toda la organización de Lilisaire en la Tierra. Que Kenmuir y Tam fuesen fugitivos un poco más, a menos que un programa de observación limitado y de baja prioridad los localizase. Con el cibercosmos en alerta, cualquier cosa que intentasen hacer con la información que habÃan robado se cerrarÃa sobre ellos como una trampa.
Pero habrÃa que reforzar la seguridad alrededor de Zamok Vysoki. Que las fuerzas estuviesen dispuestas para bloquear el castillo, o incluso entrar en él y arrestar a todos. Luego ya habrÃa formas de superar la indignación polÃtica. No podrÃa causar tantos problemas como divulgar el secreto de Proserpina.
... Información. Ideas. Creencias. Mente. La vida ya evolucionaba desde la biosfera a la noosfera, y lo que sucedÃa en el cerebro tenÃa más importancia que los acontecimientos entre las estrellas.
Venator recordó: del éxodo rebelde de Guthrie, imprevisible, se alzó Madre Deméter. Pero al menos se encontraba a años luz de distancia, manteniendo sólo el contacto más tenue e indirecto con la Tierra, una abstracción para la mayor parte de los humanos del Sistema Solar, nada que despertase su imaginación como habÃan hecho los profetas y visionarios de antaño. Que siguiera asÃ, con la esperanza de que pereciese con su planeta.
Mientras tanto, habÃa que seguir vigilándola, pero sin que se diese cuenta. Los rayos láser iban y venÃan desde Sol a Alfa Centauri, llevando imágenes y palabra. Sólo palabra e imágenes. Para los humanos del Sistema Solar, la colonización, que en su momento habÃa sido una épica en directo, era ya algo común, un acontecimiento remoto que no tenÃa relevancia para ellos. El cibercosmos animaba tal actitud, proclamando su propia falta de interés. Se declaraba dispuesto a comunicarse y ofrecer consejo si se le pedÃa; cosa que ya no sucedÃa tan a menudo, porque los centaurianos ya eran muy diferentes. Pero la exploración fÃsica del espacio no interesaba a la Teramente. HacÃa mucho que se habÃa escrito la gran ecuación que unificaba toda la fÃsica. Las posibles interacciones de la materia y la energÃa eran múltiples y contenÃan muchas sorpresas, pero siempre serÃan detalles, nada que no hubiese sido posible calcular por adelantado o, en todo caso, explicarse con otra permutación. La frontera infinita se encontraba en la mente y sus creaciones.
Venator sonrió. Evidentemente, el cibercosmos no era del todo sincero. La minisondas seguÃan los acontecimientos de Alfa Centauri lo mejor que podÃan, y enviaban informes que nadie escuchaba ni se hacÃan públicos. Naves espaciales sin identificación penetraban en la galaxia, aunque pasarÃan décadas o siglos antes de que se tuviesen noticias de ellas. El destino del cibercosmos era trascender el universo material, pero antes de que eso sucediese algunas de las permutaciones podrÃan ser importantes.
Madre Deméter ya lo era.
Sin embargo, estaba lejos, y todo lo demás estaba aún más lejos. Proserpina orbitaba el Sol natal del cibercosmos.
Y la Luna contenÃa, y habÃa contenido desde el nacimiento de los primeros selenitas, las semillas del caos. Venator se preguntó en cuántas ocasiones habÃan brotado, no abiertamente en la historia, sino en secreto. ¿Cuántas muertes habÃan sido asesinatos disimulados?
Ya bastaba de recordar el pasado. Fong habÃa vuelto. Venator le dio instrucciones finales, cortó la transmisión y se dispuso a ejecutar la siguiente fase de la campaña.
32
La madre de la Luna
El teléfono despertó a Dagny a las 6.00. El programa reconoció que la cuestión debÃa de ser importante. Se sentó en la cama.
-Luz -dijo, y parpadeó ante la habitación súbitamente iluminada.
Durante un momento, aquel lugar tan familiar le resultó extraño. La fotografÃa de'Mond, la de los niños cuando eran pequeños, los retratos recientes de ellos con sus compañeros y muchos de sus descendientes incluido un bebé en brazos -una postura muy poco selenita adoptada sólo para agradarla a ella-, que era su más reciente tataranieto, las llamativas cortinas púrpuras y doradas que habÃa elegido hacÃa poco para alegrar en algo la estancia... Era como si hubiese estado fuera mucho tiempo.
Se volvió hacia la pantalla de la cama, finalmente despierta. -Recibir -pidió.
Apareció el rostro de Rita Urribe de Wahl. También debÃan de haberla despertado, porque llevaba el pelo revuelto y se habÃa echado un albornoz sobre el camisón. Sobre las mejillas relucÃan lágrimas que le corrÃan hasta la comisura de la boca.
-Señora, se ... ñora Beynac-dijo tartamudeando-, él está muerto. Sintió la noticia como una puñalada. Dagny hizo uso de su español, aunque el inglés de la otra mujer era mejor.
-¿Jaime? ¡Oh, dios mÃo! ¿Qué ha sucedido? -¿Era realmente una puñalada?
-En la piscina... lo ha encontrado... Nadie sabe cómo. Los médicos están con él. -Rita tragó, cuadró los hombros y dio un tono neutro a su voz-. La he llamado a usted primero, después de llamarlos a ellos, por lo que puede implicar para todos. Usted sabrá mejor a quién consultar, qué hacer. Creo que él lo hubiese querido asÃ. -Su resolución se desmoronó-. Y usted siempre fue buena con nosotros.
Una humildad que rompÃa el corazón, pensó Dagny. Y no era merecida. HabÃa cultivado la amistad del gobernador general durante los últimos cinco años como habÃa hecho con sus predecesores, porque en caso contrario ¿cómo podrÃa poner su grano de arena para evitar el fuego de la confrontación...? Pero sÃ, habÃa acabado apreciando y respetando a Jaime Wahl y Medina, y se habÃa ganado la simpatÃa y el respeto de su esposa, como quedaba claro en esos momentos.
-Iré ahora mismo. -No, no será necesario.
-Claro que lo es -dijo Dagny en inglés-. Contrólese, dear. Lo siento tanto. Pero tenemos trabajo por delante, trabajo difÃcil, y dudo de que lo podamos hacer a través de las lÃneas de comunicaciones. Déme un par de horas. Mientras tanto, ¿puede ocultarlo? PÃdaselo a los médicos. NotifÃqueselo a Haugen pero pÃdale que no lo divulgue por el momento. Recoja toda la información que pueda, pero no revele nada. ¿Vale?
Una vez más Rita reunió sus fuerzas.
-SÃ. Espero ser capaz... de convencer al señor Haugen y a los otros, y de mantener al personal controlado y... Quizá durante tres horas.
-Valiente chica. -Dagny sonrió ante la adversidad-. Voy de camino. Más tarde lloraremos a Jaime. Ahora mismo tenemos cosas que hacer por él. See you.
Desconectó y llamó al alcalde de Tychopolis. El programa de teléfono del hombre la reconoció y le dio paso inmediato hasta su dormitorio.
-Hola. ¿TodavÃa no estás levantado? Bien, muévete. Escucha, necesito transporte inmediato a Tsultimachi. Inmediato. Un suborbital si me lo puedes conseguir. SÃ, estos viejos huesos todavÃa pueden soportar la aceleración. En caso contrario, el jet más rápido que tenga disponible la policÃa local, y no hablo de un Meteoro o un Estrella. No aceptaré nada menos que un Sleipnir...
»...No importa el porqué. Muchas vidas podrÃan estar en juego. Por ahora eso basta, y por favor, lo mantendrás en secreto. Usa el cargo, abusa de mi nombre si es necesario, pero consÃgueme la nave...
»Me reuniré contigo en el puerto, en la oficina de Control de Tráfico, en caso de que tengamos que pelearnos con ellos, exactamente dentro de una hora. EstarÃa bien si la nave tuviese a bordo un desayuno para mÃ, pero en todo caso debe estar dispuesta para volar. ¿Vale? Hasta luego.
Cortó y salió de la cama. Inalante lo conseguirÃa. Era poderoso, capaz y era hijo de Kaino.
En el baño, echándose agua frÃa a la cara, empezó a sentir los dolores y tirones del cansancio. Durante los últimos ciclodÃas el sueño habÃa sido escaso. HabÃa esperado tener paz hasta las 9.00 o 10.00 de ese turno de mañana, porque después el infierno al completo podrÃa salir al recreo (y ya lo habÃa hecho, pero de una forma inesperada). A su edad, no te recuperabas con sólo una siestecita. ¿HabÃa sido alguna vez tan joven? ParecÃa imposible.
El espejo le mostró ojos que parecÃan sobrenaturalmente grandes y brillantes entre la palidez cadavérica que les rodeaba. Anson Guthrie le habÃa comentado hacÃa poco que cada vez que la veÃa le parecÃa más etérea. Pero no podÃa permitirse serlo, todavÃa no, quizá en ningún momento mientras no fuese cenizas. Después de sopesar lo que el médico le habÃa dicho, lo que le sugerÃa su experiencia y la naturaleza de la situación, se tomó un diergético medio. Eso, junto con café, comida y fuerza de voluntad, deberÃa bastarle para superar las próximas horas sin tener que pagar después un gran precio.
Ya con algo de energÃa, aunque con un poco de frÃo, se puso presentable con un mono y botas de media caña. Una capa con capucha deberÃa evitar que la viesen; habrÃa poca gente fuera tan temprano.
Grabó un mensaje anodino para la gente que llamase, agarró la bolsa con sus cosas que guardaba para casos de emergencia y salió. Hudson Way estaba tranquila. El techo simulaba el cielo azul, las pocas nubes todavÃa rosadas por la salida del sol, reforzando la luz que hacÃa relucir el rocÃo que cubrÃa el duramusgo en el turno de amanecer. El aire soplaba y olÃa como una brisa de verdad. El ambiente era ligeramente demasiado bonito para su gusto, pero la mayorÃa de los residentes en aquel vecindario eran terranos y habÃan votado tenerlo asÃ. HabÃa otros lugares donde podÃa ir para pretender, con todo detalle, caminar al lado de un mar gris y sus olas.
En la esquina de Graham subió al fahrweg y fue hasta el espaciopuerto, cambiando de lÃnea en dos ocasiones. HabÃa muy pocos pasajeros y no le prestaron atención. TenÃa libertad para pensar.
Pobre Rita. Pobres niños, aunque Leandro se encontraba en la universidad y no se hablaba demasiado con su padre, mientras que Pilar llevaba dos o tres años en una escuela de la Tierra. Sobre todo, pobre Jaime. VivÃa con tal gusto que su trabajo ni le agotaba ni le enfurecÃa. En la mayorÃa de las ocasiones habÃa sido su oponente, pero justo, haciendo lo que creÃa correcto, correcto no sólo para la Tierra sino también para la Luna.
Y estaba muerto. Qué conveniente para algunos. Qué potencialmente desastroso para el resto.
¿Asesinato? Era difÃcil imaginarlo, allà en su casa. Por otro lado, nadie lo habÃa intentado cuando aparecÃa en público, aunque no llevaba guardaespaldas. Además, era un hombre formidable, un hombre vigoroso con músculos terrestres, experiencia en combate y cinturón negro de kárate. Eso hacÃa que su muerte en la piscina fuese aún más incomprensible. Especialmente en un momento tan oportuno.
No deberÃa haber sido asÃ, pensó Dagny... no para nadie, ni para los frÃos y calculadores magnates selenitas ni para los más radicales manifestantes terranos con sus borracheras y eslóganes. Hasta hace muy poco no hubiese sido asÃ. Dado el clima polÃtico actual en la Tierra-donde los lÃderes y el público eran cada dÃa más conscientes de lo mucho que los asuntos de la Luna contradecÃan y desafiaban su orden mundial-, cualquier gobernador iba a acabar considerando la rectificación como la meta de la polÃtica. La presión paciente de Zhao y las concesiones de Gambetta habÃan fallado. Una y otra vez, una crisis se corregÃa mientras la sociedad seguÃa su marcha. La misión de Wahl era devolver aquel mundo a la ley de la Federación y asegurarse de que allà se quedase. Sin compromisos.
Pero, por necesidad, el gobernador tenÃa mucha libertad de actuación y debÃa cooperar con el cuerpo legislativo, a menos que las cosas llegasen al punto de la insurrección directa y las tropas fuesen la única opción. Muy pocos lÃderes hubiesen sido más cuidadosos y, sÃ, considerados que Wahl: paso a paso, siempre dispuesto a recompensar, renuente al castigo, preocupado por la dignidad del adversario, dispuesto a dejar de lado los planes de retiro y dedicar una década o más a
preparar los cimientos para el cumplimiento total de las leyes importantes, incluso admitiendo que, en el proceso, esas mismas leyes podrÃan modificarse. ¿Cómo habÃa llegado a darse la situación en la que un ciudadano lunar pudiese desear su muerte?
Ella misma no tenÃa una respuesta clara. No la habÃa. Los asuntos humanos eran caóticos. Pero, en retrospectiva, podÃa seguir el curso de ese atractor en particular.
Fricciones, discusiones, palabras duras, desobediencia, resistencia abierta o disimulada, arrestos, penas, impenitencia por todas partes. Sin embargo, en su opinión, el asunto Uconda del año anterior habÃa sido el motivo clave. Ya en su momento habÃa tenido un mal presentimiento, e intentó advertir al gobernador, cuando prohibió la expansión en aquella mina del lado oculto porque contaminarÃa apreciablemente el vacÃo local y el fondo de radio. Los astrónomos, experimentadores cuánticos y otros investigadores de Astrebourg se alegraron, naturalmente, de la medida; pero algunos de ellos, siendo Temerir el más prominente, se enfurecieron de que se impusiese por un decreto como aquél.
El más molesto de todos era Brandir. Por instigación de sus hermanos habÃa estado negociando en secreto con los dueños. Ãl les compensarÃa si cerraban por completo y empezaban de nuevo en un territorio bajo su control. El acuerdo hubiese aumentado su prestigio, y por tanto su influencia. Hubiese significado que los dueños y los trabajadores le deberÃan pleitesÃa a él, lo que incrementarÃa su poder. Hubiese pasado por encima de la Autoridad Lunar, tratando el territorio como si fuese propiedad privada, violando asà el espÃritu aunque quizá no la letra de la ley. Wahl le dijo a Dagny en privado que, con toda seguridad, aquélla era la intención real, y por tanto su razón para evitarlo. Evidentemente, eso alimentó la furia de la oposición.
¿Los señores selenitas habÃan avivado inteligentemente las emociones o habÃan influido directamente en los actos? Dagny no estaba segura. Sus hijos le contaban sólo lo que querÃan contarle, como hacÃan los hijos de éstos y los hijos de los hijos de éstos. En ocasiones era mucho, en ocasiones le pedÃan consejo, pero aquélla no habÃa sido una de esas ocasiones, y cuando le preguntó directamente a Brandir, éste permaneció cortésmente impasible como habÃa hecho tantas veces antes.
Las catapultas. Fuese como fuese, las catapultas eran lo que detonarÃa la revuelta.
Espaciopuerto, entonó el fahrweg mientras encendÃa una señal. Dagny se bajó. Sintió que el camino por la terminal, en su mayor parte vacÃa, era muy largo.
HabÃa llegado antes de tiempo. Sin embargo, Inalante ya la esperaba en Control de Tráfico; un hombre de mediana edad, vestido con una túnica negra y pantalones blancos, con algo de su padre en los rasgos y algo de su abuelo, una calma bajo el habla rápida, que resonaba en su voz.
-Ten salud, dama. Hay un Sleipnir aprovisionado y listo para despegar.
-¡Buen chico! -exclamó ella, inapropiadamente encantada-. Seguro que hay pudÃn a bordo.
El sonrió.
-Por desgracia, las tiendas que lo venden todavÃa no han abierto. Para no perder tiempo, ordené que trajesen raciones de campo. Como recordaba que te gusta la fruta lunar, te he traÃdo de casa. -Le dio una bolsa.
No tenÃa razón para sentir ganas de llorar. Sus selenitas podÃan ser unos encantos cuando querÃan, completamente humanos. Bien, maldición, después de todo eso es lo que eran.
-Thank you. Gracias. A partir de ahora, cuando pruebe fruta lunar, pensaré en ti.
-¿Necesitas más ayuda?
-En general, que mantengas la ciudad en calma.
-Me he estado preparando durante los últimos ciclodÃas -dijo con tristeza.
-Pronto recibirás noticias que lo cambiarán todo. No sé cuáles serán los cambios, ni tampoco me atrevo a contártelo ahora por miedo a que nos oigan, pero espera una gran sorpresa.
-Mientras tú viajas sola a tratar con ella. -Los ojos oblicuos la examinaron con cuidado-. ¿Tienes energÃa suficiente?
-Mejor será que la tenga.
-Entonces, que tu viaje sea victorioso, madre de todos nosotros. -Inalante le tomó la mano y se inclinó ante ella.
SabÃa que él no era un revolucionario. Ni tampoco un lacayo. Le preocupaba poco o nada cuál podrÃa ser la estructura constitucional, siempre y cuando a él y a los suyos se les dejase en paz para seguir su propio camino. Como eso exigÃa paz, habÃa aceptado ser el alcalde, en unas elecciones ganadas por mayorÃa, para ayudar a mantenerla. Desde ese puesto podÃa maniobrar para cambiar las leyes que le disgustaban, mientras ayudaba a evadirlas lo justo para no provocar la intervención de la Autoridad.
Sin duda, una mayorÃa de los ciudadanos lunares sentÃan lo mismo. Pero sus ambiciones rara vez eran del tipo que se viesen muy afectadas por la ley de la Federación. Eran los poderosos y los radicales los que luchaban contra las limitaciones, y eran ellos los que romperÃan el sistema, o el sistema les romperÃa a ellos. O las dos cosas simultáneamente, pensó Dagny.
Fue a la puerta, atravesó el tubo y entró en el vehÃculo.
La tripulación estaba formada por un par de agentes de policÃa, piloto y reserva, terranos. Saludaron con deferencia a la dama Beynac y le prometieron el desayuno tan pronto como estuviesen en vuelo estable. Ella se ajustó a su asiento y se relajó.
El despegue no tuvo problemas, un poco más de dos gravedades lunares. Al llegar a la altitud de vuelo, el asiento giró a medida que el casco se ponÃa horizontal. Se oyó el bramido del motor; luego el peso se rebajó y sólo se pudo percibir el casi subliminal zumbido de los motores que mantenÃa la masa en vuelo. Los años de ingenierÃa de Dagny volvieron a su mente y pasó varios minutos estimando lo costoso del vuelo en términos de combustible, por la distancia recorrida, en comparación con el suborbital que habÃa pedido, además de ser más lento. Pero la idea era ser capaz de volar con libertad y aterrizar allà donde quisieses. Cuando tenÃas un poco de antimateria para producir masa de reacción, la eficacia no era una gran preocupación.
El reserva le trajo la bandeja, y viendo que no le apetecÃa charlar, se retiró. El café no era malo, pero exceptuando el bendito regalo de Inalante, la comida era tan insÃpida como siempre. Dagny se lo comió todo. Durante la mayor parte del viaje, miró por la ventana las montañas, mares, cráteres, arrugas bajo el Sol y la rodaja de la Tierra. De vez en cuando aparecÃa una obra humana, un conjunto de cúpulas, un monorraÃl, un poste de reemisión, un colector solar, un transmisor de microondas que enviaba energÃa invisible al mundo madre. El brillo apagaba casi todas las estrellas. En una ocasión vio una chispa atravesar el cielo y perderse en la distancia.
Probablemente una vaina de carga, lanzada por catapulta desde Leyburg, pensó. EstarÃa cargada con algo: productos quÃmicos o biológicos, nanos o cualquier otra cosa que se produjese mejor en condiciones lunares. No habÃa podido observar lo suficiente como para estimar la trayectoria, por lo que no podÃa saber de qué tipo de vaina se trataba. PodrÃa estar diseñada para un descenso aerodinámico en la Tierra, un descenso con paracaÃdas sobre Marte, un encuentro con L5, un asteroide o una base aún más lejana. No importaba. Fuese a donde fuese, portaba grandes logros, y ella era una de las que habÃan ayudado a hacerlo posible.
Pero las catapultas...
Era fácil lanzar cualquier cosa desde la Luna, gracias a una baja velocidad de escape y al lujo de una energÃa prácticamente gratis. El problema estaba en el «cualquier cosa. Una masa de cien toneladas, con la forma adecuada para penetrar la atmósfera, podrÃa golpear la Tierra con la potencia de una cabeza nuclear táctica.
Cuando Brandir y los otros tres selenarcas comenzaron a construir lanzadores de catapulta en sus territorios, ¿habÃan dicho la verdad al afirmar que simplemente deseaban entrar en ese negocio? Desde el punto de vista exclusivamente económico, parecÃa muy dudoso. Ciertamente, no se les habÃa dado ningún permiso. Wahl ordenó que se detuviesen los proyectos hasta que se llegase a un acuerdo sobre medidas de seguridad. Si eso fallaba (y estaba claro que los señores no querÃan inspectores permanentemente destinados a sus territorios) las obras debÃan desmantelarse. Los selenarcas discutieron, retrasaron y obstruyeron. Los satélites observaban cómo hombres, máquinas y robots entraban y salÃan de las cúpulas construidas sobre los proyectos «para protegerlos de los meteoritos mientras continuaban las negociaciones». Wahl envió inspectores. Fueron detenidos en los lÃmites.
Sus palabras en el turno de tarde del dÃa anterior volvieron a la cabeza de Dagny. Su rostro en la pantalla parecÃa muy cansado; pero oyó el resonar del acero.
-No sé qué intenciones tienen. Ellos mismos comprenden que no puedo permitirlo. ¿No es asÃ? En ese caso, ¿por qué fuerzan las cosas? Tengo la terrible sospecha de que poseen más armas de las que conocemos, un arsenal que permitirÃa a su castillo resistirse a cualquier fuerza que yo pudiese enviar. Pueden confiar en que la Tierra no responderá con misiles si pueden amenazar con represalias. SÃ, pedirán negociaciones sobre independencia, o algo que a efectos prácticos sea igual. ¿Me equivoco al suponerlo? ¿Puede darme una razón mejor? En caso contrario, en el turno de mañana dentro de un ciclodÃa ordenaré a la policÃa ocupar esos territorios y veremos qué pasa. Les concedo ese tiempo con la débil esperanza de que usted, señora Beynac, pueda hacer que recuperen el juicio. De ninguna otra forma veo cómo evitar la lucha, de ninguna otra forma más que por medio de usted, señora.
En lugar de llamar a Brandir, volaba para encontrarse con una viuda.
... Se quedó dormida. 'Mond le habló. No podÃa entender las palabras, pero le sonreÃa.
La nave giró, redujo el momento y maniobró para descender. Dagny se despertó ante una panorámica del soporte de anclaje. El pozo que habÃa debajo era una O de oscuridad. HacÃa mucho, mucho tiempo, ella misma habÃa colaborado en el diseño: un agujero para recibir la mayor parte de los isótopos de corta duración de los impulsores, una copa por encima cuya estructura esquelética recibÃa una cantidad despreciable en comparación con la radiación natural de fondo. Los motores actuales producÃan mucha menos radiactividad en la masa de reacción. Pero tratar el problema en su momento habÃa sido todo un desafÃo, y algo muy divertido.
La nave se posó con suavidad. Un tubo se estiró por sà mismo, sobre ruedas, desde la puerta más cercana hasta la compuerta. El piloto salió de la cabina de control, que en la posición actual quedaba sobre la cabeza de Dagny.
-Aquà estamos, señora -dijo-. Tenemos órdenes de esperarla durante tres horas. Si quiere que esperemos más, por favor, llame a nuestra base y pÃdalo.
-Si no tengo que volver a toda velocidad en tres horas, probablemente no me hará falta -contestó-. Siempre puedo pedir que me lleven a casa o tomar el tren. Pero thank you, muchacho. Lo has hecho bien, y que seas guapo tampoco ha estado mal. -Ãsa era una de las ventajas de ser una vieja, podÃa comportarse con un descaro prácticamente ilimitado. Es más, la gente lo consideraba encantador y quedaban a su merced.
Un joven teniente entró por el tubo y dijo que se le habÃa enviado para escoltarla. Ella le dejó que le llevase la bolsa. El viaje en fahrweg hasta la mansión del gobernador fue corto y directo. Lo hicieron en silencio. Los otros pasajeros también estaban bastante callados; casi podÃas oler su preocupación. TodavÃa habÃa muy pocos detalles públicos, pero todos sabÃan que habÃa una crisis a punto de estallar.
En la entrada entregó la capa al hombre para que la guardase junto con la bolsa. Realmente aquélla no era forma de tratar a un oficial de la Autoridad de Paz, pero él parecÃa considerarlo un honor. Ella avanzó hasta la sala de estar que recordaba tan bien. Dos personas se levantaron de las sillas al entrar ella. El tercero ya estaba de pie, al estilo selenita.
Rita fue directamente hasta ella. Dagny abrazó a la pequeña mujer, le acarició el oscuro pelo y murmuró. Pero, en general, miraba por encima del hombro, que tenÃa apoyado sobre el pecho, a Erann.
El nieto de Brandir la miró a los ojos, sonrió ligeramente y se inclinó. Era un joven hermoso -¿qué edad tenÃa ya, dieciocho?- con un pelo rubio platino y los ojos azul plateados que estaban presentes en su rama de la familia. La alta figura llevaba una vestimenta verde y ajustada y unos zapatos rojos.
El segundo visitante era Einar Haugen. A medida que los estremecimientos de la mujer que tenÃa entre los brazos se redujeron, Dagny le habló.
-Good day. Aunque en realidad no lo es, ¿verdad?
Dejó que Rita se apartase. El vicegobernador -antiguo vicegobernador- se acercó arrastrando los pies para darle la mano. Era un hombre delgado y alto al que Wahl jamás habÃa dado nada importante que hacer.
-Es terrible, terrible-dijo en inglés-. Es usted bienvenida, madame. Ha sido muy amable por su parte al venir. Por favor, siéntese. ¿Café?-HabÃa preparada una cafetera y tazas-. ¿O alguna otra cosa? Dagny rechazó la oferta con un gesto.
-No, este muelle está ya muy tenso. -El hombre parpadeó. Dagny comprendió que aunque entendÃa la idea, no habÃa pillado el significado exacto. Era una expresión muy antigua. Y él no podrÃa tener más de cincuenta años. Volvió a mirar a Erann-. ¿Qué haces aquÃ?
-Era un invitado en esta casa-contestó el selenita.
-¿Mm? No sabÃa que Wahl todavÃa tuviese contactos contigo. -Era un asunto privado. Con amabilidad, el gobernador Wahl aceptó que yo durmiese aquÃ. Eso nos hubiese permitido reunirnos cuando tuviese una hora libre de entre sus muchas ocupaciones. Este turno de mañana consideré que era mejor quedarme para relatar lo poco que pueda para arrojar luz sobre esta desgracia. Después de hablar con la policÃa, me hubiese ido, pero el honorable Haugen me dijo que deberÃa aguardar vuestra llegada.
Y bien habÃa hecho, pensó Dagny. Erann habÃa hablado con tranquilidad, sin manifestar nada en el rostro. También era el estilo selenita, y por tanto no era sospechoso en sà mismo-¡el bisnieto de ella y 'Mond!-, pero ciertamente el viento no olÃa bien.
Se sentaron, el muchacho vigilante como un gato. Dagny miró a la mujer.
-Rita, querida -dijo-, estás herida y a punto de desmoronarte sobre cubierta. No lo niegues. Ya he visto lo mismo en muchas ocasiones. En unos minutos iré a buscar un sedante y te haré descansar durante un turno o más. Pero primero ¿podéis contarme lo que sabe cada uno? -QuerÃa oÃrlo directamente, no filtrado por otra mente.
Descubrir qué habÃa sucedido era vital para planear los próximos movimientos.
Rita se miraba fijamente las manos cruzadas sobre el regazo. Habló con voz monótona.
Juan Aguilar, el mayordomo... el asistente... Juan lo encontró en la piscina al inicio del turno de amanecer. Lo sacó, llamó a Emergencia, me despertó por el intercomunicador e hizo lo posible por darle primeros auxilios. Los médicos llegaron en unos minutos. Lo intentaron durante mucho tiempo, pero no pudieron revivirle. Mientras tanto, la llamé. Siguiendo su consejo, llamé al señor Haugen y le pedà que mantuviese el secreto durante un tiempo, lo mejor que pudiese. Luego hice que Juan despertase a Erann. La policÃa ha estado aquÃ, pero sólo durante una hora, porque parece que no ha habido... -La voz se apagó. Apenas se habÃa movido.
-Di instrucciones al jefe de policÃa y al oficial médico para que mantuviesen silencio -dijo Haugen-. He ordenado la cancelación de todos los compromisos y que el personal no venga hasta que no se le llame. No podremos mantenerlo oculto por mucho tiempo. Además del, eh, interés público, debemos notificárselo a su hijo e hija. Y... continuar con el trabajo del gobierno.
Sonaba más desesperado, o asustado, que pomposo. Un animal polÃtico bien intencionado, pensó Dagny, que aceptó el trabajo en Selene porque esperaba un ascenso y confiaba que aquello le sirviese hasta que pudiese volver a un puesto inofensivo en la Tierra. Sus ojos imploraban.
-¿Cómo saben que no ha habido ningún hecho delictivo? -preguntó.
Haugen podÃa lidiar con los aspectos prácticos de la rutina.
-No hay rastros de violencia. Poco antes de su llegada recibà el informe preliminar del forense del hospital. El caso tiene sus detalles curiosos, pero nada... Mejor seguir con esto más tarde, madame Beynac.
SÃ. Rita. Muy decente por su parte. Pero quedaban todavÃa un par de cosas que preguntar.
-¿Alguna idea del momento de la muerte?
-Hace horas. El momento exacto está por determinar porque... No tenÃamos posibilidades de revivificación. Estuvo allà demasiado tiempo, el cerebro estaba demasiado deteriorado.
Mm. Eso era interesante, considerando lo frÃa que mantenÃa Wahl la piscina.
-¿Cuándo lo vio alguien vivo por última vez? ¿Qué hacÃa? -Tuvo un dÃa terrible, como puede imaginar-respondió Rita-. Volvió a casa y cenó conmigo. No comió mucho. Terminamos como a las 20.30 y dijo que tenÃa que trabajar hasta tarde en su estudio y que no debÃa esperarle despierta. Fue la última vez, hasta que lo vi muerto en el agua. Estaba preparando un discurso, una declaración para el mundo, debido a la posibilidad... debido a la posibilidad de que se produjesen combates reales.
Nadie le escribÃa los discursos, recordó Dagny. Ãse era uno de los aspectos que le gustaban de él.
-¿Alguien lo vio más tarde?
-Aguilar dice que le vio salir de la habitación al final del turno de tarde y caminar durante un rato por el pasillo, para volver a entrar -contestó Haugen-. No era un hecho extraordinario. Siempre necesitaba actividad fÃsica cuando se sentÃa bajo presión. -Miró a Erann-. Aguilar también comenta que le vio a usted pasar por allà un poco antes. Tiene la impresión de que entró en su oficina. No le ha dicho nada de eso a la policÃa.
-No -admitió el muchacho con calma-. No era relevante y se trataba de algo privado. Se le vio, como usted dice, más tarde. Me retiré a mi habitación, y creo que el asistente se fue a dormir poco después.
Haugen asintió. DebÃa de sentirse satisfecho con la explicación, porque no habÃa informado a los agentes.
-Aguilar fue a su apartamento-le dijo a Dagny-y estuvo con su mujer hasta el turno de amanecer. Afirma que se retiraron sobre las 23.00 horas.
Rita se agitó.
-Son antiguos y fieles sirvientes -dijo-. Vinieron a la Luna con nosotros. No dude de ellos.
-No creo que nadie dude de ellos-le aseguró Haugen-. Aguilar le dijo al reloj que le despertase temprano, en caso de que el gobernador trabajase hasta el turno de amanecer y precisase de sus servicios.
Encontró el ordenador de su estudio en funcionamiento, con texto en la pantalla. No era lo habitual en Wahl. Dejaba las cosas ordenadas antes de irse a la cama. Por tanto era probable que todavÃa estuviese despierto. Aguilar lo buscó... y le encontró.
-En su caso, serÃa natural darse un baño durante el turno de noche, para eliminar parte de la tensión por medio del ejercicio -comentó Dagny-. Evidentemente lo hizo en algún momento alrededor de las 24.00, quizá una hora o dos después. Pero ¿no serÃa lo normal que se hubiese ido a la cama al estar ya medio relajado? Después de todo, iba a ser un terrible ciclodÃa. Pero, evidentemente, tenÃa la intención de salir de la piscina y volver a trabajar. Asà que estaba anormalmente nervioso, incluso teniendo en cuenta el lÃo polÃtico en el que nos encontramos. -Volvió a mirar a Erann-. ¿De qué hablasteis vosotros dos?
-Ayomera -respondió suavemente su bisnieto. Ella conocÃa la expresión selenita. No se podÃa traducir adecuadamente a ninguna lengua terrestre: era el equivalente amable a no responder.
-Tú y yo hablaremos dentro de un rato -le dijo-. Quédate por aquÃ. Usted también, gobernador, please. Rita, vamos a ocuparnos de ti. La mujer la acompañó como si fuese un robot. Dagny la llevó a su habitación, la arropó con la manta, le besó la mejilla y esperó hasta que la medicina la hiciese dormir.
Al salir, miró a derecha e izquierda. No habÃa nadie por los alrededores. Por el momento la maquinaria del gobierno estaba parada, y el personal de la casa se acurrucaba en sus habitaciones o realizaba sus tareas diarias bajo un silencio aterrado. Un guardia en la puerta y un monitor en el teléfono sellaban aquella casa contra el mundo exterior. Haugen tenÃa razón, eso no podÃa durar, ni tampoco debÃa durar. Era mejor hacer rápido lo que exigiese la discreción.
¿Qué tal examinar la escena por si acaso? No es que fuese probable que encontrase algo que se les hubiese pasado por alto a los detectives y sus equipos; pero se trataba de hacer algo mientras sus ideas se recomponÃan en medio de la pesadilla. Recorrió el pasillo a saltos.
Jaime le habÃa mostrado la piscina en una ocasión, y entre risas la invitó a darse una zambullida.
-No tengo que preocuparme por posibles monos entre mis antepasados -le respondió ella-, pero estoy bastante segura de que no tengo ninguna morsa en el árbol genealógico.
La cámara era, como recordaba, austera, y se encontraba en silencio. El agua permanecÃa serena e incolora en su total pureza.
No, un momento. ¿Dónde estaba la ligera niebla? Allà el aire era cálido, el agua a temperatura ártica... ¿Era as� Se agachó -sintió como si los huesos se le rompiesen- y metió la mano.
Tibia. ¿Qué demonios?
Localizó el termostato y fue a mirar. El ajuste indicaba 35 grados, muy cerca de la temperatura de la sangre. ¿Por qué iba Jaime a hacer tal cosa? ¿Quizá para poder saltar y nadar durante una hora, dejando que las preocupaciones se desvaneciesen? Ãse nunca habÃa sido su estilo.
El viejo escalofrÃo le recorrió la columna y llegó hasta el extremo de sus nervios.
Se sintió mareada. No, please, por favor, que no fuese cierto, no querÃa pensar eso.
Sólo habÃa una forma de demostrar el error de esa idea. Buscó de nuevo el equilibrio interior.
¡Pero mejor ser rápida! Dejó la cámara y recorrió la mansión, evitando la sala de estar, hasta encontrar a Aguilar. El hombre estaba sentado tristemente ante las facturas. La reconoció, se puso en pie de un salto, se inclinó y esperó, con las manos temblando, a que ella hablase.
-Buenos dÃas -le saludó en español-. Perdóneme la intrusión. Ha sido toda una conmoción y una tragedia, y ya le han hecho muchas preguntas, ¿no? Lamento tener que hacerle algunas más.
-Estoy a su servicio, señora. -Dagny sabÃa que lo decÃa en serio. -Encontró al señor en la piscina, lo sacó, pidió ayuda y mientras tanto intentó resucitarle. Muy buena actuación. Lo que debo saber es lo siguiente. ¿Estaba el agua frÃa como era habitual?
-Yo... no me di cuenta -contestó, asombrado. Después de un momento, durante el que el rostro arrugado se retorció, dijo-: Ahora que lo pienso... sÃ, quizá no lo estuviese, al menos no helada. FrÃa, pero no helada. No estoy seguro, señora. No prestaba atención. Y normalmente no tengo nada que hacer en la piscina. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que toqué el agua.
-Entonces, ¿supongo que si hubiese estado tan frÃa como a él le gustaba usted se hubiese dado cuenta? Después de todo, se empapó por completo.
Un movimiento tembloroso.
-SÃ, tiene usted razón, señora, me hubiese dado cuenta. Estaba frÃa, pero no... no extremadamente frÃa.
Y en ese momento estaba tibia.
-¿Piensa usted que el señor, en esta ocasión, hubiese querido nadar a una temperatura más agradable?
-Quizá. No sabrÃa decirle. No lo habÃa hecho antes. Recuerdo muy bien cómo hizo que le instalasen la piscina para él solo... -Aguilar le agarró el brazo-. Señora -dijo jadeando-, ¿podrÃa haberle matado el recibir una sorpresa asÃ?
Su mano le hacÃa daño en el débil brazo, pero Dagny no tuvo corazón para comentárselo.
-Seguro que no. Si alguien, digamos que para gastarle una broma, se metiese allà y ajustase el termostato a una temperatura más alta,
puedo imaginármelo lanzando un juramento y saliendo para despertar a todo el mundo y encontrar al culpable. ¿No?
-SÃ. -Aguilar la soltó-. SÃ, creo que eso es lo que hubiese hecho. No sufrÃa demasiado bien los insultos.
-Un macho. Estoy de acuerdo. Bien, gracias, y por favor, no relate esta conversación a nadie más. TodavÃa tenemos que descubrir la verdad.
Descubrir el horror. TemÃa y temÃa.
Seguir a toda velocidad, y mantener los radares en alerta. La pena era para luego. Regresó a la sala de estar. Haugen y Erann permanecÃan sentados en medio de un silencio tan denso que podrÃa cortarse con un láser. La cabeza del terrestre se movió inmediatamente en su dirección. El selenita se puso en pie, le dedicó el saludo de honor de su pueblo y volvió a sentarse en cuanto ella lo hizo.
-Vale, Rita ya no sufre y podemos hablar con libertad -dijo-. Gobernador, va a contarme lo que descubrieron los médicos. Haugen frunció el ceño.
-Con respeto, señora Beynac, ¿no es asunto de la policÃa? No hay pruebas de nada malo. El agua no estaba envenenada, no murió por un electrodoméstico arrojado a la piscina, nada asÃ.
-Me pregunto cuán peligrosa es la electricidad en agua quÃmicamente pura. Por sà misma ya es un mal conductor. -Dagny mantenÃa a Erann en la visión periférica, sin mirarle directamente. Ella sabÃa la forma de hacerlo. Ãl era como una estatua que respirase-. Señor -le dijo a Haugen-, soy vieja y estoy cansada. Comentó que habÃa elementos extraños en este caso. Please, no me obligue a llamar a los agentes médicos y seguir los procedimientos.
-Como desee. -Haugen suspiró. Reunió las palabras-. Primero y ante todo, el chequeo médico habitual mostraba que tenÃa una excelente salud. ¿Qué salió mal? ¿Cómo pudo ahogarse? Comprenda que esos resultados son preliminares, muchos detalles esperan los análisis de laboratorio, pero no parece que sufriese un ataque al corazón, una embolia, un espasmo arterial o cualquier otra posibilidad evidente que le hiciese perder la conciencia y ahogarse.
-¿Se ahogó? -Observa, observa y no reveles que estás observando.
-¿Qué otra cosa podrÃa ser? -preguntó Haugen sorprendido-. Los datos, el aspecto del cuerpo... Ah, los esfuerzos de Aguilar y del equipo de emergencia hacen imposible saber con precisión cuánta agua tenÃa en los pulmones, pero la sangre muestra falta de oxÃgeno.
-Le dedicó una sonrisa agresiva-. ¿No supondrá, verdad, que alguien lo asfixió y luego arrojó el cuerpo a la piscina?
Dagny fingió tomarle en serio.
-No, no. ¿Quién hubiese podido entrar aquà sin ser detectado, y menos aún asaltarle sin que el alboroto hubiese despertado hasta a un burócrata dormido? Wahl era un hombre fuerte, muy capaz de defenderse por sà solo. En todo caso, habrÃa señales de golpes. -Con gravedad-: Pero dio a entender que habÃa, mm, anomalÃas. ¿Cuáles? -Son muy vagas. El jefe del equipo médico me hizo un comentario sobre decoloración general. PodrÃa deberse a haber estado en el agua frÃa durante horas.
El rostro de Erann no se movió en ningún momento.
-¿Tiene ese doctor alguna teorÃa? -siguió diciendo Dagny. Se le aceleró el pulso.
-Doctora. -Haugen la corrigió como si el detalle importase. Bien, el pobre bastardo tenÃa que reafirmar su ego; y su estabilidad era una preocupación pública, cuando toda Selene precisaba de una persona competente al mando-. En este momento, ¿quién lo sabe? Probablemente podremos descartar el suicidio. Pero ¿algún tipo de fallo cerebral, disparos erráticos de las células nerviosas, inconsciencia súbita? -El tono de Haugen se volvió chillón-. Quizá no sabemos todo lo que las condiciones espaciales, las condiciones lunares, pueden hacerle a un ser humano.
Aunque muy discretamente, Erann sonrió. Ãl era selenita. ¡Y también era humano!
Dagny se volvió directamente hacia él. -¿Tienes alguna idea?-le preguntó. La cabeza rubia negó.
-No. No puedo más que limitarme a compartir la tristeza. Haugen perdió el control.
-¿La compartes? -dijo crispado-. Perteneces a la casa de tu abuelo Brandir. Sabes lo mucho que se alegrará al saberlo. -La Autoridad confundida y consternada, pensó Dagny; el nuevo jefe no está bien informado y carece de decisión; el resultado, parálisis, mientras los barones reforzaban sus posiciones; muy probablemente, después la Autoridad se retirarÃa, y a la Federación le quedarÃan pocas posibilidades excepto aceptar la tremenda reivindicación de los selenarcas-. Exactamente, ¿qué haces aquà ahora? ¿Qué hiciste?
Erann levantó una mano.
-Si mi señor no estuviese tan nervioso, le exigirÃa satisfacciones por esos insultos gratuitos -dijo, con toda la rigidez que permitÃa el acento selenita-. Me abstengo, y señalo que hace años que soy amigo de la familia Wahl.,
-Es cierto -le recordó Dagny a Haugen-. Cuando Leandro y Pilar vivÃan aquÃ, recibÃan a menudo a sus compañeros, y a selenitas entre ellos. -A Erann : Hasta hoy, precisamente ésa fue la última vez que te vi. Resulta que vine por asuntos de negocios mientras uno de esos grupos salÃa de aquÃ. ¿Cuánto hace de eso? ¿Tres años? ¿Qué has hecho desde entonces?
-Seguà con mis estudios y, como ha dicho el honorable Haugen, tengo el orgullo de atender al lord Brandir en Zamok Vysoki. -Dagny comprendió que eso debÃa haber quedado claro durante el interrogatorio policial. El vicegobernador no habÃa estado en la Luna en esos primeros ciclodÃas.
-¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquÃ? Antes de ayer. -Más o menos cuando vos decÃs. Mi dama, esto es cansado y no tiene sentido.
Dagny ignoró la queja.
-SÃ, eso supongo. Después de que los chicos, tus amigos, se trasladasen, no tenÃas razones para venir de visita. -¿Amigos? Recordaba que el joven Leandro despreciaba a la mayorÃa de los selenitas, desprecio que no siempre podÃa ocultar. La chica, Pilar, tenÃa otros sentimientos, pero Pilar fue enviada a la Tierra...-¿Cuál era la razón de este viaje? -He explicado que se trataba de un asunto privado. El señor Wahl asà lo deseaba, y mantengo su petición. -Erann se puso en pie para elevarse por encima de Dagny-. Mi dama, vuestra grandeza os da derecho a muchas cosas, y no digo nada más porque ya he dicho demasiado, he cumplido mis obligaciones en esta luctuosa ocasión y ahora me iré.
-TodavÃa no -dijo Dagny-. Tenemos que hablar, tú y yo. Señor Haugen, ¿podrÃa excusarnos? Mientras tanto, le estarÃa agradecida si pudiese ponerme en contacto con el selenarca Brandir. Emplee mi nombre y explÃquele que es crucial. Encriptación cuántica, por supuesto.
El terrestre se quedó boquiabierto. -Madame, yo... ¿qué es esto? Dagny soportó su mirada.
-Me preguntó si podÃa ayudar. Creo que puedo. Por favor, permÃtame hacerlo a mi modo.
-Debo señalarle que no tiene ninguna posición oficial.
-Tengo un currÃculo endiabladamente largo, señor. Haugen bajó la mirada.
-Bien, veré qué puedo hacer-murmuró.
-Thank you. -Dagny se puso en pie-. Ven conmigo, Erann. El joven se puso tenso.
-No. Parto.
Dagny mantuvo un tono ligero.
-Hay un guardia en la puerta. No deja pasar a nadie sin el beneplácito del señor Haugen. ¿Por qué vas a negarle a una vieja dama unos minutos de charla? Ven conmigo, cariño.
Ella salió. Después de unos segundos, Erann la siguió. La mirada del terrestre los acompañó hasta que desaparecieron.
Dagny guió la procesión silenciosa hasta la oficina personal de Wahl. EstarÃa asegurada contra espÃas. Cuando estuvieron dentro y después de cerrar la puerta, miró a su alrededor. El silencio estaba lleno de él, de sus imágenes, recuerdos, arcos y trofeos, el icono plateado de Cristo crucificado. Sus palabras todavÃa se encontraban en la pantalla del ordenador:
-... no puedo ni consentiré tal cosa. Es algo más que un motÃn, que una rebelión, es traición contra la humanidad. Que nos veamos abocados a la violencia unos contra los otros, cuando en el exterior de nuestros frágiles refugios se encuentra el espacio inhumano...
-Siéntate, please-dijo Dagny.
-Ya he pasado demasiado tiempo sentado -contestó Erann. -Me duele el cuello cuando lo levanto. Siéntate.
Obedeció, situándose en la silla de Wahl y girándola para mirarla con el ceño fruncido. Ella permaneció de pie frente a él, con los brazos cruzados. Oh, Dios, tenÃa la sangre de 'Mond y la suya propia, ¡y se parecÃa tanto a Brandir a la misma edad! De alguna forma, consiguió que su voz fuese frÃa.
-Vale. ¿Qué era ese asunto entre Wahl y tú?
Bajo la piel de alabastro, una vena del cuello palpitó.
Juré secreto. Pero ya os he dicho que no tenÃa importancia para nadie más.
-Si me lo dices, probablemente no tendremos que ir más allá. Soy buena manteniendo la boca cerrada. Pero si no cooperas ahora, todo el maldito Sistema Solar acabará con toda probabilidad descubriéndolo.
Hay forma de reunir pistas y deducir a partir de ellas. Mientras tanto, estarás metido en un pozo de mierda, ¿y qué valdrá entonces tu dignidad?, y tu señor y su causa metidos en uno aún mayor. Habla, hijo.
Los labios se mantenÃan cerrados. Dagny suspiró.
-Después de todo, puedo suponerlo muy bien. No puedes ser un emisario especial, por lo que debÃa de afectar personalmente a Wahl, y lo suficiente como para que sacase tiempo en medio de esta situación de vida o muerte.
»La joven Pilar. Te tenÃa cariño. Se le notaba a un año luz de distancia la última vez que os vi en la misma habitación. Dudo de que tú compartieses los mismos sentimientos. No sólo por la raza; unos pocos años de diferencia de edad son muy importantes cuando se es joven. Pero te harÃa gracia, y tendrÃas la sensación de ganar algo, tirando de ella. Tampoco supongo que sucediese nada desafortunado, pero eso bien puede ser porque su padre la apartó a tiempo.
Rara vez se veÃa enrojecer a un selenita.
-Ãsa... es... una... conclusión extremadamente atrevida..., mi dama.
-Oh, tengo algo más que impresiones. Recuerda que conocÃa a los padres razonablemente bien. Cuando me contaron que la mandaban al colegio en la Tierra, naturalmente les pregunté la razón. Jaime fue muy evasivo, lo que no era habitual en él. Más tarde, Rita se me confió un poco. El resto era evidente. No le presté demasiada atención, limitándome a lamentarlo por ellos y por la chica, y confiando en que olvidase y fuese feliz. Pero ahora...
»Evidentemente, Pilar te escribirÃa, una y otra vez, y te llamarÃa para hablar cuando se le presentase la oportunidad. Te fue fácil mantenerla enganchada sin tener que comprometerte a nada. Fácil, divertido como ya he dicho, y cruel. -Dagny agitó la cabeza-. DesearÃa poder tener mejor concepto de ti.
Erann agarró los brazos de la silla. -¿Os atrevéis a creer tal cosa de m�
-¿Lo niegas? Déjame recordarte que si la policÃa encuentra alguna razón para realizar el esfuerzo, pueden descubrir esas cosas. Bases de datos de registros que indiquen desde dónde, a dónde y cuándo se realizaron las llamadas interplanetarias. Pero en mi caso, empezarÃa con la chica. Su padre ha muerto, Erann. Es una buena niña. No es que vaya a sospechar de ti, no de inmediato, pero estará muy dispuesta a contestar preguntas.
Ãl volvió a hundirse en el asiento.
-Por mà no hubiese seguido -murmuró-, pero se me dijo que algún dÃa la amistad podrÃa resultar valiosa.
-Quieres decir explotable -dijo Dagny con gravedad-. ¿Idea de tu abuelo? No es que piense que tuviese nada definitivo en mente. Era simplemente una posibilidad a mantener en reserva. Hasta que de pronto... -Señaló al corazón de Erann. Le fustigó con la voz-. ¿Quién tuvo la idea de asesinar a Jaime Wahl? ¿Ãl, tú o los dos?
Erann empezó a ponerse en pie. Quizá comprendió que destrozar a la mujer le destruirÃa a él y a los suyos, porque volvió a sentarse. -No habláis en sueños -susurró-. Sabéis lo que decÃs. Pero ¿por qué lo hacéis, mi dama? ¿Por qué?
Dagny volvió a suspirar. SentÃa la pena dura en su garganta. -Estoy segura de que consideras que tu acto ha sido patriótico... si posees algún concepto de lo que la Tierra llama patriotismo. ¿Es asÃ? Supongo que no importa. Eres joven, idealista a tu modo, nacido y criado en un mundo duro en el que a veces, por desgracia, la vida vale poco.
»Es fácil reconstruir el plan. Le enviaste a Wahl un mensaje confidencial pidiéndole audiencia en su casa, no irÃa a otro sitio durante la crisis a menos que el deber le obligase, para hablarle sobre su hija. Admitiste haber mantenido contacto con ella. ¿Hiciste que ella también le enviase un mensaje? Prefiero pensar que no fue asÃ. En todo caso, no hubiese sido necesario. Ãl es su padre, la ama, te recibió, con la esperanza de quitarte de la cabeza la idea de matrimonio o cualquier otra cosa con que le amenazaste. SabÃas que tenÃa la costumbre de nadar a solas; toda Selene lo sabe. SabÃas que las palabras adecuadas, calculadas para enfurecerle y frustrarle, le harÃan ir directamente a la piscina, para deshacerse de la furia lo suficiente para continuar con su trabajo. -¿Y eso qué importa? -exigió saber Erann.
-Sólo esto. Entraste furtivamente en la estancia y ajustaste el termostato del agua a una temperatura muy baja, bien por debajo de cero. Después, claro está, volviste y lo ajustaste a una temperatura más alta, porque era preciso derretir el hielo lo antes posible. Una vez que se hubo derretido, si hubieses tenido la oportunidad, lo hubieses ajustado a la temperatura habitual, pero no fue asÃ, y dudo que pensases que tuviera importancia. Una piscina tibia parecerÃa algo extraño, pero aun asà la muerte seguirÃa pareciendo... accidental, o natural, aunque médicamente curiosa. En la confusión general, y con los selenarcas desatando el infierno que hayan planeado, nadie prestarÃa demasiada atención a los detalles extraños. Para cuando alguien comprendiese la verdad, si eso llegaba a suceder, ya estarÃas muy lejos. Y nosotros tendrÃamos entre manos un problema mucho mayor.
Erann no mostraba ninguna expresión. Dagny sonrió con un lado de la boca.
-¿Quieres que te lo explique con detalle? Vale. Superenfriamiento. Sino se la mueve, el agua pura puede enfriarse bien por debajo del punto de congelación y permanecer en estado lÃquido. Entonces, si metes cualquier cosa dentro, se solidifica en un instante. Wahl saltó y de pronto se encontró atrapado en hielo. No podÃa moverse, no podÃa respirar. La conciencia hubiese durado un minuto o dos. Es una mala muerte. MerecÃa algo mejor.
Erann se puso en pie y se alzó por encima de su cabeza.
-Selene merecÃa algo mejor que él-dijo con el orgullo de un tigre. Dagny no permitió que su altura la dominase. En cualquier caso, no querÃa mirarle a la cara.
-Supón que el plan hubiese fallado-siguió diciendo-. Era fácil que la cristalización se produjese prematuramente.
-En ese caso, si se me hubiese acusado, habrÃa dicho que era una chanza, con la simple intención de vengar la humillación. Si dudasen de mÃ, no podrÃan juzgarme antes de que terminase la lucha por la libertad. Zamok Vysoki no estarÃa en peor posición que antes.
-Ya nadie creerÃa semejante excusa.
Erann agitó la cabeza. La luz se desplazó por los mechones plateados.
-No, está claro que no, cuando él está muerto y vos habéis descubierto el modo. La investigación probablemente podrÃa encontrar mi rastro en la habitación. Negarlo sólo podrÃa degradarme, y no lo haré.
Se elevó sobre el suelo y permaneció en la pared, como para permitir que ella lo viese con mayor facilidad.
-Además -dijo-, ahora sois vos la que estáis en total control. No os retrasaré ni os obstruiré. Es posible que encontréis una salida para todos nosotros.
La imagen del muchacho se nubló. Dagny se frotó los ojos. No iba a llorar. Maldición, todavÃa tenÃa trabajo que hacer. Pero él tenÃa honor, lo que desde su perspectiva era honor, y habiendo hecho lo que podÃa hacer, estaba dispuesto a sufrir las consecuencias.
Sintió emoción. HabÃa dicho que si el plan fallaba su causa no estarÃa peor. No podÃa perder tiempo en seguir interrogándole, ni para preguntarse si se le habÃa escapado o lo habÃa dicho a propósito, como una señal y una petición de ayuda. Pero encajaba con el resto de lo que habÃa descubierto.
-Quédate aquà hasta que tengas noticias mÃas -le ordenó-. Busca en tu interior y piensa. Comprende que eres el primer Beynac que comete asesinato. Luego haz las paces con tu espÃritu, si puedes.
Lo dejó allà y recorrió con rapidez los pasillos. Le dolÃa la rodilla izquierda y el hombro derecho, se le aceleró el pulso y buscó aire. Mais vas-tu ma vieille. «Cuando el viaje haya terminado -pensó-, habrá tiempo suficiente para dormir.»
Haugen la esperaba.
-Tengo al selenarca Brandir a la espera -anunció como si fuese un logro.
Dagny controló la respiración.
-Supuse que no se alejarÃa demasiado de un teléfono seguro -dijo con voz seca-. Vale, tengo que hablar con él en privado. Y quiero decir en privado. La sala de comunicaciones, ¿no? Mientras tanto, mire a ver si puede conseguirme a Anson Guthrie de Fireball en una lÃnea similar y pÃdale que también espere por mÃ.
No se detuvo para comprobar cómo se tomaba el gobernador general de Selene que una vieja le diese órdenes, se limitó a seguir su camino.
Sin personal, la sala de comunicaciones parecÃa doblemente grande y vacÃa. Las pantallas estaban dispuestas en filas. El aire salÃa silbando de las rejillas, un papel caÃdo se movÃa en el suelo como si fuese una hoja muerta. Uno de los holocilindros estaba encendido. Dagny se sentó frente a él y pulsó la tecla de Atención.
Aparecieron la cabeza y los hombros de Brandir. Detrás de él, la imagen mostraba un fragmento de un mural de pared. Era una forma de arte medio naturalista, para ella completamente enigmática. El rostro de su hijo era delgado, anguloso, vaciado y tallado por el tiempo. No sentÃa que fuese del todo real que en su momento aquellos labios hubiesen bebido de sus pechos mientras ella canturreaba una canción sin sentido meciendo la pequeña forma.
Pero...
-Dama madre. -Fue el saludo formal-. ¿En qué puedo servir tus deseos?
Dagny puso voz helada. -Lo sabes muy bien.
-No. Con deferencia, dama madre, te ruego que no me supliques. Recuerda que he rechazado llamadas de ese Consejo tuyo. Las decisiones ya no dependen de las palabras.
-Pero aceptaste esta llamada porque venÃa de la mansión del gobernador, y me estás escuchando porque es evidente que estoy aquà y es mejor para ti descubrir por qué. Vale, escucha.
Con unas pocas frases cortas, Dagny le describió las últimas horas. El rostro de Brandir permaneció impasible. Dagny recordó un águila que habÃa visto una vez en el zoo cuando era niña. Asà eran los ojos que la miraban.
-No voy a juzgar a nadie -terminó-. Asesinaste a un hombre honrado con el que, en ocasiones, cooperaba y con el que, en ocasiones, me peleaba pero al que respetaba; y lo hiciste aprovechándote de un muchacho que nunca podrá limpiar la corrupción de su alma; pero no tenemos tiempo para trivialidades como ésas, ¿no? Lo que no podemos discutir es tu desesperación.
Brandir sonrió.
-Al contrario, dama madre, Selene está a punto de obtener lo que pertenece a Selene por derecho.
-No me tires cubos de mierda. -Vió que a él no le impresionaba en absoluto oÃr eso de sus labios-. Si tú y tu pandilla confiaseis realmente, no hubieseis querido cambiar ningún factor de la ecuación. Eres un hijo de puta inteligente, si yo puedo decirlo, y tienes mucha experiencia en la dolorosa historia que has ayudado a crear. Sabes con qué facilidad los asuntos humanos degeneran en el caos. Este asesinato fue la operación más desesperada y precaria que he visto en mi vida. Tiene que haberse realizado con la excusa de «¿qué tenemos que perder?».
»Wahl reaccionó con mayor rapidez y firmeza de lo que habÃas previsto. Estaba a punto de atacarte con todo lo que tenÃa, si no claudicabas, y sabÃas que tenÃas muy pocas posibilidades. Asà que lo mejor era intentar matarle de una forma que no pareciese asesinato. Haugen no es impresionante, se limitarÃa a vacilar o a contemporizar mientras los preparativos militares de Wahl se desmoronaban y tu facción tenÃa tiempo para reforzarse como pretendÃas. Luego, si se produjese la batalla, estarÃas bien armado y tendrÃas esperanzas de que la Federación se retirarÃa.
-Me apena que tú, entre toda la gente, te desmarques de la causa de la liberación-dijo Brandir con calma.
-Hijo mÃo, hijo mÃo, no me insultes con eslóganes. -No me apuñales en el corazón-. Sabes que he trabajado por lo que creo que la Luna merece. Hoy eso no es asunto mÃo. Con franqueza, en este caso creo que «liberación» es un eslogan para el agrandamiento de una camarilla de selenarcas. Pero eso no importa, no importa si la SelenarquÃa es realmente lo que Selene necesita. Lo que deseo es evitar que muera gente.
-Nunca fue nuestra intención.
-Quizá no, pero te estás acercando demasiado, y ya has enviado a un hombre a las cenizas. -Dagny suspiró-. Brandir, me estoy cansando. No me queda ni más tiempo ni paciencia para malgastar. Escucha mi propuesta.
»Tú y tus camaradas realizaréis una oferta real de negociación de cara a un acuerdo pacÃfico. Supongo que deberá incluir el desmantelamiento de las catapultas, a menos que los equipos del gobierno las operen para vosotros, y quizá entregar diversas armas pesadas; pero seguro que podréis conseguir concesiones a cambio. Quid pro quo, mañana será otro dÃa y demás. Lo importante es alcanzar la paz. Si lo hacéis, podemos dejar que la muerte de Jaime Wahl pase por natural, enviaremos al joven Erann a casa y, no tan de paso, te dejaremos en libertad para maquinar tu próxima conspiración.
-¿Y en caso contrario, dama?
-En realidad, no hay caso contrario, si no tiene sentimientos suicidas. Después de que tú y yo acabemos aquÃ, voy a hablar con Anson Guthrie. SÃ, Fireball no se mete en polÃtica, pero también es cierto que tampoco aprueba el asesinato, y Fireball puede perder tanto como cualquiera si estalla una guerra civil. Nosotros dos deberÃamos ser suficientes para reforzar a Haugen. Con sólo uno o dos dÃas de retraso, repetirá el ultimátum de Wahl. Si sigues negándote, haremos pública la causa de la muerte de Wahl. ImagÃnate la reacción en la Tierra. ImagÃnatela bien.
Se sintió mareada, unos velos negros le tapaban la visión. Llevaba demasiado tiempo hablando y con demasiada rapidez. Se dejó caer en la silla y tomó aliento.
Después de un minuto, Brandir rió en voz baja.
-Es mi mayor orgullo que mi dama madre seas tú -dijo-. Ven, llegaremos a un acuerdo.
No, ella no iba a condenarle. Era lo que era, por siempre su hijo, sus hijos y los hijos de sus hijos también suyos por siempre; que el futuro a mil años de distancia los juzgase a todos.
Evidentemente, no podÃan resolver la cuestión allà mismo. Se limitaron a discutir, de forma preliminar lo que él dirÃa a sus confederados y cómo ella podrÃa ayudar a controlar el gobierno. Pero al final, en una pequeña visión de su yo interior, él le dijo:
-Conserva la vida, te lo ruego. En caso contrario, nos irá mal.
Guthrie hizo un comentario similar en la conferencia que tuvieron a continuación. Finalmente, Haugen se extendió con entusiasmo sobre el tema. Pero eso fue después de que se hubiese resuelto la crisis, la última crisis por el momento. Para entonces, en general, los ciudadanos lunares, por mucho o poco que supiesen sobre esos acontecimientos, daban por supuesto que Dagny Beynac era su fuente de sabidurÃa y liderazgo.
33
La Estación Winnipeg era una turbulencia de colores y risas. Kenmuir juzgó que la multitud estaba formada por más de un centenar de personas: hombres y mujeres, púberes y adolescentes, llegados de las praderas y quizá de más lejos. Fragmentos de las exuberantes conversaciones le indicaron que se dirigÃan a un campamento en las Rocosas, para pasar un tiempo haciendo montañismo y navegar en kayak; fuegos, canciones y amor bajo las estrellas. Muchas túnicas llevaban el emblema de un pico nevado y un pino con el rótulo Highland Club. Se preguntó en cuántas ocasiones se encontrarÃan todos juntos. Probablemente la mayor parte de las reuniones se realizaban en la red, con las experiencias compartidas por el vivÃfero y la quivira. Además de las exigencias del colegio, y para algunos, el trabajo, debÃan esperar su turno de reserva. La población no se habÃa reducido lo suficiente ni los parques naturales se habÃan recuperado tanto como para permitir que cualquiera fuese a su antojo. Al menos, no por el momento.
HabÃa leÃdo previsiones de que ese dÃa llegarÃa en Norteamérica en unos cien años. En otros lugares podrÃa ser más tiempo, excepto por aquellas regiones que ya estaban completamente recuperadas.
Bien, serÃa mejor desearle a los jóvenes unas felices vacaciones y controlarla envidia. Para ellos, el mundo era un lugar feliz. Permaneció de pie junto a Aleka, intentando pasar todo lo desapercibido que fuese posible, y les vio embarcar. A su alrededor, el edificio se elevaba en grandes arcos opalescentes. Más cerca, habÃa un tubo como una pared, invisible excepto por los elementos de soporte de una bobina electromagnética. Un vehÃculo flotaba en el vacÃo, el aspecto de mazacote aliviado por los tonos vivos y las amplias ventanas.
Los pasajeros se acercaron alegres y felices al tubo de entrada y lo atravesaron. A bordo, se apiñaron buscando asientos y compañeros, guardando objetos personales y diciendo adiós a amigos y familiares que habÃan ido a despedirles.
En el lado opuesto de la estación, un vagón más pequeño se detuvo, conectó con el tubo de desembarco y descargó unas personas. Otros pocos entraron. En ese momento no habÃa mucho tráfico en dirección al este.
Sam Packer regresó del punto de venta de billetes.
-Aquà está -dijo. Kenmuir y Aleka recogieron las tarjetas-. Vais en el mini 7, estimado para, mm, dentro de veinte minutos a partir de ahora.
Demasiado tiempo, se quejó Kenmuir para sÃ. En cualquier momento... No. Rechazó sus temores. Después de todo, él y Aleka habÃan elegido un transporte privado, en el que pudiesen hablar con libertad, aunque habÃa asientos disponibles en coches mayores que salÃan antes. Si los cazadores no los habÃan detectado allÃ, era poco probable que sucediese más allá. Además, viajar a la vista de todos podrÃa ser más peligroso.
-Thanks a lot-dijo Aleka-. Es una frase muy pobre. Kenmuir sintió alarma. Ella no deberÃa hablar asÃ. HacÃa que pareciese un asunto importante.
Packer sonrió, un destello blanco sobre la piel oscura.
-El placer es mÃo, miss. -La mirada era francamente apreciativa. Ella se la devolvió con un interés que Kenmuir se dijo que no debÃa molestarle.
La mirada de Packer se dirigió a él. El hombre se puso serio. -Hermandad -añadió, en una voz casi demasiado baja para oÃrle entre el ruido.
Lleno, el vagón se soltó del tubo de pasajeros y se adelantó. Su gemelo vino a continuación, se detuvo y aceptó al resto del grupo.
Un impulso se apoderó de Kenmuir. -Te has portado más allá del deber, Sam. -No. Somos Fireball, ¿no?
Las palabras eran nostálgicas. El padre de Packer sólo era un agente de relaciones públicas del Servicio Espacial, y su hijo sólo habÃa encontrado carrera como músico en vivo; media carrera por lo infrecuente de las actuaciones, pero añadiendo sus ganancias a su crédito podÃa vivir bastante bien. Pero los Packer habÃan pertenecido a Fireball desde los dÃas de Enterprises.
HabÃa sido una suerte poder disponer de él y de su lealtad. O realmente no. HabÃa sido casualidad que el primer aerobús que salÃa de St. Louis fuese a Twincity, a poca distancia por tierra de Winnipeg. Sin embargo, la gente de Fireball estaba dispersa por todo el planeta, y Kenmuir conocÃa a varios de ellos lo suficientemente bien como para creer que le acogerÃan con su acompañante y le ayudarÃan sin hacer preguntas. PodrÃa haber probado en otro sitio, con la esperanza de que no les capturasen por el camino.
Packer se encogió de hombros.
-Y qué demonios, disfruté de vuestra visita -añadió-. Los billetes no son nada. Pagadme cuando os sea conveniente, o invitadme a cenar la próxima vez que nos veamos.
HabÃa rechazado la compensación inmediata en efectivo con un comentario perspicaz.
-Tengo la impresión de que vais un poco justos de pasta.
Lo que importaba era que el débito fuese a su cuenta, para no dejar rastros de Kenmuir y Aleka que el sistema pudiese detectar. En las dos fases anteriores del viaje, la máquina habÃa aceptado billetes, pero Venator podrÃa ordenar que le informasen de cualquier transacción fuera de lo común.
Si eso le conducÃa hasta allÃ, y decidÃa realizar una investigación intensiva, podrÃa apuntar a Packer.
-Algún dÃa, Sam, si las cosas salen como deberÃan, te lo explicaré todo-masculló Kenmuir.
-Cuando sea asÃ, estaré interesado -contestó Packer. Era inteligente, sabÃa que algo iba muy mal, y eso era lo que contaba.
-Quizá sea mejor que diga goodbye-propuso-. He estado pensando en tomarme unas vacaciones. Yo sólo a donde me lleve el camino. Kenmuir le dio la mano.
-Ãrbita libre. -Packer apretó con fuerza. Le salÃan lágrimas de los ojos. Los hombres se soltaron. Aleka arrojó los brazos a su alrededor y le dio un beso.
Ãl respondió de todo corazón y partió con una sonrisa. -Maravilloso kanaka-dijo.
-Fireball es asÃ-respondió Kenmuir.
Ella inclinó la cabeza y le miró durante un segundo. -Entonces comprendes el Lahui Kuikawa. ¿No es asÃ? Sólo podÃa asentir.
El segundo vagón se alejó. Otro transporte llegó y se detuvo. Como estaba vacÃo, debÃa de haber sido separado de un cilindro local para acomodar a todo el pasaje. Aleka y Kenmuir podrÃan haber estado entre ellos.
Llegó un mini y recibió a un hombre, una mujer y un niño, sin duda una familia que deseaba viajar a solas.
Tres minis más dejaron bajar a sus pasajeros. La mano de Aleka se metió en la de Kenmuir.
Llegó otro. «Número 7» apareció a un lado y sonó melodiosamente en un altavoz. Aleka empezó a correr, se detuvo y caminó paso a paso junto a Kenmuir. Frente a ellos, el tubo de pasajero se conectó a la compuerta del transporte. Se abrieron las válvulas a ambos extremos. Pasaron las tarjetas por el control de la puerta y entraron. Se cerraron las válvulas. El tubo de pasajero se retiró. El mini aceleró, con suavidad pero ganando velocidad a cada momento. En las ventanas, la estación desapareció. Unos hermosos edificios antiguos pasaron rápido, y luego todo fue praderas.
Aleka dejó escapar el aliento de un golpe. -¡Libres!
-Por ahora-dijo Kenmuir. Ella rió.
-No seas tan aguafiestas. ¿A qué distancia estamos del noroeste del PacÃfico? ¿Diez horas? Si no han descubierto a dónde hemos ido no van a estar esperándonos al final. Y desde allÃ, el trayecto por acuaplano a Victoria es muy corto, ¿no?
Kenmuir no sabÃa en qué medida la alegrÃa era real, pero le hacÃa sentirse de mejor humor. Nunca habÃa tenido ocasión de usar un vehÃculo de transferencia como aquél. Con su hábito metódico, lo analizó. La cabina tenÃa unos tres metros cuadrados. HabÃa dos bancos opuestos, bien acolchados, que podÃan transformarse en camas, y una mesa plegable que podÃa colocarse en medio. Al extremo se hallaba un eidófono y una cabina de entretenimiento. Al fondo, un cubÃcalo sanitario y una unidad de aire que era una versión en miniatura de la de una nave espacial.
El silencio también era como en el espacio, porque el vagón volaba sobre campos de fuerzas a través del vacÃo. El tubo era apenas visible; un poco de polvo habÃa, inevitablemente, empañando su claridad. AparecÃan anillos de conducción cada pocos centenares de metros, y de vez en cuando una bomba de aire. Por delante y detrás se veÃan los cables de energÃa como delgados centelleos que saltaban entre los pilares que, a intervalos, sostenÃan el tubo a seis metros del suelo. A cierta distancia a la izquierda, el tubo al este corrÃa en paralelo. Mientras miraba, pasó volando un transporte.
De vez en cuando veÃa alguna ciudad -para ser más exactos, villa- o una casa aislada. Por lo demás, la pradera se extendÃa como un mar, con la hierba agitándose en olas verdidoradas bajo un viento en el que cabalgaban halcones y gansos salvajes. DebÃa de hacer calor; la luz caÃa en catarata de un cielo desprovisto de nubes. Oscureció las ventanas y miró hacia las profundidades arbóreas del Nuevo Bosque de Dakota.
Aleka guardó el equipaje que Packer les habÃa conseguido, lleno de ropas y elementos de aseos. Sacó el almuerzo y los termos de café y limonada que habÃa preparado en la cocina de Sam. Después del desayuno que habÃan tomado no volverÃan a tener hambre en horas, pero ver aquellos objetos descansando tranquilamente sobre un estante hacÃa el vagón más acogedor.
-DeberÃa haberte ayudado -se disculpó Kenmuir con incomodidad.
-Ya lo harás, friend, ya lo harás. -Aleka giró el grifo del sistema sanitario hacia arriba, bebió y volvió para arrojarse en el asiento-. Voy a hacerte hablar hasta que mueras.
Ãl se sentó frente a ella. Incluso bajo condiciones de luz reducidas, la piel y el pelo de Aleka resplandecÃan. Las sombras fluÃan entre sus curvas.
-¿A qué te refieres? Has visto todo lo que he hecho.
-¿SÃ? Lo dudo, porque no sé cómo ver. Si vieses apresuradamente el plano y un manual de entrenamiento de nuestro yate de comunidad en Niihau, ¿cuánto retendrÃas? Sin tener en cuenta los nombres de ve las y lÃneas, ¿podrÃas dibujarme un croquis? Well, yo no soy una astronauta. Dime qué descubriste en Prajnaloka y qué significa. Kenmuir frunció el ceño.
-Me temo que mucho menos de lo que esperaba. Es culpa mÃa. DeberÃa haber comprendido que los datos básicos estarÃan al final del texto y haber saltado directamente. Lo lamento.
-¡El diente de Pele! ¿Cuándo vas a dejar de echarte la culpa de todo? TenÃamos, ¿cuántos, tres minutos como máximo?, antes de que viniesen a fisgar. No estoy segura de comprender a qué bestia le hemos agarrado el rabo. Ãse es tu trabajo, Kenmuir. Empieza a hablar.
La impaciencia de Aleka le animó. Sin embargo, meditó antes de hablar, y convirtió el uso académico en una defensa.
-Sin duda viste que una expedición selenita clandestina viajó a un cuerpo singular mucho más allá de Neptuno que un programa astronómico igualmente secreto habÃa localizado en la época de Dagny Beynac. -Ella asintió-. Un asteroide gigante, en su mayor parte formado de hierro, y por tanto con una gravedad superficial comparable a la de Selene. También hay otros metales en abundancia, y ha acumulado grandes reservas de materiales cometarios: hielos, hidratos, materiales orgánicos, preservados virtualmente intactos.
-SÃ, entendà hasta ahÃ, y me pregunté cuál era el problema. ¿Un tesoro? Tenemos mucho material mucho más cerca de casa, ¿no? Es más, con el reciclaje y la reducción de la demanda, ¿no se supone que las industrias extractivas van a decaer durante el próximo siglo? -Los gruesos labios se curvaron en una sonrisa triste-. Estoy confusa, y el resto de lo que apareció en la pantalla tampoco tenÃa demasiado sentido. Algo sobre, eh, Rinndalir y Niolente enviando más expediciones.
-Correcto. A mà también me sorprendió que lo hiciesen, y salté en el texto a esa parte. Allà me detuve, cosa que no debÃa haber hecho, y estaba concentrado en ella cuando sonó la alarma.
-¿Y?
-Enviaban robots, con algunas personas de confianza, con la idea de preparar el terreno para una colonia.
Aleka se puso un dedo sobre la barbilla. Para Kenmuir, el gesto fue encantador.
-Es extraño. Por lo que recuerdo... estudié ese perÃodo de arriba abajo cuando era joven. -¡Como si fuese tan mayor!-. Me resultaba extremadamente romántico: Fireball provocando la caÃda del último poder totalitario a costa de su propio poder, Guthrie y Rinndalir guiando a su gente a Centauri... -Kenmuir notó cómo la visión se encendÃa en el interior de Aleka.
¿A cuántos en la Tierra les seguÃa importando? Esos pocos, los que todavÃa sentÃan la llamada de las estrellas, se conformarÃan con establecerse en el Hábitat, porque durante sus vidas no habrÃa otra cosa. Incluso Aleka, pensó Kenmuir, calificaba de romántica la historia de Deméter: un mito, no, un cuento de hadas. El mito de Aleka, el ideal por y para el que vivÃa, estaba formado por mares profundos, una isla solitaria y amistad con nohumanos. No lo inhumano como serÃan para él; lo nohumano.
La pasión de la mujer se desvaneció.
-¿Se implicarÃa Rinndalir en un proyecto asÃ? -le preguntó-. Recuerdo que dijo en más de una ocasión, como cuando reclutaba para la migración, que la Nube de Oort estaba demasiado cerca de la Tierra. Nada menos que un abismo interestelar podrÃa dar espacio suficiente para permanecer libres, para evitar que al final fuesen tragados por la Federación. -Se encogió de hombros-. Ãsa era su idea de la libertad, no la mÃa. -Un suspiro-. Pero maldición, me hubiese gustado conocerle.
Kenmuir se sintió molesto, comprendió que estaba celoso de un fantasma y volvió a sentarse burlándose de sà mismo.
-Sospecho que eso era camuflaje para Niolente-dijo-. Para él, la aventura era irresistible, pero, naturalmente, querÃa que tuviese éxito, en el Sistema Solar.
-Tener éxito... ¿cómo? Es decir, ¿por qué guardar el secreto? La Luna era un estado soberano... con soberanÃa total, fuera de la Federación. ¿Por qué no limitarse a anunciar abiertamente el descubrimiento del asteroide, reclamarlo y empezar los asentamientos? -Aleka hizo una pausa-. Eso, si alguien quisiese ir. -Se estremeció-. Una noche eterna, tan lejos del sol.
-Ya lo he pensado. -Kenmuir no le dijo cuántas horas habÃa pasado despierto pensando-. Al principio, supongo que la idea general era mantener el asteroide, Proserpina, como posesión de la casa, su filo, por lo que pudiesen ganar. En aquella era, la demanda de minerales y hielos crecÃa. Con el tiempo podrÃa ser que una fuente distante y rica diese beneficios. Eso no llegó a suceder.
»Después de que Fireball empezase a morir, la posición de la SelenarquÃa se volvió desesperada. Niolente dirigió una serie de brillantes acciones dilatorias. Pero incluso ella debÃa de saber que sólo estaba ganando tiempo.
»¿Tiempo para qué? Supongo que debÃa de tener varias posibilidades en mente. Pero una de ellas era Proserpina. Prepararla, armarla, luego revelar su existencia y plantar una colonia que se declarase una nueva selenarquÃa independiente. Incluso soñando que a la larga podrÃa forzar una segunda... liberación... de la Luna.
-Un sueño, eso seguro. -Aleka hizo una mueca-. Y tampoco muy hermoso. En todo caso, para mÃ. Está bien que nos hayamos librado de los selenarcas. Sus descendientes ya son un incordio suficiente. -No eres selenita-contestó Kenmuir.
Aleka lo miró durante un rato. Ãl creyó apreciar compasión. -Dejando de lado los juicios de valor -dijo ella después de un momento-, ¿cómo esperaba que unos cuantos individuos en una roca sin vida, inmersos en la oscuridad, podrÃan aguantar frente a la Federación? ¿Con misiles? La Tierra podrÃa enviar cabezas nucleares que convertirÃan todo el asteroide en gravilla, si la Tierra tuviese que hacerlo.
-Si la Tierra tuviese que hacerlo -repitió Kenmuir-. ¿Por qué iba a hacerlo? El propósito de instalar armas serÃa forzar medidas extremas, una atrocidad, si la Federación insistÃa en negar el derecho de algunos selenitas a vivir en paz en un lugar remoto y de acuerdo con sus costumbres. Lo que no harÃa, a ese precio. El totalitarismo, toda la idea del control social habÃa sido recientemente desacreditado.
Aleka miró el amplio y pacÃfico paisaje. -Una reacción extrema a los avantistas.
-Sin duda. Desde entonces, el cibercosmos ha evolucionado, y, sÃ, en general ha sido beneficioso para nosotros. Pero igualmente, tú te rebelas contra él.
-En realidad, no. -Kenmuir notó su angustia-. Mi gente está atrapada en un dilema. No es bueno contra malo, es un conflicto de derechos. La única forma que veo de escapar de la trampa es conseguir la cesión de Lilisaire. Quizá deberÃa agradecer esta situación que me ha dado la oportunidad de ganarla. Pero ¿a qué viene este terrible embrollo en el que nos ha metido y del que nada sabemos? Me digo una y otra vez que es un malentendido, quizá un poco de burocracia excesivamente celosa, y que pronto se arreglará. Si realmente pensase que somos una amenaza para la sociedad, agarrarÃa el teléfono y llamarÃa a la policÃa ahora mismo para que viniese a buscarnos en este instante. -Se tensó en el asiento-. ¿No harÃas tú lo mismo?
-Yo... supongo que sÃ-titubeó.
Continuó apresuradamente, antes de que ella le preguntara a él, o él a sà mismo, qué le impulsaba.
-Estaba describiendo el contexto de aquella época. Pienso que Niolente creÃa que si el gobierno de la Federación conocÃa prematuramente la existencia de Proserpina, ocuparÃa el cuerpo con algún pretexto y prohibirÃa la emigración. TenÃa la intención de presentarlo como un hecho consumado, un mundo lo suficientemente desarrollado como para que su reclamación tuviese fuerza y no se pudiese disputar.
»Pero la ruta de una de sus naves podrÃa ser detectada durante el viaje y seguida. Contra esa contingencia, al principio de todo, adoptó otra precaución. No serÃa tan efectiva como la fortificación, pero podrÃa hacerse con rapidez y le ofrecerÃa un punto de apoyo para hablar. Sus ingenieros crearon un complejo sistema de detectores conectado a un transmisor de radio bien protegido y de alta potencia. Ante cualquier señal de extraños en cualquier punto vecino, enviarÃa toda la historia al Sistema Solar y a Alfa Centauri.
-¿Qué ganarÃa con eso? -preguntó Aleka.
-En ese caso, las unidades de la Federación no podrÃan afirmar haberlo descubierto -dijo Kenmuir-. Probablemente Niolente estaba sobrevalorando la astucia de sus oponentes, proyectando en ellos la suya propia, pero en cualquier caso el dispositivo aún existe. Nadie puede acercarse sin hacer pública la noticia, excepto usando el código apropiado; y aparentemente esa información murió con ella.
-¿No podrÃa anularse el sistema?
-Sin duda, aunque el esfuerzo serÃa considerable. Entre otras cosas, hay instaladas algunas armas robóticas. No se desmanteló nunca, porque no habÃa razón para ello. La Autoridad de Paz, o mejor, algunos oficiales de alto nivel y el naciente cibercosmos, se convirtieron en los únicos herederos del secreto. Lo han conservado desde entonces. -¿Por qué?
-Supongo que, al principio, simplemente para evitar provocar aún más a los selenitas. Ya era bastante difÃcil establecer una república y reconciliarlos con ella. Más tarde, a medida que el cibercosmos incrementó sus capacidades e influencia, debió decidir por razones propias mantener esa polÃtica. Durante una generación o dos, el número de humanos al que se le reveló se redujo drásticamente. Quizá hasta cero. Al menos, ésa es la explicación que se me ocurre para que Proserpina haya seguido siendo secreto.
-Hasta ahora-dijo Aleka ferozmente. Ãl respondió con desolación.
-Lo más probable es que siga asÃ. No llegamos a leer los datos útiles, los elementos orbitales y demás. Si quisiésemos hacerlo público nos llamarÃan impostores o dementes, y posiblemente nos ingresarÃan para recibir tratamiento. No tenemos nada que nos apoye más que nuestra palabra, y la mitad sólo son conjeturas. La probabilidad de que descubramos algo más es... ridÃculamente pequeña.
-Pero vamos a probar-declaró ella.
-SÃ, vamos a hacerlo. -Ãl, a solas, se hubiese rendido. El vagón siguió volando.
-Pero no tiene sentido -susurró Aleka al fin-. ¿Por qué el secreto? ¿Qué daño podrÃa causar el que Lilisaire llevase algunos selenitas a Proserpina? Dándoles tiempo, podrÃan hacerlo tan habitable como la Luna. Y además, desarmarÃa su oposición al Hábitat. ¿Qué objeción razonable... podrÃan tener las autoridades?
No habÃa dicho «podrÃa tener el cibercosmos». ¿Se atreverÃa? -No lo sé -contestó Kenmuir-. Sinceramente, no puedo imaginarlo.
Pasaron un ramal, que se curvaba antes de enderezarse y dirigirse al sur sobre el horizonte. Quedó atrás en menos de un segundo. Sin embargo, tuvo el efecto de dirigir la atención de Kenmuir hacia el exterior. Selene colgaba pálida y creciente al este. Allà habÃa comenzado aquella desesperada empresa suya, hacÃa mucho, mucho tiempo.
34
La madre de la Luna
-Sà -susurró Dagny Beynac-. Es demasiado.
-Pero no puedes dejarlo -dijo Anson Guthrie con una voz casi tan baja.
-¿DeberÃa? Siempre afirmaste que nadie era indispensable, y la idea de que alguien lo sea significa que los creyentes tienen serios problemas.
Dejó caer la blanca cabeza. Se recostó sobre el sofá y permitió que se ajustase a su forma y la calentase un poco. Cerró los párpados. Los volvió a abrir y observó la familiar habitación, los viejos muebles, las jóvenes flores, la pantalla sintonizada con la Tierra llena de sol, agua reluciente, bosques, la casa en la Isla Vancouver y los niños jugando sobre el césped.
-Sà -admitió Guthrie.
Recuperó lentamente las fuerzas para hablar. Ãl esperó. Ese dÃa habÃa venido en un cuerpo especial, de cuatro patas, cuatro brazos, pero con dos manos que tenÃan el aspecto y el tacto de manos humanas. Además de la torre de sensores y altavoces, en la parte alta llevaba un holocilindro en el que generaba la imagen del Guthrie vivo con aspecto de mediana edad. DebÃa ser difÃcil controlarlo todo simultáneamente. De vez en cuando, la imagen se congelaba en tres dimensiones. Por lo demás, hablaba, sonreÃa, la miraba con amor, como si viese por ahà y no por la torreta. Ella no sabÃa quién más lo habÃa visto asÃ. Quizá nadie.
-Es igual-dijo Dagny-, tú sigues. Fireball no puede sobrevivir sin ti.
-Vaya si puede. Posiblemente le irÃa mejor.
-Entonces, ¿por qué sigues al timón? El rostro sonrió con ironÃa.
-Bien, si no por otra cosa, considerando el poder que tiene, como en ocasiones se comporta de forma muy similar a un gobierno, Fireball necesita a alguien que la controle. En caso contrario, podrÃa degenerar hasta convertirse en un verdadero gobierno.
-¿Para Selene? PodrÃa irnos mucho peor. -¡Que el cielo no lo quiera!
Ella intentó igualar sus esfuerzos por comportarse con ligereza. -Oh, sé con seguridad que no querrÃas el trabajo.
Los selenitas frustrados, furiosos; los más poderosos maquinando Dios sabe qué planes. Los ciudadanos terranos de la Luna todavÃa más divididos, algunos deseando la independencia, otros temiendo lo que podrÃa implicar para ellos, con las dos facciones amenazando con movilizarse. La Federación dividida por igual sobre el asunto -los derechos de las sociedades y especialmente de los metamorfos a ser ellos mismos, un final para un problema cada vez más engorroso y costoso, versus el principio de la herencia común, el temor a un nuevo nacionalismo rampante, los poderosos intereses invertidos en el status quo e incapaz de tomar un decisión, ya que los crecientes infortunios de la Tierra reclamaban casi toda su atención... El resto de humor en la conversación desapareció.
-No -dijo él-. Estoy cuerdo. Además, los gobiernos unidos jamás lo permitirÃan. ¿Privatizar el gobierno? -Hizo una mueca-. Pero alguien tiene que llevar las cosas aquÃ, y está tan claro como la entropÃa que ese tipo, Haugen, no lo está consiguiendo. No es que Wahl hubiese durado mucho más sin ti. Tú eres la que ha estado apuntalando las cosas, una y otra vez, año tras año, y te ha vaciado por dentro.
-Yo no -protestó Dagny-. El Consejo... -Por la Comunidad Lunar, no el Alto Consejo de la Federación Mundial, sino su grupo no oficial e informal- y los magnates y alcaldes que son sabios y... el sentido común de la gente normal... -HabÃa acabado con su aliento. El pulso le fallaba.
-Sà -persistió Guthrie-, pero tú has sido quien los reúne y los mantiene juntos, la que suaviza sus discusiones, acaricia sus egos y los recorta, la que les ha dado una dirección y los mantiene en ella, ofreciendo el maldito liderazgo.
La larga y compleja frase le dio tiempo para recuperarse. Sin duda, en parte era eso lo que pretendÃa.
-En realidad, soy más un sÃmbolo que una lÃder-dijo.
-PodrÃa ser, lo que te hace todavÃa más importante. Pero la parte minoritaria de ti, el cerebro y las agallas, también tiene mucho empuje. Contra un campo gravitatorio como el de Júpiter, una estrella muerta o un agujero negro. Y ya habÃa agotado el combustible, pensó. -Incluso ser el sÃmbolo, la gran anciana, está resultando ser demasiado -murmuró-. Este último...
Una petición desde la gran pantalla pública no habÃa detenido los disturbios entre los terranos en Leyburg. HabÃa ido allà en persona, a la vista de todos en lo alto de la rampa del cibercentro, donde cual quiera podÃa lanzarle una piedra que en la gravedad lunar podrÃa matarla. La alternativa hubiese sido que los disturbios se descontrolasen: muerte, destrucción, posibles daños graves a estructuras vitales, ley marcial y consecuencias imprevisibles en toda la Luna.
-Me he quedado agotada.
Y no habÃa sido más que una ola en una marea que se avecinaba, y ¿lo sabÃan todos, soñaban todos con lo que traÃa?
La nueva canción de Verdea era un éxito. Aunque el selenita era casi intraducible, los terranos repetÃan algunos fragmentos en sus lenguas ancestrales, como si de alguna forma también se comunicase con ellos... una frase en medio de una conversación, un grito en el turno de noche, una pintada en una pared, un fogonazo en una pantalla de comunicados.
«...Tú: sólo la ley, visión sin sangre, y ni en una ocasión un corazón destrozado en nombre de dioses inexistentes. La muerte no es más que piedras que yacen inmóviles en el abrazo de páramos secos; los mundos giran siempre obedientes; comprenderás sus modos y sus razones nacerán de tu mente. Te has consagrado a servir y dominar la constancia de las estrellas.
Pero el polvo de las piedras se convertirá en huesos, huesos resecos elevándose para viajar desde la duda a la oscuridad. Tu engendro olvidado inquietará tus sueños, el corazón se liberará de su prisión, y la muerte se reirá de tus leyes. Porque las estrellas son de fuego...
Cuando la escuchó por primera vez, Dagny se habÃa quedado inmóvil. SentÃa sin ninguna razón que pudiese expresar que su hija no estaba tanto invocando la rebelión como mirando a un futuro lejano y oscuro.
Las palabras salieron antes de que pudiese controlarlas.
-¡Oh, Tanso, estoy tan cansada! Soy tan vieja. No puedo continuar.
Inmediatamente quiso decir que lo sentÃa. No querÃa ser una llorica.
Ãl no le dejó opción.
-No hay discusión. Además, ya has pagado el impuesto de residencia. Te has ganado algo de paz y tranquilidad, y malcriar a los niños cuando los veas. -Cuando Lars Rydberg los trajese, sus descendientes más jóvenes, de visita desde la Tierra.
-Lo he intentado. Todos siguen... pidiéndome consejo, y luego... -Ya. Una cosa lleva a la otra. Nunca dejarán de hacerlo mientras puedan disponer de ti.
-Pero cada vez soy menos y menos capaz.-Se abrazó para protegerse del calor y los temblores-. Tengo miedo, mucho miedo. He... sobrevivido a la utilidad que hubiese tenido... y pronto cometeré un error que provocará la muerte de personas.
-No espero que pase inmediatamente. Y luego, no tiene por qué suceder, nunca. Puedes seguir ayudando, ayudando de verdad, sin cansarte, todo el tiempo que quieras.
Dagny miró el rostro fantasmal y dijo con ternura severa:
-Me suponÃa que eso era lo que tenÃas en mente cuando me llamaste para preguntar si podÃas venir.
La cabeza asintió. -Emular tu mente.
Ella miró la pared, la imagen inmóvil de Edmond, y guardó silencio.
-Entonces tú, este tú, será libre -dijo él.
Durante toda su vida, cuando se encontraba en una encrucijada, tenÃa las ideas claras y el pulso firme. No es que todavÃa tuviese una respuesta, era más bien que tenÃa muchas preguntas.
-Pero el otro yo -objetó.
Durante unos segundos no se atrevió a mirarle. Se recordó que lo que veÃa no era un rostro mortal y vulnerable, sino una máscara que él formaba y reformaba según lo que consideraba mejor. Pero no importaba. Qué viva parecÃa cuando miraba aquellos ojos, qué chistosamente comprensiva.
-Lo sé -le contestó-. Siempre fuiste demasiado amable para decirlo claramente delante de mÃ, pero lo sabÃa. ¿Cómo puedo soportar ser una máquina? La idea de convertirte en una te paraliza.
Dagny levantó una mano para negarlo pero la dejó caer. Lo que él le ofrecÃa era franqueza. Por su honor y el de ella, debÃa aceptarla. -Me sorprende cada vez que lo pienso. Otras emulaciones...
De las pocas hechas, ¿cuántas quedaban a su lado? ¿Dos, tres, cuatro? Intentó recordar, y fracasó, cuántas habÃan solicitado la terminación porque se sentÃan deprimidas. No, ¿no habÃan sólo indicado, cada una a su manera, que no querÃan seguir?
Guthrie sonrió.
-En mi caso, todavÃa encuentro el universo muy interesante. Puede que eso también te pase a ti.
-Me lo pregunto. Lo dudo.
¿Como fantasma, no desearÃa la carne, por poco que le quedase? ¿No era ese vacÃo de lo que las emulaciones deseaban huir? No es que llorasen lo que habÃan perdido. ¿Con qué podrÃan llorar? (¿O de alguna forma, sà lloraba? Ninguna habÃa podido explicarlo satisfactoriamente, si habÃa intentado dar una explicación). Pero tampoco temÃan el olvido.
Tomó una decisión.
-¿SerÃa yo una máquina efectiva? -Ãsa era una razón sólida que algunos daban para solicitar el final, que no estaban hechos para eso, que no funcionaban correctamente.
-Sà -dijo Guthrie-, te guste la situación o no. Te conozco. -¿A ti te gusta? -se obligó a decir.
-Estar vivo era mejor -admitió sin reparos-. Pero he descubierto que esto también tiene su gracia. Y tú eres de mi sangre, Diddyboom.
Su sangre, décadas atrás convertida en cenizas y esparcida por las montañas donde esperaban las cenizas de Juliana. Pero una sangre que vivÃa en ella, en Lars, en sus hijos e hijas con 'Mond, y en los suyos y los suyos, quizá durante millones de años en el futuro, incluso sobreviviendo a las estrellas. Si se le daba la oportunidad.
Habló con cuidado, para manifestar la verdad pero sin dar la impresión de autocompasión.
-No creo que desee continuar indefinidamente como tú. Estoy cansada, Tanso. No soy infeliz, al contrario, pero cuando llegue el momento de morir, estaré preparada. -Para seguir a 'Mond.
Ãl volvió a asentir.
-Vieja y llena de dÃas. Y cada uno de esos dÃas rebosante. -De logros, decÃa su tono, y amor, alegrÃa, aventura, pasión; incluso el dolor y la pena eran vida-. Pero Dagny, si supieses que tu obra no habÃa sido en vano sino que continuarÃa, tú, el tú mortal, podrÃa disfrutar de estos últimos momentos, y podrás descansar a voluntad.
-SÃ. Pero mi emulación... -No será tú.
-Seré responsable de su existencia.
-No te maldecirá por ello. Te conozco lo suficientemente bien como para saberlo, cariño. -¿Y qué sentÃa él, se preguntó, viendo cómo su Diddyboom envejecÃa y morÃa mientras él permanecÃa inalterable?-. Piénsalo. -Piensa rápida, piensa mucho y con cordura.
-Debo hacerlo -le dijo-. Esto no es del todo una sorpresa. Espero que la otra mente siga hasta que la Luna sea libre, sea como sea esa libertad, y razonablemente segura. Pero luego...
-Si luego quiere detenerse-dijo Guthrie-, lo hará. Lo prometo.
35
Como hacÃa cada año, el sistema recordó a Venator que era el cumpleaños de su madre. La llamó cuando el sol alcanzaba el mediodÃa sobre el hogar de la mujer. Charlaron un rato en una mezcla de anglo y bantú, el que habÃa sido un dialecto privado cuando era niño. Ninguno de los dos tenÃa demasiado que decir.
-EstarÃa bien si algún dÃa pudieses venir en persona -dijo ella para terminar, con algo de melancolÃa-. No puedo abrazar tu imagen. Y me gustarÃa mostrarte lo bien que están las rosas, no en una fotografÃa. PasearÃamos entre ellas, las tocarÃamos y las olerÃamos.
La imagen de la mujer era muy real en el gran eidófono. Pelo gris, rostro marcado, una túnica amplia y lisa como correspondÃa a una cristiana cosmológica, sólo con un broche floral en la garganta. Tras la silla, la puerta abierta mostraba un clima templado y una luz brillante. Venator veÃa parcialmente el patio y las colinas Kwathlamba, tostadas, salpicadas de árboles, y una manada de antÃlopes en la distancia. Los tordos cantaban en el jardÃn y él podÃa oÃrlos.
-Estoy ocupado, Mamlet -dijo-. Extraordinariamente ocupado. Te visitaré en cuanto pueda. -¿Y cuándo fue la última vez? No podÃa recordarlo. Bien, lo intentarÃa pronto. Tampoco habÃa necesidad de sacrificios personales. Una vez que el asunto Proserpina quedase controlado, estarÃa bien disfrutar de algo de descanso y ternura. -SÃ. CuÃdate -insistió ella ansiosa-. Tu trabajo es demasiado duro, demasiado extraño. Tu padre... -Se detuvo. No era un tema para seguir hablando. Aunque nunca se lo habÃa reprochado a su único hijo, el ministro Joseph Mthembu habÃa muerto sabiendo que el muchacho era un apóstata y creyendo que se habÃa convertido en medio máquina.
La religión de su padre decÃa incluir los descubrimientos cientÃficos. ¿Por qué no pudo comprender que lo que sucedÃa no era la negación de la humanidad sino su exaltación? Incluso si la Teramente y la noosfera eran demasiado extrañas para él, en cualquier lugar de la Tierra al que fuese encontraba gente libre de miseria, enfermedad, temor y trabajos que destruÃan cuerpo y mente; gente libre para vivir como desease.
-No te preocupes -dijo Venator-. Por favor, no te preocupes. Mi trabajo es mi alegrÃa, y debo agradecéroslo a ti y a papá. -Que le hubiesen entregado al cibercosmos. Sonrió-. Además, tengo muchas distracciones saludables. -SalÃa a las montañas siempre que las obligaciones de la caza se lo permitÃan.
Ella se alegró.
-¿Incluye eso a alguna jovenes? -Bien... no. TodavÃa no.
Ni nunca, suponÃa él, no en el sentido al que se referÃa su madre. No tendrÃa nietos. La especie era todavÃa demasiado numerosa para su bien. Los elegidos siempre debÃan dar ejemplo; cuando fallaban, dejaban de ser los elegidos y, con el tiempo, la historia los dejaba de lado. Siempre habÃan fallado, hasta que el cibercosmos se convirtió en un ser incorruptible que les guiaba.
Cómo deseaba hacer que aquella pequeña y triste mujer comprendiese que el ADN ya no importaba. HabÃa sido el medio empleado por la evolución hacia un fin. En adelante, la verdadera herencia serÃa del espÃritu.
Las ideas, las respuestas mudas, no llegaron a su conciencia. Estaban en el fondo, como una parte de él. Volvió a sonreÃr.
-Más tarde habrá tiempo suficiente -le aseguró-. Pero primero, algo de comida de mi Mamlet, ¿eh? Espero que en un mes o dos. A un lado se encendió una señal de emergencia. Se le aceleró el pulso. -Ahora estoy realmente ocupado -dijo con rapidez-. Que tengas un dÃa maravilloso. ConfÃo en que estés con amigos. Dales recuerdos de mi parte.
-SÃ-susurró su madre. Dudaba de que lo hiciese. Un sinnoionte no era un simple hijo con éxito del que estar orgullosa. Era como si la mujer se encogiese delante de sus ojos-. Gracias por llamar. Adiós. Apagó la pantalla.
-¿Cuál es el mensaje?-dijo.
-Lilisaire de Zamok Vysoki pide hablar con usted, especÃficamente, con el nombre de Venator y el rango de pragmático -le contestó el altavoz.
Realizó la valoración interna: la selenita no sabÃa dónde estaba. Casi ningún humano en todo el universo lo sabÃa. Pero esperaba que el sistema pudiese localizarlo. Por tanto, Lilisaire habÃa descubierto su posición en el sistema y que era el lÃder de la oposición contra ella... al menos con mucha probabilidad. No le sorprendÃa, especialmente después de lo que habÃa pasado recientemente. Pero ¿debÃa aceptar la llamada y confirmar asà sus deducciones? SÃ. Era una pieza casi trivial de información que revelar con la esperanza de ganar más, quizá mucho más. ¿Qué más sabÃa y qué pensaba hacer con ese conocimiento?
-Aceptar --dijo, sintiendo la embriaguez de la persecución. Apareció la imagen de la mujer, de pie en una habitación tan negra como la obsidiana pulida, vestida con un traje ajustado que llegaba hasta el suelo y que tenÃa la textura de un pelaje color azufre. La melena castaña caÃa libre detrás de unos rasgos que parecÃan tallados en hueso, una máscara, pero los ojos eran como dos grandes esmeraldas luminosas. Enrollada sobre los hombros desnudos habÃa una serpiente metamórfica, sobre cuyas escamas se dividÃa la luz en las chispas del arcoiris. De pronto y con violencia, Venator la deseaba. Detén eso.
-Saludos, mi dama -dijo en la lengua de la mujer, antes de recordar que con él, ella preferÃa, por alguna razón, el anglo. Cambió-: ¿Cómo puedo serviros?
La imagen no permaneció estática mientras los fotones iban de un lado a otro. Respiraba. Se movÃa, cambiando el equilibrio de su cuerpo con tal sutileza que era casi imperceptible, pero no para él.
La voz era frÃa.
-Agentes de su cuerpo han invadido un hogar en la Tierra, para alterar sus pacÃficas funciones y confiscar las valiosas propiedades que contenÃa. Me gustarÃa saber con qué permiso han actuado. En caso contrario, me quejaré a la justicia del Alto Consejo, y a todo el Sistema Solar.
Asà que pasaba a la ofensiva. Contraatacar. -No creo que lo hagáis, mi dama.
Venator sabÃa que Lilisaire se referÃa al sofotecto estático que llevaba el nombre de Mary Carfax. O éste habÃa llamado a alguien al servicio de la selenita cuando los hombres entraron o se habÃa enviado una señal automática. La investigación todavÃa no habÃa descubierto cuál de las dos, pero en realidad no importaba. Lo que importaba era la velocidad con que Lilisaire lo habÃa descubierto y habÃa reaccionado. En todo caso, bajo la dura superficie debÃa de estar estremeciéndose. Que siguiese asÃ.
-Si la acción tenÃa una orden judicial, la emisión y la causa deberÃan estar en la base de datos pública -dijo-. No las he encontrado. -El asunto se refiere a secretos oficiales, mi dama -replicó Venator-. Según el Pacto, la información se puede retener durante una emergencia grave, hasta su resolución. Para ser sincero, ¿puedo decir que, dadas las circunstancias, esto os beneficia?
Retraso en la transmisión. Venator no apartó la vista -una mala táctica psicológica-, pero intentó no recordarla desnuda.
-Habla como si la oposición fuese un crimen. -¿Ganaba tiempo mientras planeaba su siguiente movimiento?
-En absoluto, mi dama -dijo-. Tenéis todo el derecho a vuestra polÃtica y libertad de expresión. -Forjó severidad-. Pero no tenéis derecho a datos confidenciales o a intentar descubrirlos. Y no podéis restringir en absoluto la libertad de expresión y el desarrollo de una conciencia. Eso equivale a esclavitud, mi dama, la violación definitiva de derechos.
Pasaron un par de segundos.
Lilisaire sonrió. Era casi un sonrisa amable, y el tono era casi de conversación.
-Usted y yo no tenemos que andar de puntillas sobre el tema, ¿no? Se trata de la máquina en San Francisco. En realidad me ha ayudado ocasionalmente, como consultora, e igualmente ha ayudado a otros. Al producirse la entrada, su lealtad le hizo informar a uno de mis agentes en la Tierra. Como es natural, me sentà indignada y exijo que exonere a su cuerpo, si puede.
-Hablasteis de propiedad confiscada, mi dama. Un sofotecto no es más propiedad que vos o yo. En este caso, no hay registro de fabricación. Se le mantuvo alejado de cualquier contacto directo con el cibercosmos. Todo apunta a la fabricación y mantenimiento de un esclavo.
La serpiente se agitó, una onda sobre su pecho, y levantó la cabeza. ¿Era una respuesta a una señal invisible? TodavÃa sonriendo, Lilisaire la acarició bajo la mandÃbula.
-Si no hay datos, ¿a quién va a acusar de fabricarlo? -respondió con el mismo tono semiamable-. Si se mantenÃa alejado, ¿fue por libre elección para preservar los secretos confiados? No sabrÃa decirle. La mente de la máquina me resulta muy extraña. Pregúnteselo.
Venator deseó decirle que ella sabÃa muy bien que no podÃa hacerlo. Mary Carfax tenÃa los mecanismos para borrarlo todo menos los elementos funcionales de su base de datos. Asà lo habÃa hecho en el momento en que los extraños habÃan penetrado en la casa con propósitos evidentes. Eso incluÃa cualquier compulsión presente en su programación.
Y en cuanto a su existencia, podrÃa haber sido construido lentamente, a trocitos, quizá durante toda una vida humana, en un laboratorio que ya estarÃa alterado más allá de toda recuperación. Los sele narcas pensaban muy por adelantado. Planeaban en busca de ventajas remotas en el tiempo, imprevisibles más que como posibilidades dependientes de la contingencia.
Proserpina.
Venator no iba a admitir todo lo que sabÃa. Que Lilisaire se preguntase por la amplitud de sus conocimientos.
-La investigación prosigue. Repito mi sospecha de que no deseáis hacer público el asunto más de lo que lo desea... el gobierno.
La burla de Lilisaire siguió durante el retraso. Venator la vio desvanecerse a medida que ella le escuchaba. Volviéndose fluido, el rostro adoptó una expresión similar a la seriedad.
-Insinúa acusaciones, señor. -Fue el suave ataque-. Sospecha que he buscado conocimientos negados a todos excepto a unos pocos individuos. ¿Qué fue de los grandes principios de que la información debÃa ser accesible a todos en la red?
Venator lo reconoció como una discusión abstracta, una forma de retirarse. Ella apenas habrÃa esperado más que probar los lÃmites de su decisión y estimar sus progresos. Por su parte, Lilisaire no habÃa ni re velado ni confesado nada. Venator admiraba la actuación. La pérdida de la máquina Carfax debÃa de ser un duro golpe. PodrÃa bien significar la caÃda de toda la red que Lilisaire habÃa tejido en la Tierra. Ciertamente indicaba que sus intentos de espionaje habÃan fracasado: porque Alice Tam era la relación que Venator consideraba más probable con Carfax. No iba a decirle a Lilisaire que Tam seguÃa en libertad, aunque ese detalle careciese de importancia en ese momento.
En lugar de eso, iba a presionarla. Quizá pudiese asustarla para que revelase algo.
-Estáis siendo poco sincera, mi dama. Siempre se ha aceptado que ciertos hechos no debÃan estar disponibles para todos. Por ejemplo, cómo sintetizar una nueva enfermedad. El cibercosmos puede hacerlo con facilidad, pero no revelará los detalles, excepto a personas cualificadas que realmente necesitan saberlo. Un criminal que intentase hacerlo deberÃa tener una capacidad computacional aislada del sistema global. -Con dureza-: ¿Por qué se fabricó ese sofotecto independiente y por qué se le programó para que nunca se fusionase con el cibercosmos?
Realmente no esperaba respuesta. Ni la recibió.
-Admite, señor, que el cibercosmos toma toda decisión importante, que gobierna sobre todos los mundos. ¿No?
-¡Claro que no! -No debÃa permitir que ella le enfureciese-. ¿Está uno sujeto a un martillo porque clava los clavos mejor que tú con el puño?
Después del retraso, desdén.
-No esperaba una respuesta tan chapucera de usted, Venator. Los robots puede que sean herramientas, aunque potentes e ingeniosas, pero los sofotectos no lo son. Ni tampoco son compañeros de viaje, a pesar de las sensibleras declaraciones. El cibercosmos reina, bajo la Teramente y para ella. La humanidad está en la nómina del cibercosmos, aunque sin ningún propósito que yo pueda comprender... -La risa sonaba como el cristal- menos que sea un hábito o una diversión.
Venator no podÃa contenerse, tenÃa que repetir argumentos que llevaban siglos sin usarse. En caso contrario, en cierta forma, se estarÃa rindiendo ante ella, y temÃa no saber a dónde podrÃa llevarle eso.
-¿Os referÃs al crédito de los ciudadanos? No es más que el método de distribuir, individualmente, los bienes y servicios que las máquinas producen para nosotros, y mantener el control de la demanda. Si queremos producir más intercambiarlo, tenemos la moneda en efectivo.
Lilisaire demostró su rechazo con aún mayor frialdad.
-Ay, cómo me decepciona. Aunque es un perro de presa del régimen, no me esperaba que le hubiesen comprado el espÃritu hasta haberle domesticado. -La serpiente silbó.
-¿Domesticación o sentido común? -le respondió-. Los selenitas tampoco toleran el caos. MorirÃan pronto si lo hiciesen. Esperando, recuperó el control. ¿Por qué debÃa sentirse vulnerable ante Lilisaire? Un único turno de noche... Aun asÃ, su respuesta fue balsámica.
-Buscamos la supervivencia de nuestro pueblo, y de la variedad en todas partes. Si eso es caos, entonces recuerde que la vida es caótica.
-Y el caos dentro de sus lÃmites es creativo -admitió Venator, aprovechando la puerta que parecÃa ofrecérsele-. Los selenitas nos han dado esplendores. Pero ¿no podéis comprender que el cibercosmos también es creativo? ¿Que también está vivo? -En un impulso añadió-: Acepta la emulación de mentes humanas en su interior, mentes que pueden contribuir a algo nuevo. ¿No considerarÃais uniros a la aventura?
Con su gente. No es que perdurase poco más que un fantasmal recuerdo de la carne; la semilla superaba el recipiente. Y sin embargo... La alegrÃa repicó.
-SÃ, ¿y también le gustarÃa tener mis huesos en una exposición? Tengo un esqueleto de lo más grácil.
-¿Tenemos que ser enemigos?-preguntó Venator-. ¿Es imposible tener paz y cooperar?
La risa de Lilisaire desapareció. PermanecÃa una alegrÃa interior. -Si desea hablar más, con tiempo, estaré encantada de recibirle de nuevo -ronroneó.
Y distraerle. No, no podrÃa cautivarle. No era un muchacho, no era -recordó de pronto un fragmento de una antigua lectura- un cretino. Pero sà podrÃa desviar su atención. Aunque no estaba dispuesto a admitir que habÃa comprendido el truco que ya habÃa usado con él, y menos aún que habÃa tenido éxito.
-Gracias. Cuando el tiempo lo permita. Estoy seguro de que os beneficiará -dijo en un tono sardónico dirigido más contra él que contra Lilisaire.
Qué hermosa, que injustamente hermosa se manifestaba en la ligera gravedad de su guarida, a 384.000 kilómetros de distancia. -Ambos podemos beneficiarnos -contestó ella-. Después de todo, el objeto de nuestra disputa se encuentra en el espacio lejano, ¿no es as� Que le vaya bien, señor.
La imagen desapareció.
Al principio sólo sintió el vacÃo. Después de un segundo, pudo sonreÃr y mover la cabeza. La tensión a continuación. ¿Exactamente qué habÃa querido decir con el último comentario?
Quizá no fuese más que una pulla. No habrÃa dejado caer ninguna pista que pudiera hacerle dirigir su atención a otra de sus maquinaciones. A menos que lo hiciese con la esperanza de que él lo considerase como una falsa pista y se mantuviese concentrado en la Tierra.
No serÃa una tonterÃa. La Tierra era de hecho el lugar donde él y ella se enfrentaban. Alice Tam estaba en el planeta. Recuperar los movimientos del volador de Tam, buscando los registros de las llamadas telefónicas que habÃa realizado recientemente y comprobar los receptores habÃa sido un esfuerzo enorme, concentrado violentamente en un par de dÃas y noches. Pero habÃa llevado hasta la casa Carfax, y desde allà la pista bien podÃa bifurcarse a todos los nodos de la conspiración selenita en la Tierra. ¿A dónde podrÃa entonces Lilisaire dirigirse sino al espacio?
Al espacio más lejano, Marte, los asteroides, las lunas de los planetas exteriores; su gente muy dispersa pero en posesión de naves espaciales, generadores nucleares, robots, sin conciencia pero con ordenadores muy potentes, instrumentos capaces de trabajar o hacer daño. No invocarÃa la rebelión. No la seguirÃan si lo hiciese; no estaban locos. Pero Venator podÃa pensar en otras posibilidades. Por ejemplo, si de alguna forma tenÃa alguna intuición sobre la naturaleza del secreto, algunos selenitas del exterior podrÃan iniciar una búsqueda astronómica furtiva... DebÃa organizar un programa para mantenerlos vigilados. De por sà ya serÃa una tarea lenta y muy costosa.
Al mismo tiempo, no debÃa olvidarse de la Tierra, menos aún cuando Lilisaire y sus valientes todavÃa podÃan lograr algo.
Mantener la búsqueda de Tam y Kenmuir. Sin embargo, no habÃa que usar una fuerza sustancial, que estarÃa mejor empleada en otra parte. Era muy probable que no pudiesen hacer nada más. SÃ, habÃan penetrado en el archivo Proserpina, y éste se habÃa ejecutado hasta el final; pero el registro mostraba que habÃa sido una ejecución directa, sin saltos, y ellos escaparon a los pocos minutos de empezar. Por lo tanto, carecÃan de los datos crÃticos.
SerÃa incómodo si hiciesen público lo que sabÃan... no inmanejable, pero sà incómodo. Mejor serÃa atraparlos pronto. TenÃan aliados por todo el planeta, Kenmuir a su Hermandad, Tam a sus metamorfos y asociados. Sin duda, intentarÃan recurrir a algunos de ellos. Pero el sistema estaba en alerta, ¿y cómo podrÃan evadirlo simples aficionados?
La Mansión Guthrie, por ejemplo -no era un destino muy probable, porque Kenmuir no era estúpido-, serÃa un callejón sin salida y una trampa. Aun asÃ, por si acaso, robots estratégicamente situados vigilaban todo vehÃculo que entraba y salÃa de la mansión de Fireball. Si desembarcaba alguien que pudiese ser uno de los dos fugitivos no llegarÃa muy lejos sin ser detenido e identificado. Lugares menos públicos presentaban mayores problemas, pero Venator no veÃa cómo la fuga podrÃa durar mucho más.
Los agentes establecidos de Lilisaire eran los más interesantes. ¿HabÃa sido Carfax el único de los sofotectos?
Pidió una conexión.
Los técnicos lo introducÃan con calma y gradualmente en el cibercosmos. Le pidieron que esperase hasta el final de la sesión. Estuvo de acuerdo y se ocupó de otras tareas. Las habÃa de sobra.
Cuando al final habló con la máquina, sólo oyó su voz. ¿Qué importancia tenÃa el aspecto? Lo que fuera Carfax ya sólo eran sensores, actuadores, microcircuitos, sin lenguaje corporal. La personalidad se habÃa desintegrado a sà misma, dejando nada más que el mÃnimo estándar. La nueva conciencia que estaba formándose hablaba lentamente, vacilando al buscar significados y expresiones. Si se le pudiese aplicar una emoción humana, Venator lo hubiese llamado timidez.
-No, lo... lamento... no puedo decir nada sobre las antiguas... salidas y entradas. Busco, pero ha desaparecido, todo ha desaparecido. -Una pequeña pérdida-dijo Venator con gravedad-, si estabas esclavizado.
-No comprendo esa palabra. Busco... Hay muchas ramificaciones. ¿En qué sentido la usa?
-No importa -suspiró-. Aprenderás pronto a manejar los vocabularios humanos. TenÃa la esperanza de que en ti permaneciese alguna pista de lo que busco, pero si no la hay, no la hay. -Porque para él la máquina tenÃa un alma-. ¿Cómo te va?
-¿Idioma...? Se me ha hecho evidente que no estoy adecuadamente diseñado. Tengo varias deficiencias de hardware que es preciso remediar. Mientras tanto, se me guÃa en la medida que puedo hacia el cibercosmos. -El antiguo programa sabÃa cómo transmitir emociones. El actual, por el momento, sólo podÃa hablar con voz temblorosa-. Es... glorioso.
Durante un momento, Venator casi envidió a la naciente inteligencia. La hora de su muerte somática y su entrada mental en el sistema se encontraba décadas en el futuro, si no intervenÃa un accidente. Y serÃa diferente a la del sofotecto.
Pero serÃa mejor. Su vida le habrÃa preparado. Le habrÃa dado mucho que entregar a la Unidad.
Incluso las primeras emulaciones primitivas eran transfiguraciones. Siempre le habÃa parecido perverso cómo tan pocos de esos sujetos conservaban su inmortalidad. Con o sin la promesa de convertirse en uno con la Teramente, creÃa que él, como Guthrie, habrÃa elegido seguir viviendo.
36
La madre de la Luna
Moverse en un cuerpo robótico, sentir con sentidos robóticos, es cuestión de habilidad, de la mente adaptándose a la unidad con el hardware y las subrutinas, de la misma forma que el original se encontraba en unidad con los nervios, glándulas, músculos, la totalidad. Generar una imitación holográfica continua del cuerpo vivo -no como era cuando estaba viejo y cansado, sino en la vigorosa mediana edades arte. La emulación no lo ha conseguido por completo. Es muy consciente de la rigidez de la cara y los gestos en la pantalla o el cilindro, los momentos en que se olvida y la imagen permanece como paralizada, la frecuencia con que las distracciones hacen que el tono se vuelva plano, mecánico. La práctica la hará mejorar; pero no ha tenido muchas oportunidades para practicar a solas.
Por torpe que sea, la proyección es mejor que aparecer como una voz sin cuerpo, una caja con pedúnculos o la figura sugestiva de un hombre con armadura. En cualquier caso, es mejor en las confrontaciones emocionales como la de hoy. Muestra, o intenta mostrar, que la emulación no se ha limitado a tomar el papel de Dagny Beynac en el consejo y la capitanÃa, sino que repite su sabidurÃa y compasión.
O al menos eso espera. ¿Espera? ¿Computa como probable? Comprender el propio yo es la tarea más lenta y dura de todas.
Frente a ella, la imagen dura y cuadrada de Stepan Huizinga, hablando desde Port Bowen, frunce el ceño.
-Sabe lo que tememos, madame. ¿No es as� -Implicación: se pregunta si puede saberlo.
-Conozco varios de sus temores -contesta-. ¿Cuál es el más importante? -Evidentemente, ella conoce la repuesta; pero mejor que siga hablando, que se abra, para estudiarle en acción.
-Lo que ellos llaman independencia -replica-. Madame, no vamos a sufrirla. No podemos. -Por lo tanto, su Unión para la Defensa Humana está hablando seriamente de armarse, formando lo que ellos llaman una milicia; y Dagny le ha telefoneado, usando una lÃnea encriptada, para discutirlo.
-Muchos de los ciudadanos lunares terranos desean la independencia.-Una redundancia que ella considera necesaria.
-SÃ. Parlotean sobre libertad, derecho a la propiedad, que se eliminen las restricciones a sus empresas... Son idiotas. Algunos son lacayos de los selenarcas, pero en su mayorÃa son idiotas. O en caso contrario, no les importa nada más que su avaricia.
-¿Pero usted? -le desafÃa con tranquilidad. Ãl levanta la cabeza.
-Vivimos aquÃ, mi gente y yo. Nuestras raÃces están aquÃ, donde la mayorÃa de nosotros hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas. Usted deberÃa comprendernos... madame --dice apresurada mente, al darse cuenta de que ha dejado escapar algo que podrÃa ser ofensivo.
Ella no siente resentimiento, ni tiene deseos de fingirlo.
-Sà -dice-. Les comprendo. -Por medio de recuerdos que se extienden toda una vida. ¿Qué profundos son esos recuerdos en ella? No lo sabe. ¿Lo descubrirá algún dÃa?
Ãl se envalentona.
-Perdóneme, pero quizá usted tenga algún prejuicio. Usted, su original, decidió dar a luz hijos selenitas. -Una vez más, retrocede. Aunque se siente cada vez más desesperado, no es un fanático-. Aun que es cierto, en aquella época era imposible prever, nadie podÃa, lo extraños que llegarÃan a ser.
-No más extraños para mÃ, a su modo, que muchos de los terranos que he conocido -dice, manteniendo el tono amable-. Convivimos. Las asociaciones, las amistades y el amor eran posibles entre nosotros, y lo siguen siendo. -Entre la Dagny viva y ellos. La emulación no está cerca de nadie sino de Guthrie, y esa relación también se habÃa transformado en algo diferente a lo que le unÃa con la mujer.
Huizinga suspira.
-Pasan, sÃ. No siempre son posibles. Por favor, créame, la Unión por la Defensa Humana es sincera sobre el sentido total de la palabra «humana». No es una cuestión de prejuicios raciales.
Dagny lo duda. La experiencia, la observación, el estudio de la historia, y un vistazo a su alma, forzaron a la Dagny viviente a decidir que Guthrie tenÃa razón aquella vez que comentó: «La xenofobia no es patológica en sà misma. Hay un cierto grado inscrito en nuestro ADN, y es saludable. No todos los hombres son hermanos. El truco está en mantenerla bajo control, y hacerla a un lado cuando no es necesaria.»
La emulación percibe a Huizinga como a un hombre que no insultarÃa o dañarÃa a alguien a sabiendas simplemente por ser diferente. -Es una cuestión de supervivencia declara.
Ella agudiza la voz.
-Nadie amenaza sus vidas.
-No -gruñe-, amenazan aquello por lo que vivimos. Los selenitas ya dominan la Luna.
Mejor adaptados al ambiente, normalmente alcanzan los mejores puestos, y su número crece con rapidez. Algunas parejas terranas todavÃa entran en el laboratorio genético y salen preparadas para tener hijos selenitas. Pero no serÃa amable recordárselo.
-Sin la protección de las leyes de la Federación, mi gente pronto se encontrarÃa indefensa ante ellos. -Se refiere especialmente al programa de igualdad, las instalaciones y subsidios especiales y las cuotas de contratación que forman el núcleo del resentimiento selenita-. No aspiran a la democracia, ya lo sabe. O en cualquier caso, los poderosos, los malditos selenarcas, no la desean; y son los selenarcas los que tendrÃan el mando de una Selene «libre». -Dagny puede oÃr el sarcasmo-. La sacarÃan por completo de la Federación.
-Está reaccionando ante una pesadilla, no una realidad -dice-. La independencia no está de ninguna forma asegurada. Es más, en este momento, las posibilidades de que la Asamblea la apruebe son prácticamente nulas. La situación no cambiará pronto. Y es posible que no cambie nunca.
-A menos que los selenitas se subleven. Ya han estado cerca, en más de una ocasión. -Todo cierto. Incidentes aislados, pero una chispa podÃa iniciar un incendio con facilidad, y ¿quién puede conocer las conspiraciones que se estaban fraguando en cámaras secretas y por medio de lÃneas de comunicación seguras?-. Si consiguen el control del globo, la Federación podrÃa cederlo. -En lugar de luchar en una guerra que podrÃa destruir el premio y para la que la Autoridad de Paz, en todo caso, no está preparada.
-Ya le digo, se está preocupando por nada. No lo haga. -Citó a Guthrie-: La tasa de interés es demasiado alta.
Ãl parpadea sorprendido, se recupera y responde con firmeza. -Deseamos evitar los problemas, madame. Si estamos preparados son menos probables. Una milicia leal, preparada, en una emergencia, para ocupar puntos clave y retenerlos hasta que la Tierra pueda actuar, deberÃa evitarla traición.
Dagny muestra intensidad en el rostro y la voz.
-¿No comprende lo que puede llegar a provocar? Organizaciones contrarias, y más entre sus colegas terrestres, apostarÃa, que entre los selenitas. Ellos ya están haciendo peticiones como ésta en la Liga Nacional. -La facción terrana que desea la independencia y la reforma, aunque dentro del marco de una república democrática y siendo miembro de la Federación-. Luego, la mayorÃa de los selenitas no verán otro recurso sino prestar lealtad a los barones y acumular armas para ellos. Todos ustedes deben detenerse, ahora mismo, antes de que empecemos a deslizarnos hacia una guerra civil a tres bandas. Huizinga piensa antes de responder. -PermÃtame sugerir que exagera, madame. -Usted lo hace mucho más, sir.
-¿Puede mostrarme una alternativa?
-SÃ. Primero, como he dicho, la actual situación legal durará, dadas unas circunstancias razonables, durante años. En esos años se podrá vivir. He oÃdo que tiene tres hijos adolescentes. Déjeles tiempo para que terminen de crecer.
-¿En qué tipo de mundo crecerán si los selenarcas se apropian de él?
-Eso si los selenarcas lo hacen. Pero vamos a suponerlo, para argumentar. Vamos a imaginar la peor situación. ¿Es realmente tan mala? -Perdemos nuestra libertad. Después de eso, pueden quitarnos lo que quieran, todo, cuando quieran.
-¿En serio? Yo dirÃa que la mayorÃa de la gente considerarÃa que la vida serÃa tolerable. Los selenarcas son selenitas. Pueden ser despiadados, pero no tienen el temperamento de tiranos. Oh, acabarÃan con las medidas especiales. -Su imagen levantó una mano para detener su respuesta-. Aquellos que no puedan soportar las nuevas condiciones serán libres de irse. Hay muchos lugares para atracar, como L-5 o los asteroides, por todo el Sistema Solar. Más aún, hay gran necesidad de cerebros capaces, y grandes recompensas aguardándoles.
-Eso es muy fácil decirlo.
-¿Piensa que la persona normal perderá su hogar, sus ahorros y sus esperanzas? No tiene por qué ser asÃ. Su Liga no es el único grupo que intenta anticiparse al futuro. Se han producido discusiones secretas en muchos lugares bien situados. TodavÃa no hay acuerdos especÃficos, recuerde que no son certidumbres sino posibilidades, pero queremos estar preparados para enfrentarnos al futuro.
Huizinga miró la imagen durante un buen rato, como si fuese un rostro humano.
-¿Qué tiene en mente? -pregunta al fin.
-No puedo darle detalles, porque hasta ahora no se ha decidido nada, porque todo es hipotético. Pero probablemente, los principios básicos incluirán... well, ¿qué dirÃa a una adquisición de la parte de los que quisiesen irse? No una confiscación; el valor justo de mercado pagado por todas las propiedades que no se lleven. Transporte y asistencia en el traslado, reciclaje educativo, lo que sea necesario.
Ãl toma aliento. Dagny le sonrÃe.
-No se debe a ninguna bondad en el corazón de los selenarcas -le explica-. Es un cálculo a sangre frÃa considerar que algo asà es más barato que luchar en una guerra o contener a una minorÃa rebelde. No tiene usted tampoco que confiar en ellos. Fireball puede ofrecer su propia garantÃa... tan formidable, en cualquier lugar fuera de la Tierra, como cualquiera de la Federación... y ayudar a sufragar el proyecto. Una vez más, no se trata de altruismo, aunque espero que reconozca el deseo de ayudar. Pero evitar un conflicto destructivo y ganar una considerable ampliación en la fuerza laboral tiene sentido económico, ¿no está de acuerdo?
Ãl permanece sentado un poco más antes de agitarse. -¿Puede usted prometerlo?-pregunta.
-Evidentemente, ahora no -contesta-. Lo único que puedo decirle con absoluta confianza es que si sigue con esa tonterÃa de la milicia, la opción se evaporará. Pero puedo prometerle que trabajaré por ella, y también lo hará Anson Guthrie, y otros que están en posición de hacerla realidad, y si usted y sus seguidores cooperan, las posibilidades parecen muy buenas.
-Debo pensarlo -murmura-, hablar y...
-Hágalo -le anima-. No lo haga público, por favor. No es un secreto de Estado, pero operamos mejor sin encontrarnos bajo la luz pública; y recuerde, esto no es más que planear para una situación que probablemente no se dé hasta dentro de unos años o que, posiblemente, no suceda nunca. Mientras tanto, llámeme cuando quiera. Para eso es para lo que existe.
Hablan un poco más, repasan formalidades que de por sà son alentadoras, y cierra el circuito. Pasa un rato repasando la conversación, grabada con sus impresiones del momento, y pensando en ella. Luego la transmite a Zamok Vysoki, pidiendo que Brandir la llame.
Expectante, responde con rapidez. Una vez más hay formalidades, pero de otro tipo y carácter. Brandir no está del todo seguro de cómo dirigirse a eso que no es del todo su madre. Dagny puede aprovecharse. Necesita todas las ventajas que pueda encontrar.
-¿Qué es lo último de ti y tus colegas? -le preguntó-. ¿Alguna perspectiva de compromiso?
Su cabeza, delgada y reseca después de casi noventa años, niega, un gesto enfáticamente terrestre.
-No, no en lo esencial, pero puede pasar mucho tiempo hasta entonces. Mientras la Federación tenga poder sobre nosotros, nunca dejará de intentar abusar. -Sobre la soberanÃa de los señores en esas tierras de las que se habÃan apropiado-. A menos que Selene obtenga la libertad total, nuestra gente perecerá. -Se refiere a su clase. No a la muerte literal; el final de sus orgullosas costumbres, de toda la cultura que crece a su alrededor, modelada por ellos. Pero los selenitas son lo suficientemente humanos como para valorar algunas cosas más que la vida-. De lo que hablamos fue de reforzar nuestras acciones comunes. Sin sorprenderse, Dagny no sigue por ese camino.
-Well, ya has escuchado mi conversación con Huizinga. ¿Qué hay de su grupo? ¿Propuse más de lo que estarÃais dispuestos a aceptar? -En realidad, no propusiste nada -le recordó-. Pero si llega a darse la situación, y Fireball cumple su promesa, sÃ, me parece una polÃtica razonable. Mientras que los Nacionales serán un problema más espinoso.
-Nos ocuparemos también de eso.
Brandir extendió los dedos en abanico, un encogimiento de hombros selenita.
-Ese plan da por supuesto que la Tierra nos dejará partir, en paz o de otra forma.
No se molesta en hacer que la imagen refleje seriedad, sino que se concentra en la voz y las palabras.
-Eso exigirá que todos trabajemos por el mismo fin, y nos organicemos para hacerlo. Especialmente vosotros los selenarcas. A menos que lo hayáis hecho muy en secreto, todavÃa no habéis considerado en serio y realmente cómo vais a tratar con la Federación.
-Paz y comercio ganarán más y costarán menos que cualquier victoria militar nominal y sus consecuencias.
-SÃ, sÃ, todos dicen lo mismo, también en la Tierra. Pero el palo solo no servirá. También hay que colgar la zanahoria. ¿Qué ofertas especÃficas estáis dispuestos a hacer... a regañadientes, sin duda, pero por voluntad propia?
-Tienes alguna idea.-Ãl la veÃa venir.
-Algunos otros y yo hemos estado pensando algunas cosas. Por ejemplo, considera las extracciones de helio 3. Un monopolio gubernamental, y no de cualquier gobierno nacional, sino de la Federación.
Ese material es asà de importante para la energÃa de fusión, para toda la Tierra. No puedes limitarte a expropiarlo a menos que tengas una fuerza abrumadora; y no lo haréis. Eso implicarÃa la guerra.
-No. Allà no están locos. La exportación a la Tierra continuará, con los términos que se negocien.
-No comprendes la psicologÃa terrestre, Brandir. No es tu psicologÃa. Cualquier gobierno de la Federación que tolere vuestra incautación caerÃa inmediatamente. Ya tienen bastantes problemas. -El efecto del Deterioro, el movimiento avantista, la ampliación de la separación aparentemente insalvable entre las sociedades de alta tecnologÃa y las de baja tecnologÃa, revueltas por todas partes-. No pueden permitirse mostrarse débiles. Más aún, en esas circunstancias tendrán el apoyo de Fireball, en lo que se refiere a sanciones económicas y de transporte contra Selene. La compañÃa no quiere caos en la Tierra. Brandir se pone rÃgido.
-Es nuestra regolita la que criban en busca de átomos que el viento solar depositó ahà durante miles de millones de años. No tienen más derecho a ellos que a nuestra libertad.
Dagny manufacturó un suspiro.
-No esperaba que recurrieses a la retórica. Déjalo, hijo. Ãl espera, sereno.
-La cuestión es --dice ella-que tu clase no sabe si podrá pagar compensaciones por la propiedad y los derechos.
Brandir se manifiesta impasible.
-Adquirir la parte de los terranos descontentos ya será de por sà una carga muy importante.
-Es decir, no tenéis el dinero. Vale, considerad un intercambio. Tenéis naves y robots en el Cinturón de asteroides, una inversión reciente y bastante pequeña, pero deberÃa valer mucho cuando llegue el momento de negociar la independencia. -Si ese momento estaba en el futuro-. Ofreceos a ceder una parte de esas operaciones de forma que sea un intercambio aceptable por las plantas de helio.
No recordaba haberlo visto nunca tan cerca de manifestar conmoción.
-Mi dama, eso reducirÃa el comercio espacial selenita a lo insignificante.
-Puede que descubráis que no tenéis ninguna otra alternativa -contestó-. Siempre podréis reconstruir la flota después. O podéis decidir que la soberanÃa es demasiado cara. Sólo es una sugerencia personal, pero espero que haga que tú y tus colegas meditéis.
»Coméntalo con ellos. Después de todo, no es un asunto urgente.
Entre nosotros, puede que nos inventemos un plan mejor. Lo que pretendo dejar claro hoy es que debéis estar preparados para negociar, y para dar además de recibir.
Examinan otros asuntos por encima, pero pasan rápido.
Mientras Brandir se despide, no le pregunta cómo le va personalmente. Se lo habrÃa preguntado a su madre. Dagny se dice que no debe dolerle. Ella es una emulación.
A solas, examina el ciclodÃa. Queda mucho por hacer, y los acontecimientos siempre pueden descontrolarse; pero parece que esta última posibilidad de erupción puede frenarse con facilidad, y quizá se avance un poco hacia una Luna unida. Ãse es el fin real. Sin una comunidad, no puede haber independencia lunar, ni paz probablemente, ni quizá supervivencia.
37
La mayor parte de la Isla Vancouver era un parque. DebÃas aguardar turno para acampar, pero los viajes de un dÃa no estaban restringidos y Victoria ofrecÃa a los visitantes muchos servicios. Los negocios más pequeños estaban acostumbrados a aceptar efectivo. Por la mañana, Kenmuir y Aleka tomarÃan un taxi privado, con conductor, al Hotel Sprucetop en las montañas. Desde allà habÃa un dÃa de camino a la propiedad Fireball, donde la puerta deberÃa reconocer a Kenmuir y dejarles pasar.
Pero primero descansarÃan allà una noche. El riesgo parecÃa menor que la necesidad de dormir.
Al abandonar el café donde habÃan cenado, la luz se reflejaba en las ventanas de los edificios parlamentarios. Era como si esas imponentes piezas de museo recordasen momentáneamente lo ajetreadas que habÃan estado en el pasado. La luz, que venÃa de un sol dorado en el horizonte, esparcÃa claridad sobre la bahÃa, empapaba los jardines y las flores, doraba las alas de dos gaviotas tardÃas que volaban en el azul plata.
HabÃa un grupo de jóvenes en un muelle. Se oÃa una canción, el sonido de una guitarra, pero por lo demás la tarde era tranquila y habÃa poca gente por las calles.
-Hermoso -murmuró Aleka.
-SÃ. -Kenmuir se prohibió definirlo como triste. ¿SerÃa sólo que se sentÃa asÃ?
-Como en casa-dijo Aleka. Kenmuir arqueó las cejas. -¿En serio?
-Oh, el campo, el aire, todo es diferente. Vivimos en un planeta maravillosamente variado, ¿no? Pero la paz y la felicidad son las mismas.
Paz y felicidad que ella esperaba preservar en Nauru. ¿PodrÃa hacerlo? Incluso si aquella increÃble apuesta salÃa bien, ¿podrÃa hacerlo?
Se dirigieron hacia la casa donde habÃan encontrado alojamiento. Quizá eso fue lo que hizo que Aleka guardase silencio. HabÃan acordado en el camino hasta allà que lo más seguro y lo menos evidente serÃa inscribirse como pareja.
-Puedo comportarme -le prometió Kenmuir, sintiéndose sonrojar en las mejillas. Ella asintió, sonrió y le tranquilizó no diciendo nada.
En general, habÃan hablado de lo sucedido y de lo que podrÃa ser. Poco a poco, al principio con timidez, luego con mayor libertad, se conocieron mejor, y les gustó lo que descubrieron.
Paseaban juntos por un bulevar bajo las sombras de los árboles, ya en el crepúsculo.
-Quiero mostrarte mi casa-dijo ella.
-Me encantarÃa verla -contestó él. Verla, y saber que estaba condenada.
-Este lugar me la recuerda tanto -repitió-. No es que no haya estado en otros, a su modo, similares. Vivimos casi en una edad de oro. Aunque Kenmuir no deseaba discutir, fue incapaz de dejar pasar la afirmación.
-¿Puedo señalarte que el oro es sólido e inerte? Ella frunció el ceño.
-No es necesario. Ya he oÃdo suficiente sobre cómo las cosas realmente ya no cambian, como hemos llegado al final de la ciencia, el arte y la aventura.
-¿No es as�
-Mira a tu alrededor. -Aleka se detuvo, lo que hizo que Kenmuir tuviese que frenar de golpe; se dio la vuelta y señaló hacia el agua. Qué grácil era cada movimiento, pensó Kenmuir-. Esos jóvenes de ahÃ, o los que vimos salir de Winnipeg, o casi cualquier chico en cualquier lugar. Para ellos, el mundo es nuevo. El amor, el deporte, la Tierra y la Luna, todas las grandes obras, toda la historia de nuestra especie les pertenece.
-Cierto -tuvo que concederle-. Yo nunca agotaré los datos en las bases de datos. O Shakespeare, o Beethoven, nunca descubriré todos sus secretos. Una vida no es suficiente.
-Exacto.
-Sin embargo, te opones al sistema. Aleka golpeó con el pie.
-¿Cuántas veces tenemos que discutir lo mismo? ¿No lo hemos dejado ya bien claro? -Volvió a ponerse en marcha, dando largos pasos-. No he dicho que las cosas sean perfectas, o que lleguen a serlo. Siempre tendremos que luchar contra la entropÃa.
HabÃa vuelto a meter la pata.
En lugar de disculparse, algo que Aleka le habÃa dicho que hacÃa con demasiada facilidad, intentó reÃrse.
-No esperaba semejante frase de tus labios. -Aleka lo miró. Sus ojos brillaban en el crepúsculo-. Oh, sabes de fÃsica, pero yo pienso en ti más en términos de mar, de viento y.. SÃ, el universo todavÃa contiene muchÃsimas sorpresas.
Ella dejó de sentirse molesta. Pero seguÃa estando seria.
-Y tampoco nos quedaremos parados. Como a mi Lahui, todavÃa le queda mucha evolución por delante. Apuesto a que se convertirá en algo que nadie podrÃa prever.
Kenmuir sabÃa que debÃa decir algo para indicar que estaba de acuerdo y seguir charlando de cosas insustanciales. No podÃa hacerlo. ¿Era tozudez o respeto por la inteligencia de Aleka?
-¿Importará eso? -¿Qué quieres decir? -El cibercosmos nos tolera...
-¡Nos ayuda! -exclamó-. Sin él, la Tierra serÃa... un desierto ponzoñoso... llena de salvajes luchando por los restos.
—Quizá. O quizá hubiésemos resuelto nuestros problemas por nosotros mismos. -Levantó la mano-. En todo caso, la situación es la que es. Muy bien, te lo concedo, el cibercosmos no es desconsiderado. Nos sirve, incluso podrÃas decir que nos consiente. Los monstruos, los artistas del genocidio a lo largo de la historia, ésos eran humanos.
-Y nos hemos librado de ellos.
-¿Con qué fin? ¿Para mantenernos satisfechos, para dejarnos sin nada bajo los pies, mientras el cibercosmos avanza hacia su destino? -¿Qué es? -exigió saber Aleka.
-Ya lo sabes. Hace siglos que se profetiza, incluso antes de que existiese la inteligencia artificial. La mente, la mente pura, dominarÃa el universo.
-¿Te importa? -La risa de Aleka sonaba dulce en el silencio-. En mi caso, no siento celos. Simplemente deseo que mi gente tenga su propio futuro.
-Pero en ese futuro, ¿no estarÃan limitados, guiados, reformados para ajustarse a los lÃmites que les han fijado?
Ella inclinó la cabeza.
-Ãltimamente no he notado demasiados lÃmites y guÃas.
No, pensó Kenmuir. Ella le acompañaba en una misión que no comprendÃan. La causa de Lilisaire, sinuosa y dudosa. IronÃa: le negarÃa un hogar espacial a los humanos que compartÃan su anhelo; confrontarÃa y en cierta forma oscura pondrÃa en peligro el orden de cosas que nutrÃa a Aleka; pero aun asÃ, continuaban en su desesperada empresa.
Juntos.
Las palabras surgieron como por voluntad propia.
-No creo que nada excepto la reprogramación pudiese despertarte. Nunca he conocido a nadie más independiente.
Aleka le agarró la mano. El apretón era agradable. -Thank you. Tú tampoco eres auhaukapu.
Se detuvieron de nuevo y se miraron. Durante un segundo, con asombro, Kenmuir se preguntó cómo habÃa sucedido tal cosa. Se trataba de una intersección desierta. El cielo se habÃa vuelto de color violeta y la luna, creciente, parecÃa iluminarles. No se soltaron.
-Cómo deseo que conozcas el Lahui -dijo en voz baja-. Te imagino uniéndote a nosotros. PodrÃamos aprovechar tus habilidades, y a ti.
Kenmuir negó con la cabeza, desconcertado.
-No, soy demasiado viejo, estoy demasiado encastrado en mis hábitos.
Los dientes de Aleka relucÃan.
-¡TonterÃas! Superas a cualquier jovencito que se me ocurra. El episodio de Overburg...
-¿La pelea? Eso no fue nada. -Se forzó a ser sincero-: Y, en cierta forma, la causé.
-¿Cómo?
-Oh, yo... acepté la hospitalidad de Bruno... y naturalmente él esperaba... -Kenmuir se contuvo.
-Maopopo ia'u. -Captó el desprecio-. Lo sé. Se pensaba que yo era su propiedad, como sus mujeres.
Atrapado, Kenmuir vaciló.
-No... no me gustó... no vi la manera de negarme cuando se puso tan insistente...
-¿Por qué iba a culparte a ti? -le preguntó para calmarle. -Pero creo que deberÃas saberlo... quiero que lo sepas... -Forcejeó-. Cuando me quedé a solas con ella, no pude.
-Oh, Kenmuir.
-La situación, y.. y estaba claro que a ella no le importaba... Dije que estaba muy cansado, ella bostezó y... los dos nos dormimos. Aleka echó la cabeza atrás. La risa fue atronadora.
En Kenmuir, el disgusto se transformó en aflicción. El corazón le latÃa a menor velocidad. Después de todo, ¿qué importancia tenÃa? Lilisaire. Mientras tanto, habÃa... ¿tranquilizado?... a su amiga.
Aleka se contuvo. -Lo siento-dijo.
-No lo sientas. -Se las arregló para sonreÃr-. Es bastante divertido.
Aleka le tomó de la otra mano y le miró directamente a los ojos. -Eres un hombre encantador. Y no tenemos ni idea de a dónde vamos. Lo más probable es que fracasemos. Quizá ganemos la libertad, quizá no. Pero Pele sonrÃe.
Kenmuir esperó.
-Nos queda esta noche erijo Aleka.
Se despertó en una ocasión. Una ventana de viejo estilo, abierta al aire frÃo y a la brisa que agitaba las hojas, miraba al oeste. La Luna brillaba. Apenas sacaba de entre las sombras las curvas de los hombros, brazo y mejillas allà donde ella respiraba tranquilamente a su lado. La felicidad le conquistó lentamente. Por esta breve ocasión, la Luna era el hogar de la paz.
38
La madre de la Luna
Encontraron a Dagny Beynac en el sendero del borde norte. HabÃa dejado el coche en el refugio y habÃa proseguido a pie, sola, durante una hora en la que no habÃa nadie más presente. Era una caminata razonablemente fácil, que habÃa realizado en múltiples ocasiones, incluso en años recientes; pero tenÃa un corazón viejo -«delgado como el papel», habÃa comentado, como si lo oyese aletear en un viento que viniese de más allá del espaciotiempo- y en las alturas le habÃa fallado.
O quizá no le habÃa fallado, pensaron algunos del grupo de rescate. Un biomonitor en el traje hubiese enviado una señal de alarma para que los médicos llegasen en minutos. PodrÃan haber sido capaces de resucitar el cuerpo. Aunque a su edad un trasplante clónico no era factible, un sustituto la hubiese podido mantener viva en una unidad de mantenimiento durante varios años más. El equipo descubrió que, sin comunicarlo, hacÃa mucho que habÃa eliminado el monitor.
Durante un perÃodo de tiempo similar, su costumbre de salir a la superficie sin decÃrselo a nadie habÃa sido la desesperación de sus amigos. Cuando protestaban, Dagny les recordaba con alegrÃa que ella ya caminaba por la Luna antes de que ellos, y generalmente antes de que sus padres, hubiesen nacido. Aquélla era su elección.
Claramente, su última visión habÃa sido magnÃfica. Allà habÃa una cresta que recorrÃa la parte alta de la pared del cráter, lo suficientemente alta y estrecha como para que pudiese ver el suelo del cráter. Aquella parte contenÃa profundas sombras, pero el pico central se elevaba para formar ligeros terraplenes escalonados que eran visibles desde el horizonte opuesto. Más cerca, relucÃa una torre de radio como si fuese una lanza victoriosa. Al norte, todo descendÃa con la suavidad de la roca lunar, los bordes agudos gastados por el material caÃdo del cielo, para formar marcas negrÃsimas. Más allá, el terreno se volvÃa más brillante de lo habitual, la rociada del impacto se dividÃa al extenderse en grandes rayos. Las montañas protegÃan ese borde de visión. La luz llegaba en oleadas desde una Tierra casi llena, azul y blanca, los colores del mar y el aire, moteada por continentes. En otros lugares de la noche ardÃan algunas estrellas. Allà moraba el silencio.
Cuando su ausencia despertó temores, la policÃa de Tychopolis ordenó una búsqueda intensiva por satélite. Los legisladores lunares habÃan intentado negociar una ley que convirtiese ese procedimiento en una actuación de emergencia. Beynac los habÃa apoyado, realizando comentarios mordaces sobre la intimidad. Los sistemas ópticos encontraron casi de inmediato la forma acurrucada y un escuadrón partió apresuradamente; pero ya habÃan pasado horas desde el momento de la muerte.
Selene la lloró. En la Tierra, todas las banderas de Fireball ondearon a media asta.
La noticia disparó varios programas que ella misma habÃa preparado. La mayorÃa de ellos simplemente se encargaron de poner en orden sus asuntos. Media docena eran mensajes, cada uno encriptado personalmente para el destinatario. Uno estaba dirigido a Lars Rydberg, en la Isla Vancouver.
QueridÃsimo Lars:
Cuando recibas estaba carta, ya me habré ido. Que te vaya bien, que te vaya siempre muy bien, a ti y a los tuyos a los que siempre he amado.
Quizá nos hayamos encontrado de nuevo después de la fecha de esta carta. Probablemente, al menos habremos hablado por teléfono, porque eres muy amable llamándome. La última vez que hablamos, tu reserva se rompió un poquito y dijiste que el retraso de la transmisión, al que por lo demás no hacÃas caso, era como sangrar un poco. Tú corriste a encargarte de otra cosa y yo esperé a que hubiésemos terminado para llorar. SÃ, últimamente siempre sabÃamos que podrÃamos no tener otra oportunidad. No lo hemos expresado con palabras -¿por qué libamos a hacerlo?-, pero hace unos meses me di cuenta, algo sorprendida, de que mis «hasta la vista» se habÃan convertido en «ve con Dios».
Ahora llorarás. Espero que no lo hagas a solas, sino que permitas que Ulla te reconforte. Ya lo sabes, serÃa un regalo para ella. Sten, Olaf, Linnea, Anson, William, Lucia, Runa, sus esposas e hijos, y los hijos de sus hijos, no, no puedo encontrar palabras para ellos más que «Fui bienaventurada. Gracias, gracias».
Es cierto, querido. Mi vida fue una aventura gloriosa. Recuérdame, échame en falta, pero nunca me compadezcas. Evidentemente, hay cosas que cambiarÃa si pudiese. Sobre todo, harÃa que mi Edmond y mi Kaino viviesen sus vidas. Pero nuestra alegrÃa no murió en mÃ; ¡y cuántas maravillas han sido mÃas! No sólo vi un mundo muerto florecer a la vida y la aparición de una nueva especie, yo ayudé a que asà fuese, ayudé a guiarnos hacia la libertad, y mientras tanto, los humanos llegaron hasta los confines del reino del Sol y yo recibà el calor de mucho amor que no merecÃa. No dejaré que esas riquezas se me escapen a gotitas, entre máquinas y medicinas, manteniendo los ojos abiertos mientras el cerebro se encoge. No, seguiré viviendo, con alegrÃa, hasta que ya no pueda vivir con libertad. Luego, los datos médicos me dan razones para la esperanza, me iré con rapidez y limpieza, y completamente preparada.
Luego... Supongo que «luego» no significa mucho en este caso. «Ve con Dios» es el deseo de que vivas con seguridad y felicidad, no más. Quizá me equivoque. ¡Será toda una aventura descubrirlo!
En todo caso, nadie abandona del todo el universo vivo. Lo que hemos hecho sigue adelante, no sabemos hasta cuándo, antes de perderse en el ruido cósmico. Más inmediato, quedan los deberes a cumplir, bendiciones que impartir.
Y por tanto, apelo a ti, mi hijo terrestre. Tú comprenderás lo que mis queridos hijos selenitas no pueden. Tú, que te has convertido en un poder dentro de la poderosa Fireball, que sin embargo sigues siendo completamente humano, puedes hacer lo que ni Anson Guthrie ni cualquier selenarca podrÃa ser capaz.
Oh, cumplirás tu juramento. Podrás seguir siendo el hombre de Guthrie como prometiste hace mucho tiempo. Sólo te pido que dejes a un lado la fatiga que puedas sentir y ofrezcas tus servicios a Guthrie para defender la causa de la paz lunar.
Tú tienes los conocimientos, los contactos, la experiencia, todo lo que te enseñé, te confié y todo en lo que te impliqué. No, no serás el hombre indispensable que nunca existió. Pero puedes hacer mucho -y con mucha discreción; te conozco-en los años por venir. Será una tarea difÃcil, desagradecida, en ocasiones exasperante, posiblemente catastrófica, pero mejorará las posibilidades, ¿y qué más pueden hacer los mortales?
Te adjunto un archivo que mantengo actualizado. Resume la situación, los factores que creo importantes y cualquier recomendación que se me haya ocurrido. Comprobarás que, en su mayor parte, es confidencial. ConfÃo en ti. También confÃo en que lo estudiarás. Luego, si aceptas aportar tu grano de arena, irás a Guthrie. Y que Dios sea contigo.
¿Qué más? Hablan de construir, llegado el dÃa, una gran tumba para mis cenizas. Pensé en pedirte que intervinieses lo mejor que pudieses para intentar que las esparciesen donde yace Edmond. Pero no, Verdea se muestra muy apasionada sobre lo que significarÃa para todos. Si realmente la quieren, que la tengan. A mà no me importará. Reserva tus esfuerzos para los vivos y los que están por nacer.
Pero lo que sà importa es esto: se amable con mi emulación. Creo que eso es todo. Mientras tú en tu corazón me deseas buenas noches, deséale a los niños de mi parte que tengan una buena mañana.
Tu madre
39
Kenmuir prestó atención.
-Hello, sir erijo. Aleka cruzó las manos sobre el pecho y se inclinó. La mujer que los habÃa escoltado desde la puerta también saludó.
El viejo enorme en la enorme y vieja sala levantó la vista desde la silla que se encontraba frente al fuego. La iluminación de la sala era reducida y las llamas titilaban sobre el rostro. Los ruidos del fuego se mezclaban con la música; una pieza contemporánea que Kenmuir reconoció, Variaciones sinfónicas sobre el cisne de Tuonela de Sibehus, de Nomura. Tan sombrÃa en la penumbra como los retratos que miraban desde los marcos. A través de la ventana vio cómo el gran crepúsculo del norte se convertÃa en noche.
-Asà que has vuelto, Ian Kenmuir-murmuró Matthias.
-SÃ, señor -dijo el piloto-. Le presento a Aleka Kame. -No podÃa pensar en ella por la versión anglo de su nombre.
-Welcome, miss.
-Thank you -contestó Aleka algo incierta-. Es muy amable por recibirnos asÃ, sin aviso, sir.
-Kenmuir llamó a la Hermandad cuando llegasteis. Además, siento... curiosidad.
-Tenemos algo más que contar que una historia curiosa, señor -dijo Kenmuir.
El Rydberg asintió.
-Eso es evidente.
-Tenemos que hablar en privado.
-Igualmente evidente. Sentaos. -Matthias hizo un gesto. Kenmuir y Aleka fueron hacia las sillas. Mientras tanto, Matthias habló a la escolta-: ¿Has oÃdo, Gould? Hermetismo. Quiero que informes al personal, a cada persona que se encuentre en la casa y en los terrenos. -Describió la situación de cada uno.
Aleka aprovechó la oportunidad para preguntarle a Kenmuir: -¿Bastará con eso?
-SÃ. Hermandad -contestó, no sin demasiada timidez-. Pero por mi parte... no puedo mentirle.
-¿Por qué ibas a hacerlo?
-No esperes, no le pidas, que actúe contra su juicio de lo que es mejor para los cofrades de Fireball.
-O todas las cosas vivas. Lo comprendo.
Acercaron las sillas para situarse frente al asiento tallado del maestro de la logia. Al sentarse, Kenmuir sintió todo su cansancio. Pero se trataba de un cansancio fÃsico, cálido y relajado. La caminata de ese dÃa por los senderos boscosos hasta el mar habÃa sido tan alentadora como la dicha algo triste de la noche anterior. Aleka, a su lado, le tomó de la mano.
Gould se fue.
-TranquilÃzate -le dijo Matthias a Aleka-. Nada de lo que aquà se diga o vea pasará los lÃmites de la mansión sin mi consentimiento. -Ella apretó con más fuerza antes de soltar la mano.
»Aunque no es que vayamos a contarles más de lo que sea necesario -siguió diciendo Matthias-. Pero queremos servicio. -Tocó un botón en el brazo de la silla-. Los dos debéis de estar agotados y tan hambrientos como agujeros negros. ¿No preferirÃais comer primero, descansar o dormir?
-No creo que pudiese, señor-contestó Aleka. Kenmuir asintió.
-Quizá café y un bocado de algo, si el Rydberg lo desea.
-Eso pensaba -dijo Matthias. Entró un muchacho-. ¿Qué le . apetece, señorita Kame?
Aleka sonrió.
-Well, si puedo pedir un pastel de proteÃnas y una cerveza, serÃa maravilloso. -Era realmente deseable, pensó Kenmuir. Recordó la pausa del mediodÃa en una fuente natural. Aleka lo mojó, riendo, y cuando le besó, el agua supo como rocÃo en sus labios, y la sintió firme, vigorosa y su sudor tenÃa un olor dulzón. Matthias rió y dio la orden. El asistente se fue.
Matthias se recostó y juntó los dedos.
-¿Desde dónde habéis venido hoy? -preguntó en tono prosaico-. ¿Sprucetop...? SÃ, parecÃa probable. Ocultando el rastro. -Es una larga historia, señor-dijo Kenmuir.
-Y nosotros ni siquiera conocemos la mitad -añadió Aleka-. Al menos, no todavÃa.
-Sospecho que hay algunos que no quieren que la conozcáis -contestó Matthias-. Venga, hablad, a vuestro ritmo.
Empezaron, al principio vacilando, deteniéndose al regresar el muchacho. Aleka atacó la cerveza con entusiasmo desvergonzado, y después habló con tono animado de su pasado y su papel. Kenmuir fue el que contó más. Matthias les lanzaba continuas preguntas, como si fuesen misiles.
-Hace como una semana vino uno de sus oficiales -dijo en una ocasión-. QuerÃa saber de ti, capitán Kenmuir. No me mostré cooperativo. DecÃa llamarse pragmático Venator.
-¡Pele! -dijo Aleka boquiabierta. Se enderezó de golpe-. El mismo que...
Cuando lo hubo oÃdo, Matthias frunció el ceño mirando el fuego y ordenó al robot avivarlo y arrojar otro leño. Las llamas se oÃan con claridad porque la música habÃa terminado.
-Arrrh -gruñó-. Es una crisis.
-Pero ¿por qué? -protestó Aleka-. Lo hemos intentado en muchas ocasiones, pero no conseguimos averiguar qué hay de malo. -Seguid -ordenó.
Asà lo hicieron.
-...y asà llegamos aquÃ-terminó Kenmuir. -¿Por qué?-preguntó Matthias.
-¿A qué otro sitio podrÃamos ir? Unos amigos, como Sam Packer, podrÃan ayudarnos a escondernos un poco más, pero ¿para qué? Desde el fondo de unas cejas pobladas, los ojos se centraron en él y lo miraron con atención.
-¿Pero sin embargo pensabas que Fireball, en mi persona, podrÃa armaros para una empresa quijotesca cuyo sentido ni vosotros mismos conocéis? ¿Qué te hizo pensar tal cosa?
Kenmuir suspiró. -La desesperación. -Y yo no podÃa proponer nada mejor-añadió Aleka.
El cansancio empezaba a hacer mella en Kenmuir. -Comprendimos que no habÃa esperanza. Aun asÃ, Fireball se extiende por todo el mundo, aunque nuestros cofrades no sean muchos, y...
El Rydberg levantó un dedo.
-¿Y los llamarÃas para ayudar a la zorra selenita que quiere mantener a los nuestros fuera del espacio?
-No, señor, no. Simplemente desea salvar su sociedad.
-Su sociedad. Exactamente. Ella, entre el puñado de gente que la controla.
-Eso no es cierto, señor. No es tan simple, ni nada parecido... -Las palabras de Kenmuir murieron. Volvió a caer sobre la silla. Aleka siguió desafiante.
-No lo es, sir. No sé mucho sobre los selenitas, pero sé lo que significa ver que toda nuestra vida desaparece. Ahà está mi gente.
La masiva cabeza asintió.
-Cierto, muchacha -dijo Matthias con tono amable-. Para mà son extraños, pero no los olvido.
-En realidad no apelamos a usted, señor -dijo Kenmuir-. No me gustarÃa que la Hermandad corriese ningún riesgo.
-Ãse es un factor en la ecuación, sÃ.
-Y en todo caso, ¿qué podrÃa hacer Fireball? Probablemente nada. Quizá ayudarnos a escapar de las peores consecuencias de nuestra locura. Al menos en el caso de Aleka. Ella es inocente.
La mujer se puso rÃgida.
-¡Y un huevo lo soy! -gritó.
¿Sonrió Matthias muy ligeramente, o fue un espejismo de la luz recorriendo las arrugas del rostro?
-No saques conclusiones precipitadas -dijo-. Puede que no tengan una base muy sólida. -Kenmuir sabÃa que se trataba de una cita de Guthrie y abrió la boca-. Silencio.
Durante un momento, sólo habló el fuego, mientras Matthias meditaba y fuera caÃa la noche.
El anciano, al fin, habló para sà mismo, como si fuese un trueno remoto.
-Proserpina, el perdido... Kaino, hijo de Dagny Beynac... SÃ, seguro que ella...
Volvió a quedarse en silencio, durante un minuto, antes de mirar a sus visitantes y hablar en voz alta.
-En todo este embrollo hay un hecho indisputable. El gobierno de la Federación ha ocultado sistemáticamente, durante muchas vidas, datos potencialmente importantes. Está realizando todos los esfuerzos posibles por mantener ese secreto. Sin dar ninguna justificación ni ninguna razón. Violando claramente el Pacto. -Apartó la vista, mirando a la oscuridad a través de la ventana-. ¿Qué más se oculta? Durante toda mi vida he sentido cómo las paredes se cerraban.
Volvió a guardar silencio. El pulso enflaquecido de Kenmuir se recuperó hasta martillearle en el cráneo.
Matthias encorvó los pesados hombros.
-Tengo que pensarlo. Pensar mucho. Esta noche no voy a dormir mucho. Pero vosotros dos necesitáis descansar.
-Oh, sir... -resolló Aleka. Matthias apretó el botón.
-Descansaréisordené-. Decida lo que decida, quiero que estéis preparados para la acción. No me molestéis más. -Llegó el asistente-. Berghall, ocúpate de ellos dos. Baños, ropas limpias, una buena cena, habitaciones.
El muchacho permaneció erguido.
-Sir. -El orgullo se apreciaba en su persona. -Id -dijo Matthias-. Os veré por la mañana.
La habitación está llena de reliquias de antiguas eras -el modelo de una nave espacial, una centelleante roca lunar, una imagen del primer campamento humano en Marte, una fotografÃa gastada de Anson Guthrie con su mujer y sus hijos-descansando como sueños que han llegado a puerto. AllÃ, dos personas podÃan encontrar el camino hacia una renovada paz interior. Sin embargo, mientras se quedaba dormido, Kenmuir se preguntó qué era lo que el Rydberg habÃa pensado con respecto a Dagny Beynac. HabÃa sido como si, en ese instante, la profunda voz del maestro de la logia hubiese dado un traspié.
40
La madre de la Luna
Mientras las horas se transforman en ciclodÃas, la tensión aumenta. En ocasiones Dagny puede asegurarse un interludio de actividad de bajo nivel que es el equivalente del sueño en una emulación, pero es breve y siempre sale de él debido a la siguiente escalada de la crisis.
Nominalmente, no es más que un miembro de la Administración Provisional, que tiene una posición más que dudosa. No es el gobierno que, legalmente, deberÃa hablar por Selene. Es un grupo que el cuerpo legislativo de Tsukimachi ha creado y encargado de las negociaciones. Ella habÃa maniobrado para conseguir que suficientes diputados votasen a favor de su formación, y para persuadir al gobernador general Haugen de que su veto producirÃa la lucha abierta que tanto teme.
En efecto, la Administración se ha convertido en el gobierno lunar, porque incluye a los selenarcas que tan despreciativamente habÃan pasado por alto un congreso impotente e irrelevante. Cierto, también hay representantes de las ciudades, las industrias y profesiones más importantes, y de los terranos que desean permanecer en la Luna pase lo que pase. Pero todos desean la independencia total. Con ese fin, cuando lo considera oportuno, emite decretos que los magistrados locales ponen en práctica.
El poder es muy limitado. Selene todavÃa está sujeta a la Federación Mundial. Se han redoblado las fuerzas de la Autoridad de Paz. Si se viola cualquier ley internacional importante, el gobernador debe ordenar la disolución de la Administración y proclamar la ley marcial. Dagny es una delegada, elegida por otros y que ha ocupado su puesto por su petición urgente. Al final, se presta más atención a sus palabras, y es ella la que, en general, habla por todos. En más de una ocasión, ha tratado directamente con el presidente de la Federación Daniel Janvier en Hiroshima. Tal es el mana que tiene el nombre Beynac. Puede que incluso con mayor fuerza en la emulación que en la mujer real. Una presencia robótica parece impersonal, imparcial. Y en el fondo, ¿hay un oscuro estremecimiento mÃtico... la voz desde más allá de la tumba de la heroÃna oracular?
La polÃtica de la Tierra actúa a tientas. El asunto lunar ya no puede esperar. Inquietud, agitación, disturbios, boicots, y una sutil sedición,
rumores de armas prohibidas fabricadas en secreto, obstáculos a la producción y el comercio y advertencias de Fireball de que podrÃan pasar cosas peores, han aparcado a un lado los asuntos que parecÃan más cercanos. En el cielo nocturno, la luna llena cuelga como una bomba. Janvier convoca una sesión especial del Alto Consejo y la Asamblea.
El debate se alarga y se tambalea. Norteamérica y Rusia se oponen especialmente al precedente; si la herencia común llega a su fin en Selene, ¿cuándo lo hará en todo el Sistema Solar? Los chinos y los australianos consideran que el principio es obsoleto. Los indonesios recuerdan a antepasados que se liberaron a sà mismos de los amos coloniales. Los siberianos consideran que su propio ejemplo es más apropiado. La oratoria crece como el moho. El presidente y algunos de los parlamentarios luchan por mantener el proceso dentro de sus lÃmites.
Para la humanidad en general, la vida diaria sigue como siempre. La emulación no tiene vida diaria, no le queda tiempo.
Las medidas toman forma. Llega la votación. Se aprueba la autonomÃa. Selene será reconocida como miembro de la Federación después de que se prepare una Constitución democrática, con las adecua das salvaguardas, se apruebe y se ratifique. Por toda la Tierra ondean las banderas y las multitudes vitorean.
La Administración Provisional rechaza el programa.
Insiste en la independencia total, en la soberanÃa absoluta. Cumplirá las promesas fijadas en la declaración de su posición del año anterior: propiedad de colonización, asistencia a la emigración, tratados de comercio y control de armas. Pero todo eso será voluntario. Selene tendrá completa libertad para decidir su futuro como desee.
Dagny sabÃa que ésa serÃa la respuesta. HabÃa advertido a Janvier. Ãl le contestó que debÃa hacer lo que podÃa con lo que tenÃa. Ahora denuncia la negativa. Sin embargo, no declara la disolución de la Administración. Promete utilizar la persuasión. Ãl y Dagny comprenden que se trata de un simple detalle.
-DesearÃa que no fuese asà -le dice Dagny por medio de un mensaje láser encriptado-. PreferirÃa infinitamente una república. Pero no se ajusta a los selenitas, y ellos son mi gente.
La Tierra hierve de indignación. En la Luna los terranos se amotinan. La policÃa y la Autoridad de Paz tienen las manos llenas restaurando e imponiendo el orden.
El Alto Consejo de la Federación Mundial instruye al presidente para que llame a la reserva de la Autoridad. Varios gobiernos ofrecen refuerzos si son necesarios, con hombres y material de sus milicias nacionales.
Las comunicaciones vuelan por el espacio. Los astromonitores observan e informan sobre una veintena de naves volviendo desde el Cinturón de asteroides. Al ser preguntadas, se identifican como exige la ley: cargueros selenitas de las operaciones de minerÃa y extracción que algunos magnates tienen en aquellas regiones. Son empresas pequeñas comparadas con las de Fireball o Maharashtra; pero esas naves son grandes y tienen motores nucleares.
-No pueden regresar todas simultáneamente por simple coincidencia-exclama Janvier.
Retraso en la transmisión.
-No -admite la emulación de Dagny Beynac-, pero siempre que sigan rutas de tráfico seguras no están obligadas a dar una razón. Yo he preguntado y no he recibido respuesta excepto que se trata de un negocio privado. Puede que sea algún tipo de movimiento preventivo. Le sugiero que no le dé demasiada importancia, o podrÃa provocar una histeria masiva junto con todos sus problemas.
Retraso de transmisión.
-Es posible que no pueda evitarlo-dice con gravedad.
Las naves no llegan a la órbita lunar, como sucederÃa si trajesen carga. Adoptan rutas alrededor del sistema Tierra-Luna. Esas órbitas son inestables, y de vez en cuando es preciso corregirlas.
-Deben irse-afirma Janvier. La imagen en la pantalla es la de un hombre macilento, con el sudor corriéndole por mejillas y frente-. Desde ese punto, podrÃan acelerar hacia la Tierra, abrir las escotillas y dejar caer rocas a velocidad meteórica sobre nuestras ciudades.
Retraso de transmisión.
-No fuerce todavÃa las cosas -le aconseja Dagny-. Ya sabe que si lo hiciesen, serÃa una locura. La mayor parte del material arderÃa en la atmósfera. Lo poco que llegase a la superficie tendrÃa el tamaño de guijarros y serÃa imposible controlar la trayectoria. Todo probablemente caerÃa en el océano o sobre zonas vacÃas.
-... Eso serÃa si se tratase de material ordinario, mineral, lingotes, polvo, hielo. ¿Cómo sabemos que allá fuera no han estado fabricando misiles aerodinámicos?
-... SeguirÃa siendo una locura. Si la Tierra realizase un ataque total, podrÃa destruir la Luna por completo. Matar millones de personas provocarÃa sin duda un ataque de ese tipo. Se lo aseguro, los selenarcas no están locos.
-... Supongo que no, aunque a veces tengo mis dudas. Pero tengo que tratar con la reacción popular. Cuando se conozca la noticia, y eso será pronto inevitablemente, podrá verlo en cualquier noticiario. Se lo pido, convenza a esos arrogantes barones y magnates de que se han equivocado en los cálculos.
-... No estoy segura de que lo hayan hecho, sir. Estoy convencida de que los polÃticos de la Tierra han errado, y mucho, en sus cálculos. Vamos a intentarlo juntos, desde nuestros lados opuestos, para controlar el daño emocional.
Janvier invoca poderes de emergencia concedidos por el Pacto y ordena a las naves selenitas que se vayan. No contestan. La Administración declara que la orden no tiene fuerza legal, porque limitarse a adoptar una órbita inusual no representa ninguna amenaza, ni se ha lanzado ningún ultimátum.
Los selenitas en las ciudades de vez en cuando dejan a un lado su dignidad y miran de reojo a los terrestres. El aire huele a rayos cercanos. La Federación y los gobiernos miembros no tienen ninguna nave espacial capaz de lanzar un ataque. Es más, apenas tienen transportes de ningún tipo. Normalmente, contratan con Fireball, evitándose asà la necesidad de invertir capital y la cara y compleja burocracia que con toda seguridad se hubiese establecido.
Fireball se niega a actuar en contra de las naves selenitas. ¿Qué, una empresa privada realizando operaciones paramilitares? SerÃa una violación del Pacto. Es más, anuncia Anson Guthrie, Fireball no ofrecerá el espacio extra para llevar más tropas a la Luna. Considera que esa acción serÃa desastrosamente poco inteligente, y en conciencia su organización no puede apoyarla.
En Hiroshima, la representante de Ecuador, donde tiene su sede Fireball, explica que su gobierno está de acuerdo con el señor Guthrie y que no le forzará a cambiar de opinión. Aconseja dar a los selenitas su autodeterminación, e introduce una moción a tal efecto.
Sin embargo, Fireball y Ecuador no tolerarán el bombardeo de la Tierra. Si tal cosa sucediese, se prestarán todos los recursos disponibles para la pacificación de la Luna y para castigar a los criminales. Mientras tanto, se ofrecen para mediar en la disputa.
Lars Rydberg va a Selene como representante plenipotenciario de Fireball.
Sus declaraciones públicas son escasas y secas. La mayor parte del tiempo lo pasa con la emulación. Es natural y en cierta forma tranquilizador. DÃa a dÃa, en la Tierra se calma el terror.
La Asamblea vuelve a abrir la cuestión de la independencia. Los discursos son más cortos y más concretos que la última vez. Las divisiones se perfilan. Por un lado, los defensores de liberar Selene han ganado nuevos miembros entre sus colegas y sus votantes. Si la alternativa es la guerra, no hay color. Los selenitas tienen derecho a ser como son, y a que florezca su singular civilización, y la nuestra se beneficiará de sus logros. Por otro lado, la idea de la herencia se ha endurecido y también tiene sus conversos. Más aún, se dice, el nacionalismo ha provocado muchos millones de muertes, repetidamente, con una devastación de la que el mundo no se ha recuperado del todo. Aquà puede verse cómo el monstruo despierta de nuevo. Debemos aplastarle la cabeza mientras aún hay tiempo.
La noticia estalla: los selenarcas han enviado tropas de sus lacayos a ocupar estaciones de emisión de energÃa «para protegerlas mientras dure la emergencia actual». Los escuadrones están bien organizados y cuentan con un equipo formidable: armas pequeñas, como permite el Pacto si se fuerza una interpretación, pero tan potentes como cualquier otra arma que la Autoridad de Paz puede lanzar contra ellos en la Luna. Además, aunque los selenarcas no se comprometen, hay rumores sobre armas pesadas. Una catapulta, de fácil construcción y barata, podrÃa lanzar un misil al otro extremo de la Luna.
Estando asà las cosas, una unidad de transmisión apenas podrÃa defenderse.
Janvier: «Esto es rebelión. Fireball prometió ayuda en caso de violencia explÃcita.»
Rydberg: «Señor, no soy abogado. No puedo juzgar la legalidad de la acción. Según el Comité Fideicomisario Provisional, está justificada según la ley de necesidad manifiesta. Piense en lo mucho que depende la Tierra de la energÃa solar enviada desde Selene.»
Janvier: «Oh, sÃ. Se suponen que nos tienen agarrados por la garganta. Yo digo que ésta es una amenaza tan suicida como la de esas naves, pero morirÃan muchos más seres humanos, y pido a Fireball que cumpla con su deber.»
Rydberg: «Señor, hubiésemos podido encargarnos de las naves con un gran coste, pero ¿cómo vamos a manejar la situación en tierra? Se lo repito, lord Brandir y sus asociados no están amenazando a nadie. No quieren que las ciudades se queden a oscuras, que los servicios se detengan, ni tampoco quieren pánico, crimen y muerte sobre la Tierra. No, protegerán esas estaciones de sabotajes por parte de extremistas en la Luna.»
Janvier: «¿ Qué hay de los lugares que no han ocupado?» Rydberg: «Cierto, sólo pueden vigilar unos pocos. Lo consideran una lección.»
Janvier: «Mm. Repito que intentan agarrarnos por la garganta.» Rydberg: «Y yo digo, con todos los respetos, que están demostrando lo que podrÃa suceder, podrÃa, en un mundo de individualistas furiosos que creyesen estar bajo una tiranÃa extranjera... Por favor, yo no estoy de su lado, me limito a decirle lo que creen... ¿Puede la Autoridad de Paz asegurar la red? SÃ, si primero cometen genocidio contra los selenitas. En caso contrario, debe protegerla por completo, con gran gasto, y la protección fallarÃa continuamente, porque son terranos, no selenitas, y en cuanto a los robots, los humanos siempre encuentran una forma de derrotarlos.»
Janvier: «¿Mientras que los selenarcas, si gobiernan la Luna, mantendrán efectivamente el sistema?»
Rydberg: «SÃ, señor presidente. Tienen la organización y seguidores capaces y leales. No consentirán saboteadores revolucionarios.» Janvier:«¿Está seguro?»
Rydberg: «Nada es seguro por siempre. Yo hablo de hoy, de la vida de nuestros hijos, y espero que de nuestros nietos. Para entonces, puede que la Tierra ya no necesite la energÃa de Selene.»
Janvier: «Pero mientras tanto, los selenarcas podrán chantajearnos.»
Rydberg: «Tenga en cuenta su psicologÃa, señor. Esas instalaciones producen grandes beneficios. ¿Por qué arriesgarse? Los selenitas no están interesados en dominar a... nuestra variedad de humanos.»
Janvier: «Entonces, ¿a qué juego pretenden jugar?»
Rydberg: «Eso no puedo decÃrselo. Me pregunto si ellos mismos lo saben. El futuro dirá. Yo sólo digo que por ahora el juego ha terminado y debe admitirlo.»
En un circuito indetectable, Dagny habÃa seguido la conversación. Como era su costumbre.
Cambio rápido, de cierto alivio por la posibilidad de una tormenta del espacio al temor de una hambruna energética. Las gentes de la Tierra y sus lÃderes están cansados. Es más fácil aceptar las garantÃas, superar a la oposición que queda y ceder. Después de todo, los incentivos positivos son considerables.
La medida se vota. Es aprobada. El Consejo la ratifica, el presidente la firma. Una vez que se hayan cumplido los acuerdos compensatorios, Selene será libre y soberana.
Los hombres de las baronÃas abandonan los transmisores. Las naves se sitúan en órbita lunar y descargan lo que resultan ser materiales bastante normales. Como parte del acuerdo, esas naves pasarán pronto a manos terrestres.
No hay reuniones jubilosas. En la Tierra, se siente una especie de agradecimiento apagado de que la confrontación haya pasado. A los selenitas no les gustan los histrionismos de masas. Los ciudadanos terrestres de la Luna que se alegran del resultado lo celebran a solas. Y aquellos a los que no les satisface se preparan para emigrar.
A solas, Dagny y Rydberg hablan. Ella lleva un cuerpo robótico bÃpedo. Cansada hasta lo más profundo de su espÃritu, si las emulaciones tienen espÃritu, no simula la imagen de la mujer muerta; pero tampoco va a ser una simple voz.
-Salió bien. -Suspira: porque ha dominado el arte de emitir sonidos humanos-. Entre el Consejo Fideicomisario, Fireball, Brandir y sus asociados, los capitanes espaciales...
-No te olvides de ti misma-dice él. La cabeza sin rostro niega.
-No, ni a los que no he nombrado. Tú sabes quiénes son. No importa. Lo que montamos y ejecutamos, toda la farsa, ha salido bien. Sinceramente, lo dudaba. Pero ¿qué otra cosa podÃamos intentar?
El tono de Rydberg es metálico.
-Si hubiésemos fracasado, hubiese dejado de ser una farsa.
-SÃ. Janvier lo comprendÃa. ¿SabÃas que lo comprendÃa? Salió bien porque habÃa algo de realidad tras la farsa.
-Y fue más simple que lo que queda por delante. -Os las arreglaréis, estoy segura.
Rydberg la mira, como si mirase unos ojos vivos. -¿Nosotros?
-Selene, la Tierra, Fireball, todos. -¿Excepto tú?
-He sido útil.
-¡Qué palabra tan pobre... Madre! Un robot no puede llorar.
-Cumplà las promesas de Dagny. Ahora, déjame ir. -¿Deseas morir? -susurra él.
Ella forma una risa.
-¿Qué demonios significa esa pregunta en mi caso? Rydberg debe reflexionar un momento antes de decir. -¿Deseas que se elimine tu programa? ¿Que se convierta en nada?
-Tu madre estableció esa condición antes de ser emulada. Te pido que la cumplas.
-Anson Guthrie sigue funcionando.
-Ãl es él. Yo soy yo. -Oh, Dagny Beynac amaba la vida, pero para ella ser una abstracción no es vida. Ni tampoco le apetece al fantasma convertirse en algo diferente, totalmente extraño a su Edmond.
-PodrÃa llegar el momento... muy probablemente llegará... cuando te necesitemos de nuevo.
-No. Nunca deben pensar que necesitan a una persona hasta ese punto.
Ella le mira. Bajo el fino pelo blanco hay un rostro que es casi esquelético. Está ya cerca del siglo. Y sin embargo nació de una muchacha llamada Dagny Ebbesen.
Después de un buen rato, se deja caer sobre la silla.
-La terminación será todo un acontecimiento. Ya lo sabes. Si ella estuviese formando una imagen, hubiese sonreÃdo. -Eso me temo. Encárgate de todo.
-Ya he oÃdo hablar de ello. La misma tumba para ti... -¿Por qué no, si es su deseo?
Un gesto, un sÃmbolo, un último servicio a Selene. Ese hardware y el software destruido bien podrÃan descansar allà tan bien como en cualquier otro sitio. El sitio bien podrÃa convertirse en un lugar sagrado, como Termópilas o Bodhgaya, en cuya cercanÃa se dispararan irracionalmente los corazones. Además, le gusta la idea de que lo que ella fue descanse junto a las cenizas de Dagny Beynac bajo las estrellas que iluminaron a'Mond.
41
La niebla llegó durante la noche. Al amanecer habÃa envuelto la Mansión Guthrie en un manto blanquigrÃs bajo el que los árboles más cercanos, a dos o tres metros de la ventana, eran sombras y el resto una masa informe. El aire estaba frÃo, húmedo y muy quieto. Si se prestaba atención, se podÃa oÃr el susurro de las olas en la costa y quizá el goteo desde los aleros.
Durante el desayuno, Matthias, Kenmuir y Aleka no intercambiaron más que saludos apagados, porque era evidente que el maestro de la logia deseaba silencio. Pero cuando terminaron la última taza de café, se puso en pie y, con un gruñido, les ordenó que le siguieran.
Los otros asà lo hicieron, por el pasillo, subiendo las escaleras, por otro pasillo hasta una puerta que abrió y atravesaron. La cerró. -Creo que es correcto que hablemos aquÃ-dijo.
Kenmuir y Aleka miraron a su alrededor. Sin más luz que la ofrecida por el sol oculto que atravesaba la niebla, la sala hubiese estado a oscuras si las paredes y los techos no hubiesen sido tan blancos. La decoraban algunas imágenes antiguas, escenas familiares, paisajes, una imagen de la Tierra desde el espacio. De las altas ventanas colgaban cortinas. El suelo era de madera. El mobiliario era escaso y también provenÃa de una época antigua: cuatro sillas, un vestidor, un armario, una cama. En una esquina habÃa un reloj mecánico de la altura de un hombre. El péndulo se movÃa lentamente y de forma inexorable; el tictac sonaba ensordecedor en el silencio.
Kenmuir sintió cómo un escalofrÃo le recorrÃa el cuerpo. Sintió cómo el pelo de los brazos se le ponÃa de punta. SabÃa dónde se encontraba.
-¿Para mantener la intimidad? -preguntó Aleka.
-No -fue la respuesta de Matthias-. Ya os lo he dicho, todo el terreno está protegido contra espionaje y el personal está formado por cofrades que han prestado juramento. Pero aquà es donde falleció el cuerpo mortal de Guthrie.
Aleka abrió los ojos. Hizo un gesto que Kenmuir no reconoció. Luego la mujer miró con mayor atención a Matthias, hombros caÃdos, las lÃneas de la cara, sobre la que destacaba una nariz como una cadena montañosa, más marcadas que el dÃa anterior.
-Realmente no durmió mucho anoche, ¿verdad? -murmuró. -Ya habrá tiempo para eso -dijo-. Todo el tiempo del universo. Con movimientos pesados, se sentó y con un gesto les indicó a los visitantes que hiciesen lo mismo. Ocuparon dos sillas adyacentes. La mano de Aleka encontró la de Kenmuir. ¡Ãl sentÃa cómo el alivio fluÃa desde el cuerpo de la mujer!
Matthias levantó la cabeza.
-Pero ahora mismo no tenemos mucho tiempo -les advirtió-. Los cazadores no saben todavÃa que estáis aquÃ. Si lo supiesen, ya estarÃamos bajo arresto. Pero estarán buscando, examinando y pensando. Pronto volverá Venator o uno de sus escuadrones. Mientras tanto, si salÃs por algún método convencional os detectarán. Los disfraces no servirÃan de nada. Detendrán a todos para examinarlos más de cerca.
Kenmuir volvió a sentir el misterio.
-¿Hay algún método que no sea convencional? -¿Nos ayudará, sir? -añadió Aleka. Matthias asintió.
-Lo poco que pueda. O, más bien, espero ayudar a la causa de la libertad.
-¿Lo decidió la pasada noche? -preguntó Kenmuir, y comprendió inmediatamente lo estúpido de la pregunta.
La voz de Matthias siguió hablando, monótona pero con firmeza. -No fue fácil. Romperé una promesa tan antigua como la Hermandad y la más firme que he dado nunca. Y podrÃa ser por nada, podrÃa ser para peor. ¿Por qué están tan decididos a mantener Proserpina oculta? SerÃa fácil pensar que si los selenitas descubriesen su existencia no se opondrÃan al Hábitat, o al menos no con la intensidad suficiente como para que tuviese importancia. Y el Hábitat es nuestro camino hacia las estrellas. -Se detuvo a respirar-. ¿O no? No lo sé, no lo sé.
Aleka apreció el dolor de las palabras. Soltó la mano de Kenmuir y se adelantó para tomar la de Matthias.
Ãste cerró la gran mano nudosa sobre la de Aleka y la sostuvo durante un par de latidos antes de soltarla. Una sonrisa asomó brevemente a sus labios.
-Thank you, dear -suspiró-. También pensé en ti y en tu gente.
El tono se hizo más intenso.
-Y pensé una y otra vez en cuán autoritario e ilegal está siendo el bando de Venator. Si el gobierno de la Federación puede hacernos esto, ocultar un hecho que podrÃa cambiar miles de vidas, quizá cambiar el curso de la historia, ¿qué más está haciendo? ¿Qué hará a continuación? Guthrie solÃa citar un proverbio relativo a no permitir que la nariz del camello entrase en tu tienda. Creo que ha metido algo más que la nariz. Casi todo el camello. O pronto será asÃ, si nos quedamos sin hacer nada.
-¿PodrÃan tener una razón justificada para el secreto? -preguntó Aleka en voz baja.
Kenmuir habló. Ãl también habÃa sentido cómo la furia cristalizaba en su interior, afilada y frÃa.
-En el mejor de los casos, la excusa no es muy buena. Nos están tratando como niños.
-Niños al cuidado del cibercosmos -concordó Matthias-. O pupilos, o animales de compañÃa.
El rostro y las palabras de Aleka denotaban inquietud. -La mayorÃa de la gente se siente feliz y libre.
-Asà también se siente la mayorÃa de los gatos -dijo Matthias. -No estoy en su contra, sir. Es que no puedo evitar pensarlo... un bien mayor, también para mi gente...
-0 actuamos o no -dijo Kenmuir.
-SÃ. -Aleka se enderezó-. Well, entonces actuemos, y aceptemos la responsabilidad de lo que sucede, como... como personas adultas. Kenmuir decidió que debÃa plantear otra pregunta, de cuya respuesta estaba casi por completo seguro, sólo para eliminar la posibilidad. -¿No podrÃamos limitarnos a difundir lo que sabemos? Supongo que la Mansión Guthrie dispone del equipo. Dispone de otras muchas cosas.
-Lo consideré-admitió Matthias-. No. Realmente no servirÃa de nada. He vivido en la Tierra y he tratado con los poderes de hecho el tiempo suficiente como para aprender lo que vale y lo que no. Una afirmación como ésa es fácil de negar y de llevar al fondo del olvido público. Para entonces, Venator y sus alegres compadres nos habrÃan capturado. Bien podrÃan descubrir el secreto de Fireball e ir a eliminarlo.
Kenmuir cerró los puños. Aleka casi se puso en pie pero volvió a sentarse.
-Ian me habló de eso... -susurró-. ¿Las Palabras del Fundador? -SÃ. -La voz del Rydberg era fuerte-. Al final de la noche descubrà lo que debÃamos hacer. Entonces pude dormir un poco. Es correcto que lo hagamos aquÃ.
El santuario, la capilla, pensó Kenmuir.
Las manecillas del reloj marcaron XII y VII. Resonó la hora. Una brisa exterior hizo que la niebla se agitase en la ventana como si fuese humo.
-No es que el conocimiento sirva necesariamente para salvaros -siguió diciendo Matthias-. Lo más probable es que no sea asÃ. Si la posibilidad os parece una locura, os pido que juréis no volver a repetir lo que os diga, ni siquiera para discutirlo entre vosotros, nunca más. -Lo juro -dijo Aleka como si fuese una oración. -Por mi Hermandad-declaró Kenmuir.
-Y sin embargo, la historia es la historia de una promesa rota -dijo Matthias.
Esperaron.
Después de que hubiese pasado un minuto, siguió hablando. -Lars Rydberg le prometió a su madre Dagny Beynac que si era emulada, cuando el trabajo de la emulación estuviese completado, borrarÃa el programa. La emulación volvió a pedÃrselo, y él volvió a prometerlo.
-¿Pero no lo hizo? -dijo Aleka mientras a Kenmuir le fallaba el pulso.
-No. Cuando al final desconectó la red neuronal y estuvo a solas con ella, allà donde se iban a decir adiós, él besó la caja entre los pedúnculos ópticos y pensó en lo que Dagny habÃa logrado. Cómo habÃa pilotado a Sellen y, sÃ, a la Tierra por el camino de la revolución, cómo sin ella se hubiese convertido con facilidad en una catástrofe, lo precaria que era todavÃa la situación y cómo podrÃan necesitarla de nuevo. Para ella, estar desconectada era lo mismo que estar borrada, a menos que se la reactivase. Le contó al mundo que habÃa hecho lo que habÃa dicho que harÃa, y la llevó a la tumba de Dagny para descansar junto a las cenizas de Dagny, y con todo su ser deseó que fuese para siempre. Pero llevó la carga de lo que habÃa hecho hasta la tumba.
-La compartió con un hijo suyo-dijo Aleka.
-SÃ. Por si acaso, sólo por si acaso. Y asà desde entonces a lo largo del tiempo.
-Nunca se la despertó -fue la conclusión de Aleka-. El secreto se convirtió en una tradición de Fireball, nada más. Ir a Selene y cumplir la promesa de Lars debió de parecer a los siguientes Rydbergs como romper la suya propia.
-Hasta ahora.
-Despertarla... -dijo Kenmuir con la garganta seca.
-Ella, en vida, claramente conocÃa la existencia de Proserpina -dijo Matthias-. Debió de oÃr o ver los elementos orbitales. Probablemente los recordaba, las biografÃas cuentan que siempre tuvo una gran memoria, y por tanto su emulación también los conocÃa. En todo caso, con la suficiente precisión para que cualquier astrónomo o astronauta pudiese encontrarlo. Una vez que se revele esa información, el secreto está acabado.
Para lo que valiese a Lilisaire, pensó Kenmuir. Pero no importaba. Estaba comprometido, tanto con Aleka y su causa como con todo lo demás, incluyendo el final de su ilegalidad.
-¿Enviará a un agente? -preguntó. Matthias no pareció escucharle.
-Comprended que podrÃa ser inútil -dijo-. La emulación lleva allà siglos. La tumba no habrá apantallado toda la radiación cósmica, y también hay que contar con la radiación inherente de fondo. Chips mutilados, elementos electrónicos alterados, daños acumulados que nunca se repararon. A estas alturas, es posible que no quede nada que funcione.
-O quizá sea una demente... -Aleka expresó su horror-. ¡Oh,
no!
-Quizá no -le aseguró Kenmuir-. Es más, por lo que sé de esos dispositivos, tenemos buenas posibilidades de que el sistema todavÃa funcione. -Lo expresó con mayor confianza de la que sentÃa. Aleka hizo una mueca.
-No la llames sistema.
-Estoy dispuesto a que lo intentéis y a asumir mi parte de culpa por lo que suceda después-dijo Matthias-. ¿Lo estáis vosotros? -Sà -dijo Kenmuir emocionado.
-Sà -dijo Aleka parpadeando para contener las lágrimas. -Pero la idea de enviar un agente... No, me temo que no -dijo Matthias.
-¿Por qué?-preguntó Kenmuir.
-Piénsalo. -Matthias habÃa tenido toda la noche, a solas, para hacerlo-. Ningún miembro del personal está cualificado para hacerlo. TendrÃa que llamar a alguien, e informarle no sólo de la misión sino también de los detalles técnicos. No olvides que se trata de una máquina antigua. Hoy no hay nada asÃ. Y necesitarÃa equipo. Podemos estar seguros de que la Mansión Guthrie está bajo vigilancia robótica remota pero de alta resolución, eso como mÃnimo. ¿Te imaginas que alguien podrÃa salir de aquà con un montón de equipo, pedir pasaje para Selene e ir a la tumba de Dagny Beynac (aislada y el lugar más sagrado de la Luna) sin que Venator lo supiese? ¿Y sin que Venator actuase?
-Y... borrar el programa-dijo Aleka.
-Y venir aquà a por nosotros -añadió Kenmuir-. Pero, mm, ¿no podrÃamos simplemente decÃrselo a Lilisaire en su castillo? Ella podrÃa hacer algo. Si no entrar en la tumba, al menos iniciar una búsqueda de Proserpina.
-En su momento, si lo demás falla, podemos probar-dijo Matthias sin entusiasmo-. Entregaré un mensaje encriptado a un hombre de confianza, con instrucciones para desencriptarlo y entregarlo pasado cierto perÃodo de tiempo, quizá cuando Venator no vigile tanto.
Pero no tengo esperanzas. Si no han encontrado un pretexto para arrestarla, cosa que supongo harán, al menos la vigilarán de cerca. Recordad que saben que sabemos que el asteroide existe. ¿PodrÃa ella o cualquiera de su especie iniciar una búsqueda, astronómica o con naves espaciales, incluso por parte de los selenitas en el Sistema exterior, sin que Venator conociese el propósito y los detuviese? Lo dudo.
-Y mientras tanto, nosotros habrÃamos fallado y estarÃamos acabados. -Una vez más, Kenmuir sintió como si una mano se cerrase sobre su persona.
Aleka rompió esa impresión.
-Pero usted conoce una forma, sir. Debe conocerla, o no habrÃa hablado.
-Sà -contestó Matthias, y de pronto la voz sonó casi juvenil-. Una locura, un método desesperado, pero podrÃa salir bien. Kenmuir comprendió de pronto.
¡Kestrel!-gritó. Aleka lo miró. -¿Qué?
Kenmuir no podÃa quedarse sentado, se puso en pie de un salto y recorrió la habitación, de un lado a otro, sintiendo la excitación en oleadas como las del mar que se oÃa más allá de la niebla.
-La nave, la reliquia, la nave de Kyra Davis. La mantenemos siempre dispuesta para despegar...
Aleka se quedó boquiabierta.
El tono de Matthias se hizo más presuroso.
-Incluyendo trajes espaciales, trajes modernos y autoajustables, equipos de salida extravehicular y todo lo demás.
De lo contrario, el simbolismo hubiese carecido de sentido. De pronto Kenmuir comprendió, en su totalidad, por qué la Hermandad habÃa luchado, y pagado un alto precio en cesiones durante la negociación, por el derecho a mantener una nave propulsada por antimateria en la superficie de la Tierra. Kestrel no era el primer objeto sagrado en la historia humana. Evidentemente, estaba prohibido despegar.
Por entre el sonido de su sangre, Kenmuir oyó a Matthias. -Un vuelo corto, si puedes pilotarla, capitán Kenmuir.
-Puedo examinarla-dijo, ligeramente asombrado del tono sereno de su voz-. Disponemos de material vivifero sobre el modelo, asà que no tendremos que entrar en las bases de datos públicas, ¿no es as�
-¡Pero el mundo entero será testigo! -exclamó Aleka. Matthias sonrió.
-Exacto. Algo tan espectacular no puede ocultarse del todo, y la propia Teramente pasarÃa un mal rato intentando explicarlo.
La sobriedad calmó la pasión de Kenmuir.
-A menos que el servicio de Venator me alcance a tiempo. -Cierto, tienen naves más potentes, y reaccionan con rapidez -dijo Matthias-. Pero los pillarás por sorpresa, y no sabrán a dónde te diriges hasta que hayas aterrizado. Entonces, sÃ, tendrás que ser rápido.
Puestos a ello, más valÃa ir a por todas. Kenmuir rió en voz alta. -Planearemos la operación. Podemos obtener datos sobre qué unidades de la Autoridad están ahora mismo estacionadas y en qué órbita, ¿no? Eso es información pública. Y tengo una idea para evitar que me silencien una vez que me hayan atrapado. ¡Vamos, a movernos! -Auwé no hó'i é -murmuró Aleka-. La verdad, me sorprendes. No esperaba llegar a verte en este estado.
-Tengo trabajo que hacer-fue todo lo que Kenmuir pudo decir. Ella se puso en pie y lo miró con atención.
-Una cosa, friend. ¿Qué es ese «tengo»? No vas a ir solo. Kenmuir dejó de caminar.
-¿Qué? ¿Tú? Sin preparación y... y vulnerable... No, es ridÃculo. -Aprendo rápido -dijo Aleka-. Puedo estudiar lo necesario para ser de ayuda. -Se dirigió a Matthias-: ¿No es asÃ, sir?
El Rydberg sonrió.
-Creo que es mejor que tengas un acompañante, capitán Kenmuir. Yo estoy muy viejo. Esta muchacha me parece potencialmente la persona más competente que tenemos a mano.
-Además -le dijo Aleka-, también es mi misión. Y, por los dientes de Pele, Ian, ¡no te dejarÃa ir sin mÃ!
42
-Que Dios os dé velocidad. -Las antiguas palabras siguieron a Kenmuir y Aleka mientras salÃan de la Mansión Guthrie. Matthias no salió, ni nadie más. A solas, atravesaron el césped en dirección al bosque.
La luz manaba de un sol cercano al mar. EncendÃa la hierba y las agujas de los árboles. La Luna colgaba sobre un azul profundo casi a su altura máxima de aquella noche. Aunque todavÃa quedaba algo del clima templado del dÃa, Kenmuir se apretó la capa. Deseaba que las nubes formasen un velo que ocultase ligeramente aquel lugar de los ojos de los robot en órbita.
Pero para aprovechar la ruta más rápida habÃa que partir en ese momento; y esperar hubiese sido arriesgar aún más. En las últimas cincuenta y tantas horas, menos algunas para dormir, habÃan realizado todos los preparativos posibles, estudio, prácticas de simulador, planificación. Lo que saldrÃa de todo aquello era imprevisible.
Bajo el estado de alerta que se apoderaba de él durante una crisis, la tensión palpitaba y se estremecÃa. La corteza rugosa de un abeto, su olor, sus pies arrastrándose sobre el suelo, el peso de su cuerpo sobre las hojas, eran sensaciones tan vÃvidas como un rayo. Le mantenÃa activo algo más que los estimulantes bioquÃmicos. Se dirigÃa a una misión, quizá la última pero con toda seguridad la más honrosa.
En silencio, Kenmuir y Aleka recorrieron el sendero que atravesaba el bosque hasta el claro. Rebosaba de sombras. Pero todavÃa ardÃa la luz en las copas de los árboles que lo rodeaban y en la popa de la nave espacial. Situada en la protección del cilindro transparente, apuntaba su forma de torpedo hacia el cielo para superar en brillo a la Luna.
Una pared de piedra guardaba el lugar. Frente a la entrada, un bloque de dos metros portaba una placa de bronce que relataba lo que Kyra Davis habÃa hecho. La gente de Fireball siempre se detenÃa allÃ, como si fuese un altar. Kenmuir y Aleka la saludaron.
En ocasiones, los que llegaban hasta allà entraban en la nave, para algún rito espacial o simplemente para acondicionarla. En las últimas horas habÃan sido muchos. Ellos también habÃan llevado capas, pero para ocultar el equipo y las raciones de comida que llevaban a bordo. TenÃan la esperanza de que eso no disparase ninguna alarma en las máquinas de vigilancia; otra ceremonia, otra reafirmación de una identidad largo tiempo obsoleta. Abriendo el paso, Kenmuir tuvo cuidado de andar despacio.
Un mecanismo permanentemente activado detectó su acercamiento e hizo salir una rampa de la parte baja de la esclusa de personal, que se abrió. El hombre y la mujer subieron. Durante un instante, volvieron a mirar el bosque y respiraron hondo. Luego entraron. La esclusa se cerró y la rampa se replegó.
En la cámara, Kenmuir se quitó la capa. Guardarla en la taquilla fue puro instinto; se dio cuenta y sonrió. Aleka hizo lo mismo. Los dos llevaban monos ajustados, para meterse directamente en los trajes espaciales. Incluso en esas circunstancias, ver el cuerpo de Aleka le hizo contener la respiración.
-Vamos -dijo con rapidez.
Cuando la nave descansaba sobre sus gatos de aterrizaje, los pasillos que la atravesaban se convertÃan en pozos verticales. Se usaban escaleras fijas. La escalada entre mamparos gris perla atravesaba secciones donde los recuerdos de la piloto original eran evidentes; asientos de alta aceleración, puerta al cubÃculo sanitario, la galerÃa del colector de escape, el armario de los artÃculos personales, el multiceptor con vivÃfero, entretenimientos, fotografÃas familiares... el aire estaba cargado. No se refrescarÃa hasta que el reciclador y el sistema de ventilación volviesen a ponerse en marcha.
Para él, la cabina de control era arcaica, un fragmento de historia; para ella era nueva y extraña, pero en el simulador ambos se habÃan familiarizado con ella. Tomaron asiento frente a la consola de control y se pusieron las correas. Las pantallas estaban en blanco, los indicadores a cero. Kenmuir buscó palabras. La sonrisa de Aleka era rÃgida. -Adelante -le dijo Aleka-. A por todas.
Kenmuir movió los dedos sobre el panel. Las luces se encendieron, las agujas saltaron, aparecieron números y gráficos, la pantalla delantera se llenó con el cielo. Le llegó un soplo de aire, como si en algún lugar se pusiesen en marcha los pulmones. Su voz sonaba extraordinariamente alta.
-Disponibilidad completa. Despegue inmediato.
La voz del altavoz era femenina, ronca, la propia voz de Kyra Davis. Asà lo habÃa deseado ella.
-Salud... Ha pasado mucho tiempo... Sois extraños. -La mirada de Kenmuir se dirigió involuntariamente al escáner por el que los observaba Kestrel. La voz se hizo más firme-. No tenemos permiso.
Parte del estudio habÃa consistido en la lengua tal y como se hablaba en aquella época. Kenmuir intentó producir una pronunciación lo suficientemente ajustada para que el robot la entendiese. -Emergencia.
Los sensores lo observaban todo.
-No hay campo espacial. Despegar en un lugar como éste es ilegal. Y estoy rodeada.
Era difÃcil comprender que no se trataba de un sofotecto, sino de un simple robot, sin mente consciente o voluntad independiente. Kenmuir no sabÃa con cuántos habÃa tenido que tratar en su vida, pero aquello era diferente. Se trataba de una máquina que habÃa volado con Kyra Davis, que la habÃa servido, que habÃa conversado y jugado con ella, que quizá habÃa escuchado sus confesiones secretas y la habÃa oÃdo llorar. HabÃa algo más que entradas en una base de datos. Contra toda razón, para Kenmuir habÃa un espÃritu en aquella nave.
No habÃa esperado que le doliese entrar el código de Anulación. Lo hizo.
Las órdenes salieron a borbotones.
-Nos dirigimos a la Luna. La cubierta es de hialón, resistente, pero puedes atravesarla si sales a diez g. Luego reduce a dos g y sigue. Sin embargo, no te dirijas directamente a Selene. Ajusta una ruta que nos haga pasar cerca, como si quisieses ganar impulso gravitatorio para dirigirte a otro destino... -Dio las coordenadas, elegidas arbitrariamente, que le harÃan dirigirse al espacio profundo, bien lejos de la eclÃptica-. Como en una hora, te diré exactamente qué maniobra deseamos, y puedes calcular el vector de desaceleración adecuado. -No se habÃa molestado en hacerlo antes porque no sabÃa lo que iba a suceder. Para entonces todo el plan podrÃa haber fracasado.
-Confirmando. -Las pantallas repitieron las instrucciones. Reunieron los detalles a medida que se terminaban los cálculos-. Le advierto que es peligroso. Estoy preparada para salir de lugares como Marte o Titán, no la Tierra. Quizá las leyes de la astronáutica han cambiado mientras dormÃa pero, man, las leyes de la fÃsica no.
Si al menos no sonase tan humana, tan viva. Aleka acarició la consola.
-Lo conseguirás, Kestrel -dijo-. Hiciste mucho más por Kyra. -Thank you -contestó la voz, tan cálida como la de Aleka-. Despegue en sesenta segundos.
Kenmuir y Aleka los pasaron mirándose a los ojos.
El trueno recorrió sus huesos. El peso los arrojó contra los asientos. Se hizo la oscuridad.
Se retiró. Kenmuir tomó aliento. La aceleración se habÃa reducido a dos veces la normal. Miró a las pantallas. A popa, por debajo, el fuego coronaba los árboles que rodeaban el claro calcinado. Bien, el servicio ecológico lo apagarÃa pronto. Por delante, el cielo se convertÃa en noche.
El casco atravesó la mayor parte de la atmósfera de la Tierra mientras se encontraba medio consciente. La última vibración diminuyó, el cielo se volvió negro y aparecieron las estrellas. Los únicos ruidos que oÃa eran su respiración y el martilleo de su sangre. Del motor no venÃa ningún sonido. Un impulsor de plasma era demasiado eficiente, allá en el espacio, donde debÃa estar.
Aleka miró al frente y se abrazó a sà misma. -Hemos huido. Lo hemos hecho -susurró. -Por el momento -murmuró Kenmuir. Ella asintió.
-Control de Tráfico por todo el mundo debe de ser como un avispero al que le han dado una patada. ¿Por qué no nos llama? -Esta nave no está integrada en el sistema-le recordó. Demasiados hechos a aprender en un tiempo demasiado corto. Algunos no se podrÃan recordar cuando fuesen necesarios. ¿Cuáles estaba olvidando él?-. Tendrán que encontrar la frecuencia apropiada, y luego supongo que asignarán una conciencia para llevar la conversación.
En la pantalla posterior, el horizonte de la Tierra era un enorme arco de zafiro. Se contraÃa aún más rápido. Pronto todo el planeta cabrÃa en la pantalla. Reduciéndose a una tasa igual después de girar, Kestrel llegarÃa a Selene en menos de tres horas. Con sus cuerpos en buen estado y reforzados nanoquÃmicamente, los pasajeros bien podÃan soportar un doble peso durante ese tiempo y llegar listos para la acción.
Si llegaban.
-Dirige una comunicación láser a Luna -dijo Kenmuir, y especificó las coordenadas.
-Zamok Vysoki -respondió la nave-. Lo recuerdo... Listo. -lan Kenmuir ala dama Lilisaire--entonó. Una parte de él deseaba decirle «bien hecho» a Kestrel, que mantenÃa el rayo sobre su objetivo mientras compensaba el efecto Doppler de su creciente velocidad-. Me dirijo al espacio profundo a vuestro servicio. Control de Tráfico se opone. Obtened los datos de sus movimientos antes de que los hagan secretos. Si os es posible, obstruid su persecución e intervención, pero por favor no arriesguéis a nadie. Fin.
No sabÃa si se habÃa recibido el mensaje. Quizá las instalaciones del castillo habÃan sido interferidas o inhabilitadas por la oposición. Pero ciertamente los que lo vigilaban lo habÃan oÃdo todo; y Kenmuir no disponÃa de instalaciones de encriptación. Mencionar Proserpina hubiese provocado con toda probabilidad una intervención inmediata y radical. Además, era un elemento de juego para mantener en reserva... un as en la manga, habÃa dicho Aleka, pensando en algún oscuro juego. El propósito de la llamada de Kenmuir era, en general,
mantener el engaño. Hacer que los cazadores concentrasen sus fuerzas y velocidad en una órbita que pronto abandonarÃan. Entonces podrÃan quedar libres durante breves momentos para entrar en la tumba de Dagny.
Parpadeó una luz roja.
-Comunicación desde la Tierra -le dijo la nave-. Prioridad absoluta.
-Establece el contacto-ordenó Kenmuir.
No apareció ninguna imagen. Los sistemas de vÃdeo no eran compatibles. Pero reconoció la voz. En cuanto Matthias comprendió el tipo de agente que le visitaba, hizo que alguien de la casa grabase en secreto todo lo que se decÃa. HabÃa reproducido la grabación para ellos como parte de la preparación.
-Nave espacial Kestrel, registro nulo, responda inmediatamente. -Hola, Venator-dijo el astronauta, y oyó cómo su compañera contenÃa el aliento. Ãl no estaba demasiado sorprendido. -¿Kenmuir? -El tono seguÃa siendo frÃo-. Ya me lo suponÃa. Y saludos, Alice Tam. Sin duda ella está a bordo.
Kenmuir le indicó a Aleka que no hablase. ¿Por qué iban a admitir nada?
-Supongo que querrá una explicación.
-Más que eso, amigo mÃo. MuchÃsimo más. ¿Alguno de ustedes tiene idea de lo que ha hecho y de la pena correspondiente?
-Una investigación pública determinará si estaba justificado. -Ya saben que se arrestará a todos en la Mansión Guthrie. Probablemente ha destruido su amada Hermandad Fireball. ¿Era ésa su intención?
Fireball Enterprises se habÃa destruido a sà misma para derrocar un régimen malvado, pensó el astronauta. Por primera vez, se preguntó por las agonÃas que estarÃa sufriendo el alma de Matthias.
-Algo podrÃa salvarse-le dijo Venator-. Dejen de acelerar, admitan la entrada cuando se igualen las velocidades, y vuelvan para discutirlo como seres humanos razonables.
-¿Podrá escuchar el mundo? -quiso saber Kenmuir-. ¿Qué garantÃas puede darnos?
-Ninguna. VerÃan cualquier truco que intentásemos, siendo tan desconfiados. ¿Cómo podrÃa persuadirles de que es un asunto que no debe hacerse público?
Kenmuir sonrió.
-SerÃa difÃcil, ¿no? -En su interior pensó que la decisión de Matthias habÃa sido simple comparada con la que él debÃa tomar. ¿TenÃan razón Aleka y él?
-A cada minuto que pasa sus problemas son mayores -dijo Venator-. ¿A qué causa creen servir? ¿A la de Lilisaire? Tenemos razones para creer que lo que ella pretende podrÃa costar millones de vidas. ¿Quieren eso sobre sus conciencias?
-No. Si dice la verdad. ¿Es asÃ? -Kenmuir ya podÃa decir el nombre-. Su gente ha mentido sobre Proserpina durante años. -Hay buenas razones para mantener la confidencialidad hasta que el mundo esté preparado. Yo... no, el cibercosmos se lo explicará con gusto en privado.
-¿Lo harÃa? ¿O mi compañera y yo simplemente desapareceremos?
Venator suspiró.
-Ha estado viendo demasiados dramas históricos. -Con seriedad-: Considere esta conversación como un ultimátum. Si se rinden ahora, hay posibilidades de clemencia, para ustedes y para Fireball. Más tarde me temo que no.
-¿Qué hay del Pacto y de nuestros derechos? Se lo repito, queremos publicidad total. En caso contrario, la violación que ustedes cometen es mayor que la nuestra.
-El Pacto contiene disposiciones de emergencia... -Venator dejó de hablar. Después de medio minuto, mientras la Tierra empequeñecÃa y Selene crecÃa, dijo-: Están decididos.
-Asà es -dijo Kenmuir para beneficio de Venator y de ellos dos. -El informe sobre usted indica que lo dice en serio. No le dejaré hablar como táctica dilatoria. -Venator rió en voz baja-. Ni tampoco le desearé suerte. Pero si sobrevive, me gustarÃa hablar sinceramente con usted. Inteligencia a inteligencia. Ave atque vale.
La luz se apagó.
-La transmisión ha terminado-dijo la nave.
Kenmuir volvió a mirar la Tierra. Si pudiese emitir, despertar a aquellos que amaban la libertad... Pero la señal debÃa pasar por satélites retransmisores si querÃa que se oyese, y esos satélites estaban controlados.
¿Y a cuántos en el planeta les importarÃa realmente?
Matthias habÃa dicho que llevaba toda la vida sintiendo cómo las paredes se cerraban. Kenmuir no habÃa tenido esa sensación hasta hacÃa poco. Al menos, no en la parte consciente de su mente. En lo más profundo, ¿también habÃa sentido que estaba enjaulado?
¿Lo estaba?
Desechó la pregunta y empezó a soltar las correas.
-DeberÃa ser un viaje seguro -le dijo a Aleka-, pero será mejor que nos pongamos los trajes espaciales, por si acaso. -De todas formas, él iba a necesitar el suyo.
Ella asintió. Bajo dos gravedades, el pelo oscuro caÃa recto y apretado junto a su rostro.
-A e.
Fueron a popa. Durante unos minutos, antes de ponerse los trajes, se besaron.
Al regresar, Kenmuir pidió los datos de la persecución. HabÃa pocos, y probablemente muchos errores, pero los instrumentos parecÃan mostrar dos o tres naves dirigidas en un cono de intercepción a su ruta en el espacio profundo. No sabÃa cómo se proponÃan detener a Kestrel sin lanzarse contra ella. Pero eran de un diseño más moderno con mucha más velocidad delta. Si fuese necesario, podrÃan perseguirla hasta que agotase la masa de reacción y luego situarse a su lado.
Empezó a dar las detalladas instrucciones que le permitirÃan a Aleka tomar el mando.
-Espero no estar siendo demasiado torpe-dijo al comunicador sintiendo un impulso tonto.
-No tienes las habilidades de Kyra -contestó Kestrel-, pero el roce de tus manos es muy parecido al suyo.
43
La nave se acercaba a Selene.
Para entonces era evidente que los cazadores sabÃan que les habÃan engañado y que aquél era efectivamente su destino. Pero no podÃan detenerla. Todas las naves espaciales capaces de interceptarla estaban demasiado alejadas para llegar a tiempo. No habÃa ningún misil que no pudiese esquivar. Los situados en la Luna eran escasos y lentos, destinados a blancos poco probables, como un gran meteoroide en órbita de colisión. Sin duda, las fuerzas de policÃa y de la Autoridad de Paz se encontraban en alerta total, pero no podÃan ofrecer ayuda inmediata.
Llegó el momento en que Aleka miró a los ojos tras el casco de Kenmuir.
-Aloha --dijo-. Espero que no sea para siempre. Te has convertido en... algo más que un amigo, ¿sabes?
Kenmuir no encontró palabras. Sólo pudo limitarse a sonreÃr y tocarle la mano con el guante antes de que cada uno tomase su camino. Esperando, encerrado en la cámara de la esclusa, sentándose sobre la unidad de impulso y el tanque de masa por el peso de la aceleración, sintió un ligero estremecimiento, y después de un minuto o dos sintió otro. Aleka habÃan lanzado los señuelos. Kenmuir imaginó los módulos de transporte, frenando hacia puntos dispersos sobre la superficie; puntos no muy alejados de baluartes de los selenarcas. Se imaginó a Aleka, corriendo de nuevo a la cabina de mando, transmitiendo a Zamok Vysoki: Lilisaire, que alguien recupere los cilindros antes de que lo hagan los oponentes. No habÃa forma de saber si la selenita, o cualquier otro selenita, habÃa recibido el mensaje, o si podÃa o estaba dispuesta a actuar. Pero deberÃa servir de distracción para las fuerzas del gobierno. Con una cantidad razonable de suerte, su salida escaparÃa a su atención.
Claro está, mantendrÃan los radares y otros sistemas de detección apuntando continuamente a la nave. Sin embargo, Aleka habÃa reorientado el casco de tal forma que posiblemente la salida no fuese re gistrada. Si después el rayo por casualidad pasaba por él, tenÃa la esperanza de que el programa lo considerase como un resto espacial y que continuase el seguimiento de la nave.
El plan podrÃa no salir bien. No importaba lo mucho que él y Kestrel hubiesen calculado la posibilidad en base a los datos disponibles, era un riesgo.
La vida era siempre un riesgo.
El peso desapareció. El motor se apagó; la nave giraba alrededor de Selene a poco más que a velocidad orbital baja. Al desaparecer la difusión, la luz del empotrado superior se convirtió en nada, con una vaga reflexión a los lados. Tensó los músculos. Hora de salir. SentÃa una calma sobrenatural.
Se abrió la compuerta exterior. La abertura era una oscuridad repleta de estrellas. Tomó el agarre, se apoyó en el reborde y puso las suelas sobre la pequeña plataforma del saltador personal. Con la mano libre buscó el activador. La plataforma se inclinó, se estremeció y lo lanzó.
Girando lentamente, vio cómo el universo daba vueltas, la VÃa Láctea, la Tierra, Selene. El Sol atravesó su campo visual y el casco se oscureció para salvarle la vista, convirtiéndolo en un disco de un dorado apagado, una moneda en la que las manchas solares formaban una inscripción que no podÃa leer. Al principio Kestrel parecÃa gigantesca. La nave retrocedÃa a varios metros por segundo, la velocidad que Kenmuir habÃa ganado con respecto a ella. TodavÃa parecÃa muy grande cuando supuso que serÃa seguro activar el impulso, pero ya podÃa verla completa, esbelta y hermosa.
Aleka estaba atrapada en su interior; Aleka que hubiese deseado morir en el mar con el viento acariciándole el pelo.
Kenmuir se puso a trabajar.
La estructura de la unidad de impulso doblaba un miembro a su alrededor hasta situar al frente un panel de mandos, un conjunto incongruentemente alegre de luces. Pulsó el interruptor para detener el giro. Un impulso breve estabilizó el cielo. El ordenador de la unidad era comparativamente simple, pero adecuado para la tarea. La Tierra se detuvo para manifestarse como un fragmento grueso de vidrio blanquiazulado. Selene ocupaba un cuarto del cielo, con la parte nocturna formando un pozo hasta el infinito, la zona de dÃa despiadadamente iluminada, arrugada, marcada y manchada. Sin instrumentos ópticos no podÃa distinguir las obras humanas. La memoria hubiese podido ofrecerle ciudades, flores inmensas, pájaros y personas volando sobre un lago, a Lilisaire; pero carecÃa de tiempo para recordar.
Hizo uso de los instrumentos de navegación, miró y midió, identificó tres elementos en el suelo e introdujo los datos de posición en el ordenador. Después de un rato volvió a hacer lo mismo, obteniendo asà información para calcular su posición, altitud y vector. El radar hubiese sido mejor, más directo, pero no se atrevÃa a emplearlo. Ya habÃa introducido las coordenadas del punto de aterrizaje. Le dio al impulso.
La unidad lo hizo girar hasta la orientación adecuada. Los acumuladores empezaron a descargar la energÃa. Desde un tanque de masa tan ancho como él y con la mitad de longitud salieron tres chorros. La condensación produjo un nube más allá de las toberas -el sistema no era tan eficiente como un jet de plasma nuclear, ni remotamente tan potente-, pero se trataba de una nubecilla tenue, apenas visible de cerca, y que se disipaba con rapidez. El peso volvió a tirar de Kenmuir. Kestrel se alejó de él con mayor rapidez aún, convirtiéndose en un juguete, en una joya, en una estrella, hasta que desapareció.
Durante la siguiente media hora tuvo poco que hacer excepto tomar más medidas y dejar que la unidad corrigiese los parámetros de vuelo. La aceleración aumentó hasta fijarse más o menos en un g; después el ritmo de salida disminuyó junto con la masa. Hubiese preferido ir más rápido, sin que importase la tensión en su cuerpo, pero la fuerza de la estructura era limitada. En todo caso, llegó con el tanque casi vacÃo y los acumuladores casi muertos.
Fue pasando de idea en idea. Aleka... En esos momentos habÃa adoptado órbita lunosincrónica. No estarÃa directamente encima de él, pero se la verÃa en el cielo. Cuando llegase al suelo, quedarÃan quizá unos noventa minutos hasta que la primera nave de la Autoridad, de regreso a máxima aceleración, llegase hasta ella. DebÃa escapar mucho antes de ese momento.
Lilisaire... SerÃa extraño si parte de su red no se extendiese hasta la policÃa y la Autoridad, incluso ahora, incluso ahora. A menos que la hubiesen detenido -y Kenmuir estaba seguro de que Lilisaire lo habÃa dispuesto de tal forma que ese hecho se conociese en todo el Sistema Solar- sabÃa dónde estaba Kestrel y que ese asunto debÃa preocuparla. Lo que podrÃa hacer, Kenmuir no lo sabÃa. SerÃa de gran ayuda si pudiera mantenerlos ocupados una hora o dos. Cierto, se añadirÃa a las acusaciones contra él, ella y Fireball... Dejó a un lado los presentimientos.
Annie... Un nostálgico fantasma. Miró la Tierra y deseó que la vida la tratase bien.
Pasó el tiempo. Lentamente, al descender, pasó de una noche a otra.
La aproximación habÃa sido planeada más teniendo en cuenta las necesidades de mantenerse oculto que la economÃa de combustible. Los satélites, sin duda, le habÃan detectado, como prácticamente detectaban todo cuando se les activaba al máximo, pero debÃa de ser poco llamativo, insignificante, nada que disparase una alarma, especialmente cuando estaban concentrados en otros acontecimientos. El cráter Tycho se encontraba sobre el horizonte.
Para entonces estaba tan abajo que lo vio no como un cuenco sino como una montaña, negro y monstruoso contra las estrellas. Aunque el sol estaba a media mañana, el lado occidental se encontraba a oscuras. Las sombras bajaban y recorrÃan la tierra como una ola que se acercase lentamente. Al principio, muy a su izquierda y derecha, Kenmuir apreció los bordes del dÃa. Al acercarse más, dejó de verlos, quedándose sólo con las estrellas y la apagada tierra. En su cuarto menguante, el planeta seguÃa siendo luminoso, situado en medio del cielo septentrional. Luz blanquiazulada bañaba las pendientes. Debajo de ellas, haces en forma de rayos destacaban lo escabroso del terreno. Localizó su objetivo y descendió en manual.
Durante un momento saltó el polvo, cegándole. Volvió a caer, porque no habÃa aire que se lo impidiese; el material del traje y el casco lo repelÃa; buscó con la mirada un saliente de roca en la pared del cráter, una superficie aplastada y ancha, roca al este y el resto todo cielo. El crujido posterior de los jets se apagó. El silencio se apoderó de él. Una vez que se hubo soltado de la unidad de impulsión y del tanque, se sintió ligero por el peso lunar, como si fuese medio incorpóreo. El reciclador de aire y el resto del traje pesaban poco y se ajustaban muy bien; el traje era homeostático, con articulaciones mecánicas y amplificadores del tacto, muy cerca de ser una segunda piel. Desató la mochila del equipo. Tampoco deberÃa haberle parecido pesada; pero vio la almádena, sintió frÃo y durante un momento no pudo levantar la carga.
DebÃa hacerlo. Se echó al hombro la mochila y se puso en marcha. El polvo saltaba a cada paso hasta llegar al camino que los constructores habÃan tallado en la pared desde el interior del cráter. Era poco más que un sendero de regolita apisonada, y los peregrinos que lo recorrÃan ya eran pocos, pero al cosmos le costarÃa un poco más enterrarlo. Frente a él se encontraba la tumba. Algunos decÃan que la emulación que allà descansaba habÃa pedido que fuese simple. Cuatro paredes de piedra blanca, de siete metros de ancho, se levantaban hasta un tejado de poca pendiente, con tal altura que cada lado parecÃa encerrado en un rectángulo dorado. Una puerta doble de bronce conservaba las mismas proporciones. Encima de ella habÃan tallado el nombre DAGNY EBBESEN BEYNAC. Era suficiente.
Kenmuir se detuvo a la entrada. Durante un minuto fuera del tiempo, olvidó las prisas, olvidó la necesidad, y simplemente estuvo allÃ. Las paredes y el metal relucÃan débilmente bajo la Tierra y las estrellas.
Fue como si la quietud se hiciese más profunda. Con un estremecimiento, sacó la llave que Lars Rydberg habÃa fabricado en secreto y que se habÃa llevado con él. La colocó sobre la cerradura. El programa recordaba el código. Un indicador se volvió hacia abajo. Al tirar, las hojas de la puerta giraron pesadas apartándose de la noche interior. Calmó el corazón y entró.
Al principio, se encontró a ciegas, a solas con los latidos del corazón. Después, los ojos se adaptaron. Entraba algo de luz, que apenas tocaba un bloque que hacÃa de altar en el medio. La mano derecha se fue al casco; un saludo de Fireball.
Pero habÃa que darse prisa, mucha prisa. Descargó el equipo, lo colocó en el suelo, sacó una lámpara, la encendió y la dejó a sus pies. La luminosidad se hizo más intensa, recortada por sombras marcadas. Sobre el bloque habÃa dos objetos. Uno era una urna funeraria, esbelta y grácil; volvió a pensar en Kestrel. El otro era la emulación en su caja. Deprisa, deprisa. Observar, trabajar bajo la luz del casco, realizar las violaciones que fuesen necesarias y pisotear la culpa; más tarde, esa misma culpa se levantarÃa sin haber sufrido daño.
Un medidor le indicó que el sistema de energÃa de la emulación estaba agotado pero intacto, un alivio para Kenmuir porque disponÃa de un repuesto. Fijó un acumulador para recargarlo, por medio de una conexión hecha a mano para ajustarse a la toma de corriente obsoleta. Mientras se recargaba, él se dispuso a reactivar la red neuronal. Para ocultar lo que no habÃa hecho, Lars Rydberg habÃa introducido un programa de desviación. En la Mansión Guthrie habÃan preparado un módulo para contrarrestarlo, que Kenmuir aplicó. A continuación, dispuso un comunicador de radio en el altar, encontró los puntos adecuados en la caja y realizó la conexión. Ãl y ella podrÃan hablar por entre el vacÃo que les rodeaba.
Tocó el interruptor final, dio un paso atrás y se estremeció.
La luz venÃa desde abajo, reflejándose en la cara del bloque, hundiendo a la urna y a la emulación en las tinieblas. De entre ellas, centÃmetro a centÃmetro, los pedúnculos oculares se elevaron. Las lentes reflejaban luz, buscando por entre la tumba.
Después de una eternidad, Kenmuir escuchó la voz, una voz de mujer, débil, como si llegase hasta él a través de un abismo, arrastrándose y tropezando.
- Mond... no, Lars, oh, Lars...
Kenmuir no habÃa previsto que el dolor le paralizase tanto. -Perdóneme -dijo con voz ronca.
-¡Tanso! -gritó Dagny. -¿Qué?
-Oscuridad, oscuridad y oscuridad... -La desesperación cedió ante la ternura-. No llores, cariño. Mamá está aquÃ.
Kenmuir recuperó la voluntad.
-Mi dama Beynac, perdóneme -dijo, todo lo bien que podÃa pronunciar su lenguaje-. He tenido que despertarla.
-¿Dónde están mis brazos? -gimió, mientras los pedúnculos se agitaban de un lado a otro-. Te recogerÃa y te acunarÃa, niño, mi niño, pero ¿dónde están mis brazos? ¿Mis labios, 'Mond?
-La he despertado por el bien de su gente -dijo Kenmuir-, su gente y la de él. -Se preguntó si estaba mintiendo.
-La sangre manó. Cuando me quitaron el traje espacial, estaba por todas partes.
-Eso sucedió... hace mucho tiempo...
-La pequeña Juliana, era todo sangre... no, no Juliana. Ella nunca serÃa, ¿no? Ahora no. -La emulación lloró.
Kenmuir sabÃa que recordaba un acontecimiento antiguo. Pero ¿qué? ¿PodrÃa recordar más?
-Mi dama Beynac, por favor, escúcheme. Por favor. -Bramido -murmuró Dagny.
Un circuito dañado, pensó Kenmuir. DebÃa de estar generando una señal que la mente percibÃa como ruido, o lo que quedase de la mente.
El sonido en sus oÃdos se hizo más tranquilo.
-El mar brama. Olas. Viento. Sal. Madera arrastrada como enormes huesos. AllÃ, una moneda de arena. Para ti, Tanso. -Rió, con calma y encanto.
-Mi dama-le rogó Kenmuir-, ¿sabe dónde se encuentra? -Lars... -Los pedúnculos no se detuvieron. Kenmuir sintió que le miraban. Sintió cuchillos sobre la piel-. Pero tú no eres Lars -dijo sin emoción-. No eres nadie.
-Mi nombre es...
-Lars, me borraste. ¿No?
Sintió una ligera esperanza. Kenmuir tomó aliento.
-Tengo que decÃrselo... Pero he venido como amigo. La Luna vuelve a necesitar su ayuda.
La respuesta fue helada.
-No iba a haber necesidad de eso. -Me temo que...
Amabilidad súbita.
-No tengas miedo. 'Mond nunca lo tuvo. «Al diablo», gritaba, y seguÃa adelante.
Dispuesto a aprovecharse de cualquier oportunidad, Kenmuir respondió:
-Como Anson Guthrie. También después de convertirse en algo... como usted.
-Sigurd tampoco tuvo miedo jamás -canturreó Dagny-. Adoraba el peligro. Se reÃa con el riesgo. No del riesgo, con el riesgo. Ãse es Kaino, ya lo sabes.
-SÃ -dio Kenmuir obediente-. Su hijo.
-Están muertos. Murieron en rocas muertas en el espacio profundo. 'Mond y Kaino están muertos.
-Lo sé. -Desesperado-: Por eso estoy aquÃ. Usted siguió viviendo. Usted siguió viviendo por los demás.
La emulación empezó a cantar, dulcemente y en tono menor.
Ha muerto y se ha ido, dama, Ha muerto y se ha ido;
Sobre su cabeza la hierba verde A sus pies una piedra.
Se detuvo.
-Sólo que... allà no crece la hierba.
-PodrÃa crecer -dijo Kenmuir-. Si nos ayuda, una última vez. Los ojos se pusieron rectos, la voz se transformó.
-Lars lo prometió. -SÃ. Pero... -Donde'Mond, le dije, Lars. Iré a donde está'Mond.
-TenÃa esa esperanza, albergaba esa esperanza con todo su corazón. Ella rió. Ãl apreció la amargura.
-Idiot. Dagny fue allÃ. Ella era libre para hacerlo. Los fantasmas no disfrutan de esa libertad. ¿Cómo podrÃan tener derechos de nacimiento? Nunca nacieron.
-Usted es Dagny Beynac -le dijo él al delirio-. De la misma forma que Anson Guthrie, la emulación es Anson Guthrie. El hombre, su espÃritu.
Los pedúnculos temblaron, la voz se aceleró. -¿Guthrie? ¿Tanso? ¿TodavÃa es?
-No aquà -susurró Kenmuir-. En la lejana Centauri. Han pasado siglos, madame Beynac.
-Y el viento sopló y sopló -murmuró ella. -Siglos.
No pareció escucharle.
-De una historia que leà cuando era niña. De Lord Dunsany. Colgaban a un salteador de caminos de un brezo y lo dejaban allà solo. Y el viento sopló y sopló.
Llamar su atención, mantener su concentración.
-SÃ, Lars Rydberg rompió la promesa que le hizo. En cierta forma. TenÃa la esperanza de que descansarÃa en paz como era su deseo, que nadie tendrÃa que despertarla. Pero debo hacerlo. Durante un momento, un breve momento. Una pregunta. -El tiempo se iba rápido. ¿Cuántos minutos le quedaban?
-¿Dónde tienes la cara, 'Mond? -dijo la voz resquebrajándose-. Ya no puedo recordar tu cara.
-Una pregunta y le daré la paz. Pero ahora, inmediatamente, o no valdrá para nada.
'Mond. «Eres el hijo de Dagny», le dijiste a Lars,'Mond. «Maldición, siempre serás bien recibido aquÃ.» -¿Cómo podÃa llorar una emulación?
Y Lars los habÃa traicionado a los dos, pensó Kenmuir. ¿O no? Como inspirado por las estrellas que se veÃan más allá de la puerta, tuvo una idea.
-He visto su imagen, la de Edmond Beynac. TenÃa un rostro ancho y anguloso, con pómulos altos y ojos verdes.
-¡SÃ! -gritó Dagny-. ¡SÃ! ¡Oh, 'Mond, bienvenido! Bienvenu, mon chéri!
HabÃa que seguir.
-Ãl buscó el camino a Proserpina. -¡Por todos los demonios, sÃ, lo hizo!
Ãl habló con rapidez, pero como le hubiese hablado a su amada. -Escúcheme, se lo ruego. Su pueblo, los descendientes de Edmond Beynac y los suyos, necesitan a Proserpina, ahora, la necesitan terriblemente y se ha perdido. ¿Recuerda cómo encontrarla?
Se desató la furia.
-¿Para eso me has despertado? Ãl permaneció firme ante los ojos. -SÃ, si puede perdonarme, ¿nos ayudará igualmente? De pronto, la voz se hizo cálida.
-He recuperado a 'Mond. Por eso, gracias. -¿Me lo dirá?
-¿Me enviará de nuevo a casa?
-SÃ.- Se inclinó, aflojó ciertos nudos y levantó la almádena entre las manos-. Tengo esto. -Tuvo que luchar por pronunciar cada palabra. -Entonces, démonos prisa -imploró-, antes de que le pierda de nuevo.
Ãl no podÃa decir nada más. Quedaron en silencio.
-Muy, muy lejos -susurró Dagny-, un largo camino para ir a morir. Pero Proserpina trae con ella la primavera. Las manzanas alcanzan su plenitud detrás la casa de mami y papi...
¿VolvÃa de nuevo a las pesadillas?
-¡Los elementos orbitales! -gritó Kenmuir.
-Tranquilo -le rogó ella-. Mi hombre de las cavernas los está cazando para mÃ.
Kenmuir esperó. A través de la puerta, las estrellas le observaban. -Sà -dijo Dagny-. Aquà están. Gracias, viejo oso. -Recitó los números-. ¿Los tienes?
-Sà -contestó; en una grabadora y en su propio cerebro. -Bien -dijo Dagny con calma-. Ahora, cumple la promesa. Sintió terror.
-¿Está segura de que desea...? -Por mà -dijo-. Y por Lars.
-Entonces, se lo debo -se oyó decir. Las manos agarraron con fuerza el mango-. Adiós, mi dama.
-Que tengas feliz viaje -dijo como si fuese una bendición. La orden resonó—. ¡Ahora!
Kenmuir levantó la almádena sobre la cabeza y la dejó caer con toda su fuerza.
La caja era resistente, pero no estaba diseñada para resistir un impacto como aquél, y la radiación la habÃa debilitado. El organometal se partió. El hierro aplastó los circuitos.
Arrojó la almádena lejos y salió de la tumba. Las estrellas brillaban.
No, no debÃa llorar, no debÃa caer en la desesperación, todavÃa no. Kestrel y Aleka se encontraban en lo alto. Activó la radio. PodÃan recibir por entre los diez mil kilómetros que les separaban y ya no importaba si los otros escuchaban.
-¿Estás ah� -dijo-. Habla, habla.
-Sà -respondió la querida voz-. Oh, cariño, estás mal. -Graba esto. -Disparó las cifras-. ¿Las tienes? -SÃ...
-Toma tu camino.
Aloha au i i 'oe -oyó-. Te quiero. -No podÃa verla, pero se imaginó la nave espacial avanzando.
Se dejó caer sobre la regolita y esperó a los hombres de Venator. El Sol apareció por encima de la pared del cráter.
44
La nave de la Autoridad de Paz se dirigió hacia la Tierra a media gravedad.
Era enorme, con espacio para varios camarotes. A Kenmuir le habÃan dejado a solas en uno de ellos. La puerta estaba cerrada. Los guardias le habÃa dicho que si necesitaba cualquier cosa podÃa pedirla por el intercomunicador, pero no lo habÃa hecho. Lo que más deseaba era estar solo.
Vale, le hubiese gustado tener una pantalla, para poder mirar las estrellas. Limitado y desnudo, el camarote le aprisionaba junto con sus pensamientos.
Por enésima vez se preguntó cómo habÃa podido suceder todo aquello, cómo se habÃa convertido en un rebelde y un asesino. ¿Por qué? No lo habÃa pretendido ni lo habÃa previsto. Los acontecimientos parecÃan haber adquirido un momento lineal propio, como si tuviesen voluntad. ¿Era ésa la naturaleza de la historia humana? ¿Caos... atractores extraños... cuánto comprendÃa la propia Teramente? ¿Cuánto comprendÃa Dios?
La puerta se abrió. Volvió a cerrarse después de que entrase una figura vestida de azul. Kenmuir se levantó del catre. Durante unos segundos ninguno de los dos se movió, dos hombres altos y delgados, uno de piel oscura y el otro de piel pálida.
-Saludos, capitán Kenmuir -dijo el recién llegado en un anglo del hemisferio oriental.
-Usted es el pragmático Venator, ¿no es as� -contestó el prisionero-. Al fin nos encontramos.
El agente asintió.
-Quiero hablar con usted mientras podamos hacerlo en privado. -¿En privado? Estoy seguro de que sus máquinas nos vigilan y escuchan.
-También son sus máquinas. -De la humanidad.
-Los dos nos equivocamos. No pertenecen a nadie.-Los robots informaban a sofotectos que a su vez eran aspectos del intelecto supremo.
-No hay ninguna contradicción -dijo Venator-. Su compañera es suya, Y usted es de ella, pero ninguno de los dos es propiedad. Algo se agitó en el interior de Kenmuir. Se sentÃa emocionalmente vacÃo; pero descubrió que habÃa cosas que volvÃan a importarle.
-¿Qué hay de Aleka? ¿Qué puede decirme? ¿Qué va a decirme? Venator arqueó las cejas.
-¿Aleka?... Oh, sÃ. Alice Tam. Está viva y bien. -Mostró una sonrisa breve-. De forma muy inconveniente. En principio eso es lo que tengo que discutir con usted, si puede.
Kenmuir se encogió de hombros.
-Puedo, aunque no esté muy dispuesto. La policÃa lunar fue... no desconsiderada. Me han medicado y he descansado. -Al menos el cuerpo. La mente, el alma... la ansiedad habÃa desaparecido. VolvÃa a sentir el desapego que se habÃa apoderado recientemente de él, ya fuese porque le habÃan dado tranquilizantes en secreto o porque tenÃa el espÃritu agotado; se sentÃa apartado de sà mismo, una conciencia cartesiana observando cómo se desarrollaba su destino.
-¿Nos sentamos?-propuso Venator. -No es necesario. -Ni lo deseaba. -¿Le apetecerÃa tomar algo? Tenemos mucho de que hablar. -No, no quiero nada. -De lo que pudiesen darle a bordo. -Por favor, tenga la seguridad de que no corre peligro-dijo Venator-. Está en manos civilizadas. -Los rasgos se volvieron tristes, el tono neutro-. Quizá más civilizadas de lo que merece.
-Más tarde podemos discutir sobre el bien y el mal, ¿no? Venator volvió a mostrar amabilidad.
-Creo que haremos algo más que discutir, capitán. Pero es cierto, mejor será que primero resolvamos los asuntos empÃricos. ¿PodrÃa decirme por qué, mm, Aleka no lo llevó con ella al escapar?
-¿No es evidente? Yo hubiese tenido que retroceder a una distancia segura, luego correr a la nave, después de lo cual hubiese tenido que despegar. Nos hubiese llevado por lo menos una hora. No tenÃamos tanto tiempo.
-Evidente, sÃ. Una hora a dos gravedades significa siete kilómetros por segundo extras. Estaba examinando el grado de su determinación. Supongo que no va a decirme adónde se dirige, ¿no?
-No puedo. Aleka y la nave lo decidieron entre ellas después de dejarme.
-Como esperaba-dijo Venator con calma-. No se le puede sacar lo que no sabe. No es que importe. Uno puede hacer suposiciones. El destino está claro que no puede ser Marte, que en todo caso serÃa una elección arriesgada. Hay varios asteroides posibles, o es concebible que fuera alguna luna joviana colonizada por selenitas. Ahora va en trayectorias, conservando la velocidad delta y por tanto sus opciones. A menos que acabe temiendo que podamos acercarnos a ella, y vuelva a acelerar, le llevará un tiempo llegar a cualquier destino que tenga en mente.
Con lo cual estarÃa al alcance de las comunicaciones. El antiguo láser de Kestrel no podrÃa enviar un mensaje inteligible por dos o tres unidades astronómicas; su radio precisarÃa de un receptor de alta ganancia; y allá, ¿quién escucharÃa con cualquiera de los dos sistemas? Más cerca, la intención de Aleka de enviar una señal estarÃa clara. PodrÃa incluso descender.
-A pesar de todo, su plan salió muy bien-siguió diciendo Venator-. Creo que salió bien precisamente por ser fantástico. No podemos detenerla antes de que complete su misión, y no vamos a seguir intentándolo.
SÃ, pensó Kenmuir, Aleka y él habÃan estimado que las probabilidades eran razonables. Las naves de las agencias policiales eran pocas y estaban muy dispersas por el Sistema Solar, porque su tarea habitual era simplemente desplazar personal y en ocasiones ofrecer ayuda a quien la necesitase. Además, incluso en esos momentos, la clase Halcón se consideraba de gran potencia. Por lo general, eran los robots y los sofotectos los que atravesaban el espacio. Rara vez exigÃan grandes velocidades que consumÃan mucha energÃa. Eran los humanos los que vivÃan poco y se mostraban impacientes.
-Comprenda, no queremos provocarla y hacer que salga corriendo -le explicó Venator-. Queremos tiempo para persuadirles a los dos de lo estúpido de su empresa, para que se detengan por voluntad propia.-Frunció el ceño-. Piénselo. ¿Cree que revelar la existencia de un planeta menor entre los cometas los convertirá en héroes? Piénselo. Su brutal destrucción de la emulación Beynac conmocionará al mundo. Kenmuir suspiró.
-Ya se lo dije a la policÃa, ella me hizo prometerlo. -¿TenÃa que mantener la promesa?
Kenmuir asintió.
-Ya la habÃan traicionado una vez.
La sonrisa de Venator fue brevemente desagradable. -Resulta que para su beneficio.
Kenmuir sonrió con tristeza y señaló la celda. -¿Esto?
-No pretendÃa decir que buscase el beneficio personal-dijo Venator-. Confieso que sus motivos me resultan incomprensibles, y sospecho que lo mismo le sucede a usted.
Una vez más, Kenmuir tuvo la sensación -tonterÃas, le gritaba la razón, pero la sensación se negaba a desaparecer- de que él y Aleka habÃan sido los instrumentos de una poderosa fuerza ciega, y que todavÃa no habÃa terminado, y que ellos mismos se encontraban entre sus fuentes. Pero serÃa mejor que se centrase en lo inmediato. PodÃa aprovecharse del deseo de conversación del cazador.
-¿Cuál es la situación en Selene? -preguntó. Los que le habÃan interrogado no le habÃan facilitado ninguna información.
El porte y la voz de Venator se relajaron.
-Buena. -dijo, como si fuese interesante pero no tuviese demasiada importancia-. La dama Lilisaire nos causó considerables problemas, a los que se unieron con alegrÃa varios de sus colegas. Por fortuna, pudimos evitar daños o pérdidas de vidas significativos en ambos bandos, y las cosas ahora están calmadas. Oficialmente, están bajo arresto domiciliario. En la práctica, mantenemos una tregua agitada. El resultado final dependerá principalmente de usted, amigo mÃo.
-¿Cómo?
Venator se puso serio.
-Usted todavÃa puede detener lo que ha puesto en marcha. Tam ha desoÃdo nuestras llamadas, pero Kestrel debe de haberlas registrado y sin duda la informará de cualquiera que venga de usted.
-¿Qué podrÃa querer decirle? -En presencia de máquinas no le dirÃa que creÃa amarla.
-Usted y sólo usted puede hacerla volver, conservando el secreto de Proserpina.
-¿Por qué iba a hacerlo?
-Se pueden retirar las acusaciones criminales, o se puede conceder un perdón.
Kenmuir volvió a sentir emociones. La más evidente era furia. -Vamos a ver -dijo-. Nunca me propuse servir como mártir, ni ella tampoco. Sólo cuando la noticia se conozca decidirá el Sistema Solar si hicimos mal. A pesar de... -le falló la voz- la emulación... cuando ese asunto se aclare... me atrevo a esperar que toda la humanidad me perdone.
-Por favor, ahórreme la retórica-se mofó Venator-. Usted calculó que el gobierno se encontrarÃa en una posición tan incómoda que se verÃa obligado a dejar que las infracciones no tuviesen castigo, mientras los selenitas más radicales se preparaban para emigrar a Proserpina. A cambio, usted no darÃa demasiada publicidad a las irregularidades que hubiésemos podido cometer.
Kenmuir asintió.
-SÃ, aproximadamente eso es lo que pretendemos.
-He visto que estudia la historia-dijo Venator-. DÃgame, ¿con cuántos gobiernos del pasado hubiese salido bien semejante jugada? Sorprendido, Kenmuir se quedó sin habla unos instantes.
-No lo sé. Quizá ninguno-dijo finalmente.
-Correcto. A estas alturas ya estarÃa muerto, a menos que decidiésemos torturarle primero. Si nuestro secreto se revelase, someterÃamos a los inquietos selenitas por la fuerza, exterminándolos si fuese necesario. Le dirÃamos a la gente que la revelación era una falsedad inventada por los malvados. AñadirÃamos, con todos los detalles que fuesen necesarios, el gran servicio que les habÃamos hecho eliminando a los enemigos del estado. Pero no tendrÃamos que producir la mayor parte de la propaganda. Muchos periodistas e intelectuales estarÃan ansiosos de ganar favores fabricándola y distribuyéndola. Muchos de ellos incluso serÃan sinceros.
-SÃ...
-Pero en lugar de eso, está usted a salvo, mientras Tam corre por ahà porque no previmos que las grandes armas de guerra volverÃan a ser necesarias. Debe agradecérselo al cibercosmos, Kenmuir. PodrÃa mostrar algo de confianza, algo de gratitud.
-¡Pero violaron el Pacto! -protestó el astronauta-. Y.. y... -¿Y qué? ¿Era realmente una ofensa tan terrible ocultar información? -Fue una exigencia-dijo Venator-. Mi esperanza es convencerle de tal cosa, antes de que sea demasiado tarde.
-Supongamos que lo consigue -contestó Kenmuir sin pensar-. ¿Cómo podrÃa convencer a Aleka? -Cualquier clave hubiese podido extraerse por medio de drogas o análisis cerebral. Una imagen suya podrÃa ser un artefacto, en aquel mundo donde tanta realidad era virtual.
Venator vaciló. Cuando habló, lo hizo lentamente, ¿y el rostro delgado adoptó una expresión de deseo?
-Ella deberÃa escucharle y confiar en usted, ¿no es asÃ? Y en cuanto a cómo iba a saber ella que usted es el verdadero... -Apartó la vista, como si desease mirar la Tierra y las estrellas a través del metal-. Tengo la intuición de que son amantes. Todos los detalles Ãntimos, el lenguaje corporal único de los dos, incidentes olvidados por uno hasta que el otro se los recuerda, la totalidad que nace incluso en un perÃodo de tiempo tan breve como el que han disfrutado... si extrajésemos todos esos datos de usted, el proceso le dejarÃa convertido en un vegetal. ¿Y podrÃamos escribir el programa adecuado para usar todos esos datos con una imagen generada? Quizá la Teramente podrÃa hacerlo. Quizá no. Me atrevo a decir que podrÃa reprogramar su cerebro para que la adorase e hiciese ardientemente, y por su propia voluntad, cualquier cosa que desease.
Levantó una mano.
-No tema -dijo-. Dejando a un lado el detalle moral de destruir una mente, nos lo impide el hecho de que no tenemos el tiempo suficiente, ni para crear una imitación convincente de usted ni para rehacerle por completo. Usted no es electrofotónico, es orgánico, con la inercia de todas las cosas materiales. Las interacciones moleculares se suceden a un ritmo limitado por las leyes del universo, y la Teramente no escribió esas leyes.
Apretó los puños a ambos lados.
-ExplÃqueselo a su Aleka. Le reconocerá por lo que comparten, todo lo que yo me he negado a mà mismo.
Sonrió y terminó con una nota ligera.
-Es irónico, ¿no?, que en la hora final el cibercosmos pida ayuda a la fuerza más antigua y primitiva de la vida consciente.
Kenmuir se pasó una lengua reseca por los labios. -Si realmente puede reclutarme.
Venator lo miró directamente y contestó. -Yo no puedo. Voy a llevarle a la Teramente.
45
Un espacio vasto y oscuro... ¿una cámara? La vista no podÃa apreciar las dimensiones. LÃneas luminosas subÃan y volvÃan a bajar, algunas muy cerca entre sÃ, otras a varios metros de distancia. Vistas desde lejos, se fundÃan en un diseño complejo, un jeroglÃfico que Kenmuir no podÃa entender.
El aire carecÃa de calor, frÃo, olor o sonido.
Se habÃa despertado allà después de quedarse dormido en la habitación de la Central a la que Venator le habÃa llevado. Sin previo aviso, pero de alguna forma sin sentir sorpresa, se vio medio reclinado sobre una red en la que unos accesorios entraban en contacto con pies, manos, frente y sienes. Su piel y ropas estaban iluminadas o resplandecÃan ligeramente. SentÃa una inmensa calma, pero simultáneamente nunca se habÃa sentido tan consciente y en alerta, controlando totalmente su mente y cuerpo. Era como si sintiese hasta el último flujo por los capilares sanguÃneos, nervios y cerebro. Esperó con solemnidad lo que iba a suceder.
Frente a él, Venator estaba tendido de forma similar; pero aunque el cazador tenÃa los ojos abiertos, parecÃan ciegos y el rostro se habÃa convertido en una máscara. ¿Qué veÃa? ¿Qué cosas sabÃa?
La presencia de la Teramente, pensó Kenmuir, la cercanÃa del gran dispositivo central; excepto que la Teramente no era una única mente o ser. Era el ápice del cibercosmos, la culminación guÃa, como lo era el cerebro humano del organismo humano. No, realmente tampoco era eso. En cierta forma todas las máquinas surgÃan de ella, como hombres y dioses de Brahma, y las almas de los sinnoiontes anhelaban acercarse a ella.
Pero Kenmuir sabÃa que no se trataba de un punto final estático. No era lo que las inteligencias artificiales, dispuestas a crear una inteligencia artificial superior, habÃan producido; era el cibercosmos como totalidad, evolucionando. Sus pensamientos ya sobrepasaban la imaginación humana. ¿En cuánto superarÃan su propia imaginación actual dentro de cien o mil millones de años?
Venator habló.
-Ian Kenmuir -dijo con seriedad. ¿Hablaba la Teramente a través de él, como si fuese un oráculo?
-Estoy listo-respondió Kenmuir. No disponÃa de ningún tÃtulo honorÃfico que añadir; y en todo caso, hubiese sido una burla. -Comprendes que no eres ni un sofotecto ni un sinnoionte. Estás en el exterior. Por tanto, yo actuaré de enlace.
En caso contrario, ¿podrÃa la presencia ofrecerle a Kenmuir algo más que discursos, imágenes y un espectáculo de sombras? Por medio de Venator, que era humano, él podrÃa llegar a comprender, a sentir, lo que la inhumanidad por sà sola no podrÃa transmitir.
-Pregúntame lo que desees —dijo la voz.
-Ya sabes lo que nos ha traÃdo aquà -contestó Kenmuir en voz baja-. ¿Por qué has ocultado la existencia de Proserpina?
-La respuesta tiene muchos aspectos.
¿Y será cierta?, se preguntó una mota rebelde. Juzgarás la verdad por ti mismo -dijo la voz.
¿Una verdad evidente al final de un camino de razonamientos? Pero ¿podrÃa él seguir ese camino hasta el final?
-Escucho. Observo.
Algo parecido a una expresión cruzó brevemente el rostro de Venator y su tono. ¿Un dolor, un deseo?
-Tú y yo compartimos recuerdos.
Luminosa en medio de la oscuridad apareció la imagen de Lilisaire, tan viva que incluso Kenmuir contuvo el aliento. El vestido cubrÃa su figura esbelta. Con gesto felino, se volvió para mirarle. De un rojo oscuro y de un rojo como una llama, su cabello caÃa sobre los hombros blancos, más allá de las delgadas venas azules de la garganta. Le sonrió con los grandes y oblicuos ojos dorados y verdes y con los labios que recordaba. ¿Ronroneó, le llamó?
Más imágenes parpadearon y se desvanecieron. No era un documento, ni una secuencia o un montaje, era un fluir de sueños para despertarle. Por debajo de la tranquilidad que sentÃa, le dolÃan. No habÃa deseado contar los amantes de Lilisaire, sus traiciones, los hombres que habÃa matado y los hombres que habÃa ordenado matar, los hombres con los que se habÃa casado y los hombres que habÃa atrapado en su red, los hombres a los que rompÃa la voluntad o aquellos a los que atraÃa hasta que se perdÃan, la voluntad ora glacial ora en llamas, pero siempre carente de consideración o piedad, el hecho de que era salvaje.
-Hermosa, ilimitada, ambiciosa, infinitamente peligrosa-murmuró la voz.
-No -negó Kenmuir-. No puede ser. Una mujer mortal... -Una que las circunstancias han convertido en la encarnación de su sangre.
Imágenes sacadas de la historia. La arrogancia selenita, la intransigencia, la anarquÃa directa, en los dientes del implacable espacio. Intrigas, asesinatos, amenazas terribles. La soberanÃa selenárquica, separando su nación de la unidad de la humanidad. El plan de Rinndalir para destruir el orden de las cosas, simplemente por el deseo de destruirlo. Niolente fomentando la revuelta en la Tierra y la guerra en la Luna, su muerte como un animal acorralado, y en las ruinas, un secreto que su lÃnea de sangre habÃa conservado durante siglos. Lilisaire, una vez más Lilisaire.
-¡No! -gritó Kenmuir, desintegrándose la calma que sentÃa-. ¡No voy a condenar a toda una especie! -Tragó-. Ni tampoco creo que pudieses tú.
-Nunca. ¿Maldecimos al trueno o al tigre? Ellos también pertenecen a la vida.
A continuación el sueño fue de un mundo. Un trueno fijó nitrógeno que alimentó un bosque. Bajo las hojas, un carnÃvoro atrapó a su presa y de esa forma mantuvo la salud de la manada, con un número que no superaba a lo que la tierra podÃa mantener. El mar que ahogaba algunos barcos mantenÃa a flote a todos los demás, y en sus profundidades nadaban ballenas y sobre sus cabezas se agitaban las alas. Los cuerpos muertos se pudrÃan, para renacer como hierba y flores. La nieve caÃa, para fundirse en la primavera y alimentar la estación.
Pasó un espectro, desierto, la roca desnuda saliendo allà donde la tierra de cultivo habÃa sido arrastrada por el agua o se la habÃa llevado el viento. Un rÃo que fluÃa lleno de veneno. El aire que hacÃa daño a los pulmones. Hordas y hordas, la humanidad destruÃa a su alrededor como nunca lo habÃa hecho una plaga de langostas, y donde antes anidaban las aves canoras ya sólo corrÃan las ratas por callejones y cloacas.
Pero eso habÃa pasado, o casi, y la Tierra florecÃa de nuevo. Fue el cibercosmos el que salvó la selva y el tigre... sÃ, la determinación humana era necesaria, pero sólo por medio de la tecnologÃa podÃa producirse el cambio sin catástrofes, y el cibercosmos conservaba en los seres humanos la voluntad de realizar los cambios por medio de sus consejos y por las victorias cada vez más visibles contra la desolación.
El tigre volvió a saltar a la vista de Kenmuir. El espectáculo terminó. Tendido entre arcos relucientes, oyó:
-De la misma forma los selenitas, que han hecho muchas cosas magnÃficas, deberÃan unir sus ofrendas al resto de la humanidad para crear y convertirse en el destino humano.
Aunque volvÃa a sentir paz, esa paz servÃa a su yo y a su mente. -Es cierto, pero ¿es suficiente? ¿Por qué debe crecer de la misma forma cada rama de la humanidad? ¿Y qué forma es ésa?
-No es única. Por cualquiera de los múltiples caminos que escojáis vosotros o vuestros descendientes. MedÃtalo. ¿Quién hoy en dÃa ha sido forzado? ¿No es la Tierra tan diversa, o más, que en cualquier momento del pasado?
SÃ, admitió Kenmuir; y no sólo en sociedades y en individuos libres, sino también en la riqueza natural restaurada por todo el globo, desde el oso polar en el ártico hasta el bisonte y el antÃlope en las praderas, desde el halcón en lo alto hasta el pavo real en la jungla, desde la palmera al pino, desde lo alto de las montañas hasta las profundidades del océano, vida, vida.
La voz siguió hablando.
-Sin embargo, ¿no deberÃa guiaros la razón, la compasión y la reverencia? En caso contrario, sois menos que simios, porque al menos los simios reaccionan de acuerdo con sus caracterÃsticas naturales, y vuestra caracterÃstica natural es pensar.
Kenmuir no pudo evitar recordar qué otra cosa era innata, y que la conciencia no era más que una capa delgada sobre ese mundo. Pero mejor no aventurarse demasiado por ese camino. Mejor volver a la pregunta que le habÃa llevado allÃ.
-¿Por qué no quieres que se conozca la existencia de Proserpina? ¿Temes a unos pocos selenitas en un lejano asteroide?
Sonaba tan ridÃculo que casi se lamentó de haberla expresado. Luego decidió que era mejor quitársela de encima.
La respuesta fue grave. Kenmuir pensó que la Teramente no tenÃa necesidad de fanfarronear como el Dios de Job; podÃa permitirse ser paciente, e incluso, sÃ, cortés.
-Claro que no... no asÃ. Lo que hay que temer es el espÃritu que se resucitarÃa. En el fondo, el destino lo escoge el espÃritu.
-No entiendo. -Kenmuir vaciló. No podÃa referirse a ningún absurdo de la mente sobre la materia.
-El espÃritu fáustico. No ha muerto, no del todo, aquà en la Tierra; vive, oculto y disfrazado, en los selenitas; y en Alfa Centauri florece triunfante.
Kenmuir no supo si la imagen de Deméter le vino de la oscuridad o de la memoria. ¿En cuántas ocasiones habÃa contemplado esas imágenes transmitidas por los colonos a lo ancho de los años luz? ¿Qué parte de él sentÃa envidia y qué parte amargura? Perdido en el sueño, sólo pudo preguntar.
-¿Qué va mal en Deméter? -Porque todo lo que veÃa era esplendor y coraje.
-Es un espÃritu que no acepta lÃmites, que no tiene fin o control para sus deseos y empresas. Los antepasados de las gentes que allà viven no podÃan alcanzar la paz con los poderes que les habÃan ofendido en la Tierra, aunque se le ofreció la paz. No podÃan, porque nunca están satisfechos. Por tanto, eligieron partir, sobre un puente que ardÃa tras ellos, a un mundo que sabÃan condenado. Ahora sus descendientes no aceptan esa condena.
-¿Qué otra cosa podrÃan hacer? -susurró Kenmuir. ¿Qué otra cosa excepto resignarse, confortándose en la idea de que el olvido estaba todavÃa varios siglos en el futuro? Se habÃan precisado todos los recursos de los que disponÃa Fireball en su momento más glorioso para enviar unos pocos cuerpos en sueño frÃo a través del abismo. En Centauri no podÃan hacer más de lo que habÃan hecho; y a menos que un puñado regresase a Sol, cualquier esfuerzo resultarÃa fútil. La distancia al siguiente mundo habitable era demasiado grande; la radiación durante el viaje causarÃa un daño irreparable. Las emulaciones podrÃan ir, sÃ. Las de Guthrie exploraban entre las estrellas. Pero eran pocos los humanos que deseasen convertirse en emulaciones. Los que lo hiciesen podÃan seguir igual de bien en el sol donde ya estaban, junto con los selenitas en sus asteroides: un asentamiento tan insignificante como lo habÃa sido Rapa Nui en su soledad del PacÃfico después de que las canoas dejasen de navegar.
-TodavÃa no lo saben -dijo la voz-, pero se están acercando al camino de la salvación.
-¿Cómo lo sabes? -exigió saber Kenmuir-. No te importa, ¿no?
-Es cierto, la Teramente les dice por medio del cibercosmos, como se lo dice a la gente de la Tierra, que no tiene mayor interés en ellos o en cualquier otro aspecto del universo empÃrico. No es por completo asÃ. Si bien ahora se conocen las leyes finales del universo, no se conocen todas las permutaciones de materia y energÃa. Por tanto, las sondas investigan en el espacio interestelar. Y en cuanto a los centaurianos, hay microsondas observándolos sin que ellos lo sepan. Kenmuir sintió una punzada. ¿MentÃa el cibercosmos?
La paz fluyó sanadora en la herida. DebÃa de haber una razón, que se le revelarÃa en su momento. ¿Qué humano era siempre sincero, especialmente con aquellos a quienes amaba? Es más, el fingimiento es una necesidad del pensamiento. Representas planetas tridimensionales sobre superficies bidimensionales; y en sà mismo también es una simplificación, porque el mapa no es un plano euclidiano. Para calcular las órbitas a corto plazo, haces que esos planetas sean puntos geométricos con masa e ignoras todo lo demás en la galaxia. Fundas una corporación y la tratas legalmente como una persona. Hablas sobre una comunidad o la especie humana, aunque sólo existen los individuos. Hablas de individuos, de ti mismo, aunque el cuerpo está formado por muchos organismos y la mente es un conjunto de interacciones sin fin.
-Y recibimos señales directamente desde allÃ-dijo Kenmuir. Las habÃa estudiado con avidez, pero hasta ese momento no habÃa notado del todo las pocas veces que llegaban noticias, y lo escasas que eran. Al principio, el tráfico habÃa sido voluminoso, en un sentido y en el otro... Bien, pensó, no serÃa difÃcil hacer que los colonos no tuviesen deseos de enviar. TenÃan muchas cosas de que ocuparse. Y en cuanto al Sistema Solar, allà la gente también estaba envuelta en sus propias preocupaciones y se habÃa medio olvidado de la frontera y de los territorios inexplorados...
-¿Están desarrollando una simbiosis... -no una sinnoiosis- de vida y máquina?
-SÃ. Madre Deméter.
En esa ocasión, las visiones fueron claras, con la suficiente duración para que las pudiese aprehender, y hablaban. Hablaban de otro sistema extraño, un biocosmos, integrado con la ecologÃa básica. Allà la mente final no era cibernética, sino humana, emulaciones que de esa forma habÃan vuelto a la vida, una Gaia no trascendente sino inmanente y consciente de sà misma. Ella protegÃa y guiaba la vida. Ella era la vida.
-¿Qué tiene de terrible? -susurró Kenmuir al cabo de un momento.
-Es lo que los salvará en Centauri -contestaron los labios de Venator. Los ojos seguÃan ciegos, excepto por lo que se moviese en su interior-. La Madre descubrirá que puede hacer lo que hoy es imposible, colocar la personalidad de una emulación en un cuerpo recreado. Deméter el planeta debe morir, pero la semilla de Deméter irá a las estrellas.
Kenmuir sintió un estremecimiento frÃo.
-Sà erijo la voz, ¿con tristeza?-, te sientes inspirado, estás maravillado.
Volvió a sentir el desafÃo. -¿Por qué no iba a estarlo?
-La visión, el logro es totalmente fáustico. E igual serÃa el asentamiento en Proserpina: de una magnitud mucho menor, pero con el mismo espÃritu, y no a años luz de distancia, sino aquÃ, en casa, a poca distancia de la Tierra.
Kenmuir sintió que su rostro expresaba asombro.
-Atiende -dijo la voz-. Tu especie ha luchado siempre, como debe hacerlo la vida, para sobrevivir y mejorar. Y, extrañamente, no ajustasteis vuestros modos a la realidad, cambiasteis el mundo para que se ajustase a vosotros. Dominasteis el fuego, a las bestias y las cosechas, explorasteis, inventasteis, os extendisteis por el planeta. Los paisajes de paÃses enteros dejaron de ser, a lo largo de los siglos, creaciones de la naturaleza para convertirse en creaciones de sus habitantes humanos.
»Pero también habÃa siempre una conciencia de los lÃmites, humildad, temor de los dioses y de la némesis que seguÃa a la hubris. VivÃais en el ciclo de las estaciones, sabiendo que erais mortales, y cuando veÃais que el orden antiguo de las cosas se rompÃa, llorabais por ello. Los invasores que mataban, quemaban y esclavizaban tenÃan sus propias costumbres, sus propias piedades. En cada uno de los mitos que os guiaba habÃa una advertencia contra el deseo de llegar demasiado alto, contra un orgullo excesivo.
»Pero el espÃritu fáústico ganó. En la historia, Fausto hace un trato con el maligno para recibir poder ilimitado. Al final, pierde su alma. Pero hay una continuación en la que regresa y se redime, no arrepintiéndose, sino realizando una obra de ingenierÃa que contiene las aguas de la inundación y hace que se realicen los deseos del hombre. »Incluso asÃ, la civilización fáustica se alejó de su modestia infantil. Sus matemáticas se extendieron hasta lo infinitesimal y lo infinito, llegando hasta lo transfinito. Su fÃsica examinó el átomo y las estrellas. Su biologÃa hizo que la vida dejase de ser un misterio para convertirla en quÃmica, y al final convirtió el alma en un proceso que podÃa ser emulado. Mientras tanto, conquistó el mundo y viajó a la Luna y a los mundos más allá.
»Era, es, ese espÃritu el que no conoce lÃmites, no reconoce ninguna limitación, hace lo que desea porque lo desea y luego busca nuevas victorias.
»Superaba todo lo demás, aplastaba todo elemento extraño, forjó el estado total, y casi consiguió exterminar a su propia especie. Kenmuir permaneció en silencio durante un rato, buscando las palabras, antes de contestar.
-No, no puedo aceptarlo. -No podÃa hacer otra cosa sino enfrentar su inteligencia simiesca contra la Teramente-. Te refieres a lo que vino de Europa, a la cristiandad occidental, ¿no? Bien, en el peor de los casos no era más malvada que las demás, simplemente tenÃa más poder. Y consiguió ese poder por medio de la ciencia que creó, que también ofrecÃa el poder de detener la enfermedad y el hambre, poder para comprender el mundo natural y aprender a salvarlo. Todos los demás también habÃan estado destruyendo la naturaleza, de forma más gradual pero sin ningún medio para reparar el daño. Ãsa fue la civilización que abolió la esclavitud legal y convirtió a la mujer en igual al hombre. Fue la civilización, el espÃritu dices tú, que dio vida a los derechos inalienables del individuo, vida, libertad y la consecución de la felicidad. Nos dio los planetas y todavÃa podrÃa darnos las estrellas.
No sabÃa que podÃa hablar asÃ. No era un orador. ¿Qué fuerzas sutiles atravesaban su piel para evocar lo que hubiese latente en él? La Teramente jugaba con justicia, pensó.
-Lo que has dicho es tan cierto como lo que has oÃdo -contestó la voz-. Es igual, implica la desunión, la disputa, el caos, por toda la eternidad.
-¿Qué otra cosa...? ¿Qué preferirÃas tú?
-Unidad. ArmonÃa. Paz. La noosfera y, al final, el noocosmos. Otra aparición, un sueño. La inteligencia inmortal, trascendiéndose a sà misma por toda la eternidad, hasta que sus creaciones y comprensiones superaban a todo el universo material.
Durante miles de millones de años por venir debÃa explorar, descubrir, inspirarse en el cosmos. Los destinos de las galaxias eran todavÃa incalculables. Pero ya parecÃa clara la ley que las gobernaba; sólo sus posibles consecuencias eran un misterio, y con cada nueva experiencia se incrementarÃa la capacidad para predecir la siguiente. Eternamente perseverante, la semilla sofotéctica se extendió por el futuro. No necesitaba planetas, ni apoyos, ni conquistas, nada excepto diminutos fragmentos de sustancia para reproducirse. Y cada uno de esos semilleros, cada cibercosmos y Teramente, se unió al resto. A la velocidad de la luz, la comunicación por la galaxia requerÃa decenas de miles de años, la comunicación entre galaxias millones; pero poseÃan la paciencia que da la seguridad, y ya no habÃa muerte.
El espacio se expandió. Las estrellas envejecieron. La última de ellas se apagó. La temperatura se acercó al cero absoluto. La poca energÃa útil que quedaba venÃa de la lenta desintegración de los agujeros negros y las partÃculas de materia. Y la inteligencia debÃa gastar esa energÃa muy lentamente; una idea podrÃa requerir miles de millones de años antes de completarse. Pero el mismo ritmo unió las mentes de las galaxias. Ya no estaban más alejadas que la duración de un pensamiento. A medida que pasaron billones de años, para ellas la separación se redujo sin lÃmites. Se conectaron en una única inteligencia suprema que llenó la realidad. El universo no estaba ni muerto ni oscuro. Estaba vivo y radiante por el espÃritu.
La certidumbre no es absoluta. Contra las pruebas y lo que creemos, el cosmos podrÃa frenar su expansión y caer sobre sà mismo. La inteligencia, sin embargo, seguirÃa siendo inmortal. Dentro del tiempo finito hasta la singularidad; podrÃan pensarse un número infinito de pensamientos y podrÃan soñarse un número infinito de sueños. Ya se produzca la transfiguración por medio del fuego o del hielo, la conciencia sobrevivirá y se desarrollará por siempre.
Mucho, mucho antes de ese momento, su precursor abandonará la crisálida de materia-energÃa. Conocerá todas las cosas que existen y todas las que son posibles; las habrá pensado todas, las habrá comprendido todas, y con amor las dejará todas a un lado. En sus propias obras -arte, matemática, tareas inimaginables- ocupará su eternidad. Al final fue la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Kenmuir permaneció en silencio.
-Ya conocÃas la profecÃa-dijo la voz.
-Sà -contestó-, pero no la habÃa visto asÃ. -Después de un rato añadió-: ¿Cómo podrÃa... cualquier ser humano... amenazar tal empresa?
-Es la naturaleza de las cosas. Es más profunda que el caos. SÃ, cambios infinitesimalmente pequeños pueden tener consecuencias inmensas e imprevisibles; aun asÃ, un sistema tiene sus atractores, su orden subyacente, y el equilibrio roto puede restablecerse.
»Para comprender el verdadero peligro, tendrÃas que estar en sinnoiosis, y aun asà tu percepción serÃa oscura y fragmentaria. Pero piensa. Recuerda lo que sabes de fÃsica cuántica. La realidad es una, pero la realidad es múltiple. El pasado y el futuro son uno, inseparables. Pero eso implica que son igualmente incognoscibles con precisión. Una partÃcula puede haber pasado de un punto a otro punto por medio de infinitas trayectorias; algunas son más probables que otras, pero sólo la observación establece cuál es real. El estado de una, cuando se determina, fija el estado de otra, aunque se encuentre a años luz de distancia, demasiado distantes para que haya una relación causal entre ellas. Por tanto, el observador y lo observado, la existencia y su significado son un todo, Yang y Yin; y la función de onda del universo es tan incierta como la función de onda de un electrón aislado.
Kenmuir movió la cabeza.
-No, no lo comprendo. No puedo. A menos que estés dando a entender... que las mentes humanas tampoco son accidentales; que son un aspecto fundamental de la realidad... como la tuya.
Se estremeció. No era ni un sofotecto ni un sinnoionte, ni siquiera un filósofo. Para él debÃa ser suficiente que la Teramente tuviese razones para temer a su especie. (¿Temor? ¿Respeto? Aquà eran palabras inútiles.) Mejor quedarse con los sucios detalles prácticos de los seres de carne y hueso.
-Lo que entiendo de tu intención es que -dijo con mucho cuidado- los seres humanos podemos hacer lo que queramos, y nos ayudarás, nos aconsejarás y serás bueno con nosotros... siempre que seamos irrelevantes para ti.
-No. Eso no puede ser. Ya es demasiado tarde. Tu especie ya se encuentra entre las estrellas.
Kenmuir sintió horror. La Teramente podrÃa construir y enviar misiles para destruir Madre Deméter antes de que sus hijos abandonasen su mundo. ¡No! No habÃa sucedido, por lo tanto no sucederÃa. No podÃa suceder. Por favor.
Se forzó a adoptar un tono seco. -¿Qué hay de nosotros en la Tierra?
-En el futuro que pertenece a la Mente, os uniréis a ella, por voluntad propia y con alegrÃa, como ha hecho este yo, Venator, pero en un grado mucho mayor.
-¿Nos convertiremos en parte del cibercosmos?
-Dentro de siglos o milenios. Luego, la Tierra consciente estará preparada para encontrar la mente alienÃgena de Madre Deméter. -Esperas que tendrás la fuerza... -la fuerza del intelecto, no la fuerza bruta-para lidiar con ella. Para domesticarla. Para absorberla en ti.
-No. La esperanza es que se una a nosotros por voluntad propia. -¿Será tan difÃcil? ¿Realmente es tan diferente?
-SÃ. Y mientras las dos mentes permanezcan fieles a sus destinos, es imposible construir un puente de unión. Madre Deméter es la vida antigua, orgánica, biológica. Para ella, lo inorgánico, la máquina, no es más que una parte menor, un medio para el fin de la supervivencia. Siempre pertenecerá al universo material y a su estado salvaje, su caos, su mortalidad. Su intelecto nunca será puro y jamás se liberará por completo.
Kenmuir tuvo la extraña sensación de ser un cazador que estaba a punto de saltar sobre una presa majestuosa.
-Pero ella recorrerá caminos por los que tú no transitarás, que ni siquiera puedes imaginar, porque no puedes sentirlos. ¿Es eso lo que temes? Ella morirá con las estrellas, mientras tú seguirás viviendo. ¿No es as� ¿No es el espacio-tiempo lo suficientemente grande para, mientras tanto, compartirlo con ella?
Silencio. El rostro de Venator parecÃa el de un hombre muerto. Kenmuir se preguntó por lo que significaba. No. La realidad es una. Ella le dará forma, como hago yo. Se convertirá en algo imprevisible, sin destino, algo diferente al Destino Final que es mi propósito y razón de existir.
Dejó a un lado las palabras. No era más que su imaginación, no mejor que la imagen mÃtica del sol como un barco o un carro que recorriese a diario los cielos. DebÃa cazar más.
-¿ImportarÃan tanto los selenitas en Proserpina? -preguntó. -Piensa -replicó el oráculo. VolvÃa a verse la vida en su rostro, aunque no era una vida humana-. Reconstruirán ese mundo, multiplicarán su número, se extenderán por los cometas, llegarán a las estrellas. Hablarán con la semilla de Deméter. Hablarán con los suyos en la Tierra, en quienes despertarán a Fausto.
-Te causarán problemas. Quieres que todo el mundo en el Sistema Solar esté cerca de la Tierra para poder controlarlo.
-Donde podáis recibir la iluminación y curaros de vuestra locura -dijo la voz. Con cuánta suavidad.
-¿Y todo eso -exclamó Kenmuir incrédulo- depende de una única nave que escapa de la Luna? ¿De un solo hombre que puede traerla de vuelta?
-No. La realidad es un todo, como he dicho. Pero por la historia que pronto llegará, y por tanto por la historia concebible en la eternidad, sÃ, te pido que la hagas volver.
El cibercosmos pedÃa.
ConvertirÃas el universo en un lugar de mente y armonÃa, pensó Kenmuir. El conflicto que nos ha enfrentado, no de fuerzas sino de ideas y posibilidades, presagia la eterealización que persigues. ¿Quién puede decidir que tu visión es errónea? ¿Quién podrÃa decidir que la pasión y la inseguridad, lo animal y lo vegetal, lo mortal, la pena mezclada con toda alegrÃa están bien?
-Fausto siempre está en guerra. Yo soy un hombre de paz.
-La elección es tuya -oyó-. No voy a forzarte. No puedo. Si el cibercosmos impusiese su voluntad por violencia se violarÃa a sà mismo. Eso no podrÃa más que provocar caos descontrolado; regresar a las crónicas de todas las tiranÃas. Aunque el género humano desapareciese en el Sistema Solar, los supervivientes seguirÃan viviendo en Alfa Centauri, siempre vengativos. Aunque ellos también muriesen, la corrupción se adueñarÃa del corazón del victorioso, y al final le destruirÃa igualmente. No, la carga es tuya.
Bajo el nirvana impuesto a su cuerpo, el pulso de Kenmuir dio un tropezón. Se le habÃa secado la boca.
-Si te... obedezco... ¿qué pasará con Aleka y su gente? -Tendrán lo que desean, un paÃs mejor que el que Lilisaire podrÃa darles.
Y los terrestres cuyos ojos miraban las estrellas tendrÃan su Hábitat. No deberÃa someterse más que el espÃritu demonÃaco en los selenitas.
No, todo humano que desease la libertad tendrÃa que someterse. Y no sabrÃan que lo habÃan hecho o que ya no eran libres.
Era como si conociese la respuesta desde antes de nacer. -No.
-Te niegas. -No era una pregunta. -Asà es. Seguirá volando.
-Estás perdonado -dijo la voz, totalmente amable.
Kenmuir sabÃa que nunca podrÃa comprender esa extraña integridad. Ãl no era una máquina, sólo un hombre.
Su conciencia se perdió en la noche.
46
-No tema dijo Venator al despertar Ian Kenmuir-. Le llevaremos hasta Yorkport y le dejaremos ir. Asumo que tomará el transbordador lunar. Pero primero deberÃamos hablar, usted y yo.
Dejó que el astronauta descansase un rato, luego lo llevó hasta una sala donde compartieron una comida simple y, en general, silenciosa, después tomaron ropas cálidas y salieron al exterior. Durante otro rato caminaron en silencio, hasta que ya no veÃan la estación meteorológica y se encontraron a solas con las montañas.
Kenmuir respiró profundamente. Una brisa escasa y frÃa agitaba las hojas y agujas de árboles enanos y dispersos. SabÃa a cielo. La luz del sol caÃa en cataratas por una gran pendiente y los picos nevados que habÃa detrás. Las montañas destacaban como cortadas a cuchillo frente al cielo completamente azul. Tomó la vista en su interior. La ansiedad, la indecisión, el pesar volvÃan a agitarse a medida que el desapasionamiento que habÃa sentido en la cámara se disipaba; necesitaba aquella nueva fuente de calma.
-Vaya despacio -le aconsejó Venator-. Reserve fuerzas. Tenemos tiempo de sobra.
Kenmuir lo miró.
-¿Qué quiere de m� -le preguntó.
No supo si la sonrisa que atravesó el rostro oscuro era de ironÃa o arrepentimiento.
-Nada, en el sentido de exigencias -contestó Venator-. Me gustarÃa hacerle algunas sugerencias y será mejor que preparemos algunos planes.
-Haré lo que pueda -dijo Kenmuir con incomodidad-, consistente con... -¿Con qué?
Venator asintió.
-Eso esperaba. Es lo racional. Pero también será bueno para usted.
¿Cómo deberÃa responder Kenmuir? ¿Cómo deberÃa sentirse? -Por favor. Ãsta no es una situación de vencedor y vencido. Venator volvió a sonreÃr, más ampliamente y quizá algo jocoso. -No, no.
La gravilla crujÃa bajo las botas. El viento susurraba. Adelante, decidió Kenmuir.
-Vale. Aleka entregará el mensaje. -Vaciló-. ¿O ya lo ha hecho? -¿Cuántas horas o dÃas habÃan pasado en la morada de la Teramente? -TodavÃa no -le dijo Venator-. Pero lo hará pronto.
-¿Y usted... el cibercosmos... el gobierno... realmente no va a intentar suprimirla noticia o cualquier consecuencia?
Venator miró a Kenmuir a los ojos durante un momento.
-Usted y su amiga pueden ayudarnos en ese punto, ya lo sabe. Es más, debe hacerlo. La Federación, los humanos en posiciones importantes... no queremos que adopten una posición de la que les serÃa difÃcil retirarse. Como supuso en nuestra primera conversación, cuanto menos se diga públicamente, por ambos lados, más fácil será para todos los implicados.
Kenmuir comprendió que no se trataba de una capitulación. Era simplemente adaptarse a las circunstancias. PodrÃa ser el primer movimiento en un plan que se desarrollase durante siglos... No, no debÃa pensar tal cosa. TodavÃa no.
-Ciertamente, estaré encantado de cooperar --dijo-. Asà como Aleka y, eh, estoy seguro que Matthias.
Venator sonrió abiertamente. -¿Como Lilisaire y sus selenitas? -Creo que estarán de acuerdo.
-En realidad, los acontecimientos no pueden ocultarse del todo -le recordó Venator-. Lo que podemos intentar es que su gente sea lo suficientemente discreta como para que la mÃa lo pueda ser.
No, la historia no podÃa borrarse del todo, pensó Kenmuir. Y él no podrÃa olvidarla. SentÃa dolor. ¡Oh, emulación Dagny! -¿Debemos hablar de bandos opuestos? -preguntó con rapidez-. TodavÃa no comprendo por qué deben ser... irreconciliables. ¿Unos pocos selenitas en el espacio profundo son un factor tan importante? ¿Cómo podrÃan serlo, en el lejano futuro o en cualquier otro momento?
Venator frunció el ceño.
-Antes parecÃa usted comprenderlo con mayor claridad -dijo. Se encogió de hombros-. En ese momento también me lo parecÃa a mÃ. -Hizo una pausa-. Déjeme proponer unas cuantas analogÃas toscas. ImagÃnese un romano educado e inteligente durante el reinado de Augusto, elucubrando sobre cómo serÃan las cosas mil años después. Se dice: «Quizá las legiones hayan marchado sobre todo el mundo como hicieron en la Galia, y todos en todas partes serán romanos. O quizá, lo que la polÃtica actual del César sugiere como más probable, las fronteras permanecerán más o menos donde están, y más allá los bosques y los bárbaros. O quizá, siendo pesimistas, Roma habrá caÃdo y los salvajes aullarán en las ruinas de nuestras ciudades.»
»No sé qué futuro eligió, y no importa, porque el verdadero futuro no se parecÃa a ninguno de ellos. Una rama herética de la religión de un pueblo conquistado en una esquina del Mediterráneo sometió a los romanos y a los bárbaros, transformándolos por completo y creando una civilización completamente nueva.
La civilización fáustica, pensó Kenmuir.
-Es igual -argumentó Kenmuir-, el tremendo poder de... su cibercosmos, que está destinado a crecer más allá de cualquier cosa que podamos concebir...
-El biocosmos también crecerá -dijo Venator-. Y en lo que respecta a influir en nosotros o en el biocosmos, ¿en qué podrÃan transformarse los humanos, ellos y sus máquinas, entre los cometas?
A Kenmuir se le ocurrió una idea. Por su misma naturaleza, el cibercosmos debÃa aspirar al conocimiento absoluto; pero eso requerÃa control absoluto, no contingencias impredecibles, nada imprevisible excepto el florecimiento del intelecto. El cibercosmos era totalitario.
-Bien, tal y como han salido las cosas, se ha convertido en otro elemento a tener en cuenta -siguió diciendo Venator-. Después de todo, hay muchos más, y en cualquier caso el universo seguirá produciendo sorpresas durante millones de años. El tiempo dirá quién se ajusta mejor y cómo.
El totalitarismo no necesitaba ser brutal, pensó Kenmuir. PodÃa ser benigno en sus métodos, podÃa ser benéfico en sus acciones y... demasiado sutil para ser reconocido como lo que era.
En el cielo se agitaron unas alas. Miró a lo alto, pero el sol le cegaba y no podÃa ver el pájaro. ¿Un halcón cazando? Nunca hubiese podido imaginar esa belleza despiadada si mil millones de años de azar descontrolado y el ciego instinto de vivir no la hubiesen modelado para él. De pronto, podÃa soportar recordar lo que habÃa sucedido en la tumba de la Luna. Quizá no llegase a haber un verdadera reyerta entre los Daos. Quizá en alguna época remota descubriesen que eran dos caras del mismo fenómeno. O quizá no. Ãl sólo sabÃa que sus simpatÃas estaban con la Madre.
-Y es un poco abstracto, ¿no? -decÃa Venator-. No podemos hacer más que tratar los detalles durante nuestra vida, pieza a pieza. Kenmuir pensó en Venator.
-En su caso no es del todo cierto, ¿no?
-No del todo -admitió Venator. Después de dar varios pasos más en el viento, añadió-: A pesar de todo, no le envidio.
Ni yo a ti, pensó Kenmuir.
-Sin embargo, me gustarÃa conocerle mejor -dijo Venator-. Supongo que no puede ser. ¿Discutimos los detalles prácticos?
La noche habÃa caÃdo sobre la Cordillera. Desde la alta torre de Lilisaire podÃan verse tres picos al oeste, aún iluminados. Sólo se apreciaban los bordes, apagándose lentamente. Por lo demás, las montañas se habÃan convertido en espacios de altas sombras y oscuridades abisales. Al este caÃan para formar rocas y cráteres casi tan oscuros. En el cielo se veÃan estrellas por millares, la galaxia como un puente helado, las nebulosas y las otras galaxias relucientes, pero la Tierra no era más que un arco azul sobre un disco macilento, en lo bajo del horizonte.
Una torre coronada por una cúpula transparente veÃa todo aquello. Grandes plantas crecÃan de tanques y plantadores situados en lo más alto de la sala. Iluminadas por las estrellas, las hojas eran masas oscuras o delicadas filigranas. La flores mezclaban perfumes en el aire, que era como el aire de una tarde al final del verano. Las luciérnagas aleteaban y relucÃan en el silencio.
Lilisaire entró acompañada de Kenmuir. Ninguno de los dos habÃa hablado mucho en el corto espacio de tiempo desde la llegada de lan. Ella pasó entre las flores para llegar al otro lado y se detuvo, mirando al exterior. Ãl esperó, observando su perfil marcado frente al cielo y su cabello lustroso.
Sobre una repisa bajo la bóveda habÃa un cristal de canción. Lo alzó y rozó las caras con los dedos. Se oyó el sonido, vibraciones, repiques, silbidos, un ritmo estremecido.
Piedra caÃda, destello de luz, Cenotafio de un explorador. Pero la piedra ha perdido las estrellas Y las estrellas han perdido la piedra.
Kenmuir ya habÃa escuchado las palabras selenitas, un fragmento de canción de Verdea. Ninguna lengua de la Tierra podÃa sonar tan fúnebre o transmitir todo el sentido de las imágenes.
Lilisaire dejó el cristal y volvió a quedarse inmóvil.
-Es una pieza melancólica, mi dama -dijo Kenmuir en anglo un minuto después.
-Es la justa para la ocasión-contestó con voz monótona. -Pensé que os sentirÃais más feliz.
-No, no lo pensaste. -Se volvió para mirarle a los ojos. Los de ella parecÃan rebosar de luz. El rostro podrÃa haber sido la máscara de una Palas asiática-. Eres inteligente. Conoces el precio por este premio que has conseguido.
Kenmuir sabÃa que debÃa hablar con claridad, pero no que tendrÃa que ser tan pronto. Se le tensaron los músculos entre los omoplatos. Mantuvo el tono de voz.
-Bien, pues sÃ. En todo caso, me he hecho preguntas. Proserpina está abierta, con todo lo que eso pueda implicar. -¿Qué era? No sabÃa. Ni vivirÃa para descubrirlo-. Sin embargo, el Hábitat.. -Dejó la frase sin terminar, sin desear declarar lo que los dos comprendÃan.
Ella la terminó por él.
-El Hábitat es ahora una certidumbre. -Siempre lo fue, ¿no?
Lilisaire lo negó.
-No, no del todo, no mientras hubiese algo desconocido en el espacio profundo, posiblemente el instrumento de una victoria definitiva y completa. Pero ahora se ha descubierto.
Por un instante, él volvió a la mansión de la Teramente. La realidad como un descubrimiento, la mente como su hacedor... No, eso no podÃa ser, no era una escala tangible y humana, e incluso al nivel cuántico debÃa haber algo más que las paradojas de la medida; ¡debÃa haberlo!
-No un arma-susurró Lilisaire-. Simplemente un lugar. Como le habÃa sucedido a menudo desde hacÃa poco, dio vueltas a la posibilidades mundanas. Lo selenitas rebeldes o aventureros -no eran pocos en ambos grupos- se trasladarÃan al mundo de hierro, unos cuantos al principio, luego en oleadas. La Federación no se opondrÃa; en realidad ayudarÃa, porque las ideas contra el Hábitat y la oposición a él desaparecerÃan. Sin embargo, ese esfuerzo de colonización ocuparÃa toda la capacidad espacial de los selenitas; y eso a su vez harÃa regresar al hogar a gente de los asteroides cercanos y las lunas exteriores. La Ventura, la fuerte presencia selenita en los planetas, desaparecerÃa de la historia.
-Y una tregua-acabó diciendo Lilisaire.
Por su parte, pensó Kenmuir, ella no podÃa denunciar la larga ocultación de su tesoro ancestral, y debÃa ceder en la cuestión del Hábitat. Su interés en un compromiso rápido era tan vital como el del gobierno, aunque para los dos tenÃa regusto amargo. Frente a él apareció una frase de siglos anteriores: «Iguales en la insatisfacción. Pero ¿qué sucedÃa cuando eso dejaba el problema fundamental sin resolver?
-No hay nada firme-dijo cuidadosamente prosaico-, ya lo sabéis, mi dama. Hasta ahora es un intercambio de palabras entre individuos y... sofotectos. La mayor parte de los miembros del gobierno, por no mencionar al público, no sabe nada.
-Aun asÃ, preveo el final de Selene. -La voz era de acero, sin autocompasión; ella permanecÃa erguida bajo el cielo.
-No, en realidad no... -¿Percibió un gesto de desdén en los labios de Lilisaire?-. En todo caso, un nuevo comienzo.
-Similar a un nuevo ciclo -le cedió-, aunque más extraño que cualquier cosa que nos perteneciese.
No más metafÃsica milenarista, decidió Kenmuir.
-Mi dama -dijo en voz alta-, primero nos quedan muchos años de preparativos. Lo que es más importante para mÃ, le hicisteis una promesa a Aleka Kame.
Lilisaire realizó un encogimiento de dedos.
-Y tendrá su isla y sus aguas. ¿Por qué no? El pequeño poder que tenÃa en esas regiones se escapa de mis manos. -Se tocó el mentón, frunció el ceño y luego mostró una ligera sonrisa frÃa-. Es más, tener amigos en la Tierra podrÃa ser útil algún dÃa.
A Kenmuir le llevó unos segundos apreciar todas las implicaciones.
-Vos misma no queréis ir a Proserpina, ¿no es as�
-No. ¿Por qué iba a desear tal cosa? Aquà están las regiones de mis antepasados y sus cenizas, sus bendiciones y garantÃas, sus recuerdos en cada montaña y mis propios recuerdos que podrÃan haber permanecido. Todo esto cambiaré por la desolación, las dificultades y la posibilidad de una muerte temprana.
-No tenéis por qué erijo Kenmuir, sintiendo la garganta agarrotada-. Podéis pasar el resto de vuestra vida aquÃ, rodeada de lujos. Lilisaire rió con fuerza. Sonaba real, como si él hubiese conseguido contar un chiste homérico.
-¡Una jaula muy cómoda! ¡Qué bien educados están los visitantes que vienen a verte! Y si alguno de ellos se acerca demasiado a los barrotes... -Negó con la cabeza. TodavÃa sentÃa alegrÃa-. Más aún, ¡cómo podrÃa contenerme ante esta última insolencia!
Kenmuir recordó a su antepasado Rinndalir, que escapó a Alfa Centauri. ¿Se habÃa librado Lilisaire por fin de la sombra de Niolente? La seriedad cubrió el rostro de Lilisaire. Permaneció un tiempo sin hablar, mirando al exterior, antes de decir con gran dulzura.
-Y la muerte allá fuera, será la muerte de una Beynac.
-Pero podréis sobrevivir hasta una edad muy avanzada-dijo él. Lilisaire no prestó atención a su intento.
-Voy a ir, y en la vanguardia. Por tanto, mal puedo mantener la promesa que te hice, mi capitán, de que serÃas jefe de mis empresas en el espacio, y que vivirÃas conmigo como un señor entre los selenarcas. -No importa.
-Sà que importa. -Sonrió-. Tus mentiras son muy galantes. Asombrado, Kenmuir buscó palabras.
-Mi dama, me alegro si os he ayudado, y si os he dañado, no era mi deseo, y... para mà es suficiente haberos servido.
Kenmuir se preguntó si realmente estaba siendo sincero.
-No es suficiente para mà -le contestó. Alargó una mano para tomar la de Kenmuir-. Te lo ruego, déjame ver cómo puedo salvar algo de mi promesa, al menos un poco.
Lo que Kenmuir vio, asombrado, fue que ella estaba allÃ, de pie, tan solitaria y frágil como cualquier otro ser humano.
La brisa era ligera. Aleka usó el motor para alejarse dos o tres kilómetros de Niihau antes de desplegar el mástil y las velas. Luego el barco se deslizó sobre olas de un azul y verde reluciente orladas con una espuma cristalina. Murmuraban entre sÃ, y saltaban contra el casco. En ocasiones, una cresta rompÃa, blanca durante un breve instante. El Sol caÃa hacia el oeste. Sus rayos recorrÃan las aguas. Allà fuera, pensó, el aire era frÃo. Un pájaro volaba en lo alto.
Kenmuir estaba sentado en un banco de la cabina al lado de la puerta frente a Aleka, quien llevaba el timón. Sólo vestÃa una gorra y una túnica sin mangas. Su piel relucÃa broncÃnea. Sobre la frente le caÃa un mechón rebelde. Kenmuir mantuvo el rostro impasible mientras reunÃa coraje.
Ella apartó la vista del mar, le miró y dijo las primeras palabras casi desde la salida.
-Has cambiado, Ian. -La voz era baja, y Kenmuir no estaba seguro de si veÃa una sonrisa fantasma.
-Tú también, creo -le replicó-. No es sorprendente, después de lo que hemos pasado.
Lo vio todo en su mente, el vuelo por el espacio, el mensaje enviado, la larga curva de regreso, la nave y el sofotecto al que, a regañadientes, habÃa dejado encontrarse con su nave. Ella le habÃa contado que no la habÃa tratado mal; la llevó a bordo y la devolvió a la Tierra, donde Venator se entrevistó con ella y la liberó. No habÃa corrido peligro fÃsico, pero no podÃa, en aquel momento, estar segura de ello, y Kenmuir no se atrevÃa a pensar en lo que Aleka debÃa de haber sufrido en su espÃritu, entre el vacÃo y las máquinas.
-Esperaba que vinieses directamente en cuanto llegué a casa -le dijo Aleka.
Aunque no percibÃa ningún reproche, hizo una mueca.
-Lo siento. Estaba tan ocupado... -Ya se lo habÃa explicado antes, durante la corta conversación telefónica, y luego a su llegada-. Oirás los detalles, en la medida que pueda darles sentido en mi cabeza. Además, bien, pensé que primero querrÃas descansar. -En su tierra y en su mar, entre su gente y la gente del mar. Se habÃa preguntado si serÃa por eso que Aleka habÃa propuesto navegar para hablar en privado. Hubiesen podido ir a algún lugar en la costa. Pero allà era donde pertenecÃa por completo.
¿O era quizá que aquel cambio de escenario podrÃa soltar la lengua de Kenmuir?
Aleka volvÃa a sonreÃr, aunque no con mucha confianza.
-Ah, well, lava, eso quedó atrás. La noticia de que nosotros, los Lahui, tenemos nuestro nuevo paÃs es lo que debemos celebrar juntos, tú y yo. Para empezar.
Kenmuir no pudo responder.
Aleka lo observó durante un rato antes de hablarle con la suavidad del viento.
-¿No? No. Please, no te confundas. No te acuso de nada, no te ruego.
La miró a los ojos. -Nunca lo harÃas. -Ha pasado algo. -Sólo en mi interior. La mujer merecÃa sinceridad. -Voy a ir a Proserpina-dijo. -Lo... temÃa.
-No temas. -Era él el que pedÃa. Se inclinó y agarró sus manos-. Escúchame. Es lo mejor. Eres joven, tienes una vida por delante y un mundo que construir. Yo soy viejo y...
-PodrÃas intentarlo dijo Aleka. -¿Y hacerte perder esos años? No. Aleka conservó la calma.
-No juegues a no ser egoÃsta. No es digno de ti. Vuelves con Lilisaire. -Soltó las manos.
-Intento ser realista y hacer lo correcto -dijo. Las olas se agitaban. El pájaro buscaba una presa.
-No estoy del todo sorprendida -le dijo ella-. He kanaka pono 'oe. Eres un hombre bueno, un hombre honrado. Puedes guardar un secreto pero no se te da muy bien mentir. -Miró el horizonte-. No te preocupes. Estaré bien.
SÃ, lo sabÃa. TenÃa demasiada vida en su interior para encontrarse mal.
Sin embargo... Kenmuir sonrió para sÃ, la sonrisa seca de un viejo. Cuando habÃa imaginado la escena con anterioridad, ella respondÃa con furia y no era imposible que le hubiese obligado a reconsiderar.
Bien, quizá ella también habÃa tenido sus dudas. Quizá, no, probablemente ella veÃa las cosas con mayor claridad y certeza que él mismo, más de lo que él hubiese considerado posible.
DeberÃa sentirse aliviado, no desencantado. Pero no era más que un hombre.
Aleka mostró toda su preocupación.
-Pero ¿lo has pensado bien? PodrÃas ser el único terrÃcola, el único terrano, el único de tu especie, alejado, sólo con las rocas y las estrellas.
Ãl recuperó la entereza al oÃrla hablar de esa forma. -Es el espacio, Aleka-contestó.
Ella lo meditó, jugando con el.
-Comprendo -repuso-. Siempre te ha atraÃdo, y es el único camino que te queda.
Kenmuir elevó los hombros y los dejó caer. Después extendió las palmas de las manos.
-Es irracional, lo sé. Pero nosotros, los selenitas y los que vayamos con ellos, haremos que Proserpina tenga vida.
Por lo que pudiese importar en los gigaaños que quedaban por delante. No se sentÃa especialmente preocupado por ellos; no podÃa, al ser mortal y razonable. Aun asÃ, secretamente estarÃa sirviendo a Madre Deméter, a la que nunca habÃa conocido, y de esa forma le darÃa a su vida un sentido más allá de su propia existencia.
Esa idea era algo más que vanidad de primate. La Teramente estaba de acuerdo. No sabÃa si buscarÃa una forma de ocultar a los centaurianos la emigración a Proserpina. Se le ocurrÃan varias formas de hacerlo.
Ciertamente, el cibercosmos ya se aseguraba que el juego del escondite en el Sistema Solar no destacase demasiado, que se perdiese entre el ruido de fondo. No debÃa haber ningún monumento... Kenmuir pensaba que no importaba. A la larga, no importaba. Cuando la vida estuviese lista para seguir avanzando, lo harÃa.
Aleka asintió.
-Estarás en el espacio, Ian. No, no podrÃa soportar el atarte. -Un golpe de timón-: Y en cuanto a nuestra dama Lilisaire, me atreverÃa a apostar que podrás soportarla.
-No es tan simple. -No.
Navegaron en silencio. De pronto, una figura apareció a estribor, y otra más y otra. HabÃa llegado una tropa de la Keiki Moana.
Aleka las miró con amor.
-Pertenecemos a especies diferentes, tú y yo, ¿no? -dijo al fin a Kenmuir-. Y somos de la misma sangre.
¿Cuántos más verÃa el futuro?
-Lo que vais a hacer, aquà en la Tierra... -empezó a decir. Se detuvo, llenó los pulmones con el limpio aire salino y continuó-: Me pregunto si al final no resultará ser tan extraño y potente como cualquier otra cosa en todo el universo.
Ella rió, desafiante.
-En todo caso, hacerlo será divertido. Kenmuir esperaba que fuese felicidad. Ella volvió a tomarle de las manos.
-Te deseo lo mismo, cariño -dijo-, allá donde está Kestrel.
La pequeña nave que habÃa pertenecido a Kyra Davis volaba sola por el universo, para viajar, por siempre, entre las estrellas.
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